William I. Robinson
La discreta escalada de la intervención norteamericana en el Medio Oriente en las últimas semanas llega en un momento en que el régimen de Trump enfrenta un creciente escándalo sobre la presunta injerencia rusa en su campaña electoral de 2016, además de los índices históricamente más bajos de aprobación para un presidente entrante y una resistencia cada vez mayor entre la población. Los gobernantes estadounidenses a menudo han lanzado aventuras militares en el exterior para desviar la atención de las crisis políticas y los problemas de legitimidad en su ajuar.
Más allá de la intervención en Siria, Iraq y Afganistán, Trump ha propuesto un incremento de $55 mil millones de dólares en el presupuesto del Pentágono. Ha amenazado con utilizar la fuerza militar en varios polvorines alrededor del mundo, incluyendo a Siria, Irán, el Sudeste Asia, el flanco oriental de la OTAN con Rusia, y en la Península de Corea. En la medida que surjan centros competidores de poder en el sistema internacional, cualquier aventura militar podría desembocar en una conflagración global con consecuencias devastadoras para la humanidad.
Los periodistas y comentaristas políticos han centrado su atención en el análisis geopolítico en su esfuerzo por explicar las crecientes tensiones internacionales. Por muy importante que sea este enfoque, hay profundas dinámicas estructurales en el sistema del capitalismo mundial que empujan los grupos gobernantes hacia la guerra. La crisis del capitalismo global se viene intensificando, no obstante el optimismo de los economistas tradicionales y las elites mareadas por índices recientes de crecimiento y la repentina inflación de los precios de las acciones a raíz de la elección de Trump. En particular, el sistema enfrenta una insoluble crisis de sobre-acumulación y legitimidad.
La crisis actual, más que cíclica, es estructural, lo que quiere decir que la única solución es una reestructuración del sistema. La crisis estructural de los años 1930 fue resuelta mediante un nuevo tipo de capitalismo redistributivo, o sea, la socialdemocracia, el Keynesianismo, y el corporativismo. El capital respondió a la crisis estructural de los años 1970 globalizándose. La emergente clase capitalista transnacional (CCT) emprendió una vasta reestructuración neoliberal, liberalización comercial e integración de la economía mundial.
La globalización facilitó un boom en la economía global en la última década del siglo XX en la medida que los ex-países socialistas se integraron al mercado global y el capital transnacional, liberado del estado-nación, emprendió una enorme ronda de despojos y de acumulación a nivel mundial. La CCT descargó los excedentes anteriormente acumulados y reanudó la generación de ganancias en el emergente sistema globalizado de producción y finanzas mediante la adquisición de los bienes privatizados, la extensión de las inversiones en la minería y la agro-industria a raíz del despojo de centenares de miles de personas del campo en el antiguo Tercer Mundo, y una nueva ola de expansión industrial asistida por la revolución en la Tecnología de la Informática y la Computación.
No obstante, globalización capitalista ha dado lugar a una polarización social mundial sin precedentes. La agencia de desarrollo británico Oxfam informa que apenas el uno por ciento de la humanidad posee la mitad de la riqueza del mundo y el 20 por ciento controla el 95 por ciento de esa riqueza, mientras el restante 80 por ciento tiene que conformarse con apenas el 5 por ciento.
Dada esta extrema polarización de los ingresos y la riqueza, el mercado global no puede absorber la producción de la economía global. El colapso financiero de 2008 marcó el arranque de una nueva crisis estructural de la sobre-acumulación, lo que se refiere a que el capital acumulado no puede encontrar salidas rentables para la reinversión de ganancias. Los datos para 2010 indican, por ejemplo, que las compañías estadounidenses contaban en ese año con $1.8 billones de dólares en efectivo no invertido. Las ganancias corporativas han registrado niveles casi record al mismo tiempo que la inversión corporativa ha declinado.
En la medida que se va acumulando este capital no invertido, crecen enormes presiones para encontrar salidas rentables para el excedente. Los grupos capitalistas, y especialmente el capital financiero transnacional, presionan a los estados a crear nuevas oportunidades para la inversión rentable. Los estados neoliberales han recurrido a cuatro mecanismos en años recientes para ayudar a la CCT a descargar el excedente y sostener la acumulación frente al estancamiento.
Uno es el asalto y el saqueo a los presupuestos públicos. Las finanzas públicas han sido reconfiguradas mediante la austeridad, los rescates a las corporaciones, los subsidios estatales al capital, el endeudamiento estatal, y el mercado global de bonos, todo lo que resulta en la transferencia directa e indirecta por parte de los gobiernos de la riqueza, desde las clases laborales a la CCT.
Un segundo mecanismo es la expansión del crédito a los consumidores y los gobiernos, sobre todo en los países ricos, para sostener el consumo. En Estados Unidos, por ejemplo, país que ha sido “el mercado de última instancia” para la economía global, el endeudamiento de las familias de la clase obrera ha llegado a nivel record para todo el periodo post-Segunda Guerra Mundial. Los hogares norteamericanos tenían una deuda total en 2016 de $13 billones de dólares en préstamos estudiantiles y automovilísticos, en deudas de las tarjetas de crédito, y los hipotecarios. Mientras tanto, el mercado global de bonos –un indicador de la deuda gubernamental global– ya había para 2011 rebasado los $100 billones de dólares.
