Voz y memoria de Mahmud Darwich en español
Laura Casielles
24 noviembre 2012, Aish, Rebelion
Luz Gómez García (Madrid, 1967) lleva más de una década acercando a los lectores españoles la obra del poeta palestino Mahmud Darwix. Profesora en la Universidad Autónoma de Madrid, combina su especialidad, el estudio del pensamiento islámico e islamista, con una afición que ha sabido convertir en un segundo oficio: la traducción de poesía árabe al castellano. Por uno de sus últimos trabajos (En presencia de la ausencia, la autobiografía poética de Darwix), ha recibido recientemente el Premio Nacional de Traducción otorgado por el ministerio español de Cultura.
Hemos conversado con ella sobre el oficio de traducir y sus dificultades, sobre la poesía árabe y algunos de sus autores, sobre los encuentros y desencuentros entre las culturas de las orillas del Mediterráneo. En los próximos días, publicaremos una segunda parte de esta entrevista, en la que la conversación deja los temas culturales para abordar la situación de Palestina.
-En primer lugar, queremos acercarnos de tu mano a En presencia de la ausencia. ¿Qué puedes contarnos sobre lo que encontrará el lector cuando se sumerja en este libro?
-Pues lo primero que encontrará será una gran dificultad. Y encontrar una dificultad, en el caso de una traducción, siempre es achacable al traductor. Eso es una ley de la naturaleza. Y es justo, hay que achacar al traductor su impericia a la hora de traducir; pero en este caso, aunque esté mal que yo lo diga, en descargo mío he de decir que es un libro especialmente difícil. En él se tratan multitud de temas: la identidad, el exilio, la memoria, Palestina, el amor, la muerte, la historia... Y además se hace con muchos estilos de escritura, desde la escritura del Corán hasta la escritura de la literatura de adab [1] , la poesía clásica, la poesía contemporánea... así como las indagaciones por libre en el lenguaje. Une la poesía y la prosa, y dentro de la poesía, en él hay lírica, épica, elegía... se salta todas las divisiones de géneros. Por eso, es un libro complejo, muy denso, en el que es difícil adentrarse. Es difícil para el lector árabe; y por tanto es difícil en una traducción. Pero más allá de esas dificultades, por lo que me parece un libro magnífico es, precisamente, porque en él se aúnan con maestría muchas cosas. Se trata de la autobiografía poética de Mahmud Darwix, pero va más allá de eso. En el libro se vincula su historia personal con lo colectivo, que es la historia de la Nakba [2] , la historia palestina e incluso la historia árabe desde 1948. Por todas esas razones es un libro muy significado. Ahora bien, tampoco ha de tomarse la dificultad a la que me refiero como un obstáculo insalvable: son complejos y extraños los dos primeros capítulos pero luego el lector mínimamente familiarizado con la historia de Palestina va reconociendo sus principales acontecimientos.
-Ante todas esas dificultades, ¿cómo fue el proceso de traducción?
-Este libro lo traduje porque el propio Darwix insistió en ello. No está aún traducido al francés, idioma en el que siempre han ido por delante con sus traducciones. Y la versión norteamericana salió a la par que la mía. Cuando publicaba un libro, él tenía la costumbre de llamar a algunas personas y preguntarles qué les parecía. Después de publicar En presencia de la ausencia, y luego La huella de la mariposa (que saldrá también en Pre-Textos en breve), me llamó un par de veces. Me acuerdo de que con En presencia de la ausencia yo le dije: «Es un libro extraordinario, pero realmente difícil, no sé cómo traducirlo, no sé cuál será el resultado en español, cómo lo va a entender el lector»; estas cosas de los traductores. Con La huella de la mariposa, fue mucho más fácil, es un libro más asequible, más cariñoso, de poemas en prosa, una especie de diario poético. Pero En presencia de la ausencia me parecía una locura, porque como comentaba antes es un libro difícil incluso para el lector en árabe. Pero empecé con la tarea y la suerte es que, hasta que murió, siempre he contado, tanto en este libro como en los anteriores, con la comprensión de Mahmud. Yo le contaba mis dificultades con la traducción, a veces enormes, pero siempre me decía: «sigue traduciendo, lo importante es que suene bien». Y así, intentándolo, y rehaciéndolo una y otra vez el libro empezó a tomar forma y sentido. He de decir que ningún poema de los que he traducido de él tiene tantas versiones como cada página de este libro en prosa.
