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Desmontando el relato neoliberal desde una perspectiva feminista



Olga Abásolo
La Marea, Rebelión
8 de marzo 2014



El impacto que tiene hoy “la Gran Involución” –la contrarreforma social puesta en marcha desde las élites económicas a escala global, a raíz de la presente crisis– está suponiendo una reestructuración del orden político y económico que recorre nuestra sociedad; afecta a las condiciones materiales y a los derechos de las personas. Probablemente, aún no acertemos a ver en toda su magnitud el alcance del proceso hegemónico del neoliberalismo, iniciado en los años setenta del siglo XX en Occidente. Su desarrollo e impacto tienen una raíz indudablemente económica, pero no es la dimensión económica su única manifestación. Dicho proceso ha ido acompañado de un “sentido común” propio de nuestro tiempo, que ha recorrido nuestras sociedades e impregnado nuestra concepción del mundo, ha marginado y sustituido otras interpretaciones y ha legitimado, en cierto sentido, dicha reestructuración, interpelando y construyendo la identidad individual y abonando el terreno para la emergencia de nuevas subjetividades sociales e identidades colectivas.
Ambivalencias y contradicciones para el feminismo hoy, que vienen de atrás 

Inmerso en este océano político, económico y cultural o ideológico, el feminismo ha lidiado con las dinámicas generadas a lo largo de las últimas décadas desde una especificidad conflictiva que no se puede o no se debería obviar. En palabras de Nancy Fraser: “Es un cruel giro del destino que el movimiento para la liberación de las mujeres se haya terminado enredando en una ‘amistad peligrosa’ con los esfuerzos neoliberales para construir una sociedad de libre mercado”. En pleno auge del pensamiento postmoderno, las demandas políticas radicales no prosperaron mayoritariamente. Así, con el neoliberalismo vino la marginación de una crítica amplia de las diferencias de clase y de raza, de la economía política y del Estado que quedaron eclipsadas por la promesa del empoderamiento individual y de la independencia económica, como veremos. La denuncia del sexismo y de la discriminación se escindió de una crítica estructural del capitalismo en el momento preciso. Debajo de mucho de lo cultural subyace una base material que alimenta intereses concretos y relaciones de poder, políticas y económicas.

El feminismo ha logrado algunas conquistas y el discurso de la igualdad ha sido incorporado de manera creciente (otra cosa son las prácticas sociales). La subjetividad femenina ha incorporado la conciencia sobre las desigualdades entre hombres y mujeres, pero a la vez, inmersa en el sentido común neoliberal, por un lado, niega la existencia de fuerzas sociales, culturales y económicas que sustentan la desigualdad y, por otro, imbuida de individualismo, acepta la plena responsabilidad de su propio bienestar y cuidado, cada vez más supeditada a los malabarismos propios de la difícil armonía entre las dimensiones familiar-laboral, enfrentadas desde un cálculo más próximo al coste-beneficio. Con ello la desigualdad de género pasa a ser interpretada como un asunto del ámbito privado, y no como un problema estructural. Se obvian las soluciones colectivas a las injusticias sociales.
Algunos mitos del neoliberalismo, desde una mirada feminista 

El fetichismo de la libre elección: El ideal de libre elección (que incluso llega a aparentar estar “libre” de las restricciones patriarcales) se basa en la autosuficiencia del individuo, mientras se socavan las luchas colectivas e instituciones que permiten esa autosuficiencia. Por otra parte, hay que distinguir bien los límites entre el individualismo y la reivindicación histórica de autonomía por parte de las mujeres (económica, libertad de movimiento y de acción, libertad sexual, derecho al propio cuerpo). La autonomía es una demanda legítima que apela a un derecho individual, pero que puede y debe inscribirse en un reclamo colectivo alternativo. Una supravaloración de la autonomía individual sin la dimensión colectiva tenderá a borrar y devaluar la interdependencia social y el cuidado, por ejemplo.

Ideal hegemónico de flexibilidad, innovación y creatividad o de emprendedoras individualizadas en todas las dimensiones de nuestras vidas. Como afirma Nancy Fraser: “El neoliberalismo nos viste a la mona de seda a través de una narrativa sobre el empoderamiento de las mujeres. Al invocar la crítica feminista del salario familiar para justificar la explotación, utiliza el sueño de la emancipación de las mujeres para engrasar el motor de la acumulación capitalista”. Lo cierto es que hemos asistido a lo que se denomina la doble presencia: las mujeres compatibilizan como pueden sus acceso al trabajo asalariado y su desarrollo personal en el ámbito profesional con las responsabilidades en el núcleo familiar, que permanecen intactas.

