Palestina:La tercera intifada y la división de Jerusalén. Dossier

Sin Permiso 18/10/2015

No habrá paz hasta que termine la ocupación israelí de Palestina
Marwan Barghouti
La escalada no comenzó cuando mataron a dos colonos israelíes. Comenzó hace mucho tiempo y ha continuado durante años. Cada día en que matan, hieren o detienen a los palestinos.
Cada día en que el colonialismo avanza, el sitio de Gaza continúa y la opresión persiste. Mientras muchos quieren hoy que nos sintamos anulados por las consecuencias potenciales de una nueva espiral de violencia, yo pido, como hice en 2002, que nos ocupemos de las causas fundamentales: la negación de la libertad de los palestinos.
Algunos han sugerido que la razón por la que no se consiguió un acuerdo de paz fue por la falta de voluntad del presidente Yaser Arafat o la incapacidad del presidente Mahmud Abás, pero ambos estaban dispuestos a firmar un acuerdo de paz. El problema real es que Israel ha elegido la ocupación sobre la paz y utiliza las negociaciones como una pantalla para que progrese su proyecto colonial. Todos los gobiernos del mundo son conscientes de este hecho, y sin embargo, muchos pretenden que regresar a las recetas fracasadas del pasado puede hacer que se alcance la libertad y la paz.
No puede haber negociaciones sin un compromiso israelí claro para una retirada completa de los territorios palestinos que ocupó en 1967, incluida Jerusalén Este, el fin completo de todas las políticas coloniales, el reconocimiento de los derechos inalienables del pueblo palestino, incluido el derecho de autodeterminación y de retorno, y la liberación de todos los presos palestinos. No podemos coexistir con la ocupación y no nos rendiremos a ella.
Nos pidieron que fuéramos pacientes, y lo fuimos, ofreciendo una oportunidad tras otra de alcanzar un acuerdo de paz. Quizá sea útil recordar al mundo que nuestras privaciones, el exilio y las expulsiones forzadas, y la opresión han durado casi 70 años. Somos el único asunto que perdura en la agenda de la ONU desde su fundación. Nos dijeron que si recurríamos a medios pacíficos y a canales diplomáticos, recibiríamos el apoyo de la comunidad internacional para poner fin a la ocupación. Y sin embargo, la  comunidad internacional ha sido incapaz de aplicar medidas reales, ni de poner en marcha una estructura internacional con la que aplicar el derecho internacional y las resoluciones de la ONU, ni llevar a cabo medidas que hagan posible la rendición de cuentas, incluidos el boicot, el fin de las inversiones y las sanciones, que jugaron un papel básico para que el mundo se deshiciera del régimen del apartheid (en Suráfrica).
Por tanto, en ausencia de una actuación internacional que ponga fin a la ocupación e impunidad israelíes, o que al menos nos sirva de protección, ¿qué se nos pide? ¿Quedarnos quietos y esperar a que la próxima familia palestina sea quemada, o que maten o detengan al próximo niño palestino, o que se construya el próximo asentamiento? Todo el mundo sabe que Jerusalén es la llama que puede inspirar la paz o provocar la guerra. ¿Por qué entonces el mundo no hace nada mientras continúan los ataques israelíes contra palestinos en la ciudad y contra los lugares santos musulmanes y cristianos, en especial  Al-Haram Al-Sharif? Las acciones y los crímenes israelíes no sólo destruyen la solución de los dos estados sobre las fronteras de 1967 y violan el derecho internacional. Amenazan con transformar una solución política viable en una guerra religiosa permanente que socavará la estabilidad en una región que ya experimenta una conmoción sin precedentes.
Ningún pueblo en el mundo puede aceptar convivir con la opresión. Por naturaleza, los seres humanos anhelan la libertad, luchan por la libertad y se sacrifican  por la libertad. Y la libertad del pueblo palestino lleva mucho tiempo sin existir. Durante la primera intifada, el Gobierno israelí lanzó su política de “romper huesos para romper su voluntad”, pero una generación tras otra el pueblo palestino ha demostrado que su voluntad es inquebrantable y que es inútil comprobarlo.
Esta nueva generación palestina no ha esperado a que las conversaciones de reconciliación ofrezcan un acuerdo de unidad política (entre Fatah y Hamás) que los partidos no pudieron conseguir, sino que se ha levantado por encima de divisiones políticas y geográficas. No ha esperado instrucciones para exigir sus derechos y su deber, el de resistirse contra la ocupación. Lo ha hecho sin armas, frente a una de las mayores potencias militares del mundo. Y aun así, seguimos convencidos de que la libertad y dignidad triunfarán y que venceremos. La bandera que izamos en la ONU ondeará algún día y pronto en Jerusalén para anunciar nuestra independencia.
