GUATEMALA. 20 AÑOS DEL PREMIO NOBEL DE LA PAZ Rigoberta Menchú: “Hoy lo que se observa es una democracia en franco deterioro” 


 16 de Octubre de 2012 ,La Hora

   Hace 20 años, cuando la sociedad aún sufría los embates de la guerra interna y los acuerdos de paz parecían solo una posibilidad, en Noruega se otorgó el Premio Nobel de la Paz a Rigoberta Menchú en reconocimiento a su trabajo por la justicia social y la reconciliación etnocultural, basada en el respeto a los derechos de los pueblos indígenas.Ahora la activista revisa los avances y desafíos de Guatemala que todavía se encuentra polarizada, dividida y, a su criterio, no se encauza hacia la consolidación de la democracia.

El 16 de octubre de 1992 obtuvo el Premio Nobel de la Paz. Explíquenos ¿Cómo vivió esa experiencia y cómo se argumentó en Oslo, Noruega la entrega del reconocimiento?

Recibir el Premio Nobel de la Paz es un acontecimiento excepcional. Desde que el Comité Nobel anunció en octubre que me habría otorgado el premio, hasta recibirlo en Oslo en una hermosa y solemne ceremonia el 10 de diciembre, fueron experiencias extraordinarias, momentos inolvidables de grandes alegrías, muchas emociones que marcaron mi vida entera. Fue como mirar el futuro con confianza y con mucha esperanza, ya que significó un reconocimiento a la lucha de tanta gente, de tantos pueblos por su emancipación, por la justicia social, por acreditar su verdad y sobre todo, un instrumento de los pueblos que sufren desigualdades en todo sentido. Estoy segura que el Premio Nobel de la Paz con el que se me galardonó, en sí mismo fue una de las conquistas más grandes en la lucha por la paz, por los derechos humanos y por los derechos de los pueblos indígenas, no solo en Guatemala, sino en el continente y el mundo. Ese es el espíritu con el cual lo recibí  y que aún sigue vigente. Ha sido y es un medio para continuar con la denuncia de la violación de los Derechos Humanos, que se cometen contra los pueblos en Guatemala, en América y en el mundo, y para desempeñar un papel positivo en la tarea de alcanzar la paz  con justicia social.  Significó un respaldo profundo a los defensores de derechos humanos, la sociedad civil y la verdad de las víctimas del conflicto armado interno en Guatemala. 

También la decisión del Comité Nobel Noruego, a mi juicio, reflejó la conciencia de que por ese medio se daba un gran aliento a los esfuerzos de paz, reconciliación y justicia, y un respaldo contundente a la lucha contra el racismo, la discriminación cultural, para contribuir al logro de la convivencia armónica entre nuestros pueblos.

¿En qué circunstancias se encontraba Guatemala en ese momento?
Guatemala hace 20 años no tenía otro camino más que terminar con el conflicto armado interno con la firma de los acuerdos de paz. Vivía entre las expectativas y las frustraciones de encauzar un diálogo, unas negociaciones y con ello lograr la paz en el país y en la región. En ese año se firmó la Paz en El Salvador y ello era una gran referencia que contribuía, tal como la necesidad propia, a forzar hacia lo concreto, los entendimientos que endeblemente se habían ya alcanzado entre el gobierno y la Unidad Revolucionaria Nacional Guatemalteca. El interés fundamental de la sociedad civil, algunos sectores organizados y el creciente movimiento indígena era que se le diera viabilidad al temario acordado  entre las partes en el  Acuerdo marco sobre democratización para la búsqueda de la paz por medios políticos o Acuerdo de Querétaro, firmado en 1991 y el primero de los doce Acuerdos de Paz suscritos y cuya meta era alcanzar soluciones pacíficas a los principales problemas que generaron el Conflicto Armado Interno. Aunque se vivía todavía la represión y la inestabilidad política, luego del segundo proceso de “elección democrática”, la agitación de los movimientos sociales y sociedad civil era creciente no solo alrededor del proceso de negociación, sino también de cara a sostener la incipiente democracia. Esfuerzos que se vieron en riesgo en 1993 con el autogolpe de Estado de Jorge Serrano Elías. 

¿Cuál es su apreciación de la realidad del país desde 1992 hasta ahora?
Pese a los enormes esfuerzos no ha cambiado mucho. Si bien es cierto existe una agenda derivada de los Acuerdos de Paz, que están vigentes, no se ha dado paso a transformaciones estructurales que permitan la erradicación de las causas de la desigualdad, económica, social, cultural y política. Aunque hubo avances significativos en materia de los derechos civiles y políticos, existen enormes rezagos en materia de los derechos económicos sociales, y culturales. Asimismo, de los derechos colectivos y en particular el de los pueblos indígenas. Las demandas de hace 20 años siguen presentes: la pobreza, los bajos índices de desarrollo humano, las desigualdades tremendas entre la ciudad y el campo, el racismo y la discriminación; los índices alarmantes y crecientes de desnutrición y mortalidad materno infantil que no se ha querido superar y que nos mantienen en el mismo lugar en comparación con otros países. El hecho de no garantizar estos derechos hace posible que las causas que dieron origen al conflicto armado interno sigan latentes. Esta no es una visión pesimista, los números, las estadísticas constatan la realidad. Negar la realidad sería autoengaño.

