POR QUÉ AVANZA LA EXTREMA DERECHA EN EUROPA
Le Monde Diplomatique junio 2016
Con un 49,7% de los votos, el candidato de extrema derecha, Norbert Hofer, casi se queda con la presidencia de Austria, confirmando el avance de esas fuerzas que se registra en Europa. El fenómeno se explica por la profunda crisis social, económica y moral que golpea al Viejo Continente y por el oportunismo de los partidos neofascistas en explotarla.
l susto ha sido grande. Y aunque finalmente el pasado 22 de mayo, en Austria, Norbert Hofer, el candidato de la extrema derecha, no fue elegido Presidente de la República por muy poco (1), cabe preguntarse qué miedos están sintiendo los austríacos para que el 49,7% de ellos haya optado por votar a un neofascista.
“En la historia de las sociedades –explica el historiador francés Jean Delumeau–, los miedos van cambiando, pero el miedo permanece.” Hasta el siglo XX, las grandes desgracias de los seres humanos eran causadas principalmente por la naturaleza, el hambre, la escasez de alimentos, y por pandemias como la peste, el cólera, la tuberculosis, etc. Antaño, el ser humano vivía expuesto a un entorno siempre amenazante.
La primera mitad del siglo XX estuvo marcada por el terror de las grandes guerras, la muerte a escala industrial, los éxodos bíblicos, las destrucciones masivas, las persecuciones, los campos de exterminio. Tras la Segunda Guerra Mundial y la destrucción atómica de Hiroshima y Nagasaki en 1945, el mundo vivió bajo la preocupación del apocalipsis nuclear. Pero este miedo fue extinguiéndose con el final de la Guerra Fría en 1989 y la firma de tratados internacionales que prohíben y limitan la proliferación nuclear.
Sin embargo, la existencia de estos tratados no hizo desaparecer los riesgos. La explosión de la central de Chernobil, en particular, reavivó el terror nuclear. Más recientemente también tuvo lugar el accidente de Fukushima, en Japón. La opinión pública, estupefacta, descubrió entonces que incluso en un país conocido por su alta tecnología se transgredían principios básicos relativos a la seguridad, poniendo así en peligro la vida de cientos de miles de personas.
Caldo de cultivo
Los historiadores de las mentalidades se preguntarán algún día por los miedos de nuestra década (2010-2020). Descubrirán que, a excepción del terrorismo jihadista que continúa golpeando a las sociedades occidentales, los nuevos miedos son más bien de carácter económico y social (desempleo, desalojos, pobreza, inmigración), sanitario (Ébola, gripe aviar, chikungunya, zika) o ecológico (desajustes climáticos, incendios, contaminación).
En este contexto, las sociedades europeas se encuentran especialmente conmocionadas. Sometidas a sismos y a traumatismos de gran violencia. La crisis financiera, el desempleo masivo, el fin de la soberanía nacional, la desaparición de las fronteras, el multiculturalismo y el desmantelamiento del Estado de Bienestar provocan, en el espíritu de muchos europeos, una pérdida de referencias y de identidad.
Una encuesta reciente llevada a cabo en los siete principales países de la Unión Europea (UE) por el Observatorio Europeo de Riesgos constata que el 32% de los europeos hoy tiene más miedo de atravesar dificultades financieras que hace cinco años; el 29% tiene más miedo de caer en la precariedad, y el 31% de perder su empleo. En España, la pobreza ha aumentado de “manera alarmante” en los últimos años, con el 28,6% de la población en riesgo de exclusión y de recaída en la miseria. Estos temores hacen nacer un sentimiento de desclasamiento: el 50% de los europeos tiene la sensación de encontrarse en regresión social con respecto a sus padres.