Me uní a la lucha por la  independencia palestina hace 40 años y fui encarcelado por primera vez con 15 años. Eso no me impidió reclamar la paz a partir del derecho internacional y las resoluciones de la ONU. Pero he visto a Israel, la potencia ocupante, destruir de forma metódica esta posibilidad año tras año. He pasado 20 años de mi vida en cárceles israelíes, incluidos los últimos 13 años, y todo este tiempo me ha convencido de esta verdad inalterable: el último día de ocupación será el primer día de la paz. Aquellos que buscan lo segundo necesitan actuar para que pueda producirse lo primero.

Jerusalén: una ciudad dividida por la derecha que la quería indivisible
Meir Margalit
Como un deja vu angustiante, como una tormenta que no deja de azotarnos, vuelve a estallar esta nueva ola de violencia. Y nos deja perplejos y avergonzados por la impotencia kafkiana de quien sabe lo que habría que hacer para acabar, de una vez por todas, con esta violencia endémica, pero nadie lo escucha.  Esto era de esperar, en particular en épocas de festividades judías, cuando religiosos derechistas se empecinan en subir a la Explanada de las Mezquitas, exasperando los nervios palestinos, que ya están tensos al máximo sin necesidad de estas provocaciones. Era de esperar, pero, por obra del diablo, estas irrupciones de violencia siempre nos toman por sorpresa, nunca se está lo suficientemente preparado para enfrentarlas.   
Sin embargo, a pesar de esa sensación de haber ya presenciado la misma película, podemos notar algunos rasgos propios de esta revuelta.  Por primera vez en muchos años, se produce un acontecimiento perturbador en el que los jóvenes palestinos de Jerusalén se vuelcan a las calles en forma masiva, espontánea, sin apoyo de ningún movimiento organizado, apedreando todo símbolo israelí que se cruza en su camino, atropellando civiles israelíes y atacando con cuchillos de cocina, hasta llegar a su máxima expresión la semana pasada cuando un niño palestino de 13 años atacó a cuchillazos a otro niño israelí de la misma edad, lo que convirtió automáticamente a cada niño palestino en "terrorista activo" a ojos israelíes. 
Este modelo de rebelión ha dejado a la policía israelí perpleja, ya que este estilo de  ataques son imprevisibles e imposibles de prevenir. Mucho mas fácil para los servicios de seguridad israelí es combatir células terroristas organizadas que enfrentarse a civiles armados con cuchillos caseros  que, en un momento de ira, deciden acuchillar al primer israelí que se cruza en su camino. Esta nueva estrategia popular palestina ha producido un cambio sumamente significativo en el desarrollo del conflicto. Hasta tal punto, que por primera vez en muchos años podemos declarar que la calle palestina en Jerusalén oriental ha logrado un triunfo contundente, aunque no sea más que como un "gol en contra" del gobierno israelí.
La imposición de un estado de sitio en Jerusalén oriental -o lo que Giorgio Agamben denomina "un estado de excepción"-, que incluye la utilización por primera vez desde 1967 de fuerzas militares como refuerzo a la policía local y de bloques de cemento que separan los barrios palestinos de los israelíes, es sin duda alguna uno de los triunfos mas contundentes de los jóvenes rebeldes de Jerusalén oriental. Ello requiere una lectura atenta de los significados simbólicos que representa, ya que a primera vista pasan desapercibidos.
Lo primero que resalta es, por encima de todo, el estado de pánico en que esta sumergida la sociedad israelí, la incapacidad para controlar la situación, y el grado de cinismo con que el gobierno manipula la opinión publica israelí, apoyándose en que nadie conoce la geografía del lugar: da igual cuantas vallas instale la policía en Jerusalén oriental, siempre habrá un hueco por el que unos terroristas dispuestos a todo podrán infiltrarse a la parte occidental de la ciudad. Pero lo mas significativo es que al declarar el “estado de sitio”, el gobierno israelí ha dividido de facto la ciudad de Jerusalén.  
