Guatemala: Reconsiderando las utopías: entrevista a Mario Roberto Morales


Por Rosina Cazali 


Revolución, izquierda e incluso comunismo son palabras que evocan un pasado histórico, además de ideales asociados a cambios políticos, sociales, religiosos, culturales y económicos. Mario Roberto Morales, uno de los intelectuales más prestigiosos de nuestro país y protagonista de importantes debates que genera desde sus columnas de opinión, plantea la urgencia de abordar una profunda crítica de los términos en los que se percibe a la izquierda en general y también de lo que ha sido la experiencia de los intelectuales de izquierdas en Guatemala. A través de la presente entrevista, analiza las intenciones de pasquines como el de la Fundación contra el Terrorismo para subrayar lo impostergable de discusiones sobre el deterioro, vigencia o reconsideración de aquellas palabras y de la utopía como territorio ético de acción.

Rosina Cazali: ¿De qué comunismo habla la Fundación contra el Terrorismo?

Mario Roberto Morales: Del “comunismo” que pobló la mente paranoica de Joseph McCarthy en los años 50 del siglo XX, el cual encarna las características satánicas que conforman la ideología fascista conocida como “anticomunismo”, un rosario de maldades sin cuento atribuidas al desaparecido régimen soviético de Stalin. Y aunque Stalin sea tristemente célebre por haber aniquilado a millones de sus compatriotas por disidentes, las nociones que conforman el anticomunismo como ideología fascista son de una estupidez catedralicia para cualquier mentalidad medianamente culta, pues sólo una caterva de ignorantes supersticiosos pudo creer que los comunistas devoraban niños a la cena o que mataban a los ancianos por inútiles o que obligaban a las mujeres a ser promiscuas en nombre del “bien común”, como reza la propaganda anticomunista.

En realidad, el anticomunismo es una ideología para masas miedosas y serviles, pues sólo en este tipo de personas puede prender semejante despropósito. Al socialismo real se le pueden hacer muchísimas críticas fundadas y justas. Pero el anticomunismo es a todas luces sólo una broma criminal que sirvió para meterle miedo a la desinformada sociedad estadounidense y permitir así que, en nombre de un “enemigo externo” satánico, la industria armamentista creciera desproporcionadamente enriqueciendo al ala más derechista del Partido Republicano, que es la que hoy impulsa las guerras vigentes en todo el mundo (bajo la misma “razón”).

RC: ¿Cómo se insertó en América Latina la ideología anticomunista?

MRM: La ideología anticomunista prendió fácilmente en la incultas y serviles derechas católicas de la América Latina de los años 50, pues éstas vieron en él una réplica de las Cruzadas medievales. Y, gracias a las condiciones atrasadamente iglesieras y oligárquicas de países como el nuestro, así lo siguen viendo los hijos y nietos de los fascistas del pasado. Por eso es que el anticomunismo de la frankensteinniana Fundación contra el terrorismo es el mismo del momificado Movimiento de Liberación Nacional (MLN), autollamado “partido de la violencia organizada”, una agrupación fascista al servicio de la oligarquía guatemalteca, a la que le cabe la “gloria” de haber estado compuesta por la servidumbre que ayudó al truncamiento del proceso de modernización de la economía capitalista y del Estado democrático, emprendido por Jacobo Arbenz. El “satánico” enemigo común de estos dos engendros son “los comunistas”, es decir, todos aquellos que no están dispuestos a servir sin condiciones a la oligarquía y al ejército. La mencionada Fundación llama ahora “terroristas” a quienes considera “comunistas”, ilustrando con ello la única manera que conoce la derecha fascista de “estar al día”.

RC: ¿Cómo se ve actualmente la noción de anticomunismo en lo internacional y en lo local?

