Igor Sádaba
Revista Pueblos, Vientosur
En los últimos tiempos la relación entre tecnología y cambio social se ha intensificado hasta niveles inimaginables. Si alguien nos hubiera interrogado en nuestra más tierna infancia sobre predicciones apocalípticas de ciencia ficción para el siglo XXI nunca hubiéramos acertado. Basta con ver las películas del género de aquella época (lo llaman “paleo-futurismo”), que siempre trataban de pesadillas de control autoritario, cyborgs resplandecientes y paisajes post-nucleares devastados.
Un sano ejercicio de recuerdo colectivo nos conduciría a la conclusión de que el chamanismo político y las fantasías proféticas aciertan muy pocas veces. Es más, a mi memoria llegan los ecos de los primeros libros críticos que se escribieron sobre la red y lo digital en la década de 1990, en los que se postulaba un internet abocado a la banca electrónica y el negocio capitalista salvaje, los panópticos virtuales omnipresentes y donde cualquier atisbo de actividad ciudadana o popular sería desintegrado y aniquilado en segundos. La realidad se ha encargado de poner en su sitio las cosas y sorprendernos nuevamente con escenas impredecibles.
Concretamente, el vínculo estrecho establecido entre movimientos sociales o activismo político y tecnologías digitales nos resulta ahora incuestionable. Cualquiera que se plantee lanzar una campaña o una movilización política debe pasar, en algún momento, por la comunicación electrónica e internet como ejes vertebradores, plataformas de asalto o acompañantes de lujo.
No parece posible, hoy en día, hacer política fuera de las redes digitales. O, al menos, no de una forma potente y eficaz. Internet y sus tecnologías afines han inaugurado una nueva forma de hacer política. No es una cuestión de valorarlo, lamentarlo o celebrarlo, sino de reconocer las transiciones y cambios de escenario. El espacio digital es un terreno muy propicio para difusión de convocatorias, visibilización de conflictos, coordinación entre grupos e incluso construcción de tejido social y comunitario. La organización de la protesta y la movilización han obtenido muchas ventajas de un medio descentralizado, anónimo, global y de bajo coste.
De las luces
No hace falta convencer a nadie. Por nuestro inconsciente colectivo desfilan una cierta cantidad de casos famosos o ejemplos célebres que jalonan el camino hasta el presente: la antiglobalización y los “Indymedias”, el 13-M y la “noche de los móviles”, el 15-M o la primavera árabe y las redes sociales, etc. Por no hablar de fenómenos como Wikipedia, el mundo hacker y el software libre o algunas campañas on-line muy fructíferas. Podríamos añadir que ya hemos llegado a un nivel de madurez técnica y experiencia política tal que sabemos por qué circuitos pasa hoy en día la savia de la acción colectiva y los botones que hay que tocar para activar ciertos procesos movilizadores.
Una de las mejores enseñanzas, para mi gusto, es que la tecnología no es un objeto monolítico y cerrado, una caja negra misteriosa y mágica, sino un elemento social que puede alterarse, adaptarse y re-utilizarse de muy diversas formas, constituyendo un mecanismo político en sí mismo. No estamos ante un fetiche ajeno del que sólo pueden pontificar ingenieros o geeks expertos, sino ante un producto histórico maleable del que pueden apropiarse los movimientos sociales como canal, apoyo o ariete. El corolario inmediato es que casi cualquier actividad técnica tendrá componentes sociales y políticos y viceversa. O, como decíamos en un viejo artículo y parafraseando una cita archiconocida, “la tecnología es política por otros medios”. Y, cabría sumarle, “el fin activista justifica estos medios”.
De las sombras
Ahora bien, dicho esto, que a estas alturas de la película nos deja un poco fríos porque aporta poco; ¿qué más podemos reflexionar sin caer en la trampa de festejar dicha constatación, sin fanatizar los resultados o sin caer en la moda de inventar cansinamente todo tipo de metáforas o terminología apabullante para el nuevo contexto?
Una mirada al panorama histórico nos deja un reguero de casos donde la tecnología como herramienta política ha sido enriquecedora y contundente para los movimientos sociales pero, de forma simétrica aunque sombreada e invisible, miles de micro-proyectos que no pasaron de pequeñas protestas fallidas o campañas infructuosas.
Por no mencionar los usos represivos, perversamente vigilantes o adictivamente adormecedores del mismo kit técnico. Realmente, ¿tan directas, lineales o inmediatas son las consecuencias positivas del arsenal digital y las herramientas comunicativas en relación con un cambio social justo y efectivo?
De hecho, desde hace apenas tres décadas, hemos pasado en ciertos ámbitos políticos de una posición claramente tecnófoba a sus antípodas. Ahora la tecnología se considera un bien común potencialmente transformador del panorama político y parte del equipo de supervivencia de cualquier militante que se precie.
Andrew Sullivan, por ejemplo, profetizó en un famoso artículo que la revolución sería tuiteada/1, como expresión del poder transformador de las redes digitales a partir de entonces. Este tipo de posturas podrían llegar a sobrestimar y sobredimensionar el papel de la técnica o las comunidades on-line en el campo político. Durante la guerra fría, tal y como recuerda Morozov, se pensaba que algunos programas de radio que emitía EEUU en territorio soviético junto con las fotocopiadoras para copiar literatura occidental iban a erosionar y desbaratar el régimen comunista.
