China: El congreso del PCC y las luchas fraccionalesPierre Rousset
Viento Sur,
Le XVII Congreso del Partido Comunista Chino (PCC), reunido del 8 al 14 de noviembre pasados, ha renovado sus órganos de dirección: Xi Jinping, de 59 años, es el nuevo secretario general y está previsto que en marzo de 2013 la Asamblea Nacional Popular lo elija presidente de la República; Li Keqiang, de 57 años, será elegido a su vez primer ministro.
El Congreso ha venido precedido de fuertes luchas intestinas entre fracciones que se han saldado con el procesamiento por corrupción y la expulsión del partido de Bo Xilai, jefe del municipio autónomo de Chongqing, en el sudoeste del país. Es difícil calibrar el alcance real de estos desgarros fraccionales tras el lenguaje codificado propio del PCC, toda vez que la información está censurada o manipulada. Lo que sí parece es que anuncian importantes fracturas en el seno de la llamada “izquierda” (neo)maoísta. Las corrientes que la conforman, nacionalistas y opuestas a reformas excesivamente neoliberales, forman parte del régimen y hasta ahora se reclamaban a menudo del “modelo Chongqing”, que (al menos oficialmente) proporcionaba una mayor protección social frente al desarrollo del capitalismo salvaje. Sin embargo, se han dividido profundamente ante la caída de Bo Xilai y una parte de ellas se declaran ahora contrarias a alinearse con una u otra de las fracciones del PCC, preconizando en su lugar una nueva revolución (véase el artículo siguiente de Au Loong-Yu).
La cuestión no es baladí. Sin embargo, por lo pronto ninguna corriente de la “izquierda” del PCC ha cuestionado el poder autoritario del partido. Aunque protesten contra los juicios montados contra sus líderes, todavía no defienden la separación de los poderes político y judicial. Muestran una mayor sensibilidad social, pero no rompen con el modelo de Estado heredado del maoísmo histórico. Claro que fuera del partido hay muchos que cuestionan el monopolio del poder que ostenta el PCC, especialmente en internet, con blogs que incluso pueden gozar de una inmensa popularidad. Sin embargo, estos medios –como antaño los promotores de la Carta 08– se ciñen en general a reclamar derechos democráticos del ámbito político, pero no dicen nada sobre los derechos democráticos de naturaleza social. Expresan más las aspiraciones de las nuevas élites que los intereses de los sectores más explotados de la población.
No parece que la fusión entre las aspiraciones democráticas y el combate contra la desigualdad de clase haya cristalizado todavía en corrientes políticas de amplitud suficiente. Las élites y el régimen conservan el control. Sin embargo, proliferan las resistencias sociales y comienzan incluso a obtener victorias. Sobre todo, la corrupción generalizada impide al partido y al Estado gestionar racionalmente (desde su punto de vista) el desarrollo del nuevo capitalismo chino. El régimen posmaoísta ha nacido de la corrupción –la privatización de los bienes sociales–, que forma parte de su ADN. Todos los discursos moralizantes del Congreso no pueden ocultar lo que es el talón de Aquiles del poder.
13/11/2012
http://www.europe-solidaire.org/spip.php?article26905
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El fracaso del “socialismo en una sola ciudad”
AU LOONG-YU
El 4 de noviembre de 2012, el Comité Central del Partido Comunista Chino (PCC) ratificó la decisión adoptada previamente por el Buró Político de expulsar al ex dirigente de Chongqing, Bo Xilai, y de acusarle de corrupción ante los tribunales. Esto supone que el XVIII Congreso del PCC reunido estos días será el congreso de los vencedores, aunque hoy por hoy todavía no se sabe quiénes serán esos vencedores aparte del nombrado sucesor Xi Jinping y del primer ministro saliente Wen Jiabao, quien había criticado abiertamente a Bo.
