La teoría marxista de la dependencia postuló una explicación del subdesarrollo asentada en la dinámica del valor. Con ese fundamento explicó el intercambio desigual y los ciclos industriales de América Latina, en una época previa al actual predominio del extractivismo y las maquilas. ¿Cuáles son los conceptos vigentes de esa caracterización? ¿Cómo deben evaluarse sus omisiones o insuficiencias?
Las causas del intercambio desigual
En los años 70 Marini estudió los desequilibrios de la industria que impedían a Brasil, México o Argentina repetir el desarrollo de las economías centrales. Describió cómo la preeminencia del capital extranjero incentivaba las transferencias de valor al exterior, mientras la provisión foránea de maquinaria obsoleta aumentaba la pérdida de divisas. Destacó que las grandes empresas remuneraban a los trabajadores por debajo del promedio imperante en las metrópolis y señaló que sus pares locales compensaban sus debilidades competitivas con una mayor extracción de plusvalía (Marini, 1973: 16-66).
Ese diagnóstico presentaba numerosos parentescos con las teorías del intercambio desigual de la época. Todos los autores razonaban suponiendo escenarios de transferencias de valor de las economías retrasadas a las avanzadas. Esas asimetrías eran atribuidas a la retribución internacional diferenciada del trabajo incorporado en los bienes elaborados en ambos polos.
Estas visiones extendían al contexto mundial el esquema expuesto por Marx, para ilustrar de qué forma los precios de producción alteran los valores de las mercancías, en función de la productividad vigente en las distintas ramas de la economía. Consideraban las transacciones entre productos de distinta complejidad, generados en países con grandes desniveles de desarrollo.
El debate comenzó con las tesis de Emmanuel que explicaba la desigualdad en los intercambios por las divergencias de los salarios. Postulaba que la fuerza de trabajo no acompañaba la mundialización de los precios de producción y las tasas de ganancia. Ese divorcio determinaba la perpetuación de las brechas entre ambos tipos de economías (Emmanuel, 1972: cap 3).
Como esa caracterización resaltaba la centralidad de la explotación y anticipaba descripciones de las maquilas, algunos analistas observan coincidencias con el modelo de Marini (Rodrigues, 2017). Pero en los hechos, las afinidades del pensador brasileño eran mayores con los críticos marxistas de Emmanuel. Estos objetores atribuían el intercambio desigual a las diferencias de productividad y no de salarios. Consideraban que las distancias en el desenvolvimiento de las fuerzas productivas explicaban las brechas en las remuneraciones y no a la inversa (Bettelheim, 1972a).
Esta mirada subrayaba que el salario es un resultado y no un determinante de la acumulación. Estimaba que el nivel de los sueldos depende en cada país de la productividad, el ciclo, el acervo de capital y la intensidad de la lucha de clases (Mandel, 1978: cap XI).
Esas objeciones alertaron también contra la magnificación de la brecha salarial internacional. Recordaron que el análisis de esa fractura, debe registrar la mayor productividad de las actividades calificadas imperantes en las economías centrales (Bettelheim, 1972b).
Ninguna de esas caracterizaciones puso en tela de juicio la existencia del intercambio desigual. Pero señalaron que esa asimetría en el comercio constituía tan sólo una causa del subdesarrollo, con efectos disímiles en cada estadio del capitalismo mundial (Arrighi, 1990).
El debate también desembocó en otros planteos que postularon la presencia del intercambio desigual, cuando las divergencias entre los salarios son mayores que sus equivalentes en las productividades (Amin, 1976: 159-161). Esta mirada señaló que el divorcio se asienta en la creciente movilidad internacional de los capitales y las mercancías, frente a la inalterada inmovilidad de la fuerza de trabajo (Amin, 2003: cap 4).
La visión de Marini sintonizaba con estos enfoques correctivos. En su presentación del ciclo dependiente, destacó que las transferencias de plusvalía hacia las economías avanzadas eran consecuencia de las grandes brechas existentes en los niveles de desarrollo. Reconoció las fuertes divergencias en los salarios, sin observarlas como determinantes de la fractura entre el centro y la periferia.
Esa óptica no sólo coincidió con la síntesis madurada por los participantes del debate. Confirmó que a diferencia de varios economistas heterodoxos, el teórico de la dependencia atribuía el subdesarrollo a la dinámica polarizadora del capitalismo mundial y no al retraso de los salarios latinoamericanos.
El alcance de la mundialización
En las controversias sobre el intercambio desigual se intentó esclarecer también cuál era nivel de internacionalización alcanzado por el capitalismo. Todos recordaron que Marx expuso su modelo concibiendo escenarios nacionales. Esa referencia estaba presente en los distintos niveles de abstracción de su esquema. Regía en la formación de los valores individuales y sociales de las mercancías, en las técnicas modales definitorias de la productividad sectorial, en la formación de la ganancia media y en los precios de producción, mercado o monopolio.
Estos pilares analíticos fueron radicalmente modificados por el diagrama de variables internacionalizadas que postuló Emmanuel. La referencia británica de Marx fue sustituida por un equivalente global. Esa reconsideración era lógica un siglo después de publicado El Capital. ¿Pero correspondía evaluar el intercambio desigual en un marco de economías totalmente globalizadas?
Un destacado teórico objetó ese supuesto remarcando la continuada relevancia de las variables nacionales. Observó que los precios de producción y las ganancias medias continuaban establecidos a esa escala, determinando una variedad de situaciones yuxtapuestas en el plano mundial. Destacó que la ausencia de instituciones estatales mundiales determinaba la continuidad de monedas, aranceles, tipos de cambio y precios nacionalmente diferenciados (Mandel, 1978: cap XI).
