Lunes 6 de octubre de 2014
Viento Sur,
Definir en el contexto actual lo que podría ser una política económica de izquierda es un ejercicio tan peligroso como necesario. Más que desarrollar un programa, esta contribución se limita a proponer observaciones de método, después de recordar sucintamente las razones del fracaso de la orientación de François Hollande. Hay dos tareas que hoy día parecen indispensables si se quiere esbozar un programa alternativo: abandonar el fetichismo de los instrumentos y de las normas para redefinir los objetivos de una política de izquierda, y calcular con exactitud el grado de ruptura necesario.
El anunciado fracaso del "socialismo de oferta"
La actual situación, económica y política, puede explicarse por la gran distancia entre la profundidad de la crisis y los postulados fundamentales de la política de François Hollande. La crisis es profunda, todo el mundo lo reconoce, aunque sin medir realmente su amplitud y lo que ella implica. Esta crisis consiste ante todo en una pérdida considerable e irreversible de producción, de empleos y de productividad, en resumen un cambio de rumbo duradero en comparación con la trayectoria anterior. A esto se añade el hecho de que los rentistas no hayan "asumido sus pérdidas" y que se haya acumulado así un considerable stock de deudas. En el fondo, esta crisis es también la de un modo particular de funcionamiento del capitalismo al que resulta inconcebible volver. Sin embargo, las políticas que se llevan a cabo hoy día en Europa se orientan a restablecer por la fuerza ese modo de funcionamiento, sirviéndose de la crisis para hacer tragar las reformas estructurales que equivalen a una regresión desde el doble punto de vista de los gastos sociales y de las condiciones de la gente asalariada.
Frente a esta terapia de choque, ¿ podría una orientación social-liberal representar una alternativa viable o, al menos, una táctica de contención? Este era en definitiva el proyecto de François Hollande, basado, antes incluso de su supuesto giro a comienzos de 2014, en dos postulados esenciales: apostar por la recuperación del crecimiento y al mismo tiempo volver al equilibrio presupuestario.
François Hollande está convencido desde hace mucho tiempo de que el crecimiento es el único medio para crear empleos, y la condición previa para cualquier redistribución de las riquezas. Lo demostró en una entrevista concedida a esta misma revista en 2008/1, cuando todavía sólo era el primer secretario del Partido Socialista. A la primera pregunta de si había que "actuar políticamente en el reparto del valor añadido entre salarios y beneficios", su respuesta inmediata fue la siguiente: "lo primero es crear más valor añadido. La izquierda no puede estar interesada sólo en la distribución. Debe resolver la insuficiente creación de riqueza". Y añadía -ya entonces- que el necesario apoyo a la demanda "sólo puede ser eficaz si se acompaña con una política de oferta".
Durante su campaña, François Hollande había afirmado de forma muy clara la necesidad de "reequilibrar nuestras cuenta públicas desde 2013 (...), no para ceder a ninguna presión de los mercados o de las agencias de calificación, sino porque es la condición para que nuestro país recupere la confianza en sí mismo"/2. Desde diciembre de 2011, su consejera Karine Berger (en aquel momento directora de mercados y marketing en Euler Hermes) cifraba -ya entonces- en 50 000 millones de euros el esfuerzo presupuestario a realizar/3. En fin, para contrapesar el famoso discurso en Le Bourget, donde señaló al "mundo de las finanzas" como su único adversario/4, François Hollande se apresuró a tranquilizarlo: "en los quince años en que la izquierda ha estado en el gobierno hemos liberalizado la economía y abierto los mercados a las finanzas y a las privatizaciones. No hay nada que temer"/5.
Este proyecto no podía funcionar por una razón sencilla y fácil de prever: los dos postulados no son compatibles/6: la austeridad presupuestaria aleja el crecimiento de forma proporcional, lo que hoy en día es un hecho confirmado. Algunos años más tarde, François Hollande sigue esperando el "cambio" de coyuntura.
Partir de los objetivos
La cuestión que sigue en pie es la siguiente: ¿por qué un gobierno de izquierda no lleva a cabo una verdadera política de izquierda? Antes de intentar responder a ella, hay que preguntarse cuál puede ser el otro "cambio" que conduciría hacia una verdadera política de izquierda. Y para responder a esta cuestión previa, habría que abordar a su vez otra: definir dicha política por sus objetivos más que como una modalidad supuestamente más "social" de adaptación a unos condicionamientos aceptados como tales. Hay que invertir los fines y los medios y empezar diciendo cuáles deberían ser esos objetivos.
Se pueden resumir sencillamente así: asegurar a todas y a todos un empleo y/o una renta decentes, garantizar el acceso a servicios públicos de calidad y, se podría añadir también, un planeta decente. En resumen, la common decency de Georges Orwell. En vez de fetichizar los condicionamientos y los instrumentos, el método bueno consiste en partir de la definición de los objetivos y en utilizar todos los medios del poder político para conseguirlos. Desde este punto de vista, se deberían reconsiderar toda una serie de reglas o de recomendaciones, ya se trate por ejemplo de la salida del euro o del equilibrio presupuestario: ni la una ni el otro debieran ser un fin en sí mismos.