Un tercer mecanismo es la frenética especulación financiera. La economía global ha sido un gigantesco casino para el capital financiero transnacional, mientras crece cada vez más la brecha entre la economía productiva y el “capital ficticio”. El Producto Bruto Mundial, o el valor total de los bienes y servicios producidos a nivel mundial, alcanzó los $75 billones de dólares en 2015, mientras la especulación solamente en monedas extranjeras llegó a $5.3 billones al día en ese año y el mercado global de derivados se estimó en un alucinante $1.2 trillones.
Estos tres mecanismos pueden resolver el problema momentáneamente pero a la larga terminan agravando la crisis de la sobre-acumulación. La transferencia de la riqueza desde los trabajadores al capital constriñe aún más al mercado, mientras el consumo financiado por el cada vez mayor endeudamiento y la especulación aumenta la brecha entre la economía productiva y el “capital ficticio”. El resultado es una cada vez mayor inestabilidad subyacente de la economía global. Muchos ahora consideran que otro colapso es casi inevitable.
Sin embargo, hay otro mecanismo que sostiene la economía global: la acumulación militarizada. He aquí una convergencia de la necesidad que tiene el sistema para el control social y la necesidad que tiene para la acumulación perpetua. Las desigualdades sin precedentes solo pueden ser sostenidas por los sistemas cada vez más expansivos y ubicuos de control social y represión. Pero muy por aparte de las consideraciones políticas, la CCT ha adquirido un interés creado en la guerra, el conflicto, y la represión como medio en sí de la acumulación, incluyendo la aplicación de amplias nuevas tecnologías y una mayor fusión de la acumulación privada con la militarización estatal.
Mientras la guerra y la represión organizada por el Estado cada vez más se privatiza, los intereses de un amplio despliegue de grupos capitalistas cambian el clima político, social, e ideológico hacia la generación y el sostenimiento de los conflictos – tal como en el Medio Oriente – y en la expansión de los sistemas de guerra, de represión, de vigilancia y de control social. Las así llamadas guerras contra las drogas, contra el terrorismo, contra los inmigrantes; la construcción de muros fronterizos, de centros de detención de los inmigrantes y cárceles; la instalación de los sistemas de monitoreo y vigilancia en masa, y la extensión de las compañías privadas mercenarias y de seguridad – todo eso se convierte en principales fuentes para la acumulación y generación de ganancias.
El estado norteamericano se aprovechó de los ataques del 11 de setiembre de 2001 para militarizar la economía global. El gasto militar estadounidense se disparó, alcanzando billones de dólares para librar la “guerra contra el terrorismo” y las invasiones y ocupaciones de Iraq y Afganistán. La “destrucción creativa” de las guerras funge para echar leña a las brasas humeantes de una economía global estancada. El presupuesto del Pentágono subió en un 91 por ciento en términos reales entre 1998 y 2011, y aun sin incluir las asignaciones especiales para Iraq, se incrementó en un 50 por ciento en términos reales en este periodo. En la década de 2001 a 2011, las ganancias de la industria militar casi se cuadruplicaron. A nivel mundial, el gasto militar creció en un 50 por ciento desde 2006 a 2015, de $1.4 billones a $2.03 billones de dólares.
La vanguardia de la acumulación en la economía real alrededor del mundo cambió de la Tecnología de la Informática y la Computación antes de que reviente en 1999-2000 la burbuja de la bolsa de valores para este sector (conocido como “dot-com”), al nuevo “complejo militar-seguridad-industrial-financiero” – este mismo complejo a la vez integrado al conglomerado de alta tecnología. Este complejo ha acumulado enorme poder en los pasillos del poder en Washington y en otros centros políticos alrededor del mundo. Un emergente bloque de poder que reúne el complejo financiero global con el complejo militar-seguridad-industrial tendió a cristalizarse a raíz del colapso de 2008. Hay una peligrosa conjugación alrededor de la acumulación militarizada de los intereses de clase de la CCT con las cuestiones geopolíticas y económicas. Entre más llega a depender la economía global de la militarización y el conflicto, cada vez mayor es el impulso hacia la guerra y cada vez son más altos los riesgos para la humanidad.
El día después del triunfo electoral de Trump, el precio de las acciones de la empresa “Corrections Corporation of America”, la principal contratista privada para los centros de detención de los inmigrantes en Estados Unidos, se disparó en un 40 por ciento, dada la promesa electoral de Trump de deportar a los inmigrantes en masa. Los grandes contratistas militares como Raytheon y Lockheed Martin, registran súbitas alzas en sus acciones cada vez que hay un nuevo brote del conflicto en el Medio Oriente. Horas después de que la marina norteamericana bombardeó a Siria con misiles Tomahawk el pasado 6 de abril, el valor de las acciones de Raytheon subió en un mil millones de dólares. Centenares de firmas privadas alrededor del mundo hicieron ofertas para la construcción del tristemente célebre muro de Trump en la frontera estadounidense-mexicana.
Más allá de la retórica populista, el programa económico de Trump constituye el neoliberalismo en esteroides. Las reducciones de impuestos corporativos y la acelerada desregulación vendrá a exacerbar la sobre-acumulación y aumentará la propensión del bloque de poder para los conflictos militares. Los militares activos y retirados que controlan la maquinaria norteamericana de guerra ocupan numerosos puestos en el régimen de Trump y gozan de cada vez mayor autonomía de acción. Sin embargo, detrás los régimen de Trump y del Pentágono, la CCT busca sostener la acumulación mediante la expansión de la militarización, el conflicto y la represión. Solamente un contra-movimiento desde abajo, y a la larga, un programa para redistribuir la riqueza y el poder hacia abajo, pueden contrarrestar el espiral hacia arriba de la conflagración internacional.
William I. Robinson
Profesor de Sociología, Universidad de California en Santa Bárbara
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