-Llevas ya casi dos décadas acercándonos a los lectores de español la obra de Darwix. ¿Cómo ha sido tu trayectoria como traductora de sus libros?
-Empecé a traducir porque, cuando estaba ya inmersa en el mundo de la universidad y de la investigación con mis estudios, que van por otros caminos (se centran sobre todo en las ideologías árabes del siglo xx, en el islamismo), quise recuperar el contacto con algo que siempre me había gustado e interesado mucho: la poesía, tanto la árabe como la española. Me interesaba la poesía, pero yo no soy poeta, y fue a través de la mediación entre las lenguas como encontré una manera de recuperar esa afición que tenía. En aquel momento, Darwix era uno de los autores que más conocía y que más me gustaba: lo había leído, había ido a un concierto de Marcel Jalife en Túnez que me había impresionado... Así que empecé a traducir sus poemas. El primer libro que publiqué fue Limada tarakta al-hisan wahidan (literalmente ‘Por qué has dejado solo al caballo’), en el que empecé a trabajar en 1996. Empecé a traducirlo y a pelearme con las editoriales para sacarlo adelante. Fue muy complicado pero al final se publicó en Cátedra en el año 2000, con otro título que yo elegí, el de un poema del libro: El fénix mortal. Y cuando salió, una de las primeras preguntas que me hacían los que sabían árabe era acerca del título. Yo no conocía a Darwix en aquella época, me puse en contacto con él (después de varias peripecias conseguí que el contacto fuera directo y no a través de la revista que dirigía, Al-Karmel), y una de las primeras cuestiones que surgió en aquellas primeras conversaciones por teléfono fue precisamente el asunto del título. Yo le expliqué que en castellano eso de «por qué has dejado solo al caballo» no se entendía, que hacía pensar en una película del Oeste, y que eso en España no nos decía nada en relación con Palestina. Y que, por el contrario, la imagen del fénix tiene mucha fuerza en el imaginario occidental, muchas implicaciones... Guardó un silencio muy peculiar suyo de aceptación, incluso creo que le gustó. Seis años después, en un encuentro en Madrid en la Residencia de Estudiantes en el que dialogaba con Mark Strand, al nombrar el libro en árabe lo hizo con el título que yo le había dado (Masra al-unqá). Realmente lo complicado a efectos editoriales fue este primer libro. Aún publiqué en Cátedra el siguiente, Estado de sitio. Luego pasé a Pre-Textos, donde salieron Poesía escogida y Como la flor del almendro o allende.
-Dice el propio Darwix en este libro: «La fascinación por la mitología condiciona tu elección de las metáforas». Esto nos lleva a pensar en una de las mayores dificultades que se pueden presentar a la hora de traducir una escritura como la suya, en la que los referentes culturales tienen un enorme peso. ¿Cómo afrontas ese reto de trasladar al lector un imaginario que no es el suyo? ¿Se siente incluso un cierto vértigo ante la posibilidad de que incluso a una misma se le puedan escapar algunas referencias, algunas claves?
