El cambio de época en América Latina y el Caribe, que desde una mirada de la memoria larga comienza en 1959 con el triunfo de la revolución cubana, y desde la memoria corta lo hace en 1998 con la victoria electoral de Hugo Chávez en Venezuela, vive una disyuntiva entre la necesidad de profundizar el cambio, o la restauración conservadora.
Esta disyuntiva cristaliza sobre todo en dos sucesos importantes, por no decir claves, del momento histórico: la muerte del Comandante Chávez en 2013, y la derrota sufrida por el kirchnerismo en la Argentina en fechas recientes.
Hasta entonces, veníamos inmersos en un ciclo ascendente de victorias sobre el neoliberalismo que se traducían en triunfos electorales de la izquierda y los proyectos nacional-populares por toda la región. Los avances se sucedían, la recuperación de la soberanía política y económica, que permitía el regreso del Estado y una redistribución de la riqueza sin precedentes, a la vez que se recuperaban y aumentaban derechos sociales, tiene un valor incalculable sobre todo si comparamos esta realidad con lo sucedido en otras latitudes, como por ejemplo el sur de Europa, y especialmente Grecia.
Pero además, entre esos logros debemos destacar la resignificación de la democracia que el ciclo progresista produjo, ampliando los márgenes y modificando los límites de la misma para profundizar en una democracia plebeya que por primera vez, hacía coincidir los intereses de un país con los intereses de sus clases populares y mayorías sociales.
Sin embargo, hay que reconocerle a la nueva derecha latinoamericana un logro, el haber conseguido a su vez resignificar la idea del cambio, idea con la que han ganado las elecciones en Argentina.
Argentina, punto de inflexión
La resignificación del cambio en la Argentina podemos visualizarla en un Macri convertido en gigantesco significante vacío donde caben, más que las demandas insatisfechas de las mayorías sociales –cumplidas en su mayor parte durante la década ganada por el kirchnerismo-, las aspiraciones y anhelos de las nuevas clases medias.
Pero el triunfo de la anti-política en Argentina nos deja otra imagen simbólica, la de Lilian Tintori, esposa del terrorista venezolano Leopoldo López, festejando en Buenos Aires con Macri el triunfo electoral. Imagen que, junto con las declaraciones bravuconas de Macri pidiendo la aplicación de la “Cláusula democrática” del Mercosur a Venezuela, remite a las conexiones internacionales de esta nueva derecha, que ha encontrado en Macri un liderazgo del siglo XXI.
Porque errábamos caracterizando a Capriles como la nueva derecha del siglo XXI. Mirábamos a Venezuela cuando en Argentina se estaba gestando la contra-revolución del siglo XXI, camuflada bajo miles de globos de colores. Esta nueva derecha tiene que agradecer sus conexiones internacionales a nefastos gurús del marketing político como el venezolano-mayamero J.J. Rendón y en el caso argentino, Jaime Durán Barba.
La nueva derecha, la contrarrevolución en marcha
Hoy en día en América Latina, detrás de todo líder importante de la derecha hay un gran asesor de marketing político, que le ayuda no solo a construir discurso, sino a articular a las elites económicas y oligopolios mediáticos en el plano nacional, y a construir alianzas en el plano internacional.
Esta nueva derecha construye un escenario post-político donde el conflicto inherente a toda forma de hacer política desaparece en beneficio de la tele-política; donde la correlación de fuerzas al interior del Estado desaparece en beneficio de la gestión tecnocrática; donde el pueblo que construye, aun con dificultades, la izquierda, se fragmenta e individualiza en forma de “familias” o “ciudadanos”; en definitiva, donde la ideología da paso a la aireología.
Las dos principales características de esta nueva derecha son, por un lado, el no impugnar los avances sociales conseguidos por los gobiernos progresistas –no hay un clima propicio ni en los niveles nacionales ni internacionales para tal impugnación-. Pero en segundo lugar, sí atacan y explotan las grietas y puntos débiles de nuestros procesos, sean la inseguridad, la inflación o la corrupción.
