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07/07/13 Sin Permiso
A pesar de tener una licenciatura en filosofía y coordinar con algunos colegas una plataforma on-line dedicada a la crítica social, al análisis político e ideológico desde una perspectiva de izquierdas, no soy un teórico. Soy un escritor y un producto del Este Comunista y Poscomunista (he vivido en la URSS, Moldavia y Rumanía), observo con mucha inquietud lo que sucede en esta zona y me implico con entusiasmo. A continuación, intentaré contarles una historia, tejer algunas ideas sobre un país del que soy ciudadano: Rumanía. Espero que las siguientes líneas nos ayuden a comprender mejor lo que sucede en la “periferia del capital”, en Europa del Este, al tomar como punto de partida el caso concreto de Rumanía. Y he aquí el comienzo de la historia…
¿De dónde comenzamos a comprender la patria?
Si desean entender algo sobre Rumanía, les voy a proporcionar un par de consejos. Para empezar, les recomiendo no leer la prensa generalista, no ver las noticias de la televisión y sobre todo no informarse a partir de los intelectuales del establishment. No obtendrá ninguna respuesta interesante de su parte, como mucho les ofrecerán una serie de tópicos que pertenecen al discurso del poder dominante. En cuanto a los políticos, ya no hace falta mencionarlos, porque ellos son un problema universal. Si quieren comprender algo sobre lo que ocurre en Rumanía, mejor hablen con el taxista, el portero, el mendigo del rincón de la calle, la gente que compra en el mercado, pero sobre todo, estaría bien que visiten las tabernas de las pequeñas ciudades y de los pueblos. La gente sencilla les explicará de una manera sintética y con riqueza estilística, aunque a veces un pelín vulgar, sus graves problemas y la dura realidad del país. Son los únicos que pueden realizar un radiograma muy preciso de la realidad rumana, mientras que la élite política, intelectual y mediática se encuentra completamente desconectada de la realidad.
Si de veras quieren obtener una imagen profunda de Rumanía, vayan allí durante el otoño, durante las procesiones suscitadas por la celebración de las reliquias de algunos santos ortodoxos. Asistirán a una inmensa cola, que se alarga kilómetros y que os conduce de la Catedral a la Casa del Pueblo (el edificio del Parlamento construido por Ceausescu). Se vislumbrará una realidad muy dura: decenas de miles de personas que hacen cola durante días y noches sólo para tocar durante unos segundos un cadáver al cual imploran traerles una brizna de felicidad. Gente desesperada, de espalda al Parlamento del país y mirando con esperanzas hacía este cadáver momificado. Cuando la política ha sido disuelta, destrozada, cuando el país se volvió pedazos y la economía se privatizó y convirtió en chatarra, cuando el trabajo llegó a ser un privilegio, entonces la gente dirige su mirada sólo hacia unas reliquias.
Sobre el latido de un país antes de su fallecimiento
Primero a tomar el pulso. Hace poco se realizó un censo que finalizó de forma catastrófica: ni siquiera a fecha de hoy sabemos los resultados. Y los números que tenemos a disposición resultan inciertos. Un Estado que no sabe y no es capaz de contar a sus ciudadanos ya no puede existir, o tal vez ni siquiera se merece existir. El ciudadano de un país, es, en el fondo, el pulso de este país. Cuando el Estado, el poder que dirige y representa este país, deja de saber tomarse el pulso, significa que sus instituciones han entrado en una fase avanzada de degradación. Incluso se puede encontrar en la etapa de muerte clínica, pero casi nadie se percató del asunto. No poder tomarse uno su pulso, este gesto mínimo de “bio-política”, averiguar en qué fase se encuentra su propio organismo socio-político significa no ser capaz de reflexionar y decidir sobre la propia situación. En el marco de semejante contexto, cuando el organismo social y político ya no se ve capaz de cumplir con sus funciones elementales, parece que sólo alguien de fuera puede venir a tomar el pulso para diagnosticar la situación del cuerpo político nombrado Rumanía. Al mirar con atención el cuerpo social-político de Rumanía, vislumbramos un organismo que ha entrado en convulsiones que anuncian su fallecimiento total, porque la muerte cerebral ya tuvo lugar con anterioridad, pero el diagnosticador externo todavía no la ha hecho pública. ¿Por qué?