Esa visión deducía el intercambio desigual de las transacciones entre mercancías, con cantidades diferentes de horas trabajadas para su producción. Entendía que las transferencias de plusvalía se consumaban por la mayor remuneración internacional del trabajo más industrializado.
Era una tesis afín al marco keynesiano de posguerra y a los modelos de sustitución de importaciones en las semiperiferias. En ambos polos prevalecía la fabricación nacional integrada. El sello aclaratorio del lugar de producción expresaba una elaboración completa al interior de cada país.
Pero este enfoque fue objetado por otra interpretación, que subrayó la vigencia de un nuevo marco de variables internacionalizadas. Explicó la centralidad del intercambio desigual por la novedosa fractura, entre capitales circulantes por todo el planeta y fuerzas de trabajo atadas a la localización nacional.
Esta visión cuestionó la presentación de la economía mundial como un conglomerado de unidades yuxtapuestas y subrayó la preeminencia de un funcionamiento internacionalizado. Señaló que el “valor mundial” constituía un nuevo principio ordenador de todas las categorías del capitalismo (Amin, 1973: 12-87).
Otros autores profundizaron esa conceptualización, contrastando explícitamente el escenario de Marx con la nueva era de firmas multinacionales. Señalaron que las empresas, ramas y procesos de producción ya operaban en forma internacionalizada a escala intra e intersectorial (Carchedi, 1991, cap 3 y 7).
Marini no definió su preferencia por uno u otro enfoque en su obra de los años 60-70. Pero posteriormente subrayó la contundente primacía del curso globalizador (Marini, 2007: 231-252). Ese rumbo se ha profundizado y requiere otra conceptualización.
Globalización productiva
El avance cualitativo registrado en la mundialización modifica los términos del debate desarrollado hace varias décadas. Salta a la vista el carácter globalizado de muchas actividades que no tenían ese perfil en los años 70. Esa modificación consolida la tendencia de un gran segmento de la economía a desenvolverse con precios y tasas medias de ganancia internacionalizados.
La nueva división global del trabajo que despuntó en el debut del neoliberalismo se ha consolidado con la actual relocalización fabril. Se ha generalizado el desplazamiento de las empresas transnacionales, que emigran a la periferia para lucrar con la baratura, disciplina o sometimiento de los trabajadores. Ese cambio fue incluso percibido por los autores que en los años 70, objetaban la vigencia de un status avanzado de mundialización. En la década posterior reconocieron la nueva presencia de campos de valorización regidos por barómetros internacionales (Mandel, 1996).
La preeminencia actual de ese segmento global es notoria. No sólo los tradicionales límites a la movilidad del capital y las mercancías fueron quebrantados por la mundialización financiera y los tratados de libre comercio. También se debilitó la obstrucción interpuesta por la multiplicidad de tipos de cambio a los patrones internacionales de precios y ganancias. Algunas economías confluyeron en monedas comunes (Europa) y otras dolarizaron sus movimientos o instauraron formas regionales de coordinación cambiaria.
La ausencia de un sistema estatal planetario continúa imposibilitando la vigencia de variables plenamente mundializadas. Pero las empresas transnacionales operan a esa escala y los organismos que apuntalan su actividad (BM, FMI, OMC), administran modalidades tendenciales de esa gestión.
Los mecanismos de mayor internacionalización han sido particularmente introducidos en las cadenas globales de valor. Ese tipo de estructuras incluye formas muy avanzadas de localización diversificada de los procesos de fabricación. Las empresas aprovechan las diferencias de rentabilidad que genera esa variedad de formas de explotación.
Las cadenas aseguran la captura de beneficios extraordinarios por parte de las empresas ubicadas en la cúspide de la red. En la industria del vestido, por ejemplo, las plusganancias quedan en manos de los grandes compradores (marcas), en desmedro de los fabricantes textiles (plantas automatizadas) y las firmas intensivas en mano de obra (Starosta; Caligaris, 2017: 237-276). El mismo principio de redistribución de la plusvalía opera en el funcionamiento territorial de las empresas satélites. La subcontratación es el principal dispositivo de transferencia de valor. La compañía rectora obtiene ganancias superiores, fijando las condiciones de adquisición de los insumos provistos por sus abastecedores.
En las cadenas ya opera un circuito unificado de precios y ganancias medias internacionalizadas. Marini sólo observó en las maquilas los anticipos de un mecanismo que remodela toda la dinámica del intercambio desigual.
En la etapa actual la generación de plusvalía diverge significativamente de su distribución geográfica. El proceso de transformación de los valores en precios se consuma a escala internacional, acompañando el divorcio entre mercancías producidas en un país y consumidas en otro. La plusvalía gestada con bajos costos en las fábricas de Asia es plasmada en los mercados de Estados Unidos y Europa, bajo la gestión de las empresas transnacionales (Smith, 2010; 246-249). En esta nueva secuencia las transferencias internacionales de valor asumen una escala sin precedentes.
El sentido del trabajo potenciado
Los desplazamientos mundiales de plusvalía que fundamentan la dinámica del intercambio desigual han suscitado fuertes controversias. Algunos autores impugnan su vigencia, señalando que las diferencias entre economías desarrolladas y retrasadas derivan de la existencia de productividades disímiles. Afirman que las horas de trabajo en ambos lugares no son simplemente comprables. El contraste requiere considerar el nivel de complejidad laboral en el centro y el consiguiente gasto superior en formación de la fuerza de trabajo (Astarita, 2010: 140-145).