Además de la importancia que la victoria electoral de Macri, si juega bien sus cartas, puede suponer para la derecha trasnacional, tampoco podemos perder de vista la injerencia imperialista que, vía golpes de Estado clásicos como en Honduras, parlamentarios como en Paraguay y el intento de impeachment en Brasil, o vía revoluciones de “colores” violentas como en Venezuela, conforma una arista más del turbulento escenario que vivimos en América Latina y el Caribe.
La disputa por el relato
Y en este escenario, nos encontramos con que intelectuales de una izquierda “Pro-gre”, por hablar en términos argentinos, insisten con un fin del ciclo progresista construido sobre populismos de alta intensidad[1].
Esta crítica es, que Marx me perdone, tremendamente mecanicista. Estos académicos critican nuestras economías extractivistas, realidad innegable a pesar de que en sus análisis suelen dejar de lado los 500 años de colonialismo y 30 de neoliberalismo que profundizaron este modelo. En cualquier caso, el planteamiento es simple; tenemos economías extractivistas; hubo un “boom de las commodities”; se generó una redistribución parcial a partir del alto precio de los recursos naturales; llegó la crisis del 2007/2008 y con ella el descenso de los precios y las importaciones/exportaciones; no se pueden mantener las tasas de redistribución y por lo tanto se termina el ciclo progresista.
Debemos precisar, en primer lugar, que el auge y caída del precio de las commodities fue el mismo para todos los países de América Latina y el Caribe, pero no es lo mismo en que se empleó la plusvalía obtenida en México, Colombia o Perú, que en Venezuela, Bolivia o Ecuador.
En segundo lugar, todos estos teóricos progres analizan muy bien los problemas de las economías extractivistas, y podemos coincidir en una buena parte de su diagnóstico. El problema llega a la hora de ofrecer alternativas. Si tomamos a uno de los gurús del post-extractivismo como Eduardo Gudynas[2], resulta que como solución al “extractivismo depredador” propone una transición al “extractivismo sensato”, para después pasar al “extractivismo indispensable”. Es decir, que la salida al extractivismo es…¡el extractivismo! Eso sí, saquemos las pancartas de “Otro extractivismo es posible” para desgastar todo lo posible a los gobiernos progresistas.
En definitiva, no hay tal “fin del ciclo” porque el proyecto de las izquierdas y los gobiernos nacional-populares en América Latina sigue vigente. La soberanía y reconquista de derechos, la redistribución de la riqueza y la universalización de los servicios, no pueden ser impugnados por una derecha que tiene que esconder su proyecto pro-mercado y pro-negocios, aunque luego en la intimidad de la Embajada de Estados Unidos puedan decirlo sin ambigüedades[3]. Es más, hasta el momento el único gobierno en este ciclo que se ha perdido a manos de la derecha mediante la vía electoral ha sido el gobierno de centro izquierda de Bachelet a manos de un Piñera que pasó sin pena ni gloria por el gobierno chileno.
Es por eso que, a pesar de que tras la derrota en Argentina, muchos se sumen a las tesis del “fin del ciclo”, sería mucho más adecuado ahora hablar de un empate catastrófico entre la necesidad de la izquierda de reactualizar su proyecto para volver a seducir a las mayorías sociales, y la necesidad de la nueva derecha de desarrollar exitosamente su proyecto en la Argentina para desde ahí poder irradiar e implementarse en otros países de nuestra región.
En ese sentido, no debemos preocuparnos por lo que haga el enemigo, ayudado por el fuego amigo de cierta intelectualidad progresista, sino por lo que hacemos desde las izquierdas latinoamericanas y caribeñas. Y para ello el primer paso es construir un diagnóstico común que contenga los avances de este cambio de época, los posibles retrocesos, las tensiones y los desafíos que tenemos por delante.
