Autor(es): Acha, Omar Revista Herramienta
Acha, Omar. Historiador y ensayista. Doctorado en la Universidad de Buenos Aires y en la École des Hautes Études en Sciences Sociales, es investigador del CONICET y docente en el Departamento de Filosofía de la Facultad de Filosofía y Letras. Ha publicado los libros El sexo de la historia (2000), Carta abierta a Mariano Grondona: interpretación de una crisis argentina (2003), La trama profunda (2005), La nación futura (2006), Freud y el problema de la historia (2007), La nueva generación intelectual (2008), Las huelgas bancarias, de Perón a Frondizi (2008), Historia crítica de la historiografía argentina, vol. 1, Las izquierdas en el siglo XX (2009), Los muchachos peronistas (2011); ha compilado en colaboración Cuerpos, géneros e identidades (2000) e Inconsciente e historia después de Freud (2010), Integra los colectivos editores de las revistas Herramienta. Revista de Crítica y Debate Marxista y Nuevo Topo. Revista de Historia y Pensamiento Crítico.
El postmarxismo del teórico argentino Ernesto Laclau diseñó uno de los intentos más ambiciosos por “superar” al marxismo (esa es la clave de la apuesta postmarxista: que el marxismo es obsoleto). El postmarxismo de Laclau adquirió madurez teórica en el libro escrito junto a Chantal Mouffe, Hegemonía y estrategia socialista (1985). Una peculiaridad del marxismo de Laclau consistió en su revisión de las categorías marxistas. Por eso, su postmarxismo no se comprende cabalmente sin la reconstrucción de cuál fue su noción de marxismo, pues afianzó la clave de lectura de otros marxismos posibles. Este trabajo intenta aportar a una concepción crítica de su idea del marxismo y de la política vinculada a su perspectiva nacional-populista consolidada durante los tempranos años sesenta.
Del socialismo a la Izquierda Nacional
Ernesto Laclau (1935-2014) comenzó su militancia política en el seno de la Juventud del Partido Socialista (PS) y en el movimiento estudiantil universitario. La Juventud socialista pasó casi en bloque al Partido Socialista Argentino (PSA), uno de los sectores derivados de la escisión del PS en 1958. En contraste con el otro núcleo surgido de la división, el antipopular Partido Socialista Democrático, el PSA diferenciaba a Juan D. Perón de los obreros peronistas, y planteaba un programa socialista con vocación de liderazgo obrero.
En su primer texto, un artículo aparecido en el órgano de la Juventud del socialismo, Situación, el joven Laclau recogió ideas centrales de un referente del PSA, el historiador José Luis Romero. Impugnó el intuicionismo del ensayismo y las dicotomías del “revisionismo histórico”. Pero aunque reclamó un “análisis marxista” de la historia argentina, señaló que en materia historiográfica también el marxismo “hasta ahora” era discutible por imponer mecánicamente conceptos a la realidad histórica y, por otro lado, en razón de asumir “las polarizaciones procedentes del revisionismo histórico” (Laclau, 1960:18). Concluyó que la historia social argentina estaba “por hacerse”, y las brújulas adecuadas para esa tarea eran textos de Romero y del sociólogo socialista-liberal Gino Germani.
No obstante, el enfoque del joven Laclau expresaba una causalidad diferente a la prolongada “revolución burguesa” romeriana y la “modernización” germaniana. Asumiendo las tesis de la “dependencia” y del “imperialismo” como móviles de la configuración histórica argentina, el “monocultivo”, la inmigración masiva y la organización institucional característicos de la segunda mitad del siglo diecinueve participaban “del programa que las potencias imperialistas reservaban a los países subdesarrollados” (1960:20).