-Es cierto que hay muchas referencias que a veces ni siquiera conoces y que es necesario investigar. Por ejemplo, en este libro había una parte de los referentes que me era familiar: todos los que vienen del imaginario judeocristiano, del islámico, de la historia palestina... Pero había otros que me costaba entender, que desconocía. Por ejemplo, hay muchas referencias a los cananeos, así que investigué sobre su historia, su modo de vida, su artesanía, sus dioses... Y sin embargo tenía la sensación de que no encontraba lo suficiente, que me faltaban datos. De repente, leyendo hace poco a Shlomo Sand, un gran historiador israelí, encontré unas líneas en que hacía referencia a un pasaje bíblico relacionado con los cananeos: «No os queremos ni por leñadores ni por portadores de agua». Al leerlo sentí que me sonaba mucho, y recordé que era algo que yo había traducido en este libro de Darwix. Lo busqué y encontré que yo había traducido que Menahem Begin decía: «No os quise ni por leñadores ni por azacanes» (azacanes es un término procedente del árabe que significa «porteadores de agua»). Me di cuenta de que, aunque desconocía la referencia, me había llevado ahí la lógica interna de la lengua de Darwix. Y eso ocurre muchas veces: es la lengua la que te lleva. Solemos darle mucha importancia a trasladar los referentes, a salvar la distancia cultural... y se nos olvida que hay una cultura común. Nos quieren hacer caer en la trampa de la distancia cultural. Yo siempre defiendo lo contrario: que hay una cultura común, que tiene que ver con el Mediterráneo. Yo vengo de Segovia, de la Castilla profunda, y tardé en comprenderlo. Se trata de una mezcla de elementos materiales e inmateriales. Yo tengo una formación cartesiana y marxista, por lo que lo inmaterial no forma parte de mi discurso... Son por tanto la propia lengua árabe y la cultura común los mejores aliados para salvar las supuestas diferencias culturales. Sin olvidarse de la documentación.
-Sin embargo, también en esa propia lengua está parte de la dificultad. Rescatamos otra cita del libro: «No sueles preguntarte “qué voy a escribir”, sino más bien “cómo voy a escribir”». O, más adelante: «La letra puede gustarme o no gustarme, pero lo que me cautiva es el ritmo». En la traducción, y sobre todo en la de poesía, también es importante tener en cuenta el ritmo, el sonido, la oralidad: la voz del autor, en definitiva. ¿También en esto nos lleva la lengua?
-Cuando al traducir nos encontramos con un pasaje en que predomina lo connotativo, lo fonético, ... es una de las cosas más complicadas que hay en árabe. Cuando uno se enfrenta a un autor árabe y aparecen los juegos lingüísticos es un horror. Darwix tiene algunas cosas en este sentido, pero no es de los más aficionados a este tipo de juegos, no tanto como otros autores como Adonis o Ounsi al-Haj. Yo creo que, muchas veces, para traducir estas cosas, más que las notas a pie de página, importa conectar con los referentes del lector: si uno encuentra en árabe que algo le recuerda a la muerte, al nacimiento, a la religión, a lo que sea, la labor es trasladar esa sensación al castellano. Y como decíamos antes, eso no es tan imposible como puede parecer, partiendo de esa cultura común en la que muchas cosas se viven de manera parecida, y por tanto se pueden aproximar a través de la lengua. Un día hablando, Darwix me dijo: « Anti lisani bi-l-isbaniya » ( « Tú eres mi lengua en español » ). Pero en árabe hay dos palabras que se traducen por lengua: luga, que se refiere a lo lingüístico, al idioma; y lisan, que se refiere al habla, a la lengua en cuanto músculo, a lo hablado. Y él usaba este segundo término, lisan, porque la traducción es lo que te permite hablar en otro idioma, decir realmente las cosas en él.
-Sin abandonar el oficio de la traducción, pero en el terreno más pragmático, ¿cuál crees que es el estado actual de la traducción de obras escritas en árabe en España?
