Si nos dejáramos guiar por la imagen que los medios de comunicación nos muestran de los países árabes nos encontraríamos, aparentemente, ante un escenario repleto de déspotas, corrupción, conflictos sectarios y extremismos religiosos de diversa índole. Si bien estas son facetas reales del mundo árabe, cometeríamos un error si las consideráramos como su totalidad. Y estaríamos, a su vez, invisibilizando a multitud de actores sociales y políticos presentes en este área tan interesante y compleja. Uno de estos grandes olvidados ha sido el movimiento obrero.
Si bien existe una extensa bibliografía sobre los movimientos sindicales árabes, especialmente por su papel en las luchas de liberación nacional y en la configuración de los sistemas políticos árabes tras la descolonización, constituyen un aspecto de la realidad árabe muy poco visibilizado. Sin embargo, actualmente,los sindicatos están presentes en todos los países árabes, excepto en Arabia Saudí y en Qatar, donde siguen estando prohibidos.
Además, los movimientos de trabajadores han sido actores políticos relevantes en casi todos los países árabes, participando activamente de los eventos más importantes de la región. Ya fuera durante las luchas emancipatorias contra las metrópolis europeas o en la reciente Primavera Árabe, de la cual las luchas de trabajadores de los últimos 15 años son consideradas elemento clave, aportando activistas y experiencia organizativa, y utilizando el decisivo instrumento de las huelgas.
La lucha por la liberación nacional
Los movimientos obreros árabes surgieron a principios del siglo XX gracias a la confluencia de los movimientos nacionalistas en pro de la independencia y de las ideas de izquierdas acerca de la revolución social y de la lucha de clases, importadas desde las metrópolis, aunque en algunos casos como Túnez o Argelia, las estructuras sindicales se originaron antes que la propia lucha anticolonial. Todo ello en un contexto en el que el trabajo asalariado había experimentado una enorme expansión impulsado por los gobiernos coloniales. El movimiento se extendió entre los trabajadores de diversos sectores –el textil, la imprenta, la producción y el transporte de tabaco o el petrolífero– y por todos los rincones del mundo árabe.
De esta forma, aunque el movimiento obrero entró directamente en la batalla por las cuestiones laborales con el fin de garantizar los derechos de los trabajadores, la liberación nacional se impuso pronto como prioridad en los sindicatos. Con ello el movimiento adaptó su estructura y sus objetivos a las metas y a la ideología anticolonialista, creando un marco político y una estrategia particular para apoyar al nacionalismo.
Gracias a ello, al lograr la independencia, el sindicalismo obtuvo reconocimiento oficial por medio de las constituciones, consagrándose el derecho de reunión y el de formar sindicatos, partidos políticos y asociaciones. Además, al ser el estado el principal empleador de las nuevas naciones, la relación entre Estado y sindicatos quedó sellada.
El declive tras la descolonización
A pesar de todo, la euforia nacionalista y la exaltación de las libertades civiles no durarían mucho dado que el gran poder de movilización social del que gozaban los sindicatos les hizo blanco de los propios regímenes en los que se integraban, comenzando las campañas para su control, división y en muchos casos, persecución.
Por otra parte, con el desarrollo de la industria en los países árabes como una forma de impulsar la economía nacional, y con la implementación de un monopolio estatal del capital, de nacionalizaciones, de reformas agrarias y con la expansión del sector público, surgiría un movimiento obrero totalmente nuevo. Por una parte se dotó de ciertos privilegios a los trabajadores, mientras que por otra se reducía progresivamente su autonomía. Se crearon organizaciones sindicales gubernamentales, a la vez que se limitaba el derecho de asociación y se iniciaba la prohibición de los métodos de protesta fundamentales como la huelga o el derecho a manifestación y organización. Asimismo se aplicó la represión directa.
En definitiva, las autoridades impusieron condiciones que les permitían intervenir en los asuntos del movimiento obrero, creando sindicatos nuevos que respaldaran su poder o cooptando a los existentes –otorgándoles ciertas ventajas en términos vivienda, jubilación, educación y atención médica así como privilegios para los líderes sindicales– a cambio de someterse a las decisiones políticas de las autoridades, a la vez que limitaban sus capacidades organizativas y de negociación. Los regímenes también otorgaron a los sindicatos una representación formal –en la Constitución egipcia de 1952, los obreros y los agricultores se asignaron el 50% de los escaños de la Asamblea del Pueblo y del Consejo de la Shura, al igual que en Siria e Iraq tras la victoria del Baas.