En el temprano ensayo ya aparecen las nociones de “sistema económico” y de “elemento”, que luego tendrán importancia en su comprensión del marxismo y más tarde del postmarxismo. El tratamiento del tema inmigratorio estaba supeditado al análisis germaniano, particularmente en su preocupación por la integración social y, sobre todo psicosocial, de las masas inmigratorias en el nuevo escenario urbano forzado por la ausencia de distribución de tierras. En la línea ilustrada tradicional del socialismo argentino, Laclau adoptó la tesis germaniana de una vieja clase obrera con independencia social, política y organizativa, y una nueva clase obrera proveniente de las migraciones internas (rurales), sin hábitos de organización, sin “canales para asimilarse a su nuevo hábitat” urbano (Laclau, 1960:25). Eso explicaría la declinación del Partido Socialista, construido para integrar a la vieja clase obrera, una clase que ya se encontraba, dos generaciones más tarde, en buena medida incorporada a la clase media. Se requería una actualización de las estructuras partidarias luego de las transformaciones ocurridas en los últimos veinte años, y anticipar las alternativas por venir. Con el objetivo, en el que encontramos novedades temáticas no del todo adecuadas al lenguaje tradicional del socialismo local de “elaborar un plan de liberación nacional, bajo la exclusiva conducción de la clase obrera organizada, cimentado sobre las contradicciones del capitalismo imperialista en este momento de la historia latinoamericana” (1960:24).
Socialista en 1960, Laclau estaba inscripto en la crisis teórica y política de un PSA que pronto se escindiría nuevamente entre una fracción moderada y otra de vocación revolucionaria. Laclau acompañaría a la fracción revolucionaria, el “socialismo de vanguardia”, durante dos años. Luego se comprometió en la construcción de una línea de activismo estudiantil, el Frente de Acción Universitaria (FAU). Con el FAU Laclau ingresó al partido formado en 1962 por la Izquierda Nacional, el Partido Socialista de la Izquierda Nacional (PSIN). Su máximo referente, Jorge Abelardo Ramos, defendió entonces la tesis de que había surgido un partido obrero ya no antinacional como había sido la característica, a sus ojos, de toda la izquierda argentina. En cambio, el PSIN representaría una izquierda adecuada a la condición “semicolonial” del país. Su consigna estratégica era el “apoyo crítico” a los movimientos nacional-populares como el peronismo.
¿Cuáles eran las concepciones políticas del FAU en el momento de disolverse e integrarse al PSIN? En un texto probablemente redactado por Laclau, el Frente declaró en la revista Izquierda Nacional –el órgano teórico del PSIN– que sus orígenes universitarios expresaban la separación de la pequeña burguesía respecto de las “masas populares”, y la escisión de la izquierda entre las “sectas” sin relevancia política y las opciones socialdemócratas afines al poder establecido. Y he aquí la proyección que se confiaba hallar gracias a la acción del PSIN: “incorporar a la pequeña burguesía al eje nucleador del proletariado”, un aglutinamiento “en unidades más vastas [que] surge de las necesidades mismas de la lucha y no es posible postularlo abstractamente” (Izquierda Nacional, n° 4, febrero de 1964).
No obstante, la radicalización era una consecuencia de la condición semicolonial. Un artículo posterior firmado por Laclau sostendrá la modificación de las demandas universitarias hacia una significación política y antisistémica pues “las banderas y reivindicaciones democráticas, en un país atrasado, tienden a transformarse en el curso de la lucha en banderas revolucionarias” (1964d:1). Este pensamiento dependía de una visión desarrollista muy usual en la época. La calificación de la Argentina como un “país atrasado” dificultaba la integración de demandas “populares”. El “sistema oligárquico” era un “anacronismo” (1964h). Por contextualmente inaceptables, las reivindicaciones democráticas tendían a devenir en revolucionarias. El razonamiento afirmaba, entonces, un estancamiento histórico: “La única garantía del desarrollo nacional es el poder popular” (1964e:1).