Lo primero, el empleo
Se puede desarrollar esta lógica partiendo de la cuestión central que hoy día es el empleo. Desde este punto de vista, el futuro es sombrío: según la Comisión Europea, la tasa de paro debería pasar del 10,8% en 2013 al 11% en 2015, y del 12,1% al 11,7% en el conjunto de la zona euro/7. En estas condiciones cuesta entender cómo prever un retroceso significativo del paro masivo en los próximos años. Ya va siendo hora de que la izquierda haga de la vuelta al pleno empleo la prioridad de las prioridades.
Pero ocurre que las dos únicas pistas posibles son completamente contrarias a lo que se aplica en estos tiempos: la reducción del tiempo de trabajo y el Estado como empleador en última instancia. Esta última pista ha sido recientemente relanzada por Cédric Durand y Dany Lang/8 retomando las sugerencias de Hyman Minsky/9. La referencia es importante, porque Minsky ha desarrollado una rigurosa crítica del postulado, que tanto gusta a Hollande, de que "el crecimiento económico es deseable y (...) está regulado por la inversión privada"/10. Volvía así al verdadero mensaje de Keynes, para quien "el problema verdaderamente fundamental" era "proporcionar un empleo a cada cual"/11, y que se indignaba: "La fuerza de trabajo del conjunto de los parados está disponible para aumentar la riqueza nacional. Es de locos creer que iríamos a la ruina financiera si pretendiésemos emplearla y que lo más razonable sería perpetuar la inactividad"/12.
Sería un cambio fructífero/13 y adaptado a los países más afectados por la crisis. Un reciente estudio prospectivo/14 sobre Grecia compara varias estrategias de salida de la crisis ("plan Marshall", moratoria sobre los intereses de la deuda, emisión de nuevos títulos de deuda) y demuestra que, dada la débil elasticidad/precio del comercio exterior griego, la mejor estrategia es la del Estado como empleador en última instancia, que tiene "efectos inmediatos sobre el nivel de vida, reduciendo el impacto de la deuda exterior".
Esto supone invertir la lógica capitalista de que hay que ser rentable para poder acceder al ampleo. Es lo que está a la base de los análisis dominantes sobre el desempleo, que se explica siempre por un "coste del trabajo" demasiado elevado respecto a la productividad individual de los trabajadores menos cualificados, o respecto a las normas salariales que se establecen en el mercado mundial. Desde este punto de vista, la disminción de las "cargas" tiene por función hacer rentables, y por tanto facilitar su acceso al empleo, a una parte de los candidatos al empleo. Pero el potencial de creacione de empleo que se puede alcanzar con estas medidas es débil, costoso, e incluso nulo. El principio del Estado como empleador en última instancia pone por el contrario las cosas en su sitio: por un lado, hay millones de personas que buscan un empleo; por otro, hay necesidades que satisfacer. ¿Por qué la sociedad debería privarse de esta aportación potencial?
Un cálculo sencillo demuestra que un millón de empleos públicos pagados al salario medio costaría al Estado 16,4 miles de millones de euros/15, cifra a comparar, por ejemplo, con los 30 mil millones de euros concedidos a las empresas sin tener ninguna garantía de creación de empleos.
El segundo gran cambio sería recuperar la reducción del tiempo de trabajo en el sector privado. La reducción de la jornada de trabajo, al contrario de lo que afirma el discurso patronal, se ha mostrado eficaz. Entre 1997 y 2002 se crearon cerca de dos millones de empleos y la curva del empleo franqueó un escalón espectacular que no se ha vuelto a descender después/16.
La piel de zapa de la socialdemocracia
Utopismo, sobreestimación, cálculos someros, política para tontos: ya se ve a qué se exponen estas propuestas. Estas reacciones demasiado previsibles plantean sin embargo una cuestión de fondo: ¿por qué lo que ha funcionado durante decenios -la búsqueda del pleno empleo y la reducción del tiempo de trabajo- aparece hoy como un espejismo inalcanzable? ¿Por qué pistas que en otro tiempo habrían podido ser calificadas como reformistas o socialdemócratas son consideradas ahora como ultra-radicales?
Una explicación de esta paradoja requeriría un análisis de fondo de la crisis y del período que le precedió/17. Se puede resumir de la siguiente manera: desde mediados de los años 1970, la productividad del trabajo se ralentizó mucho. Ahora bien, los elevados aumentos de productividad habían permitido la puesta en marcha en Francia y en Europa de un capitalismo relativamente regulado y susceptible de redistribuir las mejoras de productividad en forma de creación de empleo, de reducción de la duración del tiempo de trabajo y de desarrollo del Estado social. Al agotarse la fuente, el capitalismo neoliberal sólo tuvo como recurso una reducción de la parte de los salarios, el aumento de la precariedad del trabajo y un recorte del Estado social. La crisis ha hecho estallar esta configuración fundamentalmente inestable y deja a las sociedad enfangadas en una recesión crónica que va acompañada del mantenimiento o de la profundización de las desigualdades, del enquistamiento del paro masivo y del efecto corrosivo de las llamadas reformas estructurales. Y este agotamiento de las mejoras en la productividad implica también una restricción continua del campo socialdemócrata porque su base material se ha reducido como una piel de zapa.