-Sobre esto ya se han escrito algunas cosas, por ejemplo se han ocupado de ello los profesores Luis Miguel Pérez Cañada y Gonzalo Fernández Parrilla. Yo voy a resumir a mi manera. Ha habido tres momentos (espero que haya cuatro, pero creo que aún estamos en el tercero) en la traducción de la literatura árabe en España en época actual (desde la Transición, por hablar como de todo en este país). Diríamos que hubo un momento, hasta el premio Nobel a Naguib Mahfuz, en el año 1988, en que la traducción del árabe era una cosa voluntarista, de personas que se dedicaban a ello por su propio interés y su propio empeño. Las editoriales comerciales no estaban dispuestas a publicar literatura árabe, y existía el convencimiento de que esta no llegaba a los españoles, que no les podía interesar. Tras el Nobel a Mahfuz, parece que se descubre la literatura árabe, y se produce cierto auge. En esta segunda etapa se publican bastantes traducciones, interesa algo más y encuentra su hueco en el mundo editorial. Pero cuando ese boom relativo pasa, se vuelve a caer en un bucle en el que se publican solo autores contados. Podría llegar a parecer que no hubiera más literatura árabe que ese puñado de nombres. En esto parte de culpa la tendremos los especialistas, naturalmente, que no habremos sabido llegar a los editores, hacer el trabajo; pero no solo. Es necesario decir que en España ha faltado apoyo institucional a la difusión de la cultura árabe, no ha habido un interés real en fomentarla. Por ejemplo, por parte de la Agencia Española de Cooperación Internacional o, por supuesto, de Casa Árabe, que ha centrado su labor en lo la economía, la sociología, la política... pero ha dejado muy de lado la literatura. De todas formas, me parece que hay que ser muy crítico con cómo se ha desarrollado el poco apoyo institucional. Colecciones de literatura como la de la AECID con feos diseños y mala distribución le hacen un flaco favor a la literatura árabe. Desde que empecé a traducir a Darwix tuve claro que hacerlo bien consistía no solo en traducirlo lo mejor posible sino en editarlo lo mejor posible. Y eso significaba sacarle del circuito del voluntarismo (o de la militancia) y meterlo en las grandes colecciones de poesía. En ese sentido, la colección de Cátedra primero, escasa pero muy prestigiosa, y Pre-Textos después han sido el salvoconducto para que el lector de poesía española leyera a Darwix en su marco: el de la poesía universal del siglo xx.
-Dentro de ese marco, lo cierto es que Darwix ha sido uno de esos autores más traducidos, y por tanto más leídos, fuera de los países arabófonos. ¿Crees que en cierto modo eso ha hecho que su obra, con sus particulares características, se convierta en una especie de paradigma de lo que el lector espera cuando aborda la poesía árabe?
-Imagino que te refieres a la lectura política. Una de las cosas que más ha condicionado la percepción de la poesía árabe, y en general de toda la cultura árabe, es su lectura política. Es cierto que la historia árabe del siglo xx es trágicamente política, que está marcada en términos de revolución, contrarrevolución, tercer mundo, militancia... Pero yo intento reivindicar que la literatura árabe, y la poesía en concreto, son universales: que tienen ese tinte, es cierto, pero no es ni más marcado ni distinto ni más específico que lo que sucede en otras literaturas o en otras culturas. En comparación con Hispanoamérica, por ejemplo, la poesía árabe de los últimos cuarenta años, por no ir más lejos, no es más política que la poesía iberoamericana de la misma época. ¿Qué sucede? Que los lectores occidentales probablemente solo podemos acercarnos a ella e interpretarla desde un punto de vista político, y no cultural. Ese es el estereotipo en el que estamos inmersos, en el que la política, o su carencia, o su distorsión, lo puede todo. A mí, que soy una persona familiarizada con la ideología y con, las construcciones políticas del mundo árabe del siglo xx, podría parecerme normal que fuera así. Pero hay que discutir qué entendemos por política: la política también es creación, la política es cultura, la política es vanguardia. Cuando uno lee a Mahmud Darwix en términos políticos restringidos está equivocándose, porque si Darwix es política lo es en el sentido mencionado. Puedo estar de acuerdo en que la poesía de Darwix es una poesía política, si por eso se entiende que trata de aspectos como la identidad, las relaciones entre lo local y lo universal, el ideal humanista. Evidentemente eso es política, pero no árabe, no específica, no reductora. Resumiendo, creo que a Darwix se le puede leer, primero, en clave darwixiana; en clave palestina, por supuesto; en clave árabe; incluso en clave mediterránea. Pero si Darwix es un gran poeta, como yo creo, todos estos aspectos se integran y permiten una lectura universal. Compartimentar no deja de ser una práctica orientalista cuando se pone al servicio de la eterna dialéctica inferior/superior.