La búsqueda de un populismo marxista
Laclau encontró en el PSIN una serie de orientaciones estratégicas de perdurable arraigo en su pensamiento. Sin duda que las justificaciones teóricas de las mismas sufrieron mutaciones a veces dramáticas, pero la evaluación del nacional-populismo constituyó un suelo conceptual donde implantaría las variaciones teóricas ulteriores. Esto no significa que el joven Laclau asumiera sin matices el vocabulario político del PSIN, y menos aún la totalidad de las convicciones de Ramos. Por ejemplo, no compartió la pasión primordial de Ramos por hallar facciones nacionalistas e industrialistas del Ejército, ni en estrecha relación con eso y con la asunción de un nacionalismo tradicionalista del “Interior” del país, aceptó la calificación histórica de Julio Argentino Roca como un militar y presidente progresista. Con todo, no descartaba que en algún momento, alrededor de un nuevo “eje histórico” sostenido en la clase obrera, “el ejército reencuentre su tradición sanmartiniana y rompa los lazos que los unen con el 16 de septiembre [de 1955]” (1964b:1; ver también 1969c:19).
La actividad de Laclau en el PSIN se concentró en los años 1964-1965. La dirección del periódico Lucha Obrera fue su faena más exigente, tarea que no obstaculizó una promisoria carrera académica. En esos meses finales de 1963 en que el FAU decidió disolverse en el PSIN, Laclau publicó un breve ensayo historiográfico en la revista Desarrollo Económico, sobre la “historia de las mentalidades”. El texto da cuenta de sus ambiciones intelectuales. Oponía al proyecto de historiografía cultural de J. L. Romero un enfoque marxista, decía, capaz de dar mejor cuenta del cambio histórico. Lo hacía en una versación histórico-filosófica por la cual el marxismo era mucho más que una crítica de la sociedad capitalista: iluminaba el conjunto de la historia humana. Justamente porque postula un “futuro” y respalda la historicidad, “el marxismo representa la única tentativa valida, hasta el presente, de ligar la significación peculiar de un momento del tiempo con la totalidad de la historia humana” (1963:312).
Reconstruiré ahora las líneas directrices de la política defendida por Laclau en el periódico del PSIN. Aunque admito que hay en ello una dosis de estilización retrospectiva, creo que en sus textos es reconocible una matriz política de “populismo marxista”. Al evaluar las alternativas planteadas al sindicalismo apeló al criterio de aglutinamiento de sus demandas en términos de “luchas populares”. Pues si hasta entonces el sindicalismo peronista fluctuó entre tácticas negociadoras e insurreccionalistas, en mayo de 1963 se había producido una elevación en el nivel de “conciencia” y efectividad política, una evolución reiterada en 1964. Al respecto Laclau señaló que se forjaría un “eje histórico de luchas” vinculadas a la consolidación del mercado interno y al combate contra la oligarquía y el imperialismo. Por eso “nuevos planes de lucha, de caracteres progresivamente radicales signarán el proceso de las futuras luchas populares” (1964a:1). No obstante, la mecánica de las luchas tenía un objetivo por lograr: “El punto de llegada de esta trayectoria será el partido socialista revolucionario” (Idem).
Una clave constante de la imaginación estratégica del director de Lucha Obrera consistía en advertir sobre la dispersión de las “fuerzas populares” (1965a:1). Prevenía reiteradamente contra una disgregación particularista. Si bien la clase obrera era la “vanguardia” de las “clases populares”, debía realizar una doble tarea: “al par que conquistar su autonomía, [requiere] superar su aislamiento como clase y darse un programa y formas organizativas que permitan asignarle un papel hegemónico en un futuro frente de clases” (1964h:1). Otra vez, este lugar –que el movimiento peronista no podía ocupar– le estaba reservado razones históricas: “al movimiento obrero le corresponde, en un país semicolonial como la Argentina, la dirección de las luchas por las tareas nacionales que la burguesía es impotente para realizar” (Idem). Desde luego, esas tareas requerían de un “partido obrero” que “al par que verifique la independencia política de la clase obrera, permita integrar dentro de una estrategia revolucionaria las tareas democráticas” (Idem).
En cambio, atacar al “sistema” consistía en acelerar sus divisiones internas, requisito indispensable para socavar sus fuerzas: “La táctica central de las fuerzas populares es acelerar al máximo este proceso de disgregación, sin el cual es impensable cualquier toma del poder. Si el acceso al poder de los sectores populares no podrá resolverse sin lucha armada, toda la etapa previa debe emplearse en una lucha sin cuartel por quebrantar al sistema y acelerar sus crisis” (Idem).