Estamos por tanto en una encrucijada. La elección se plantea entre una gestión "paramétrica" de la configuración heredada de las décadas neoliberales y una bifurcación sistémica hacia otro modelo de desarrollo. La verdadera palanca que permite pasar de una orientación a otra es, contrariamente al postulado fundamental de François Hollande, una modificación significativa del reparto de las rentas, y no la búsqueda ilusoria de una elevada tasa de crecimiento. Teniendo en cuenta la configuración neoliberal, no hay en efecto ninguna garantía de que una vuelta al crecimiento conduzca a un reparto más igualitario, y la experiencia demuestra que la defensa de los derechos de emisión adquiridos sobre la riqueza por una estrecha capa social es en sí mismo un factor recesivo.
El reparto es por tanto la cuestión clave relacionada con las dos palancas de creaciones de empleo antes citadas. La viabilidad de la reducción del tiempo de trabajo supone actuar sobre la captación de las mejoras de productividad por los rentistas, y la creación ex nihilo de empleos públicos implica una reforma fiscal y una financiación del déficit público fuera de los mercados financieros.
Pero el criterio decisivo es la compatibilidad con la perspectiva de una transición ecológica. Debería estar claro, desde ese punto de vista, que el "socialismo de oferta" no responde a ese criterio. Dando prioridad a la competitividad y al equilibrio presupuestario, cierra el camino a la financiación pública de inversiones útiles y da la prioridad a un proyecto bastante vano de reconquista de las partes perdidas de mercado. La prioridad al empleo antes esbozada es por el contrario compatible con la necesaria bifurcación hacia otro modelo de desarrollo menos productivista y más centrado en la satisfacción de las necesidades sociales. Además, no conduce forzosamente al decrecimiento sino a otro contenido del crecimiento.
Las rupturas necesarias
Para poner en marcha dicha orientación y salir de la crisis por arriba, habría que recuperar una buena fórmula de Patrick Artus: "aceptar un rendimiento menor de las inversiones, una rentabilidad más débil del capital"/18. Esta principio, abstracto aunque profundamente justo, permite medir la amplitud del desafío. Y se podría completar repitiendo que no es posible ninguna alternativa si no se levanta la hipoteca de la deuda y se deja intacto el reparto de las rentas. Las rupturas necesarias tiene por tanto dos objetivos principales, aunque en el fondo es sólo uno: actuar sobre los privilegios acumulados por una capa social reducida y cuyo mantenimiento viene de alguna medida garantizado constitucionalmente por las instituciones y los Tratados europeos.
Hay que distinguir dos puntos de vista. Por un lado, se puede considerar razonablemente que en la actual coyuntura política y social estas rupturas están fuera de alcance. Pero si estas rupturas no son abordadas, también resulta razonable pensar que la perspectiva de los próximos años vendrá definida por el desempleo masivo y la regresión social.
El límite fundamental del social-liberalismo es por tanto el siguiente: se niega a abordar las rupturas necesarias, porque implicarían un grado de enfrentamiento social que no está dispuesto a asumir. Y el capitalismo (por lo menos en Europa) ya no logra las mejoras de productividad que constituían la base material de la socialdemocracia/19.
Un programa con "tres niveles"
Podemos atrevernos ya a esquematizar las grandes líneas de un programa de transformación social que debería ir mucho más allá que una política de "demanda", dicho de otra forma, de un relanzamiento por medio del consumo. Combinaría tres "niveles", que deben encajar entre sí. El primero es el de la ruptura, que persigue tres objetivos: dotarse de los medios para otra política protegiéndose de las previsibles medidas de retorsión, reparar los desgastes de la crisis, y construir de entrada una doble legitimidad. Legitimidad social por medio de la mejora inmediata de las condiciones de existencia de la mayoría, dando prioridad a las rentas bajas (Salario Mínimo Inteprofesional y ayudas sociales); legitimidad europea rompiendo con el euro-liberalismo, no en nombre de una salida nacional, sino de un proyecto alternativo susceptible de ser extendido al conjunto de Europa.
El segundo nivel es el de la bifurcación. Pretende enraizar el proceso de transformación sobre todo por medio de creaciones masivas de empleo (reducción del tiempo de trabajo y creaciones ex nihilo de empleos útiles) y la puesta en pie de un nuevo estatuto de los asalariados. Es el medio para poner en marcha el gran cambio que desconecte los empleos de la rentabilidad que puedan aportar. En este proceso, la legitimidad social puede reforzarse con nuevos derechos de los trabajadores, sobre todo en forma de control sobre las modalidades de reducción del tiempo de trabajo y sobre la realidad de los empleos creados.