Esa desigualdad se resume en la noción de trabajo potenciado, que Marx utilizó para caracterizar las modalidades laborales avanzadas. Como la periferia carece de esas calificaciones comercia desde un status diferente, sin generar transferencias en el intercambio de mercancías (Astarita, 2011). Los capitales del centro no sustraen valor de las economías relegadas. Sólo producen mercancías más valorizadas con mejores técnicas y menor cantidad de horas de trabajo (Astarita, 2013b).
En los años 70 los debates sobre este mismo problema se plantearon en otros términos. Bettelheim señaló que era incorrecto comparar los salarios de las distintas economías omitiendo las diferencias de productividad. Pero introdujo esa observación sólo para revisar el alcance del intercambio desigual. Buscó enmendar esa tesis sin invalidarla. Conectó la gravitación de los salarios a sus diferentes productividades, pero en ningún momento cuestionó las transferencias internacionales de valor, en que se asienta el funcionamiento del capitalismo mundial.
Su señalamiento permite entender que el trabajo potenciado no desmiente los desplazamientos internacionales de plusvalía. Simplemente incorpora distintas complejidades del trabajo a una estructura de funcionamiento global, modificando las magnitudes en juego.
El trabajo potenciado es un concepto relevante, en relación al tiempo de trabajo socialmente necesario que rige en cada rama de la producción. El análisis de esa categoría se ubica en ese plano determinante del valor de las mercancías.
Pero los bienes no se intercambian por esas magnitudes, sino en función de los precios de producción que adopta cada producto, al cabo de un proceso de conformación de la ganancia media. Esa dinámica involucra transferencias de valor entre distintas ramas en una circulación intermediada por el dinero. A través de ese eslabón, las mercancías elaboradas con calificaciones diferentes y productividades diversas quedan convertidas en unidades intercambiables.
En este segundo terreno de transferencias de plusvalía se sitúa el estudio del intercambio desigual. A esa escala del mercado mundial y de la totalidad de las mercancías, no existe ninguna incompatibilidad con los parámetros del trabajo potenciado, que definen previamente el valor de las mercancías en cada sector.
Esta diferencia de niveles analíticos ha sido subrayada por los investigadores, que recuerdan por qué razón la noción de trabajo potenciado fue introducida en el primer tomo de El Capital. Allí se indaga la formación del valor de las mercancías.
En las observaciones sobre el mercado mundial añade otro concepto, para resaltar las diferencias existentes entre productos gestados con disímiles niveles de acumulación. A esa brecha alude con el concepto de remuneración internacional diferenciada del trabajo más productivo (Machado, 2011). Esta segunda categoría -situada en un plano más empírico-concreto- fue el punto de partida de los debates sobre el intercambio desigual.
En un ejemplo contemporáneo de estas distinciones, se podría señalar que el trabajo potenciado se verificó cuando Microsoft desplazó a IBM. Allí fijó un nuevo parámetro de valor en el universo informático. La dinámica de transferencias de plusvalía se observó en cambio en otro plano y a otra escala, cuando la misma empresa absorbió valor -en concepto de renta tecnológica- a múltiples firmas de distintos sectores. El despegue del índice NASDAQ en Wall Street ilustró esa captación.
En esta segunda dimensión y en la órbita internacional se ubica la problemática inicialmente estudiada por el intercambio desigual. Comenzó a conceptualizar los flujos internacionales de plusvalía provenientes de las economías retrasadas. Esos países exportan bienes elementales y participan en tareas básicas de la fabricación internacionalizada de las mercancías. El trabajo potenciado es un componente y no una refutación de ese proceso.
Monopolio y dualidad del valor
Los cuestionamientos a las transferencias internacionales de valor -postuladas por el dependentismo- se basan también en la relevancia asignada a los monopolios. Los críticos estiman que la gravitación otorgada por esa escuela, a las grandes empresas en la determinación de los precios, divorcia a esas cotizaciones de la lógica objetiva de la ley del valor (Astarita, 2014a).
Pero esa incidencia de los monopolios sólo es concebida con duraciones transitorias, a favor de las firmas que detentan un relativo dominio del mercado. Como tarde o temprano enfrentan la competencia de otras compañías del mismo peso, no pueden eternizar su control. Reconocer la capacidad de los monopolios para multiplicar beneficios en segmentos diferenciados, no entraña ningún desconocimiento de la ley del valor. Sólo se registra otra esfera de funcionamiento de ese principio.
Marini siempre estuvo más próximo a los pensadores marxistas que resaltaban esa dinámica de competencia diferenciada entre monopolios (como Mandel). Mantuvo más distancias con los teóricos que subrayaban la capacidad de las grandes firmas para manejar los precios en forma descontrolada (como Sweezy).
Quienes, por el contrario, adoptaron la acertada crítica de varios economistas a la magnificación de los monopolios (como Shaik), ahora se ubican en al extremo opuesto. Niegan la evidente existencia de gigantescas corporaciones que obtienen ganancias extraordinarias en ciertos mercados, a costa de las compañías de menor envergadura.
Los monopolios logran beneficios extraordinarios por su peso dominante. Pero a largo plazo, no pueden sustraerse de los principios que rigen la conformación de todos los precios, bajo el impacto combinado de la productividad y las necesidades sociales. El primer factor incide en esa valoración a través del tipo de empresas predominantes en la oferta de cada sector. El segundo influye mediante el perfil que asume la demanda (Rosdolsky, 1979: 101-125).