Esto daría lugar a diversas situaciones dependiendo de la posterior evolución política y social, desarrollándose papeles distintos del sindicalismo en cada país.Todo ello además se traduciría en el futuro en distintos papeles de los sindicatos en los procesos revolucionarios de las Primaveras Árabes. En la mayoría de los casos los sindicatos se integraron en sistemas corporativistas, confundiéndose con el Estado y el partido, transformándose en aparatos estatales burocráticos que servían como medio para escalar en la jerarquía del poder. Este es el caso de Siria, donde el sindicato Unión de los Trabajadores terminó siendo un cliente fiel del partido Baas al tomar éste el poder en 1963.
En cambio, en algunos casos, a partir de los años 80 se gestaría una rebelión dentro del movimiento obrero. El fracaso de las políticas de desarrollo que se habían adoptado impulsaron a los gobiernos árabes a emprender reformas económicas de carácter liberal, de acuerdo con los dictados del FMI y del Banco Mundial. Los regímenes emprenderían privatizaciones masivas y el desmantelamiento del sector público y de las políticas sociales, la apertura de los mercados y la liberalización del comercio. Se adoptó además el principio de flexibilidad laboral como condición para establecer los nuevos modelos económicos, expandiéndose la economía informal.
Todo ello supondría, por una parte, un debilitamiento de la sociedad civil y de su capacidad de movilización, así como un declive en las condiciones de vida de la mayor parte de la población. No obstante, por otro lado, la legitimidad de los sindicatos oficiales también sería fuertemente dañada con la aplicación impune de dichas políticas por parte del Estado, sintiéndose los trabajadores abandonados por los sindicatos que, supuestamente, eran los encargados de defender sus intereses. Dichas circunstancias dieron pie a la aparición de sindicatos independientes, que con otros movimientos y organizaciones de la sociedad civil, configurarían ciertos espacios públicos de acción colectiva.
Así, el movimiento obrero sufriría una bipartición, creándose organizaciones al margen del sindicalismo oficial en manos del Estado, que servirían en muchos casos como refugio de opositores. La primera señal de que se estaba gestando cierta indignación frente a las políticas económicas de los regímenes árabes fueron las llamadas revueltas del pan que se extendieron por todo el Magreb en los 80. A pesar de todo, la capacidad de movilización seguía siendo reducida y hasta la década de los 2000, las protestas sociales serían, en general, de corta duración, poco organizadas y muy dependientes de la espontaneidad.
El renacer con el nuevo milenio
Con la llegada del año 2000 la situación general del movimiento obrero en el mundo árabe seguía siendo bastante sombría, un característica que en gran medida se extiende hasta la actualidad. Los sindicatos de Mauritania, Líbano o Iraq siguen siendo muy débiles. En el caso libanés crear un partido político resulta más fácil que formar un sindicato y el clientelismo y la lealtad de los dirigentes sindicales a los partidos políticos sigue siendo la clave para conseguir patrocinio. En el caso iraquí, desde 1987 rige la legislación de la administración de Saddam Hussein.
Los sindicatos del sector público son ilegales en Irak, no existe legislación que garantice la libertad de sindicación y que rija las relaciones laborales, se prohíbe la organización de sindicatos independientes y la negociación colectiva en los sectores público y privado, y también se prohíbe a los sindicatos tener fondos, recaudar cuotas de afiliación, ni contar con activo. Además, en los lugares de trabajo se aplican frecuentemente prácticas antisindicales agresivas, con amenazas, intimidación, secuestros, tortura y asesinatos. Es notable señalar, por otro lado, el caso del sindicalismo palestino, que en sus inicios podría haber supuesto un nexo de unión y de diálogo entre judíos y árabes y que, sin embargo, terminó debilitado por la fragmentación del territorio palestino, por la marginación a causa la infiltración del sionismo dentro del movimiento obrero judío y por la corrupción de las propias autoridades palestinas.
Los únicos sindicatos relativamente autónomos existen en Bahrein y Marruecos. Los de éste último protagonizaron manifestaciones en los noventa que, aunque fueron reprimidas, hicieron valer algunas de sus reivindicaciones y hacerse eco en los medios de comunicación. No obstante ambos gozan de unos niveles de afiliación muy bajos o nulos en algunos sectores y son sometidos a constante coerción por parte del Estado. En el caso de Emiratos Árabes Unidos la actividad sindical reivindicativa está prohibida y aunque se siguen produciendo huelgas y protestas la censura en los medios y la represión policial las acalla. A pesar de todo, con la llegada del siglo XXI el mundo árabe sería testigo del nacimiento de dos ejemplos de movimiento obrero fuerte y combativo: Túnez y Egipto.
