Werner Bonefeld “La economía libre y un estado fuerte: notas sobre el Estado”:


23/12/2014
Herramienta
newcapitalistpyramidnt
I

El neoliberalismo llego definitivamente a
su fin cuando estalló la crisis del 2008
(Ceceña, 2009: 33).
Tradicionalmente, se considera que el neoliberalismo emergió como secuela de la profunda crisis de principios de la década de 1970. De acuerdo con Altvater, por ejemplo, “comenzó con el fin del sistema de Bretton Woods de tasas de cambio fijas en 1973 y la consecuente liberalización de los mercados financieros en la Gran Bretaña de Margaret Thatcher” (2009: 73). Al neoliberalismo se lo asocia con un régimen específico de acumulación capitalista, caracterizado por el dominio del capital financiero sobre el capital productivo.[1]En general, al neoliberalismo se lo asocia también con un Estado débil que es incapaz de resistirse a las fuerzas del mercado. O sea, el Estado neoliberal funcionaría como un Estado que facilita al mercado.
Se dice que el régimen neoliberal de acumulación se terminó en 2008, cuando la banca “no dudó en ‘traer de vuelta al Estado’ de un modo aún más radical que en la época keynesiana”. Una vez que regresó el Estado, el capitalismo neoliberal se transformó en una “especie de ‘socialismo financiero’” (Ibíd.: 79, citando a Sennet). Esta especie de socialismo socializa las pérdidas financieras, garantiza la “deuda tóxica” y asegura las ganancias privadas, y para equilibrar los balances, ataca las condiciones de vida de los trabajadores. Equivale a una enorme redistribución de riquezas desde el trabajo al capital. El socialismo financiero ilustra muy bien la opinión de Marx sobre el Estado capitalista como el comité ejecutivo de la burguesía. Sin embargo ¿qué significa “traer de vuelta al Estado”? ¿Realmente había quedado “afuera” durante el llamado régimen neoliberal de acumulación?
La idea de que el Estado ha sido “traído nuevamente” sugiere un Estado que resurge, que ha recuperado en alguna medida el control sobre el mercado. Esta opinión implica una concepción del mercado y del Estado como dos modos distintos de organización social y la pregunta recurrente en esta concepción es si el mercado tiene autonomía frente al Estado o si el Estado tiene autonomía frente al mercado. No se plantea la constitución social del Estado y del mercado como formas distintas de relación social. Siguiendo a Clarke (1992), en este ensayo sostendremos que el Estado capitalista es fundamentalmente un Estado liberal. Esta concepción implica a la clase como una categoría determinante de su forma y de su contenido.
II

Lo que se necesita es […] una fuerza
coercitiva, honesta y organizada
 (Wolf, 2001).
Por más que la respuesta política a la crisis de 2008 haya sido variada, el neoliberalismo que surgió durante la década de 1980 no implicaba un Estado débil, sino un “Estado fuerte”. Por eso, el libro de Andrew Gamble sobre el periodo de Thatcher se titulaba muy apropiadamente La Economía Libre y el Estado Fuerte, refiriéndose evidentemente a la concepción ordoliberal de la relación entre el Estado nacional y la economía global.[2] Susan George (1988) caracterizó la década de los ochenta como una época en la que se privatizaba todo, salvo las pérdidas, que fueron socializadas por medio del endeudamiento y las reformas represivas del mercado laboral y del Estado de bienestar. Ernest Mandel (1987) caracterizó a la economía política de los años ochenta como un “keynesianismo militar”; un keynesianismo que refinanciaba un sistema financiero al borde de la catástrofe, en vista de la crisis de los deudores de entonces y a la arriesgada exposición de las deudas. Su rescate tomó la forma de un financiamiento pro-cíclico del déficit global, basado en el dólar norteamericano, la expansión del complejo industrial- militar, la privatización y la desregulación financiera. El keynesianismo militar intentó equilibrar los balances tomando dinero del bolsillo de los trabajadores y atacando sus condiciones de vida. La redistribución de la riqueza desde el trabajo hacia el capital fue tan evidente que a principios de los noventa “cerca de los dos tercios de la población mundial habían ganado muy pocas ventajas, si es que alguna, por el rápido crecimiento económico. En el “mundo desarrollado”, la cuarta parte más baja de los asalariados sólo ha visto un derrame hacia arriba en vez de un derrame hacia abajo” (Financial Times, 24 de diciembre de 1993). Esta cuarta parte ha crecido desde entonces, hasta incluir a más de la mitad de la población mundial, creando una brecha sin precedentes en los ingresos, a escala nacional y a escala global.[3]
El “keynesianismo militar” sostuvo al capitalismo sobre la base de una acumulación de riquezas potencialmente ficticias. La deuda se expandió a tal punto que, según el Financial Times (27 de septiembre de 1993), el FMI temía, a principios de la década de 1990, “que la amenaza de la deuda se está mudando hacia el norte. En estos días es el crecimiento de la deuda del primer mundo y no la crisis crónica de África lo que no permite conciliar el sueño a los funcionarios del FMI”. Frente a las crisis recurrentes desde 1987,[4] y los diversos pánicos de los mercados de valores, los EE.UU. emergieron como el mayor país deudor. Magdoff y otros (2002) afirmaron que para 2002, la deuda privada extraordinaria era dos veces y cuarto el PBI, mientras que la deuda extraordinaria total –la privada más la gubernamental– se acercaba a tres veces el PBI. El gasto del déficit mantuvo a la economía global que pasó a depender completamente de una montaña de deudas.
A lo largo de los últimos 30 años, la acumulación de riqueza potencialmente ficticia en forma de dinero, y el control coercitivo de los trabajadores, desde la servidumbre de la deuda hasta las nuevas expropiaciones de tierras y expulsiones a campesinos, desde la desregulación de condiciones de vida hasta la privatización del riesgo, todo se ha juntado. En el contexto de una economía global plagada por las deudas y amenazada por el colapso de éstas, Martin Wolf decía que para garantizar al capital global hacían falta Estados más fuertes. Como lo dijo en relación al llamado Tercer Mundo, “lo que se necesita no son aspiraciones piadosas, sino una fuerza coercitiva honesta y organizada” (Wolf, 2001). En relación al mundo desarrollado, Soros (2003) sostenía, y con razón, que el terrorismo no sólo proporcionaba la legitimación ideal, sino también el enemigo ideal para la protección coercitiva sin trabas de las relaciones del mercado libre abrumado por la deuda “porque es invisible y no desaparece nunca”. La premisa de una política de la deuda es la acumulación en curso de “máquinas humanas” sobre las pirámides de la acumulación. Su ciego entusiasmo por el saqueo exige una fuerza coercitiva organizada para sostener la enorme hipoteca sobre el ingreso futuro en el presente. La demanda de Wolf de un Estado fuerte no contradice al neoliberalismo. El neoliberalismo no exige la debilidad al Estado. El laissez faire no es ninguna “respuesta a los disturbios” (Willgerodt y Peacock, 1989: 6). En realidad, el laissez-faire es “una descripción muy ambigua y engañosa de los principios sobre los que se basan las políticas liberales” (Hayek, 1976: 84). O sea que el Estado neoliberal “planifica para la competencia” (ibíd.: 31), y por eso no puede haber libre mercado sin una “policía del mercado” (Rüstow, 1942: 289). Para los neoliberales hay por lo tanto “una relación innata entre la economía y la política” (Friedman, 1962: 8); no sólo requiere el mercado libre un Estado fuerte que lo facilite, sino que también depende del Estado como el garante de la libertad de mercado.
Ahora, el neoliberalismo ha llegado aparentemente a un final aplastante cuando “implosionaron los mercados financieros, causando pérdidas enormes de más de 1.4 billones de dólares” en agosto de 2008 (Altvater, 2009: 75). Renaciendo de sus cenizas, aparece “la nueva era del post-neoliberalismo” (Brandt y Sekler, 2009: 12). El post-neoliberalismo es una respuesta a “los impactos (negativos) del neoliberalismo” (ibíd.: 6) y dicen que su modo específico de organización todavía no está claro. Podría abarcar desde una socialdemocracia a una dictadura militar y desde un keynesianismo radicalizado a una militarización de las relaciones sociales. Sin embargo, otros teóricos, por ejemplo Bayer (2009), ven a China como un ejemplo del post-neoliberalismo. Bayer dice que China tiene éxito, porque se introdujo al mercado sin las políticas neoliberales.[5] Sum (2009) coincide con él, y afirma que los cambios recientes en la estrategia estatal hacia “un socialismo con características chinas” han llevado a la promoción de una “sociedad más armoniosa”, que ella compara con la Venezuela de Chávez. Cualesquiera que sean sus características precisas, básicamente se lo ve al post-neoliberalismo como un rechazo del capitalismo financiero, apoyado por fuerzas sociales que exigen una vuelta al crecimiento económico real y sustentable (véase Brandt y Sekler, 2009, pág. 11-12). El espectro de la próxima era aparece así con la forma del Estado “post-neoliberal” fuerte y capaz, que hace del dinero su sirviente, poniéndolo a trabajar para el crecimiento y los empleos.[6] Se concibe así al Estado post-neoliberal como un Estado poderoso que controla el mercado con una fuerte autoridad estatal, a favor de una acumulación productiva progresiva, creadora de empleos y riqueza.