Si por ejemplo una rama está ascendiendo (calzado deportivo), habrá lugar para las firmas de menor y mayor productividad, mientras que en el caso inverso (sombreros) tenderán a subsistir sólo las más eficientes. El cruce de ambos procesos genera los premios y castigos del mercado, a las empresas que economizan o derrochan trabajo social (Katz, 2009: 31-60).
Las grandes compañías suelen obtener beneficios superiores al promedio por su primacía en la innovación (rentas tecnológicas) o por su control de la oferta de un bien escaso (renta natural). Pero sólo preservan esas plusganancias durante el lapso que limitan la competencia en el sector hegemonizado y aprovechan la vigencia de necesidades sociales amoldadas a la demanda de sus mercancías. Ambos determinantes condicionan los precios finales de todas las mercancías (Mandel, 1985: 209-216).
Esta caracterización de la dimensión dual del valor no sólo clarifica las singularidades y límites de los monopolios. También resalta la gravitación del mercado, en el reconocimiento ex post del trabajo incorporado a las mercancías. Esta última dimensión clarifica la existencia de crisis específicas de realización del valor.
Marini estudió este tipo de problemas derivados de la doble faceta de las mercancías. Indagó la pirámide de los monopolios, los desequilibrios de la demanda y las crisis generadas por la estrechez del consumo en la periferia (Marini, 1979: 18-39).
Adscribió a una tradición de la economía marxista, que discrepa con las vertientes exclusivamente centradas en el análisis del valor en la esfera de la producción. Ese enfoque cuantifica a esa variable sólo en el ámbito inicial de generación de la plusvalía. Subraya en forma insistente la gravitación asignada por Marx a la lógica de la explotación y deduce todas las contradicciones del capitalismo de lo ocurrido en esa esfera. Con esa óptica descalifica los desequilibrios localizados en el plano de la demanda.
La crítica al dependentismo está enraizada en esta vieja interpretación “tecnológica” del valor, que algunos analistas han objetado recientemente (Solorza; Deytha, 2014). Con ese fundamento conceptual es muy difícil captar las singularidades de las economías periféricas que investigó Marini.
Incomprensión del subdesarrollo
Las transferencias de valor aportan el sustento teórico para evaluar cómo se canaliza la plusvalía entre las distintas fracciones burguesas de la periferia. Si se desconoce esta dimensión, resulta imposible entender la forma que asumen los conflictos distributivos, en países periódicamente afectados por esas pugnas. Un ejemplo de ese tipo fue la disputa con los agro-sojeros de Argentina en el 2008.
Se afirma que esa indagación oscurece la contradicción central entre el capital y el trabajo (Astarita, 2009b). Pero en los hechos ocurre lo contrario. Clarifica el escenario de ese antagonismo social, al situarlo en el marco de las tensiones que acosan a los opresores. Ninguna acción política de los asalariados es efectiva si se ignoran los conflictos por arriba.
Esa gravitación de los choques entre dominadores es desconsiderada como un desvío de la atención prioritaria en el proletariado. Se estima que esa deformación es propia del “marxismo nacional y popular”, que postula caminos de convergencia del antiimperialismo con el socialismo (Astarita, 2014a). La teoría marxista de la dependencia es visualizada como una expresión suprema de ese desacierto.
Pero esa actitud cierra todas las posibilidades de participación en las luchas populares de América Latina, promoviendo estrategias de radicalización para avanzar hacia el logro de las metas anticapitalistas.
El rechazo de esta intervención política corona las dificultades teóricas para explicar el subdesarrollo. Al objetar la existencia de transferencias de valor de la periferia al centro queda obstruida la comprensión de la estratificación global. La relativa estabilidad histórica de esa fractura se convierte en un enigma irresoluble.
La simple constatación de mayor productividad en las economías avanzadas, no explica la reproducción de esa brecha en un sistema regido por la competencia. Las tesis antidependentistas rehúyen estos dilemas.
A lo sumo evalúan el origen histórico de las asimetrías de desarrollo, señalando el lugar que ocupa cada país en la división internacional del trabajo (Astarita, 2013c). También recuerdan la herencia legada por los sistemas pre-capitalistas y el rol jugado por las distintas burguesías (Astarita, 2004: cap 8). Pero esas observaciones se limitan a describir la polarización de la acumulación a nivel mundial, sin esclarecer los mecanismos de esa fractura.
El problema no radica en lo ocurrido durante el surgimiento del capitalismo, sino en lo sucedido a posteriori. El proceso contemporáneo de subdesarrollo y su continuidad requieren alguna explicación. Frente al silencio de sus críticos, la teoría marxista de la dependencia ofrece una interpretación basada en las transferencias de plusvalía.
Ciclos de las materias primas
La escasa participación de Marini en los debates sobre el intercambio desigual probablemente obedeció a su peculiar uso de ese concepto. Lo utilizó como simple fundamento de la adversidad estructural padecida por la economía latinoamericana. Identificó esa asimetría con el deterioro de los términos de intercambio (Marini, 1973: 24-38).
Ese principio era el cimiento indiscutido de muchos enfoques de la época. La desvalorización perdurable de las exportaciones primarias era atribuida por la CEPAL, a la estructura socio-económica de la periferia. Estimaba que en las metrópolis las ganancias y los salarios crecían por encima de la productividad (manteniendo elevados los precios industriales), mientras que en su contraparte agro-exportadora prevalecía un proceso opuesto (Prebisch, 1986).
Marini compartía esa conclusión pero no la interpretación institucionalista. Explicaba la depreciación de los bienes primarios por la dinámica objetiva de la acumulación a escala internacional. Describía cómo las inversiones externas facilitaban la apropiación de los recursos de la periferia y atribuía esa exacción a la subordinación de los países retrasados. Pero este acertado diagnóstico no esclarecía los mecanismos que desvalorizaban a las materias primas.