Ahora bien, ¿cómo vincular políticamente a la clase obrera con la pequeña burguesía, las dos fuerzas sociales cuya unión era postulada como decisiva para cualquier proyecto transformador? La unidad política no podía ser cabalmente realizada con el método de tomar aisladamente obreros y estudiantes en un ambiente artificial. Tal era el error de las “sectas de izquierda” que así jamás logran consolidar un partido “sino un ateneo de salvacionistas” (1966:1). Se debía partir de las experiencias específicas, mostrando que no bastan las luchas “parciales”.
Como en textos ya citados, trabajadores y estudiantes se hallaban “objetivamente enfrentados” con el sistema; por lo tanto, debían adquirir “conciencia histórica” del enfrentamiento. Pero mientras los obreros poseían un “agudo realismo” forjado por su lugar en el sistema productivo, la pequeña burguesía vanguardista tendía a la “especulación abstracta”. He allí el obstáculo a la “síntesis histórica” que –era el objetivo del PSIN– construiría “puentes prácticos” entre la clase media y la clase obrera. Laclau no se privaba de resolver ese desafío en una esperanza escatológica y necesarista: “La historia trabaja en ese sentido, a nuestro favor, y el surgimiento del socialismo revolucionario es tan necesario como próximo” (1966:1). Esta frase es reveladora de su manera de comprender el marxismo.
En un trabajo de divulgación distinguió “los dos grandes esquemas totalizadores del siglo XIX: el positivismo y el marxismo” (1968a:21). Mientras el positivismo fue “expresión ideológica de la confianza en sí misma de una burguesía en el apogeo de su expansión” (1968a:23), el “materialismo dialéctico” fue “expresión del nuevo proletariado industrial en formación” (1968a:24). Y adoptó la figura de una filosofía de la historia universal: como en el citado artículo de 1963, cinco años más tarde todavía Laclau entendía el marxismo como “una concepción de la historia de la humanidad fundada en el predominio sucesivo de los diversos modos de producción” (Idem). Cabe señalar aquí la distancia con otro marxismo transhistórico fundado en la “lucha de clases”, con el que Laclau nunca tuvo afinidad.
Una convicción igualmente presente contravenía la filosofía de la historia atribuida al marxismo: el historicismo táctico de Laclau, es decir, el convencimiento de que deben soslayarse las definiciones políticas abstractas o carentes de una explicación genética. En su opinión la abstracción en política, que por definición elude razonar las condiciones objetivas, constituye una “deformación pequeño-burguesa del marxismo” (1964f:18), una derivación del carácter “alienado” de la peculiar situación de clase de los sectores medios politizados.
A mediados de 1966 Laclau partió hacia la ciudad de San Miguel de Tucumán para hacerse cargo de una cátedra de Historia, disciplina en la que se había graduado en la Universidad de Buenos Aires. El golpe de Estado liderado por el General Juan Carlos Onganía interrumpió esa labor docente, y Laclau regresó a Buenos Aires para proseguir sus actividades académicas en tareas de investigación en el Instituto Di Tella. Fue en esa ocasión que elaboró una contribución para un proyecto de estudio sobre la población marginal. En ella aplicó la tesis de la “renta diferencial” desarrollada sobre todo por Jorge Enea Spilimbergo, el segundo dirigente más importante del PSIN, para revelar la configuración de clases y el carácter europeísta y pro oligárquico de la izquierda argentina.
Las ventajas comparativas de la fertilidad pampeana explicaban la naturaleza de la “oligarquía” y de las izquierdas “liberales” vigentes hasta 1945. En efecto, la prodigalidad de la producción agropecuaria, el monopolio terrateniente y la conexión “semicolonial” e “imperialista” con Europa inhibieron el desarrollo industrial, constituyendo a la clase dominante exportadora en un apéndice de los intereses imperialistas. Dependiente también de la agroexportación, la nueva clase obrera inmigrante fue el caldo de cultivo de una izquierda librecambista e indiferente a las reivindicaciones nacionales de las provincias interiores. El programa nacionalista, anti-imperialista e industrialista del peronismo fue por eso combatido tanto por la oligarquía terrateniente como por las izquierdas.