III
La superestructura es una expresión
de la subestructura
(Benjamin, 1983: 495-6).
Marx presenta su metáfora de la base y la superestructura diciendo que sus investigaciones lo han llevado a la conclusión de que “el conjunto de las relaciones de producción forma la estructura económica de la sociedad, la base real sobre la que se levanta la superestructura jurídica y política y a la que corresponden determinadas formas de la conciencia social” (1981: 8). Dejando de lado la propia convicción de Marx sobre su obra como una crítica de las categorías económicas (ibíd.:10) y en consecuencia de la misma objetividad económica sobre la que se supone que se levanta la superestructura; su metáfora dice que la forma política de la sociedad burguesa, es decir, el Estado, pertenece a la sociedad sobre la cual se desarrolla. Dicho toscamente, el propósito del capital es acumular la plusvalía extraída y el Estado es la forma política de este propósito.
La afirmación de Marx de que la metáfora de la superestructura es resultado de sus investigaciones es poco sincera. Su origen reside en la economía política clásica. William Robertson (1890: 104) resumió muy bien la postura clásica: “en toda investigación sobre las operaciones de los hombres, cuando se unen en una sociedad, deberíamos fijar nuestra atención en su modo de subsistencia. Por lo tanto, cuando éste varia, sus leyes y políticas también deben ser diferentes”. Adam Smith también proporcionó la explicación clásica. Su teoría de la historia es notable, no sólo por el énfasis puesto sobre las fuerzas económicas que abren su camino en la historia hacia la “sociedad comercial”. También es notable por el argumento que afirma que, en cada etapa histórica, la forma política de la sociedad, ya sea que se la conciba en términos de autoridad o de jurisdicción, necesariamente fluye de la condición de la propiedad. Para Smith, la propiedad privada es la consecuencia del desarrollo en la división del trabajo. Esto da origen a una creciente diferenciación social de la sociedad en diferentes clases sociales; y su ampliación aumenta el excedente social que lleva a la expansión de la propiedad privada. Esta expansión sienta los fundamentos para separar al Estado de la sociedad civil en el capitalismo.
Smith determina al Estado como la forma política de la propiedad privada y deduce la finalidad del Estado a partir de las necesidades de la propiedad privada. El Estado debe proteger, mantener y facilitar la ley de la propiedad privada –lo que Marx llamó más tarde la ley del valor–. El economista escocés especifica una serie de funciones estatales indispensables. Además de defender al país contra amenazas externas, debe proporcionar una correcta administración de la justicia para resolver los choques de intereses entre propietarios. Para él, “la justicia […] es el pilar central que soporta a todo el edificio” (1976b: 86). Salvaguarda los derechos del individuo a la libertad y a la propiedad, garantizando la estructura de la sociedad civil. El Estado es indispensable también para proporcionar bienes públicos que se requieren para que funcione el mercado, pero que no pueden ser provistos por el mercado mismo por falta de rentabilidad.[7] Más aún, el Estado está encargado de facilitar la ley de la propiedad privada, por ejemplo, eliminando los diversos impedimentos legales e institucionales, y confrontando aquellos intereses privados que impiden la perfecta libertad del mercado. Esta responsabilidad también implica que el Estado logre la “baratura de las mercancías” (Smith, 1978: 6) facilitando el desarrollo progresivo de la acumulación sobre la base de la productividad laboral aumentada.
Él presenta la lucha de clases entre el capital y el trabajo diciendo que “los salarios dependen del contrato entre dos partes cuyos intereses no son los mismos”. Es decir, “los trabajadores desean recibir mucho, el patrón dar lo menos posible. Los primeros están dispuestos a unirse para aumentar los salarios, los últimos a disminuirlos” (Smith, 1976a: 83). En esta lucha, los patrones tienen una ventaja porque “son menos y se pueden unir mucho más fácilmente (…) [ellos] pueden vivir más tiempo de las reservas que ya han adquirido” (ibíd.: 83-4) y los trabajadores podrían “morir de hambre” (ibíd.: 85). Es comprensible que los trabajadores se rebelen dado que “están desesperados (ibíd.: 84-5). Sin embargo, su acción es imprudente porque “los trabajadores muy rara vez reciben alguna ventaja de la violencia de estas asociaciones tumultuosas” (ibíd.: 85).
Para el autor de Las riquezas de las naciones, el conflicto de clases sólo puede resolverse determinando el verdadero interés del trabajador y este verdadero interés reside en una acumulación progresiva y sostenida. “Los trabajadores hacen bien en no luchar, porque con el aumento del excedente se acumulan los stocks, aumentando el número de trabajadores, y el aumento de los ingresos y de los stocks es el aumento de la riqueza nacional. Con el aumento de la riqueza nacional […] aumenta la demanda de quienes viven de sus salarios” (ibíd.: 86-7). Esto es pues, el famoso efecto del derrame: la acumulación según Smith aumenta la riqueza nacional y “es la causa de un aumento del salario de los trabajadores” (ibíd.: 87). Smith llama a esto “la recompensa liberal por el trabajo”. Una consecuencia de este razonamiento es, por supuesto, que si hay pobres, entonces, indica que “hay un estancamiento” (ibíd.: 91) que requiere la acción estatal para facilitar “la baratura de todo tipo de bienes” (ibíd.: 333). Los propietarios del capital en algunos países podrían recibir tasas de retorno sobre sus inversiones más altas que en otros países, “lo que indudablemente demuestra la redundancia de su capital” (Smith, 1976a: 109). El mantenimiento del capital requiere de un ajuste competitivo y la tarea de facilitarlo “pertenece a la policía” (Smith, 1978: 5).
Según Smith, “la riqueza nacional” y “los trabajadores” se benefician de una acumulación progresiva. Sin embargo, los propietarios del capital tienen una relación ambigua con la acumulación progresiva, porque el aumento del capital, que aumenta los salarios, tiende a una ganancia más baja” (Smith, 1976a: 105). Por lo tanto, los capitalistas podrían tratar de mantener la tasa de ganancias artificialmente, impidiendo la libertad natural del mercado, por ejemplo por medio de fijar los precios o el proteccionismo. Esta afirmación del poder privado “produce lo que llamamos policía. Se considera que cualquier reglamentación que se haga con respecto al intercambio, al comercio, a la agricultura o a las industrias del país, es una tarea de la policía” (Smith, 1978: 5). Es decir, “el sistema económico requiere de una policía de mercado con una fuerte autoridad estatal para su protección y mantenimiento” (Rüstow, 1942: 289) y un poder policial efectivo implica “un Estado fuerte, un Estado donde corresponda: por encima y más allá de la economía, por encima y más allá de las partes interesadas” (Rüstow, 1963: 258). La capacidad del Estado de proteger y mantener la ley del valor depende de su separación de la sociedad civil. La independencia del Estado respecto de la sociedad es lo que permite un funcionamiento efectivo como Estado capitalista. Cuando no pueda mantener su separación de la sociedad, esto “llevará eventualmente a una guerra de clases” (Nicholls, 1984: 170).
Según Hegel (1967: 210), la prevención de la guerra de clases podría anticiparse por medio de “guerras exitosas” que “han frenado el descontento interno y consolidado el poder del Estado en el país”. También abogó por el uso de medios éticos, incluyendo la igualdad regresiva del nacionalismo, que supone que independientemente de nuestras diferentes condiciones, somos todos miembros de un único barco nacional, una comunidad imaginaria que se propone superar las relaciones de clase.[8]Antes que Hegel, Smith (1976a:723) ya había propugnado que el Estado debe promover “la instrucción del pueblo”, principalmente por medio de la educación y del entretenimiento público. Aducía que el gobierno debía esforzarse para compensar las consecuencias sociales de la acumulación, asumiendo la responsabilidad de realizar actividades culturales para mantener la constitución liberal de la sociedad civil. Contra la falsa conciencia de la guerra de clases, el Estado debía lograr que los trabajadores se den cuenta de que sus verdaderos intereses están mejor servidos por la acumulación progresiva. En palabras de Müller-Armack, un ordoliberal muy famoso, que acuñó la frase “economía social de mercado”,[9] esto llevaría a incluir la competitividad “en un estilo de vida total” (Müller-Armack, 1978: 328). El objetivo del Estado es pues asegurar “la erradicación completa de todo desorden de los mercados y la eliminación del poder privado de la economía” (Böhm, citado por Haselbach, 1991: 92). Al mercado libre se le asigna, pues, una esfera no estatal bajo la protección del Estado. El Estado despolitiza la conducta de las relaciones sociales y las denomina relaciones de libertad, de libre albedrío, de igualdad y de Bentham. Lo hace monopolizando lo político como la “violencia concentrada y organizada de la sociedad” (Marx, 1983: 703).
