Economía popular y democracia están indisolublemente relacionadas. Se trata de la misma relación que existe entre la socialización de la riqueza (asociación, producción y distribución autónoma de los productores libres) y la socialización del poder (la democracia radical, el autogobierno). O de la relación que existe entre autogestión y autogobierno. Entre autonomía y poder popular.
“Por lo tanto, la producción capitalista sólo sabe desarrollar la técnica y la combinación
del proceso social de producción socavando al mismo tiempo las dos fuentes
originales de toda riqueza: la tierra y el hombre”.
Carlos Marx
En el actual contexto de crisis del capital (pero más allá del capital), consideramos a la economía popular o economía social como un elemento propicio para pensar la transición a una sociedad poscapitalista, que favorezca el desarrollo del “área de producción no capitalista” y confronte con la concepción clásica que proponía la centralidad de la propiedad estatal.
Con Aníbal Quijano, distinguimos tres criterios para pensar esta “otra” economía desde las organizaciones económicas populares: reciprocidad, entendida como el intercambio de trabajo y fuerza de trabajo sin intermediación del capital; igualdad, en cuanto a la distribución de los excedentes generados; y comunidad, como forma de autoridad colectiva. Retomando al sociólogo peruano, la economía popular puede entenderse como aquella que impulsan las “organizaciones populares colectivas de trabajo e ingreso basadas en la reciprocidad” (1).
La transición a un sistema poscapitalista implica un proceso largo y complejo que incluye diversidad, contradicción y la no linealidad. El desarrollo de la economía popular puede adquirir sentidos anticapitalistas en el marco de una estrategia de subordinación (supeditación) constante de las categorías y los elementos mercantiles de la economía y la sociedad de la Formación Social Capitalista, a una lógica no-mercantil y no-capitalista.
Sin dejar de reconocer que, en primera instancia, es absolutamente lógica una situación caracterizada por la resistencia “espontánea” a los procesos de subsunción formal (referidos a las condiciones indirectas y generales de trabajo) y real (situados en el propio proceso de producción) del trabajo y de la naturaleza al capital, planteamos la necesidad de una ofensiva y la posibilidad de una inversión de este proceso: el pasaje a un proceso de subsunción formal y real del capital al trabajo. Un proceso de ampliación constante (un crecimiento por multiplicación) de las áreas no capitalistas de la Formación Social Capitalista y de desarrollo consciente de nuevas áreas productivas y sociales no capitalistas, capaces de penetrar progresivamente en aquellas áreas signadas por las lógica del capital. Un proceso de subordinación del valor de cambio al valor de uso. Un proceso en el cual el trabajo asociado y las formas de producción basadas en la organización autogestionaria del trabajo se instituyen y conquistan espacios al interior de la formación social capitalista. (2)
En este sentido las experiencias colectivas populares de trabajo remiten a espacios que proponen una transformación radical de la realidad (del sistema capitalista) desde el interior del sistema, no desde un lugar exógeno y abstracto.
Este proceso contempla la posibilidad de extender y potenciar diversos ámbitos económico-sociales que, aún en el marco de formaciones sociales capitalistas, han conservado un núcleo solidario, no integrado absolutamente a las lógicas del sistema capitalista, donde el consumo lejos de ser un acto violento remite a una “comunión” entre los hombres y las mujeres y entre ellos-ellas y las cosas y la naturaleza, un núcleo no funcionalizado por el sistema de dominación ni sometido por la fuerza compulsiva del mercado. Nos referimos a ámbitos que, muchas veces, desde una mirada economicista, eurocéntrica y signada por la idea de progreso, suelen ser desechados por “anacrónicos”, “atrasados”, “arcaicos” o “románticos”.
La otra posibilidad consiste en extender y potenciar los ámbitos prefigurativos (económicos y sociales), anticipatorios del futuro: ámbitos cooperativos, autogestionados y superadores del “productivismo”, la depredación de la naturaleza y la “regulación del trabajo asalariado” (3).
Partiendo de estos ámbitos será posible poner coto al mercado y su lógica fragmentaria. Será posible una praxis
que garantice que los mercados se mantengan dentro de los límites trazados por la necesaria reproducción de los conjuntos interdependientes de la división social del trabajo y la de la naturaleza” (4).
Raúl Burgos plantea que el “área productiva no-capitalista de la economía” es un “terreno estratégico de la lucha hegemónica” y sostiene que
En América Latina en esta área deben ser incluidos tanto los elementos comunales precapitalistas como los poscapitalistas: cooperativismo autogestionario rural y urbano; comuna rural en los países de cultura incaica (ayllus) y en las áreas de conservación de las culturas indígenas en el Brasil y otros países, fábricas recuperadas por sus trabajadores, como en el caso de la Argentina y Brasil entre otros; fábricas estatales auto-gestionadas como en el caso de Venezuela, etc. (5)
Este proceso de desarrollo del “área productiva no capitalista”, ya sea en sus formatos precapitalistas o poscapitalistas, no puede desvincularse de otros planos: por ejemplo, no puede desvincularse del cuestionamiento a la inserción subordinada y dependiente a los centros de poder mundial y de la matriz concentradora y extranjerizante de la economía, de la lucha contra las multinacionales que quieren convertir los bienes comunes en mercancías; no puede ser ajeno a la lucha contra los modelos reprimarizadores y neodesarrollistas que impulsan procesos económicos y sociales destructivos: prácticas extractivistas o el monocultivo transgénico, en detrimento de la diversidad productiva y la sustentabilidad social y ambiental.
