Cuba :Mis fotogramas de Chávez, Ismael Francisco
Te conocí aquella noche en el aeropuerto José Martí, cuando bajaste las escalerillas del avión que te traía de Caracas, con tu esbelta figura, y tu ropa impecable con cuellito chino. Allí estaba Fidel para darte la bienvenida, algo que no entendí en aquel momento, pero hizo a mi foto portada de Granma. Después fui con mi lente al Aula Magna de la Universidad de La Habana, donde pronunciaste un gran discurso. A mi regreso al hogar le comenté a mi padre: “Este hombre, o es un gran farsante, o será un grande de Nuestra América”. Unos meses después, recibí en mi casa a dos venezolanos que tenían su cámara rota, y me hablaron de Chávez, el hombre del golpe a Carlos Andrés Pérez. Ellos me explicaron algunas cosas y comencé a entender por qué la presencia de Fidel aquella noche de tu primera llegada a La Habana. En noviembre de 1997, viajé a Caracas, en pleno apogeo electoral, y te vi de nuevo en el televisor, en un debate presidencial. Recuerdo tu discurso humilde, sincero, quizás de pocas aspiraciones, pero pidiéndole a los que se abstenían a votar que lo hicieran por ti. No querías Adecos, tampoco Copeyanos: querías venezolanos. Luego, supe que eras presidente y reconozco mi sorpresa. Me sentí feliz. Ya era tu admirador, ya me había seducido tu sonrisa. No solo eras mi esperanza, la de Venezuela; sino la de América. Sufrí tus llegadas al aeropuerto de La Habana, donde no se respetaba protocolo alguno y en más de una ocasión me fui sin foto, pues el alboroto de gente alrededor tuyo y de Fidel era tal que no se veía nada. “¡Fidel!”, así gritaste en el Lobby del hotel Presidente de México, aquella noche del 2 de diciembre del año 2000, cuando un mariachi le cantaba a Cuba y a su Revolución. No quisiste quedar fuera de la celebración, y justo en la puerta del ascensor de aquel hotel charlaste y bromeaste de manera única, por más de una hora, junto a Fidel. Y yo, a tu lado. Recuerdo que hasta conseguiste que nuestro Comandante tarareara el estribillo de una canción. No se me olvida el acto por el primer aniversario del Alba, en la Plaza de la Revolución. Después de mucho batallar, logré una buena foto de Fidel, Evo y tú enarbolando banderitas y sonriéndole al mundo. Una imagen para la historia, una imagen que conservo en mis recuerdos. Nos vimos también en Mar del Plata, en el estadio mundialista en aquel acto previo a la Cumbre de las Américas, donde mandaste el ALCA ¡Alcarajo! Tremendo frió en aquel multitudinario acto, junto a Silvio, Evo y Maradona. Tú, como siempre, espontáneo: te pusiste la gorra de un pionero cubano, justo para hacer mis fotos diferentes. No pudo aquella tarde de frío contener el entusiasmo y el calor humano de los miles de revolucionarios latinoamericanos allí reunidos, quienes dimos el mayor puntapié de la historia al señor Bush. Otro día glorioso lo vivimos juntos en Santa Clara, te esperé encima de un camión y fui delante de tu caravana. Tomé fotos del recibimiento que te dio el pueblo, hasta llegar a la Plaza, donde saludaste al Che, y me arrodillé ante ti, para poder hacer una instantánea con los dos. Sinceramente me estremecí. Después, a tus espaldas, tomé la foto cuando le depositaste la flor al Guerrillero Heroico. Al día siguiente de tu histórico Aló Presidente desde la Plaza del Che, ya en La Habana, en el Palacio de Convenciones, tu prensa presidencial miraba mi trabajo en el diario Granma, mientras Marcelo, uno de tus fotógrafos, me dijo: “¿Tú eres Ismael?: Felicidades por las buenas fotos”. Cuando supe la noticia de tu secuestro estaba en Moa. Había un campeonato de Softbol. Seguí por las televisoras extranjeras cada paso de aquel suceso en el que te involucraron. Simplemente no quería creerlo, quería pensar que era una farsa mediática más. Sentí tanto orgullo al verte regresar al Palacio Miraflores; que creo no se lo dije a nadie. El mismo palacio que conocí