MRM: Actualmente el anticomunismo está tan devaluado en el mundo que el mismo Estados Unidos lejos de apoyarlo lo ignora. Pero en un país como el nuestro, con un pasado fascista y una ultraderecha neoliberal y militarista, vemos florecer organizaciones como la Fundación contra el terrorismo, la Asociación anticomunista, Avemilgua y la Liga Pro Patria, las cuales son agrupaciones cavernarias –compuestas por gente increíblemente inculta–, las cuales llaman “terroristas” a los activistas de derechos humanos, los intelectuales de izquierda, las feministas y los estudiantes de la Universidad de San Carlos. Todo esto se encuentra profusamente ilustrado, en su aspecto doctrinario y de denuncia directa, en un documento titulado “Informe preparado para el Presidente de la República y autoridades gubernamentales en materia de seguridad, justicia y desarrollo energético”, escrito por Miguel Lisandro Castillo Girón, profesor del Instituto de estudios políticos y relaciones internacionales de la Universidad Francisco Marroquín (neoliberal), en el cual se criminaliza la protesta social contra la minería y los movimientos populares en general, enmarcándose en la fascista Política Nacional de Seguridad del gobierno kaibil de Pérez Molina (MRM, “Promoviendo la conflictividad”, elPeriódico 30-1-13). Esta misma dependencia de la UFM produjo un libelo firmado por un tal Anton Koursinov, en el que se ataca a la FLACSO-Guatemala en nombre del anticomunismo de guerra fría. ¿Hay mayor atraso y estupidez que éstas en lo relativo a la intención política fascista (franquista) de justificar la represión y el aniquilamiento de activistas comunitarios, estudiantes e intelectuales? 

RC: ¿Quiénes representan esta visión?

MRM: La gente que pergeñó este panfleto es la misma que ahora busca negar el genocidio y salvar a Ríos Montt, amenazando con la muerte a quienes aprueban el veredicto histórico del pasado 10 de mayo. Además de las organizaciones fascistas ya mencionadas, se trata de los “camisas blancas” (de la UFM) del caso Rosemberg, del CACIF y demás agrupaciones empresariales de ultraderecha, incluidas las fundamentalistas protestantes. Todas estas son las que hablan de “comunismo” y “terrorismo” en la actualidad. Es decir, la canalla fascista integrada igualmente por torturadores y profesores universitarios, pastores evangélicos, secuestradores y robacarros, habiendo pasado por las conocidas piaras de wannabes clasemedieros de derecha “cool” y “posmo” que disparatan con torpeza e impunidad en los medios masivos oligárquicos. Este es el anticomunismo “aggiornato” de Guatemala.

RC: ¿Estarías de acuerdo con que hay un lado tragicómico en la publicación titulada “La farsa del genocidio en Guatemala”?

MRM: Ese pasquín es plenamente risible. No es trágico. Y lo mismo puede decirse de los que lo han seguido. Lo que es trágico es lo que la derecha que lo produjo ha hecho en Guatemala. Pero la publicación es sólo estúpidamente risible. Ni siquiera llega a ser cómica, porque la comicidad implica ingenio, agilidad mental. Y esto es pura “inteligencia militar”, valga la contradicción. Es el típico panfleto anticomunista de los años 50: truculento, melodramático y, ahora sí, terrorista. Diseñado para espantar a mentes débiles. Se trata de pura basura intimidatoria, digna de La Mano Blanca, el CADEG y El Buitre Justiciero.

RC: ¿Qué vigencia tienen los temores que busca remover y revivir el discurso de esta publicación?

MRM: Ninguna vigencia. La era bipolar se acabó. Y en Guatemala no sólo no hay comunistas sino que tampoco hay izquierda organizada que tenga algún peso político. La idiotez del anticomunismo “retro” de la actualidad es el único recurso que tiene la especie en extinción de dinosaurios de guerra fría que deambulan a destiempo por ahí, para protestar porque la Historia los ignora y ellos no logran comprenderlo y menos aceptarlo. Hoy, quienes luchan no son comunistas, sino comunidades cuyo entorno es envenenado por la minería, y también las víctimas del genocidio contrainsurgente perpetrado por sabuesos uniformados, cuya pedestre calidad humana está a la vista en sus declaraciones a los medios masivos.

RC: Digamos que esta publicación es, para decir lo menos, una curiosidad. Sin embargo, indirectamente, abre la puerta a una discusión necesaria: ¿es posible reconsiderar la idea de comunismo? ¿Qué vigencia tiene su esencia y conceptos básicos?

