Martín Mosquera
Viento Sur, 13 de abril de 2014
Los irreductibles
Junto a Daniel Cohn-Bendit y Alain Krivine, Bensaïd fue uno de los principales referentes de mayo del 68. Sus biografías respectivas son representativas de las evoluciones posibles de aquella generación: Cohn-Bendit bien podría considerarse el ejemplo paradigmático del “rebelde arrepentido”. Luego de su famoso radicalismo juvenil, actualmente se ha reconvertido en un honorable miembro del Parlamento europeo, adaptado hace mucho tiempo al social-liberalismo y partidario de los programas de ajuste y austeridad en Europa. Por su parte, Bensaïd hasta su muerte, como Krivine actualmente (militante del Nuevo Partido Anticapitalista, NPA), continuó comprometido – con lucidez y lejos de cualquier nostalgia romántica – con la vocación sesentiochista de cambiar la vida y transformar la sociedad. Fidelidad a una tradición y a una lucha, pero lucidez y apertura desprejuiciada para sacar las conclusiones de las experiencias pasadas y para captar las claves de un periodo nuevo. Esto convirtió a Bensaïd en una personalidad fundamental de la cultura socialista de nuestro tiempo, en un puente entre dos generaciones: aquella del 68, protagonista de la lucha del siglo XX y sus derrotas, y las emergentes camadas militantes, que no se identifican necesariamente con las claves y las delimitaciones del pasado. Bensaïd fue también, desde la muerte de Mandel, el mayor referente teórico-político de la IV Internacional.[1]
Al igual que los grandes dirigentes históricos del movimiento obrero (Lenin, Trotsky, Gramsci, Luxemburgo, por caso), la vitalidad del pensamiento de Bensaïd no se expresa más en sus obras sistemáticas que en sus documentos partidarios, en sus informes para los congresos de la Internacional o en sus artículos polémicos con otras corrientes políticas. Pese a que lega una vasta obra, heterogénea en sus temas y autores (de Benjamin y Derrida, a Louis Auguste Blanqui y Juana de Arco, de la cuestión del tiempo y la filosofía de la historia, a la crítica a la aplicación de la “teoría de los juegos” al análisis social) el grueso de su pensamiento se vincula , directa o mediatamente, a los grandes temas políticos del marxismo: la redefinición programática del socialismo contemporáneo, el debate estratégico, la teoría del Estado y la política, la incorporación del “ecosocialismo” como un componente estratégico de las luchas emancipatorias, el balance de las experiencias revolucionarias pasadas y las lecciones del socialismo del siglo XX.
Una nueva época histórica
El pensamiento político de Bensaïd toma como punto de partida una constatación: la desarticulación del “campo socialista” constituyó el epílogo de una derrota de alcance histórico que sufrió la clase trabajadora en las postrimerías del siglo XX. Este episodio cerró una etapa completa de la lucha de clases, aquella correspondiente al “corto siglo XX” iniciado con la guerra mundial y la revolución de Octubre. Dice Bensaïd:
Los grandes enunciados estratégicos de los que aún somos hacedores datan en gran parte de este período de formación, anterior a la Primera Guerra Mundial: se trata del análisis del imperialismo (Hilferding, Bauer, Rosa Luxemburgo, Lenin, Parvus, Trotsky, Bujarin), de la cuestión nacional (Rosa Luxemburgo de nuevo, Lenin, Bauer, Ber Borokov, Pannekoek, Strasser), de las relaciones partidos-sindicatos y del parlamentarismo (Rosa Luxemburgo, Sorel, Jaurés, Nieuwenhuis, Lenin), de la estrategia y los caminos del poder (Bernstein, Kautsky, Rosa Luxemburgo, Lenin, Trotsky). Estas controversias son tan constitutivas de nuestra historia como las de la dinámica conflictiva entre revolución y contrarrevolución inaugurada por la Guerra Mundial y la Revolución Rusa. Más allá de las diferencias de orientación y de las opciones a menudo intensas, el movimiento obrero de esta época presentaba una unidad relativa y compartía una cultura común. Se trata, hoy en día, de saber qué queda de esta herencia, sin dueños ni manual de uso (Bensaïd, 2004).