El caso tunecino
En Túnez encontramos a la Unión General de Trabajadores Tunecina (UGTT por sus siglas en francés). La UGTT es un sindicato de gran envergadura –en 2012 constaba de 517.000 miembros– y durante muchos años fue también la única organización sindical del país. Reúne además una amplia gama de tendencias políticas y tiene miembros en todos los rincones del país y en diferentes sectores de actividad.
Su fuerza e influencia devienen de su presencia en la lucha anticolonial, que vendría a convertirlo en uno de los actores sociales más fuertes del escenario político tunecino hasta la actualidad. Aunque tras la independencia fue duramente reprimido por el régimen de Ben Ali y se mantuvo bajo el mando del régimen hasta su caída, protagonizó confrontaciones contra las políticas estatales en 1978 y entre 1983 y 1984. En su seno vendría a desarrollarse una dicotomía muy particular. Mientras los altos mandos sindicales eran leales seguidores del régimen de Ben Ali, en los sucesivos escalones de la jerarquía aparecerían corrientes insumisas, más proclives a la lucha de clases. En dichas corrientes se integrarían activistas que habían participado previamente en los movimientos estudiantiles de izquierdas y que, pese a estar fuera de las redes clientelares, habían conseguido abrirse paso y hacerse con el liderazgo de los niveles locales y regionales, así como sectoriales –especialmente en los sindicatos de profesores. Gracias a estos activistas la UGTT se convirtió en una de las principales fuerzas de protesta social organizada de todo el mundo árabe, llevando a cabo actos de protesta en contra de los líderes locales y federales. Ello le concedería cierta autonomía de acción local frente al aparato estatal y le llevaría a enraizarse en las bases de la sociedad civil.
Su papel, sin embargo, siempre ha sido criticado y polémico entre los que defienden el papel político central en períodos de transición política y aquellos que exigen que conformarse con un papel en el ámbito social y de los trabajadores. A pesar de ello su influencia económica es innegable, y su capacidad de negociación y mediación política colectiva, desarrollada tras años de experiencia en la lucha sindical lo convierten en un actor fundamental del panorama político tunecino, especialmente ahora que el país atraviesa un complejo proceso de transición política hacia la democracia, marcado por la resistencia de los actores del antiguo régimen o el terrorismo yihadista.
El caso egipcio
En Egipto nos encontramos con la Federación de Sindicatos Egipcios (ETUF por sus siglas en inglés), que desde su creación en 1957 formó parte del aparato estatal de Nasser, organizándose según un modelo inspirado en la Unión Soviética. Sus líderes pertenecían al partido gobernante y eran integrantes de la “nomenklatura” egipcia, y se ocuparon más en controlar a la clase trabajadora que en defender sus intereses. Dichas dinámicas se acentuaron con el proceso de liberalización económica iniciado por Sadat y continuado por Mubarak, cuando se implantó el modelo neoliberal reinante en el Egipto actual. A diferencia de Túnez, donde como hemos visto se produjo una bipartición dentro de la propia estructura sindical que sirvió para desarrollar una serie de colectivos sindicales críticos y organizados a nivel local, en Egipto las protestas y la organización de los trabajadores en defensa de sus derechos se han llevado a cabo de manera mucho más espontánea y explosiva. En reacción a unas condiciones materiales especialmente desfavorables, en las que los salarios no conseguían mantener el ritmo del aumento del coste de la vida en el contexto de la acelerada política económica del régimen de Mubarak. Y es que según el informe de desarrollo humano de 2014, el 40% de la población egipcia vive con menos de un euro al día.
El primer incremento notable en el número de protestas sociales en Egipto se produjo en 2004, cuando se produjeron un total de 266 acciones de protesta, frente a 86 en el año 2003 y los números se mantuvieron por encima de 200 movilizaciones anuales hasta la gran escalada de 2007, cuando se llevaron a cabo más de 765 protestas. Números asombrosos si consideramos la dura represión y el acoso que sufrían los y las activistas por parte del aparato de seguridad del Estado, unido al escaso éxito de alguna de las movilizaciones y el omiso caso que recibían los trabajadores por parte de las autoridades políticas y empresariales. Según el Centro Egipcio para los Derechos Económicos y Sociales, durante el año 2012 hubo más de 3.400 protestas por cuestiones económicas y sociales, en su mayoría acciones laborales. Esta cifra es casi cinco veces mayor que el número de acciones colectivas de trabajadores en cualquier año de la década de 2000.