Narrativa del progreso y de la igualdad de género alcanzado: ha ocultado las diferencias entre las mujeres (los cambios socioeconómicos y el diferente impacto según los grupos sociales). La actual creciente precarización generalizada tiene como consecuencia que se produzcan aún mayores desigualdades dentro de los grupos de sexo que entre hombres y mujeres.

Por otra parte, el discurso del feminismo liberal ha impregnado el tejido social y accedido al plano institucional, suponiendo un debilitamiento del mensaje político colectivo para transformar la vida familiar y económica.

Mercantilización: Una característica central del neoliberalismo es la mercantilización de todas las esferas de la vida social. La racionalidad del mercado –el cálculo coste-beneficio– se extiende por el tejido social, las prácticas sociales y las instituciones. Ha implicado una mayor infravaloración del ámbito doméstico/no económico. La mercantilización del ámbito privado, trabajo doméstico y de cuidados, por ejemplo, ha supuesto que el interés propio de algunas mujeres pueda obtenerse a cambio de la subordinación y explotación de otras.
Condicionantes para un proyecto de futuro 

Con la crisis, las imposibilidades materiales han marcado las trayectorias vitales de muchas mujeres y construido un imaginario diferente con respecto al empleo y a la maternidad. Unas ven truncadas sus carreras profesionales, otras ni siquiera lo contemplan como un escenario posible. Un mayor número de mujeres buscan empleo (con salarios inferiores y mayor precariedad) y ven constreñido el tiempo para el cuidado de hijos, que progresivamente excluido del ámbito de lo público, se ve reprivatizado y arrojado al ámbito doméstico. Cada vez es más difícil alcanzar la cohesión entre trabajo, hogar, cuidado y comunidad.

Tenemos ante nosotras el reto re-engarzar el feminismo en una crítica de la naturaleza del poder político y económico. Ningún movimiento social, y menos aún el feminismo, puede pasar por alto el asalto despiadado que ejerce el capital financiero sobre la democracia y sobre la reproducción social. Del mismo modo que toda alternativa que enfrente bajos salarios y jornadas extenuantes, deberá incluir la igualdad en el cuidado entre hombre y mujeres, también deberá incorporar el elemento central: las desigualdades entre las propias mujeres.

Sólo alcanzaremos una interpretación amplia de la compleja realidad social si acertamos a desplegar el mapa de la desigualdad en toda su extensión: el género, la “raza”, la etnia, la opción sexual siguen estructurando las relaciones sociales de formas muy diversas. Todas ellas se articulan con la clase pero tienen implicaciones distintas con respecto a la distribución de bienes sociales y simbólicos.

También deberemos estar atentas al efecto regresivo de la apropiación del discurso por parte de los sectores más conservadores, que conlleva la exaltación de la familia y los valores tradicionales. Trascender los parámetros de lo posible que delimita el relato neoliberal se plantea como gran reto ante nosotras.

Las ideas neoliberales han ido calando en nuestro entramado social mientras se afianzaban los poderes del capital y se creaban nuevos circuitos del capital global bajo su control. Lo cierto es que el neoliberalismo ha situado a las mujeres y al pensamiento feminista en una situación política distinta a la del pasado reciente. No basta con visibilizar las tendencias ocultas, tampoco con defender las conquistas del pasado. El feminismo, las mujeres y los hombres debemos recuperar el análisis y la crítica de la verdadera naturaleza del poder político y económico y plantear una agenda política radical que se fundamente en la vida real de las personas.

Todo parece indicar que se cierra un ciclo y empieza a abrirse otro, frente al que tenemos más incógnitas que certezas. ¿Contribuirá la crisis multidimensional al resquebrajamiento de ese “sentido común”? Seguramente sí, pero no sabemos si lo hará en un sentido progresivo o regresivo. Sin embargo, sí podemos mirar a nuestro pasado reciente, para intentar comprender nuestro presente un poco mejor.

Olga Abásolo, socióloga, investigadora de FUHEM Ecosocial y Jefa de Redacción de la Revista PAPELES de relaciones ecosociales y cambio global.