A finales de octubre, algunos defensores de Bo escribieron una carta abierta al Congreso del Pueblo en la que criticaban que el enjuiciamiento de Bo carecía tanto de pruebas como de transparencia. Uno de los impulsores de la carta es el ex jefe de la Oficina Nacional de Estadística y uno de los líderes más influyentes de los maoístas, Li Chengrui. Antes, la página web Utopia (Wuyouzhixiang), la más influyente de la fracción maoísta y firme defensora de Bo, ya había acusado a la dirección actual de fabricar las acusaciones contra Bo, y lo hizo después de que las autoridades la clausuraran en mayo pasado.
Cualquiera que crea en los derechos humanos y conozca un poco la penosa situación del sistema judicial chino no dudará en compartir el mismo tipo de escepticismo con respecto al procesamiento de Bo, aunque no tenga información suficiente sobre el caso. Sin embargo, el público no puede saber a ciencia cierta si lo que dice Utopia sobre la inocencia de Bo es verdad o no. Para ello haría falta una sistema judicial independiente y un juicio justo y todo lo que hace falta para conformar un Estado de derecho. Puesto que en China este no existe, lo que hay que hacer en primer lugar es exigir que se establezca.
Claro que esta reivindicación le resulta difícil a Utopia, no en vano comparte la misma mentalidad que Bo y el PCC: todo lo que tenga que ver con el Estado de derecho le provoca hostilidad. De ahí que Bo –o sus defensores en general y Utopia en particular–, cuando los liberales le criticaron por violar la legalidad procesal en su golpe contra la mafia cuando estuvo en el poder, respondiera con desprecio cuando le preguntaron sobre la independencia del poder judicial y la necesidad de un juicio justo tal como se entienden en la mayoría de países del mundo. Pocos días antes, Wang Lijun se había refugiado en la embajada de EE UU, poniendo en marcha la reacción en cadena de todo este drama.
Su Wei, experto de la escuela del partido de Chongqing que había defendido el llamado “modelo Chongqing”, insistió en que el golpe asestado a la mafia por el gobierno municipal presidido por Bo Xilai no fue injusto precisamente porque “contamos con un sistema judicial dirigido por el partido”. En cambio, quienes critican aquella campaña preconizan un sistema judicial que sea “independiente del partido” y no se amilane ante él. El propio Bo afirmó en un discurso del pasado mes de diciembre que el Ayuntamiento había disuelto más de 500 grupos mafiosos en tres años, y señaló que el partido no debía hacer de pacificador, sino que su “equipo de cuadros políticos y judiciales” debía seguir mostrándose cruel en su lucha contra la mafia. Cabe preguntarse si Bo se habrá arrepentido de lo que dijo después de experimentar en propia carne la crueldad de un sistema judicial que no respeta ni por asomo la independencia de los jueces.
Esta misma ironía se puede aplicar también a Utopia. Esta página web dice ser de izquierda, pero su interpretación del concepto de “izquierda” huele demasiado a estalinista, visto su absoluto desprecio por un derecho humano fundamental como es la libertad de expresión. En 2008, cuando Liu Xiaobo fue detenido por escribir la Carta 08, Utopia publicó muchos artículos aplaudiendo la medida. Cuando fue condenado oficialmente a muchos años de cárcel, en 2009, un artículo del autor Xibeifeng negó que la sentencia contra Liu tuviera nada que ver con la libertad de expresión, con el argumento de que la defensa por parte de Liu de la Carta 08 es tan criminal como que un camionero borracho reclame la libertad de violar las normas de circulación. Lo patético de esta ironía no solo es que esta vez afecta a esta página web y a su patrón Bo Xilai –cerrada la página y procesado él–, sino el hecho de que incluso después de esto no les interesa otra cosa que rehabilitar a Bo como el verdadero comunista, más que reclamar un tribunal independiente, un juicio abierto, el veredicto de un jurado, careos, etc. para desvelar la verdad, no solo porque consideran que la independencia del poder judicial es “burguesa” por naturaleza, sino también porque piensan que lo que dijeron es necesariamente la verdad. La cuestión de qué sistema judicial hace falta para desvelar la verdad les parece totalmente irrelevante. Esperemos que después de sufrir en propia carne la represión del mismo Estado autoritario se replanteen su postura, puesto que un sistema judicial independiente también sería beneficioso para ellos.