En fin, un tercer nivel es el de la transición hacia un nuevo modo de desarrollo, basado en tres conjuntos de principios:
- desmercantilización y extensión de los servicios públicos;
- relocalizaciones y nuevas cooperaciones internacionales;
- planificación ecológica y nueva política industrial.
Estos tres "niveles" deben estar presentes desde el primer momento, aún considerando los diferentes ritmos. Así, la revalorización del Salario Mínimo y de las ayudas sociales se puede y se debe adoptar de inmediato. Pero no es en sí suficiente, y se debe combinar con la puesta en pie de un modo de satisfacción no mercantil de los servicios sociales. Tomemos el ejemplo de la vivienda: es sabido que la explosión de los alquileres es una de las principales causas de la degradación del nivel de vida. En estas condiciones, ¿hay que vincular los salarios a los alquileres o sería mejor limitar estos últimos y emprender un programa de construcción de viviendas? Está claro, hay que pasar de una lógica de preservación inmediata del poder de compra a una lógica de oferta de viviendas a precios decentes, aún sabiendo que no puede tener efectos instantáneos.
Este planteamiento tiene el mérito de aportar una respuesta coherente y adaptada al nuevo período abierto por la crisis. Puede parecer utópico o exageradamente radical. Pero, por otra parte, el proyecto social-liberal de adaptación a las actuales reglas del juego es suicida, y por eso Hollande parece condenado a seguir la misma trayectoria que Zapatero en España. Sólo un sobresalto podría desviar esta trayectoria: no bastará con un simple "cambio".
L’ Economie politique, nº 63, julio 2014
Traducción: VIENTO SUR
Notas:
1/ "Quelle politique économique pour la gauche?", entrevista con François Hollande, L’économie politique, nº 40, octubre 2008.
2/ François Hollande, "La dette est l’ennemie de la gauche et de la France", LeMonde.fr, 16/07/2011.
3/ Marc Joanny y Jean-Baptiste Vey, "Hollande pour un effort budgétaire de 50 milliards en 2012-2013", diciembre 2011, latribune.fr, 18/11/011.
4/ Discurso de François Hollande en Le Bourget, 22/01/2012.
5/ "The left war in government for 15 years in which we liberalised the economy and opened up the markets to finance and privatisations, There is no big fear", "François Hollande seeks to reassure UK and City of London", The Guardian, 14/02/2012.
6/ No han faltado los avisos: ver por ejemplo el Manifeste des économistes atterrés [Manifiesto de los economistas aterrados], occubre 2011.
7/ Comisión Europea, Previsiones de invierno 2014: la recuperación gana terreno, 25/02/2014.
8/ Cédric Durand y Dany lang, "L’État employeur en dernier ressort", Le Monde Economie, 7/01/2013.
9/ Hyman P. Minsky, "The strategy of Economic Policy and Income Distribution", Annals of the American Academy of political and Social Science, vol. 409, 1973; Stabilizing an Unstable Economy, McGraw-Hill, 2008 (1986).
10/ Economic growth rare is determined by the pace of private investment.
11/ "The real problem fundamental yet essentially simple... [is] to provide employment for everyone", Keynes, Collected Writing, volumen XXVII, 1980, pg. 267, citado por Alan Nasser, "What Keynes Really Prescribed", Counter-Punch, vol. 19, 2012.
12/ "The whole of the labor of the unemployed is available to increase the national wealth. It is crazy to believe that we shall ruin ourselves financially by trying to find means for using it and that safety lies in continuing to maintain idleness", Keynes, Collected Writing, volumen XIX, 1981, pg. 881, citado por Alan Nasser.
13/ Para propuestas más recientes y algunos ejemplos de experiencias, ver: Pavlina R. Tcherneva, "Full Employment: The Road Not Taken", Levy Economics Institute, marzo 2014.
14/ Dimitri B. Papadimitriou, Michalis Nikiforos, Gennaro Zezza, "Prospects and policies for the Greek economy", Levis Economics Institute, febrero 2014.
15/ Este cálculo tiene en cuenta prestaciones economizadas, gastos fiscales suplementarios y gastos de funcionamiento inducidos. Ver Anne Dobrégeas, "Combien coûte un million d’emplois publics", julio 2013.
16. Michel Husson y Stéphanie Treillet, "La réduction du temps du travail: un combat central et d’actualité", ContreTemps, nº 20; Michel Husson, "Unemployment, working time and financialisation: the French case", Cambridge Journal of Economics, 2013.
17. Michel Husson, "Le capitalisme embourbé", en Hadrien Buclin, Joseph Daher, Christakis Georgiou y Pierre Taboud (dir.), Penser l’émancipation, Offensives capitalistes et résistances collectives, La Dispute, 2013.