Sus defensores conciben al Estado liberal descaradamente, como un Estado de clase que, aparentemente, funciona a favor del verdadero interés de los obreros, en cuanto a empleos, salarios y condiciones y, por lo tanto, en la acumulación progresiva del capital. El Estado “mantiene a los ricos en la posesión de sus riquezas contra la violencia y la rapacidad de los pobres” (Smith 1978: 338), y enseña a los pobres que su verdadero interés reside en la progresiva acumulación del capital. Por supuesto, el Estado no es un Estado de clase porque sus defensores así lo digan. Sin embargo, la metáfora base–superestructura que dedujo Marx de la economía política clásica,[10]dice que el Estado es la forma política de la ley de la propiedad privada. Como Estado tributario, depende totalmente de la acumulación progresiva del capital. Sin embargo, el carácter de clase del Estado no está definido en términos nacionales. Se deduce de las relaciones internacionales del mercado. Como lo consigna Smith (1976a: 848-49):
[…] el propietario del capital es apropiadamente un ciudadano del mundo y no está necesariamente vinculado a ningún país en particular. Estaría dispuesto a abandonar el país en el que se lo somete a una inquisición vejatoria, para imponerle un impuesto oneroso y llevaría su capital a algún otro país donde pudiese seguir con sus negocios o bien disfrutar de su fortuna con mayor comodidad.
Es decir, “la ley capitalista de propiedad y contratos [trasciende] los sistemas legales nacionales y el dinero mundial [trasciende] las monedas nacionales” (Clarke, 1992: 136 y Bonefeld, 2000). Smith escribió su obra para criticar al Estado mercantilista de entonces. A principios del Siglo XIX se había convertido en una ortodoxia ideológica de un Estado liberalizador.[11] Fue en este contexto que Marx (y Engels) habla, en el Manifiesto Comunista, sobre el carácter cosmopolita de la burguesía y define al Estado nacional como el comité ejecutivo de la burguesía.
IV
La ley está hecha para el Estado y no el Estado para la ley.
[Si] hay que elegir entre los dos, la ley es
la que debe ser sacrificada ante el Estado
(Rossiter, 1948: 11)
En nuestra época, Milton Friedman ha proporcionado una definición convincente del Estado como el comité ejecutivo de la burguesía. Tal como lo afirma, el Estado es “esencial tanto como foro para determinar las ‘reglas de juego’, y como un árbitro para interpretar y hacer cumplir las reglas que se han decidido”. Y es necesario hacer cumplir las reglas “por parte de aquellos pocos que de otro modo no jugarían el juego” (1962: 25). Es decir, “la organización de la actividad económica mediante el intercambio voluntario supone que hemos establecido, a través del gobierno, el mantenimiento de la ley y del orden para impedir la coerción de un individuo sobre otro, hacer cumplir los contratos realizados voluntariamente, definir el significado de los derechos de propiedad, interpretar y hacer cumplir estos derechos y disponer de una estructura monetaria” (ibíd.: 27). El Estado debe “promover la competencia” (ibíd.: 34) y hacer por el mercado “lo que el mercado no puede hacer por sí mismo” (ibíd.: 27). Los liberales, según él, “deben emplear los canales políticos para reconciliar las diferencias porque el Estado es la organización que proporciona los medios “por las que nosotros podemos modificar las reglas” (ibíd.: 23, subrayado mío). Sin embargo, ¿qué pasa cuando ellos interfieren?
La gran calamidad para el capital y su Estado no es incorporar una representación de la clase obrera en el sistema de la democracia liberal. Como dice Simon Clarke (1991: 200):
[…] el desarrollo de la representación parlamentaria para la clase obrera, por más posibilidades que proporcione para mejorar las condiciones materiales de sectores de la clase obrera, lejos de ser una expresión de la fuerza obrera colectiva, se convierte en el medio por el cual se la divide, desmoviliza y desmoraliza.[12]
El gran peligro es la democratización de la sociedad.[13] Esta democratización pone de relieve la separación burguesa entre sociedad y Estado y lo hace reconociendo y organizando sus “‘forces propres’ como fuerzas sociales” (Marx, 1964: 370). De acuerdo a las concepciones de los defensores (neo) liberales, esta democratización, es decir, la politización de las relaciones sociales del trabajo por medio de luchas sociales sostenidas, es inherente al “sistema de mercado”. Para Smith, por ejemplo, la lucha de clases se deriva de las condiciones desesperadas de los trabajadores, y sostenía que esta lucha expresa una conciencia falsa, porque la mejora de las condiciones depende de una acumulación progresiva, y apela al Estado para asegurar provisiones baratas (por medio de una mayor productividad obrera). Los ordoliberales razonan en forma similar. En su concepción, la tendencia de lo que ellos llaman proletarización es inherente a las relaciones sociales capitalistas que si no se las controla, llevan a las crisis sociales, a los disturbios y al desorden. Su contención es una responsabilidad política y las medidas de contención varían desde la internalización de la competitividad (Müller-Armack, 1978), la creación de una sociedad de cooperativas (Röpke, 1949), la transformación de una sociedad proletaria en una democracia de propietarios (Brittan, 1984), la regulación supranacional del dinero y las leyes (Hayek, 1939; Müller-Armack, 1971) y la acción política contra la organización colectiva: “para que la libertad tenga una posibilidad de sobrevivir y se mantengan las reglas que aseguren las decisiones individuales libres” el Estado debe actuar (Willgerodt y Peacock, 1989: 6), y “los principios más fundamentales de una sociedad libre […] podrían tener que ser transitoriamente sacrificados […] [para preservar] a largo plazo la libertad” (Hayek 1960: 217). En tiempos de crisis, “ningún sacrificio es demasiado grande para nuestra democracia, y menos que todo el sacrificio temporario de la democracia misma” (Rossiter, 1949: 314). Para que prevalezca la justicia, hay que restaurar el orden. La ley no es aplicable al desorden social. La ley es la consecuencia del orden y el reinado de la ley depende de la fuerza de la ley. Es por esta razón, que quien se proclama ciudadano, también está bajo sospecha como potencial riesgo a la seguridad.
Entonces, el uso de “una fuerza honesta y organizada”[14] se refiere a las acciones policiales realizadas para facilitar y mantener la justicia, este pilar de la ley de la propiedad privada. ¿Qué es un salario justo? La noción de salario justo presupone que el contrato laboral se realiza entre partes iguales de un intercambio, cada una contratando con libre albedrío y libertad, buscando fortalecer sus respectivos intereses. La codificación de la relación entre el capitalista y el trabajador como ciudadanos libres e iguales, se contradice por el contenido del intercambio. Una vez firmado el contrato laboral, la fábrica reclama al obrero. El contrato de trabajo es la forma fundamental de la libertad burguesa: relaciona la igualdad con la explotación.
En verdad, la Economía Política es una discusión académica sobre cómo puede dividirse el botín extraído al trabajador (Marx, 1983: 559) y cuanto más tiene el trabajador, tanto mejor. Después de todo, es su trabajo social lo que produce la “riqueza de las naciones”, en un contexto en el cual “el trabajador pertenece al capital antes incluso de haberse vendido al capital” (Marx, 1983: 542). Entonces, la sugerencia optimista de que un modo de regulación capitalista “postneoliberal” beneficiará a los trabajadores porque crea empleos, convierte las demandas de la clase obrera por empleos y seguridad social en una política de crecimiento económico, es decir, en la presión sobre el Estado para facilitar el aumento de la tasa de acumulación.[15] La opinión de Smith de que la acumulación progresiva es la que mejor sirve al interés de los trabajadores parece confirmarse así en todas las formas posibles. En el neoliberalismo, así como en el postneoliberalismo, la clase obrera sigue siendo “un objeto del poder estatal. El poder judicial del Estado se esconde detrás de la apropiación del trabajo sin equivalentes por la clase capitalista, mientras impide a la clase obrera usar su poder colectivo para afirmar su derecho al producto de ese trabajo” (ibíd.: 198). El poder jurídico del Estado no sólo implica el reconocimiento legal del individuo social como propietario. También implica la fuerza de la ley. O como decía Walter Benjamin: para los oprimidos “el ‘estado de emergencia’ […] no es la excepción, sino la regla” (Benjamin, 1965: 84).
