Invitación al descubrimiento: José Carlos Mariátegui y el socialismo de Nuestra América, de Miguel Mazzeo
Autor(es): Alfaro Rubbo, Deni Ireneu
Revista Herramienta No.50Alfaro Rubbo, Deni Ireneu . Mestrando do Programa de Pós-Graduação em Sociologia da Universidade de São Paulo (USP) e bolsista CNPq.
(Versão em português)
Buenos Aires: El Colectivo, 2009, 216 páginas
En sus tesis “Sobre el concepto de historia”(1940), Walter Benjamin apuntó que una de las fuerzas de la rebelión de los oprimidos tiene sus raíces en la memoria de los vencidos, de los ancestros que cayeron en las luchas sociales del pasado. A través de las explosivas sublevaciones populares que resonaron en el escenario social, durante el siglo XX, y aumentaron sustancialmente hasta el tiempo presente, América Latina siguió intuitivamente esta regla. Desde entonces, bajo figuras muy diversas – Farabundo Martí, Ernesto Che Guevara, Augusto Sandino, José Martí, Emiliano Zapata –, los “de abajo” buscan recuperar el imaginario utópico y el potencial explosivo de esos hombres para redescubrir, transformar y captar nuevos sentidos en el interior de las posibilidades abiertas por la praxis social.
Una de las tentativas de iluminar las relaciones orgánicas entre tiempo pasado, presente y futuro se encuentra en el estimulante libro del argentino Miguel Mazzeo, Invitación al descubrimiento: José Carlos Mariátegui y el socialismo de nuestra América. La obra va más allá que un homenaje a quien fue el verdadero marxista original del subcontinente latino-americano: José Carlos Mariátegui. Se trata de una contribución que busca valientemente una “afinidad electiva” – en el sentido acuñado por Max Weber – entre la vida y la obra del periodista peruano con los movimientos populares de la actualidad. El autor no pretende un trabajo “para leer a Mariátegui”, al modo althusseriano; busca, por el contrario, enfrentar – como destaca Esteban Rodríguez en la presentación del libro – las preguntas con que el Amauta se encontró y las apuestas en torno a las mismas. Además, la dinámica del libro imprime un ritmo peculiar de forma-ensayo y estructura de esbozo, o sea, un género abierto – poco difundido en la sociología especializada – que expresa una “estrategia simbólica y la forma expresiva más adecuada para una escritura militante” (página 12).
Los llamados “elementos prácticos de socialismo” serían, para el autor, la clave central de la obra mariateguiana. Es a través del desarrollo de ese concepto que el autor dirá que una de las potencias de la riqueza del socialismo de JCM es un marxismo radicalmente abierto y relacional, es decir, atento “a toda instancia que produce lazo social alternativo al capital” (página 113). Tal como Marx enunció en la célebre tesis (“Sobre Feuerbach”) VIII que “toda vida social es esencialmente práctica”, el punto de partida del marxista peruano sería, igualmente, el espacio socio-político concreto.
Para Mazzeo, uno de los aciertos críticos que fueron trabajadas por JCM y que tiene una actualidad impresionante para la situación social de América Latina es la articulación entre comunismo incaico y socialismo moderno. La protección de las formas comunitarias de organización campesina remite a las tradiciones milenarias colectivistas en la economía y sociedad, que ocupan el corazón de un proyecto socialista indo-americano. Según el autor, en vez de una restauración del pasado en cuyo caso “el presente puede ser el lugar de la pasividad, el fatalismo, la ambigüedad” (página 51), como hace insistentemente el pensamiento posmoderno, Mariátegui anhela la reivindicación del pasado de la comunidad campesino-indígena. Los componentes tradicionales no son necesariamente peso muerto, sino constitutivos de una poderosa renovación simbólica, además de rescatar un paradigma ecológico, proponiendo, así, un vínculo con la naturaleza radicalmente distinto de las relaciones sociales mercantiles y de las fuerzas productivas destructivas del capitalismo contemporáneo. Ese posicionamiento puede ser comprendida a través de la propia formación histórica – y social – periférica fruto de la superposición de distintos modos de producción (o desarrollo desigual y combinado, como prefieren algunos) del problema agrario peruano,. Se trata de proponer “un cuestionamiento de las formas absurdas, antisociales y antieconómicas, impuestas por el régimen colonial primero y luego por la modalidad específica de desarrollo capitalista (dependiente y neocolonial) en Perú” (página 83). Un abordaje original que denuncia de manera profética las pifias interpretaciones de las variantes etapistas y dualistas que se consolidaron durante la década del 50 y 60 en la América Latina.
