Domingo, 05 de Enero de 2014 09:17
Kaos en la Red
La atención internacional se dirige una vez más a la prisión más polémica del mundo: Guantánamo. En medio de las protestas de organizaciones de derechos humanos, comienza la preparación del juicio más esperado de los Estados Unidos: el que enfrentará Jalid Sheij Mohamed...
... autoproclamado cerebro de los atentados del 11 de septiembre.
A pesar de haber permanecido cuatro días recorriendo este «purgatorio» moderno, nunca los pude ver. Ni a Jalid Sheij Mohamed, tampoco a su sobrino, Ammar al Baluchi; ni a Walid bin Attash, ex guardaespaldas de Osama Bin Laden. Mucho menos a Ramzi Bin al Shibh, piloto frustrado de los ataques del 11 de septiembre, ni a Mustafa al Hawsawi. Permanecen aislados por completo de los otros detenidos y según dicen sus abogados, torturados y bajo condiciones que transgreden la constitución norteamericana. alid Sheij Mohamed, autoproclamado Culpable de los atentados del 11 de septiembre. Ha sido sometido 82 vez a la técnica de tortura conocido como «waterboarding», ahogamiento simulado.
Fue en septiembre del 2010 cuando llegué a la bahía de Guantánamo para ver con mis propios ojos lo que pensé eran exageraciones de la prensa. Sin embargo, sólo unos segundos después de aterrizar en esta especie de campo de concentración de alta seguridad, entendí que la visita a la que accedimos unos pocos periodistas, era una sofisticada estrategia de manipulación orquestada por el pentágono. Las indicaciones y reglas que con extrema amabilidad nos dio el sargento Markus T. Hernández, un joven puertorriqueño que nos asignaron como anfitrión, no eran más que normas de cohesión y de censura a la prensa.
Sin otra opción, Ariel Zimerman, camarógrafo, y yo, firmamos un documento donde nos obligaban a comprometernos con que en nuestros videos y fotos no mostraríamos la cara de ninguno de los detenidos, solo los podríamos grabar del cuello para abajo, y más delicado aúnque no cruzaríamos ni una sola palabra con los reos. La advertencia fue clara y cumplida: al final de cada día nos revisarían segundo a segundo el video grabado, cada fotografía y en nombre de la seguridad nacional de los Estados Unidos, los militares borrarían lo que prácticamente «se les viniera en gana».
Firmando el documento.
Las únicas versiones que, durante los cuatro días que duraba la estadía, podríamos escuchar serían la de los militares y los guardias y una surrealista conversación con el «consejero espiritual de los prisioneros» un hombre de confesión musulmana y perfecto inglés, que pidió no mostrar su cara y a quien el gobierno estadounidense le paga, no quiero imaginarme cuanto, por decirle a la prensa cosas como que «muchos de los prisioneros agradecen estar acá y si tuvieran la opción de partir o quedarse, aquí permanecerían».
Esa primera noche, acomodada en una especie de carpa gigante color desierto, con baño y servicios de primera clase, rondaban en mi cabeza artículos, videos investigaciones que literalmente devoré en el trabajo previo de exploración, antes de hacer el desplazamiento.
Aunque mi voluntad era llegar sin prejuicios, seguía repasando en mi cabeza la película «On the road to Guantanamo» (En el camino a Guantánamo) basada en una historia de la vida real y que revela cómo muchos de lo detenidos, eran simples ciudadanos de a pie, que en pleno fragor de la guerra contra el terrorismo, desatada en el 2002, fueron vendidos por locales afganos al ejército estadounidense. Los americanos ofrecían cierta suma de dinero por la entrega de supuesto un terrorista «entre 500 USD y 1000 USD» me contó después uno de los abogados de los detenidos.