Avances
En este ámbito es donde más consenso hay pues aunque algunos analistas afirmen que “el progresismo no fue un avance”[4], las mayorías sociales realmente han visto cómo el ciclo progresista permitía una irrupción plebeya en el Estado y la configuración de un horizonte nacional-popular que redistribuía y a la vez iba más allá de un capitalismo de Estado, como no se cansa de explicar el Vicepresidente de Bolivia Álvaro García Linera, en la medida en que el excedente de los recursos naturales, que por primera vez pertenecen al pueblo, se utiliza para necesidades sociales, éste constituye valores de uso.
Todo lo anterior bajo el marco de un nuevo constitucionalismo transformador en el caso de los países que conforman el “núcleo duro bolivariano”, que además en el caso de Bolivia y Ecuador, impulsa una ruptura epistemológica con el capitalismo y la modernidad marcando el Buen Vivir como complemento al socialismo, y permite visualizar un horizonte poscapitalista más allá del actual escenario posneoliberal.
Y sin duda en este breve recuento no puede faltar el ámbito geopolítico. A 10 años de la derrota del ALCA en Mar del Plata, la región ha avanzado en el ámbito de la integracion latinoamericana y caribeña, primero a nivel interno, constituyendo mecanismos de integracion política como el ALBA, la Unasur o la CELAC; y después hacia afuera, impulsando un relacionamiento Sur-Sur, donde América Latina tiene más protagonismo que nunca en el nuevo mundo multipolar.
Retrocesos
Probablemente si en algo no se ha avanzado, y supone no solo un freno, sino un ancla que impide navegar más veloz y a más profundidad, ha sido en derrotar la hegemonía neoliberal en el ámbito cultural. El escenario posneoliberal y por lo tanto la posibilidad de ir más allá no va a terminar de completarse mientras persista el american way of life. La reducción de la pobreza y de la desigualdad, a partir de la distribución de la riqueza, fruto de la recuperación de la soberanía sobre los recursos naturales, ha permitido democratizar el consumo y generar en millones de personas-electores unas ansias y anhelos de consumo que no se ha sabido traducir en alternativas más allá de democratizar también el acceso al mall, shopping o centro comercial.
A lo anterior se le une una pérdida de la mística que acompañó el surgimiento de nuestros procesos. La gestión no es sexy. La izquierda se construyó sobre una ética, pero también estética, de la resistencia; pero una vez que se abrió el cambio, hay que mantenerlo, gestionarlo, gobernar y transformarlo en políticas públicas, y eso no es tan atractivo para una buena parte de la izquierda como la resistencia en la barricada. Necesitamos reconstruir una cosmovisión nuestroamericana del momento histórico actual que venga acompaña de una nueva mística.
Construcción de nuevos imaginarios que debe venir acompañada de un refuerzo de los medios de comunicación contrahegemónicos que venimos impulsando en los últimos años. La batalla de ideas es fundamental en la construcción de nuevos imaginarios posneoliberales y poscapitalistas.
Tensiones
Probablemente la principal de las tensiones que viven nuestros procesos la escenifica el debate en torno al extractivismo y al modelo de desarrollo. Podemos constatar la incapacidad de un sector de la izquierda para construir alternativas más allá de la crítica a los gobiernos progresistas, sobre todo cuando una buena parte de las luchas contra el neoliberalismo tenían que ver con solucionar o exigir la satisfacción de necesidades inmediatas, demandas cumplidas en su mayor parte. Hemos constatado así mismo la incapacidad de otro sector de la izquierda progre en proponer alternativas al extractivismo.
Podemos incluso coincidir con la visión de algunos analistas que plantean un “extractivismo transitorio posneoliberal[5]”, pero debemos ser conscientes de que las únicas iniciativas que trataron de ir más allá del extractivismo sin rehuir el debate de fondo, como la iniciativa Yasuní en Ecuador, fracasaron por la hipocresía imperante en este debate. Y el debate de fondo es precisamente cómo lograr un equilibrio entre el derecho al desarrollo, a “crecer” para poder continuar contrarrestando los efectos de la larga noche neoliberal, el hambre y la pobreza, y los Derechos de la Madre Tierra.