Conclusiones
La fácil aceptación de la crisis capitalista como un punto de transición de un régimen de acumulación hacia un nuevo régimen de acumulación se basa en ciertos rasgos del desarrollo capitalista que son elevados a la categoría de caracteres determinantes de un modo de regulación capitalista particular.[16] El carácter superficial de este análisis impide comprender los rasgos más duraderos de las relaciones sociales capitalistas. Es llamativo su desprecio por la historia. La historia nos dice “con qué rapidez una época de prosperidad global, perspectivas subyacentes de paz mundial y de armonía internacional, puede convertirse en una época de confrontación global que culmine en una guerra. Si esta perspectiva no parece posible hoy en día, tampoco lo parecía hace cien años” (Clarke, 2001: 91) y parece más probable hoy que ayer. La historia nos dice que la solución a las crisis capitalistas –proclamadas como un capitalismo del crecimiento económico, de los empleos y las condiciones de vida– es potencialmente la barbarie.[17] O sea, que la idea de cambios constantes del régimen capitalista revela una reducción de la conciencia histórica. Esta idea justifica la mala memoria y justifica, también, lo que se olvida.
He sostenido que el carácter del Estado neoliberal no se define por su relación con el mercado, sino por las clases. También, he sostenido que el Estado capitalista es fundamentalmente un Estado liberal.[18] Ya sea que lo llamemos neoliberal, postneoliberal, keynesiano, fordista o post-fordista, en cualquier caso la finalidad del Estado está implicada en su carácter burgués, y eso significa “dominar la fuerza de trabajo” (Hirsch, 1997: 47; Agnoli, 1990). El viejo dicho de que el Estado es el comité ejecutivo de la burguesía, lo resume muy bien.
Bibliografía
Adorno, Th., Critical Models: Interventions and Catchwords. Columbia University Press: New York, 1998.
Agnoli, J., Faschismus ohne Revision. Ca Ira: Freiburg,1990.
—, “Emancipation: Paths and Goals”. En: Bonefeld, W. and S. Tischler (eds.), What is to be Done?Ashgate: Aldershot, 2002.
Altvater, E., “Postliberalism or postcapitalism?”. En: Development Dialogue 51 (2009).
Arrighi, G., Adam Smith in Bejing. Verso: London, 2007.
Balogh, T., An Experiment in “Planning” by the “Free” Price Mechanism. Basil Blackwell: Oxford, 1950.
Bayer, K., “‘Neoliberalism’ and development policy – Dogma or progess?” En: Development Dialogue 51 (2009).
Benjamin, W., “Geschichtsphilosphische Thesen”. En: Zur Kritik der Gewalt und andere Aufsätze. Suhrkamp: Frankfurt, 1965.
Benjamin, W., Das Passagen-Werk. Suhrkamp: Frankfurt, 1983.
Bond, P., “Realistic postneoliberalism – A View from South Africa”. En: Development Dialogue 51 (2009).
Bonefeld, W., “Reformulation of State Theory”. En: Capital & Class 33 (1987).
—, “Social Constitution and the Form of the Capitalist State”. En: Bonefeld, W., Gunn, R. and K. Psychopedis (eds.), Open Marxism, vol. I. Pluto: London, 1992.
—, The Recomposition of the British State. Dartmouth, Aldershot, 1993.
—, “La Reformulación de la Teoría del Estado”. En: Bonefeld, W., Holloway J.(eds.), ¿Un Nuevo Estado? Fontamara: México, 1994, págs. 40-68.
—, “The Spectre of Globalisation”. En: Bonefeld, W. and K. Psychopedis (eds.), The Politics of Change. Palgrave: London, 2000.
—, “The Capitalist State: Illusion and Critique”. En: Bonefeld, W. (ed.), Revolutionary Writing. Common Sense Essays on Post-Political Politics. Autonomedia: New York, 2003.
—, “Anti-Globalization and the Question of Socialism”. En: Critique. Journal of Socialist Thought 34, no. 1 (2005) [2005a].
—, “Antiglobalización y socialismo (Primera Parte)”. En: Herramienta 29 (2005) [2005b], págs. 23-37.
—, “Antiglobalización y socialismo (Segunda y última parte). En: Herramienta 30 (2005) [2005c], pp. 29-44.
—, “Democracy and Dictatorship”. En: Critique. Journal of Socialist Thought 34, nº 3 (2006) [2006a].
—, “Democracia y dictadura: medios y fines del Estado”. En: Herramienta 32 (2006) [2006b], págs. 117-134.
—, “Global Capital, National State, and the International”. En: Critique. Journal of Socialist Thought36, nº 1 (2008).
Bonefeld, W., Holloway J., “Money and Class Struggle”. En: Íd. (eds.), Global Capital, National State and the Politics of Money. Palgrave: London, 1995 [1995a].
—, “Dinero y Lucha de Clases”. En: Bonefeld, W. et al, Globalización y estados- nación. Buenos Aires, Tierra del Fuego, 1995, [1995b], pp. 7-25.
Brandt, U. and N. Sekler, “Postneoliberalism – catch-word or valuable analytical and political concept? Aims of a beginning debate”. En: Development Dialogue 51 (2009).
Brittan, S. (1984), “The Politics and Economics of Privatisation”. En: Political Quarterly 55, nº 2 (1984).
Cecena, A. E., “Postneoliberalism and its bifurcations”. En: Development Dialogue 51(2009).
Clarke, S., Keynesianism, Monetarism and the Crisis of the State. Edward Elgar: Aldershot, 1988.
—, “State, Class Struggle, and the Reproduction of Capital”. En: ibíd. (ed.), The State Debate, Palgrave, London, 1991.
—, “The Global Accumulation of Capital and the Periodisation of the Capitalist State Form”. En: W. Bonefeld, R. Gunn and K. Psychopedis (eds), Open Marxism, Vol.1: Dialectics and History. Pluto, London, 1992.
—, “Class Struggle and the Global Overaccumulation of Capital”. En: R. Albritton etal. (eds), Phases of Capitalist Development. Palgrave: London, 2001.
Friedman, M., Capitalism and Freedom. University of Chicago Press: Chicago, 1962.
George, S., A Fate Worth Than Debt. Penguin: London, 1988.
Glyn, A., Capitalism Unleashed. Oxford University Press: Oxford, 2006.
Haselbach, D., Autoritärerer Liberalismus und Soziale Marktwirschaft. Nomos: Baden-Baden, 1991.
Hayek, F., “The Economic Conditions of Interstate Federalism”. En: Individualism and Economic Order. Routledge and Kegan Paul: London, 1949.
—, The Constitution of Liberty. Routledge: London,1960.
—, The Road to Serfdom. Routledge: London, 1976.
—, Philosophy of Right. Trans. de T.M. Knox. Clarendon Press: Oxford, 1967.
Hirsch, J., “Globalization of Capital, Nation-States and Democracy”. En: Studies in Political Economy54 (1987).
Madgoff, H., Foster, J.B., Mcchesney, R. W., and P. Sweezy, “The New Face of Capitalism: Slow Growth, Excess Capital, and the Mountain of Debt”. En: Monthly Review 53, nº11 (2002).
Mandel, E., Die Krise. Konkret: Hamburg, 1987.
Marx, Kart, Contribución a la crítica de la economía política. Ediciones Estudio: Buenos Aires, 1970.
—, “Zur Judenfrage”. En: MEW 1. Dietz: Berlin, 1964.
—, “Zur Kritik der politischen Ökonomie”. En: MEW 13, Dietz, Berlin, 1981.
—, Capital, vol. I. Lawrence & Wishart: London, 1983.
—, El capital, Siglo XXI, Buenos Aires, 2004
Müller-Armack, A., Stabilität in Europa: Strategien und Institutionen für eine europäische Stabilitätsgemeinschaft. Econ Verlag: Düsseldorf, 1971.
—, “The Social Market Economy as an Economic and Social Order”. En: Review of Social Economy36, nº 3 (1978), pp. 325-331.
Nicholls, A., “The Other Germans – The Neo-Liberals”. En: Bullen, R.J., H. Pogge von Strandmann, and A.B. Polonsky (eds.), Ideas into Politics: Aspects of European Politics, 1880-1950. Croom Helm, London, 1984.
Radice, H., “Responses to Globalization: A Critique of Progressive Nationalism”. En: New Political Economy 5, nº 1 (2000).
Radice, H., “Globalization, Labour and socialist renewal”. En: Capital & Class 75 (2001).
Robertson, W., Works, vol. II. Thomas Nelson: Edinburgh, 1890.
Röpke, W., Civitas Humana. William Hodge: London, 1949.
Rossiter, C. L., Constitutional Dictatorship. Crisis Government in the Modern Democracies. Princeton University Press, Princeton, 1948.