Estaban también presentes en mi mente, los informes de Naciones Unidas, de la Cruz Roja y de Amnistía Internacional demostrando con testimonios recogidos a ex prisioneros y abogados, que el lugar, donde esa noche tenía que conciliar el sueño, había sido el espacio donde de varios menores de edad fueron interrogados bajo presiones y condiciones extremas. Era además el escenario de torturas y prácticas insoportables, que había llevado, años atrás, a tres prisioneros a ingeniárselas para terminar con su vida.
Entrevista con el almirante Thomas Copeman, director de la prisión de Guantánamo.
Con los primeros rayos del sol se inició una apretada agenda con diferentes militares responsables de la prisión. Cualquiera que fuera su rango, el libreto que recitaban era el mismo. Uno tras otro repetían que allí no existió ni existe la tortura. «Utilizamos música permanente, y hay rumores que antes de que yo llegara algunos detenidos si eran sometidos a bajas temperaturas o privación del sueño. Esto, previo a los interrogatorios, pero nada que pueda calificarse al nivel de tortura». Me dijo el almirante Thomas Copeman, haciendo eco al discurso que por tanto tiempo sostuvieron George W Bush y el vicepresidente Dick Cheney, quienes aseguraban que si no quedaban huellas visibles en el cuerpo, las prácticas no eran tortura.
Instalaciones utilizadas como centros de Interrogación en los primeros días después de haberse abierto la prisión.
En la tarde empezamos el recorrido por algunos de los siete pabellones. Nos inauguraron con un «paseo» a lo que fue el tristemente celebre Campo Rayos X, unas jaulas en serie que se erigen en medio de maleza, improvisadas por el gobierno de George W. Bush después del ataque a las torres gemelas. Aquí más de 700 detenidos llegaron para sobrevivir, no sólo a los interrogatorios, sino a los bichos y condiciones de la intemperie.
Campo Rayos X, una especie de campo de concentración, con jaulas a la interperie, donde llegaron los primeros detenidos de Guantánamo.
Nuestro guía, Hernández, se apresuró a explicarnos que estas jaulas solo fueron utilizadas cuatro meses y que para abril del 2002 se habían trasladado los prisioneros a las instalaciones del Campo Delta «con condiciones logísticas y sanitarias dignas de una prisión estadounidense».
No muy lejos, permanecen intactos los que fueran los oscuros centros de interrogación. Las sillas corroídas y arrumadas parecen un testimonio silencioso de lo que jamás será completamente revelado.
Sillas usadas en las primeras salas que se improvisaron para los interrogatorios.
La visita al capo Delta, no se diferencia mucho de la visita a otro centro de detención de máxima seguridad. Espacios claustrofóbicos, desde donde los presos más dóciles tienen acceso a una especie de canchas de recreación al aire «libre» rodeadas de alambres y púas, a salones de clase, televisión y a un futbolito. «Aquí por algunas horas, aunque esposados en los pies, pueden disfrutar de cierto esparcimiento» me explicaron.
Es innegable que las condiciones de detención han mejorado con el paso de los años, pero sigue siendo surrealista llegar, por ejemplo, al Campo Iguana donde, cuenta nuestro guía, están los prisioneros «que después de años de encierro, resultaron ser completamente inocentes». «Hoy están libres de cargos». Explica el militar que me pidió no fotografiarlo y que justifica el encierro porque «ningún país quiere recibirlos». Estados Unidos aun no tiene claro que puede hacer con ellos. Añade «por ser inocentes, tienen derecho a estar aquí donde sopla algo de brisa y se ve un poco el mar».
Campo Delta. Algunos detenidos tienen acceso a espacios más abiertos, con momentos para recreación y oración.
Nos dan acceso a la biblioteca con libros que no hablan de nada que pueda «alterar los espíritus» y sobre todo, donde toda imagen femenina o alusiva a un cuerpo del «sexo opuesto», por ejemplo una botella, es tapada con un contact negro. «El Quijote y el Corán son los libros más solicitados».
Al recorrido por los campos 5 y 6, campos de seguridad media, se le suma un tour por la afueras de la prisión. En la Bahía y para mi sorpresa pululan los MacDonalds, discotecas y canchas de Golf. «Comodidades» que rodean el penitenciario para hacerle más vivibles los días a los guardias y sus familias.