En este aspecto, habrá que lidiar por largo tiempo contra el sentido común productivista y señalar que, muchas veces, la recuperación de la tasa de ganancia del capital tienen como contracara la destrucción económica y social (destrucción del “producto potencial”, freno del desarrollo endógeno e integrado, incapacidad para satisfacer las necesidades desde el punto de vista transgeneracional), o también que la reparación de los daños, cuando es asumida, siempre está en déficit respecto de lo que se destruye.
Habrá que lidiar por largo tiempo con la idea que plantea que para pensar en un sistema superador del capitalismo se torna necesario desarrollar las fuerzas productivas, cumplir las tareas de la “acumulación primitiva” (ya no sólo las de la “acumulación socialista”) y avanzar en el proceso de industrialización.
Habrá que pensar en condiciones materiales del nuevo sistema no derivadas del desarrollo de las fuerzas productivas ni de la reducción de la jornada laboral (de los trabajadores formales). Hay que pensar en nuevos y múltiples espacios para el trabajo social formativo (un trabajo que contrarreste la ideología de la sociedad de clases y la economía mercantil) y que permita avanzar en la autogestión.
Habrá que convencerse de una vez por todas que la producción, la distribución y el consumo no son momentos escindibles.
No alcanza con la supresión de la propiedad capitalista y la apropiación colectiva de los medios de producción, el monopolio del comercio exterior y la “planificación socialista”. Un sistema superador del capitalismo también debe plantear otra racionalidad. En fin, este proceso no puede escindirse de:a) un cuestionamiento permanente de la dinámica central del sistema capitalista; b) de la resistencia activa a todas las formas de cooptación del sistema de dominación, en particular del clientelismo y de todos los sistemas que impongan reciprocidades asimétricas y que refuercen la sumisión al Estado o a las ONGs; c) de un cambio en la relación del Estado con la sociedad civil popular, un cambio que modifique los comportamientos de la burocracia pública tendientes a reproducir las desigualdades sociales; d) de la difusión de los valores afines al área económico-social no capitalista; e) del desarrollo de una cultura alternativa, f) de los formatos políticos no delegativos, basados en la participación directa y el protagonismo popular; g) del poder popular.
Esta concepción de la transición a un sistema poscapitalista confronta con la concepción clásica –evidenciada en las experiencias de los socialismos reales– que proponía la centralidad de la propiedad estatal.
El socialismo histórico encaró la cuestión de la propiedad en un sentido “principista”, de manera similar a lo que hace la sociedad capitalista. Ciertamente, la sociedad capitalista ve la propiedad como la llave para la solución de todos los problemas sin discutir siquiera el hecho de que la solución de problemas diversos exige también formas de propiedad diversas; esto es, ella no admite ningún pluralismo de las formas de propiedad. El socialismo histórico hizo algo análogo, aunque a la inversa. Casi no admitía
ninguna pluralidad de las formas de propiedad, pues consideraba ahora la propiedad socialista –en última instancia estatal– como la solución de todos los problemas… (6)
A diferencia de la concepción clásica, la concepción de la transición basada en desarrollo del “área productiva no capitalista”, en donde juegan un papel clave las experiencias de economía social, contempla un abanico de formas de propiedad.
Finalmente, el desarrollo del “área productiva no capitalista” también se relaciona con regiones desiderativas. Con lo que Hinkelammert y Mora Jiménez denominan los “fines no factibles” de la economía. No factibles en lo inmediato, pero que motorizan acciones dado que funcionan como utopía y aspiración, como un móvil desiderativo, como proyectos a concretar en el futuro (7).
Economía popular y democracia están indisolublemente relacionadas. Se trata de la misma relación que existe entre la socialización de la riqueza (asociación, producción y distribución autónoma de los productores libres) y la socialización del poder (la democracia radical, el autogobierno). O de la relación que existe entre autogestión y autogobierno. Entre autonomía y poder popular. Ambos aspectos implican la construcción desde abajo de formas de coexistencia social post-capitalista.
La economía social favorece la participación popular directa en la toma de decisiones en todos los niveles y no en los niveles inferiores que concentran escasa capacidad decisoria o en las estructuras formales. Ofrece, en definitiva, un “anclaje asociativo” para las voluntades políticas emancipatorias.
Las praxis tendientes a la expansión del “área productiva no capitalista”, implican un cuestionamiento a fondo de la hegemonía burguesa y al mismo tiempo la construcción de contra-hegemonía.