Una influyente pista para resolver ese enigma fue aportada por los primeros estudios de transferencia de la plusvalía entre regiones avanzadas y retrasadas de Europa (Howard; King, 1992: 189-2000). Esta caracterización contrastaba con la simple identificación desarrollista de las adversidades del intercambio con la implementación de erróneas políticas económicas.
En pleno auge de estas visiones apareció el primer cuestionamiento al principio de inexorable depreciación de las exportaciones primarias. El encarecimiento del petróleo que acompañó a la irrupción de la OPEP suscitó esa crítica, en medio de un gran atesoramiento de divisas por parte de las retrasadas economías de Medio Oriente.
Este episodio involucraba a una materia prima muy peculiar y enriquecía a pocos países. Pero la objeción conceptual al deterioro de los términos de intercambio se afianzó con cuestionamientos empíricos a la tesis Prebish. Los críticos ejemplificaron con el caso de Estados Unidos, la ausencia de total automaticidad entre agro-exportación y subdesarrollo (Bairoch, 1999: 234-236).
Entre los marxistas comenzó también una reconsideración de la especificidad de los productos básicos. Dada su dependencia de la naturaleza, esos insumos difieren de sus pares fabriles por la menor flexibilidad a la innovación tecnológica y al consiguiente incremento de la productividad. Por eso tienden a encarecerse suscitando procesos reactivos de industrialización de las materias primas (Grossman, 1979: 269-290). Esas oleadas de inversión generan sustitutos, como ocurrió por ejemplo con el caucho sintético, cuando la demanda automotriz apreció a su precedente natural.
Aunque el deterioro de los precios se verifica en un gran número de productos básicos, la dinámica prevaleciente en el sector está dictada por un patrón cíclico de cotizaciones. Esa fluctuación amolda la comercialización de esos bienes al doble proceso de presiones encarecedoras y reacciones de abaratamiento.
Aplicando este criterio, algunos estudios retrataron los ciclos históricos de las materias primas. La apreciación inicial (1820-73) fue sucedida por dos picos ascendentes en la primera mitad del siglo XX y un tercero determinado por los shocks petroleros (1970-80). En todos los casos se registraron oleadas de inversión en la actividad primaria para revertir esos aumentos (Mandel, 1978: cap 3). Este esclarecimiento de la especificidad de los insumos básicos indujo a revisar otra noción clave para las economías periféricas.
La reintroducción de la renta
Las modalidades de la renta agro-minera despertaron poca atención en el dependentismo. Fueron en cambio estudiadas por el endogenismo marxista para comprender el atraso latinoamericano. El grueso de esos análisis presentaba a ese excedente como un “resabio feudal”.
Marini rechazó esa caracterización objetando la subsistencia de formas de exacción pre-capitalista. El trasfondo de la controversia era político. El pensador brasileño propiciaba un proceso socialista ininterrumpido, contrapuesto al proyecto de erradicar las “rémoras del feudalismo” con alguna variante de “capitalismo progresista”.
Estos imprescindibles debates igualmente oscurecieron la enorme gravitación de una renta totalmente capitalista. Esa categoría había perdido interés en el grueso del planeta desde principio del siglo XX por su decreciente peso en las economías avanzadas. La participación de la renta en el ingreso nacional de Inglaterra declinó del 30% (1688) al 20% (1801) y luego del 14% (1855), al 12% (1900) y 6% (1963) (Baptista, 2010: 16-20). Por esa menguada influencia se suponía que carecía de efectos significativos sobre los precios. La mecanización agrícola de posguerra consolidó esa impresión.
Pero la renta recobró interés a partir de los años 80. Ese resurgimiento confirmó que las actividades dependientes de la naturaleza nunca se transforman en sectores industriales corrientes. El detonante del giro fue el shock petrolero y la apreciación posterior de ciertos metales. El reciente “superciclo de las materias primas” reforzó la curiosidad por la renta. La demanda china valorizó en las últimas décadas todos los productos básicos y generó un récord de cotizaciones de los insumos alimenticios, energéticos y minerales.
La discusión sobre las peculiaridades de una remuneración a la propiedad de los recursos naturales ha resurgido a pleno. Los economistas clásicos habían captado en el siglo XIX los mecanismos de esa renta, sin comprender su contenido social. Marx esclareció esos cimientos en la plusvalía y señaló que el excedente no emerge espontáneamente de la naturaleza. Se nutre del trabajo no remunerado a los asalariados y es acaparado por los dueños de la tierra, cuando pueden ejercer su monopolio territorial (Marx, 1973: T 3-209-216).
Pero el sustento de la renta en la plusvalía constituye tan sólo un principio genérico, que no define su forma de sustento en la explotación de los trabajadores. Algunos enfoques identifican ese soporte con la plusvalía extraordinaria generada por los asalariados de la propia actividad primaria. Otras miradas sitúan el origen de ese lucro, en porciones de la plusvalía extraída a los trabajadores industriales, y transferida a los dueños de la tierra.
Las dos caracterizaciones coinciden en actualizar los criterios establecidos por Marx para evaluar el monto y duración de la renta. El precio de los bienes agrícolas queda fijado por su costo de producción más la ganancia media del terreno (o la inversión) de menor rendimiento. Los dueños de los predios restantes obtienen una renta creciente y acorde a la fertilidad o localización de sus propiedades. La magnitud del lucro depende de los precios de los productos primarios, puesto que su elevación acrecienta las ventajas de los poseedores de los mejores terrenos.