Rüstow, A., “General Social Laws of the Economic Disintegration and Possibilities of Reconstruction”. Afterword to Röpke, W. En: International Economic Disintegration. W. Hodge, London, 1942.
—, Rede und Antwort. Hoch, Ludwigsburg, 1963.
Smith, A., The Wealth of Nations. Oxford University Press: Oxford , 1976, [1976a].
—, The Theory of Moral Sentiments. Oxford University Press: Oxford, 1976, [1976b].
—, Lectures on Jurisprudence, Oxford University Press, Oxford, 1978.
Soros, G., “Burst the Bubble of U.S. Supremacy”. En: The Miami Herald, International Edition(March 13, 2003).
Sum, G-L., “Struggles against Wal-Martisation and neoliberal competitiveness in (southern) China”. En: Development Dialogue 51 (2009).
Willgerod, W. and A. Peacock, “German Liberalism and Economic Revival”. En: Peacock, A. and W. Willgerod (eds.), German Neoliberals and the Social Market Economy. Macmillan, London, 1989.
Wolf, M., “The need for a new imperialism”. En: Financial Times (October 10, 2001).
Enviado por el autor para su publicación en Herramienta.
Traducido del inglés por Sibila Seibert. Corrección final por Francisco T. Sobrino.
[1]La distinción implícita que hace Altvater entre el capitalismo de producción bueno y el capitalismo de dinero parasitario malo, es bastante desafortunada. Esta distinción falla en su conceptualización del capitalismo. También es desafortunada la mitología sobre la “Gran Bretaña de Thatcher”. Sobre la conexión crítica entre acumulación productiva y acumulación monetaria, así como su desarrollo durante el período de Thatcher, véase Bonefeld (1993).
[2] El ordoliberalismo se desarrolló en Alemania durante la crisis de Weimar, desde fines de la década de 1920 en adelante. Esta corriente afirmaba que la economía libre exigía un estado fuerte para su “facilitación” y protección. Hayek se unió a los ordoliberales después de la derrota del nazismo. El ordoliberalismo o la escuela de Friburgo, como se la llamó más tarde, instaló los cimientos del neoliberalismo contemporáneo. Cfr. Haselbach (1991) y Bonefeld (2006).
[3] Cfr. Glyn, 2006.
[4] Como el estallido de 1987, la profunda recesión de principios de los noventa, la crisis europea de las divisas en 1992 y 1993, la crisis mexicana de 1994, la crisis del sudeste asiático de 1997, la crisis rusa de 1998, la crisis brasileña de 1999 y la crisis argentina de 2001. El período entre 2001 y 2007 se caracterizó por los gastos militares, una montaña de deuda pública y privada, guerra, torturas y pobreza. Durante este período, la exorbitante tasa de acumulación de China garantizó la enorme acumulación de demandas sobre la extracción futura de valor en el presente (sobre la relación entre crédito y valor. Cfr. Bonefeld y Holloway 1996).
[5]Arrighi (2007), por el contrario, dice que China es un ejemplo excelente de la transformación neoliberal.
[6] Sobre la historia de esta demanda en el contexto del desarrollo del concepto de Estado aceptado por la Conference of Socialist Economists, véase Bonefeld (2008).
[7] Cfr. Smith, 1976a: 723.
[8] La fuerza de esta apelación ética es evidente, por ejemplo, en lo que Radice (2000) criticaba como “nacionalismo progresista”. Este nacionalismo distingue entre “el sentimiento nacional sano y el nacionalismo patológico. [Esto es tan ideológico] como lo es creer en la opinión normal en contacto con opiniones patogénicas. La dinámica que lleva desde el supuesto sentimiento nacional sano a su exceso sobrevalorado no puede detenerse, porque su falsedad está enraizada en el acto mismo en que una persona se identifica a sí misma con el nexo irracional de la naturaleza y de la sociedad en la que por casualidad se encuentra” (Adorno, 1998: 118).
[9] La frase “economía social de mercado” es opaca. Significa distintas cosas para distinta gente. En su origen
 neoliberal, el aspecto social de la economía de mercado significaba una “decisión honesta” para el mercado libre. Balogh (1950, pág. 5) define la economía social del mercado de manera sucinta. “Es el planeamiento por el mecanismo de los precios.”
[10] Y que por lo tanto no supera la economía política clásica (cfr. Bonefeld, 1992, 2003).
[11] Cfr. Clarke, 1988, cap. 1.
[12] Cfr. Agnoli (2002) y Radice (2001).
[13]En las palabras memorables de Hennis: “la democratización de la sociedad es el enemigo principal [Hauptfeind] de la democracia” (citado por Agnoli, 1990: 136, nota 7).
[14]Cfr. Wolf, 2001.
[15] Cfr. Clarke, 1991: 200.
[16] Cfr. Bonefeld, 1987.
[17]Cfr. Bonefeld, Holloway, 1995 y Bond, 2009.
[18] Véase Bonefeld, W., 1987, 1994, 1995a, 1995b, 2005a, 2005b, 2005c, 2006a, 2006b, 2008.

Guerra de precios: Arabia Saudita y el 'fracking'


Alejandro Nadal
Los saudíes buscan mantener precios bajos durante el tiempo que sea necesario para romperle el espinazo, entre otros, a la industria del 'fracking' en EEUU
La guerra de precios desencadenada por Arabia Saudita y otros de los miembros más poderosos de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) va a continuar y podría recrudecerse. Los efectos sobre la economía mundial serán múltiples: hay países ganadores y otros perdedores. Los desajustes internacionales serán parte de un proceso de profunda restructuración de la economía global.
La recesión mundial ha estado acompañada de una tendencia a la baja en los precios de los principales productos básicos. El petróleo no es una excepción: el precio se derrumbó de 137 a 35 dólares por barril entre junio y diciembre de 2008. El precio promedió unos 61 dólares por barril en 2009. El cártel de grandes productores administró la oferta hábilmente y la tendencia al alza se recuperó, alcanzando un promedio de 107 dólares por barril entre 2011 y 2013, aunque una fuerte volatilidad marcó el mercado mundial de crudo. Como sucede en muchos mercados con estructuras oligopólicas, las pérdidas por la caída inicial causada por la recesión y la volatilidad abrieron las puertas a una guerra de precios.
Hace dos días el ministro de Energía de Arabia Saudita declaró en Abu Dhabi que ni la OPEP ni su país recortarían los niveles actuales de producción de crudo. En la actualidad la OPEP está inyectando unos 30 millones de barriles de petróleo [diarios] al mercado mundial, el equivalente a la tercera parte del consumo mundial de crudo. El mercado está saturado y el precio del crudo ha caído de 115 dólares/barril en junio de este año a unos 62 dólares/barril. Es evidente que Riyadh se ha embarcado en una guerra de precios sin cuartel.
¿Por qué insiste Arabia Saudita en mantener sus altos niveles de producción y promover la caída en el precio del petróleo? Hay muchas hipótesis sobre quiénes pueden ser los enemigos a los que se dirige la ofensiva saudita, pero sin duda el principal es la industria estadunidense de extracción de petróleo y gas con el método de fractura hidráulica y perforación direccional. Arabia Saudita busca mantener precios bajos durante el tiempo que sea necesario para romperle el espinazo a la joven industria del fracking en EEUU.
Para lograrlo, Arabia Saudita debe mantener precios inferiores al costo de producción en los campos de fracking en EEUU durante un tiempo suficientemente largo (la producción ya no es rentable cuando los precios son inferiores al costo de extracción y comercialización). Para tener una idea del nivel de precios necesario para quebrar la industria del fracking es importante contar con datos sobre costos de producción unitarios en los campos más representativos de la industria estadunidense.
Los datos revelan lo siguiente: a un precio de 70 dólares/barril, 90 ciento de los campos en EEUU podrían seguir operando con ganancias. Pero las cosas cambian radicalmente cuando los precios llegan a los 60 dólares/barril: alrededor de 40 por ciento de la producción por medio de fractura hidráulica en EEUU se torna no competitiva (el costo de extracción es mayor al precio de venta). Uno de los tres más grandes productores con fracking en ese país está en el estado de Dakota del Norte, donde el complejo Bakken produjo el año pasado unos 300 mil barriles diarios, convirtiéndose en la estrella del fracking estadunidense. Pero los costos unitarios de producción en Bakken rebasan los 60 dólares/barril. Arabia Saudita lo sabe y está decidida a sacar a estos y otros productores de la jugada.