¿Quién nos toma el pulso?
Cuando el Estado ya no se ve capaz de tomarse su pulso, es decir, como mínimo censar a sus propios ciudadanos, alguien de fuera debe hacerlo. Dentro del actual contexto global en que vivimos, siempre se encontrará un entusiasta que se ofrezca a llevarlo a cabo, porque, aunque el cuerpo de Rumanía huele a cadáver en descomposición, cualquier persona o institución civilizada sabe que, a fecha de hoy, incluso el cadáver se puede volver una rentable mercancía. La situación hace que tales instituciones se encuentren entre nosotros, en nuestra proximidad, dentro de nuestro cuerpo social, político y económico, y saben a la perfección tomarnos el pulso, es decir censarnos. Las informaciones más importantes, seguras y exactas sobre nosotros, sobre la mayoría de los ciudadanos de este país no las poseen las instituciones moribundas del Estado rumano, sino que están en poder de las multinacionales. Una institución económica multinacional sabe sobre los ciudadanos de este país más de lo que debería saber una institución del estado rumano habilitada para esta función. Por ejemplo, en Rumanía (detalle válido últimamente para todos los países, con la diferencia de que en la periferia del capital esta situación se percibe de forma más clara), el banco que otorga un préstamo o una compañía de seguros sabe todo sobre nosotros y un pelín más. Conocen a la perfección qué pasa en este momento con nosotros e incluso poseen estimaciones bastante exactas sobre el futuro próximo de cada uno de nosotros. No se trata de Matrix o de una metáfora, sino de la cruda realidad. La situación delicada no reside sólo en el hecho de que saben más sobre nosotros que el Estado pagado con nuestro dinero para que cumpla con esta función, sino que, últimamente, ostentan “manos más largas que el Estado”, y, muchas veces, las instituciones del Estado se les subordinan (a seguir con atención los encuentros de los mandatarios del FMI con los jefes de Estados o la manera en que los lobbies de las grandes corporaciones imponen las leyes).
Elijamos un ejemplo: la legislación laboral. La ley que existía en Rumanía era bastante correcta y protegía al asalariado. Se inició un proceso de propaganda en el cual se comentaba todo el día cómo el propietario se encontraba machacado por el trabajador porque la ley no daba barra libre al propietario. Y, a su vez, el trabajador no podía circular de forma libre en el mercado laboral. Se necesitaba con urgencia la flexibilización. Y llegó el gobierno con un nuevo proyecto de ley. Los sindicalistas manifestaron su oposición defendiendo que esta ley no los representaba y que ponía en desventaja a los trabajadores. La Patronal se opuso también alegando que no se siente reflejada por esta nueva legislación laboral. Entonces, si la nueva ley no representa ni a los trabajadores, ni a los patrones locales, ¿a quién representa? Y nos enteramos de que esta nueva ley laboral resultó haber sido propuesta por el Consejo de los Inversores Extranjeros. La ley se hizo en contra de los trabajadores, de la patronal local y a beneficio de las grandes corporaciones. Las leyes se redactan ahora a solicitud y defienden el interés de una diminuta élite política y financiera.
No obstante, existe una institución todavía más cínica como el FMI cuyo papel es emitir el último diagnóstico y tomar las decisiones necesarias y útiles para la propia institución, que tiene el poder sobre el cuerpo moribundo de este país: a un cuerpo social y político en un estado avanzado de enfermedad, a un organismo moribundo cabe sacarle a subasta los últimos órganos funcionales para contentar a los que mantuvieron atornillado este cuerpo político. ¿Por qué un Estado-cuerpo que se encuentra en muerte cerebral se mantiene con perfusión y a quién le sirve?
El poder en lucha con el alcohol
En el último periodo, en Rumanía se lleva a cabo una acérrima propaganda de denigración y estigmatización del propio pueblo iniciada por el Presidente y apoyada por el establishment mediático y cultural. Parece ser que el pueblo no es capaz de elevarse al nivel de la clase dominante porque es perezoso y alcohólico.
