Sin Permiso, 8 de junio 2014
El hasta hace poco subcomandante Marcos, en su declaración bien pensada, mejor y más cuidadosamente sopesada y escrita que las anteriores y con sentimientos visibles pero reprimidos, sólo nos da en ella una única noticia nueva (más bien, una confirmación, la que "el jefe y vocero del EZLN" es el subcomandante Moisés). En efecto, montando un caballo de gran alzada y con una elaborada mise en scène, comunica la desaparición de una botarga, un fantoche, creado según él por motivos de propaganda para los amantes extranjeros del exitismo romántico, con pipa y todo, a la europea, vestido de guerrillero hasta cuando recorría los supermercados del Distrito Federal. Como los gobiernos miden mediante sus servicios de información y los capitalistas según la relación de fuerzas, ese personaje en realidad dio una visión falsa de los indígenas chiapanecos en armas a sus aliados naturales y les dificultó la comprensión de la relación compleja existente entre las bases del EZLN y su instrumento político-militar.
Marcos tiene el imborrable mérito de haber dedicado la mayor parte de su vida, desde los años ochenta, a la liberación de los indígenas y de haber vivido ese largo lapso junto a ellos, como ellos y aprendiendo de ellos. Nadie puede discutir que es un revolucionario. Pero a los dirigentes hay que medirlos por su sensibilidad y creatividad políticas, por sus ideas y propuestas, por su capacidad de previsión y de análisis, cosas todas de las que Marcos estaba poco dotado. No pudo por eso colaborar para reducir el zigzagueo de la política del EZLN: primero un intento de vencer al Ejército y tomar el DF; después, el de formar un frente dirigido por Cuauhtémoc Cárdenas, después la toma de distancia frente a éste y la construcción de un Frente Zapatista de Liberación Nacional, que el EZLN terminó liquidando por decreto, tras una alianza de hecho con el PRD para la Marcha del Color de la Tierra e incorporar los derechos indígenas a la Constitución; por último el aislamiento voluntario hasta crear la otra campaña y llevar a cabo una política sectaria frente al resto de los movimientos sociales y las movilizaciones electorales antioligárquicas que agitaban México, con el riesgo de favorecer las candidaturas de Felipe Calderón o de Enrique Peña Nieto.
Lo que impidió el primer esfuerzo gubernamental de aplastar militarmente la rebelión zapatista fue la movilización y la resistencia de los millones de personas de otras ideologías que apoyaron la rebelión en las cañadas chiapanecas. El temor al costo político de una guerra en Chiapas llevó entonces al gobierno a temporizar y buscar desgastar las zonas zapatistas mediante una política de erosión priísta de las comunidades. El sectarismo de la otra campaña favoreció esa política. La crisis mundial y en México –con un aumento de la emigración, de la pobreza, de la descomposición social que favorece la delincuencia– también tuvo su impacto en las comunidades, a pesar de la política de éstas contra las drogas, el alcohol, la prostitución y de sus esfuerzos cooperativos y democráticos. Hoy, con un gobierno del gran capital totalmente sometido al capital financiero internacional y a la voluntad del imperialismo estadounidense, los capitalistas se preparan para acabar con la isla zapatista en una parte de Chiapas. Peña acaba de dividir, desarmar o cooptar parte de las autodefensas michoacanas y guerrerenses (aunque las mismas siguen ahí, latentes), cooptó las direcciones de los partidos y controla el Legislativo y casi todos los medios de información menos La Jornada. Aún resisten núcleos obreros que conforman la Nueva Central y la Organización Política de los Trabajadores (OPT), pero la fuerza de las mismas todavía no ha crecido lo suficiente como para constituir un gran obstáculo para la política antipopular y antinacional de Los Pinos y la oposición de Morena no tiene estrategia, fuera de la disputa electoral, ni una dirección capaz de prever y orientar las luchas de la próxima etapa.
El EZLN más que nunca depende, pues, de sí mismo y necesita urgentemente un cambio de política que lo respalde preventivamente antes de los ataques militares que vendrán. Puede y debería construir aliados en nombre de los derechos indígenas, de los derechos democráticos, de la defensa de los bienes comunes del pueblo mexicano y de lo que queda de la estructura campesina. Necesita una política militar pero también una política nacional de acumulación de fuerzas y trabajar con fuerzas sociales y libertarias afines, a pesar de las diferencias no esenciales que pudieran existir entre los componentes del nuevo frente antigubernamental, anti-imperialista y anticapitalista que es necesario construir. Los enemigos no son Morena, ni la OPT, ni la izquierda revolucionaria independiente y crítica: son el gobierno del gran capital, Washington, el apoliticismo ciego, el sectarismo suicida, la espera pasiva del golpe.
Las cartas y declaraciones de Marcos, comprendida esta última, sólo han dado forma a un grave vacío político y de ideas. Esta no es época de logorrea fosforescente, sino de trabajo para precisar pocas ideas fundamentales que den una base firme para una acción común en pro de la defensa de las comunidades zapatistas, de los derechos indígenas y de los trabajadores. No se trata de cambiar sólo el estilo, como seguramente hará el subcomandante Moisés. Se trata de realizar un viraje político urgente, que exige un llamado a una conferencia nacional de coordinación y unificación de las luchas capaz de dirigirlas y de conducir a una asamblea constituyente nacional refrendada por elecciones libres que garanticen los derechos indígenas, populares y de los obreros y campesinos. Hay que cambiar la relación de fuerzas en Chiapas, pero también crear una gran fuerza nacional que acabe con el México del narco PRI-PAN y sus servidores sometido a la voluntad de Washington.
Guillermo Almeyra es miembro del Consejo Editorial de SinPermiso
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