Fuente: http://www.lamarea.com/2014/03/07/desmontando-el-relato-neoliberal-desde-una-perspectiva-feminista/

Feminismo, capitalismo, bienes comunales y caza de brujas. Entrevista Silvia Federici



22/09/13, Sin Permiso

Hace unos siglos la habrían quemado en la hoguera. Feminista incansable, la historiadora y autora de uno de los libros más descargados de la red, Calibán y la bruja. Mujeres, cuerpo y acumulación originaria, habla –entrevistada por Maite Garrido Courel— con Números Rojos y expone de forma rigurosa las razones políticas y económicas que se ocultaron tras la caza de brujas. Su último libro, Revolución en punto cero, es una recopilación de artículos imprescindible para conocer su trayectoria intelectual. 

Con ojo escrutador, la italiana Silvia Federici lleva más de 30 años estudiando los acontecimientos históricos que dieron lugar a la explotación social y económica de las mujeres. En su libro “Calibán y la bruja. Mujeres, cuerpo y acumulación originaria” (Traficantes de sueños, 2010), fija su punto de mira en la violenta transición del feudalismo al capitalismo, donde se forjó a fuego la división sexual del trabajo y donde las cenizas de las hogueras cubrieron de ignorancia y falsedades un capítulo esencial de la Historia. Federici habla para Números Rojos desde su despacho del departamento de Historia en la Hofstra University de Nueva York sobre brujas, sexualidad y capitalismo, y se propone “revivir entre las generaciones jóvenes la memoria de una larga historia de resistencia que hoy corre el peligro de ser borrada”.


¿Cómo es posible que la matanza sistemática de mujeres no se haya abordado más que como un capítulo anecdótico en los libros de Historia? Ni siquiera recuerdo haberlo dado en la escuela…

Este es un buen ejemplo de cómo la Historia la escriben los vencedores. A mediados del siglo XVIII, cuando el poder de la clase capitalista se consolidó y la resistencia en gran parte fue derrotada, los historiadores comenzaron a estudiar la caza de brujas como un simple ejemplo de supersticiones rurales y religiosas. Como resultado de ello, hasta no hace mucho, pocos fueron los que investigaron seriamente los motivos que se esconden tras la persecución de las ‘brujas’ y su correlación con la instauración de un nuevo modelo económico. Como expongo en “Calibán y la bruja…”, dos siglos de ejecuciones y torturas que condenaron a miles de mujeres a una muerte atroz fueron liquidados por la Historia como producto de la ignorancia o de algo perteneciente al folclore. Una indiferencia que ronda la complicidad, ya que la eliminación de las brujas de las páginas de la historia ha contribuido a trivializar su eliminación física en la hoguera. Fue el Movimiento de Liberación de la Mujer de los años 70 el que reavivó el interés por la caza de brujas. Las feministas se dieron cuenta de que se trataba de un fenómeno muy importante, que había dado forma a la posición de las mujeres en los siglos venideros, y se identificaban con el destino de las ‘brujas’ como mujeres que fueron perseguidas por resistirse al poder de la Iglesia y el Estado. Esperemos que a las nuevas generaciones de estudiantes sí se les enseñe la importancia de esta persecución.

Hay algo, además, que inquieta profundamente, y es el hecho de que, salvo el caso de los pescadores vascos de Lapurdi, los familiares de las supuestas brujas no se alzaran en armas en su defensa después de haber luchado juntos en los levantamientos campesinos.

Desafortunadamente, la mayoría de los documentos que tenemos sobre la caza de brujas fueron escritos por aquellos que ostentaban el poder: los inquisidores, los magistrados, los demonólogos. Esto significa que puede haber ejemplos de solidaridad que no hayan sido registrados. Pero hay que tener en cuenta que era muy peligroso para los familiares de las mujeres acusadas de brujería que se les asociara con ellas y más alzarse en su defensa. De hecho, la mayoría de los hombres que fueron acusados y condenados por brujería eran parientes de las mujeres sospechosas. Esto, por supuesto, no minimiza las consecuencias del miedo y la misoginia que la propia caza de brujas produjo, ya que propagó una imagen horrible de las mujeres convirtiéndolas en asesinas de niños, sirvientes del demonio, destructoras de hombres, seduciéndolos y haciéndolos impotentes al mismo tiempo.

Expones dos consecuencias claras en lo referente a la caza de brujas: que es un elemento fundacional del capitalismo y que supone el nacimiento de la mujer sumisa y domesticada.