Sin duda alguna la más importante de dichas revueltas fue la huelga masiva realizada en diciembre de 2009 por los trabajadores textiles de la zona industrial de Mahalla, que vendría a determinar la importancia del movimiento obrero egipcio para su Primavera, la revolución que derrocaría a Hosni Mubarak. Su victoria animó a otros sectores a plantar cara y a unirse a la batalla por los derechos de los trabajadores y a partir de ahí se produjo una escalada en el número de conflictos con los obreros. En otoño de 2007 los recaudadores de impuestos del estado egipcio iniciaron una masiva campaña de sentadas en diversas ciudades del país, incluida una de diez días frente al edificio del Consejo de Ministros. Esta protesta significó la primera huelga de funcionarios desde el inicio de la era de Nasser, y llevó a la creación, en 2008, del primer sindicato egipcio totalmente independiente en más de medio siglo, la Real State Tax Authority Union, que obtuvo reconocimiento legal en 2009. Por otra parte, también trabajadores de clase media como abogados, ingenieros, profesores o periodistas, así como los denominados ”White collar workers” –trabajadores de cuello blanco–, donde se integran tanto funcionarios como trabajadores del ámbito comercial y financiero, y pequeños emprendedores, todos ellos serían arrastrados por el impulso de insurrección iniciado por el movimiento obrero, organizando revueltas en las que se entremezclaban las demandas por derechos laborales con las democráticas e incluso protestas contra la ocupación israelí de Palestina (Kefaya) o en pro de los derechos de las mujeres.
Los retos futuros
El banco Mundial señala a la región MENA (Norte de África y Oriente Medio) como la que tiene las mayores tasas de desempleo del planeta, en torno al 25% en el caso de la población joven, destacando en ella un alto desempleo de diplomados.
Así pues los sindicatos árabes se enfrentan aún a la ardua tarea de defender los derechos de una clase trabajadora duramente afectada por la crisis económica mundial, la inestabilidad interna de muchos de los estados árabes y por las consecuencias de las políticas neoliberales aplicadas durante las últimas décadas y en la actualidad.
Por otra parte, queda claro que la Primavera Árabe ha dado paso a una época más favorable al sindicalismo, ya que tanto en Túnez como en Egipto, las dos primeras chispas que incendiaron los regímenes autoritarios del mundo árabe, las revueltas en pro de la democracia no surgieron de la nada, sino que se inspiraron y se sustentaron sobre las condiciones de emergencia social configuradas, no en su totalidad pero sí de manera decisiva, por los movimientos de trabajadores. Los sindicatos deben saber aprovecharse del terreno que ellos mismos han cimentado. No obstante, el reto que se presenta ante ellos ahora no es ni mucho menos sencillo.
En Egipto los acontecimientos parecen haber dilapidado ya por completo el proceso de transición hacia la democracia tras la primavera egipcia. Y el nuevo gobierno de Al-Sisi parece más interesado en atraer la inversión extranjera que en avanzar hacia un sistema más democrático, aunque sea en perjuicio de los derechos de los trabajadores. No obstante los movimientos sociales surgidos durante las revueltas continúan activos y será necesaria la implicación de los sindicatos, con la fuerza y experiencia organizativa de la que constan, para mantenerlos con vida. Aunque sigan teniendo que sufrir la represión y las detenciones arbitrarias.
Por otra parte, en Túnez, el único lugar donde a pesar de las dificultades las semillas de la revolución están poco a poco dando sus frutos, el buen rumbo de la transición tras la primavera árabe exigirá del movimiento sindical que aporte propuestas y cuadros a las organizaciones políticas, a las instituciones representativas y a las administraciones públicas. El movimiento obrero deberá saber afianzar su autonomía y generar canales de diálogo y alianzas con los distintos actores políticos y sociales, incluyendo ONGs, intelectuales, partidos político e islamistas; ganándose la confianza de los mismos y otorgando concesiones y sacrificios a la vez que reafirma su autoridad como un actor relevante.
Palma de Mallorca, 1992. Graduado en Relaciones Internacionales por la UCM. Actualmente cursando el Máster de Estudios Árabes e Islámicos contemporáneos de la UAM. Interesado en temas de conflictos religiosos y territoriales, en migraciones y en movimientos sociales.
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