18. Patrick Artus, "Et maintenant, que faut-il faire?", Natixis, Flash ne 42, enero 2008.
19. Michel Husson, "Economie politique du social-libéralisme", Mouvements, nº 69, primavera 2012.
El anunciado fracaso del "socialismo de oferta"
La actual situación, económica y política, puede explicarse por la gran distancia entre la profundidad de la crisis y los postulados fundamentales de la política de François Hollande. La crisis es profunda, todo el mundo lo reconoce, aunque sin medir realmente su amplitud y lo que ella implica. Esta crisis consiste ante todo en una pérdida considerable e irreversible de producción, de empleos y de productividad, en resumen un cambio de rumbo duradero en comparación con la trayectoria anterior. A esto se añade el hecho de que los rentistas no hayan "asumido sus pérdidas" y que se haya acumulado así un considerable stock de deudas. En el fondo, esta crisis es también la de un modo particular de funcionamiento del capitalismo al que resulta inconcebible volver. Sin embargo, las políticas que se llevan a cabo hoy día en Europa se orientan a restablecer por la fuerza ese modo de funcionamiento, sirviéndose de la crisis para hacer tragar las reformas estructurales que equivalen a una regresión desde el doble punto de vista de los gastos sociales y de las condiciones de la gente asalariada.
Frente a esta terapia de choque, ¿ podría una orientación social-liberal representar una alternativa viable o, al menos, una táctica de contención? Este era en definitiva el proyecto de François Hollande, basado, antes incluso de su supuesto giro a comienzos de 2014, en dos postulados esenciales: apostar por la recuperación del crecimiento y al mismo tiempo volver al equilibrio presupuestario.
François Hollande está convencido desde hace mucho tiempo de que el crecimiento es el único medio para crear empleos, y la condición previa para cualquier redistribución de las riquezas. Lo demostró en una entrevista concedida a esta misma revista en 2008/1, cuando todavía sólo era el primer secretario del Partido Socialista. A la primera pregunta de si había que "actuar políticamente en el reparto del valor añadido entre salarios y beneficios", su respuesta inmediata fue la siguiente: "lo primero es crear más valor añadido. La izquierda no puede estar interesada sólo en la distribución. Debe resolver la insuficiente creación de riqueza". Y añadía -ya entonces- que el necesario apoyo a la demanda "sólo puede ser eficaz si se acompaña con una política de oferta".
Durante su campaña, François Hollande había afirmado de forma muy clara la necesidad de "reequilibrar nuestras cuenta públicas desde 2013 (...), no para ceder a ninguna presión de los mercados o de las agencias de calificación, sino porque es la condición para que nuestro país recupere la confianza en sí mismo"/2. Desde diciembre de 2011, su consejera Karine Berger (en aquel momento directora de mercados y marketing en Euler Hermes) cifraba -ya entonces- en 50 000 millones de euros el esfuerzo presupuestario a realizar/3. En fin, para contrapesar el famoso discurso en Le Bourget, donde señaló al "mundo de las finanzas" como su único adversario/4, François Hollande se apresuró a tranquilizarlo: "en los quince años en que la izquierda ha estado en el gobierno hemos liberalizado la economía y abierto los mercados a las finanzas y a las privatizaciones. No hay nada que temer"/5.
Este proyecto no podía funcionar por una razón sencilla y fácil de prever: los dos postulados no son compatibles/6: la austeridad presupuestaria aleja el crecimiento de forma proporcional, lo que hoy en día es un hecho confirmado. Algunos años más tarde, François Hollande sigue esperando el "cambio" de coyuntura.
Partir de los objetivos
La cuestión que sigue en pie es la siguiente: ¿por qué un gobierno de izquierda no lleva a cabo una verdadera política de izquierda? Antes de intentar responder a ella, hay que preguntarse cuál puede ser el otro "cambio" que conduciría hacia una verdadera política de izquierda. Y para responder a esta cuestión previa, habría que abordar a su vez otra: definir dicha política por sus objetivos más que como una modalidad supuestamente más "social" de adaptación a unos condicionamientos aceptados como tales. Hay que invertir los fines y los medios y empezar diciendo cuáles deberían ser esos objetivos.
Se pueden resumir sencillamente así: asegurar a todas y a todos un empleo y/o una renta decentes, garantizar el acceso a servicios públicos de calidad y, se podría añadir también, un planeta decente. En resumen, la common decency de Georges Orwell. En vez de fetichizar los condicionamientos y los instrumentos, el método bueno consiste en partir de la definición de los objetivos y en utilizar todos los medios del poder político para conseguirlos. Desde este punto de vista, se deberían reconsiderar toda una serie de reglas o de recomendaciones, ya se trate por ejemplo de la salida del euro o del equilibrio presupuestario: ni la una ni el otro debieran ser un fin en sí mismos.