 La caza de brujas, así como la trata de esclavos y la conquista de América, fue un elemento imprescindible para instaurar el sistema capitalista moderno, ya que cambió de una manera decisiva las relaciones sociales y los fundamentos de la reproducción social, empezando por las relaciones entre mujeres y hombres y mujeres y Estado. En primer lugar, la caza de brujas debilitó la resistencia de la población a las transformaciones que acompañaron el surgimiento del capitalismo en Europa: la destrucción de la tenencia comunal de la tierra; el empobrecimiento masivo y la inanición y la creación en la población de un proletariado sin tierra, empezando por las mujeres más mayores que, al no poseer una tierra que cultivar, dependían de una ayuda estatal para subsistir. También se amplió el control del Estado sobre el cuerpo de las mujeres, al criminalizar el control que estas ejercían sobre su capacidad reproductiva y su sexualidad (las parteras y las ancianas fueron las primeras sospechosas). El resultado de la caza de brujas en Europa fue un nuevo modelo de feminidad y una nueva concepción de la posición social de las mujeres, que devaluó su trabajo como actividad económica independiente (proceso que ya había comenzado gradualmente) y las colocó en una posición subordinada a los hombres. Este es el principal requisito para la reorganización del trabajo reproductivo que exige el sistema capitalista.

Hablas del control de los cuerpos: si en la Edad Media ejercían las mujeres un control indiscutible sobre el parto, en la transición al capitalismo “los úteros se transformaron en territorio político controlados por los hombres y el Estado”. 

No hay duda de que con el advenimiento del capitalismo comenzamos a ver un control mucho más estricto por parte del Estado sobre el cuerpo de las mujeres, llevado a cabo no solo a través de la caza de brujas, sino también a través de la introducción de nuevas formas de vigilancia del embarazo y la maternidad, y la institución de la pena capital contra el infanticidio (cuando el bebé nacía muerto, o moría durante el parto, se culpaba y ajusticiaba a la madre). En mi trabajo sostengo que estas nuevas políticas, y en general la destrucción del control que las mujeres en la Edad Media habían ejercido sobre la reproducción, se asocian con la nueva concepción que el capitalismo ha promovido del trabajo. Cuando el trabajo se convierte en la principal fuente de riqueza, el control sobre los cuerpos de las mujeres adquiere un nuevo significado; estos mismos cuerpos son entonces vistos como máquinas para la producción de fuerza de trabajo. Creo que este tipo de política es todavía muy importante hoy en día porque el trabajo, la fuerza de trabajo, sigue siendo crucial para la acumulación de capital. Esto no quiere decir que en todo el mundo los patrones quieran tener más trabajadores, pero sin duda quieren controlar la producción de la fuerza de trabajo: quieren decidir cuántos trabajadores están produciendo y en qué condiciones.

En España, el ministro de Justicia quiere reformar la ley del aborto, excluyendo de los supuestos la malformación del feto, justo cuando las ayudas a la dependencia han desaparecido.

 En Estados Unidos también están tratando de introducir leyes que penalicen gravemente a las mujeres y limiten su capacidad de elegir si desean o no tener hijos. Por ejemplo, varios estados están introduciendo leyes que hacen que la mujer sea responsable de lo que le ocurre al feto durante el embarazo. Ha habido un caso polémico de una mujer a quien han acusado de asesinato porque su hijo nació muerto y luego se descubrió que había utilizado algunas drogas. Los médicos excluyeron el consumo de cocaína como causa de la muerte del feto, pero fue en vano, la acusación siguió su curso. El control de la capacidad reproductiva de las mujeres es también un medio de controlar la sexualidad de las mujeres y nuestro comportamiento en general.

Tú misma lo planteas: ¿por qué Marx no se cuestionó la procreación como una actividad social determinada por intereses políticos?

Esta no es una pregunta fácil de responder, ya que hoy nos parece evidente que la procreación y crianza de los hijos son momentos cruciales en la producción de fuerza de trabajo y no por casualidad han sido objeto de una regulación muy dura por parte del Estado. Creo, sin embargo, que Marx no podía darse el lujo de ver la procreación como un momento de la producción capitalista porque se identificaba con la industrialización, con las máquinas y la industria a gran escala, y la procreación, como el trabajo doméstico, parecía ser el opuesto de la actividad industrial. Que el cuerpo de la mujer se mecanizara y se convirtiera en una máquina para la producción de fuerza de trabajo es algo que Marx no podía reconocer. Hoy en día, en Estados Unidos al menos, el parto también se ha mecanizado. En algunos hospitales, obviamente no los de los ricos, las mujeres dan a luz en una línea de montaje, con tanto tiempo asignado para el parto, si exceden ese tiempo se les hace una cesárea.

La sexualidad es otro tema que abordas desde un punto de vista ideológico, siendo la Iglesia quien promovió con gran virulencia un férreo control y criminalización. ¿Era tan fuerte el poder que confería a las mujeres que continúa ese intento de control?

