Declaración del Ministerio de Relaciones Exteriores de Cuba: Fracasa provocación anticubana

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Fracasa provocación anticubana
Medios internacionales de prensa difundieron en los últimas semanas la intención del Secretario General de la OEA, Luis Almagro Lemes, de viajar a La Habana a fin de recibir un “premio” inventado por un grupúsculo ilegal anticubano, que opera en contubernio con la ultraderechista Fundación para la Democracia Panamericana, creada en los días de la VII Cumbre de las Américas de Panamá, para canalizar esfuerzos y recursos contra gobiernos legítimos e independientes en “Nuestra América”.
El plan, tramado en varios viajes entre Washington y  otras capitales de la región, consistía en montar en La Habana una abierta y grave provocación contra el gobierno cubano, generar inestabilidad interna, dañar la imagen internacional del país y, a la vez, afectar la buena marcha de las relaciones diplomáticas de Cuba con otros Estados. Tal vez algunos calcularon mal y pensaron que Cuba sacrificaría las esencias a las apariencias.
Al espectáculo serían arrastrados el propio Almagro y algunos otros personajes derechistas que integran la llamada Iniciativa Democrática para España y las Américas (IDEA), la cual también ha actuado de forma agresiva en los últimos años contra la República Bolivariana de Venezuela y otros países con gobiernos progresistas y de izquierda en América Latina y el Caribe.
El intento contó con la connivencia y apoyo de otras organizaciones con abultadas credenciales anticubanas, como el Centro Democracia y Comunidad y  el Centro de Estudios y Gestión para el Desarrollo de América Latina (CADAL); y el Instituto Interamericano para la Democracia, del terrorista y agente de la CIA Carlos Alberto Montaner. Además, desde el año 2015, se conoce el vínculo que existe entre estos grupos y la Fundación Nacional para la Democracia de Estados Unidos (NED, por sus siglas en inglés), que recibe fondos del gobierno de ese país para implementar sus programas subversivos contra Cuba.
Al conocer de estos planes y haciendo valer las leyes que sustentan la soberanía de la nación, el gobierno cubano decidió negar el ingreso al territorio nacional a ciudadanos extranjeros vinculados con los hechos descritos.
En un intachable acto de transparencia y de apego a los principios que rigen las relaciones diplomáticas entre los Estados, las autoridades cubanas se pusieron en contacto con los gobiernos de los países desde donde viajarían esas personas e informaron, trataron de disuadir y de prevenir la consumación de esos actos.
Como establecen las regulaciones de la aviación civil internacional, las líneas aéreas cancelaron las reservaciones de los pasajeros al conocer que estos no serían bienvenidos. Unos pocos fueron reembarcados. Hubo quien buscó manipular los hechos en función de estrechos intereses políticos dentro de su propio país, de cara a los procesos internos que en ellos tienen lugar.
No faltaron pronunciamientos de defensores de falsos perseguidos, socios de pasadas dictaduras y políticos desempleados dispuestos a aliarse con vulgares mercenarios, al servicio y en nómina de intereses extranjeros, que no gozan de reconocimiento alguno dentro de Cuba, viven de calumnias insostenibles, posan como víctimas y actúan en contra de los intereses del pueblo cubano y del sistema político, económico y social que éste eligió libremente y ha defendido de forma heroica.
En cuanto a Almagro y la OEA, no nos sorprenden sus declaraciones y actos abiertamente anticubanos. En muy corto tiempo al frente de esa organización, se ha destacado por generar, sin mandato algunos de los estados miembros, una ambiciosa agenda de autopromoción con ataques contra gobiernos progresistas como Venezuela, Bolivia y Ecuador.
En ese período se han redoblado los ataques imperialistas y oligárquicos contra la integración latinoamericana y caribeña y contra la institucionalidad democrática en varios de nuestros países. En una ofensiva neoliberal millones de latinoamericanos han retornado a la pobreza, cientos de miles han perdido sus empleos, se han visto forzados a emigrar, o fueron asesinados o desaparecidos por mafias y traficantes mientras se expanden en el hemisferio ideas aislacionistas y proteccionistas, el deterioro ambiental, las deportaciones, la discriminación religiosa y racial, la inseguridad y la represión brutal.
¿Dónde ha estado la OEA, que siempre ha guardado cómplice silencio frente a estas realidades? ¿Por qué calla? Hay que ser un trasnochado para intentar venderle a los cubanos “los valores y principios del sistema interamericano” frente a la dura y antidemocrática realidad engendrada por ese mismo sistema. Hay que tener escasa memoria para no recordar que, en febrero de 1962, Cuba se alzó solitaria frente a ese “cónclave inmoral”, como lo denominó Fidel en la Segunda Declaración de La Habana. Cincuenta y cinco años después y con la compañía de pueblos y gobiernos de todo el mundo, es menester reiterar, como aseguró el Presidente Raúl Castro, que Cuba nunca regresará a la OEA.
José Martí alertó que “ni pueblos ni hombres respetan a quien no se hace respetar (…) hombres y pueblos van por este mundo hincando el dedo en la carne ajena a ver si es blanda o si resiste, y hay que poner la carne dura, de modo que eche afuera los dedos atrevidos”.
En Cuba no olvidamos las lecciones de la historia.
La Habana, 22 de febrero de 2017