Uno de los elementos más activos del socialismo práctico en JCM es el acento en la dimensión ética y moral del socialismo, ha semejanza de lo que hará el Che Guevara. El mito mariateguiano – bajo innegable influencia del francés Georges Sorel – es un movimiento práctico que busca no perder de vista las experiencias de lucha que gravitan en el imaginario de los pueblos rebeldes. Sumado a eso, el mito debe anhelar, en palabras del propio Mariátegui, a la “creación de una moral de productores en el mismo proceso de lucha anticapitalista”. Según el autor, el Movimiento Sin Tierra de Brasil (MST) sería expresión contemporánea de esa postura “que concibe la conciencia social no como la compilación de ideas ‘avanzadas’ o ‘progresistas’ sino como el fruto de la convivencia social (en determinadas condiciones) y como la asunción colectiva de un conjunto de valores” (página 102).
Otros vários temas son tratados por el autor argentino y, aunque sea brevemente, no son de ninguna manera desarrollados de modo acrítico, tales como la cuestión de la alianza entre obrero y campesino, la problemática del poder y del partido y la cuestión del sujeto. En esta última, en particular, el autor trabaja con la hipótesis de que para Mariátegui el sujeto es una construcción de la praxis y no de supuestas realidades exteriores o de una vanguardia que aspira determinarlos: “la política es la que define la ontología. Los subalternos deben luchar y cambiar el mundo para ser sujetos” (página 157). Si la lucha precede las clases, ella conlleva avances y retrocesos, y un grado de imprevisibilidad, ya que, como asevaraba Gramsci, “sólo se puede prever científicamente la lucha, no sus momentos concretos”. La revolución es, en ese sentido, extemporánea, inactual, se contrapone a los cronómetros burgueses: “no es hija del conocimiento científico y de la especialización de las leyes históricas [...], es fruto de la ‘vida’ y no de la ‘razón pura’” (página 158).
Se puede no estar de acuerdo, por cierto, con uno u otro de los puntos planteados por Miguel Mazzeo. ¿Cómo acordar, por ejemplo, con que la cuestión en torno a la posición (contraria) de Mariátegui a la Internacional Comunista – y, por extensión, su disputada herencia política – dejó de tener importancia para el debate con los movimientos rebeldes contemporáneos? Al fin de cuentas, cuando el asunto es la herencia de JCM a posteriori, no son pocos los mariateguismos, especialmente en el Perú, que están claramente a la “derecha” de la escena política contemporánea, un cuadro notáblemente semejante al caso de la recepción del comunista Antonio Gramsci en Brasil. En verdad, en vez de un “hedonismo historiográfico” (página 57), muchos puntos que hacen a la actualidad de Mariátegui implican uno retorno necesario y estratégico a ese pasaje específico altamente discordante, como muestra paradójicamente – y felizmente – Mazzeo.
Ciertamente el libro de Miguel Mazzeo se suma a los continuadores (críticos) contemporáneos del “marxismo caliente” de Mariátegui que apuestan en actualizar su pensamiento, en el sentido propuesto por Walter Benjamin, o sea, en la búsqueda de toda realización potencialmente crítica y revolucionaria, a través de los “elementos de socialismo práctico”, para así, interrumpir el curso de la historia de los vencedores. Tampoco estamos aquí ante el caso, como suele esperarse, de una lectura absolutamente fiel. El autor, al contrario, es más tributario de una cultura herética, como por ejemplo la del historiador E. P. Thompson, quien decía graciosamiente que “no existe amor, sin amantes”. A fin de cuentas, la piedad filial no siempre es la mejor prueba de fidelidad, pues hay a menudo más fidelidad en la infidelidad crítica del que en la beatería dogmática.
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