Se trata de una tradición antigua, muy antigua y no exclusivamente rumana. El poder quiere presentarse siempre como una instancia racional, organizada y responsable en relación con la población sobre la cual reina. El poder cumple con su deber, es decir es organizado y actúa de forma racional, mientras que la población es ociosa, borrachina e irracional. La prensa nos informa y el Presidente y el primer-ministro defienden la tesis: mientras que el Presidente Băsescu y las instituciones del Estado luchaban contra la oleada de inundaciones, ”los campesinos se encontraban en la taberna del pueblo y le daban a la botella”, y mientras todas las instituciones del Estado hacían todo lo posible para frenar la tempestad de nieve, “los campesinos sólo atravesaban la nieve camino a la taberna”. Más aún, algunos muestran hasta la poca vergüenza de morirse por culpa del alcohol con este frío: es que el vodka resultó demasiado frío.
Este tipo de tratamiento político es específico para los poderes de tipo colonial completamente alejados de la población a la que dirigen, controlan, explotan y ante la cual se atribuyen una misión civilizatoria, de salvación de “reforma”. Cuánto más grande es la brecha entre el poder y los ciudadanos, más se radicalizan los dos extremos: el poder se vuelve cada vez más “racional y sabio” y la población aumenta su grado de “pereza e irracionalidad”. Acusar de exceso de alcohol (en otros contextos de drogas) constituye una de las técnicas a menudo utilizadas por distintos poderes en diferentes lugares del planeta. La táctica es muy sencilla: el hombre borracho es un mierdecilla, es irracional, tiene la “mente turbia”, es irresponsable, un grosero al que uno debe controlar, no se le pueden otorgar responsabilidades y derechos. El alcohólico es culpable, indiferente de lo que le pase: es decir, en una relación de poder, “el bebedor” se encuentra en desventaja ante el “lúcido”.
Y en nuestro país, el poder, con una mentalidad profundamente colonialista, sólo se representa a sí mismo y sus intereses y la población “alcohólica y perezosa” no puede aspirar a expresar dolencias o a tener derechos. Por eso, para una “población con la mente turbia” sólo “el poder lúcido” está legitimado para tomar decisiones y decidir el futuro de la misma.
En las ciudades, a diferencia de los pueblos, aparecen otras sustancias que “enturbian la mente” del ciudadano urbano y que se pueden invocar. Que no se le ocurra a la población a organizarse o rebelarse, porque seguro que en medio se encuentran unos “drogadictos”. ¿Por qué se vende droga en la Plaza de la Universidad? Ya saben la respuesta. Lo que el poder no sabe es que ellos no pueden producir tanta “hierba” que podamos “fumar” nosotros. Y no será “la pipa de la paz”, así como los campesinos “alcohólicos” tal vez tendrían pereza para espalar la nieve, pero en primavera, cuando encuentren a sus muertos en la nieve derretida y los entierren, tal vez dejarían de tener pereza y cogerían en sus manos las horquillas... Ya ocurrió lo mismo en 1907.
¿Por qué no bebe el jefe del FMI?
En el mundo ortodoxo existen dos personajes que no le dan a la botella: el poder (su núcleo duro) y el extranjero. En este sentido, ¿se acuerdan el folclore comunista? Cuando cinco rumanos o rusos bebían y uno de ellos no se emborrachaba, sabéis lo que se decía sobre el personaje en cuestión? Que formaba parte de la Securitate. ¿Por qué? A quien se sustraiga al ritual de participación en el consumo de alcohol en la comunidad, consumo que implica a la vez una dosis de embriaguez, el pueblo lo mira como a un posible representante del poder. El poder debe estar despierto para controlar. El miembro de la Securitate era y es un centro del poder, el representante del control ejercido por el poder. Y en esta zona, el poder ha sido siempre percibido como algo externo, extraño, y del poder es mejor “que Dios te ampare”. Dentro de la comunidad ortodoxa, no beber significa ser un representante del poder que quiere mantener el control.