EEUU La izquierda tras de la victoria de Trump


21/02/2017 | Pablo Contreras y Luis Thielemann
El triunfo de Donald Trump en las elecciones presidenciales de Estados Unidos fue sorpresivo, incluso para las fuerzas de izquierda. En este artículo, se proponen algunas reflexiones para intentar comprender su triunfo en contexto y las lecciones que se pueden sacar de él. Se sostiene que la victoria de Trump se da en medio del agotamiento de un pacto social que subyace a la política norteamericana de las últimas décadas, y con una clara apelación populista al sentido común de los trabajadores blancos estadounidenses. Este sentido común es parte de lo que mantiene a los grupos subalternos bajo una situación de dominio. Por ello, si bien la táctica que utiliza Trump podría ser tentadora en primera instancia para las fuerzas de izquierda, se debe reconocer que su efecto no es subvertir la correlación de fuerzas, sino expresarla y restaurarla.
1. La construcción del Estados Unidos de Trump: la descomposición del pacto social industrial y la crisis de los grandes partidos
Se ha sostenido que el origen de la votación popular de Trump estaría en el malestar de los sectores obreros blancos con el sistema político y su reacción ante la crisis económica que comenzó en 2008. Si bien esto es cierto, ilustra bastante poco de la complejidad histórica que ha permitido un triunfo electoral tan difícil de caracterizar. Aunque este escrito no busca analizar las razones de la victoria de Donald Trump sino abordar un debate sobre tal hecho desde el pensamiento crítico, se hace necesario una contextualización útil a dicho fin.
La descomposición de la política bipartidista en Estados Unidos es la descomposición también del pacto social que le dio soporte. Si, a decir de varios autores que han revisado la decadencia económica de los Estados Unidos en el último período, la articulación capitalista del país del norte pierde ventaja frente a los polos productivos del sudeste asiático /1, además en su campo hegemónico se desgasta en intentar controlar un territorio inmenso al este del Mediterráneo, territorio en situación de guerra permanente desde que el mismo Estados Unidos barrió con cualquier actor estable que no fuera de su interés, como, por ejemplo, en Irak desde 2003 y desde 2011 en Siria.
Pero este desgaste, como ha sostenido Arrighi en debate con Robert Brenner y otros, se produjo también a partir de problemas internos. Para Arrighi, el origen de la descomposición del New Deal fundado en los años treinta del siglo pasado bajo la dirección del Presidente Franklin D. Roosevelt, no sólo se encuentra a nivel de la competencia entre grupos empresariales, sino que, dentro del país, en la resistencia de los trabajadores de los años sesenta y setenta a cargar, como lo habían hecho en otras décadas, con el peso de una nueva expansión capitalista. De esta forma, la contracción de la tasa de ganancia en Estados Unidos y su decadencia frente a China y otros actores asiáticos es parte de un paulatino derrumbe de la hegemonía norteamericana, y, por ende, del pacto social entre trabajadores industriales, el gran capital nacional y los sectores medios que sostenían el Estado. Para Arrighi, una crisis como la que vive Estados Unidos es una:
situación en la que el Estado hegemónico vigente carece de los medios o de la voluntad para seguir impulsando el sistema interestatal en una dirección que sea ampliamente percibida como favorable, no sólo para su propio poder sino para el poder colectivo de los grupos dominantes del sistema” /2.
Este proceso se ha vivido en Estados Unidos como un intento tras otro de recomponer el orden hegemónico en decadencia. Primero fue el fin del acuerdo, en 1971, de Bretton Woods, según el cual el dólar era el respaldo universal del dinero del mundo capitalista, a la vez que el mismo dólar se sostenía en oro. Con ello la especulación se desató y los capitalistas norteamericanos se lanzaron vorazmente sobre los mercados de capital, aumentando sus ganancias, pero volviendo fuertemente volátil el sistema económico mundial, mientras crecía la concentración de la riqueza. Con Ronald Reagan (1981–1989) a la cabeza, el New Deal comenzó a descomponerse: los trabajadores vieron sus salarios estancarse y los contratos debilitarse, a la vez que las industrias pesadas cerraban para instalarse lejos de las fronteras, donde el trabajo fuese más barato /3. A la vez y desde los años setenta, los sectores medios encontraron en el mercado la solución (privada) a sus problemas, abandonando la política -por esencia pública- o comportándose frente a ella como grupos de presión en base a identidades particulares que demandan al Estado la recientemente controvertida identity politics /4.
La vieja alianza del Partido Demócrata (PD) entre sectores medios progresistas, trabajadores organizados y comunidades afroamericanas, se descompuso por arriba: los sectores medios dejaron de necesitar la política y a un ejército de clases populares para conseguir sus fines individuales, abandonando a su suerte a los segundos. La antigua agenda progresista y liberal de estos grupos, que articulaba en programas de gobierno el avance de la clase trabajadora y con ella los derechos de las mujeres y de las minorías raciales e inmigrantes, se descompuso en una pesada negociación entre las identidades de estos grupos, pues el PD ya no tenía un programa en dónde coordinarlas en prioridades y reformas más amplias.
Sus principales cuadros dirigentes no fueron ajenos a la cooptación de otros partidos socialdemócratas, como el laborismo inglés o el socialismo obrero español, y rápidamente comenzaron a ser los mejores agentes del gran capital industrial (por ejemplo, del automotriz) y financiero. Con Bill Clinton como Presidente desde 1992, redujeron la seguridad social a los trabajadores y también a otros grupos empobrecidos, apoyaron tratados de libre comercio como el NAFTA y, en general, políticas que fueron destruyendo tanto la economía industrial norteamericana como el pacto de clases que en ella se sostenía.
El triunfo de G. W. Bush (2001-2009) en 2000, en que se notaría cómo el PD pierde el apoyo de parte de los sectores trabajadores, y la oportunidad conseguida con los atentados de septiembre de 2001 en Washington y New York, permitió a los republicanos construir sin grandes resistencias populares una política militarista, autoritaria y de claras concesiones, especialmente en impuestos, al gran empresariado. Posteriormente, con Barak Obama (2009–2017) en 2008, a pesar de que su elección se impulsó desde un amplio movimiento de masas con un discurso progresista y de cambio, realmente el proceso de descomposición del pacto social no se detuvo. Por el contrario, se agudizó: su reacción ante la crisis de 2008 y sus responsables -la clase financiera de Wall Street y la voracidad especuladora desatada en los años setenta- completó el giro pro empresarial de los demócratas, que se había iniciado con Clinton.
El PD no era un partido de izquierda (no, por lo menos, desde los años setenta del siglo pasado), pero algo de esa aura reivindicativa y obrerista mantenía, y la movilización que llevó a Obama a la Casa Blanca demostró cuánto de esa idea aún impregnaba en franjas importantes del electorado norteamericano. Aquello comenzó a desmoronarse con Clinton y con Obama, pues se liquidó lo último que quedaba de ese capital político. Si a mediados del siglo XX los demócratas eran el partido de los pequeños frente a los gigantes propietarios y banqueros organizados en el Partido Republicano, en 2016 esa diferencia era indistinguible en la práctica y hasta en el discurso para la mayoría de las clases populares estadounidenses /5.
En Estados Unidos además se debe convivir desde 2008 con una permanente crisis económica que ya va por una década de duración y, más aún, una situación de guerra irregular y confusa en Medio Oriente que mantiene desde hace quince años. La permanencia de la crisis corroe las relaciones sociales, convirtiendo en regularidad lo que parecía ser emergencia. Así, la precariedad laboral, la pobreza y la exclusión de amplias capas de norteamericanos hace imposible hoy un nuevo pacto que se base en la defensa de una república que poco o nada les da a esos ciudadanos. De la misma manera, la guerra permanente ha ido vaciando el sentido patriótico que permite sostenerla, estando casi diluida en la memoria el fervor nacionalista que surgió tras los ataques de 2001. Si muchos trabajadores norteamericanos votan hoy por Trump, y con él contra los valores republicanos y democráticos, es porque para ellos poco o ningún significado real tienen esos valores en sus vidas.
Por este camino, además, se banalizó la democracia y la política. La historia reciente de los Estados Unidos permite abordar dos procesos en marcha en los sistemas políticos de Occidente: la descomposición de las democracias liberales y la neoliberalización de la ciudadanía. Ambas tienen explicación histórica concreta, no son fenómenos “ideológicos”, sino que respuestas racionales de sujetos que viven cotidianamente contradicciones capitalistas para las que no fueron educados. De lo que se trata es de entender cómo el ascenso de Trump, y todo el movimiento de masas e intereses sociales que lo apoya, es más el síntoma que la causa de una crisis de las formas democráticas liberales.
Esta crisis, en constante profundización, se ha basado en la descomposición de los principios ciudadanos que la fundaron y en la instalación, en su lugar y a nivel de masas, de las formas del mercado capitalista. A decir de Wolfgang Streeck, “la reorganización de la participación política como consumo y la remodelación de los ciudadanos como consumidores refleja el declive en un mundo mercantilizado de las comunidades de destino nacionalmente constituidas” /6. La promesa de que era posible un cambio desde el PD y en las formas democráticas tradicionales, se destruyó en el estancamiento reformista de Obama y su gobierno de continuidad neoliberal y progresista únicamente en las políticas de identidad para las élites blancas.
2. El sentido común, la izquierda y el triunfo de Trump
Entonces, la elección de Trump parece responder a un ímpetu de restauración del control del gran empresariado norteamericano del siglo XX, por sobre una inestable situación del país tanto en el interior como en sus relaciones exteriores, tanto militares como diplomáticas y comerciales. En el interior, los profesionales de las grandes ciudades costeras del país del norte, representados por un Partido Demócrata tomado por una agenda progresista neoliberal, han ido abandonando su tradicional rol de mediadores entre las clases propietarias industriales y los trabajadores obreros, articulación que era la base del pacto New Deal. Lo hacen, además, retirando su histórica lealtad a las formas republicanas y democráticas, así como al predominio institucional del Estado. Así, la elite norteamericana y parte importante del país se siente dejada a su suerte por los intelectuales y dirigentes, en una pelea ante el resto del mundo que quiere sacarlos de su sitial hegemónico.
Este momento de crisis y subsecuente intento de estabilización ha sido caracterizado como uno en que las turbas enardecidas, afectadas por las consecuencias del funcionamiento del actual “sistema”, deliberadamente genérico, se encuentran a la espera de algún discurso que dote de sentido a sus reclamos y los dirija contra algo: un “momento populista”. El apelativo de populista, en este caso, tiene el uso dado por la formulación hecha por Ernesto Laclau, en que el concepto se reduce a una fórmula electoral o de formas políticas y no a las experiencias concretas de populismo latinoamericano del siglo pasado, en que se trató de alianzas entre sectores populares organizados y movilizados y un dirigente de importante peso carismático que lograba oficiar de mediador y representante de esos sectores populares, frente a las clases dominantes y en el marco de una agenda reformista /7.
El populismo como tipo de alianza reformista basada en lo popular, se reduce a fórmula multiuso aplicable a cualquiera de las democracias actualmente existentes. Desde esa perspectiva “fórmula” de lo que es el populismo, ese descontento masivo acumulado -también genérico- podría ser, en palabras de Pablo Iglesias /8, aprovechado, o, de Chantal Mouffe /9, captado por distintas agrupaciones políticas que así lo decidan (ambos lo proponen utilizando la conceptualización de Laclau). Siguiendo la terminología de los mismos autores, estas agrupaciones podrían tener diferentes fines: de derecha o de izquierda, según Iglesias, y progresistas o conservadores, según Mouffe. Trump, y todo lo que rodea a su elección, sería simplemente un aprovechamiento desde la derecha del momento, que articula a este descontento en torno a un clivaje nosotros-ellos determinado por el sexismo, el racismo y la xenofobia.