El debate en el interior de la corriente maoísta
Sin duda la cuestión de qué representa Bo Xilai o su “modelo Chongqing” es una cuestión más interesante que la cuestión judicial, aunque esta última tiene que ver con la manera de evaluar el modelo. Podemos distinguir tres interpretaciones distintas del modelo entre los seguidores de Mao. Antes de su caída, una parte de los defensores del modelo Chongqing, que estaban implicados en él o eran próximos al aparato del partido, lo consideraban tan “socialista” como el resto de China y decían que si se diferenciaba de otras provincias era por el hecho de que Chongqing encabezaba la tendencia a una distribución más igualitaria de la riqueza. Esto es lo que afirmó Su Wei, experto de la escuela de formación del partido en Chongqing. Este argumento se delata por su tono propagandístico, pero la segunda y la tercera interpretación del modelo Chongqing merecen más atención.
Personas relacionadas con Utopia han ofrecido una interpretación más radical del modelo Chongqing, poniéndolo como un experimento socialista en medio de un país que –aunque todavía mantenga algunas características del “socialismo”, según su definición del término– está dando un rápido giro a la derecha bajo la dirección del ala derechista del partido. De ahí que contrapongan con entusiasmo el modelo Chongqing al llamado modelo Guangdong, en el que ven la encarnación de la deriva a la derecha. Uno de los intelectuales más conocidos que sostienen este punto de vista es Wang Shaoguang, un profesor de la Universidad China de Hong Kong nacido en el continente, quien ha calificado el modelo Chongqing de “socialismo 3.0”, supuestamente más igualitario que la versión actual, el “socialismo 2.0”, que él ve con ojos críticos.
Wang Hui, conocido intelectual de izquierda, comparte un punto de vista similar, que le llevó a defender abiertamente el modelo Chongqing después de la condena pública de Bo. En su ensayo evita toda discusión de si el modelo Chongqing es de naturaleza socialista o capitalista, pero señala explícitamente que “la importancia que da a la igualdad y la prosperidad común” supone una alternativa al neoliberalismo y lamenta que su caída ofrezca a las autoridades “una oportunidad para relanzar su programa neoliberal”. Una defensa más reciente del modelo Chongqing tras la caída en desgracia de Bo es el artículo de Yuezhi Zhao publicado en el número de octubre de Monthly Review. Considera que “trata de revitalizar las ideas socialistas y reivindicaciones populistas en su impulso de un crecimiento rápido y equilibrado” y lo contrapone al “potente bloque hegemónico del capital transnacional, las industrias exportadoras de la costa china y los representantes procapitalistas del Estado”, que “bloquea todos esfuerzo importante por reorientar la vía china de desarrollo”.
Una tercera interpretación es la que proponen personas relacionadas con la página web “China Roja”, cerrada por el Gobierno bastante antes de la caída de Bo. Su principal teórico era Li Mingqi, quien en su libro The Rise of China and the Demise of the Capitalist World Economy (el ascenso de China y el hundimiento de la economía mundial capitalista) sostiene que China se ha transformado enteramente en una economía capitalista. Este punto de vista lo comparte China Roja. Antes de la caída de Bo también estaban entusiasmados con el modelo Chongqing, no tanto porque fuera “socialista” sino porque, al menos, era un programa reformista de izquierda. Un artículo de “Li Mingqi” (pongo el nombre entre comillas porque todavía está por comprobar si este Li es el mismo que el que escribió el libro arriba mencionado) afirmó que Chongqing fue bajo Bo una fuerza patriótica dentro del partido y que estaba enfrentada a las fuerzas de “traidores y compradores”, por lo que la izquierda debía ayudar a promover el modelo en todo el país y de este modo reforzar a los patriotas. Tanto Utopia como China Roja apoyan a quienes consideran que son el ala izquierda/patriota del partido, pero lo que también distingue a la primera de la segunda es el hecho de que mientras esta última está a favor de una revolución en China, Utopia se limita por completo a presionar a la dirección del partido para que vuelva a la senda de izquierda.