A la vez, existe la categoría de los extranjeros que no beben. Un pope, por ejemplo, si no bebiera alcohol sería sospechoso en seguida de ser un “cismático” o en el mejor de los casos un “papista”, es decir alguien completamente ajeno a las costumbres del lugar y que no puede formar parte de la comunidad.
Estuve buscando un caso más conocido y recientemente me ofrecieron un ejemplar: el caso del jefe del FMI en Rumanía. Es el personaje perfecto que encarna la combinación exacta del poder y extranjero en un solo frasco, no-alcohólico. La historia: Jeffrey Franks aparece en una fiesta con los campesinos de un pueblo de las montañas...
Le preguntan si lo ha pasado viento en popa y si ha bebido con los comensales. Él responde: “Soy mormón. No bebo alcohol, no fumo. Mi conciencia está limpia.” Se ven con claridad las dos culturas radicalmente diferentes. Su conciencia está limpia, a diferencia de los consumidores de alcohol. ¿Sólo la conciencia? Sí, aunque no fuera mormón, Jeffrey Franks no podía consumir alcohol o sustancias alucinógenas al lado de los “aborígenes” porque encarna la esencia del poder hegemónico actual. Debe presentarse como centro de poder y racionalidad, en un mundo, ¿verdad, no? sin reglas, irracional, algo turbio. En el fondo representa el control, y el control tiene siempre la mente clara, de una claridad dolorosa. ¿Este detalle no nos recuerda tal vez el discurso colonialista? Las pieles rojas, alcohólicas, que no saben organizarse, sacar el beneficio de sus recursos y entrar en el “mundo civilizado” deben ser organizadas y ayudadas por el hombre blanco, educado, cristiano civilizado, etc.? ¿Ayudado hasta su completa desaparición y para reducirlos a una completa dependencia?
El FMI no bebe porque es nuestra mente clara que piensa y decide en nuestro lugar. Que beban ustedes solos: ¡el FMI les vigila por su tranquilidad! diría el eslogan. No obstante, la respuesta llegó con prontitud por parte del primer comentarista del texto publicado en la prensa: “Mejor hubiera dicho que acabó completamente mamado” Correcto, porque si hubiera acabado “mamado”, el rumano lo hubiera percibido como a uno de los suyos, al lado para lo bueno y para lo malo, una persona con la que puede contar. En este caso, la gente de a pie entendió de una forma más fácil quién es Jeffrey Franks-FMI: la tradición del lugar dice que uno no puede confiar en una persona que no le da a la botella. Te traicionará y te utilizará en la primera ocasión.
¿Cuándo fallece un Estado o por qué se necesita un trasplante? ¿Quién lo hace y a quién le sirve?
A esta pregunta no le buscaría una contestación en los tratados de politología o filosofía, sino en otras fuentes. Para encontrar una respuesta, me dirigiría más bien hacía el campo médico[1]. Recuerdan como en los años 60, los pensadores más importantes de la época posindustrial anunciaban la muerte de todos. En el mismo periodo que se declaraba la muerte al ser humano, en el campo médico ocurrían transformaciones radicales. En aquellos años de la “generación sputnik”, algunos investigadores desarrollaban un nuevo campo de la medicina, como ATI (anestesia y terapia intensiva, en otras lenguas bautizada “reanimatología”), algunos buscaban analizar los distintos estadios de la muerte y otros trabajaban sin apuro en las técnicas de trasplante de los órganos vitales del cuerpo. Sobre estos asuntos, los políticos y politólogos de la época no sabían gran cosa. ¿Por qué deberían ellos opinar algo sobre estos problemas y soluciones propuestas por los médicos?