MRM: Comunismo le llamó Marx a la etapa superior del socialismo, cuando las fuerzas productivas hubieran llegado a un desarrollo tal que el Estado no sería ya necesario porque no habría para qué normar lo que se tendría que hacer con el excedente productivo, ya que nadie tendría necesidad de trabajar para nadie. En otras palabras, el comunismo es una utopía. Y la utopía es una guía para la acción, no un punto de llegada. Es como la Estrella de Belén, que señala el camino. Pero una vez llegados al punto que la Estrella señala, ésta sigue estando distante, marcando el camino para nuevos puntos de llegada. La utopía, pues, no es realizable, porque dejaría de ser utopía. Eso era el comunismo: una meta que guiaría a la sociedad socialista. Pero esa posibilidad se truncó. Lo que se plantea actualmente es la posibilidad de democratizar el capitalismo para crear así condiciones de volver a transitar el camino hacia el socialismo de maneras adecuadas a las nuevas circunstancias. La utopía comunista ni siquiera resulta pensable políticamente porque la política es el arte de realizar lo que es posible, no lo que es imposible. Y en este momento no sólo el comunismo, sino también el socialismo, son imposibles. Lo que es necesario hacer es democratizar el capitalismo mediante el apoyo a la pequeña empresa y la pequeña propiedad agrícola. Y en nuestro medio el único impedimento para esto es la oligarquía y sus sabuesos: la canalla fascista y la universidad neoliberal (que son lo mismo).

RC: ¿Y el concepto de izquierda?

MRM: La izquierda como concepto denota una fuerza política que lucha por el bienestar de las mayorías y no sólo por el de las élites. Mientras haya personas que luchen por esto, habrá izquierda. En nuestro medio, la izquierda es un conjunto disperso de grupos e individuos (remanentes de la guerra) con demasiados resquemores personales entre sí como para converger en nada. Es necesario que la generación de la guerra se muera para que surja otra izquierda. Pero no hay que esperar a que muera de muerte natural. Una nueva generación de izquierda puede matarla ignorándola y planteando algo diferente, que pase por democratizar el capitalismo hasta donde esto sea posible: una izquierda anti-oligárquica, pro-pequeña empresa, y conocedora de las posibilidades del país en materia de una productividad que incorpore a todos en el empleo, el salario y el consumo, a fin de superar nuestro estado económico actual, basado en las remesas de los “ilegales” y el lavado de narco-dinero, el cual constituye la sangre del sistema financiero oligárquico. El panfletarismo setentero de izquierda debe morir junto con el de derecha de la Fundación terrorista. Porque ambos extremos se tocan en su discurso truculento, hemoglobínico, demagógico y desfasado.

RC: Antes de reabrir un canal partidista, ¿la izquierda debe emerger como forma de pensamiento, como postura ante la sociedad?

MRM: No hay recetas en este sentido. Creo que el pensamiento de izquierda resurge en algunos intelectuales que empiezan a producir pensamiento político. También en algunos medios masivos independientes y en los movimientos de masas contra la minería y el genocidio. Y este es un fenómeno intergeneracional que involucra a amplios sectores de la sociedad civil. Lo deseable es que nada de esto dependa exclusivamente de la cooperación internacional porque, para que sea efectiva, la agenda política de emancipación debe ser enteramente propia y no estar al servicio de agendas ajenas. Si no, seguimos en lo mismo: trabajando para otros.

RC: En Guatemala, ¿qué oportunidades reales tiene una postura de izquierda? ¿Desde dónde puede emerger?

MRM: Hay mucho oportunista “de izquierda”, progre y políticamente correcto deambulando por ahí. Y en esta categoría caben hombres y mujeres, indígenas, ladinos y criollos. De ellos no surgirá nada porque ya habría surgido, han tenido mucho tiempo y dinero para actuar y no han hecho nada. Un proyecto político (no sólo una postura) de izquierda pasa por luchar por la democratización (o des-oligarquización) del capitalismo y no por consignas absurdas como “Socialismo o muerte” (la cual me parece de una irresponsabilidad sospechosa) o “Apostarle al futuro” y tonterías biempensantes por el estilo. Como todos los proyectos de izquierda, este debe nacer del pueblo y de sus intelectuales orgánicos, no de las agencias de cooperación ni de sus burócratas progres. Las oportunidades de un proyecto de izquierda son enormes, siempre que la gente que lo impulse sea inteligente y culta, y no panfletaria ni amargada ni resentida. La política es un arte que se ejerce mediante la lucidez, y ésta requiere frialdad cerebral y ardor emocional, combinados en dosis adecuadas según la situación. Lo que les toca hacer a los intelectuales de izquierda es formar cuadros políticos de izquierda crítica que estén a la altura de la coyuntura local y global, a fin de echar a la basura a la clase política tonta, inculta y corrupta que infesta la institucionalidad democrática en un porcentaje demasiado elevado para lo que nos conviene como pueblo.