Sin embargo -y este es el punto crucial de la hipótesis del momento populista-, de igual manera la situación podría haber sido aprovechada por un candidato de izquierda que, apelando a exactamente el mismo descontento que Trump, haría el bien en vez del mal. Así, desde el punto de vista de Mouffe y otros, si tan sólo la anquilosada burocracia neoliberal del Partido Demócrata no hubiera destruido la campaña de Bernie Sanders, tal vez habría sido posible un desenlace progresista en las elecciones en Estados Unidos. De este modo, el desenlace “de derecha” del momento populista de nuestro universo se habría decidió en el Super Tuesday del 7 de junio del 2016, cuando Trump y Hillary Clinton definieron las respectivas primarias presidenciales a su favor /10.
La hipótesis del momento populista -y sus familiares cercanos en contextos con crisis menos transparentes y sostenidas- no tiene sólo un carácter descriptivo, sino también uno normativo. Su propósito es delinear un camino para la victoria de la izquierda, el que implicaría, a grandes rasgos, una estrategia paralela a la seguida por Trump y lo que se asume hacía Bernie Sanders: el levantamiento de un referente, personal o partidario, que tome los elementos disgregados y carentes de sentido que conforman las ideas básicas de la ciudadanía, y ponga sobre ellos un manto de sentido que los haga adherentes de quienes lo elaboraron. Así, la tarea de la izquierda sería elaborar una “narrativa” que articule de manera progresiva estos elementos, y encontrar alguna forma con la cual transmitir esta narrativa a la ciudadanía para activarla en su favor. De ahí los numerosos llamados a “conectar” con el sentido común de “la gente”, y a aunar conflictos que aparecen diversos sin intentar su unificación /11, sino, más bien, su “articulación” en el discurso de un referente político particular. En fin: en un momento populista, donde el malestar genérico parece marcar la agenda, las fuerzas políticas deben constituirse como representantes de quienes lo poseen para emerger victoriosas.
No es difícil ver esta táctica en el caso de la victoria de Trump. Trump logra posicionarse como un representante del malestar con el llamado establishment de Washington y aquellos a quienes éste ha beneficiado mayormente el último tiempo, particularmente durante el gobierno de Obama: los sectores medios y profesionales de los grandes centros urbanos de las costas.
Les señala a los pobladores de los peyorativamente llamados flyover states (literalmente los estados por encima de los cuales las elites costeras vuelan para viajar de un lado a otro del país) que el avance material de las elites y de los estados más ricos se ha dado gracias a la “globalización”, y que lo hizo enviando sus puestos de trabajo en las manufacturas industriales a lugares como China o México, y permitiendo que inmigrantes indocumentados ocupen los que quedan en sus propias ciudades.
Les promete a los trabajadores blancos una liberación del pesado yugo de la corrección política y un retorno a una época pasada de integridad nacional que proporcionaría bienestar y progreso /12. Al resto, expresando con una pureza inaudita el malestar genérico que asume la hipótesis del momento populista (que, como ya se dijo, debe leerse como diferente de la tradición populista continental), les dice simplemente: “nadie los ha ayudado hasta ahora, así que, ¿qué tienen que perder?” /13. Es transparente que esta táctica electoral le sirvió a Trump para obtener un triunfo en las elecciones. Algunas voces en la izquierda (tanto en EEUU como en otros lugares) invitan a tomar una táctica paralela para llegar al polo inverso como resultado -cambio, en vez de restauración-. Esta conclusión, si bien aparentemente simple y plausible, puede resultar del todo inadecuada tanto a la hora de describir el proceso político en marcha como en producir un trazado estratégico basado en dicha descripción.
A nivel descriptivo, las formas en que lo que llamamos “la hipótesis populista” ha entendido la irrupción popular de Trump, asume una imagen irreal del sentido común y sus dinámicas, y luego una descripción ingenua y cómoda del alcance y potencia de la dominación. En el primer punto, se asume que hay algo, llámese malestar en tiempos de crisis o sentido común en todo momento, que gobierna en alguna medida el comportamiento de los subalternos. El sentido común es aquello a lo que una táctica dota de sentido, pues no lo tendría de antemano. Es en este punto donde los supuestos de esta propuesta comienzan a hacerse inestables. Debe asumirse que el sentido común gobierna la conducta a lo largo del tiempo, y no sólo en tiempos de elecciones o, más generosamente, en el momento en que el estratega populista decide comenzar a utilizarlo. En concreto, los estadounidenses que votaron por Trump tienen un sentido común, sea cual sea, desde antes de junio del 2015, cuando anunció su candidatura.
El sentido común es histórico, también el de esos grupos obreros norteamericanos que votaron por un millonario demagogo y ultraderechista, y los principios que los asociaron con Trump estaban allí desde mucho antes que éste haya anunciado su candidatura a la Presidencia. Los sectores dominantes en Estados Unidos han estado construyendo el sentido común norteamericano desde hace más de un siglo, y es este sentido común -y no la disgregación neutral que asume el populismo- el que posee la ciudadanía estadounidense cuando Trump irrumpe en el escenario.
La simple idea de que el gran empresariado estadounidense ha construido y ejercido su poder político desde antes de la aparición del populismo de Trump, impide considerar que él se enfrenta a un sentido común carente de sentido. Si algo se ha aprendido de Gramsci es que lo que caracteriza a las democracias burguesas es justamente que la dominación no es puramente coercitiva o violenta: a grandes rasgos, los sectores dominantes son capaces de construir y mantener una mediación sobre la realidad -discursos, valores, conceptos, mitos, etc.- que definen la conducta social de tal manera que los subalternos actúen de acuerdo a los intereses de quienes los dominan. En simple, no se hace necesario que la dominación se exhiba, pues los dominados ya redundan en su existencia dominada. En el esquema de Perry Anderson /14, la hegemonía de la clase dominante es preponderantemente consenso, y fundamentalmente coerción. Y el sentido común, lejos de ser políticamente neutro, es justamente la “forma concreta” (tal vez la más concreta) del consenso.
En la medida en se asume que el carácter del sentido común es fruto del ejercicio de la dominación política, cambiar el sentido común a uno que no favorezca a los dominantes implica un enfrentamiento con ellos por el carácter del sentido común: asaltar sus trincheras, la base de la sociedad civil, diría el pensamiento de matriz gramsciana. Este enfrentamiento es largo, es una guerra de posiciones que son valores y principios que definen los límites del comportamiento. La mera representación de ese sentido común no le sirve a la izquierda, así como le sirvió a Trump.
No sirvió cuando la alternativa de Bernie Sanders fue derrotada por la burocracia interna del Partido Demócrata aun cuando apeló a las mismas bases que Trump /15. El entusiasmo espontáneo que el candidato suscitó en los denominados millenials /16 no tiene el poder suficiente para enfrentarse a los embistes que terminan por darle la nominación a Clinton.
Por la otra, el populismo de Trump se enfrenta, en cierto grado, a un Partido Republicano que inicialmente se muestra reticente a aceptarlo. Sin embargo, a diferencia de Sanders, Trump no se enfrenta desnudo a la elección primaria: está armado de millones de dólares propios y una presencia mediática importante añadidos a la ventaja de estar apelando a una versión que, en el peor de los casos, es sólo ligeramente diferente al sentido común que el gran empresariado había construido hasta entonces. Después de la primaria, y utilizando aún esta posición de poder, Trump apela al sentido común para destruir políticamente al Partido Republicano, tomarse su agencia y subordinar a sus líderes. Pero el contraste con Sanders demuestra que el populismo no es la condición de posibilidad de su victoria. En definitiva, lo que más explica la victoria de Trump en este respecto es que se enfrenta a la batalla desde el poder y a favor de él, en un momento en que las demás alternativas estaban deslegitimadas, y no sólo la táctica populista que implementa.
Donald Trump actúa no como un reformador del sentido común, un utilizador del momento para darle un nuevo sentido, sino como una invitación a retornar a los valores que lo caracterizan. Desde la consigna “Make America Great Again” hasta su propia identificación como un “conservador de sentido común” /17, es claro que la táctica de Trump es más transparentemente populista de lo que se podría concluir inicialmente. El candidato dedica su campaña a reforzar la capa de dominación cultural que ya se encontraba ahí, y la hace cumplir el objetivo que siempre tuvo: mantener a los sectores subalternos actuando a favor de los intereses de los sectores dominantes. Esta táctica tuvo un éxito inesperado: tanto en las elecciones primarias del Partido Republicano /18 como en la elección general /19, las cifras apuntan a que Trump moviliza a su favor los sectores menos educados y relativamente menos ricos -aunque no a los pobres, quienes no votaron o se alinearon con el Partido Demócrata- de los trabajadores blancos norteamericanos.
El sentido común al que apela Trump y que le entrega la victoria es, como se dijo más arriba, una mezcla entre xenofobia, racismo y sexismo, por una parte, y una reacción ante las consecuencias de una economía globalizada, el estado permanente de guerra y la banalización de la democracia. Una vez más, siguiendo el esquema de Mouffe /20 para entender el “momento populista”, se podría creer que los primeros elementos son la “narrativa” de derecha que Trump pone a los segundos elementos. La innovación de Trump sería dar una salida racista y xenófoba a las percepciones de los problemas económicos legítimos que tienen quienes votaron por él.
Esta alternativa es tentadora también como explicación para parte de la izquierda estadounidense: Sanders afirma que la retórica de la campaña de Trump “accedió a una rabia muy real y justificada” contra el “status quo económico, político y mediático” /21, idea que encuentra eco, por ejemplo, en la editorial de la revista norteamericana Jacobin publicada inmediatamente después de la elección /22. Pero incluso una revisión superficial del sentido común estadounidense a través de la historia muestra que esta mezcla está lejos de ser novedosa en el imaginario político de las elites de aquel país. La utilización del racismo para impedir una alianza entre blancos y negros pobres, por ejemplo, es parte de lo que caracteriza el período de reconstrucción después de la Guerra Civil /23, y se extiende también durante el siglo XX en la época del New Deal /24, del movimiento de derechos civiles en los años sesenta /25 y la respuesta al racismo estructural denunciado por Black Lives Matter /26.
El caso del racismo es sólo un ejemplo parcial, pero ilustrativo, de que el sentido común al que apela Trump en su campaña no es construido ni inventado por él, y la división de los diversos sectores subalternos para que los trabajadores blancos lo apoyen tampoco es una narrativa que haya tenido que poner por sobre materia prima sin esa connotación. El populismo de Trump apela, simplemente, al sentido común construido por los sectores dominantes estadounidenses muy previamente. La victoria de Trump, lejos de ilustrar cómo una táctica populista puede subvertir el poder, muestra su papel expresivo, en el mejor de los casos, y restaurador, en el peor, del consenso construido por la dominación.