Así pues, los nuevos miedos están muy presentes hoy en Europa. La crisis actual bien podría marcar el punto final del poderío europeo en el mundo. Tras la llegada masiva de cientos de miles de migrantes provenientes de Medio Oriente durante los últimos meses, el miedo a la “invasión extranjera” ha aumentado. Se extiende la sensación de estar amenazados por fuerzas externas que los gobiernos europeos ya no controlarían, como el auge del islam, la explosión demográfica del Sur y las transformaciones socioculturales que difuminarían su identidad. Y todo esto se produce en un contexto de crisis moral grave en el que se multiplican los casos de corrupción y en el que la mayoría de los gobernantes ven cómo se desmorona su legitimidad. En toda Europa, estos miedos y esta “podredumbre” son explotados por la extrema derecha con fines electorales. Como lo demostró la victoria, el pasado 25 de abril, de la extrema derecha en la primera vuelta de las elecciones legislativas en Austria. En donde, además, se produjo el derrumbe histórico de los dos grandes partidos tradicionales (el SPÖ, socialdemócrata, y el ÖVP, demócrata cristiano) que habían gobernado el país desde 1945.
Ante la brutalidad y el carácter repentino de tantos cambios, las incertidumbres se acumulan para muchos ciudadanos. Les parece que el mundo se vuelve opaco y que la historia escapa a cualquier tipo de control. Numerosos europeos se sienten abandonados por sus gobernantes, tanto de derecha como de izquierda, los cuales, además, son descritos por los grandes medios de comunicación como mentirosos, cínicos y corruptos. Perdidos en el centro de semejante torbellino, muchos ciudadanos comienzan entonces a entrar en pánico y los invade el sentimiento, como decía Tocqueville, de que “puesto que el pasado ha dejado de aclarar el futuro, la mente camina entre las tinieblas”.
La manipulación del miedo
En este caldo de cultivo social vuelven a aparecer los viejos demagogos. Aquellos que, sobre la base de argumentos nacionalistas, rechazan al extranjero, al musulmán, al judío, al romaní o al negro, y denuncian los nuevos desórdenes y las nuevas inseguridades. Los inmigrantes constituyen los chivos expiatorios ideales y los objetivos más fáciles porque simbolizan las profundas transformaciones sociales y representan, para los europeos más modestos, una competencia indeseable en el mercado laboral.
La extrema derecha siempre ha sido xenófoba. Pretende paliar las crisis designando a un único culpable: el extranjero. Esta actitud se ve fomentada por las contorsiones de partidos democráticos reducidos a preguntarse por la importancia de la dosis de xenofobia que pueden incluir en su propio discurso.
Con la reciente ola de atentados en París y en Bruselas, el miedo al islam se ha reforzado aun más. Cabe recordar que hay entre 5 y 6 millones de musulmanes en Francia, por ejemplo, el país que cuenta con la comunidad islámica más importante de Europa, y alrededor de 4 millones de musulmanes en Alemania. Según una encuesta reciente del diario francés Le Monde, el 42% de los franceses considera a los musulmanes “más bien como una amenaza” y el 40% de los alemanes piensa lo mismo. El 75% de los alemanes estima que no están “en absoluto” integrados en sus sociedades de acogida o que “apenas lo están”, y el 68% de los franceses piensa de la misma manera.
Hace unos meses, la canciller alemana Angela Merkel –que luego acogió en su país a más de 800.000 migrantes solicitantes de asilo en 2015– afirmaba que el modelo multicultural según el cual convivirían en armonía diferentes culturas había “fracasado por completo”. Y un panfleto islamófobo escrito por un ex dirigente del Banco Central alemán, Thilo Sarrazin, que denuncia la falta de voluntad de los inmigrantes musulmanes para integrarse fue un éxito rotundo en las librerías alemanas: vendió más de 1 millón de ejemplares.
Cada vez más europeos hablan del islam como de un “peligro verde”, a la manera en la que antaño se hablaba del avance de China como del “peligro amarillo”. La xenofobia y el racismo están aumentado en toda Europa. A esto contribuye sin duda el hecho de que algunos musulmanes de Europa están lejos de ser irreprochables. Especialmente los activistas islamistas que aprovechan el clima de libertad que reina en los países europeos para desplegar un proselitismo salafista. Predican el adoctrinamiento de sus correligionarios o de jóvenes cristianos conversos. Los más extremistas han participado en la reciente ola terrorista en Francia y Bélgica.