RC: ¿Cómo te explicas que políticos que en su juventud fueron gente de izquierdas, con inquietudes intelectuales, estén en contra de procesos de aplicación de justicia como el que vivimos actualmente? 

MRM: Dinero… protagonismo… liviandad… aseguramiento de vejez… endeblez moral católica… 

RC: Tradicionalmente ser de izquierdas es ser anticapitalista. Actualmente, lo que consideraríamos como izquierda, ¿tendría que ser anti-neoliberal?

MRM: Claro. Porque el neoliberalismo es la ideología del capitalismo en su fase corporativa transnacional o pos-imperialista. Lo cual no quiere decir que el imperialismo haya desaparecido. Sólo significa que cambió de mecanismo de acumulación.

RC: Pensando en las nuevas generaciones, para las cuales la televisión y la computadora son la escuela primaria, donde aprenden a desear y consumir, ¿cómo transmitirles la necesidad de poner en cuestión esa lógica consumista que se ha vuelto canónica?

MRM: A gran cantidad de jóvenes hay que darlos por perdidos y no gastar energías en rescatarlos. Ocurre con ellos lo que con los viejos árboles torcidos: que ya no se enderezan. Hay que poner el ojo en la niñez y en la juventud reciente. Con ellos hay que trabajar para que aprendan a manejar el código letrado y no sólo el audiovisual, que es aquel cuyo consumo compulsivo produce el intelicidio que se expresa en las adicciones al internet, al chateo, a los videojuegos y a la liviandad relativista “cool” y “posmo” de las redes sociales. Esto se lograría por medio de tomar el control del sistema educativo. En Guatemala, ciertas agencias de cooperación y la derecha neoliberal, así como el esencialismo “maya” han hecho un enorme daño a los contenidos educativos. Pero todo eso es reversible si tomamos el control del Estado y desde allí replanteamos el sistema para caminar hacia una educación historicista, crítica (de ejercicio del criterio) y radical (de ir a la raíz causal de los problemas). Los padres de familia preocupados por el intelicidio al que están expuestos sus hijos, deberían leerles libros antes de que aprendan a leer por su cuenta. Así establecerían un vínculo afectivo entre ellos, el objeto libro y el universo sin fin de la imaginación literaria, la cual es básica para desarrollar la creatividad, que es la forma en que un ser humano expresa su libertad. No haciendo clic en una manita prefabricada para no decir sino “me gusta”, renunciado con ello a la opinión fundamentada y al juicio crítico. Quien no tiene imaginación, no es libre.

RC: Frente a ese panorama de tanta aridez irracional, ¿cuál es tu aporte y postura como intelectual de izquierdas? 

MRM: Lo que yo trato de hacer es librar la lucha ideológica como “intelectual público”, esa clase de intelectual que Gramsci proponía como alguien que no permanece encerrado en la academia. Lo hago desde el periodismo de opinión, desde la cátedra universitaria y desde el ensayo político. También desde la literatura, con mis novelas sobre todo. Y desde hace algunos años me he dado a la tarea de asistir gratuitamente a jóvenes que así me lo solicitan a forjarse una cultura política bajo principios de historicidad, criticidad y radicalidad. Es decir, estudiando los hechos sociales históricamente por medio del ejercicio autoformado del propio criterio libre y yendo a la raíz de los problemas, que es lo que quiere decir radical. Ahora bien, independientemente de este esfuerzo, de hecho existe ya en el país un pequeño pero efectivo grupo de jóvenes intelectuales de izquierda (dispersos y provenientes de distintos estratos sociales e instituciones educativas) que bien podrían constituir un “bloque histórico” que, como quería Gramsci, contribuya a darle forma y orientación al cambio social en esta era de globalización del capitalismo corporativo transnacional y de posmodernidad “cooltural” masiva. En cuanto a mi postura, en mi país, ésta es anti-oligárquica. En el plano internacional, me ubico con las posiciones de la alterglobalización, el ecologismo político, el feminismo no-antimasculino, el relativismo cultural crítico y la democratización del capitalismo como táctica de crear condiciones para rehabilitar la posibilidad de caminar hacia la construcción de un socialismo que supere al “socialismo real” de la guerra fría; esto, a partir de alianzas interclasistas, las cuales extraerían su naturaleza de la situación concreta del país de que se trate. Para mí país, he propuesto el diseño de un “interés nacional” multiclasista que nos incluya a todos en el empleo, el salario y el consumo, e incluso he llegado a proponerle a la oligarquía no sólo ser clase dominante, sino también clase dirigente de un proyecto capitalista democrático, en condiciones de igualdad con la pequeña burguesía, las capas medias y las masas populares. Y esto no es utópico. Es el único camino que le queda a la oligarquía para sobrevivir. Si no lo hace, la conflictividad social la derrocará inevitablemente. No digamos a los sectores militares y neoliberales fascistas que son sus perros de presa.