¿De qué forma  la firma de los Acuerdos de Paz incidió en la consolidación de la democracia?
Más bien la implementación y cumplimiento de los Acuerdos de Paz debieron contribuir a consolidar la democracia. Estos daban la oportunidad de considerar la democracia de manera integral al enfocarla no solamente desde el ángulo político, sino también desde los ángulos económico, social y cultural. Por qué no decir, desde el ángulo del derecho de los pueblos. Es paradójico, pero hace 20 años la expectativa era que  a este tiempo tuviéramos bien sentadas las bases para una democracia real. Hoy lo que se observa es una democracia en franco deterioro. No tenemos una democracia consolidada. Tenemos procesos electorales pero, los resultados no son la consecuencia de un verdadero ejercicio democrático. El ejercicio cívico y político con el cual se construye la democracia se ha sustituido por el mercantilismo electoral. 

En Guatemala todavía se respira un aire de conflictividad. Justamente, recién vimos un ejemplo de eso en Totonicapán. ¿A qué atribuye la polarización social?
Si nos atenemos a las dinámicas políticas y sociales los conflictos siempre estarán presentes. El tema es cómo se encara la conflictividad. Lamentablemente en nuestro país siguen vigentes los esquemas verticales y autoritarios con los cuales la conflictividad social se enfrenta.  Uno de esos caminos ineludiblemente es el diálogo y cuya aplicación, como instrumento, no es al momento en que crujen los conflictos sino al momento en el que la interpretación de la realidad, social, económica, cultural y política obliga a prevenir desencadenamientos lamentables. Con la pretensión de acallar más que de encauzar hacia soluciones la conflictividad, el recurso del Estado es el uso de la fuerza para reprimir. La polarización social presente y su agudización es el resultado de demandas que ni siquiera se escuchan y por lo tanto no se resuelven. La población, los pueblos no solo están fuera del cobijo del Estado sino al momento de demandar la protección a sus derechos son criminalizados y reprimidos. Es notorio  como a  la luz de intereses económicos privados sobre los recursos naturales en territorios indígenas hay una conflictividad y una criminalización creciente, y aquí está el riesgo de la implementación del Terrorismo de Estado o la política de Plan Contrainsurgente del pasado. La reciente masacre  de Totonicapán lo confirma con toda seguridad.

Las expresiones de racismo y odio étnico, muchas veces, parecen de la época de la Colonia. ¿Cómo la sociedad debe responder a este problema?
La discriminación y el racismo en Guatemala lucen a flor de piel. Aparte de que son acciones que se derivan de esquemas de pensamiento y de interés económico y político no superados, también es enfermedad mental y pobreza espiritual de quienes lo practican. La sociedad tiene miedo a encarar este problema por el temor de ciertos actores a perder sus privilegios. Son temores infundados en tanto reconocer y aceptar la diversidad cultural y étnica, antes que otra cosa enriquece a la persona y a la sociedad. El Estado tiene obligación y debe ser el primer interesado en encarar el problema mediante el impulso de políticas públicas y acciones afirmativas. No se trata de privilegiar a nadie, se trata de crear condiciones para la igualdad de oportunidades para todos. La sociedad en principio debe reconocer que este es un problema, que es una enfermedad social. En esa medida puede estar dispuesta a superarlos y un papel fundamental en ello es la educación en un contexto multicultural.

¿De qué forma el premio Nobel la cambió y cómo incidió esto en el país? 
Para mí el Premio Nobel no es un privilegio personal, sino una enorme responsabilidad en sí misma, son 20 años que han transcurrido desde que se me otorgó y el camino con este ha sido de muchas vicisitudes. Tengo que decir que el símbolo del Premio Nobel de Paz ha hecho posible muchas contribuciones, en lo social, cultural, político, a la justicia, democracia, paz  y derechos humanos en Guatemala y a nivel internacional y ello ha sido posible, gracias a los enormes esfuerzos de los compañeros y compañeras de nuestra Fundación, el trabajo de tantas personas, organizaciones, instituciones y algunos gobiernos amigos que nunca nos han dejado solos. En estos 20 años hemos recibido amor, identificación, admiración y el profundo respeto de muchos, y por eso no descansaremos en acompañar a todas las luchas justas. En lo personal me ha dado la oportunidad de impulsar una serie de iniciativas, acumular valiosas experiencia de liderazgo como mujer y como maya. Soy feliz como madre y como esposa. Estoy preparada para comenzar con éxito otros 20 años de lucha. Si bien los temas en los que he jugado un destacado rol, la mayoría son polémicos y muchos son tabú en Guatemala y por eso mismo tienen sus detractores. El Premio Nobel de la Paz, es para Guatemala, es para los pueblos indígenas, es para quienes han encarnado y encarnan el sufrimiento, la marginación, la violencia y el desprecio por su condición, social, económica o étnica aquí y en cualquier parte.  Mantener la Paz es la misión social de todos.

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