Lo primero, el empleo
Se puede desarrollar esta lógica partiendo de la cuestión central que hoy día es el empleo. Desde este punto de vista, el futuro es sombrío: según la Comisión Europea, la tasa de paro debería pasar del 10,8% en 2013 al 11% en 2015, y del 12,1% al 11,7% en el conjunto de la zona euro/7. En estas condiciones cuesta entender cómo prever un retroceso significativo del paro masivo en los próximos años. Ya va siendo hora de que la izquierda haga de la vuelta al pleno empleo la prioridad de las prioridades.
Pero ocurre que las dos únicas pistas posibles son completamente contrarias a lo que se aplica en estos tiempos: la reducción del tiempo de trabajo y el Estado como empleador en última instancia. Esta última pista ha sido recientemente relanzada por Cédric Durand y Dany Lang/8 retomando las sugerencias de Hyman Minsky/9. La referencia es importante, porque Minsky ha desarrollado una rigurosa crítica del postulado, que tanto gusta a Hollande, de que "el crecimiento económico es deseable y (...) está regulado por la inversión privada"/10. Volvía así al verdadero mensaje de Keynes, para quien "el problema verdaderamente fundamental" era "proporcionar un empleo a cada cual"/11, y que se indignaba: "La fuerza de trabajo del conjunto de los parados está disponible para aumentar la riqueza nacional. Es de locos creer que iríamos a la ruina financiera si pretendiésemos emplearla y que lo más razonable sería perpetuar la inactividad"/12.
Sería un cambio fructífero/13 y adaptado a los países más afectados por la crisis. Un reciente estudio prospectivo/14 sobre Grecia compara varias estrategias de salida de la crisis ("plan Marshall", moratoria sobre los intereses de la deuda, emisión de nuevos títulos de deuda) y demuestra que, dada la débil elasticidad/precio del comercio exterior griego, la mejor estrategia es la del Estado como empleador en última instancia, que tiene "efectos inmediatos sobre el nivel de vida, reduciendo el impacto de la deuda exterior".
Esto supone invertir la lógica capitalista de que hay que ser rentable para poder acceder al ampleo. Es lo que está a la base de los análisis dominantes sobre el desempleo, que se explica siempre por un "coste del trabajo" demasiado elevado respecto a la productividad individual de los trabajadores menos cualificados, o respecto a las normas salariales que se establecen en el mercado mundial. Desde este punto de vista, la disminción de las "cargas" tiene por función hacer rentables, y por tanto facilitar su acceso al empleo, a una parte de los candidatos al empleo. Pero el potencial de creacione de empleo que se puede alcanzar con estas medidas es débil, costoso, e incluso nulo. El principio del Estado como empleador en última instancia pone por el contrario las cosas en su sitio: por un lado, hay millones de personas que buscan un empleo; por otro, hay necesidades que satisfacer. ¿Por qué la sociedad debería privarse de esta aportación potencial?
Un cálculo sencillo demuestra que un millón de empleos públicos pagados al salario medio costaría al Estado 16,4 miles de millones de euros/15, cifra a comparar, por ejemplo, con los 30 mil millones de euros concedidos a las empresas sin tener ninguna garantía de creación de empleos.
El segundo gran cambio sería recuperar la reducción del tiempo de trabajo en el sector privado. La reducción de la jornada de trabajo, al contrario de lo que afirma el discurso patronal, se ha mostrado eficaz. Entre 1997 y 2002 se crearon cerca de dos millones de empleos y la curva del empleo franqueó un escalón espectacular que no se ha vuelto a descender después/16.
La piel de zapa de la socialdemocracia
Utopismo, sobreestimación, cálculos someros, política para tontos: ya se ve a qué se exponen estas propuestas. Estas reacciones demasiado previsibles plantean sin embargo una cuestión de fondo: ¿por qué lo que ha funcionado durante decenios -la búsqueda del pleno empleo y la reducción del tiempo de trabajo- aparece hoy como un espejismo inalcanzable? ¿Por qué pistas que en otro tiempo habrían podido ser calificadas como reformistas o socialdemócratas son consideradas ahora como ultra-radicales?
Una explicación de esta paradoja requeriría un análisis de fondo de la crisis y del período que le precedió/17. Se puede resumir de la siguiente manera: desde mediados de los años 1970, la productividad del trabajo se ralentizó mucho. Ahora bien, los elevados aumentos de productividad habían permitido la puesta en marcha en Francia y en Europa de un capitalismo relativamente regulado y susceptible de redistribuir las mejoras de productividad en forma de creación de empleo, de reducción de la duración del tiempo de trabajo y de desarrollo del Estado social. Al agotarse la fuente, el capitalismo neoliberal sólo tuvo como recurso una reducción de la parte de los salarios, el aumento de la precariedad del trabajo y un recorte del Estado social. La crisis ha hecho estallar esta configuración fundamentalmente inestable y deja a las sociedad enfangadas en una recesión crónica que va acompañada del mantenimiento o de la profundización de las desigualdades, del enquistamiento del paro masivo y del efecto corrosivo de las llamadas reformas estructurales. Y este agotamiento de las mejoras en la productividad implica también una restricción continua del campo socialdemócrata porque su base material se ha reducido como una piel de zapa.