RC: Se habla mucho de reconstruir nuestra sociedad. Pero no existen planos sobre una construcción previa. Ya no hay coordenadas de lo que soñamos y una revolución puede ser más bien una pesadilla… 

MRM: Lo que se destruyó fueron las coordenadas que articularon el pasado. Y lo que menos conviene es vivir en la nostalgia “de lo que pudo haber sido y no fue”. Esto está bien para el bolero. Pero no para el pensamiento creativo ni la acción política. Como quería Mariátegui, la revolución será “creación heroica” o no será. A mi generación le toca ahora formar cuadros nuevos que piensen por sí mismos, y no que piensen como nosotros pensamos ahora y mucho menos como pensábamos cuando protagonizamos los hechos de izquierda cuyos efectos siguen marcándole el paso a nuestra sociedad. Este es el gran error de la universidad neoliberal: que forma robots repetidores y estanca su pensamiento y lo hace moverse en círculo, sin posibilidades de desarrollo. Ahora bien, esto no quiere decir que haya que olvidar el pasado o romper artificialmente con él, porque si no comprendemos de dónde venimos, no podemos saber hacia dónde vamos. En tal sentido, a los nenes “rebeldes” que hasta hace poco descalificaban (con aburrimiento existencialista “retro”) el conflicto armado como algo pasado de moda, les cae al pelo esta bofetada en la cara que es el juicio a Ríos Montt, para que despierten de su exhibicionismo estéril y tomen partido. Pero, insisto, no hay que preocuparse de los jóvenes que ya están torcidos. Hay que centrarse en los que buscan comprender críticamente su país, y en la niñez. Con ellos se puede diseñar un plan de futuro que nos incluya a todos en el trabajo y la prosperidad, y no sólo a las élites. Con ellos se puede construir un interés nacional multiclasista conformado por un proyecto económico basado en la productividad, por un proyecto político basado en la plena ciudadanía democrática de todas las clases sociales, y por un proyecto intercultural que garantice la práctica igualitaria de todas nuestras diferencias étnicas.

RC: ¿Qué diferencias se demarcan entre una visión de derechas y una de izquierdas sobre la cultura? 

MRM: La derecha ve la cultura como un producto cosmético y de consumo hedonista (me gusta o no me gusta, es bonito o es feo) porque su escasa formación intelectual le impide relacionar la producción simbólica con los movimientos de la economía y la política y, por tanto, no puede leer correctamente ni el arte ni las culturas populares y tampoco los productos de la industria cultural. Con todos ellos establece sólo relaciones de consumo. La izquierda por su parte sí tiene toda una producción artística y de crítica cultural que está a la vista del mundo. En nuestro país, la gran mayoría de los intelectuales y artistas de importancia desde principios del siglo XX ha sido de izquierda.

RC: En un sentido ético, ¿es viable creer en palabras como utopía o solo hay que rescatarlas cada cierto tiempo? 

MRM: No se trata de creer o no en la palabra utopía ni de idear un mecanismo fijo de rescate de la misma cada cierto tiempo. En este momento no es utópico luchar por la democratización del capitalismo como táctica para crear condiciones a fin de replantear la posibilidad socialista. Una vez allí, la utopía puede emerger de nuevo como algo políticamente útil. Ahora bien, como guía estratégica de largo plazo, la utopía siempre seguirá funcionando en las mentes y en los corazones de la gente lo suficientemente sensible como para que le importe la suerte del prójimo y la suya propia. La utopía, como dije, es una guía para la acción. 

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