Desde el punto de vista normativo, la situación anterior puede atrapar a las fuerzas de izquierda en un dilema que parecería insalvable. Por una parte, se ha propuesto que el camino a seguir es “apelar” a los trabajadores blancos que votaron por Trump por razones diferentes al puro racismo, dando una narrativa alternativa a su malestar que logre formar una coalición en torno a los elementos positivos del sentido común.
Así, los editores de Jacobin deslizan que la elección fue perdida por los demócratas porque desecharon el “mensaje” de Sanders que lograba hablar al “bullente sentido de alienación y rabia de clase” /27, de lo que se desprende que, para ganar, la izquierda debe tener el mensaje correcto dirigido a la gente correcta. Este punto es reforzado por Haijer al afirmar que la tarea es encontrar una “estrategia que una a la clase trabajadora” /28, articulando sus intereses y creando la narrativa que tienen en común.
La unión como una solución al problema Trump es enfatizada aún más por Barry Eidlin /29 y Timothy Shenk /30, quienes proponen a la izquierda “ganar de vuelta” a los trabajadores blancos apelando no sólo a su malestar económico, sino también a la necesidad de oponerse al gobierno de Trump. Eidlin expresa esta idea claramente al decir que “conectar identidades con problemas, y forjar con ello coaliciones políticas” es “cómo pudo ganar Trump, pero también es la clave para hacerlo perder” /31. Matt Yglesias incluso afirma que el Partido Demócrata debe mejorar sus apelaciones a la identidad, y enfrentar las elecciones del 2020 con candidatos que puedan “hablar directamente acerca de las experiencias de trabajo de la clase trabajadora” /32, lo que permitiría crear una coalición diversa en la que los trabajadores serían una identidad más.
La política vista así, como un ejercicio electoral en que las masas son consumidores caprichosos e inescrutables a las que se debe convencer con herramientas neutras, utilizables por cualquiera, ha ido no sólo banalizando la política, sino que banalizando el proyecto de izquierda y tirando por la borda la compleja teoría de la praxis desarrollada por el pensamiento crítico sobre la política, en que la asimetría de las condiciones de lucha entre los grupos sociales en conflicto fue siempre una clave central de comprensión de las batallas por el poder.
Sin embargo, como desarrollamos anteriormente, esta propuesta asume que el sentido común al que apela Trump es, o neutro, o separable en partes positivas y negativas. Pero el sentido común no puede ser simplemente parcializado por la aparición de una narrativa nueva. Como en el caso del racismo, los elementos del sentido común ya tienen una unidad, otorgada no por quienes resisten al mismo, sino por quienes lo construyen y fortalecen. Pero si la izquierda, en lugar de separar los elementos positivos, intentara unir de otra forma los elementos del sentido común, entonces tendría que enfrentarse con quienes están interesados en que la forma actual del sentido común se mantenga como está. Y en esta batalla, sin haber cambiado el sentido común al que apelan las fuerzas de cambio, no tendría de su parte a quienes siguen dominados mediante el consenso, aquellos que no desean emanciparse y son la base de sustento popular del orden. Es decir, una propuesta así permite copar la institucionalidad política, pero cierra cualquier posibilidad de alterar el carácter social de la misma.
Esta es una de las lecciones que se puede sacar de la victoria de Trump /33: la apelación o articulación del sentido común como táctica política asume que quien intenta realizarlo se encuentra ya en una posición de poder, y está intentando expresar o enfatizar lo que ya existía. Ganarse, atraer o llamar a los trabajadores apelando a su malestar en su estado actual sólo beneficia a quien construyó su sentido común en primer lugar. Y esa, por hipótesis, no fue la izquierda.
Esto parece ser lo que proponen algunos de los comentaristas liberales de los medios asociados, justamente, a los sectores medios de las grandes urbes costeras. De esta manera, Fran Lebowitz, de Vanity Fair, asumía, en octubre, que la victoria de Trump era imposible porque “no hay tantos imbéciles” /34. Jamelle Bouie, de Slate, afirma que los votantes de Trump “no merecen empatía”, ni entendimiento, ni nada por el estilo, dadas sus inclinaciones racistas /35. Por último, en un extremo casi caricaturesco, Ruy Teixeira de Vox /36 propone que los demócratas no tienen más que esperar a que el cambio demográfico que los beneficia -literalmente, la muerte de los adherentes más viejos de Trump sumado a la diversificación del país y el aumento del porcentaje de personas educadas- siga ocurriendo para volver, eventualmente, a tomar el control.
Pero la respuesta de los comentaristas liberales asume que la única salida para la izquierda es su transformación en un movimiento que represente a los intereses de los sectores medios profesionales y a las minorías raciales y sexuales, dejando de lado a los sectores populares. Esto, además de que ya es la forma social del PD y no parece sino empujar cada vez más el neoliberalismo, es la capitulación de la izquierda en que su único proyecto es hacer real la eterna ilusión de un PD que por fin es de izquierda. Para quienes desean construir un proyecto de izquierda, es una idea pragmáticamente inaceptable: como expusimos anteriormente, esto es justamente lo que lleva haciendo el Partido Demócrata /37 y que permite a Trump su victoria. Una nueva alternativa política, sin pensar en utópicas recuperaciones o refundaciones del PD (basta mirar el actual estancamiento de Corbyn al interior del laborismo inglés), se sostendrá sólo en la alianza de fuerzas sociales populares y una política decididamente transformadora, vale decir, en un proyecto social y político de izquierda.
3. Optimismo de la voluntad
Esta idea -que la apelación al sentido común no es una alternativa para quienes quieren subvertir el orden establecido- no es nueva para la izquierda en general, y, sorpresivamente, lo es incluso menos para la izquierda norteamericana. El histórico líder del desaparecido Partido Socialista de Estados Unidos, Eugene V. Debs, ya afirmaba en 1905 que:
por mucho tiempo los trabajadores del mundo han esperado a un Moisés que los guíe para salir de su servidumbre. No ha venido; nunca vendrá. Yo no los guiaría a ustedes si pudiera; puesto que, si fuera posible guiarlos para salir, también podrían guiarlos de vuelta /38.
La apelación subordinada a un sentido común caprichoso e inescrutable, para así obtener victorias políticas, es una práctica que por sí misma mantiene una de las herramientas que hacía posible que la dominación fuese tal: justamente, el sentido común. Su fetichización impide a parte de la izquierda ver el origen y la función del sentido común, e invisibiliza el ejercicio de reforzamiento del status quo que implica su situación acrítica como centro inalterable de la acción política. La izquierda que comete este error asume que, porque Trump pudo guiar a los trabajadores a las urnas para votar en favor de los intereses del gran empresariado, ésta podría guiarlos de vuelta. Pero esta propuesta olvida la asimetría de poder con quienes dominan: nuestra tarea fundamental es arrebatarle el poder de construir límites, valores e ideas que estos últimos tienen sobre nosotros, justamente porque aún no tenemos dicho poder.
¿Significa lo anterior que la izquierda estadounidense (aquella que busca construir una alternativa nueva, distinta del PD) debe resignarse ante el sentido común derechista de los trabajadores blancos? El camino, ciertamente, es más difícil para las fuerzas de cambio de lo que, aparentemente, lo es para la dominación. Pero ello no significa que sea imposible: sólo implica que la tarea será más dura y de largo aliento de lo que los diferentes “chispazos” de organización y movilización parecen sugerir superficialmente (en el caso de Estados Unidos, la reciente experiencia de Occupy y la campaña de Bernie Sanders por fuera del PD).
La crisis que para los sectores dominantes se presenta como una oportunidad de restauración populista, para la izquierda es una oportunidad de construir una nueva política que asuma que la hegemonía existe concretamente en el sentido común, y que la combata allí para eliminar su control sobre las posibilidades de la clase trabajadora para organizarse en función de sus propios intereses. Esos intereses llevan demasiadas décadas sin ser considerados en el PD, y durante los últimos ocho años fueron postergados por Obama mientras se protegía a los responsables de la crisis económica /39. La alternativa de izquierda está todavía por construirse.
Esto no es sólo la posibilidad de emergencia de un partido o partidos de izquierda, sino la posibilidad de construir, en palabras de Nancy Fraser, los cimientos de “una nueva y poderosa coalición dispuesta a pelear por todos” /40, por supuesto, autónoma del duopolio político norteamericano. Esos cimientos no son sólo de corte orgánico /41, sino también culturales, al tener que luchar contra un sentido común reaccionario presente tanto en las bases populares como en la propia militancia /42.
Implica, sobre todo, construir una nueva política que enfrente los desafíos de trabajar desde los dominados: no se puede hacer política de la misma forma que los dominantes porque la situación de los subalternos en la lucha es asimétrica respecto de la de los poderosos. Victorias y derrotas, avances y retrocesos, deben ser leídos diferentes a los que el sentido común aconseja, en la forma exclusiva de elecciones y cargos públicos, pues para ello el movimiento popular desarrolló perspectivas de análisis propias, por ejemplo, el marxismo /43. De forma resumida, se puede plantear sin temor a equivocarse, que una izquierda nueva debe medir sus avances según la medida en que crece la capacidad de los subalternos para recuperar el poder y la soberanía sobre sus vidas, según cuánto hace retroceder el control capitalista sobre las mismas y cuán bien puede asegurar dichos avances en posiciones firmes desde donde continuar el avance. En definitiva, la izquierda estadounidense no puede triunfar con una táctica similar a la de Trump, sino todo lo contrario: debe hacerlo con conquistas que vayan destruyendo en la sociedad norteamericana todo aquello que hizo posible su victoria.
11/01/2017
Notas:
1/ Entre muchos, destacan Wallerstein, I. (2005). La decadencia del Imperio. Estados Unidos en un mundo caótico. Santiago de Chile: Lom Ediciones; Arrighi, G. (2007). Adam Smith en Pekín. Orígenes y fundamentos del siglo XXI.
2Ibid., p. 160.
3/ Harvey, D. (2007). Breve historia del neoliberalismo. Madrid: Akal.
4/ Ver, por ejemplo, Sanders, B. (2016, 22 de noviembre). How Democrats Go Forward. Medium.com. Recuperado de: https://medium.com/senator-bernie-sanders/how-democrats-go-forward-31c11955e61a. Ver, también Goldberg, M. Democratic politics have to be identity politics. Slate.com. Recuperado de: http://www.slate.com/articles/news_and_politics/politics/2016/11/democratic_politics_have_to_be_identity_politics.html
5/ Rosemberg, P. (2016, 13 de noviembre). How did we get here? Largely by way of Bill Clinton, Barack Obama and the big GOP victories of 1994 and 2010. Salon. Recuperado de: http://www.salon.com/2016/11/13/how-did-we-get-here-largely-by-way-of-bill-clinton-barack-obama-and-the-big-gop-victories-of-1994-and-2010/). Ver, también, Karp, M. (2016, 8 de noviembre). Fairfax County, USA. Jacobin. Recuperado de: https://www.jacobinmag.com/2016/11/clinton-election-polls-white-workers-firewall/
6/ Streeck, W. (2012). Los ciudadanos como clientes. Consideraciones sobre la nueva política de consumo. New Left Review, (76), pp. 23-41.
7/ Sobre esta definición de populismo, aplicada a los gobiernos y movimientos así denominados que existieron en el continente en el siglo XX, ver Boccardo, G. (2016). Crisis política en América Latina: ¿agotamiento de los populismos?. Cuadernos de Coyuntura, (14), pp. 42-51. Boccardo concluye que el populismo sería “una variante específica de dominio asociada a un proyecto de desarrollo nacional y popular, en que confluyen fuerzas sociales heterogéneas que, precisamente por su debilidad clasista, deben pactar para alcanzar el desarrollo industrial y la redistribución del excedente. Pero, justamente, es por esa misma razón que se dificulta la posibilidad de que esos intereses subalternos se constituyan social y políticamente de forma autónoma”.
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Wim Dierckxsens, Walter Fomento Globalización, Desglobalización, Capital y Crisis Global