-Además de En presencia de la ausencia, acabas de publicar otra traducción, la del libro de poemas Un minuto de retraso sobre lo real, del libanés Abbas Beydoun (Vaso Roto, 2012). ¿Tienen algo en común estos autores? ¿Qué motivos son los que te llevan a traducir un libro al español, qué es lo que despierta tu interés por hacer ese trabajo?
-En general, con las traducciones una se pregunta: «¿Para quién traduzco?». Porque leer en árabe es una cosa y traducir es otra. E inevitablemente te dices: «En esta España en la que estamos, con la deuda, con los desahucios, con este Gobierno expoliador, ¿para qué traducir estas cosas?» Pues bien: yo creo que sí que es imprescindible traducirlas, y no por una cuestión autorreferencial. No soy de las personas que defienden románticamente la idea de arabismo, de un Al-Ándalus mítico; ni me lo planteo, no va conmigo y lo veo como el origen de mil malentendidos. Pero sí creo en el decurso cultural en términos generales. Así que cuando traduzco intento proyectar eso. Cuando traduje a Abbas Beydoun después de haber traducido a Darwix, me di cuenta de que no se parecían en nada y sin embargo algo los unía. Yo creo que coinciden en un intento de rebasar el marco árabe. Son esos los poetas árabes que más me interesan. Beydoun es un poeta que, desde el Líbano, ha entroncado con la literatura centroeuropea, con la que Darwix, por ejemplo, no tuvo un contacto preferente. Para mí eso me supone un reto como traductora.
-Por último, queremos pedirte una recomendación literaria. ¿Qué obras aconsejarías a un lector que quiera iniciarse en la literatura árabe, a alguien que desee adentrarse en esta cultura de la que como decíamos el Mediterráneo nos une y separa a la vez?
-Voy a recomendar tres obras conocidas, pero voy a explicar por qué. La primera, para cualquiera que quiera entender las construcciones literarias, culturales, ideológicas, políticas e históricas del mundo árabe contemporáneo, hay una obra de narrativa fundamental y que se puede leer en todos esos registros, que es Hijos de nuestro barrio, de Naguib Mahfuz. Creo que es una obra que resume muy bien la fuerza, a veces demoledora, del monoteísmo. En segundo lugar, una obra iconoclasta, que rompe con los esquemas patriarcales, no solo en cuestiones de sexo y género sino lingüísticas: Historia de Zahra, de Hanan as-Shaikh. Y en tercer lugar, La Cueva del Sol, de Elias Khouri, una de las más impresionantes novelas sobre la experiencia del pueblo palestino. Estas serían las tres obras que yo recomendaría para empezar, siguiendo la referencia mediterránea de la pregunta. Pero con ello queda fuera una que es fundamental: Ciudades de sal, de Abderrahman Munif. Es una novela sobre el petróleo y la transformación a la que ha llevado a la Península Arábiga y al Golfo. Quizá es la novela que hay que leer para entender el futuro del mundo árabe, que parece desplazarse del Mediterráneo al Golfo.
Notas:
[1] El adab es un género literario surgido en la cultura árabe durante el periodo abbasí. A partir de los tratados moralizantes de buenas costumbres y urbanidad se fue generando una prosa rica y preciosista que trataba las humanidades en general, y cuyo equivalente en la cultura europea son las Belles Lettres.
[2] Literalmente, 'desastre'. El término se refiere a los sucesos acaecidos en 1948 como consecuencia de la creación del Estado de Israel, cuando 750 000 palestinos fueron expulsados, desplazados y desposeídos de sus propiedades; mientras, a los que permanecieron en Palestina los sometieron a un régimen militar que restringía con dureza sus derechos y libertades.
Fuente original: http://www.aish.es/index.php/es/creacionarabe/literatura/3909-voz-y-memoria-de-mahmud-darwix-en-espanol-entrevista-a-luz-gomez-garcia-premio-nacional-de-traduccion-por-qen-presencia-de-la-ausenciaq-12
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