Creo que la Iglesia se ha opuesto a la sexualidad (aunque siempre lo han practicado a escondidas) porque tiene miedo del poder que ejerce en la vida de las personas. Es importante recordar que a lo largo de la Edad Media, la Iglesia también estuvo implicada en la lucha para erradicar la práctica del matrimonio de los sacerdotes, que lo veían como una amenaza para la conservación de su patrimonio. En cualquier caso, el ataque de la Iglesia sobre la sexualidad siempre ha sido un ataque a las mujeres. La Iglesia teme a las mujeres y ha tratado de humillarnos de todas las maneras posibles, retratándonos como el pecado original y la causa de la perversión en los hombres, nos obliga a esconder nuestros cuerpos como si estuvieran contaminados. Mientras tanto, se ha tratado de usurpar el poder de las mujeres, presentando al clero como dadores de vida e incluso adoptando la falda como vestimenta.

En una entrevista afirmas que sigue teniendo lugar una caza de brujas ¿Quiénes son los herejes ahora?

Ha habido caza de brujas desde hace varios años en diferentes países africanos, así como en la India, Nepal, Papúa Nueva Guinea. Miles de mujeres han sido asesinadas de esta manera, acusándolas de brujería. Y está claro que, como en los siglos XVI y XVII, esta nueva caza de brujas se conecta con la extensión de las relaciones capitalistas en todo el mundo. Es muy conveniente tener campesinos luchando unos con otros mientras que en muchas partes del mundo estamos viviendo un nuevo proceso de cercamiento, con la privatización de la tierra y un gran saqueo a los medios básicos de subsistencia. También hay pruebas de que parte de la responsabilidad de esta nueva caza de brujas, que a su vez se dirige especialmente a las mujeres mayores, debe atribuirse a la labor de las sectas cristianas fundamentalistas, como el movimiento pentecostal, que han traído de nuevo al discurso religioso el tema del diablo, aumentando el clima de sospechas y el miedo existente generado por el dramático deterioro de las condiciones económicas.

“Omnia sunt communia!”, “Todo es común”, fue el grito de los anabaptistas cuya lucha y derrota, como cuentas en el libro, fue barrida por la Historia. ¿Sigue siendo igual de subversivo ese grito?

Ciertamente lo es, ya que estamos viviendo en una época donde sunt omnia privata. Si las tendencias actuales continúan, pronto no habrá aceras, ni playas, ni mares, ni aguas costeras, ni tierra, ni bosques a los que podamos acceder sin tener que pagar algo de dinero. En Italia, algunos municipios están tratando de aprobar leyes que prohíben a la gente poner sus toallas en las pocas playas libres restantes y esto es solo un pequeño ejemplo. En África, estamos siendo testigos de las más grandes apropiaciones de tierras en la historia del continente por parte de empresas mineras, agro industriales, agro-combustibles… La tierra africana se está privatizando y las personas están siendo expropiadas a un ritmo que coincide con el de la época colonial. El conocimiento y la educación se están convirtiendo en mercancías disponibles solo para aquellos que pueden pagar e incluso nuestros propios cuerpos están siendo patentados. Así que omnia sunt communia sigue siendo una idea radical, aunque hay que tener cuidado de no aceptar la forma en que está siendo usado este ideal distorsionado, por ejemplo, por organizaciones como el Banco Mundial, que en nombre de la preservación de la ‘comunidad global’ privatiza las tierras y los bosques y expulsa la población que ganaba su sustento de ello.

¿Cómo se podría abordar la cuestión de los comunes actualmente?

El tema de los comunes es cómo crear un mundo sin explotación, igualitario, donde millones de personas no se mueran de hambre en medio del consumo obsceno de unos pocos y donde el medio ambiente no sea destruido, donde la máquina no aumente nuestra explotación en vez de reducirla. Este creo que es nuestro problema común y nuestro proyecto común: crear un mundo nuevo.

Silvia Federici es una investigadora y activista de origen italiano. Historiadora marxista y feminista, autora del aclamado libro Caliban and the Witch: Women, The Body And Primitive Accumulation (Nueva York, Autonomedia, 2004 [hay una buena traducción castellana publicada por la editorial madrileña Traficantes de sueños: Calibán y la bruja, 2010), ha enseñado en varias universidades norteamericanas, así como en la Universidad de Port Harcourt en Nigeria. Es profesora emérita de la Hofstra University (Long Island, Nueva York).

 http://blogs.publico.es/numeros-rojos/2013/09/17/entrevista-silvia-federici-y-la-caza-de-brujas/