La caída de Bo desencadenó inmediatamente una feroz lucha fraccional entre los maoístas, aunque los frentes no coinciden exactamente con las divisiones mencionadas. La lucha en el interior del círculo de Utopia ocultó las demás diferencias, no solo porque ha salido a la luz pública, sino también por los duros ataques que se lanzan entre unos y otros. Yang Fan, un economista de la Escuela de Posgrado de la Academia China de Ciencias Sociales que ha sido relacionado con Utopia, atacó públicamente a su camarada Zhang Hongliang, profesor de la Universidad de Minzu University y relacionado igualmente con la página web, por mantener una actitud ultraizquierdista al reclamar la rehabilitación de la Revolución Cultural y por ser tanto responsable del cierre de la web Utopia. Acusó además a la fracción de Zhang de recibir financiación de Bo Xilai y de ser demasiado cercano a este último. Zhang, a su vez, acuso al parecer a Yang de ser un “traidor” a la nación. Mientras, otros miembros de Utopia también procuraron distanciarse del ala menos conocida, pero más radical, de los maoístas como China Roja. Esto llevó al director de Utopia, Fan Jinggang, a distanciarse abiertamente de esos “ultraizquierdistas” que propugnan “una alianza con el imperialismo occidental para derrocar nuestro Gobierno actual y sustituirlo por una dictadura proletaria”. Li Mingqi, en nombre de China Roja, publicó una carta abierta para denunciar a Fan por sacar a la luz el debate interno entre los maoístas.
El “modelo Chongqing” y sus carencias
En cuanto a la evaluación del modelo Chongqing, aunque hay maoístas que mantienen sus posiciones anteriores, también hay personas como Yang Fan que han revisado de inmediato su anterior apoyo entusiasta al modelo. Existen asimismo maoístas que ahora piensan que la lucha de Bo Xilai contra Hu Jintao y Wen Jiabao no fue otra cosa que una batalla palaciega y por tanto concluyen que lo lógico es que la izquierda se muestre indiferente ante esta lucha y vaya más allá y denuncie el “engaño al pueblo trabajador” por parte de Bo. La caída de este último ha sumido a los maoístas en la confusión.
Quienes aplaudieron con fervor el modelo Chongqing olvidaban a menudo cómo había actuado Bo Xilai cuando fue alcalde de Dalian en 1993 y después jefe de la provincia de Liaoning entre 2001 y 2003. En Dalian supervisó la evacuación forzosa de muchas viviendas para dejar paso a la “reurbanización”, y por eso se ganó al parecer el apodo de “Bo papi” o “Bo el desollador” entre los lugareños. Asimismo controló la privatización de las empresas públicas de Liaoning, que provocó la pérdida de millones de puestos de trabajo, mientras que los dirigentes del partido se enriquecían. Cuando los trabajadores se opusieron a la privatización, fueron reprimidos. En 2002, en la ciudad de Liaoyang, los obreros de la Metalúrgica Liaoyang se unieron a los de otras empresas públicas para protestar contra la privatización y solicitaron a Bo Xilai que investigara los casos de corrupción en ellas. Lo único que consiguieron en 2003 los dos líderes obreros, Yao Fuxin y Xiao Yunliang, fueron siete y cuatro años de cárcel, respectivamente.
Sin duda la gente puede cambiar, y lo que ha hecho uno en el pasado no es más que una referencia para juzgar su obra posterior. Sin embargo, en sí mismo el modelo Chongqing difícilmente puede ser lo que Yuezhi Zhao califica de algo que “revitaliza ideas socialistas”, porque si “permite el crecimiento complementario del sector público y del sector privado multinacional y nacional dentro de una economía mixta”, entonces se trata de una economía mixta del capitalismo más que del socialismo. Y nadie puede hablar de socialismo sin una democracia que permita a los trabajadores determinar cómo se gestiona la economía y la sociedad, pero en Chongqing, al igual que en toda China, los ciudadanos comunes ni siquiera gozan de las libertades civiles básicas.