¿Hasta dónde está decidida a llegar Arabia Saudita? Para ganar una guerra de precios no sólo se necesita tener estructuras de costos eficientes que permitan deprimir los precios sin incurrir en pérdidas. También es necesario contar con reservas profundas que otorguen la capacidad de resistir la reducción en las ganancias. Arabia Saudita tiene ambas cosas. El costo de producción de su Arabian Light es notablemente inferior al West Texas y al Brent International, las dos referencias más importantes en el mercado mundial y sus reservas netas son superiores a los 900 mil millones de dólares.
Por todo lo anterior, no sorprende el pronóstico de muchos analistas y de la misma OPEP de que en 2015 el promedio del precio de petróleo se mantendrá alrededor de 60 o 55 dólares/barril. El objetivo es reventar la industria estadunidense de petróleo a partir de fractura hidráulica. Parece que la estrategia de Riyadh va por buen camino: este año el número de solicitudes para abrir nuevos pozos cayó 40 por ciento. Además, hay que considerar que muchos productores estadunidenses se han endeudado para iniciar sus operaciones y ahora las cargas financieras comenzarán a pesarles mucho más, especialmente con los cambios en la política monetaria anunciados para el año que viene. Las cosas no pintan bien para la industria petrolera del fracking. Y en cuanto al problema del cambio climático, ya no hay quien se acuerde de la cumbre de Lima de hace dos semanas.
@anadaloficial

Higinio Polo, Senderos de guerra ( III Mundial)



El Viejo Topo
La agresiva retórica contra China y Rusia del régimen y los medios de comunicación norteamericanos preparan a la opinión pública occidental para una nueva guerra
Las alarmas suenan periódicamente en el planeta, pero ahora, cuando se ha cumplido un siglo del estallido de la gran guerra , el mundo asiste con inquietud a la acción combinada, a veces imprevista, del ruido simultáneo de peligrosos conflictos que pueden encender la mecha de la guerra (Ucrania, Iraq, Siria, Israel-Palestina, sudeste asiático), del ascenso del nacionalismo, y de la creciente insatisfacción con los sistemas políticos liberales que han abierto profundas crisis en muchos países europeos. Si apenas un par de años atrás parecía iniciarse un período de colaboración entre las grandes potencias, aun existiendo muchas diferencias y disputas, a lo largo de 2014 las cancillerías, estados mayores de ejércitos y centros de pensamiento estratégico han empezado a preocuparse por la hipótesis de un enfrentamiento militar entre los principales países del mundo. El espectro de la guerra vuelve a surgir de las sentinas de la historia.
A nadie se le escapa que las diferencias entre Washington, Pekín y Moscú vienen de lejos: desde elescudo antimisiles que EEUU quiere completar alrededor de Rusia y China, hasta la pugna entre un país dominante, USA, pero en declive, y otras grandes potencias, pasando por la definición de las nuevas zonas de influencia en el mundo (proceso que se abrió con la desaparición de la URSS y sigue presente dos décadas después), por el acceso a las fuentes de hidrocarburos y de materias primas, y por la soterrada lucha por el dominio en el ciberespacio y el cosmos, no han faltado motivos de enfrentamiento. Sin embargo, si hubiese que situar el momento en que el mundo empieza a deslizarse por una peligrosa pendiente que puede llevar a una tercera guerra planetaria, es, sin duda, el “giro a Asia” del gobierno de Obama, con su decisión de concentrar progresivamente su fuerza militar alrededor de China, y el apoyo europeo y norteamericano al golpe de Estado en Ucrania, que supuso un serio aviso a Rusia para que abandonase su proyecto estratégico de Unión Euroasiática y una amenaza en toda regla a su propia existencia como país.
No es extraño que Strobe Talbott (subsecretario de Estado norteamericano con Bill Clinton y hombre que participó como embajador, durante los años de Yeltsin, en la destrucción de la economía soviética), haya advertido del riesgo real de guerra entre las grandes potencias, y que el veterano Henry Kissinger afirme en su nuevo libro, World Order , que el caos puede apoderarse del planeta y que empieza a recorrerse un camino de fragmentación del mundo en áreas de influencia. Desde los años del imperialismo del siglo XIX, cada nuevo reparto de zonas de influencia ha ido acompañado de la guerra, en Crimea o en Berlín, en Versalles o en Yalta, y los torpes zurcidos de Occidente siguen supurando sangre en las fronteras artificiales de Oriente Medio y África.
Si no hace mucho, Hillary Clinton alertaba al mundo sobre la recomposición de la Unión Soviética, y el gobierno de Obama avisaba de la peligrosa deriva de Rusia y de los “oscuros” propósitos de China, hace unas semanas la revista The Economist calificaba de “inquietante” que la diplomacia china haya conseguido que varios países quieran incorporarse a la OCS, Organización de Cooperación de Shanghái, como ha hecho la India, país que ha solicitado el ingreso en la organización, y cuya inclinación hacia un eje Pekín-Moscú tendría enormes repercusiones estratégicas. Además, el espacio BRICS, el nuevo banco de desarrollo que se anunció en la cumbre de Fortaleza, que puede suponer una sólida posibilidad de acceso a la financiación por parte de países pobres, escapando así de las garras del Banco Mundial y las redes financieras controladas por EEUU, el énfasis en la construcción de infraestructuras que hagan posible el desarrollo, y no en la inversión militar, el Banco asiático de infraestructuras creado por China, y el fortalecimiento de lazos con Unasur, donde Venezuela y Argentina apuestan por alianzas con China y los BRICS, son nuevos motivos de preocupación para EEUU.
The Economist , una publicación liberal que bebe de las fuentes del gobierno británico y de la Casa Blanca, el Pentágono y el Departamento de Estado norteamericanos, insinuaba que China está articulando “una especie de OTAN”, sin que la revista reparase, primero, en que si se considera legítimo que EE.UU. y Gran Bretaña, entre otros países, dispongan de una alianza militar, ¿por qué no iba a tener ese derecho China?, y, segundo, en el relevante detalle de que la OCS no es una alianza militar. Pero las alarmas se encienden con frecuencia, y el nuevo patriotismo occidental que se viste cada día de democracia tiene inclinación por la denuncia de Pekín y Moscú. Así, el nacimiento de un “nuevo orden internacional” de la mano de la OCS estaría entre los objetivos de China, según The Economist . Hay que precisar que esa es una aspiración compartida por buena parte del planeta, desde Brasil y Argentina a Rusia, desde la India a Japón, y desde Sudáfrica y Nigeria a China e Irán, aunque Occidente siga insistiendo en su interesada visión de identificar estabilidad internacional con el predominio de EEUU y sus aliados europeos. Pekín sigue insistiendo en su “ascenso pacífico”, y esgrime, con abrumadora certeza, la total ausencia de tropas y establecimientos militares chinos en el mundo: a diferencia de EEUU, que cuenta con bases militares en más de cien países del mundo, toda la fuerza militar china está dentro de sus propias fronteras.
Pero EEUU impugna la tesis del “ascenso pacífico” chino y especula con una futura agresividad de Pekín. Y el golpe de Estado en Ucrania ha ido acompañado de una agobiante campaña de la prensa occidental para demonizar al presidente ruso Putin. Los enemigos están señalados con fuego. En el verano de 2014, el Diario del Pueblo , órgano oficial del Partido Comunista Chino, daba cuenta de la “resbaladiza pendiente” por la que transitaba EEUU con su agresiva política en el sudeste asiático, que, pese a la ausencia de guerra, se ha convertido en una de las zonas calientes del planeta, de forma que no puede descartarse un conflicto abierto. La preocupación del diario chino no era para menos: Michael Fuchs, un relevante responsable del Departamento de Estado norteamericano, acusaba en esas fechas a China de “comportamiento provocativo y unilateral”; y, en agosto, un serio incidente entre un caza chino y un avión espía norteamericano cerca de la isla china de Hainan aumentaba la tensión, agravada, al mes siguiente, por Chuck Hagel, secretario de Defensa norteamericano, cuando advertía a los países que violan la soberanía de otros “por la fuerza, la intimidación y la coacción”, en una velada alusión a Moscú y Pekín, que no han violado ninguna soberanía, y sin que el ministro estadounidense fuera consciente de que sus palabras podían aplicarse con toda justicia a la acción exterior norteamericana en Afganistán, Iraq, Pakistán, Siria, Libia, Ucrania, Yemen y otros países.
Pero la mentira y la hipocresía son un viejo recurso de los gobiernos y de la diplomacia norteamericana. Es un hecho que en todos los países donde EEUU ha intervenido directamente en los últimos quince años (Afganistán, Iraq, Libia) o a través de países-cliente o grupos terroristas (Siria, Yemen, Pakistán, Ucrania) las estructuras del Estado han sido dinamitadas, dejando paso a una constelación de grupos armados, señores de la guerra, desolación, muerte y gobiernos impuestos que han caído sobre sus poblaciones como una plaga de langosta. No deja de ser sorprendente, además, que Washington apele con frecuencia al derecho internacional y a la primacía de las leyes en sus críticas a Pekín y Moscú, sin reparar en sus constantes violaciones en Iraq, Siria, Pakistán, Yemen o Libia. Pero la advertencia norteamericana que había lanzado Hagel volaba ya hacia su destino. E incluso el propio Obama se permitía criticar el fortalecimiento económico chino afirmando que Pekín se beneficia de las ventajas de otros países, en una velada acusación de “colonialismo” que resulta grotesca en boca de un presidente de los EEUU.