La izquierda israelí aduce desde hace 46 años, sin mayor éxito, que el modelo de ciudad unificada no tiene futuro y es necesario dividirla: ahora lo ha llevado a la práctica la derecha israelí sin mayor remordimiento de conciencia. El despliegue de soldados y bloques de cemento en las rutas que conectan a los barrios palestinos con la parte israeli es sumamente simbólico porque nos remiten a los Territorios Ocupados de Cisjordania. Los transforma en un claro significante de la anulación de distinciones entre Jerusalén y los Territorios Ocupados, o lo que  podría denominarse la "Cisjordanización de Jerusalén".  Nunca Jerusalén oriental ha estado tan cerca de los territorios ocupados y tan lejos de Jerusalén occidental.
Y este "gol en contra" llega a tiempo. Durante los últimos años, y a medida que la situación económica ha ido mejorando, la población adulta de Jerusalén oriental comenzó a acomodarse o a resignarse a la ocupación. A partir de ahora esta percepción colapsa y la gente vuelve a recordar que están bajo una ocupación militar que, por mas beneficios económicos que pueda conllevar, es y será insoportable.  Durante los últimos años, gracias a una política de gestos implementada por el actual alcalde israelí de la ciudad, la ocupación perdió su fachada opresora y su imagen se volvió mas light, hasta tal punto que los últimos sondeos demuestran que mas de la mitad estarían dispuestos a adquirir la ciudadanía israelí.    Este proceso de doblegamiento a la ocupación ha colapsado estruendosamente, ha sido literalmente quebrado por los jóvenes. La dosis de relativa prosperidad que el alcalde Barkat  suministro a sus padres, no les atañe: están en esa edad en la que la dignidad y el orgullo son factores decisivos en la consolidación de su identidad, mucho más importantes que la prosperidad económica que persiguen sus padres. 
La idea de tranquilizar al publico israelí gracias a las barreras no es nueva en nuestra región.  Durante la segunda Intifada, fue Ariel Sharon el primero en promover en 2002 la construcción de la muralla de separación a fin de calmar a la población israelí.  Siguiendo esta lógica escapista, Netanyahu introduce vallas de cemento armado con el mismo objetivo. Construir otra muralla seria demasiado exagerado pero, salvando las diferencias, en ambos casos el resultado es el mismo: Sharon y Netanyahu dividen la ciudad de facto.
Diez años después de construida la muralla de separación, que dejó fuera a extensas partes de la ciudad y a más de 50.000 residentes palestinos, el gobierno actual separa Jerusalén oriental en una serie de enclaves cerrados que, mas que afectar la vida cotidiana, producen un cambio total en la mentalidad palestina respecto a la ocupación.  Netanyahu les ha vuelto a recordar que viven bajo ocupación militar, y ha reavivado de esa manera el ansia palestina de liberación.
La tensión generada por estos disturbios ha corroborado que el modelo de la "Jerusalén unificada" es insostenible, que por debajo de la tierra ruge un volcán. La tenacidad con la que la población joven desafía al sistema israelí es la prueba contundente de que este régimen de ocupación esta destinado a enfrentar periódicamente alzamientos violentos que, a largo plazo, acabaran desmoronándolo. Toda represión es temporal por definición y la actual represión policial esta sembrando las semillas de la próxima rebelión. Los jóvenes palestinos arrestados, cuyo numero ronda los 2.500, llevarán en sus venas por siempre el ansia de revancha. Y el folklore local ya esta fertilizando la próxima generación de jóvenes que aspira imitarlos, porque en el imaginario local esos son los pequeños guerrilleros que, poniendo en jaque a la policía,  salvaron la dignidad nacional.
Todavía es prematuro saber si estamos ante la tercera Intifada. Sea cual fuere el futuro,  el valor intrínsico del levantamiento juvenil  consiste en haber puesto de relieve la patología del sistema municipal de Jerusalén y, más allá de sus logros a corto plazo, los acontecimientos han dejado claro que una estructura de esta índole podría perdurar, pero no tiene derecho a existir. 
Un proverbio hebreo dice que la labor de los santos es realizada por gente común.  No se si será cierto. Pero lo que esta claro es que el objetivo de la izquierda lo está llevando a cabo, a su brutal manera, la derecha.   
www.sinpermiso.info, 17 de octubre 2015 


Claro que es una Intifada: lo que hay que saber
Razmy Baroud
Traducción Loles Oliván
Cuando se publicó mi libro Searching Jenin [En busca de Yenin] poco después de la masacre israelí en el campamento de refugiados de esa ciudad cisjordana en 2002, muchos medios de comunicación y algunos lectores me cuestionaron en varias ocasiones que definiese como “masacre” lo que Israel representaba como una batalla legítima contra “terroristas” del campamento. Ese cuestionamiento estaba orientado a trasladar el discurso de un debate sobre posibles crímenes de guerra a una disputa técnica sobre la utilización del lenguaje. La evidencia de las violaciones de los derechos humanos por parte de Israel les importaba bien poco.