Gracias al programa de viviendas públicas que asegura el alojamiento en la ciudad de 3 millones de emigrantes rurales, la mejora del sistema de seguridad social, etc., hay un grano de verdad en lo que se dice que el modelo Chongqing es algo así como un Estado de bienestar. Un crítico liberal del modelo Chongqing ha señalado que la mayoría de esas cosas no se inventaron allí, sino que habían sido impulsadas por el Gobierno central o ensayadas en alguna otra parte del país. La respuesta de Su Wei no lo negó, pero recalcó que fue la amplitud y seriedad de la aplicación de la reforma lo que distingue a Chongqing del resto del país. Mi crítica es que todo esto son ventajas económicas, pero no tienen nada que ver con los derechos políticos.
Sin libertad de expresión y asociación en un régimen en que todos los medios de comunicación son de propiedad estatal y a menudo se persigue a los investigadores independientes, ¿cómo demonios sabemos si el informe oficial sobre los logros de las reformas de Bo son realmente ciertos? ¿Cómo sabemos si las viviendas públicas acogieron realmente a los más necesitados y no a los amiguetes de los burócratas del lugar, como ha sucedido en muchas partes de China?
La razón de que Chongqing lograra desplazar a 3 millones de familias rurales del campo a la ciudad estriba en que a cambio estas debían renunciar a su derecho a la parcela de terreno en que estaban construidas sus casas. Las tierras se tomaron con fines agrícolas, y en este proceso se genera un título de propiedad para su venta a través de un sistema especial de permuta de terrenos. Según la Beijing Review, “la permuta funciona como una plataforma de mercado para el comercio de derechos de uso del terreno o de contingentes de tierras destinadas a la construcción. La Oficina de Recursos Rurales y de Gestión Inmobiliaria mide la parcela en que tiene su casa un habitante de un pueblo y calcula una extensión equivalente de terreno cultivable, es decir, la cuota de terreno que puede intercambiar en el mercado. De acuerdo con la Ley de Gestión de Tierras, los promotores son responsables de compensar el terreno que utilizan para construir con una extensión idéntica de tierra cultivable”.
Mientras que los medios de Chongqing no podían expresarse libremente en la época de Bo, los de otras partes de China podían hacerlo hasta cierto punto y publicaban artículos menos favorables para Bo. El año pasado, el China Business Journal informó a sus lectores sobre irregularidades como el hecho de que la indemnización que recibieron los campesinos fuera muy inferior a la que les correspondía, de que no había transparencia, de que los campesinos, al constituir un grupo social marginado, no podían participar directamente en la negociación de los certificados de terrenos y de que finalmente muchos de esos certificados acaban en el bolsillo de los ocho principales promotores de Chongqing, etc. En una sociedad en que los ciudadanos son tratados como simples súbditos y los campesinos como súbditos de segunda clase, el peligro de beishanglou –un término popular inventado para designar a los campesinos que han sido forzados a abandonar sus casas y mudarse contra su voluntad a grandes bloques de pisos en la ciudad– es muy real.
No hace mucho que personas vinculadas a Utopia promovieron activamente la experiencia de Nanjiecun, una aldea supuestamente socialista que sigue prácticamente la propiedad colectiva. Se parece más a una cooperativa que comercia en un mercado capitalista que a una aldea socialista, que además está siendo dirigida con mano de hierro por el secretario del partido Wang Hongbin, jefe de la aldea y de la empresa que lo posee todo allí. El propio Wang no lo niega y de hecho está bastante orgulloso de sí mismo como dictador. El ayuntamiento asegura supuestamente el bienestar de todos los habitantes, pero la empresa se autosostiene parcialmente mediante la explotación de diez mil trabajadores inmigrantes. En 2008, el Nanfang Metropolis Daily de Guangdong informó de que Wang Hongbin y sus colegas se habían asignado participaciones de la empresa: Wang lo ha negado, aunque pienso que su defensa es débil. Esta es una de las razones por las que Utopia odia tanto al grupo de Nanfang, al igual que al llamado modelo Guangdong.
En todo caso, tras la publicación de este informe el entusiasmo con la experiencia de esta aldea menguó todavía más rápidamente. Si el mito de la comuna de Dazhai en la china de Mao simbolizó el fracaso del socialismo en un solo país, con más razón todavía podemos decir que el mito de Nanjiecun simboliza el fracaso del socialismo en una sola aldea. Por suerte para la gente de Utopia, pronto descubrieron un socialismo en una sola ciudad, el consabido modelo Chongqing. Nunca pensaron que su sueño se desbarataría tan rápidamente.