Desde el punto de vista de un proyecto superador del capitalismo, las organizaciones económicas populares pueden ser elementos de una construcción hegemónica. Pueden funcionar como instancias que refuerzan, desde lo material y lo simbólico, el rol dirigente de aquellos sectores que aún no han accedido al poder del Estado. Con esto, estamos señalando, además, que la economía social puede ser comprendida (a la luz de algunas categorías gramscianas) como un conjunto de praxis con capacidad de modificar las relaciones de fuerza, como momentos imprescindibles de una “reforma intelectual y moral”, de la confirmación de un “bloque histórico” y del proceso de formación de una “voluntad nacional-popular”. No habrá un desenlace socialista para estos procesos si no se asume el proyecto superador del capitalismo.
De este modo, los avances en la transición a un sistema poscapitalista (o socialista) se pueden medir a partir del incremento en la capacidad de autogestión, en la capacidad de las personas de generar medios de subsistencia alternativos a la forma salarial, en la capacidad de las personas para autogobernarse.
La economía social como eje de la transición, permite delinear las limitaciones del socialismo concebido como un orden apriorístico, que fue lo que ocurrió, en mayor o en menor medida, en las experiencias históricas de los socialismos reales. Para Hinkelammert y Mora Jiménez, en la visión de Marx
un orden apriorístico y determinista debe sustituir a un orden surgido como reacción a desórdenes. La visión esquematizadora de Marx es la siguiente: si el capitalismo no es capaz de garantizar un orden determinista, entonces el socialismo debe serlo. De esta visión esquemática emerge el capitalismo soviético, que mediante un plan central pretendió realizar tal determinismo del orden. (8)
La concepción de la transición basada en desarrollo del “área productiva no capitalista” también contempla un tipo de planificación económica no basada en criterios cuantitativos (una coincidencia no menor entre las economías de planificación socialista y el mercado capitalista). Asimismo, contempla un principio de redistribución progresivo por parte de la denominada “economía pública”, una orientación no competitiva del poder de compra del Estado, etc.
Michael Lebowitz, al señalar una limitación en Marx que abonó posteriores errores, afirma que:
Al no plantear la determinación del patrón de necesidades por la lucha de clases, Marx dejó de considerar a los trabajadores como seres humanos y fue desviando sus respuestas hacia explicaciones naturalistas y funcionalistas. Como los economistas políticos que había criticado en su juventud “pudo afirmar que el proletariado, como cualquier caballo, debe recibir lo suficiente como para poder trabajar” […] Éste es un aspecto de la unilateralidad de los conceptos de El Capital y de un marxismo unilateral que no va más allá de El Capital…(9).
Creemos que esta concepción de la transición permite ir más allá del capital.
Contrahegemonia web.
Notas
1. Ver Quijano, Aníbal, “¿Sistemas alternativos de producción?”, en: Coraggio, José Luis (coord.), La economía social desde la periferia. Contribuciones latinoamericanas, UNGS, Buenos Aires, 2007; y Quijano, Aníbal: “Solidaridad y capitalismo colonial/moderno”, en: Otra economía. Revista latinoamericana de Economía Social y solidaria, nº 2, RILESS, Buenos Aires, 2008.
2. Este proceso reclama la recuperación (y la articulación) de los saberes prácticos y teóricos del trabajo asociado.
3. Burgos, Raúl: “Para una teoría integral de la hegemonía. Una contribución a partir de la experiencia latinoamericana”. En: Revista Realidad Económica, Buenos Aires, 1 de octubre al 15 de noviembre de 2012, p. 143. Por supuesto, no debemos dejar de considerar el carácter dialéctico de las organizaciones de las clases subalternas y oprimidas (hablamos de las organizaciones populares) en el marco del sistema capitalista. No debemos confundir el despliegue de la solidaridad, el desarrollo de ámbitos donde rigen otras prácticas y otros valores (distintos a los del capitalismo) con la realización misma del socialismo.
4. Hinkelammert, Franz J. y Mora Jiménez, Henry, Economía, sociedad y vida humana. Preludio a una segunda crítica de la economía política, Buenos Aires, UNGS-Altamira, 2009, p. 245.
5. Burgos, Raúl: Op. cit., p. 166. Itálicas en el original.
6. Duchrow, Ulrich y Hinkelammert, Franz, La vida o el capital, San José de Costa Rica, DEI,
2003, p. 14. Los autores refieren a los socialismos reales cuando hablan de “socialismo
histórico”.
2003, p. 14. Los autores refieren a los socialismos reales cuando hablan de “socialismo
histórico”.
7. Hinkelammert y Mora Jiménez, Op. cit., p. 54.
8. Hinkelammert y Mora Jiménez, Op. cit., p. 234.
9. Lebowitz, Michael, Más allá del capital. La economía política de la clase obrera, Caracas, Monte Ávila, 2006, p. 205.
Imagen: Gustavo Lagarde. Bloquera El Torreón, Empresa de Propiedad Social de la Comuna “Carlos Escarrá”, estado de Aragua (Venezuela).
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