Este reduccionismo es el que opera frecuentemente en el preludio a cualquier discusión relacionada con el llamado conflicto árabe-israelí: los acontecimientos se representan y se definen utilizando una terminología polarizada que concede escasa atención a los hechos y a los contextos y que se centra esencialmente en las percepciones y en las interpretaciones.
Por lo tanto, a esos mismos individuos también les debe importar poco que haya jóvenes palestinos, como Isra 'Abed, de 28 años, disparado en repetidas ocasiones el 9 de octubre en Afula, y Fadi Samir, de 19, asesinado por la policía israelí unos días antes, que lleven navajas para defenderse y que acaben siendo disparados por la policía israelí.
Hay quienes siempre acabarán aceptando que los hechos son los que relata el discurso oficial de Israel aun cuando haya un vídeo que arroje luz y cuestione la versión oficial israelí y revele, como en la mayoría de los casos, que los jóvenes asesinados no representaban ninguna amenaza. Isra, Fadi, y todos los demás son “terroristas” que ponen en peligro la seguridad de los ciudadanos israelíes y, por desgracia, en consecuencia, tuvieron que ser eliminados.
Esa misma lógica fue la que Israel utilizó durante el siglo pasado cuando lo que hoy se conoce como Fuerzas de Defensa israelíes operaban aún como milicias armadas y bandas organizadas en Palestina antes de que fuera limpiada étnicamente para convertirla en Israel. Desde entonces, esta lógica se ha aplicado en todos los contextos posibles en los que Israel se ha visto supuestamente obligado a utilizar la fuerza contra los “terroristas” palestinos y árabes, contra “terroristas” potenciales, y contra la “infraestructura terrorista”.
Esto nada tiene que ver con qué armas utilizan los palestinos si es que las usan. Tiene que ver con la violencia israelí sustentada en una percepción de una realidad que Israel ajusta a su medida: que es un país asediado cuya existencia está bajo amenaza constante de los palestinos, ya sea de los que resisten utilizando armas o de los niños que juegan en la playa de Gaza. Jamás en la historiografía del discurso oficial israelí se ha constatado una desviación de la norma para explicar, justificar o celebrar la muerte de decenas de miles de palestinos a lo largo de los años: los israelíes nunca tienen la culpa y jamás se apela a un contexto que explique la “violencia” palestina.
La mayor parte de los debates que se están produciendo sobre las protestas en Jerusalén, Cisjordania y últimamente en la frontera de Gaza, se centran en las prioridades israelíes y no en los derechos de los palestinos, lo que claramente supone prejuzgarlas. Una vez más, Israel habla de “disturbios” y “ataques” originados en los “territorios”, como si la prioridad fuera garantizar la seguridad de los ocupantes armados, soldados y colonos extremistas por igual. La lógica mueve a inferir que el estado opuesto a la “agitación”, el de la “calma” y el “sosiego”, solo puede descollar si millones de palestinos aceptan el sometimiento, la humillación, la ocupación, estar sitiados y, de manera habitual, ser asesinados o en algunos casos, linchados o quemados vivos por turbas de judíos israelíes, mientras apechugan con su mala suerte y siguen adelante con su existencia como si todo eso fuera normal.
Así se consigue la vuelta a la “normalidad”; obviamente a un alto precio de sangre palestina y de violencia en monopolio de Israel, cuyas acciones casi nunca se cuestionan; los palestinos pueden entonces asumir el papel de la víctima perpetua y sus amos israelíes seguir gestionando los controles militares, robando territorio y construyendo todavía más asentamientos ilegales en violación del derecho internacional. La cuestión clave en estos momentos no debe ser si algunos de los palestinos asesinados llevaban o no navajas, ni si realmente representaban una amenaza a la seguridad de los soldados y los colonos armados. Más bien, debe centrarse principalmente y en primer término en la violencia que representa la ocupación militar y los asentamientos ilegales en territorio palestino. Desde esta perspectiva, blandir una navaja es un acto irrevocable de legítima defensa; debatir sobre si la respuesta israelí a la “violencia” palestina es desproporcionada o no resulta absolutamente irrelevante.