Laclau utilizó la idea en sede universitaria para intervenir en dos debates por entonces muy resonantes, relativos a la “dependencia” y a los “modos de producción”. El objetivo convergía en la explicación de la situación estructural de Argentina y América Latina en el concierto del mercado mundial. El debate epocal reformulaba en un lenguaje vigorosamente renovado por el estructuralismo la discusión sobre la “transición del feudalismo al capitalismo”. La vertiginosa difusión de los textos de Louis Althusser y sus discípulos en América Latina de mediados de los años sesenta proveyó un estilo conceptual que signó la aproximación laclauiana (1969b; 1971).
La clave de su aporte consistió en distinguir un concepto de “modo de producción” como rasgo decisivo para caracterizar al capitalismo de una más concreta noción de “sistema económico”. En efecto, un sistema económico admite una diversidad de modos de producción ensamblados (1969b). La discusión de la tesis de Gunder Frank respecto del carácter capitalista de América latina desde la colonización europea fue exitosa al evidenciar su enfoque “circulacionista”. En efecto, Frank desconsideraba la interrogación por las relaciones de producción con un objetivo claro: “la revolución democrático-burguesa desaparece del calendario de la revolución y ha de ser reemplazada por una lucha directa por el socialismo” (1971:25).
Como la inmensa mayoría de la izquierda argentina, Laclau abrazó la tesis leninista de que el capitalismo central había ingresado a una fase “imperialista” a nivel mundial y devenido “monopolista” (1968a:18). La “esencia última del capitalismo” residía en la “disociación entre la propiedad de los medios de producción y la fuerza de trabajo” (1968a:2), y tal separación estaba dominada por los capitales extranjeros.
Razones de orden interno en el seno del PSIN condujeron a Laclau a alejarse del partido a fines de 1968. Sin embargo, su concepción del marxismo y de la política revolucionaria continuó adherida a similares posiciones nacional-populistas.
Después del partido de la Izquierda Nacional
La comprensión de la política de fines de los años sesenta se puso a prueba con ese parteaguas epocal que fue el Cordobazo de 1969. Laclau explicó el acontecimiento bajo la tesis del imperialismo como fuerza generadora de una “estrategia”. El Estado argentino se encontraría desde el coup d’État de 1966 en manos del capital monopolista. Pero las proyecciones del gobierno militar, sostuvo, se vieron malogradas por la formación de una “alianza popular” donde convergieron la clase obrera peronista y el estudiantado de clase media; éste último fue más allá de su anterior liberalismo y comenzó a comprender el significado histórico del peronismo (Laclau, 1970:13). Por otra parte, también la clase trabajadora superó su corporativismo, constituyéndose –especialmente alrededor de la “CGT de los Argentinos”– en referencia “popular” enfrentada a la dictadura militar. Pero según Laclau esa CGT carecía de una estrategia política coherente.
El aspecto más importante del análisis de la coyuntura del Cordobazo residía en que el peronismo era simplificado como el “populismo nacionalista” de la clase obrera, que confluía con el “jacobinismo” de la pequeña burguesía. En ambos casos las adscripciones ideológicas derivaban de la manera en que sus posiciones sociales eran integrables por el capitalismo monopolista asociado al imperialismo. En la conjunción entre clase obrera y clase media estudiantil descansaba la posibilidad de realizar las tareas revolucionarias: “la destrucción del Estado capitalista y la eliminación del imperialismo” (1969c:20).