En el ámbito político, son numerosos los discursos dramáticos que despiertan la preocupación y la angustia de los electores. Durante las campañas electorales, es común encontrar discursos que recurren al instinto de protección de los individuos. Se manipula apelando al miedo de forma habitual. Y, en la utilización de este sentimiento, los populistas de derecha se han convertido en expertos. No sólo en Austria. En Francia, por ejemplo, no hay ni un discurso del Frente Nacional y de su líder, Marine Le Pen, en el que no se mencione el miedo. Le Pen evoca de forma constante las “amenazas” que se cernerían sobre la seguridad física y sobre el bienestar de los ciudadanos. Y presenta a su partido como un “escudo protector” frente a estos “peligros”.
En todos sus documentos, el Partido de la Libertad de Austria (FPÖ, por su sigla en alemán) y su líder Norbert Hofer insisten en la persistencia de un pasado idealizado y de una identidad que hay que preservar. Promueven el miedo mencionando regularmente a un “enemigo exterior”: el islam, contra el cual la “nación austríaca” tiene que actuar como un bloque. Denuncian al Otro, al extranjero, como un peligro para la cohesión de la comunidad nacional. En todos los discursos populistas de derecha se encuentra este miedo al Otro que, obligatoriamente, es el enemigo. Se lo rechaza porque no comparte los valores de la “Patria eterna”.
En sus discursos, los líderes de las nuevas extremas derechas también atacan a la UE. La acusan de todos los males, sobre todo de “poner en peligro” a los Estados-nación y a sus pueblos. Al mencionar “las tinieblas de Europa”, Norbert Hofer sumerge a sus oyentes en la inquietud. Porque, en la cultura occidental y cristiana, las “tinieblas” designan por lo general la nada y la muerte. Así pues, el FPÖ se presenta como un partido “salvador”, aquel que conseguirá llevar a la nación austríaca hacia la luz.
La mayoría de los populistas de derecha en Europa amplifican y dramatizan los peligros. Sus discursos sólo proponen ilusiones. Pero en un período de dudas, de crisis, de angustias y de nuevos miedos como el actual, sus palabras consiguen captar mejor a un electorado desconcertado y presa del pánico.
1. Tras el recuento de 900.000 sufragios por correo, el candidato ecologista Alexander Van der Bellen, catedrático emérito de Economía, de 72 años, resultó elegido nuevo Presidente de Austria con un 50,3% de los votos frente al 49,7% del ultraderechista, Norbert Hofer, quien había resultado vencedor de la primera vuelta con el 35% de los sufragios.
“En la historia de las sociedades –explica el historiador francés Jean Delumeau–, los miedos van cambiando, pero el miedo permanece.” Hasta el siglo XX, las grandes desgracias de los seres humanos eran causadas principalmente por la naturaleza, el hambre, la escasez de alimentos, y por pandemias como la peste, el cólera, la tuberculosis, etc. Antaño, el ser humano vivía expuesto a un entorno siempre amenazante.
La primera mitad del siglo XX estuvo marcada por el terror de las grandes guerras, la muerte a escala industrial, los éxodos bíblicos, las destrucciones masivas, las persecuciones, los campos de exterminio. Tras la Segunda Guerra Mundial y la destrucción atómica de Hiroshima y Nagasaki en 1945, el mundo vivió bajo la preocupación del apocalipsis nuclear. Pero este miedo fue extinguiéndose con el final de la Guerra Fría en 1989 y la firma de tratados internacionales que prohíben y limitan la proliferación nuclear.
Sin embargo, la existencia de estos tratados no hizo desaparecer los riesgos. La explosión de la central de Chernobil, en particular, reavivó el terror nuclear. Más recientemente también tuvo lugar el accidente de Fukushima, en Japón. La opinión pública, estupefacta, descubrió entonces que incluso en un país conocido por su alta tecnología se transgredían principios básicos relativos a la seguridad, poniendo así en peligro la vida de cientos de miles de personas.
Caldo de cultivo
Los historiadores de las mentalidades se preguntarán algún día por los miedos de nuestra década (2010-2020). Descubrirán que, a excepción del terrorismo jihadista que continúa golpeando a las sociedades occidentales, los nuevos miedos son más bien de carácter económico y social (desempleo, desalojos, pobreza, inmigración), sanitario (Ébola, gripe aviar, chikungunya, zika) o ecológico (desajustes climáticos, incendios, contaminación).