Es un hecho la catástrofe ambiental y climática que padecemos, y más cuando incorporamos en la ecuación del desarrollo a China y la India, y su necesidad de sacar de la pobreza a cientos de millones de personas. Pero o construimos colectivamente una nueva ecuación que incluya tanto la justicia social como la justicia ambiental, o la humanidad está condenada a su extinción, probablemente mucho antes que siquiera alcancemos a divisar el fin del capitalismo.
Desafíos
Para definir los desafíos del momento actual, es necesario pensar con un intelectual que, este sí, combina teoría y praxis revolucionaria desde el barro de la gestión pública-estatal. Nos referimos a Álvaro García Linera, marxista, matemático, sociólogo y Vicepresidente del Estado Plurinacional de Bolivia.
Es imprescindible escuchar o leer la conferencia magistral[6] que dio en el Encuentro Latinoamericano Progresista de Quito en septiembre de 2015, donde además de hacer una brillante crítica a la izquierda lightberal, a la que define como una izquierda “de cafetín” o “deslactosada”, nos deja una crítica para los agoreros del fin del ciclo: “Al no impulsar la movilización de las clases subalternas, ni ser alternativa de poder real, estos pseudo radicales trabajan para los restauradores del neoliberalismo, son los ideólogos del fin del relato del progresismo latinoamericano”.
Pero poco después, en el mes de octubre en Montevideo, García Linera introdujo 5 propuestas[7] para contrarrestar las vulnerabilidades de los procesos progresistas. Vamos a revisarlas y tratar de ir un poco más allá, desarrollando estas propuestas a modo de desafíos para las izquierdas latinoamericanas y caribeñas.
La primera propuesta sería “reconocer y analizar en qué decisiones nos equivocamos”. Siendo importante la autocrítica, que siempre es revolucionaria si se hace desde el compromiso y la lealtad con los procesos de cambio, necesitamos ir más allá y no pensar solo en los errores cometidos, ni siquiera en los aciertos de esta nueva derecha del siglo XXI, sino pensar sobre todo en el “electorado del siglo XXI”, al que debemos volver a seducir con un proyecto político renovado. Cuando teníamos las respuestas, nos cambiaron no ya las preguntas, sino el entrevistador y sobre todo, el público al que iban dirigidas. Este electorado, compuesto en una buena parte por clases medias e importantes segmentos de la juventud, ya ha dejado atrás el neoliberalismo en el imaginario, aunque como hemos visto, el mismo nos impregne por completo en el ámbito cultural. O reactualizamos el proyecto, profundizando y haciéndolo seductor para este electorado del siglo XXI, o esta vez sí deberemos hablar de fin de un ciclo.
En segundo lugar, García Linera nos desafía a luchar para “mantener la unidad del bloque social que fue el constructor del proceso de democratización continental”. Siendo clave la unidad del bloque social de apoyo a los procesos, esto nos remite a una discusión más amplia sobre el sujeto del cambio y, yendo aún más lejos, a una trilogía necesaria entre el sujeto –por muy fragmentado que esté-, proyecto político –también a veces difuso pero siempre con algunas certezas en cuanto a horizonte y líneas rojas que no traspasar- y la importancia de los liderazgos –que cohesionan y articulan tanto el sujeto como las demandas-. Si uno de los tres componentes de la ecuación falla, sujeto, proyecto o líder, no hay posibilidades de llevar adelante un proyecto emancipador.