Los cirujanos de aquel entonces que se ocupaban de todo el mecanismo de trasplante de los órganos de un cuerpo humano sabían que un órgano no se puede tomar de un cuerpo muerto. La pregunta fundamental era: ¿cómo podemos hacernos con estos órganos fundamentales de un cuerpo “fresco”, todavía vivo? Por supuesto que la medicina hace tiempo que conocía algo del asunto: no se puede tomar un órgano para un trasplante de un cuerpo muerto, sino de uno que se encuentra en una coma de passé. Se sabe que una persona en un tal estado puede vivir sólo conectado a los aparatos que mantienen una respiración artificial y el circuito sanguíneo (la técnica necesaria para estos procedimientos aparece en el mismo periodo). Las personas que llegan a esta fase poseen un cerebro muerto, pero las pulsaciones del corazón y la respiración se mantienen de forma artificial. La muerte del cerebro resulta del cese completo del flujo sanguíneo cerebral y la muerte de sus funciones es irreversible. De forma tradicional, como bien sabemos, se considera que el ser humano ha fallecido cuando deja de respirar, su corazón cesa de latir, hace rato que no tiene pulso y sus órganos vitales ya han entrado en un proceso de alteración, es decir ha comenzado el proceso de necrosis de los tejidos. No obstante, con el desarrollo de las técnicas de reanimación, se constata que la muerte es un proceso que no se relaciona sólo con el cese de los latidos del corazón (por falta de pulso). En este contexto, además del antiguo concepto de muerte biológica, aparece el concepto de muerte cerebral. La muerte cerebral se ha definido como “un coma irreversible con la abolición de los reflejos. Es un proceso irreversible debido a la necrosis de los neuronas, seguido por la disminución de la cantidad de sangre que circula”.
Durante el mismo periodo se desarrollaron de forma paralela y se extendieron distintas técnicas de trasplante de órganos vitales que generaron muchas polémicas, así que el comité de la Escuela Médica de Harvard puso punto final al asunto en 1968: además de los criterios clásicos para confirmar la muerte del organismo, existe a la vez un nuevo método de constatación de la misma – la muerte integral del cerebro (whole brain death). Tanto la muerte cerebral/la muerte del cerebro, como la muerte biológica conforman la constatación del mismo acontecimiento: el fallecimiento. Pero los organismos diagnosticados en el primer y en el segundo caso, aunque estén muertos, presentan características distintas: de un organismo en muerte clínica se pueden utilizar los órganos para trasplante, a diferencia de un organismo en muerte biológica, cuyos órganos dejan de ser útiles para un trasplante. Para que estos procedimientos de trasplante que determinaron múltiples polémicas en aquel momento formen parte de la “normalidad”, aparecieron las leyes que permitieron y otorgaron el derecho legal a los médicos de utilizar los órganos del “muerto clínico” para un trasplante. Por supuesto que antes de este momento no existió ninguna reglamentación legislativa en el campo.
¿Pero qué tiene que ver esta historia médica con nosotros y con la muerte del Estado? Si miramos la historia política de los países poscomunistas (pero es válido también para los estados-colonias), observamos una clara semejanza entre las técnicas medicas y las ingenierías económicas, políticas y sociales aplicadas a todo el cuerpo político de los países poscomunistas. Cuando en 1989 se constató que todo el cuerpo político entró en convulsión anticipando su fallecimiento, la muerte anunciada no era una muerte biológica, sino cerebral, una especie de muerte del cerebro. Cuando el cuerpo político comunista dejó de ser capaz de tomarse el pulso, llegó un poder externo que puso el diagnóstico: transición, es decir muerte cerebral. ¿Qué hace el médico en este caso? Ya lo he mencionado arriba: mantiene la respiración y la circulación de la sangre, y realiza una transferencia de órganos hacia otros cuerpos políticos.
FMI y el Banco Mundial & co cumplieron y todavía cumplen esta función de médico trasplantólogo: por un lado bombean dinero para mantener la circulación sanguínea y la respiración del Estado en muerte cerebral y, de forma paralela, tiene lugar un amplio proceso de trasplante de todos los órganos vitales del cuerpo-Estado (desde el control del circuito sanguíneo-banco a los riñones, tejidos, etc. – fábricas, talleres, sistemas energéticos, redes ferroviales, etc.) hacía cuerpos-políticos que detienen el poder económico y político de control sobre estos muertos cerebrales políticos.