Hoy nos puede resultar ingenuo pensar en esos términos, pero con internet ha renacido la idea de que la tecnología, por sí misma (apps, tuits, grupos de Facebook, redes wifi, tablets, etc.), es capaz de convocar manifestaciones, generar consensos ideológicos, agregar indignaciones dispersas e incluso abatir gobiernos o incrementar la calidad democrática. No digo que esto no pueda ocurrir, solo que no parece que sea un efecto único, necesario o fulgurante y que tampoco será el producto exclusivo de cables, chips y pantallas. Internet es muy flexible y multifacético y los resultados que produce dependen en exceso de otras variables sociales, culturales y políticas que apenas se tienen en cuenta en muchos análisis.
Magia tecnológica y contextos socioculturales
Un ejemplo de la huida urgente del determinismo tecnológico la podemos pensar desde la comparativa entre tres países mediterráneos: España, Italia y Grecia. Los tres están pasando por serios procesos de recortes y crisis de ajuste (la alargada sombra de la Troika), los tres llevan sufriendo un desencanto con la clase política profesional muy patente y los tres tienen un nivel muy parecido de desarrollo tecnológico.
Sin embargo, cada uno ha generado una respuesta, en términos políticos o revuelta popular, muy diferente. Mientras en Grecia han crecido peligrosamente grupos de extrema derecha (Amanecer Dorado) y un partido de izquierda (Syriza), en Italia ha surgido un partido liderado por un actor cómico (Beppe Grillo) y en España se desencadenó el 15-M como seña de identidad. Los factores culturales y socio-políticos fabricaron resultados finales bastante divergentes dado un mismo nivel de frustración y desarrollo tecnológico (mismos ingredientes).
Por lo tanto, ¿son generalizables los casos espectaculares que hemos vivido recientemente? Si fuera así, ¿por qué no brotan 15-M o primaveras árabes en todas partes? ¿O a la vez? ¿O con resultados definitivos y permanentes? Las cualidades positivas de las redes sociales sólo se activan bajo ciertos supuestos que no son técnicos, sino socioculturales y políticos.
La cuestión es que los deslumbrantes fuegos artificiales que acompañan la magia tecnológica pueden inducir esperanzas y anhelos muy razonables, pero no existen soluciones técnicas a problemas colectivos. Ni ecuaciones o fórmulas prodigiosas. Solo condiciones necesarias pero nunca suficientes. Lo contrario es partir de hipótesis naturalistas que piensan que la gente es ignorante/impotente y que “bien equipada” lo dejará de ser; que todo es una cuestión de encontrar últimas versiones, aplicaciones libres, cámaras con más píxeles, cachivaches con más batería o redes wifi abiertas.
De hecho, el viraje que han hecho muchos grupos políticos y la izquierda en general es digno de sorpresa. De un recelo constante y una desconfianza dogmática a un encumbramiento virtual y una obsesión emprendedora bastante llamativa. La relación entre tecnología y cambio social no deja de ser un cuadro enmarañado de aprendizajes e historias. En él tenemos una bulliciosa amalgama de casos, ejemplos, ideas, fuerzas y tensiones que nos conducen a un sano escepticismo crítico. Evitar el determinismo tecnológico es perentorio para poder rescatar la potencia transformadora real de las nuevas tecnologías en la construcción de otro mundo posible y deseable.
Herramientas para un trabajo duro
Dando un paso más allá me atrevería a afirmar que las nuevas tecnologías parecen facilitar cierto tipo de movilizaciones. Los últimos tiempos nos han acostumbrado a fogonazos y flashes masivos, espasmos de protesta y coordinaciones des-localizadas múltiples. Pero también parece que limitan el acceso a poblaciones menos usuarias o carentes de destrezas informáticas, fuerzan la inmediatez y no siempre dan continuidad o un esqueleto duradero a las mismas.
En el cosmos comunicativo y digital, la articulación y encadenamiento de tareas y maniobras activistas se ha vuelto fluida y ágil, a la vez que han crecido modos de compromiso político débil basado en la simple acumulación mecánica de clics, retuiteos y reenvíos. Del mismo modo, no resulta igual catapultar digitalmente movimientos con larga duración o bases políticas estables que nuevas movilizaciones o protestas puntuales.
En definitiva, internet no es un nuevo mercado donde seres autónomos se coordinan exitosamente mediante un cierto mecanismo impersonal que autorregula sus interacciones (una mano invisible virtual que garantiza reuniones ideales). Más bien tiene un fuerte componente social que condiciona el hecho de que los movimientos sociales on-line puedan o no a producir bienes comunes y horizontalidad a raudales.
Lo contrario sería igual a pensar que los trending topic de Twitter son la conciencia del mundo libre. Deberíamos ser críticos con cualquier generalización en torno a estos temas. Internet ya no puede ser comparado con periódicos, imprenta o televisión a la vista de lo ocurrido. A pesar de no ser una quimera para los movimientos sociales (ni todo es la Wikipedia perfecta ni todos los crowdfunding consiguen financiación), las tecnologías digitales son excelentes herramientas para el trabajo duro y artesanal del activismo del siglo XXI.
Igor Sádaba es licenciado en Ciencias Físicas (1996) y en Sociología (2001) y doctor en Sociología por la Universidad Complutense de Madrid (2007). Autor de, entre otros, Dominio abierto: conocimiento libre y cooperación (CBA, 2009) y Movimientos sociales y cultura digital (coordinador con Ángel Gordo, La Catarata, 2008). Pertenece al Grupo de Investigación UCM Cultura Digital y Movimientos Sociales (Cibersomosaguas).
12/06/2014
Artículo publicado en el nº61 de Pueblos – Revista de Información y Debate, segundo trimestre de 2014, monográfico sobre comunicación, poder y democracia.
http://www.revistapueblos.org/?p=16881
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