La tercera recomendación del Vicepresidente de Bolivia para contrarrestar las vulnerabilidades de nuestros procesos es la capacidad de gestión económica, que va unida a una cuarta recomendación, que es que esta gestión beneficie al núcleo duro de cada proceso, “a aquel que no nos va a abandonar nunca, a los más pobres, a los más humildes, a los más maltratados”. Siendo correcta la afirmación, ¿qué hacemos cuando llegamos al límite de la capacidad de redistribución dentro del capitalismo como parece que están llegando algunos de nuestros procesos que no terminan de definir un horizonte socialista claro y por lo tanto se desnudan los límites, y más ante la arremetida de la derecha con su disfraz de gestores-tecnócratas? Uno de los primeros pasos para profundizar la transformación de los modelos económicos debería ser una reforma del régimen impositivo/fiscal, pero ahí tenemos el ejemplo de lo sucedido en Ecuador cuando Correa intentó una reforma para que pagaran más los que más tienen, y las clases medias salieron a la calle a movilizarse en defensa del 2% más rico en algún tipo de paradoja sociológica por el que esperan algún día ser parte de ese pequeño porcentaje.
En quinto lugar, García Linera apuesta por la “repolitización y reideologización” de la sociedad. Es de sobra conocida la fórmula Lenin+Gramsci, derrotar e incorporar, que viene proponiendo el Vicepresidente. Y si bien en el ámbito electoral podemos tener alguna discrepancia, si hablamos de la construcción de hegemonía, no hay nada más cierto en que solo con Lenin nos quedamos en fuerza sin irradiación y solo con Gramsci en ternura sin victoria. Pero el debate teórico sobre la hegemonía va a aterrizar de manera abrupta en la Argentina, donde vamos a ver cuánta irreversibilidad han construido los procesos nacional-populares durante el cambio de época en el continente. Argentina es la prueba de fuego para saber cuánto de lo conquistado durante la década ganada en derechos sociales, políticos, económicos, culturales, etc., puede ser revertido, y cuanto ya es irreversible porque el sentido común construido, es decir, la hegemonía posneoliberal, lo ha convertido en irreversible.
Y como el ciclo electoral nunca termina, en un futuro inmediato, con la celebración de las elecciones legislativas en Venezuela el 6 de diciembre y el referéndum constitucional por la repostulación de Evo Morales en Bolivia el 21 de febrero, vamos a tener más indicadores del tamaño de la crisis o profundidad del reflujo que atraviesa el cambio de época en Nuestra América. Entre medio, una cumbre del Mercosur (Asunción, 21 de diciembre) y una de la CELAC (Ecuador, 28 y 29 de enero), donde el principal desafío de los gobiernos progresistas será mantener la unidad ante el caballo de Troya que representará la presencia de Macri en los mecanismos de integración regional.
- Katu Arkonada es diplomado en Políticas Públicas. Ex asesor del Viceministerio de Planificación Estratégica, de la Unidad Jurídica Especializada en Desarrollo Constitucional y de la Cancillería de Bolivia.
[1] Termina la era de las promesas andinas http://www.revistaenie.clarin.com/ideas/Termina-promesas-andinas_0_1417058291.html
[2] El nuevo extractivismo de la “izquierda” no lleva al desarrollo http://www.envio.org.ni/articulo/4779
[3] Wikileaks reveló la sentencia pronunciada por Macri en la Embajada de Estados Unidos: ““Somos el primer partido pro mercado y pro negocios en cerca de 80 años de historia argentina que está listo para asumir el poder” http://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/subnotas/162783-52119-2011-02-21.html
[4] Hacer balance del progresismo http://www.rebelion.org/noticia.php?id=201832
[5] ¿Fin de ciclo? Los movimientos populares, la crisis de los “progresismos” gubernamentales y las alternativas ecosocialistas http://cadtm.org/Fin-de-ciclo-Los-movimientos
[6] Conferencia magistral de Álvaro García Linera en la ELAP 2015 http://www.alianzapais.com.ec/wp-content/uploads/2015/10/CONFERENCIA-MAGISTRAL-ALVARO-GARCIA-LINERA-EN-ELAP-2015.pdf
[7] García Linera recomendó cinco pasos para contrarrestar la vulnerabilidad de los procesos progresistas http://www.vicepresidencia.gob.bo/Garcia-Linera-recomendo-cinco-pasos-para-contrarrestar-la-vulnerabilidad-de-los
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