En este contexto, las sociedades europeas se encuentran especialmente conmocionadas. Sometidas a sismos y a traumatismos de gran violencia. La crisis financiera, el desempleo masivo, el fin de la soberanía nacional, la desaparición de las fronteras, el multiculturalismo y el desmantelamiento del Estado de Bienestar provocan, en el espíritu de muchos europeos, una pérdida de referencias y de identidad.
Una encuesta reciente llevada a cabo en los siete principales países de la Unión Europea (UE) por el Observatorio Europeo de Riesgos constata que el 32% de los europeos hoy tiene más miedo de atravesar dificultades financieras que hace cinco años; el 29% tiene más miedo de caer en la precariedad, y el 31% de perder su empleo. En España, la pobreza ha aumentado de “manera alarmante” en los últimos años, con el 28,6% de la población en riesgo de exclusión y de recaída en la miseria. Estos temores hacen nacer un sentimiento de desclasamiento: el 50% de los europeos tiene la sensación de encontrarse en regresión social con respecto a sus padres.
Así pues, los nuevos miedos están muy presentes hoy en Europa. La crisis actual bien podría marcar el punto final del poderío europeo en el mundo. Tras la llegada masiva de cientos de miles de migrantes provenientes de Medio Oriente durante los últimos meses, el miedo a la “invasión extranjera” ha aumentado. Se extiende la sensación de estar amenazados por fuerzas externas que los gobiernos europeos ya no controlarían, como el auge del islam, la explosión demográfica del Sur y las transformaciones socioculturales que difuminarían su identidad. Y todo esto se produce en un contexto de crisis moral grave en el que se multiplican los casos de corrupción y en el que la mayoría de los gobernantes ven cómo se desmorona su legitimidad. En toda Europa, estos miedos y esta “podredumbre” son explotados por la extrema derecha con fines electorales. Como lo demostró la victoria, el pasado 25 de abril, de la extrema derecha en la primera vuelta de las elecciones legislativas en Austria. En donde, además, se produjo el derrumbe histórico de los dos grandes partidos tradicionales (el SPÖ, socialdemócrata, y el ÖVP, demócrata cristiano) que habían gobernado el país desde 1945.
Ante la brutalidad y el carácter repentino de tantos cambios, las incertidumbres se acumulan para muchos ciudadanos. Les parece que el mundo se vuelve opaco y que la historia escapa a cualquier tipo de control. Numerosos europeos se sienten abandonados por sus gobernantes, tanto de derecha como de izquierda, los cuales, además, son descritos por los grandes medios de comunicación como mentirosos, cínicos y corruptos. Perdidos en el centro de semejante torbellino, muchos ciudadanos comienzan entonces a entrar en pánico y los invade el sentimiento, como decía Tocqueville, de que “puesto que el pasado ha dejado de aclarar el futuro, la mente camina entre las tinieblas”.
La manipulación del miedo
En este caldo de cultivo social vuelven a aparecer los viejos demagogos. Aquellos que, sobre la base de argumentos nacionalistas, rechazan al extranjero, al musulmán, al judío, al romaní o al negro, y denuncian los nuevos desórdenes y las nuevas inseguridades. Los inmigrantes constituyen los chivos expiatorios ideales y los objetivos más fáciles porque simbolizan las profundas transformaciones sociales y representan, para los europeos más modestos, una competencia indeseable en el mercado laboral.
La extrema derecha siempre ha sido xenófoba. Pretende paliar las crisis designando a un único culpable: el extranjero. Esta actitud se ve fomentada por las contorsiones de partidos democráticos reducidos a preguntarse por la importancia de la dosis de xenofobia que pueden incluir en su propio discurso.