La renta queda definida por estas singularidades y oscila con la apetencia o desinterés que rodea a cada valor de uso. Algunas mercancías son demandadas en forma estable durante prolongados períodos por su función en la alimentación (trigo) o la energía (uranio). Otras sufren abruptas declinaciones por la aparición de sustitutos (azúcar). Ciertos productos protagonizan recurrentes vaivenes (petróleo) y otros sorpresivos despuntes (litio). Los reemplazos gestados en los laboratorios se expanden a gran velocidad, pero nunca pueden vulnerar la peculiar conexión de esos productos con la naturaleza.
Al igual que el grueso de los economistas de su época, el dependentismo no estudió esas peculiaridades de la renta. La continuidad de esa omisión es muy problemática en una etapa de capitalismo neoliberal, centrado en la devastadora explotación de los recursos naturales.
Renta imperialista
La prioridad que tiene el usufructo de la naturaleza para las grandes empresas es registrada por el nuevo concepto de extractivismo. Ese término resalta la destrucción del medio ambiente que imponen las reglas del capitalismo contemporáneo.
Esa virulencia es impactante en la actividad minera que dinamita montañas, disuelve rocas con compuestos químicos y derrocha el agua requerida para la agricultura. El efecto de esa calamidad es la desaparición de los glaciares andinos, la sabanización de la cuenca amazónica y la inundación de las costas.
La altísima rentabilidad de las materias primas ha introducido a ese ámbito en el sofisticado universo de las transacciones financieras. También se han multiplicado las intensas disputas por la captura de las ganancias en juego. Las ventajas logradas por cada competidor no dependen exclusivamente de su capacidad tecnológica o astucia comercial. El peso geopolítico de las distintas potencias se ha tornado decisivo para ejercitar el control efectivo de los territorios apetecidos.
En el mapa del petróleo, los metales, el agua y las praderas flamean las banderas de las principales economías desarrolladas. Algunos teóricos han acuñado el acertado concepto de renta imperialista, para graficar la forma que actualmente asume la apropiación de esas riquezas. Las grandes compañías operan con la estratégica protección de sus estados (Amin, 2011: 119-126).
La renta imperialista es un término que polemiza con la difundida denigración de los “estados rentistas” de la periferia. Los neoliberales utilizan esa denominación para descalificar a los países subdesarrollados. Justifican el saqueo perpetrado por las firmas transnacionales, con hipócritas críticas a la corrupción imperante en esas regiones.
El escandaloso pillaje en curso de África y América Latina presenta ciertas semejanzas con los precedentes descriptos por Lenin a principio del siglo XX. La renta es ambicionada por las clases dominantes del centro y la periferia, en un marco de luchas sociales que definen su eventual captación por los sectores populares. El análisis de ese excedente en estos términos permite superar la estrechez economicista, que suele desconocer la peculiar dependencia de esos recursos de la fuerza política de sus captores.
Marx remarcó esa especificidad en su tratamiento de la renta agraria. Luego de exponer sus variadas modalidades económicas, atribuyó el destino de ese ingreso al desenlace de conflictos políticos. Explicó en esos términos los choques de la burguesía con los terratenientes, que en Inglaterra se zanjaron con la importación de trigo. Con el mismo razonamiento analizó esa crisis en Francia. En los dos casos situó el eje de la explicación en la arena de la lucha de clases (Amin, 2011: 81-82).
Este abordaje ilustra la gravitación de la dimensión política en cualquier reflexión sobre la renta. Por el carácter estratégico de los recursos ansiados la batalla por su apropiación incluye confrontaciones de gran porte. Por la misma razón los distintos estados pueden jugar roles protagónicos como administradores, empresarios o propietarios de ese ingreso. Esos atributos les permiten retener, drenar o absorber la renta. El arbitraje de cada estado puede definir cuáles son los sectores sociales favorecidos por su distribución.
La renta imperialista no sólo es una noción compatible con la teoría marxista de la dependencia. Remarca además la especificidad del concepto frente a la ganancia, facilitando la separación de ambas categorías. Su incorporación al pensamiento dependentista contribuye a la actualización de ese paradigma.
La renta internacional
Una interpretación particular de la economía argentina postula que ese país ha sido perceptor de una renta diferencial a escala internacional. Esa noción surgió en los años 60 destacando que los precios de los granos exportados se fijaban a nivel mundial. Señaló que el lucro embolsado por los terratenientes constituía una transferencia de plusvalía gestada en los países importadores de esos alimentos.
Esta mirada subrayó la especificidad de una renta asentada en fertilidades excepcionales y no en la explotación de la mano de obra, como ocurría en las plantaciones tropicales (Flichman, 1977: 15-80). El significado teórico de este nuevo concepto fue poco desarrollado por sus creadores y estuvo desconectado de la problemática de la dependencia. Fue sólo utilizado para esclarecer las causas del estancamiento agrario argentino e inspiró interpretaciones de la conducta conservadora de los latifundistas.
La misma tesis fue posteriormente perfeccionada para explicar los enormes ingresos receptados por Argentina desde fines del siglo XIX. Como el grueso de la producción agraria se exportaba con costos inferiores al resto del mundo, el país absorbía ganancias extraordinarias gestadas fuera de su espacio nacional. La venta de alimentos que abarataban la reproducción de la fuerza de trabajo europea generaba esa elevada renta de los terratenientes (Iñigo Carrera, 2015: 710-740).