Se ha abierto el debate acerca de si la Globalización ha muerto, si está viva, moribunda, incluso si es o no es. Consideramos importante e imprescindible participar de este debate iniciado por el compañero García Linera porque nos permite y obliga a tratar uno de los temas de mayor centralidad y actualidad, y de alto impacto político estratégico su comprensión y resolución. En este sentido haremos nuestras reflexiones y consideraciones siempre desde el lugar del más profundo respeto reconociendo en él no sólo su capacidad científico-académica para tratar el tema sino, fundamentalmente su legitimidad política para llevarlo a cabo.


Introducción
Se ha abierto el debate acerca de si la Globalización ha muerto, si está viva, moribunda, incluso si es o no es. Consideramos importante e imprescindible participar de este debate iniciado por el compañero García Linera porque nos permite y obliga a tratar uno de los temas de mayor centralidad y actualidad, y de alto impacto político estratégico su comprensión y resolución. En este sentido haremos nuestras reflexiones y consideraciones siempre desde el lugar del más profundo respeto reconociendo en él no sólo su capacidad científico-académica para tratar el tema sino, fundamentalmente su legitimidad política para llevarlo a cabo.

Este debate se abre justamente en un momento en que la crisis estructural del capitalismo (que se manifiesta en un avance lento, freno e incluso retroceso de las diferentes áreas del mundo en términos de crecimiento de PBI y por ende, cierres de fábricas, crisis bursátiles, disminución de los flujos de comercio, corridas cambiarias, fuga al oro, aumentos flagrante de la pobreza y la indigencia, coeficiente de Gini creciendo, aumento de la dinámica de las migraciones, pérdidas de calidad en el empleo y desempleo crecientes) se profundiza hasta llegar a hacer visibles opciones alternativas al sistema capitalista.

Estamos, en otras palabras, en una fase de transición hacia otras formas de poder, valor y estado, que incluye incluso el escenario de un post-capitalismo, cuyo tiempo de duración es difícil de estimar y cuya alternativa aún está abierta. Una batalla entre las fracciones más poderosas del capital financiero transnacional justo en el centro de poder del capitalismo (Estados Unido de América –EUA-), que luego de la batalla de Alepo pierde posibilidad de poder hacerlo escalar y exportarlo a escenarios más complejos (China, Rusia, India, etc.), lo cual deja entrever que el escenario real del conflicto puede situarse en los EUA, manifestándose primero como una gran profundización de la crisis, como crisis político institucional e incluso de enfrentamientos entre facciones armadas.

Los hechos político institucionales que abren este debate son la victoria de Trump y del Brexit. Hechos que suceden en EE.UU. y en Gran Bretaña justamente y que irradian la desesperanza globalista y con ello la esperanza en la “desglobalización”. Hechos que nos muestran triunfos electorales de nacionalismos que claman por una reindustrialización nacional (y/o trabajo nacional) de potencias imperiales que parecen ya no ser. Nacionalismos que son observados y propagados como fascismo-nazismo por los comunicadores pro-globalistas.

El intento del capital financiero globalizante y sus medios de comunicación dominantes (CNN/BBC/Euronews/Al Jazzera/Bloomberg, etc) es estigmatizar a la alternativa industrialista nacionalista de Trump como nacionalismo-fascista, para reivindicar el lugar de antifascistas para sí, cuando “jueguen” a la corrida o crisis financiera. Crisis que ellos mismos crearan y que presentarán como el resultado de tal nacionalismo fascista y nos propondrán la opción que sólo un Estado Global podrá evitarla o corregirla. Los globalistas aún están en posición de provocar la crisis financiera, con un fuerte aumento en las tasas de interés a través de la Reserva Federal, que hasta febrero de 2018 estará bajo su control.

En la crisis de los años treinta, con la lucha también entre facciones imperialistas que llevan el crac de la bolsa de valores de nueva york y a la quiebra de muchas empresas, el liberalismo tocó fondo, pues ya no servía más a la burguesía “expansionista”. Al fracasar, el liberalismo fue sustituido por un proteccionismo de corte nacionalista en los países centrales que se retrasaban en sus condiciones para dar el salto a la nueva situación, escala y composición orgánica. Los que avanzaban se llamarón el bando de los “Aliados”, “Democráticos”, y los que se retrasaban fueron llamados “el Eje”, “Fascistas”. Crisis, división y lucha de poder que recorría y fragmentaba a todos y cada uno de los países. No hay un solo país central o metrópolis en la cual no encontremos la fractura del capital financiero imperialistas en estos dos “bandos”. La diferencia de a qué “bando” pertenecía cada país se definió por la fracción de capital financiero que fue hegemónico.

Quedan por fuera de estos “bandos” de capital financiero y su caracterización, los países dependientes, periféricos, semicoloniales, coloniales o subdesarrollados. Los cuales fueron solo parte auxiliar, subordinada y oscilante en estos “bandos” según las circunstancias centrales del capital financiero. Y según los momentos en los cuales su posición de estar alineado o neutral (lo cual implicaba un alineamiento) beneficiaba a cada nación dependiente en su desarrollo con proyecto estratégico propio, lo cual siempre se manifestó como un nacionalismo industrialista de país dependiente, un nacionalismo industrialista popular antimperialista. Lo cual siempre los enfrentó a ambos bandos del capital financiero.

En el “bando financiero del eje/fascista” formó parte: Alemania, Italia, Japón, España, Portugal, etc. En estas se construyó un poder estatal corporativo, burocratizado, militarizado, autoritario y antidemocrático, que rechazaba el parlamentarismo, basado en el mismo individualismo atomizador que caracterizaba al liberalismo económico y que también caracteriza al neoliberalismo de mercado. En el “bando financiero aliado/democrático” formó parte EUA, Gran Bretaña, entre otros. Donde al igual que en los países del bando fascista se militarizo la sociedad civil, se clausuró todo parlamentarismo, medios de comunicación y movilizaciones sociales. Porque el enfrentamiento entre fracciones de burguesías financieras al pasar de la guerra económica-financiera a la guerra militar, conllevó la militarización de todas las sociedades civiles, la clausura de todo liberalismo político formal en función de la acumulación capitalista y en todas el Estado se centralizó en administrar esa acumulación.

El gran negocio capitalista, para los bandos en pugna, fue la guerra misma, como motor de acumulación acelerada y en la batalla militar solo se definió la fracción financiera ganadora. Esto permitió y obligó siempre al despliegue en todos los gobiernos financieros en los países centrales, de una política populista y corporativa. La burguesía financiera capitalizaba mediante el “populismo”, las demandas sociales de inclusión corporativa de la base social en un proyecto de Estado Corporativo (un estado burocratizado-militarizado). La no exclusión de los elegidos de la nación dependía de la no exclusión de la burguesía en la competencia internacional. Solo en las naciones periferias dependientes, etc. los gobiernos tuvieron espacios, aunque limitados, para desarrollar políticas populares que incluían con actores políticos centrales a los pueblos y con otro nacionalismo con objetivo de desarrollar soberanía política, económica, cultural, social y estratégica.

En el mundo actual, donde la crisis y una gran depresión se manifiestan cada día más, el enfrentamiento entre las dos mayores fracciones del capital financiero transnacional tiene lugar en un mismo país: los EUA. Este conflicto se da de modo principal dentro de EUA y no entre naciones. Aparece como un enfrentamiento entre EUA y China, lo que principalmente sucede en EUA. A partir del proceso de globalización, la fracción del capital financiero globalista en su avance procura crear e imponer el Estado global, su forma Estado, que subordina a todas las naciones incluso a los EUA. Para ese capital financiero global el mundo no solo ya dejó de tener fronteras nacionales, sino que tampoco cuenta con ciudadanos, como sí era aún el caso en los años treinta. El Estado global sin fronteras ni ciudadanos consiste en las llamadas redes financieras globales con su red de empresas transnacionales (ETN´s) y cities financieras. Las fuerzas en pugna buscan hoy estar por encima de todos los pueblos y de todas las naciones y quien constituye un peligro real para el retorno del nazismo es el mismo capital financiero globalizante.

Para una economía de mercado a ultranza, como la globalización, sólo existimos y tenemos razón de existir en tanto que intercambiemos nuestro (fuerza de) trabajo por dinero. En la visión (neo)liberal, los derechos sociales y nuestra ciudadanía no se desprenden de una visión que parta de la totalidad, sino que parecen nacer a partir del intercambio y dentro de los límites de éste. En la visión neoliberal a ultranza, el desempleado crónico y los excluidos tienden a perder todos los derechos. Los derechos de ciudadano no se derivan del hecho de ser miembro de una sociedad que se define a priori como nación o pueblo. Somos miembros de la sociedad en tanto y en la medida en que participemos en el mercado (en tanto somos pro-veedores de bienes y servicios, piezas y partes para ser ensambladas por las ETN´s Globales).

A partir de esta visión, los derechos como ciudadanos se crean y perecen dentro de los límites del mercado, y no surgen o se pierden con base en el hecho de que seamos miembros de una nación, sociedad o comunidad humana. Sólo somos y tenemos realmente derecho de existir en tanto que intercambiemos nuestro (fuerza de) trabajo en el mercado. Aquella población excluida que no intercambia su (fuerza de) trabajo en el mercado y se ve privada de forma paulatina de todo derecho económico y social, pierde ciudadanía. En un mundo donde no haya lugar para ciudadanos, los excluidos constituyen una amenaza creciente para la totalidad y tienden a perder incluso el derecho a la vida, o sea, son tendencialmente eliminables-exterminables. De este modo la lógica neoliberal culmina, en su extremo, en una concepción nazi/fascista.

Un gran dilema para el capital financiero globalizado es que en un conflicto geopolítico entre intereses de fracciones de capital financiero a nivel mundial difícilmente podrá prescindir de la mediación política de estados con fronteras y primero que nada de la mediación con el Estado norteamericano. Esta batalla se está dando en este momento y podría conllevar a la profundización de la crisis no solo del proceso de globalización, sino del sistema capitalista como tal. Todo proceso de crisis estructural es un proceso complejo de luchas, confrontaciones y debates, en donde una heterogeneidad de actores capitalistas que avanzan y se retrasan, van dando el tono a la puja de intereses y que, además, en un momento generan espacios de insurgencia para actores no-capitalistas.

Lo alentador es que surge una discusión acerca de la sociedad en que vivimos y el lugar de los seres humanos en ella. Esta reflexión es fundamental para dar respuestas reivindicativas ante la progresiva exclusión. La exclusión significa pérdida de lugar y de identidad, y la crítica a la misma puede conducir a la reivindicación de una sociedad con lugar para todos. Ello implica cuestionar el sistema excluyente. Sin embargo, una crisis de identidad no significa, a priori, una crisis de legitimación del sistema. Puede también desarrollarse una posición crítica sobre la legitimidad de la exclusión, sin que implique poner en duda la legitimidad del sistema. Lo segundo suele anteceder a lo primero.