La suerte de las experiencias revolucionarias pasadas obliga a volverse también sobre los peligros que afectan desde dentro a las aspiraciones emancipatorias. Extraer las lecciones del siglo XX, exige poner en primer plano algunas cuestiones subestimadas por los pioneros del socialismo: los “peligros profesionales del poder”, la cuestión de la democracia y la importancia del pluralismo político; la autonomía de los movimientos sociales respecto al Estado y los partidos; la combinación de la ciudadanía social y la ciudadanía política. Todos estos fueron temas que Bensaïd fue abordando a lo largo de su profusa producción teórica. En tiempos de ontologización y sobre-filosofización del pensamiento político (pensemos en Agamben, Virno, Deleuze o Badiou), el marxismo militante de Bensaïd es una bocanada de aire fresco.
El retorno de la cuestión estratégica
La reflexión estratégica concentró los esfuerzos de los últimos años de Bensaïd. Para él, recrear una estrategia socialista en las condiciones actuales debe empezar por abandonar las presunciones ingenuas en relación a la cuestión del poder que descansan en una improbable generalización espontanea de la democracia directa como forma de resolver todos los problemas del Estado y la política. Abandonar una hipótesis consejista estricta conduce a una conclusión en el plano estratégico: una futura situación de dualidad de poderes no puede concebirse en total exterioridad respecto a las instituciones pre-existentes. El Estado no es una realidad monolítica a la que podemos oponerle en bloque el contra-Estado de los organismos soviéticos, como su exterior absoluto. Las nociones de crisis revolucionaria y doble poder siguen siendo actuales, la ruptura revolucionaria necesita desembarazarse de las viejas instituciones y construir otras nuevas, pero el proceso de constitución de un nuevo poder no es completamente exterior a las instituciones de la democracia burguesa, sobre todo en los países con consolidadas tradiciones parlamentarias
Los “problemas de organización” están también ampliamente presentes en el pensamiento de Bensaïd, en una coyuntura donde la “forma-partido” está en el centro de numerosos cuestionamientos. En este aspecto, el marxista francés evitaba lúcidamente el sectarismo – característico de buena parte de la militancia proveniente del trotskismo – sin ceder al oportunismo y la adaptación propios de estos tiempos. Bensaïd pensaba que, ante la virtual desaparición del estalinismo y el retroceso de la social-democracia, comprometida con la ofensiva neoliberal, ante la emergencia de una nueva generación militante y la relativización de muchas de las delimitaciones políticas del anterior periodo histórico, se abría una posibilidad de alcance histórico: la construcción de “nuevas fuerzas” a la izquierda de la social-democracia, “partidos anticapitalistas amplios”, que articularían a un conjunto de tradiciones teóricas y sensibilidades militantes en torno a una “comprensión común de los eventos y las tareas” de la etapa. A ese objetivo dedicó Bensaïd sus últimos esfuerzos militantes, como lo atestigua la formación del NPA, fundado un año antes de su muerte.
Su obra no está exenta, naturalmente, de debilidades, limitaciones y puntos ciegos. Por caso, un tema que no llegaremos a abordar es su recuperación no lo suficientemente cuidadosa– en un gesto típico del marxismo occidental, desde Historia y conciencia de clase en adelante – del legado de Hegel y la cuestión de la dialéctica.
En el horizonte de devolverle actualidad al proyecto socialista, el esfuerzo teórico y militante de Daniel Bensaïd ocupará un lugar decisivo en la constitución del “nexo de unión entre el «ya no» y el «todavía no»” (Bensaïd, 2002); en la tarea de resguardar, con apertura y sin dogmatismos, el “hilo rojo” entre dos épocas: la experiencia agitada del siglo XX y los nuevos combates que actualmente renuevan las esperanzas y los anhelos de justicia y emancipación.
4/2014
http://www.democraciasocialista.org...
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