Estamos por tanto en una encrucijada. La elección se plantea entre una gestión "paramétrica" de la configuración heredada de las décadas neoliberales y una bifurcación sistémica hacia otro modelo de desarrollo. La verdadera palanca que permite pasar de una orientación a otra es, contrariamente al postulado fundamental de François Hollande, una modificación significativa del reparto de las rentas, y no la búsqueda ilusoria de una elevada tasa de crecimiento. Teniendo en cuenta la configuración neoliberal, no hay en efecto ninguna garantía de que una vuelta al crecimiento conduzca a un reparto más igualitario, y la experiencia demuestra que la defensa de los derechos de emisión adquiridos sobre la riqueza por una estrecha capa social es en sí mismo un factor recesivo.
El reparto es por tanto la cuestión clave relacionada con las dos palancas de creaciones de empleo antes citadas. La viabilidad de la reducción del tiempo de trabajo supone actuar sobre la captación de las mejoras de productividad por los rentistas, y la creación ex nihilo de empleos públicos implica una reforma fiscal y una financiación del déficit público fuera de los mercados financieros.
Pero el criterio decisivo es la compatibilidad con la perspectiva de una transición ecológica. Debería estar claro, desde ese punto de vista, que el "socialismo de oferta" no responde a ese criterio. Dando prioridad a la competitividad y al equilibrio presupuestario, cierra el camino a la financiación pública de inversiones útiles y da la prioridad a un proyecto bastante vano de reconquista de las partes perdidas de mercado. La prioridad al empleo antes esbozada es por el contrario compatible con la necesaria bifurcación hacia otro modelo de desarrollo menos productivista y más centrado en la satisfacción de las necesidades sociales. Además, no conduce forzosamente al decrecimiento sino a otro contenido del crecimiento.
Las rupturas necesarias
Para poner en marcha dicha orientación y salir de la crisis por arriba, habría que recuperar una buena fórmula de Patrick Artus: "aceptar un rendimiento menor de las inversiones, una rentabilidad más débil del capital"/18. Esta principio, abstracto aunque profundamente justo, permite medir la amplitud del desafío. Y se podría completar repitiendo que no es posible ninguna alternativa si no se levanta la hipoteca de la deuda y se deja intacto el reparto de las rentas. Las rupturas necesarias tiene por tanto dos objetivos principales, aunque en el fondo es sólo uno: actuar sobre los privilegios acumulados por una capa social reducida y cuyo mantenimiento viene de alguna medida garantizado constitucionalmente por las instituciones y los Tratados europeos.
Hay que distinguir dos puntos de vista. Por un lado, se puede considerar razonablemente que en la actual coyuntura política y social estas rupturas están fuera de alcance. Pero si estas rupturas no son abordadas, también resulta razonable pensar que la perspectiva de los próximos años vendrá definida por el desempleo masivo y la regresión social.
El límite fundamental del social-liberalismo es por tanto el siguiente: se niega a abordar las rupturas necesarias, porque implicarían un grado de enfrentamiento social que no está dispuesto a asumir. Y el capitalismo (por lo menos en Europa) ya no logra las mejoras de productividad que constituían la base material de la socialdemocracia/19.
Un programa con "tres niveles"
Podemos atrevernos ya a esquematizar las grandes líneas de un programa de transformación social que debería ir mucho más allá que una política de "demanda", dicho de otra forma, de un relanzamiento por medio del consumo. Combinaría tres "niveles", que deben encajar entre sí. El primero es el de la ruptura, que persigue tres objetivos: dotarse de los medios para otra política protegiéndose de las previsibles medidas de retorsión, reparar los desgastes de la crisis, y construir de entrada una doble legitimidad. Legitimidad social por medio de la mejora inmediata de las condiciones de existencia de la mayoría, dando prioridad a las rentas bajas (Salario Mínimo Inteprofesional y ayudas sociales); legitimidad europea rompiendo con el euro-liberalismo, no en nombre de una salida nacional, sino de un proyecto alternativo susceptible de ser extendido al conjunto de Europa.
El segundo nivel es el de la bifurcación. Pretende enraizar el proceso de transformación sobre todo por medio de creaciones masivas de empleo (reducción del tiempo de trabajo y creaciones ex nihilo de empleos útiles) y la puesta en pie de un nuevo estatuto de los asalariados. Es el medio para poner en marcha el gran cambio que desconecte los empleos de la rentabilidad que puedan aportar. En este proceso, la legitimidad social puede reforzarse con nuevos derechos de los trabajadores, sobre todo en forma de control sobre las modalidades de reducción del tiempo de trabajo y sobre la realidad de los empleos creados.