El peligro de reivindicar la legitimidad de la inclusión sin cuestionar al sistema es que conduce rápidamente a una “legitimación” de la exclusión del otro. Con ello no se enfrenta el problema de la exclusión en su raíz. Más bien ocurre lo contrario. Al sustituir una modalidad de exclusión vía el mecanismo del mercado, por otra vía, la pertenencia o no a determinada nacionalidad, condición social, religión, raza, género, cultura, etc., se deshumanizan aún más todavía las relaciones, sociales. Los seres humanos no se solidarizan para reivindicar una sociedad donde haya lugar para todos sino, por el contrario, se enfrentan los unos a los otros para acaparar los cada vez más escasos lugares. Ante el miedo de perder su lugar, pueden reclamar con fuerza creciente su inclusión, aunque sea a costa de ciudadanos de otros países (inmigrantes, refugiados) religiones (musulmanes), etc.

Al encaminarse hacia un mercado unificado con un Estado global se debilita la identificación de los ciudadanos con este nuevo espacio económico. La realidad para los ciudadanos es que el proceso de regionalización (Unión Europea, NAFTA) y mundialización ha dado lugar a una formidable concentración de capital y riqueza en pocas manos a costa de una exclusión progresiva. El resultado de ello no es el desarrollo de una mayor identificación con el mercado crecientemente abstracto (ser ciudadano se reduce a ser consumidor de productos, servicios, espectáculos electorales, noticias prefabricadas a menudo falsas, opiniones doctrinarias, etc.).

El resultado es más bien la identificación con una comunidad más concreta, y más antigua (la nación o incluso la localidad) donde en el pasado hubo más derechos económicos y sociales, y vida aparentemente más digna, aunque los espacios objetivos para que triunfe el capital sobre la base de ese retorno sean casi nulos. La regionalización y mundialización de la economía así como la integración de bloques económicos (UE y NAFTA) conducen así, de forma contradictoria, a tendencias nacionalistas y hasta separatistas basadas en razones extraeconómicas. He aquí el motivo del éxito de Brexit y de la victoria de Trump y la crisis consecuente para el capital financiero globalizante. He aquí la tarea difícil de la administración Trump.

2. La globalización es el proceso de desarrollo de una nueva forma de capital financiero (forma global o transnacional) que emerge y lucha por imponerse frente a la forma dominante anterior, el capital financiero multinacional. En un mundo donde el crecimiento y la tasa media de benefi¬cio tendía a la baja, en los años ochenta se desarrolló una fuerte evolución de las IDE (Inversión Extranjera Directa) dentro de la Tríada (EUA, Japón y Europa), orientada a fortalecer las posiciones de competencia de las Multinacionales en el mundo. La guerra económica entre las Multinacionales se desarrollaba a partir de este esquema para mejorar posiciones en el mercado mundial restante, mediante IDE en el exterior.

El capital financiero multinacional entra en crisis entre 1980-1991-2001, cuando emerge el proceso de flexibilización y deslocalización de empresas transnacionales que salen de los países centrales y se localizan en las economías emergentes; cuando va en profundidad la destrucción de estructuras de la administración pública de las naciones bajo la consigna del estado mínimo; cuando el poder en el gobierno cada vez más se desplaza de los presidentes de gobierno electos a los presidentes de los bancos centrales impuestos por las grandes bancas financieras globales en cada city financiera.

La globalización es un proceso que emerge como alternativa capitalista al capitalismo multinacional de país central y que en esa lucha abre una crisis estructural en el periodo de tiempo 1999-2001-2008. En la cual aún estamos inmersos. La globalización es también un proceso de luchas capitalistas financieras inter-imperialistas. La globalización es parte de la crisis, es parte de la lucha que se observa como crisis. Es la parte que avanza o sale hacia adelante en la lucha y crisis del capitalismo financiero.

2.1 Un recorrido histórico del capital financiero
El mercantilismo recorre un largo camino desde el siglo XV, fines de 1400, hasta mediados del siglo XIX, 1850, cuando se transforma en dominante el capitalismo industrial, a partir del capital industrial, de la fábrica, de la gran industria mecanizada, y en estado-nacional en Inglaterra subordinando a la monarquía feudal, al estado-reino, a la producción feudal y mercantil. Habiendo transitado el momento de los talleres manufactureros.
El estado-nacional que nace es un Estado nacional de metrópolis enfrentado a las monarquías feudales y que desarrolla naciones coloniales o semicoloniales. Constituye el régimen específicamente capitalista de producción.
El capitalismo llega a ser dominante como modo de producción cuando desarrolla e impone una forma de capital industrial de gran industria mecanizada. De ahí en adelante es capital industrial pero en su recorrido subordinado a los modos feudales fue primero corporaciones artesanales feudales y talleres manufactureros antes de poder ser gran industria mecanizada. En este momento subordina al campo y lo redefine con el paso de los años como producción agraria industrial. El campo era el terreno del poder de la monarquía feudal y la ciudad industrial el del poder del capitalismo industrial y lo agrario su extensión, así como la city financiera es la del capital financiero global.
El capitalismo industrial se transforma en capital financiero entre 1880-1890, crisis económica y 1era guerra mundial mediante, cuando el capital industrial en su desarrollo absorbe al capital bancario y se transforma en capital financiero, y transforma también a la fábrica en grupo económico financiero (ggee). La transforma porque la unidad económica básica ya no es la fábrica de la gran industria sino un grupo económico de fábricas diversificadas en sectores de la actividad (producción para el consumo industrial-ciencia-tecnología y producción para el consumo personal) y diversificada en áreas dentro de cada sector. Esta centralización de la conducción estratégica del capital y descentralización del mando operativo caracteriza y define al capital financiero.

Porque por primera vez el capital, como capital financiero, desarrolla un aparato administrativo estratégico privado que disputa, confronta, provee y acuerda con la administración política pública de cuadros y como políticas de estado. Y lo desarrolla porque ahora su objetivo-terreno es el mundo y su política internacional de nación-estado metrópolis a naciones colonias o semicolonias. El instrumento central es el crédito y la relación de acreedor-a-deudor, donde el acreedor impone las condiciones y el producto a través del financiamiento para el desarrollo de industrias que van a producir en las colonias/ semicolonias lo que el acreedor necesita como materia prima o piezas/partes.

El capital financiero internacional entra en crisis a en el período 1929-1940, se manifiesta a partir de la guerra/crisis financiera de 1929 y posterior guerra militar (1936-44), porque emerge y se desarrolla la corporación financiera multinacional que da sustento al capitalismo financiero multinacional (como forma avanzada de la época), que se impone volviéndose hegemónico en el resultado de la segunda guerra mundial (1936-44). La corporación multinacional se expresa en el estado multinacional de país central, con su casa matriz central que hace al país central y sus empresas filiales en los países/naciones dependientes/ periféricos/subdesarrollados.
Las filiales de la casa matriz coinciden en la mayoría de los casos con las empresas más importantes y dinámicas en cada rama de producción, que se desarrollaron en las semicolonias a partir de la relación deudor/acreedor cuando era dominante el capital financiero internacional. Ahora, el capital financiero multinacional impone el capitalismo multinacional que tiene presencia directa y cuantitativa en cada nación, en las cámaras empresarias, en los partidos políticos, etc.

El capital financiero multinacional entra en crisis como vimos entre 1980-1991-2001, cuando emerge el proceso de flexibilización y deslocalización de empresas transnacionales. La banca financiera global de este modo inicia la subordinación real de lo nacional y continental por lo Global, re-denominándolo como Local. Donde el par Global-Local caracteriza al desarrollo del capital financiero global. Esto altera geográficamente la producción y realización de valor/riqueza capitalista y comienzan a mostrarse diferenciales de crecimientos de PBI y participaciones mundiales dando paso al llamado mundo emergente.

El capital financiero deslocaliza sus estructuras estratégicas de los países centrales hacia el mundo, globalmente lo llama, de modo que pone en crisis la escala del poder de las casas matrices en cada país central, porque eleva la escala umbral de poder de multinacional a global. Pero no solo deslocaliza su estructura económica, política y estratégica globalmente también deslocaliza su estructura de producción en lo nacional/local cuando hiper-especializa funciones-tareas laborales y de gerencia, cuando terceriza en proveedores de bienes y servicios los que antes eran trabajadores formales en áreas y secciones de la misma empresa.

El fenómeno de la deslocalización no debe opacar sin embargo el descomunal proceso de desarrollo de las fuerzas productiva de toda esta época. Pues aun observando el creciente peso de las denominadas economías emergentes en la generación de la riqueza global, también puede verse el crecimiento aunque relativamente menor de la riqueza en los llamados países desarrollados, principalmente EUA. La crisis ahí no parece tanta consecuencia de un proceso de destrucción de riqueza sino más bien de un importante deterioro en la participación de la misma.

Es que el proceso de lenta pero profunda inserción en de nuevas tecnologías, robótica, inteligencia artificial, etc., es decir automatización creciente y ya no sólo de lo manual sino de la función intelectual, (máquinas inteligentes) produce saltos enormes de productividad que no se trasladan a salarios ni ingresos de las clases medias. Es un proceso de rutinización extensa y profunda que precariza la condición de trabajo al punto que, mientras la productividad en los 80 daba cuenta de la necesidad de 25 obreros industriales para generar un millón de dólares en mercancías, en 2016 sólo se necesitan 5 para el mismo resultado. Sin dudas este resultado se explica en parte por la automatización creciente de la producción y en parte por la tercerización. Pero este proceso que tiende a mostrar una participación creciente en el PBI de las ex economías centrales de los “servicios” a la producción también sufre un proceso de automatización. Un ejemplo es la automatización de los servicios de transporte y logística. Es decir, ahí donde había peso del ingreso asalariado (servicios) también comienza a ser erosionado por el desarrollo tecnológico. Este aspecto estructural del funcionamiento de capitalismo (con independencia de sus fases) es el que explica en todo caso la tendencia a la caída de la tasa media de beneficio, la necesidad de los saltos de escala ahorrando costos y con ello la deslocalización como mecanismo auxiliar.