en 1997, cuando fui retenido por tirarle fotos a la Casa de Gobierno. Eran épocas de presidente Calderas. Nunca viajé a Venezuela durante tus mandatos; nunca hasta después de saber de tu enfermedad. Siempre confié en la Ciencia y los médicos cubanos que te ayudarían a superarla; y también en tu Dios, ese que tanto invocaste, y que hice mío por tu salud. Llegó el día en que me dijeron “Prepara viaje”, pero sin decirme a dónde. Aquel misterio y tu presencia en Cuba para operarte por primera vez, me hizo pensar de inmediato que mi viaje tendría alguna relación contigo. Y así fue. Era para acompañarte de regreso a tu Patria y que participaras en los actos conmemorativos por el aniversario 200 de la Liberación de Venezuela, con apenas cinco días de haber sido intervenido quirúrgicamente. Recuerdo tu llegada al Aeropuerto acompañado de Raúl. Cuando bajaste con dificultad del auto, cuando extendiste tu mano para saludar al equipo de prensa; entre ellos, Omar de La Cruz, Gladys Rubio y yo. Fue la primera vez que intercambiamos un saludo en el que jocosamente le dijiste a Raúl que yo estaba gordo. No dudo que ambos me sacaron los colores en aquella media noche de tu silencioso regreso a la Patria de Bolívar. En aquel entonces, tus fotos recorrerían el mundo. Todavía yo no tenía plena conciencia de lo que estaba haciendo. Al subir, nos diste las intrusiones precisas para lo que haríamos al llegar a Caracas, que sería a las 3 de la madrugada. Ya en tu tierra, te sentí feliz y fuerte. Desde allí logré fotos que calaron hondo a mis amigos. En aquella oportunidad festejaste el triunfo de la Vino Tinto en el fútbol. Trabajé mis fotos, las miraste, se copiaron en CD y fueron puestas a disposición del mundo a las 7 de la mañana. Nadie sabía en Venezuela que Chávez estaba nuevamente en la Patria de Bolívar. Al salir del aeropuerto de Maiquetía rumbo a Caracas, me sorprendió un amanecer tan bello como tu regreso, lo tengo aún conmigo, por esa suerte que tenemos los fotógrafos de llevar la historia a nuestra casa, sea de donde sea. No volví a verte, no volví a fotografiarte, aunque estuve siempre atento a tus noticias y a tu salud. Me gustó verte bajo la lluvia defendiendo la unidad de tu Revolución días antes de las elecciones. Fue así que lamenté, profundamente, no estar a tu lado. En julio, mientras jugaba softbol en Ciego de Ávila, me asignaron para trabajar con una de tus hijas. Cumplí la tarea de enviarte día a día las fotos a la capital, mientras te dabas tratamientos de quimioterapia. Te aseguro que puse el alma en cada imagen, para ayudar a tu recuperación desde mi humilde trinchera: mi cámara. Confieso que tus palabras pidiendo la unidad y recomendando a Maduro las tareas por venir, me apretaron el alma. Después, ya en Cuba, volví a confiar en tu Dios, en mi Dios, en nuestros médicos, en lo justo de la vida, y de las palabras de Fidel, el día de las elecciones, cunado dijo que estabas bien en aquel mensaje que me dio tranquilidad. De visita en Bayamo, en casa de mi familia supe la noticia de tu regreso. Miré a mi padre y, como siempre, con la dureza de la sinceridad le dije: “Viejo, yo creo que ha regresado para morir en Venezuela”. Y confesé: “No te volveré a ver, Comandante”, seguro de que tu espíritu y tu imagen me acompañarán siempre, porque tengo la suerte de, como profesional del lente, mirar diferente, de llevarte en la mente cuadro a cuadro, instante a instante. Hoy cuando escucho declaraciones, comentarios y opiniones, las que coinciden en que “estés donde estés estaremos contigo”, yo les afirmo que sé dónde estás, no tengo la menor de las dudas: estás en el corazón de millones de hombres y mujeres de buena voluntad de este planeta, y por eso vivirás siempre. A ti te agradezco, Comandante, pues sin tú saberlo, y con mucha humildad, me hiciste un ser humano diferente. Gracias, Chávez.
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