Elucubrar con definiciones técnicas es deshumanizar la experiencia colectiva palestina. Mi respuesta a los que cuestionaron que utilizase el término “masacre” fue: “¿Cuántos palestinos tendrían que ser asesinados para que se pudiese utilizar el término masacre?” Y por lo mismo, ¿a cuántos tendrán que matar, cuántas manifestaciones tendrán que celebrarse y por cuánto tiempo para que el malestar, la agitación o los enfrentamientos de estos días entre los manifestantes palestinos y el ejército israelí se conviertan en una intifada?
Y ¿por qué debería siquiera llamarse Tercera Intifada? Mazin Qumsiyeh describe lo que está sucediendo en Palestina como la Decimocuarta Intifada. Él debe de saberlo mejor, porque es el autor de un libro excepcional, Popular Resistence in Palestine: a History of Hope and Empowerment [Resistencia Popular en Palestina: Una historia de esperanza y empoderamiento]. Sin embargo, yo sugeriría ir aún más lejos, pues si utilizamos las definiciones referenciales del discurso popular de los propios palestinos son muchas más las intifadas que se han producido. La intifadas –levantamientos– se convierten en tales cuando las comunidades palestinas se movilizan por toda Palestina unificándose más allá de las facciones y las agendas políticas para llevar a cabo una campaña sostenida de protestas, desobediencia civil y otras formas de resistencia popular.
Lo hacen cuando han llegado a un punto de ruptura y sin que el proceso se anuncie en comunicados de prensa o en conferencias televisadas sino que es tácito, y sin embargo, perpetuo.
Hay quienes, aun siendo bienintencionados, argumentan que los palestinos aún no están listos para una tercera intifada, como si los levantamientos palestinos fueran un proceso calculado que se lleva a cabo tras muchas deliberaciones y discusiones estratégicas. Nada puede estar más lejos de la realidad.
Un ejemplo es el de la Intifada de 1936 contra el colonialismo británico y sionista en Palestina. Inicialmente la organizaron los partidos árabes palestinos, que fueron sancionados en su mayoría por el propio gobierno del Mandato británico. Pero cuando los felahin, los empobrecidos campesinos sin estudios, percibieron que su liderazgo se estaba vendiendo –como es el caso en la actualidad– actuaron fuera de los límites de la política lanzando y sosteniendo una rebelión que duró tres años. En aquel momento, como siempre, l os campesinos fueron los que se llevaron la peor parte de la violencia de británicos y sionistas y cayeron en tropel. Aquellos que tuvieron la mala suerte de ser capturados fueron torturados y ejecutados: Farhan al-Sadi, Iz al-Din al-Qasam, Muhammad Yamyum, Fuad Hiyazi son algunos de los muchos líderes de esa generación.
Desde entonces ese escenario se ha repetido constantemente y con cada intifada el precio pagado en sangre es cada vez mayor. Sin embargo, es inevitable que haya más intifadas, ya duren una semana, tres o siete años, porque las injusticias colectivas que experimentan los palestinos siguen siendo el denominador común entre las sucesivas generaciones de campesinos y sus descendientes refugiados.
Lo que está ocurriendo hoy en día es una intifada a la que no hace falta ponerle número porque la movilización popular no siempre sigue la lógica ordenada que algunos requieren. La mayoría de los que están a la cabeza de la intifada actual eran niños o ni siquiera habían nacido cuando la Intifada al-Aqsa se inició en 2000; obviamente no vivían cuando estalló la Intifada de las piedras en 1987. Puede incluso que muchos ignoren los detalles de la Intifada primera de 1936. Esta generación ha crecido oprimida, confinada y subyugada, en total desacuerdo con el léxico engañoso del proceso de paz que ha prolongado una extraña paradoja entre fantasía y realidad. Protestan porque experimentan cotidianamente la humillación y porque tienen que soportar la violencia implacable de la ocupación.
Además han de soportar el sentimiento de la traición del liderazgo palestino, corrupto y vendido. Así que se rebelan e intentan movilizarse y mantener su rebelión tanto como puedan porque no tienen un horizonte de esperanza fuera de su propia acción.
No nos perdamos en los detalles de las definiciones auto-impuestas y de las cifras. Esto es una intifada palestina aunque acabe hoy. Lo que de verdad importa es qué respuesta vamos a dar a las súplicas de esta generación oprimida; ¿seguiremos otorgando más importancia a la seguridad de los ocupantes armados que a los derechos de una nación hostigada y oprimida?