Washington sigue reforzando su dispositivo militar en la zona de Asia-Pacífico, desde Japón, Corea del sur y Filipinas hasta Thailandia y Singapur. China ha pedido al Pentágono que sus aviones se abstengan de realizar vuelos provocativos en los límites del espacio aéreo chino, pero no ha conseguido ninguna seguridad, y el reforzamiento militar estadounidense en todo el Pacífico es inquietante: nuevos bombarderos estratégicos han sido desplegados en Guam, por ejemplo, y la colaboración británica desde Diego García, al sur de la India, está fuera de duda: Washington dispone allí de una base militar con bombarderos en alerta. Las perspectivas no son muy tranquilizadoras: Martin Dempsey, jefe del Estado mayor conjunto de las Fuerzas Armadas norteamericanas, señalando la paja en el ojo ajeno, ha manifestado que el reforzamiento militar chino hará más probable el estallido de una guerra en la próxima década. Es cierto que Pekín y Washington mantienen consultas con regularidad, y que ambos gobiernos participan en encuentros anuales orientados a aumentar la confianza, pero pese a los acuerdos para incrementar los intercambios militares y la cooperación contra el terrorismo, la tensión no se ha reducido.
Cuestiones como la seguridad en Internet o las rutas marítimas enfrentan a ambos países: EEUU insiste en la “libertad en los mares”, aunque, en realidad, busca limitar los corredores marítimos utilizados por China: entorpecer su desarrollo, aumentar la presencia militar norteamericana en las proximidades de esas rutas y fortalecer sus alianzas militares con países del sudeste asiático supone no sólo una inversión estratégica estadounidense sino también un aviso para el futuro que Pekín no puede dejar de observar con preocupación, sobre todo porque buena parte de las exportaciones chinas y de sus importaciones de petróleo pasan por los estrechos del Mar de China meridional, que se ha convertido en uno de los corredores marítimos más importantes del planeta. La pugna por el dominio del Pacífico occidental enfrenta a EEUU y China, y Washington está estimulando las diferencias entre los países de la zona, incitando a sus aliados a adoptar una agresiva política contra China, a quien ha definido en sus documentos estratégicos como la principal potencia a abatir. De esa forma, Japón, Corea del Sur, Filipinas, son arrastradas a la beligerancia antichina. Utilizando los contenciosos pendientes, Washington trata incluso de atraer a Vietnam a su frente antichino, igual que Pekín intenta mejorar sus relaciones con Corea del Sur y, eventualmente, apartarla de la coalición asiática que dirige EEUU.
China prosigue su desarrollo con cautela. La reciente cumbre de la OCS en Dushanbé abrió la puerta a la entrada de nuevos países: India, Pakistán, Irán, y, significativamente, a la cooperación con la Unión Euroasiática. La principal preocupación china es la estabilidad de la región, además del impulso económico.Xi Jinping insistió en la lucha contra el fanatismo religioso y el terrorismo, cuestión que también preocupa a la India y a Irán: tanto Delhi como Teherán están muy interesados en la colaboración contra el terrorismo islamista. Al igual que ocurre en Europa con grupos de fanáticos islamistas, miembros de los grupos nacionalistas del Xingjiang chino se han incorporado a las filas yihadistas en Siria, Iraq, y Pakistán, y han llegado incluso a Indonesia. La rivalidad por el control de las rutas marítimas es cada día mayor, y países como China, Japón, Corea del sur, Vietnam, Filipinas, Brunéi, Taiwán y Malasia mantienen disputas y reclamaciones sobre derechos en el mar (como en el caso de las islas Diaoyu o Senkaku, como las denomina Japón), que EEUU intenta utilizar para enfrentar a Pekín con sus vecinos. El control de pequeñas islas deshabitadas implica la posesión de extensas zonas marítimas con su correlato de vías comerciales, explotación pesquera y recursos en hidrocarburos.
China está dispuesta a la negociación con cada país y en el marco de las organizaciones regionales como la ASEAN, pero EEUU quiere internacionalizar la cuestión e intervenir en la negociación, aunque la progresiva confianza que ha adquirido China en sus propias fuerzas le ha llevado a exigir a EEUU que permanezca al margen de las disputas del sudeste asiático, exigencia que el gobierno norteamericano no piensa atender, aunque no deja de observar con preocupación el nuevo protagonismo chino: Pekín ha contribuido con sus barcos a combatir la piratería en el golfo de Adén, protegiendo la navegación internacional, por ejemplo, y mientras que la epidemia de ébola en África ha hecho que Washington retirase los médicos norteamericanos, los facultativos chinos seguían allí: China, como Cuba, ha sido de los pocos países que ha enviado más médicos a África para combatir la epidemia.
EEUU desarrolla su estrategia alrededor de su sólida alianza con Japón, Thailandia (cuyo reciente golpe de Estado no ha recibido la menor crítica de Washington), Corea del sur, Filipinas y Singapur, con Australia en segundo plano, y trata de atraerse a Malasia y Vietnam. La nueva política del gobierno japonés de Shinzo Abe, con una nueva lectura de su constitución pacifista y el rearme ante China, va de la mano del interés norteamericano en fortalecer sus acuerdos de mutua defensa, que, en la práctica, suponen la garantía norteamericana de utilizar su fuerza militar en cualquier disputa en Oriente entre China y Japón. Abe habla de disuasión pero está reforzando su ejército y prepara al país para hipotéticas intervenciones fuera de sus fronteras: malos augurios para China, que no está interesada en un incremento de la tensión y, mucho menos, en el estallido de una hipotética guerra, y pretende incrementar las inversiones bilaterales (China mantiene unas reservas de cuatro billones de dólares, de las que una tercera parte está invertida en deuda norteamericana) como mecanismo para consolidar la estabilidad, abrir un nuevo estadio de cooperación ecológica, alrededor del desarrollo de energías limpias y renovables y en la crucial cuestión del calentamiento global, junto con la adopción de medidas de confianza y de relación entre las fuerzas armadas de los dos países, pese a las reticencias norteamericanas.
Sin embargo, tanto el desarrollo del escudo antimisiles norteamericano en Asia como su nuevo despliegue militar frente a las costas chinas inquietan a Pekín, que no puede descartar el estallido de un conflicto abierto y que es consciente de que EEUU, pese a su retórica de defensa de la libertad y la democracia, ha impulsado o apoyado los recientes golpes de Estado en Egipto, Ucrania y Thailandia, y ha encendido nuevas guerras como las de Libia o Siria; por no hablar de su desinterés en las cuestiones relaciones con el cambio climático, las epidemias en el mundo pobre, el hambre y el subdesarrollo.
El otro gran frente que puede encender la mecha de la guerra global es el Este de Europa, donde el reforzamiento de la OTAN, el despliegue del escudo antimisiles estadounidense y el apoyo a golpes de Estado como en Ucrania, no anuncian precisamente que Washington opte por una política de cooperación, distensión y desarme. Al mismo tiempo, EEUU no ha renunciado a la fragmentación de Rusia, y estimula la oposición interna sin dejar de encender focos de conflicto en la periferia rusa, que se iniciaron en Chechenia y Georgia, y cuyas redes siguen operando en casi todas las antiguas repúblicas soviéticas. Las sanciones impuestas a Rusia por la Unión Europea y por EEUU pretenden infligir un duro castigo a Moscú sin prever que precipitan el acercamiento ruso a Pekín, que supondrá mayores dificultades para el dólar como moneda de reserva: los acuerdos ruso-chinos para prescindir del dólar en su comercio bilateral, el gigantesco convenio entre la compañía rusa Gazprom y la china CNPC (Corporación Nacional de Petróleo de China) para suministros de gas a China por valor de 400.000 millones de dólares, los acuerdos interbancarios y la decisión rusa de dejar de utilizar los sistemas de tarjetas de crédito occidentales (como Visa y Mastercard) para pasar a utilizar el de China Union Pay, CUP, (que ya es el más importante del mundo: ha desbancado a Visa), así como la colaboración militar, son pasos relevantes en el fortalecimiento de la alianza ruso-china.