Con la reciente ola de atentados en París y en Bruselas, el miedo al islam se ha reforzado aun más. Cabe recordar que hay entre 5 y 6 millones de musulmanes en Francia, por ejemplo, el país que cuenta con la comunidad islámica más importante de Europa, y alrededor de 4 millones de musulmanes en Alemania. Según una encuesta reciente del diario francés Le Monde, el 42% de los franceses considera a los musulmanes “más bien como una amenaza” y el 40% de los alemanes piensa lo mismo. El 75% de los alemanes estima que no están “en absoluto” integrados en sus sociedades de acogida o que “apenas lo están”, y el 68% de los franceses piensa de la misma manera.
Hace unos meses, la canciller alemana Angela Merkel –que luego acogió en su país a más de 800.000 migrantes solicitantes de asilo en 2015– afirmaba que el modelo multicultural según el cual convivirían en armonía diferentes culturas había “fracasado por completo”. Y un panfleto islamófobo escrito por un ex dirigente del Banco Central alemán, Thilo Sarrazin, que denuncia la falta de voluntad de los inmigrantes musulmanes para integrarse fue un éxito rotundo en las librerías alemanas: vendió más de 1 millón de ejemplares.
Cada vez más europeos hablan del islam como de un “peligro verde”, a la manera en la que antaño se hablaba del avance de China como del “peligro amarillo”. La xenofobia y el racismo están aumentado en toda Europa. A esto contribuye sin duda el hecho de que algunos musulmanes de Europa están lejos de ser irreprochables. Especialmente los activistas islamistas que aprovechan el clima de libertad que reina en los países europeos para desplegar un proselitismo salafista. Predican el adoctrinamiento de sus correligionarios o de jóvenes cristianos conversos. Los más extremistas han participado en la reciente ola terrorista en Francia y Bélgica.
En el ámbito político, son numerosos los discursos dramáticos que despiertan la preocupación y la angustia de los electores. Durante las campañas electorales, es común encontrar discursos que recurren al instinto de protección de los individuos. Se manipula apelando al miedo de forma habitual. Y, en la utilización de este sentimiento, los populistas de derecha se han convertido en expertos. No sólo en Austria. En Francia, por ejemplo, no hay ni un discurso del Frente Nacional y de su líder, Marine Le Pen, en el que no se mencione el miedo. Le Pen evoca de forma constante las “amenazas” que se cernerían sobre la seguridad física y sobre el bienestar de los ciudadanos. Y presenta a su partido como un “escudo protector” frente a estos “peligros”.
En todos sus documentos, el Partido de la Libertad de Austria (FPÖ, por su sigla en alemán) y su líder Norbert Hofer insisten en la persistencia de un pasado idealizado y de una identidad que hay que preservar. Promueven el miedo mencionando regularmente a un “enemigo exterior”: el islam, contra el cual la “nación austríaca” tiene que actuar como un bloque. Denuncian al Otro, al extranjero, como un peligro para la cohesión de la comunidad nacional. En todos los discursos populistas de derecha se encuentra este miedo al Otro que, obligatoriamente, es el enemigo. Se lo rechaza porque no comparte los valores de la “Patria eterna”.
En sus discursos, los líderes de las nuevas extremas derechas también atacan a la UE. La acusan de todos los males, sobre todo de “poner en peligro” a los Estados-nación y a sus pueblos. Al mencionar “las tinieblas de Europa”, Norbert Hofer sumerge a sus oyentes en la inquietud. Porque, en la cultura occidental y cristiana, las “tinieblas” designan por lo general la nada y la muerte. Así pues, el FPÖ se presenta como un partido “salvador”, aquel que conseguirá llevar a la nación austríaca hacia la luz.
La mayoría de los populistas de derecha en Europa amplifican y dramatizan los peligros. Sus discursos sólo proponen ilusiones. Pero en un período de dudas, de crisis, de angustias y de nuevos miedos como el actual, sus palabras consiguen captar mejor a un electorado desconcertado y presa del pánico.
1. Tras el recuento de 900.000 sufragios por correo, el candidato ecologista Alexander Van der Bellen, catedrático emérito de Economía, de 72 años, resultó elegido nuevo Presidente de Austria con un 50,3% de los votos frente al 49,7% del ultraderechista, Norbert Hofer, quien había resultado vencedor de la primera vuelta con el 35% de los sufragios.
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