La mala noticia es que, con la última crisis, este proceso de trasplante político y económico se extiende también sobre algunos Estados que se encontraban en una fase de salud en apariencia mejor, es decir al límite de la muerte clínica.
El gran problema de los interventores-estatales-trasplantólogos, si miramos sobre todo el caso de Grecia y el trato que recibió por parte de las grandes instituciones financieras, residen en encontrar la manera de legitimar, de construir el marco jurídico para no caer en la categoría antigua del “robo” o del “asesinato político” (dejemos de hacer guerras para conquistar Estados y los llevemos mediante la ingeniería financiera a la fase de muerte cerebral). En otras palabras, ahora, el gran problema y provocación de los que poseen el poder real y se encargan de la trasplantología económica es cómo legalizar esta transferencia de las fortunas, este trasplante de órganos económicos (y de recursos naturales), para que todo parezca “natural” y las “huellas del crimen” desaparezcan. La última provocación es de qué modo conseguirá el gran capital construir un cementerio para los Estados que, tras ser “liberados” de todos sus órganos vitales, sean declarados en “muerte biológica” y los cadáveres deban desaparecer. El cementerio de Estados es el nuevo proyecto que está por llegar.
Pero ¿cómo hemos llegado hasta aquí?
En los últimos 20 años, en Rumanía, hemos asistido al desmantelamiento de las instituciones del Estado y a una lucha sin precedentes contra el Estado. Nuestros padres que vivieron en las décadas 50-70 construyeron las infraestructuras de este país, de las vías a las fábricas y talleres, de los ambulatorios a las escuelas, cines y estadios de fútbol. Aquella generación (y todo lo que ellos construyeron) se volvió una generación-donante para la vida social, política y económica del periodo poscomunista. Más allá de la ideología, nos encontramos ante una realidad cínica y trágica. Lo que aquella generación había construido en un año, nosotros no hemos conseguido realizar en 20 años. De aquellos recursos humanos, económicos y realidades sociales hemos vivido y consumido (tras los años 1990) hasta acabar con ellas, sin poner nada en su lugar. Lo que se construyó en aquel momento lo hemos vendido o regalado a otros tras los ‘90, a otros que no contribuyeron en nada a estas fortunas y lo hemos hecho con un fervor sin precedentes. En lugar de los talleres y de las fábricas de producción, aparecieron los grandes comercios, los buques se convirtieron en yates y las vías de tren se vendieron como chatarra. Las escuelas y los hospitales se cierran porque no aportan beneficio. La única verdad que ha permanecido como válida es el beneficio. Ésta es la convicción y la práctica diaria de todo ciudadano salido del comunismo. La única cosa real que hemos realizado ha sido desmantelar la cohesión social y destrozar el último vestigio de sensibilidad social, hecho que conllevó a la desaparición del significado de lo político. Y así hemos convertido todo en guetos: guetos inmensos y pequeños guetos de lujo, así como la población de este país se dividió en dos grupos: uno grande formado por los “malos parásitos, brutos e ineficientes” y uno pequeño de los “buenos ciudadanos civilizados y eficientes”.
Y el sueño de los niños de la década de los ‘70 de ser médicos, profesores, ingenieros y cosmonautas se mira hoy día como un sueño ridículo y caído en desuso. La gran mayoría renunciaron hace tiempo a su sueño, a las profesiones por las cuales estudiaron con esfuerzo para realizar en cambio todo tipo de trabajos fantasmagóricos (publicidad, PR, marketing, etc.) El único sueño de la generación que se encuentra a fecha de hoy en plena madurez es tener acceso a préstamos para adquirir cosas que nunca necesitará.
Hemos luchado por el capitalismo hasta que sólo nos quedó poner en venta nuestras propias almas. Incluso peor, hemos ido más lejos: hemos pedido préstamos para las generaciones que todavía no han nacido. Cuando nazcan, nacerán sojuzgados a las cadenas de las deudas realizadas por sus padres. Y así, poco a poco nos hemos convertido en los esclavos que damos a luz otros esclavos sin culpa alguna.