Pero este enfoque también señaló que la captación local de ese excedente se diluyó por su recaptura a manos de las empresas extranjeras. La renta refluyó hacia los frigoríficos, bancos y ferrocarriles ingleses que controlaban y financiaban la comercialización externa del trigo y la carne (Iñigo Carrera, 2017). La plusvalía apropiada por la clase dominante argentina fue re-apropiada por sus competidores británicos. Ese mismo circuito fue posteriormente recreado por los capitalistas estadounidenses que sustituyeron al declinante imperio británico.
La misma interpretación es aplicada al contexto actual. Se destaca que los enormes cambios registrados desde los años 60, no han alterado la vieja dinámica de rentas internacionales que afluyen y se desvanecen con la misma velocidad.
Se estima que ese mecanismo sobrevivió a la enorme mutación del agro. El boom de la soja reemplazó el estancamiento de la producción cárnica y cerealera, los latifundistas se convirtieron en empresarios y los chacareros se transformaron en contratistas. Toda la actividad se capitalizó con sofisticadas modalidades de siembra directa y semillas transgénicas.
Pero los teóricos de la renta internacional resaltan que esa modernización no alteró el viejo mecanismo de neutralización del excedente. El saldo favorable de la agro-exportación queda contrarrestado por el déficit comercial de una industria más concentrada, extranjerizada y subsidiada. El endeudamiento continúa absorbiendo el grueso de las divisas, en una economía dolarizada por la inflación, la frecuencia de la crisis y la localización externa del patrimonio de los acaudalados.
Esta presentación de repetidas secuencias de ingresos y salidas de rentas internacionales ha suscitado controversias, sobre la consistencia de esta tesis con el pensamiento de Marx (Astarita, 2009a, Mercatante, 2010). Pero desde una óptica dependentista este enfoque podría ser interpretado como una variante del ciclo estudiado por Marini. Como la captación inicial de divisas por parte del agro se esfuma luego en la industria y las finanzas, Argentina afronta una estructural pérdida de recursos. Sin deterioro inicial de los términos de intercambio se verifica el status subrayado por la teoría de la dependencia.
Los mentores de la renta internacional rechazan esa eventual convergencia y contraponen explícitamente su tesis al dependentismo. Cuestionan todos los términos utilizados por esa tradición para caracterizar el retraso del país. Objetan la presencia de una “economía deformada”, la existencia de un “drenaje de recursos” y el uso de las nociones “intercambio desigual” e “imperialismo” (Iñigo Carrera, 2015: 739-740). ¿Es válido ese contrapunto?
Incompatibilidades forzadas
Los intérpretes de la renta internacional cierran los ojos ante la evidente familiaridad de sus descripciones con el enfoque descalificado. Ambas tesis resaltan la centralidad de los desplazamientos mundiales de plusvalía y describen cómo esos movimientos obstruyen el desarrollo de las fuerzas productivas. Es cierto que el dependentismo ignoró la renta en los años 70, pero ninguna teoría debutó sin lagunas. Lo importante es registrar si esa carencia desmiente a Marini o si es coincidente con su concepción.
La compatibilidad entre ambos enfoques ha sido expuesta en una reciente comparación (Lastra, 2018). Ese análisis destaca la relevancia asignada por las dos teorías a las transferencias de valor. El primer enfoque estudia los movimientos de la plusvalía y el segundo los desplazamientos de la renta. Otros estudiosos de la obra de Marini han incorporado también variantes de la renta a su concepción (Carrizalez; Sauer, 2017).
La forzada contraposición (Iñigo Carrera, 2017: xi-xviii) cuestiona en cambio a los autores (Laclau, 1973), que esbozaron miradas dependentistas de la renta internacional. Estos últimos planteos apuntalaron la síntesis marxista posterior entre el endogenismo marxista y la teoría de la dependencia.
En lugar de profundizar esa confluencia se postula una oposición, que divorcia la renta de otras obstrucciones semejantes al desenvolvimiento latinoamericano. Se ignora que las modalidades de esa sofocación son secundarias, frente al trasfondo del problema que es el subdesarrollo. La teoría de la renta internacional por sí misma aporta tan poco, como la simple descripción de un ciclo dependiente o de una corriente de pagos financieros.
El interés de esos procesos radica en su esclarecimiento del atraso regional. Si no generan en Argentina, Colombia o Bolivia un efecto diferente a Suiza, Estados Unidos o Japón deben ser observados como simples rasgos de la economía. Si por el contrario potencian la perpetuación de las distancias con los países avanzados, corresponde integrarlos a alguna teoría de la dependencia.
La negativa a registrar esa convergencia conduce a una mirada ambigua sobre el efecto final de la renta. Se remarca que obstaculiza la acumulación sostenida de capital, pero se rechaza su incidencia sobre el subdesarrollo. Se describe cómo ingresa y sale del país, pero se objeta la existencia de una sangría estructural de divisas. Este tipo de indefiniciones ha sido señalada por varios autores (Anino; Mercatante, 2009). Es una consecuencia de absolutizar la renta en desmedro de otros procesos, que tienen los mismos efectos sobre la regresión estructural de la economía argentina.
Si sólo se mira el movimiento de la renta, el árbol tapa al bosque y la excepción oscurece el resultado final. Se olvida que en la propia tesis de la renta internacional, la absorción inicial de valor por parte de los exportadores primarios queda neutralizada por la dinámica posterior del capitalismo dependiente. Marini desconoció la renta, pero sus críticos la desconectan de las contradicciones esclarecidas por el pensador brasileño. Por eso divorcian el concepto de las desigualdades entre el centro y la periferia.
