Marco Teruggi
La derecha promete más de lo mismo. Y ese más de lo mismo perdió el domingo en las urnas, y durante toda la semana en las calles.
Querían pelear y el chavismo peleó. El resultado fue inmenso: 8.089.820 votos a favor de la Asamblea Nacional Constituyente. No se lo esperaban los analistas de derecha que pensaban al movimiento de Hugo Chávez contra las cuerdas, casi rendido. Tampoco muchos dentro de las propias filas: años de resistencia, en particular económica, parecían haber desgastado con dureza la fuerza propia.
La jornada electoral fue difícil en varios lugares. La derecha había anunciado que sabotearía los comicios y así intentó hacerlo. Los puntos de ataques se concentraron en algunas zonas en particular: Táchira, Mérida, Lara, Zulia, Caracas. En esos lugares desplegaron un abanico de acciones de violencia: ataque con granadas y armas de fuego a centros electorales, persecución a chavistas hasta en la casa, trancas con grupos armados, volantes intimidatorios, amenazas, barricadas, bombas sobre la policía, incendio de la vivienda de un prefecto, el asesinato de otro candidato. El saldo es grave: varios muertos que la derecha nunca reconocerá como resultado de su accionar.
El objetivo era sembrar un clima de terror, impedir que la gente votara. Las imágenes que llegaron fueron una respuesta contundente: la gente cruzó ríos, evitó trancas, amenazas, y fue a votar. Una de las imágenes más significativas, por su dimensión, tuvo lugar en Caracas, en el centro electoral del Poliedro, abierto para permitir que votarán quienes habían recibido amenazas en sus edificios y urbanizaciones. Fueron miles y miles que, durante el día, y hasta entrada la noche, votaron allí. Gente de zonas de clase media, alta -donde, en el caso de Caracas, se concentraron las intimidaciones- de extracción popular, acomodada, en una muestra de la amplitud social del chavismo.
La violencia desplegada por la derecha no fue de quien avanza, acorrala, y toma posiciones. No, se trató de acciones que caracterizan a quien pierde, tiene desesperación, y sobre todo poca gente. Se vio nuevamente en las calles: el llamado a detener la elección solo tuvo eco en su base social histórica, clasista, minoritaria, que aplaudió la explosión de la bomba que hirió a seis policías -uno resultó quemado en el 80% del cuerpo- y no pudo generar, en el caso de Caracas, más que algunos focos de violencia. Nuevamente, como toda esta semana, lució -al decir de Soriano- triste, solitaria, y final.
Y no entendió lo que pasó en las urnas. Al punto de negarlo. La dirigencia de la derecha lo hizo por estrategia política -el anuncio estaba hecho desde el sábado por la noche- y su base social porque, como desde el inicio de la revolución, no logró comprender cómo las mayorías populares pueden tener pensamiento, consciencia, estrategia, sentido del momento histórico. Hicieron lo de siempre: subestimaron al chavismo.
Y el chavismo hizo lo que hace cuando lo atacan de frente: fue contundente.
Existen varias explicaciones para los 8.089.820 de votos. Una de ellas es la agudización del conflicto planteado por la derecha. El chavismo vio -y resistió con consciencia y disciplina política- cómo durante más de cien días la oposición incendió instituciones, gente, espacios comunales, calles, camiones, comida, autobuses, y anunció el asalto al Palacio de Miraflores. Esa visibilidad del enemigo, su salida del escondite, favoreció la polarización política, dinámica en la cual se hace fuerte el chavismo. La votación del domingo fue entonces, entre otras cosas, contra la escalada de violencia de la derecha, y por la Asamblea Nacional Constituyente como forma democrática de abrir el debate. El chavismo, contra quienes lo acusan de antidemocrático y violento, mostró que concibe la salida del conflicto a través de la vía electoral.
Otra explicación reside en las características del chavismo como movimiento histórico, que desarrolló en los años de revolución un profundo aprendizaje político/histórico producto del liderazgo de Hugo Chávez y las formas de democracia participativa. El chavismo tiene entre sus elementos fuertes una noción clara de lo que existía antes de 1999, de quién es la derecha que se presenta como solución a los problemas del país. Puede estar descontento con la dirección y la situación económica -como de hecho lo está- pero tiene el hilo histórico muy presente. En una batalla crucial, como lo fue este domingo, salió a pelear con esa claridad.
Por último -podría ser lo primero- por el mismo Hugo Chávez, el orgullo del chavismo, que es un orgullo de clase, de historia, de piel, esa misma piel y clase que se transformó en motivo para ser quemado por la derecha.
Y una pregunta: ¿solamente votó el chavismo? Puede haber sucedido que gente de oposición haya ido a votar. Por rechazar el callejón violento y sin salida planteado por su propia dirigencia. En varias zonas se reportó la presencia de votantes de oposición -en los barrios la gente se conoce.
Se ganó una batalla clave en el marco de una guerra no convencional prolongada. Tuvo la importancia de medir la fuerza propia -algo que estaba rodeado de preguntas en los últimos meses- y de darle la legitimidad necesaria a la Asamblea Nacional Constituyente. Ante el número sin verificación alguna de los 7.186.170 votos planteados por la derecha como resultado de su plebiscito -donde quemaron los cuadernos de votación- era necesario un resultado mayor. Aunque el número del plebiscito era falso, su condicionamiento era real, en particular en lo internacional, donde se desarrolla uno de los frentes principales del enfrentamiento. El resultado del chavismo superó con amplitud una de las cartas principales de la derecha.
La respuesta golpista ante la elección y la próxima puesta en marcha de la Asamblea Nacional Constituyente será la que se esperaba: el no reconocimiento, como lo anunció el presidente de Colombia este viernes, y todos los dirigentes de la derecha. El problema al cual estarán enfrentados es la disminución de su volumen de fuerza. No lograron legitimar su violencia en la sociedad -salvo en partes de su histórica base social-, existe un desgaste de la lógica de confrontación permanente, y los sectores por fuera de esa base histórica que se habían sumado al llamado parecen alejarse producto de la falta de resultados.
La derecha promete más de lo mismo. Y ese más de lo mismo perdió el domingo en las urnas, y durante toda la semana en las calles.
Por eso, más que nunca, dependen del frente internacional. Por ese lado parece que vendrán las próximas acciones. Y tal vez a través de nuevas formas de la violencia. Como sea, esa derecha que parecía en avanzada hoy se encuentra en crisis. No se debe caer en triunfalismo. La confrontación no termina mañana ni pasado y puede sorprender. Llegó para quedarse, mutar, buscar las formas de recuperar el poder político, subordinar la economía directamente a los Estados Unidos, y aplicar una revancha sobre el chavismo.
El chavismo mostró el domingo que está de pie, y puesto a pelear contra el enemigo histórico lo hace de manera inmensa. Mañana sigue una nueva batalla.
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