Aunque conviene que rebajemos nuestras expectativas y reivindiquemos una reforma seria antes que cualquier cosa que se parezca a una transición socialista, el modelo Chongqing no resulta particularmente atractivo simplemente porque su programa de reforma no ha cuestionado el poder absoluto del partido y no ha defendido las libertades civiles fundamentales. Y mientras todas las reformas económicas y sociales, por muy buenas que sean en sí mismas, sigan siendo interpretadas e implementadas exclusivamente por los dirigentes del partido, estas reformas pronto o tarde se vuelven agrias. Esto se debe a que hoy en día el aparato del partido-estado no es ni mucho menos la solución a las profundas contradicciones de la sociedad china, sino que es un problema en sí mismo; no en vano su corrupción galopante representa cada vez más una carga insoportable para la sociedad y provocará pronto o tarde una implosión. Claro que hay que dar la bienvenida a toda mejora real de las condiciones de vida de la población, pero esto no debe confundirse con una progresión hacia el “socialismo” ni justifica que se conceda a Bo Xilai una medalla que no merece. En vez de alimentar la lucha por el poder en el partido gobernante, la izquierda debería seguir denunciando el régimen absolutista y dar prioridad a la reivindicación de derechos democráticos, porque sin ellos no hay reforma social que pueda beneficiar al pueblo a largo plazo.
Puede ser una buena señal que algunos maoístas declaren ahora que no apoyan a ninguna fracción del partido, sino que están a favor de la revolución. Sin embargo, es fundamental que aclaren qué tipo de revolución preconizan. A China no le han faltado revoluciones, y por mucho que la de 1949 no fuera una mera repetición de las revoluciones campesinas del pasado, lo cierto es que hizo gala de una mentalidad política similar a la del absolutismo. Según este planteamiento, no es un problema si un partido o un dirigente concentra en sus manos todos el poder y escapa a todo control mientras sea un buen partido o un buen líder; por otro lado, considera absolutamente intolerable que cualquier “mala persona” pueda gozar alguna vez de libertad de expresión; en conclusión, la revolución solo hace falta cuando sirve para sustituir a los “malos gobernantes” por “buenos gobernantes”, en vez de comportar una transformación institucional que dote realmente a los trabajadores de derechos democráticos y tomar como punto de partida todas las ideas innovadoras sobre derechos humanos y justicia que han surgido en el pasado.
Si hay algo que aprender de la China de Mao es esto: por mucho que bajo Mao los trabajadores se hubieran beneficiado, desde el punto de vista de la seguridad del empleo y del bienestar, mucho más que bajo el régimen del Kuomintang, carecían de derechos políticos y del derecho democrático a elegir y revocar a los dirigentes del país. Sin derechos políticos, estas ventajas económicas no dejan de ser concesiones unilaterales de los buenos gobernantes, y por tanto pueden ser revocadas en cualquier momento si los buenos gobernantes lo desean. De ahí que China se haya transformado en un capitalismo salvaje con tanta facilidad, y cuando la gente luchó contra la restauración capitalista amparada por Deng Xiaoping, tuvo que hacerlo con las manos desnudas, en un proceso que concluyó con la matanza de 1989. En años recientes, el PCC ha impulsado reformar laborales y por las apariencias se podría decir que China es actualmente un Estado de bienestar. El problema, sin embargo, es que la burocracia en todos los niveles no está motivada para hacer cumplir las leyes que facultan a las personas a gozar de todas las ventajas económicas, y cuando la gente se levanta y reivindica sus derechos legítimos, le amenazan con la represión. Por tanto, lo mismo da si uno propugna la reforma o la “revolución”, pues ambas han de vincularse a un programa de libertades civiles, justicia imparcial y verdadera democracia o acabarán siendo utilizadas para servir a intereses muy diferentes, en particular por parte de ciertas fracciones del partido en su lucha por el poder.
9/11/2012
http://www.europe-solidaire.org/spip.php?article26892
Traducción: VIENTO SUR
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