En fin, un tercer nivel es el de la transición hacia un nuevo modo de desarrollo, basado en tres conjuntos de principios:
- desmercantilización y extensión de los servicios públicos;
- relocalizaciones y nuevas cooperaciones internacionales;
- planificación ecológica y nueva política industrial.
Estos tres "niveles" deben estar presentes desde el primer momento, aún considerando los diferentes ritmos. Así, la revalorización del Salario Mínimo y de las ayudas sociales se puede y se debe adoptar de inmediato. Pero no es en sí suficiente, y se debe combinar con la puesta en pie de un modo de satisfacción no mercantil de los servicios sociales. Tomemos el ejemplo de la vivienda: es sabido que la explosión de los alquileres es una de las principales causas de la degradación del nivel de vida. En estas condiciones, ¿hay que vincular los salarios a los alquileres o sería mejor limitar estos últimos y emprender un programa de construcción de viviendas? Está claro, hay que pasar de una lógica de preservación inmediata del poder de compra a una lógica de oferta de viviendas a precios decentes, aún sabiendo que no puede tener efectos instantáneos.
Este planteamiento tiene el mérito de aportar una respuesta coherente y adaptada al nuevo período abierto por la crisis. Puede parecer utópico o exageradamente radical. Pero, por otra parte, el proyecto social-liberal de adaptación a las actuales reglas del juego es suicida, y por eso Hollande parece condenado a seguir la misma trayectoria que Zapatero en España. Sólo un sobresalto podría desviar esta trayectoria: no bastará con un simple "cambio".
L’ Economie politique, nº 63, julio 2014
Traducción: VIENTO SUR
Notas:
1/ "Quelle politique économique pour la gauche?", entrevista con François Hollande, L’économie politique, nº 40, octubre 2008.
2/ François Hollande, "La dette est l’ennemie de la gauche et de la France", LeMonde.fr, 16/07/2011.
3/ Marc Joanny y Jean-Baptiste Vey, "Hollande pour un effort budgétaire de 50 milliards en 2012-2013", diciembre 2011, latribune.fr, 18/11/011.
4/ Discurso de François Hollande en Le Bourget, 22/01/2012.
5/ "The left war in government for 15 years in which we liberalised the economy and opened up the markets to finance and privatisations, There is no big fear", "François Hollande seeks to reassure UK and City of London", The Guardian, 14/02/2012.
6/ No han faltado los avisos: ver por ejemplo el Manifeste des économistes atterrés [Manifiesto de los economistas aterrados], occubre 2011.
7/ Comisión Europea, Previsiones de invierno 2014: la recuperación gana terreno, 25/02/2014.
8/ Cédric Durand y Dany lang, "L’État employeur en dernier ressort", Le Monde Economie, 7/01/2013.
9/ Hyman P. Minsky, "The strategy of Economic Policy and Income Distribution", Annals of the American Academy of political and Social Science, vol. 409, 1973; Stabilizing an Unstable Economy, McGraw-Hill, 2008 (1986).
10/ Economic growth rare is determined by the pace of private investment.
11/ "The real problem fundamental yet essentially simple... [is] to provide employment for everyone", Keynes, Collected Writing, volumen XXVII, 1980, pg. 267, citado por Alan Nasser, "What Keynes Really Prescribed", Counter-Punch, vol. 19, 2012.
12/ "The whole of the labor of the unemployed is available to increase the national wealth. It is crazy to believe that we shall ruin ourselves financially by trying to find means for using it and that safety lies in continuing to maintain idleness", Keynes, Collected Writing, volumen XIX, 1981, pg. 881, citado por Alan Nasser.
13/ Para propuestas más recientes y algunos ejemplos de experiencias, ver: Pavlina R. Tcherneva, "Full Employment: The Road Not Taken", Levy Economics Institute, marzo 2014.
14/ Dimitri B. Papadimitriou, Michalis Nikiforos, Gennaro Zezza, "Prospects and policies for the Greek economy", Levis Economics Institute, febrero 2014.
15/ Este cálculo tiene en cuenta prestaciones economizadas, gastos fiscales suplementarios y gastos de funcionamiento inducidos. Ver Anne Dobrégeas, "Combien coûte un million d’emplois publics", julio 2013.
16. Michel Husson y Stéphanie Treillet, "La réduction du temps du travail: un combat central et d’actualité", ContreTemps, nº 20; Michel Husson, "Unemployment, working time and financialisation: the French case", Cambridge Journal of Economics, 2013.
17. Michel Husson, "Le capitalisme embourbé", en Hadrien Buclin, Joseph Daher, Christakis Georgiou y Pierre Taboud (dir.), Penser l’émancipation, Offensives capitalistes et résistances collectives, La Dispute, 2013.
18. Patrick Artus, "Et maintenant, que faut-il faire?", Natixis, Flash ne 42, enero 2008.
19. Michel Husson, "Economie politique du social-libéralisme", Mouvements, nº 69, primavera 2012.
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