Cuando los muertos y los vivos cumplen la misma función política
Durante las últimas elecciones se descubrió una inmensa lista de ciudadanos fallecidos que figuraban como votantes activos. Cuando los muertos de un Estado cumplen la misma función social que los vivos, entonces entramos en un espacio no-político. Para comprender mejor esta convivencia en común de los muertos y vivos en el espacio del Este, no se deben leer tratados de política y filosofía. Basta con leer, para el contexto de Europa del Este en general, la novela-poema de Gogol, Almas muertas. Nos guste o no, nosotros formamos parte del mismo paradigma social y político gogoliano. Y para entender mejor la historia dentro del paisaje rumano, es suficiente con leer la novela de Bram Stoker, Dracula. De Gogol nos enteramos de un detalle muy interesante: “las almas muertas“ cumplen con una función económica muy importante, igual que las almas vivas. Los muertos te pueden hacer hombre hecho y derecho en el sentido más actual de la palabra. ¿Quién es un “verdadero” hombre? Uno que ostenta propiedades, herencias, una fortuna mediante la cual consigue o compra el poder, que, a su vez, lleva a la multiplicación de la fortuna. “Las almas muertas“, las que han dejado de encontrarse entre nosotros despliegan este poder. Toda la aventura de la novela describe las maniobras de Pavel Ivanovichi Chichikov para conseguir “las almas muertas“ de los campesinos siervos fallecidos que siguen inscritos en los registros fiscales. En la versión rumana actual: “las almas muertas“ votan para decidir la suerte de Rumanía. Desde más allá de la tumba, los muertos ejercen una función social y política que los vivos hace tiempo que no quieren cumplir. El colmo de los colmos: “las almas muertas” son más vivas que los elegidos del pueblo o incluso que el presidente elegido y suspendido (que no se presentó al último referéndum).
Crueldad, in-sensibilidad social o sobre la ballena solitaria
Hemos desajustado, desmantelado y vendido casi todo. Tras estos procesos que hemos realizado con un entusiasmo mórbido e idiota, surgió una fragmentación y disolución social sin precedentes. Cuando se destroza un taller o una fábrica, cuando desaparece una biblioteca o un cine, cuando se derrumba un puente o una vía, se derriba de hecho un mundo vivo, real. Es un mundo vivo que renuncia a todo lo que tiene sin recibir nada a cambio. Este tipo de fragmentación y derrumbe conlleva en última instancia a uno de los fenómenos sociales más trágicos: la crueldad y la in-sensibilidad social que hacen que deje de existir la vida social y llevan, en definitiva, a una muerte política total.
La historia de la sociedad rumana del periodo poscomunista se asemeja de forma obvia con la historia de la ballena de 52 Hertzios (Hz). Es la historia de la ballena más solitaria del mundo porque no tiene familia ni amigos y no pertenece a ningún grupo de ballenas. Ella nada de forma desesperada por entre las aguas de los océanos. Nada por soledad buscando otra ballena, “cantando” una gama de sonidos compuestos como mucho por seis “gritos” que duran un máximo de seis segundos. Es su “canto de cisne” porque ninguna ballena la puede oír. Está condenada a morir en soledad. ¿Por qué? Porque es la única ballena del mundo que emite sonidos en la frecuencia de 52 de Hz; todas las demás especies de ballenas que existen se comunican entre ellas con sonidos emitidos en frecuencias entre 12 y 25 Hz. Ningún sonido emitido por ella no puede ser oído por otra ballena, ningún sonido suyo puede recibir respuesta alguna. Los biólogos muestran opiniones distintas: algunos defienden que es una ballena híbrido, otros que es un mutante, y otros que es demasiado joven y su voz está en “crecimiento”.
Nuestra esperanza la conformaría este último argumento: somos una sociedad demasiado joven y la voz de nuestra vida social todavía se encuentra en crecimiento. Pero tal vez hemos llegado a este grado de soledad, fragmentación e insensibilidad social porque cada uno de nosotros emite mensajes en otras frecuencias y no podemos ni escucharnos, ni comunicar para organizarnos desde el punto de vista político y social. De lo que conocemos y nos enseña la historia y la reflexión política de milenios, el ser humano se muere de la forma más fácil por la falta de vida social, por eso necesitamos enormemente la sensibilidad social que crea la vida social y conduce a la formación de la vida política, sin la cual dejamos de considerarnos seres humanos. La pregunta es ¿cómo afinamos nuestras voces para emitir sonidos en ondas que nos permitan oírnos?