Los asentamientos: la Prusia de los colonos

Uri Avnery
Traducción Enrique García
La democracia israelí se desliza por la pendiente. Se desliza lenta, cómoda, pero inevitablemente.
¿Hacia dónde se desliza? Todo el mundo sabe: hacia una sociedad racista, religiosa y ultra-nacionalista.
¿Quién lidera este deslizamiento?
El gobierno, por supuesto. Ese grupo de don nadies ruidosos que llegó al poder en las últimas elecciones, liderado por Binyamin Netanyahu.
En realidad no. Si se coge a todos estos bocazas, pequeños demagogos, ministros de esto o lo otro (no puedo recordar quién se supone que es ministro de qué) y se les encierra en algún lugar, nada cambiaría. En 10 años, nadie recordará sus nombres.
Si el gobierno no lidera, ¿quién lo hace? ¿Tal vez las masas de derechas? Esas personas que vemos en televisión, con rostros desencajados por el odio, que gritan de “¡Muerte a los árabes!" en los partidos de fútbol hasta que se quedan roncos, o se manifiestan después de cada incidente violento en los pueblos mixtos judío-árabes al grito de “¡Todos los árabes son terroristas! ¡Matarlos a todos!"
Estas mismas hordas pueden manifestarse mañana contra los gays, los jueces, las feministas, o quien sea. No es consistente. No puede construir un nuevo sistema.
No, solo hay un grupo en el país que es lo suficientemente fuerte, cohesionado, decidido como para hacerse cargo del estado: los colonos.
A mediados del siglo pasado, un historiador imponente, Arnold Toynbee, escribió una obra monumental, Estudio de la Historia. Su tesis central era que las civilizaciones son como los seres humanos: nacen, crecen, maduran, envejecen y mueren. Esto no era realmente nuevo - el historiador alemán Oswald Spengler dijo algo similar antes que él (La decadencia de Occidente). Pero Toynbee, británico, era mucho menos metafísico que su predecesor alemán, y trató de sacar conclusiones prácticas.
Entre las muchas ideas de Toynbee, hubo una que nos debería interesar ahora. Se refiere al proceso por el cual las zonas fronterizas se hacen fuertes y conquistan el estado.  Tomemos, por ejemplo, la historia de Alemania. la civilización alemana creció y maduró en el sur, junto a Francia y Austria. Una clase alta rica y culta se extendió por todo el país. En las ciudades, la burguesía patricia patrocinaba a escritores y compositores. Los alemanes se veían a sí mismos como un "pueblo de poetas y pensadores".
Pero en el curso de los siglos, los jóvenes y los más audaces de las zonas ricas, especialmente los segundos hijos que no heredaban nada, anhelaban labrarse por sí mismos nuevos dominios. Se fueron a la frontera oriental, conquistaron nuevas tierras de sus habitantes eslavos y crearon nuevos principados.
La tierra del Este se llamaba Mark Brandenburg. "Marca" significa limite, frontera. Bajo una dinastía de príncipes capaces, ampliaron su estado hasta que Brandenburgo se convirtió en una potencia regional. No satisfecho con eso, uno de los príncipes se casó con una mujer que aportó como dote un pequeño reino del Este llamado Prusia. Así que el príncipe se convirtió en rey, Brandeburgo se unió a Prusia y creció gracias a la guerra y la diplomacia hasta que gobernó la mitad de Alemania.
El Estado prusiano, situada en el centro de Europa, rodeado de vecinos fuertes, no tenía fronteras naturales - ni anchos mares, ni altas montañas ni ríos caudalosos. Era sólo tierra plana. Así que los reyes prusianos crean una frontera artificial: un poderoso ejército. El Conde de Mirabeau, el estadista francés, dijo la famosa frase: "Otros estados tienen ejércitos. En Prusia, el ejército tiene un estado”. Los propios prusianos acuñaron la frase:" El soldado es el primer hombre del estado ".
A diferencia de la mayoría de los otros países, en Prusia la palabra "Estado" asumió un estatus casi sagrado. Theodor Herzl, el fundador del sionismo y un gran admirador de Prusia, adoptó este ideal, llamando a su futura creación "Der Judenstaat" - el Estado Judio.
Toynbee, que no tenía tendencias  místicas, encontró la razón terrenal para este fenómeno de que los Estados civilizados fuesen conquistados por gentes menos civilizadas, pero más duras, de la frontera.
Los prusianos tuvieron que luchar. Conquistar la tierra y aniquilar a una parte de sus habitantes, crear pueblos y ciudades, soportar contraataques de sus vecinos resentidos, suecos, polacos y rusos. Tenían que ser duros.