La empresa global se compone en un 10% de los trabajadores formales de la gerencia y ensamble de bienes y servicios. El otro 90% lo componen trabajadores proveedores de bienes y servicios, donde algunos tienen la función de gerenciar las unidades proveedoras y parecen pequeños empresarios. Este fenómeno fue caracterizado como la “postmodernidad”, donde los servicios pasan a explicar supuestamente en mayor proporción los PBI, hecho que antes se denominaba el sector industrial. En realidad solo deja de contabilizarse dentro de la unidad fábrica precisamente por la misma tercerización. Esto asume la forma de redes flexibles de proveedores de bienes y servicios, informales para las plataformas capitalistas globales de ensamble de bienes y servicios para la plataforma global de producción y, de bienes y servicios para la plataforma global financiera (la cultura del outsourcing).

El capital financiero global lucha por imponerse y esta lucha se hace observable como crisis por primera vez en septiembre de 2001 con la caída (implosión) de las Torres Gemelas del Centro del Comercio Financiero Global (World Trade Center) de la City de Nueva York. La “caída” la producen los intereses financieros multinacionales continentales, expresados directamente en Washington en el poder político, en el poder judicial, en el poder financiero multinacional, en el complejo industrial militar y en la policía federal. La caída de los edificios del centro financiero global es la respuesta militar-policial (durante el gobierno de Bush) al poder financiero global por imponer la derogación de la ley Glass Steagall en 1999 (durante el gobierno Clinton), ley que bloqueaba desde 1934 la integración de la banca comercial (legal) y la banca de inversión (ilegal, según la Ley Glass Steagal) cuya conjunción constituye el capital financiero global.

La derogación de la Glass Steagal es el hecho central instituyente del capital financiero global y sus fondos financieros de inversión global, paraísos financieros fiscales y su red de cities financieras globales. La segunda acción en contra del capital financiero global vendrá en septiembre de 2008, cuando la suba de tasas de interés de la Fed en manos de los Bush, abra paso a la crisis financiera de la hipotecas basura y a la “caída” de la banca de inversión Lehman Brothers, que supone un gran golpe al Citigroup (la primera gran banca global), y el ingreso a la gran crisis financiera global en la cual aún nos encontramos.

En este camino histórico hemos tratado de recorrer la crisis final del feudalismo en el siglo 15 (1400) y como en ello se desarrollaban y fortalecían las primeras formas del mercantilismo o del capitalismo mercantil. Desde aquellos momentos donde los mercaderes daban a los trabajadores, en relación de dependencia servil personal (con sus señores de la tierra), las materias primas para que estos elaboraban en sus casas (en el tiempo que no trabajaban para el señor) que luego serían pagadas para poder venderlas en sus rutas de mercadeo. Pasando por los talleres manufactureros donde se concentraron por primera vez grandes masas de trabajadores manuales en las ciudades que hizo la gran mediación y crisis del feudalismo que solo pudo subordinar, sepultar la fábrica de la gran industria y con esto ahora si imponer al capital industrial de la gran industria como modo y relación social de producción dominante.
No hay capitalismo dominante hasta el capitalismo industrial basado en la gran industria mecanizada como relación social de producción y en la fábrica como unidad económica básica, categoría económica y espacio específico donde modo, relación social y unidad económica básica se constituyen y constituyen a los seres humanos como sujetos/actores de este modo de ser.

La emergencia-insurgencia de un modo de producción: el capitalismo industrial nacional, el nacionalismo industrial, el capital industrial y el movimiento obrero industrial organizado presupone la fábrica como unidad básica, la gran industria mecanizada como relación social del capital y el capitalismo industrial como modo y estado. La crisis del estado nación, del nacionalismo industrialista, del capital industrial siempre impone un proceso de luchas y negociaciones hasta que se impone un nuevo modo, relación y unidad económica. Esto es válido también para el globalismo, para el capital financiero global y su red de cities financieras.

El camino histórico recorrido por el capital financiero tiene tres grandes etapas con sus crisis desde 1880: de 1880/90 a 1929/39; de 1945/1950 a 1990/2001; de 2006/08 a >>>. El Estado nación metrópolis de los grupos económicos financieros, el estado nacional de país central de la corporación financiera multinacional; el estado global de la red financiera global en proceso de crisis financiera, económica, militar e institucional. El globalismo financiero ha constituido su unidad económica: la red financiera global, su relación social de producción: el capital financiero global y su modo de producción: capitalismo financiero global. Pero no lo ha instituido política y estratégicamente. No lo ha vuelto hegemónico aun. La crisis global, el proceso de la crisis y su profundidad estructural expresan eso.
¿La conducción del proceso de la crisis/lucha en el proceso de la revolución política por parte del globalismo financiero se ha debilitado a partir de que insurge el multipolarismo universalismo Brics/Humanismo ecuménico-interreligioso en 2013-2014 y, de la reacción anti-globalista de los elites nacionales del Brexit y de Trump? Sí es así, es claro. ¿El globalismo pasa por una crisis de conducción del proceso general? Sí también es así. ¿Qué aparece como alternativas? El Nacionalismo industrialista de EE.UU., el Continentalismo financiero de país central y los Universalismos multipolares no financieros.

¿Hacia los universalismos multipolares no financieros con Trump?
En lo que concierne a Pekín, el presidente Trump puso fin a la participación estadounidense en el Acuerdo Transpacífico, que había sido concebido en contra de China, excluyéndola. Es sabido que Trump tuvo conversaciones sobre la posible adhesión de Washington al Banco Asiático de Inversión en Infraestructura (Asian Infraestructure Investment Bank o AIIB). Si Estados Unidos se suma a esa institución, estaría aceptando no solo cooperar con China –en vez de oponerse a ella– y ambos países podrían participar en el establecimiento de dos «rutas de la seda». Lo anterior es señal clara hacia los universalismos no financieros lo cual haría contraproducentes las guerras del Donbass y de Siria (Thierry Meyssan, Contra Donald Trump, la propaganda de guerra, Voltaire, 7 de febrero de 2017).
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En aras de resolver el conflicto ucraniano, Donald Trump está buscando cómo deshacerse del presidente Petro Porochenko. Por eso recibió en la Casa Blanca a la jefa de la oposición, Yulia Tymochenko, incluso antes de aceptar una llamada telefónica del presidente Porochenko. En Siria e Irak, Donald Trump ya inició las acciones comunes con Rusia, aunque su vocero lo niegue. El ministerio de Defensa ruso, después revelarlo imprudentemente, suspendió de inmediato toda declaración al respecto.

En el plano financiero, el presidente Trump ya inició el desmantelamiento de la ley Dodd-Frank, que trató de resolver la crisis de 2008 evitando la quiebra abrupta de los grandes bancos estadounidenses –en aplicación de la línea política llamada «too big to fail». A pesar de algunos aspectos positivos –su texto consta de 2 300 páginas–, la ley Dodd-Frank instituye un tutelaje del Departamento del Tesoro sobre los bancos, lo cual evidentemente frena su desarrollo. Donald Trump parece disponerse también a reinstaurar la diferencia entre los bancos de depósitos y los bancos de inversiones mediante el restablecimiento de la Glass-Steagall Act (Ibid).

Trump también ha iniciado la limpieza en el seno de las instituciones internacionales. Los fundadores de la ONU nunca previeron el despliegue militar con 100 000 cascos azules en conflictos internos. La ONU fue creada para prevenir o resolver conflictos entre Estados, nunca conflictos internos. Las actuales operaciones de «mantenimiento de la paz» tienen como objetivo imponer el respeto de una solución impuesta por el Consejo de Seguridad de la ONU y rechazada por una de las partes en conflicto, lo cual es prolongar el colonialismo. Poner fin a ese sistema sería regresar al espíritu y el contenido iniciales de la Carta de la ONU, renunciar a los privilegios coloniales y pacificar el mundo.
Es importante entender que en Washington ha comenzado una guerra a muerte con el capital financiero globalizado. La prensa atlantista bajo control de ese capital comente las declaraciones de Trump de manera malintencionada y no deja ver los hechos. Donald Trump se ha dedicado a garantizar su control sobre los órganos de seguridad. Sus 3 primeros nominados –el consejero de seguridad nacional Michael Flynn, el secretario de Defensa James Mattis y el secretario de Seguridad de la Patria John Kelly– son 3 generales que cuestionaron el «Gobierno de Continuidad» desde el año 2003. Después reformó el Consejo de Seguridad Nacional para excluir al jefe del Estado Mayor Conjunto y al director de la CIA. En este viraje político de 180 grados Trump da al traste con un sistema instaurado durante los últimos 16 años y que se originó en la guerra fría, la opción que Estados Unidos adoptó en 1947. Ese sistema ha gangrenado no solo instituciones como la ONU (con el embajador estadounidense Jeffrey Feltman) sino (con Jens Stoltenberg y el general estadounidense Curtis Scaparrotti) también la OTAN (Ibid).

3. Nacionalismo, Continentalismo y Globalismo/Universalismo 
La llamada “crisis del globalismo” o “desglobalización” se observa y plantea por muchos intelectuales a partir de que los actores e intereses globalistas pierden el control del Gran Bretaña y la City de Londres y por lo tanto, de la capacidad de influencia sobre la Unión Europea (UE). Este proceso se inicia con la pérdida del referéndum por la permanencia o no en la UE de Gran Bretaña, donde gana el Brexit, la salida de la UE. Hecho que se expresa en una diferencia de menos del 2% y que se explica por el voto de los obreros blancos industriales del norte de Inglaterra y la decisión de la Corona Británica de apoyar el Brexit. El otro hecho es la perdida por parte del Globalismo Financiero de la city financiera de Nueva York (Wall Street), del control e influencia sobre el gobierno de los EE.UU. con el triunfo de Donald Trump, aunque momentáneamente mantiene el control de la política monetaria de la Reserva Federal.

