Dos fechas: 1941 y 2015. Dos geografías: Ayotzinapa y Oaxaca. Una misma afrenta: la calumnia y la estigmatización como forma de combate contra el magisterio democrático.
En 1941, maestros y estudiantes de la normal rural organizaron un paro de labores para exigir a la Secretaría de Educación Pública (SEP) que entregara los recursos que se había comprometido a dar para el funcionamiento de la institución. Estaban molestos, además, porque la Secretaría nombró a un director de la escuela que despidió a los profesores más comprometidos, no daba clases, no vivía en la escuela y, para colmo de males, era aliado de caciques y comerciantes de Tixtla, enemigos de los campesinos.
El director de la normal acusó falsamente a los alumnos de que el 10 de abril de ese año, durante la conmemoración de la muerte de Emiliano Zapata, habían quemado el lábaro patrio e izado en su lugar una bandera rojinegra. El 2 de mayo siguiente, el gobernador se presentó en la escuela con soldados y policías y arrestó a seis estudiantes y tres maestros. De paso, detuvo un retrato de Carlos Marx que estaba en el comedor del internado.
El escándalo creció. Un par de meses después, el presidente Manuel Ávila Camacho visitó Ayotzinapa y ordenó a la SEP remover al director. Sin embargo, no reinstaló a los maestros cesados. Meses más tarde, los detenidos fueron liberados por falta de pruebas, y el secretario de Educación, Luis Sánchez Pontón, tuvo que presentar su renuncia.
La historia de esta barbaridad fue documentada por el agrónomo Hipólito Cárdenas, hombre de izquierda comprometido con las luchas campesinas, antiguo director de la normal rural. Tituló a su libro El caso de Ayotzinapa o la gran calumnia.
Por supuesto, no fue esa la única difamación sufrida a lo largo de la historia por la comunidad de la normal rural. Una y otra vez se han propalado todo tipo de maledicencias en su contra. Estas difamaciones fueron una de las causas que propiciaron la desaparición de 43 estudiantes y el asesinato de tres alumnos de esa escuela hace 10 meses.
Hoy, 74 años después de la gran calumnia contra los ayotzis, los maestros de Oaxaca sufren una embestida similar. Víctimas de una inescrupulosa campaña en medios promovida por el gobierno federal y la derecha empresarial, se les ha acusado falsamente de ser, entre otras lindezas, extorsionadores, vándalos, vagos, corruptos, delincuentes, ignorantes y desobligados.
La verdadera razón por la que se ha desatado esta cruzada de odio y mentiras contra los docentes oaxaqueños es porque rechazan una reforma a la enseñanza carente de contenidos pedagógicos, que no fue consensuada ni con ellos ni con el resto del magisterio nacional, y que ignora las condiciones en que trabajan: inequidad educativa, multiculturalidad, pobreza y marginación.
La cantidad de embustes propalados contra los profesores de la entidad es avasalladora. Se dice, por ejemplo, que no les interesa la educación. Eso es mendaz. Por iniciativa de los mentores de la entidad, se han desarrollado decenas de proyectos de enseñanza alternativa brillantes y exitosos, reconocidos mundialmente. Sus maestros indígenas promueven un movimiento pedagógico importantísimo, nidos de lengua en los que se revitalizan los idiomas de los pueblos indios, secundarias comunitarias para pueblos originarios y muchas experiencias más, generadas desde la práctica docente.
En un saludo a los maestros mexicanos reunidos en Oaxaca en octubre de 2007, con motivo del segundo Congreso Nacional de Educación Indígena Intercultural, el doctor Noam Chomsky expresó su admiración "por la labor tan profesional que están haciendo todos ustedes sobre la educación de los pueblos indígenas, y también por su apoyo a los valientes profesores de Oaxaca que están enfrentándose a una lucha de enorme envergadura e importancia" (en el libro Comunalidad, educación y resistencia indígena en la era global).
Los docentes oaxaqueños elaboraron, junto a las autoridades del hoy vilipendiado Instituto Estatal de Educación Pública de Oaxaca (Ieepo), una ambiciosa y sólida propuesta de enseñanza para la entidad: el Plan para la Transformación de la Educación en Oaxaca (PTEO). Está basado en cuatro principios básicos: democracia, nacionalismo, humanismo y comunitarismo. En él se establece, como condición necesaria para educar, el análisis de las diferencias sociales y culturales de la entidad.
Dos de los programas que integran el PTEO buscan atender las condiciones escolares y de vida de los estudiantes y dignificar los espacios donde se realiza la enseñanza. Los profesores oaxaqueños han sido claves en gestionar la entrega de uniformes y útiles escolares, la distribución de desayunos nutritivos, y el mejoramiento de la infraestructura y el equipo educativo. Las comunidades más necesitadas saben que sin sus maestros esas conquistas no existirían.
El gobierno federal dice que acabó con el Ieepo para terminar con las corruptelas. Eso es una patraña. Si la causa verdadera de su intervención fuera limpiar las instituciones, habría comenzado por otras en que este problema es más grave. En las secretarías de Educación de casi todos los estados campea la corrupción. Los gobernadores han utilizado tradicionalmente los recursos destinados a ellas para dar trabajo a sus allegados y operadores políticos. En más de la mitad de las entidades, los principales funcionarios (secretarios incluidos) son personeros del SNTE. El golpe al instituto fue un castigo contra los oaxaqueños por rechazar la reforma educativa.
En el Ieepo las cosas eran distintas. El movimiento le quitó su control a la burocracia de siempre. Pero no necesariamente hizo todo bien ni acabó por completo con la deshonestidad. No creó una ínsula Barataria. Los principales cargos del instituto fueron siempre designados por el gobernador en turno, sin participación del magisterio. El director tenía claramente dispuesta la responsabilidad de guiar la dependencia y dictar los criterios a los funcionarios bajo su cargo.
Las calumnias contra el magisterio oaxaqueño ofenden a los trabajadores de la educación de todo el país. Los que las profieren escupen al cielo.
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