La consecuencia de ese razonamiento es un posicionamiento político antidependentista. Los intérpretes de la renta internacional impugnan cualquier confluencia del antiimperialismo con el socialismo. Esta mirada propicia abordajes analíticos centrados en la “unidad mundial del capitalismo”, que son contrapuestos a todas las variantes del nacionalismo (Kornblihtt, 2017). Ese enfoque sólo reivindica afinidades con el internacionalismo proletario (Iñigo Carrera, 2008: 27). Esa actitud desconoce todos los antecedentes de confluencia de ambas tradiciones en la historia latinoamericana.
Pero en cualquier interpretación es evidente que esas controversias sólo pueden procesarse a través de la acción política. Por eso los teóricos marxistas de la dependencia conectaron desde muy temprano su concepción con la estrategia socialista de la revolución cubana. Sus críticos prefieren optar por razonamientos abstractos, reflexiones puramente económicas y evaluaciones filosóficas ancladas en el lenguaje dialéctico. Con esa lejanía de la lucha de clases resulta imposible comprender y actuar en la realidad latinoamericana.
El contraste con Venezuela
Los estudios de la renta petrolera (o minera) son actualmente muy gravitantes. Es probable que resulten más decisivos para la actualización de la teoría de la dependencia que los centrados en la esfera agrícola. Ambas indagaciones difieren en varios planos.
La renta petrolera opera con un caudal de reservas limitadas y fechas estimadas de agotamiento. Se nutre de un tipo de extracción de gran incidencia para el funcionamiento del capitalismo. Incluye, además, barreras de ingreso y costos de explotación muy superiores a los imperantes en el agro. En el universo de la energía el elemento diferencial está determinado por la calidad, la proximidad y las condiciones de explotación de cada yacimiento.
La presencia dominante del estado es también muy superior. La propiedad privada ya no obstruye la inversión como ocurría en el agro. La renta absoluta -que percibían de los latifundistas por su monopolio territorial- carece de incidencia en la extracción de combustible.
En todos los países latinoamericanos el petróleo quedó bajo la gestión integral del estado. En el relevante caso de Venezuela, la renta que a principio del siglo XX disputaban las compañías extranjeras y los terratenientes fue paulatinamente estatizada, mediante acciones impositivas. La nacionalización de 1976 reforzó esa tendencia, que incluyó la creación de una empresa estatal (PDVSA) en todos los eslabones de la actividad (Mommer, 1999).
La estimación de la renta petrolera tampoco afronta las dificultades de su par agrario. Los contratos estadounidenses -adoptados como referencia de las transacciones mundiales- discriminan ese concepto de los impuestos y los beneficios. Esa codificación facilitó el cálculo del excedente, cuando las compañías dominantes (“siete hermanas”) perdieron el control del mercado. Allí comenzó la disputa por la renta entre el cartel productor (OPEP), su adversario importador (AIEA) y las firmas intermediarias.
Al igual que sus colegas argentinos, los marxistas venezolanos disintieron en la conceptualización de ese excedente. Quienes lo caracterizaron como una renta internacional, describieron la magnitud de las divisas ingresadas y su canalización posterior hacia el pago de las importaciones. Señalaron que el intercambio favorable inicial quedó totalmente neutralizado, en un país carente de producciones propias significativas (Mommer, 1998: 305-310).
La dilapidación de divisas consolidó en Venezuela un modelo de capitalismo rentista más vulnerable que el modelo argentino. El consumismo improductivo y la ineficiencia de la gestión pública han obstruido la gestación de la endeble industria que emergió en el Cono Sur.
Pero a diferencia de Argentina, este análisis de la renta internacional no fue contrapuesto por el dependentismo. Al contrario, se concibió al capitalismo rentista como una variante del capitalismo dependiente (Trompíz, 2013). Con esos fundamentos se analizó el endeudamiento y las crisis periódicas (Mora Contrera, 1987).
Esta mirada combinada de renta internacional y dependentismo tuvo su traducción en el plano político. Permitió constituir una vertiente de confluencia con el chavismo, para apuntalar el empalme del antiimperialismo con el socialismo. Ese desemboque contrasta con lo ocurrido en Argentina y demuestra las ramificaciones factibles de una matriz dependentista.
Miradas totalizadoras
Marini postuló una interpretación integral de las causas del subdesarrollo, enriqueciendo la tradición forjada por varios pensadores anticapitalistas. Absorbió además ideas innovadoras de otras corrientes. Se distanció de las tesis convencionales que involucionaron adoptando planteos liberales y mantuvo controversias con vertientes afines, que se zanjaron en una confluencia.
Esa trayectoria indica un camino para la renovación de las tesis dependentistas. La renovación exige comprender la nueva etapa neoliberal del capitalismo mundializado, modificando conceptos insuficientes e incorporando tesis faltantes.
La teoría del valor es el principio ordenador de ese replanteo. Explica cómo la globalización productiva asentada en la explotación de los trabajadores, remodela las fracturas entre el centro y la periferia mediante transferencias de plusvalía. La omisión de este mecanismo impide a los críticos del dependentismo comprender la lógica del subdesarrollo.
Reintegrar la teoría del valor a la explicación de la dependencia es también vital, para desentrañar el esqueleto oculto del capitalismo actual. No hay una mano invisible que guía a los mercados, ni tampoco una sabia institución estatal que timonea la economía. El cimiento del sistema es una competencia por beneficios surgidos de la explotación, que multiplica el lucro de las minorías y el sufrimiento de las mayorías. La misma indignación y rebeldía que en el pasado impulsó el estudio del subdesarrollo orienta su investigación actual.
28-5-2018
Claudio Katz es economista, investigador del CONICET, profesor de la UBA, miembro del EDI. Su página web es: www.lahaine.org/katzlaudio
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