Estos dos hechos marcan y delimitan el inicio del debate acerca de la globalización/desglobalización. Pero la llegada de Trump al gobierno de EEUU, observado por sus decisiones de gobierno, muestran una política que expresa una orientación hacia un nacionalismo industrialista anti-oligarquía financiera global (contra China y salida de los TPP) y anti-oligarquía financiera Continentalista (contra México y salida del TLCAN). Un nacionalismo industrialista que plantea la relocalización de las inversiones industriales en EE.UU. y salida de los países emergentes. La reversión del proceso iniciado en 1991-94.

Una política industrialista que rememora a aquella que se desarrolló durante la segunda guerra mundial, en la cual EE.UU. participó como gran proveedor de bienes industriales haciendo saltar en escala su proceso de industrialización hasta diciembre de 1942 y que solo ingreso a la guerra directa cuando esta estaba definida por el agotamiento de ambos bandos, que dejo a EE.UU. como el gran vencedor de Occidente, que le permitió subordinar a Gran Bretaña e imponer el dólar como moneda dominante en su órbita. EE.UU. sale de la segunda guerra mundial, que fue el modo de resolver la crisis/guerra financiera de 1929, como la gran potencia capitalista imperialista y se planta como un nacionalismo industrialista expansivo imperialista. Que era, como fue planteado en su tiempo, un Continentalismo imperialista enfrentado al Continentalismo soviético.

Los EE.UU de Trump tienen muy grandes obstáculos para que pueda hacer realidad su plan de nacionalismo industrialista antioligárquico financiero, lo cual plantea la realidad de la profundización de la lucha y crisis económica como lucha y crisis institucional política.

Incluso cuando el presidente de China, Xi Jinping, en Davos se yergue como la personificación del globalismo, es decir, de todos los globalismos en general y del globalismo multipolar no financiero en particular, porque en las economías emergentes conviven en 2017, en especial en el Asia-pacifico, las transnacionales financieras globales y las grannacionales universales. Todo lo cual marca que la escala del umbral de poder mundial es el Universalismo/Globalismo. La escala nos muestra cual es la magnitud de poder en la cual se produce/realiza poder/valor. Es el espacio más probable que triunfe a partir del conflicto interno entre las dos fracciones de capital financiero que se agudiza con el proyecto de un nacionalismo industrialista de Trump.

Hoy parece no haber margen para el poder de un nacionalismo industrialista, en el límite sí podría haberlo para un continentalismo militarista norteamericano, solo por el poder militar del complejo industrial militar y su amenaza de guerra termonuclear. Depender de este único instrumento de poder no le da status de muy probable. El nacionalismo industrialista tampoco podría ser contenido/subsumido por el continentalismo financiero militarista porque el primero necesita negar toda posibilidad de su despliegue como tal, pues lo fragmentaria.

El nacionalismo industrialista antioligárquico solo podría ser contenido/subsumido por el universalismo multipolar industrialista de los BRICS y del Humanismo ecuménico-interreligioso. Porque su desarrollo es necesario para este, lo que no podría desarrollar es ser su motor y país central. En la misma situación se encuentra Alemania, Francia y la UE. Esta posición tiene historia y base social en EE.UU. en aquellos que siguen a Thomas Jefferson, y su lucha contra el imperialismo británico, y a F.D.Roosevelt, y su ley Glass Steagall contra la banca financiera angloamericana en la Reserva Federal.

4. Estamos ante un momento crucial en la historia.
Nos encontramos en una situación donde las fisuras del globalismo neoliberal se hacen cada vez más evidentes y la “inseguridad” acerca de la estabilidad del sistema capitalista como tal crece. En un mundo donde no solo caben cada vez menos ciudadanos, sino también importantes fracciones de capital financiero dentro de los propios EUA como nación hegemónica quedan excluidas, pueden desembocar en un proceso de desgaste del propio proceso de globalización e incluso del capitalismo como sistema. Tarde o temprano el rumbo de la economía tiende a reorientarse hacia una re-regulación económica a nivel mundial.

En el marco de un mundo multipolar no hay subordinación de unas naciones por otras ni la subsunción de todas a un Estado global. Si Rusia y China reivindican a ultranza algo para un mundo multipolar, es precisamente la soberanía nacional. El papa Francisco reivindica a nivel espiritual el respeto de cada religión por la otra y la convivencia ecuménica entre las mismas. Las dos concepciones se refuerzan. No vemos que el proceso de acumulación de capital tenga larga vida a partir del mundo multipolar cuando apuestan con la ´Nueva Ruta de Seda´, a una especie de proyecto desarrollista productivo a escala mundial desde las periferias. Es una salida al menos temporal donde hay lugar para todos los capitales, hasta el capital de los EUA y con Trump podrían entrar.

La gran pregunta que nos hacemos es si una vez concluidas las grandes obras de infraestructura en EUA y con la Ruta de Seda, si estas inversiones encadenan o no un próximo ciclo de reproducción del capital. Nosotros creemos que el escenario más probable es que no-encadenarán, como hemos señalado en nuestro libro “Geopolítica de la Crisis Económica Mundial”. De ser así la transición hacia el post-capitalismo estaría en proceso.

Los cambios sistémicos nunca se procesan en períodos de calma sino en medio de tempestades que ponen todo patas arriba. La elección de Donald Trump es una de las insubordinaciones políticas más espectaculares que, en conjunto con Brexit y otros menos llamativos, apuntan a un colapso de la hegemonía neoliberal. Aun cuando difieren en ideología y objetivos, esos motines populares electorales comparten un blanco común: rechazan la globalización de las grandes corporaciones, el neoliberalismo y el establishment político que los respalda. Sus votos son una respuesta a la crisis estructural de esta forma de capitalismo, crisis que quedó expuesta por primera vez con el casi colapso del orden financiero global en 2008. Sin embargo, uno de los más importantes problemas que enfrenta la lucha emancipadora en las últimas décadas es la subordinación de los movimientos anti-sistémicos al capital financiero globalista.

La victoria de Trump no es solamente una revuelta contra las finanzas globales. Lo que sus votantes rechazaron no fue el neoliberalismo sin más, sino el neoliberalismo progresista. En palabras de la feminista Nancy Fraser, ´el neoliberalismo progresista es una alianza de las corrientes dominantes de los nuevos movimientos sociales (feminismo, antirracismo, multiculturalismo y derechos LGBTQ) por un lado y, por el otro, el más alto nivel de sectores de negocios “simbólicos” y de servicios (Wall Street, Silicon Valley y Hollywood)´. En esta alianza, las fuerzas progresistas se han unido efectivamente con las fuerzas del capital financiero globalizado. Ideales como la diversidad y el “empoderamiento”, que en principio bien podrían servir a diferentes propósitos, ahora dan lustre a políticas que han resultado devastadoras para la industria manufacturera y para lo que antes era la clase media (Nancy Fraser, Trump o el fin del neoliberalismo progresista, Rebelión, 23 de enero de 2017).

El neoliberalismo progresista se desarrolló en los EEUU durante estas tres últimas décadas y fue ratificado por el triunfo electoral de Bill Clinton en 1992. Clinton fue el principal organizador y abanderado de los “Nuevos Demócratas”, el equivalente estadounidense del “Nuevo Laborismo” de Tony Blair. Clinton y los Nuevos Demócratas tienen una pesada responsabilidad en el debilitamiento de las uniones sindicales, en el declive de los salarios reales, en el aumento de la precariedad laboral y en el auge de las familias con dos ingresos que vino a substituir al difunto salario familiar. Cubrieron el asalto a la seguridad social con un barniz de carisma emancipatorio, tomado prestado de los nuevos movimientos sociales.

Al identificar “progreso” con meritocracia -en lugar de igualdad-, se equiparaba, en palabras de Nancy Fraser, ´la “emancipación” con el ascenso de una pequeña élite de mujeres, minorías y gays “con talento” en la jerarquía empresarial basada en la noción de “quien-gana-se-queda-con-todo” (validando la jerarquía en lugar de abolirla)´. Esa noción liberal e individualista del ´ser progresivo´ (´homo oeconómicus´ del siglo XXI) fue reemplazando gradualmente a la noción emancipadora, anticapitalista, abarcadora, anti-jerárquica, igualitaria y sensible al concepto de clase social que había florecido aun en los años 60 y 70. El resultado fue un “neoliberalismo progresista”, amalgama de truncados ideales de emancipación y formas letales de financiarización. ´Ante sus ojos, las feministas y Wall Street eran aves de un mismo plumaje, perfectamente unidas en la persona de Hillary Clinton´, termina Fraser (Ibid). Quienes necesitan la estabilidad son precisamente las élites de los movimientos, incrustadas en el poder, desde donde pretenden evitar que la opresión las afecte en un camino de una salvación individualista.

La rabia de Wall Street y de los medios del sistema es que la victoria de Trump deja dicha ´alianza entre emancipación y financierización´ en estado de máxima debilidad, por eso su empeño en movilizar a los jóvenes para evitar fracturas. Para los de abajo, la llegada de Trump al gobierno, es síntoma de descomposición del sistema que nos afecta como los latigazos de una tormenta. Es en medio del caos sistémico como nos empeñamos en construir lo nuevo, con todos los riesgos que eso implica, pero con la voluntad intacta (Raúl Zibechi, La oportunidad Trump, Rebelión, 10 de febrero de 2017).

Concluyendo, el globalismo financiero imperial está en un momento de crisis, que es lucha y confrontación estructural. No ha muerto y la lucha interimperialista que forjó y desarrolla contra el continentalismo financiero con base en EE.UU. y el TLCAN sigue su curso bajo otras condiciones, formas y modos. El relato ideológico del neoliberalismo y el neoprogresismo globalista ha sufrido un duro golpe, al haberse mellado su halo determinista de neo-destino manifiesto global. No ha muerto, pero ha perdido toda su potencia discursiva virginal de “tercera vía”. Seguramente hará todo un gran intento por retornar con aureolas remozadas. La historia no se repite, salvo como farsa, la crisis actual debate su superación a veces bajo la forma de reacción.