Al mismo tiempo, los habitantes del centro llevaban una vida mucho más fácil. Los burgueses de Frankfurt, Colonia, Munich y Nuremberg podían vivir mejor, ganar dinero, leer a sus grandes poetas, escuchar a sus grandes compositores. Podían trata a los primitivos prusianos con desprecio. Hasta 1871, cuando se encontraron en un nuevo Reich alemán dominado por los prusianos, con un Kaiser prusiano.
Este tipo de proceso ha ocurrido en muchos países a lo largo de la historia. La periferia se convierte en el centro.
En la antigüedad, el imperio griego no fue fundada por los ciudadanos civilizados de una ciudad griega como Atenas, sino por un líder de la frontera de Macedonia, Alejandro Magno. Más tarde, el imperio mediterráneo no fue creado por una civilizada ciudad griega, sino por una ciudad italiana periférica llamada Roma.
Una pequeña frontera alemana en el Sur-Este se convirtió en el gran imperio multinacional llamada Austria (Österreich, "Imperio del Este" en alemán) hasta que fue ocupada por los nazis y renombrado Ostmark - Marca Fronteriza del Este.
Los ejemplos abundan.
La historia judía, tanto real como imaginaria, tiene sus propios ejemplos.
Cuando un niño tirapedrero de la periferia septentrional  con el nombre de David se convirtió en rey de Israel, trasladó su capital desde la vieja ciudad de Hebrón a un nuevo sitio, que acababa de conquistar - Jerusalén. Lejos de todas las ciudades en las que una nueva aristocracia se había establecido y prosperado.
Mucho más tarde, en la época romana, los duros guerreros fronterizos de Galilea bajaron a Jerusalén, ya una ciudad patricia civilizada, e impusieron a sus pacíficos  ciudadanos una guerra sin sentido contra unos romanos infinitamente superiores. En vano el rey judío Agripa, descendiente de Herodes el Grande, trató de detenerlos con un impresionante discurso recogido por Flavio Josefo. Los habitantes de la frontera prevalecieron, Judea se rebeló, el ("segundo") templo fue destruido, y las consecuencias se podía sentir esta semana en el Monte del Templo ("Haram al Sharif", el Santo Santuario en árabe), cuando los niños árabes, imitadores de David, arrojaban piedras a los imitadores judíos de Goliat.
En el Israel de hoy, hay una clara distinción - y antagonismo - entre las grandes ciudades prósperas, como Tel Aviv, y la "periferia" mucho más pobre, cuyos habitantes son en su mayoría descendientes de inmigrantes de países orientales pobres y atrasados.
Esto no siempre fue así. Antes de la fundación del Estado de Israel, la comunidad judía en Palestina (llamada "la Yishuv") fue gobernada por el Partido Laborista, que estaba dominado por los kibutzim, las aldeas comunales, muchos de los cuales estaban ubicados en las fronteras (uno podría dicen que en realidad constituían las "fronteras" de la Yishuv.) Allí nació una nueva raza de luchadores resistentes, mientras que los habitantes de la ciudad eran despreciados.
En el nuevo estado, los kibutzim se han convertido en una mera sombra de sí mismos, y las ciudades se han convertido en los centros de la civilización, envidiadas e incluso odiadas por la periferia. Esa era la situación hasta hace poco. Ahora está cambiando rápidamente.
Tras la Guerra de los Seis Días de 1967, emergió un nuevo fenómeno israelí: los asentamientos en los territorios palestinos recién ocupados. Sus fundadores fueron los jóvenes "nacional-religiosos".
Durante los días de la Yishuv, los sionistas religiosos eran bastante despreciados. Eran una pequeña minoría. Por un lado, carecían del espíritu revolucionario de los miembros laicos de los kibutzim socialistas. Por otro lado, los  judios ortodoxos de verdad no eran sionistas y condenaban todo el proyecto sionista como un pecado contra Dios. (¿No era Dios quién había condenado a los judíos a vivir en el exilio, dispersos entre las naciones, a causa de sus pecados?)
Pero después de las conquistas de 1967, el grupo "nacional-religioso" de repente se convirtió en una fuerza en movimiento. La conquista del Monte del Templo en Jerusalén Este y todos los demás lugares bíblicos los llenó de fervor religioso. De ser una minoría marginal, se convirtieron en una poderosa fuerza motriz.