¿Cómo puede dar a luz una madre fallecida o cómo puede existir un final feliz de la muerte cerebral-transición?
He aquí el final de la historia, que, en el mejor de los casos, nos puede ocurrir. Ella cuenta: el 19 de abril 1993, no lejos de San Francisco, Trisha Marshall, una joven madre de cuatro niños, entró en la casa de un jubilado para robarle el dinero. Por desgracia, el viejo estaba en casa y al estilo americano, sacó la escopeta, le disparó a la joven madre de 28 años una bala en la sien, tras lo cual avisó a la policía. La policía llegó, se llevaron el cuerpo al hospital y los médicos constataron que el cerebro de Trisha Marshall estaba “muerto“. También descubrieron huellas de alcohol y drogas en la sangre y, como sorpresa, que estaba embarazada de cuatro meses. Cuando se enterraron sus padres y amigos insistieron en que los médicos encontraran una solución para salvar al niño. A pesar del elevado precio de este procedimiento de mantener “el cuerpo vivo”, los médicos lucharon tres meses y medio para mantener el cuerpo de la madre con vida. Tras innumerables esfuerzos, exactamente después de tres meses y medio, el 3 de agosto, nació mediante cesárea Daius Marshall que se quedó con los abuelos. Tras pocos minutos, la madre se encontraba desconectada de los aparatos y entraba en muerte biológica.
A pesar de todo es un happy-end: muerte y nacimiento, desesperación y esperanza. El recién nacido del vientre de un muerto cerebral tal vez sea nuestra última esperanza, el único que nos pueda salvar.
Final de protestas o ¿cómo se prepara un “cóctel Molotov”?
Sin embargo, hace falta educar al recién nacido y debemos decirle algunas cosas sobre la política. Por ejemplo: ¿cómo se prepara un coctel Molotov? ¿Saben cómo se prepara un “coctel Molotov”? De una forma muy sencilla. Se necesitan sólo algunos ingredientes que se encuentran en cualquier rincón de calle. He aprendido a hacer este tipo de coctel en los años perestroika. Se hace de forma fácil, rápida y no vale nada. Pero quien piensa que para hacer un “coctel Molotov” se necesita solo una botella, gasolina y una mecha para prender, se engaña seriamente. No son estos materiales su esencia. Los ingredientes y la explosión del famoso coctel se producen por unos acontecimientos de otro tipo.
Entonces, ¿cómo se realiza un “coctel Molotov”? Sus ingredientes no son la botella, la gasolina, la mecha y el fuego. Es desde luego otro elemento lo que hace que el coctel produzca este efecto explosivo. ¿Qué se necesita? Sólo hace falta que el poder ignore y desprecie a sus ciudadanos, que los humille con la sonrisa en los labios recitándole una mantra de la salvación y que acuerde leyes para protegerse y controlar los recursos y cualquier forma de protesta o revuelta. Cuando las palabras y las acciones políticas comienzan a dejar de tener efecto real, cuando la clase política se distancia por completo de las dolencias y necesidades del ciudadano y cuando el ciudadano entiende que de hecho ya nadie lo representa, entonces los “cocteles Molotov” comienzan a explotar de forma natural. Yo todavía no me he olvidado lo que he aprendido en los años perestroika y me encargaré de que mi hijo tampoco olvide la receta.
Nota:
[1] Sobre este tema escribieron autores como M.Foucault, Ph. Aries o S. Roganov (autor de algunos excelentes estudios sobre la muerte de los países poscomunista).
Vasile Ernu (1971, URSS) es escritor y publicista. En el Reino de España se ha publicado su libro Nacido en la URSS, Foca Ediciones (Akal), 2010.
Traducción para www.sinpermiso.info: Corina Tulbure
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