Aunque el gobierno norteamericano estaría dispuesto a ciertas concesiones a China, que no pusiesen en peligro su propia hegemonía, la hipótesis de un G-2 mundial que asegurase la gobernabilidad y afrontase las crisis no aparece entre los objetivos de Pekín. China sigue centrada en su propio desarrollo, interesada en impulsar la nueva ruta de la seda entre Asia y Europa y en asegurar la estabilidad estratégica en Asia, y aunque rehuye escenarios de enfrentamiento con Washington, convencida de que es posible llegar a un entendimiento, a acuerdos de estabilidad que permitan a cada país seguir su propio camino, es consciente de que la tradición hegemónica de EEUU y su convicción de ser el necesario país dirigente del planeta y la “nación imprescindible” ponen rumbo a la colisión entre las dos grandes potencias, hipótesis que llevó al presidente chino, Xi Jinping, en las sesiones del llamado Diálogo estratégico y económico entre Estados y China, a advertir de que “el enfrentamiento entre China y EEUU sería un desastre”.
De hecho, la agresiva retórica contra China y Rusia de los medios de comunicación norteamericanos prepara a la opinión pública occidental para una nueva guerra. Lejos de optar por una política de colaboración internacional y de distensión, EEUU busca la definición de nuevos enemigos: históricamente, su poder ha crecido siempre con la guerra, y, para fortalecer su hegemonía, Washington siempre ha recurrido a ella. En la práctica, el nuevo enfoque estratégico norteamericano, con el énfasis puesto en China, y el giro a Asia de su política exterior, la ruptura abierta con Moscú, las heridas sangrantes de Ucrania y de Oriente Medio, las disputas del sudeste asiático, junto a los nuevos escenarios para el enfrentamiento, como el espacio, los océanos (dos en especial: Pacífico occidental y Ártico) y las redes del ciberespacio, no han hecho sino crecer la rivalidad y los enfrentamientos entre las dos grandes potencias. No es tranquilizador, pero la tensión entre ambos países aumenta y el fracaso de una globalización dirigida por Occidente que pretendía ligar el destino del mundo a sus propios designios, junto al incierto y trabajoso nacimiento de un nuevo orden mundial, pueden poner en marcha los cañones, los bombarderos y escudos, para recorrer de nuevo los senderos de la guerra.
El Viejo Topo

EEUU: Nace un nuevo movimiento por los derechos civiles




Dan La Botz
En todos el país se sucedieron marchas antirracistas, con decenas de miles de participantes, aunque los medios de comunicación defienden a la policía blanca que mata
En EE.UU. emerge un nuevo movimiento por los derechos civiles. De Nueva York a California, hubo en todas las principales ciudades manifestaciones militantes y disruptivas en las que han participado decenas de miles de personas contra el asesinato de Michael Brown y Eric Garner, así como contra el hecho de que los grandes jurados de Missouri y Nueva York hayan absuelto a los policías implicados.
Estas protestas, que se iniciaron en Ferguson (Missouri, cerca de San Luis) en agosto, continuaron durante todo el otoño, culminando en un movimiento masivo durante varios días en diciembre. Después, el 13 de diciembre, centenares de miles de manifestantes convergieron en Nueva York, Washington y otras ciudades. Puede ser que nos encontremos al principio de algo realmente nuevo, grande e importante.
Las y los manifestantes levantaban los brazos gritando "¡Tenemos las manos en alto, no tiréis!", como lo hizo Garner cuando estaba agonizando, y que fue visto por millones de personas en el video grabado en un móvil. Las y los manifestantes son de origen diverso: afroamericanos, blancos, latinos y asiáticos de todas las edades pero, sobre todo, jóvenes.
En Nueva York, la manifestación recorrió varios kilómetros (desde Union Square hasta Harlem), bloqueando las arterias y los cruces principales. Hubo recreaciones de "caer muertos" frente al polideportivo donde jugaban los Brooklyn Nets. En Chicago, las y los manifestantes bloquearon el Lake Shore Drive, su principal arteria, mientras que en Berkeley y Oakland cerraron el paso de la Interstate Higway 80. Los "hackactivistas" también bloquearon varios sitios de internet en la ciudad de Oakland. Aunque en general la policía se contuvo un poco y no se dio una represión masiva como la que soportó el movimiento Occupy Wall Street, hubo cientos de personas arrestadas.
¡Por fin! Se ha abierto un debate nacional
Mientras que la conservadora cadena Fox News apoya sistemáticamente a los policías blancos al mismo tiempo que denigra a las víctimas negras, una periodista de la CNN lloraba cuando describía la diversidad y el idealismo de las y los manifestantes. La cobertura ofrecida por los medios "liberales" fue ampliamente favorable y ha provocado un debate nacional sobre el estatuto de los afroamericanos, que va más allá de los problemas policiales o jurídicos, y se adentra en problemas económicos como el empleo, la vivienda y la educación. Algunos comentaristas han descrito estos acontecimientos como un nuevo movimiento por los derechos civiles. ¡Y tienen razón!

Los hechos comenzaron en julio y agosto. El 27 de julio, un oficial de policía, sirviéndose de una "llave de estrangulamiento” ilegal, prohibida por la policía de Nueva York, mató a Eric Garner, una persona desarmada que era buscada como vendedora de tabaco de contrabando. Poco después, hubo pequeñas manifestaciones de protesta en Staten Island. Más tarde, el 9 de agosto, Michael Brown, también desarmado, fue detenido por la policia, lo que produjo un altercado. Un policía abatió a Brown con doce tiros de bala. Cuando el Gran Jurado rechazó inculpar a dicho policía, estallaron violentas protestas en la ciudad de Ferguson, en las que un barrio comercial terminó en llamas mientras que en el resto del país estallaban manifestaciones de solidaridad.

Más tarde, en diciembre, el Gran Jurado de Nueva York anunció que no inculparía al policía que había matado a Garner en julio, a pesar de que el procurador consideró que la muerte de este hombre había sido un homicidio por estrangulamiento. Por supuesto, estas no eran más que dos víctimas de la larga lista de personas afroamericanas asesinadas por la policía. El Malcolm X Grassroots Movement ha realizado un estudio en el que demuestra que la policía mata a una persona afroamericana casi a diario. Así pues, no es nada sorprendente el hecho de que el policía que mató a Garner no fuera inculpado.
La primavera estadounidense
Las manifestaciones estallaron a nivel nacional. Algunas de ellas fueron organizadas por formaciones de la vieja izquierda o redes preexistentes, pero la mayoría surgieron espontáneamente, a través de Facebook o Twitter. Los líderes afroamericanos comprometidos desde hace mucho tiempo en la defensa de los derechos civiles, tales como el reverendo Jesse Jackson, que se hizo famoso en los años 1960, o el reverendo al Sharpton, que emergió en los años 1980, ambos muy activos en el Partido Demócrata, intentaron mantener las protestas en el habitual marco "liberal". Pero quienes descendieron a las calles tienen en su mayoría entre 20 0 30 años, y no están bajo la influencia del predicamento de los antiguos dirigentes del movimiento por los derechos civiles, ni de los viejos grupos de izquierda que han intentado situarse en el centro del movimiento. De hecho, la enorme dimensión y fluidez del movimiento lo colocan más allá de la influencia de los pequeños grupos de izquierda de EEUU.
Este nuevo movimiento, como Occupy, donde se formaron algunos de sus líderes, es sobre todo espontáneo, descentralizado, crece muy rápido, y emplea tácticas creativas y audaces. La mayoría de sus activistas jamás han participado en una manifestación y casi ninguno o ninguna ha formado parte de una organización política o social. El movimiento no tiene más programa que un simple grito moral: "¡La vida de los negros tiene valor!"La gente desciende a la calle impulsada por el dolor, la tristeza y la indignación porque desean vivir en un país mejor. aComo dicen algunos, ésta es la "Primavera estadounidense".
Una vez más, estas manifestaciones nos sitúan -al igual que se vio con los Indignados en la Puerta del Sol en Madrid, en la Plaza Tahrir en el Cairo y en las protestas de Occupy Wall Street- ante las mismas preguntas: ¿Logrará un movimiento de masas tan espontáneo dar nacimiento a nuevas organizaciones? ¿Podrá generar nuevos dirigentes, desarrollar un programa social y político? ¿O el reflujo de la ola dejará las cosas como antes? El movimiento afroamericano a favor de los derechos civiles del período 1955-1975 dio nacimiento a toda una serie de organizaciones -SCLC, CNCC/1 y Panteras Negras- así como a líderes importantes como Martin Luther King, Fannie lou Hammer, Ella Baker y Malcolm X. ¿Creará este nuevo movimiento sus propias organizaciones, líderes, análisis y programas para responder a las exigencias actuales? Esa es la cuestión.
Dan La Botz es un veterano activista sindical, periodista y miembro de la organización socialista estadounidense Solidarity. Traducción: Viento sur