Fueron ellos los que crearon el movimiento de los colonos y establecieron muchas docenas de nuevas ciudades y pueblos en todo el territorio ocupado de Cisjordania y Jerusalén Este. Con la decidida ayuda de todos los gobiernos israelíes posteriores, tanto a la izquierda como a la derecha, crecieron y prosperaron. Mientras que el "campo por la paz" en la izquierda degeneró y se seco, los colonos extendieron sus alas.
El partido "nacional-religioso", que había sido una de las fuerzas más moderadas en la política israelí, se convirtió en el partido ultra-nacionalista, casi fascista "Hogar Judío". Los colonos también se convirtieron en una fuerza dominante en el partido Likud. Controlan el gobierno. Avigdor Lieberman, un colono, dirige un partido más derechista aun, nominalmente en la oposición. La estrella del "centro", Yair Lapid, fundó su partido en el asentamiento de Ariel y ahora habla como la extrema derecha. Yitzhak Herzog, el líder del Partido Laborista, intenta tímidamente emularlos.
Todos ellos hablan ahora la jerga de los colonos. Ya no hablan de Cisjordania, sino como los colonos, de  "Judea y Samaria".
Apoyándome en Toynbee, explico este fenómeno por el desafío que supone la vida en la frontera.
Incluso cuando la situación es menos tensa que en la actualidad, los colonos se enfrentan a peligros. Están rodeados de pueblos y aldeas árabes (o, más bien, se interpusieron entre ellos). Están expuestos a las piedras y los ataques esporádicos en las carreteras y viven bajo la protección constante del ejército, mientras que la gente en las ciudades israelíes viven una vida cómoda.
Por supuesto, no todos los colonos son fanáticos. Muchos de ellos se fueron a vivir a los asentamientos porque el gobierno les dio, casi por nada, una villa y el jardín que ni podían soñar tener en Israel. Muchos de ellos son empleados del gobierno con buenos salarios. A muchos les gusta la vista - todos esos pintorescos minaretes musulmanes.
Muchas fábricas han dejado Israel propiamente dicho, han vendido el terreno por sumas exorbitantes y han recibido enormes subsidios del gobierno para trasladarse a Cisjordania. Emplean, por supuesto, trabajadores palestinos baratos de los pueblos vecinos, sin salarios mínimos legales o leyes laborales. Los palestinos trabajan para ellos porque no hay otro trabajo disponible.
Pero incluso estos colonos "acomodados" se vuelven extremistas, con el fin de sobrevivir y defender sus hogares, mientras que los habitantes de Tel Aviv disfrutan de sus cafés y teatros. Muchos de estos ciudadanos tienen un segundo pasaporte, por si acaso. No es de extrañar que los colonos estén haciéndose con el control del estado.
El proceso ya está muy avanzada. El nuevo jefe de la policía es un ex colono que lleva kipá. Lo mismo que el jefe del Servicio Secreto. Cada vez más los oficiales del ejército y de la policía son colonos. En el gobierno y en la Knesset, los colonos ejercen una enorme influencia.
Hace unos 18 años, cuando mis amigos y yo declaramos por primera vez un boicot israelí a los productos de los asentamientos, vimos lo que se venía encima.
Esta es la verdadera batalla por Israel.
Nacido en 1959 en la aldea de Kobar (Cisjordania). En 1980, fundó el ala juvenil de Fatah y en 1984 fue designado presidente de la asociación estudiantil de la universidad de Birzeit. Desde allí contribuyó a organizar el movimiento de resistencia que en 1987 condujo a la primera Intifada (levantamiento), por lo que fue deportado a Jordania. En el 2000, fue también uno de los promotores de la segunda Intifada y uno de sus miembros más activos, hasta que en 2002 Israel le capturó y un tribunal le impuso cinco cadenas perpetuas y 40 años de prisión. Pese a estar preso, en 2006 fue reelegido diputado y tres años después ingresó en el Comité Central de Al Fatah, órgano que permitió la creación de la Autoridad Nacional Palestina (ANP), que ahora dirige Mahmud Abás.
Miembro del Consejo Editorial de Sin Permiso, reside en Jerusalén, donde fue concejal por el partido Meretz, y es un activo militante por la paz israelí. Autor de numerosos trabajos históricos sobre la evolución urbanistica de Jerusalén.
Periodista y escritor palestino. Su último libros es My Father Was a Freedom Fighter: Gaza’s Untold Story (Pluto Press, London)
Escritor y veterano activista por la paz israelí, co-fundador de Gush Shalom

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