Los tiempos no podían ser más desafortunados para recibir noticias negativas sobre la crisis en Grecia. Después de algunos meses en el congelador, el tema de la moratoria y de una posible salida griega de la esfera del euro vuelve a sembrar la alarma en Europa. Pero ahora esto se combina con los exabruptos de las primeras semanas de Trump en la Casa Blanca, así como con las peripecias sobre las negociaciones del Brexit y las perspectivas de las elecciones en Francia, Holanda y Alemania en los próximos meses. Este torbellino de acontecimientos corre el riesgo de entorpecer el desenlace de las negociaciones sobre el “rescate” en Grecia y sus consecuencias.
La gravedad del problema que afronta la economía griega no debe sorprender a nadie. Para quien ha seguido de cerca la crisis en la eurozona no es nada nuevo ver el tsunami de vencimientos que se perfila este verano y que no podrá ser contenido fácilmente. Desde hace tiempo hemos observado cómo las decisiones tomadas por la Comisión Europea y los acreedores simplemente han consistido en, como se dice vulgarmente, ir pateando el bote para ganar tiempo. Bueno, pues parece que el tiempo se acabó y ha llegado el momento de tomar decisiones.
La primera constatación es que los programas de rescate de la economía griega no han funcionado. La economía sigue sin poder regresar a algo que se parezca a un sendero de crecimiento. El año pasado el PIB acusó una tasa de crecimiento positiva, pero todavía en un rango muy mediocre (0.6 por ciento). Y los reclamos triunfalistas sobre la salida de la recesión (por parte del ministro de economía, Giorgos Stathakis) son más propaganda que el resultado de una evaluación rigurosa sobre el desempeño económico de su país.
Lo cierto es que el desplome económico que duró de 2008 hasta 2015 equivale a una pérdida real en el nivel del PIB superior a 25 por ciento. Y el nivel de desempleo se mantiene en 28 por ciento, una cota comparable a la de la gran depresión. El estándar de vida de la población ha sufrido en todos los renglones, desde servicios de salud, hasta consumo de alimentos.
A nivel macroeconómico, los tecnócratas amigos de la austeridad fiscal siempre justificaron sus paquetes draconianos con el argumento de que el nivel de endeudamiento de la economía griega iría reduciéndose paulatinamente. Pero hoy se observa que ese resultado no sólo no se ha alcanzado, sino que no se podrá lograr en el marco de las políticas actuales. Cuando arrancaron los programas de rescate en 2010 se esperaba que la razón deuda/PIB pasaría de 115 por ciento a un nivel cercano a 150 por ciento en 2015 debido al peso que tendrían las metas de austeridad (superávit primario) sobre la economía helénica. Sin embargo, hoy el coeficiente deuda/PIB supera la marca de 176 por ciento. Claramente el programa de ajuste que la troika impuso en Grecia ha desembocado en un círculo vicioso que engendra menos crecimiento y mayor endeudamiento. Ese programa se encuentra fuera de control.
Este verano Atenas afronta vencimientos por más de 10 mil 500 millones de euros y no tiene capacidad de pago. En un informe técnico preparado por funcionarios del Fondo Monetario Internacional se concluye que bajo las condiciones actuales, la economía griega no podrá alcanzar las metas de crecimiento que permitirían afrontar el servicio de la deuda. El Fondo no cree que Atenas pueda alcanzar un superávit primario de 3.5 por ciento del PIB y al mismo tiempo crecer en 2017. Y bajo tales circunstancias, los protocolos del FMI le obligarán a no participar en un nuevo paquete de rescate al lado de las instituciones europeas.
En la última ronda de negociaciones el FMI argumentó que Grecia solamente podría volver a crecer y a reducir su coeficiente de endeudamiento si se realizara una quita significativa en el monto de su deuda. Pero el FMI sabe que la Comisión Europea no aprobará una quita y seguirá presionando a Atenas, casi hasta el punto de orillarla a la salida de la esfera euro. En los últimos meses el gobierno griego dio marcha atrás en algunas promesas a sus acreedores, lo que contaminó más el tenso ambiente de las negociaciones. Para Alemania, Holanda y Finlandia, la situación es propicia para expulsar a Atenas de la unión monetaria. Sus cálculos pueden desembocar en muy mal resultado para el euro y para todo el proyecto europeo.
Después de siete años de una implacable austeridad fiscal y de un programa de privatizaciones y ‘reformas estructurales’, Grecia sigue sufriendo la peor crisis experimentada por una economía desarrollada. Y la debacle no hace más que profundizarse y extenderse. Pareciera que esta tragedia ya la hemos visto muchas veces. Pero esta vez las cosas pueden ser diferentes. Tsipras y su partido pueden llegar al límite y a romper el delgado hilo del que está colgando la permanencia de Grecia en el euro. Después del golpe del Brexit, el Grexit podría ser fatal para el euro. Pero después de ocho años de castigo, quizás es la mejor salida para Grecia.
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