No voy a detenerme aquí en los detalles de por que Barack Obama a incumplido la que fuera su primera promesa de campaña «cerrar una prisión que mancha la reputación de todo el pueblo estadounidense». El tema político, como el de derechos humanos, tiene muchas aristas.
También las comisiones militares que retoman esta semana y que son calificadas como una aberrante forma de juicio de extranjeros, que Barack Obama trató sin éxito de desmontar y que ha sido denunciado por cientos de organizaciones del mundo entero. «Si las comisiones militares fueran constitucionales, entonces los ciudadanos estadounidenses también podrían ser juzgados allí». Me explicaba David Remes, uno de los abogados norteamericanos más destacados que trabaja en favor de los detenidos.
En la actualidad hay 171 prisioneros. Unos cinco o seis que, según Estados Unidos, participaron directamente en los atentados del 11-S, están aislados en el llamado Campamento 7 o Platino, que depende directamente de la CIA. Esperan ser juzgados por una comisión militar. Otros 47 reos están en lo que el Gobierno llama ‘detención indefinida’, porque se consideran peligrosos, pero no hay pruebas suficientes para condenarlos. Unos 30 más están en una situación indefinida, entre la cárcel y la libertad. Y, curiosamente, más de la mitad, unos 90, ya tienen autorizada su salida, pero no pueden abandonar la isla porque el Congreso bloqueó los recursos para trasladarlos a los países dispuestos a acogerlo.
Que los juicios contra las supuesto confesos autores del 11 de septiembre, sea la ocasión para insistir que ese proceso de alimentación forzada a la que hoy someten a quienes entran en huelga de hambre en sus comprensible desesperanza, es una práctica tortuosa con la que Estados Unidos intenta frenar un suicido colectivo. Estuve en el hospital carcelario donde se realiza el proceso. Las correas y cadenas adjuntas a las camillas dejan adivinar la escena que se vive.
Algunos detenidos reciben clases de idiomas o en ocasiones. pueden ver televisión una hora a la semana. En la mayoría de los casos están inmovilizados en las manos o en los tobillos
No se si los cuatro detenidos sean o no responsables de los atentado terrorista que cambió la historia. Ellos se autoproclamaron culpables después de ser sometidos a técnicas de tortura. Lo que si confirmé con mi investigación previa es que junto a ellos hay muchos inocentes. Por eso a la salida de la Bahía de Guantánamo, me propuse ubicar en Europa y Estados Unidos a expertos, abogados pero sobre todo ex-detenidos que lograron sobrevivir y salir de este agujero negro. Lakhdar Boumedien, un argelino capturado en Afganistán mientras hacía labores humanitarias con niños víctimas de la guerra, estuvo en Guantánamo en huelga de hambre y fue alimentado por la fuerza durante dos años. En mi encuentro con él en Nice, sur de Francia, lo escuché recordar con lágrimas en los ojos los dolorosos y traumáticos procesos a los que fue sometido durante sus siete años de cautiverio.
El tiempo corre. Que los juicios contra los mediáticos detenidos no silencien las alertas de Organizaciones humanitarias que han tenido acceso al lugar. Aseguran que es cuestión de días antes que los prisioneros comiencen a morir. Me pregunto si estando en su lugar también no preferiría lo mismo. En el año 2009 al asumir su primer mandato presidencial el Presidente Obama, premio nobel de la Paz, afirmó que Guantánamo «probablemente ha creado más terroristas en el mundo de los que ha encerrado». Después de esos días en este gulag o calvario moderno, me temo que el presidente norteamericano, esta vez, no se equivoca. El mundo seguirá pendiente estos días de Jalid Sheij Mohamed, quizás el hombre más repudiado por los norteamericanos, mientras el infierno de Guantánamo sigue ardiendo para los demás detenidos, muchos de los cuales, se sabe que son inocentes.
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