En este contexto Laclau, ya instalado desde 1969 en Inglaterra, matizó su adhesión al imaginario político de la Izquierda Nacional, aunque no a su marxismo. Al compás de una idea evolucionista del desarrollo, en 1972 Laclau defendió junto a otros intelectuales argentinos, en el número inicial de los Cuadernos del Socialismo Nacional Latinoamericano Revolucionario, que la condición semicolonial argentina, debido a su desarrollo industrial y urbano, confundía la lucha antiimperialista y la lucha anticapitalista. El nacionalismo participaba del anticapitalismo, esto es, era un “elemento ideológico de respuesta a la misma explotación capitalista”. Por eso interpretó que al persistir en el nacionalismo peronista la clase obrera “ha llegado a ser cada vez más consciente de sus fines socialistas”. La pequeña burguesía habría seguido el mismo derrotero pero por motivos diferentes: el capitalismo monopolista ya no le garantizaba el ascenso social. De allí que tampoco podía devenir fascista, y se inclinaba a confluir con el proletariado. Como muchos otros sectores de la izquierda nacionalista, incluida la Izquierda Nacional a la que ahora reprendía por mantenerse como “vanguardia” externa al movimiento peronista, Laclau (1973) aventuró el vínculo entre peronismo y revolución.
Partícipe de las ilusiones de la izquierda filo-populista, Laclau creyó que el peronismo excedía a la voluntad política de Perón. Confió en que su autoridad popular estaba disponible para imprimirle inflexiones radicales. Mas Perón regresó a la Argentina con una ya decidida agenda de recomponer el sistema institucional capitalista y estatal, lo que entrañaba necesariamente marginar a la izquierda dentro del movimiento peronista. Pronto la resistencia y ambición de la izquierda peronista, de formidable crecimiento durante el bienio 1972-1973, colisionaron violentamente con el líder retornado. La consiguiente conflictividad política entrelazada con la crisis socioeconómica erosionó el gobierno tras el fallecimiento de Perón en julio de 1974 generó una profunda inestabilidad institucional. El golpe de Estado de marzo de 1976 selló a sangre y fuego esa etapa histórica.
Colofón
Desde distintos sectores de la izquierda, y en particular desde las fracciones intelectuales, comenzó entonces un agudo proceso de interrogación y revisión de las ideas hasta hacía poco defendidas. Laclau participó de esta mutación ideológica. Contratado con tareas docentes en la Universidad de Essex mientras preparaba su tesis doctoral, avanzó en la revisión teórica y política de sus concepciones previas.
Con una vigorosa impronta althusseriana, sus ensayos contenidos en Política e ideología en la teoría marxista (1977) constituyeron su esfuerzo postrero por recomponer los dilemas del marxismo. Ocho años más tarde, en Hegemonía y estrategia socialista, ya había devenido postmarxista.
La sintética reconstrucción provista en las páginas previas ofrece, creo yo, una perspectiva para pensar críticamente la génesis de su peculiar postmarxismo. El marxismo del joven Laclau era más causalista que dialéctico, más transhistórico que históricamente delimitado a la sociedad capitalista. Sobre todo, operaba respecto de la conexión entre fondo socio-económico y superestructura política. En oposición a ese marxismo tradicional, décadas más tarde desarrollará el postmarxismo pluralista y decisionista que lo conducirá, en el último segmento de su trayectoria, al formalismo populista.
Pienso que el abandono del marxismo por Laclau puede ser pensado como una convergencia entre la derrota política de las izquierdas durante la década de 1960 y 1970 en América Latin y Europa, y la crisis teórica de la tradición crítica inaugurada por Marx. Una componente de esta crisis se debe a los límites alcanzados por los marxismos que pretendieron ser filosofías de la historia universal y plantearon un esquema de determinación económico-productiva hacia las “superestructuras” políticas y culturales. Cuando ese esquema se reveló insuficiente para pensar la historia y para guiar la acción, toda una generación de marxistas encontró el problema en el marxismo como si el marxismo tradicional fuera el único posible.
Hoy, en la mezcolanza de imperio del capital y larga crisis de reproducción del mismo en que vivimos, la crítica del capitalismo es más actual que nunca. Las derrotas y fracasos de la izquierda –incluida la populista– durante el siglo veinte son insumos para reconfigurar la crítica revolucionaria con capacidad de acción práctica, política. El postmarxismo quiso cortar el nudo gordiano de la crisis del marxismo abandonándolo como antigualla obsoleta. Con ello rescindió el combate contra el capitalismo como sistema global en beneficio de reformas localizadas, de populismos oportunistas, que en lugar de resolver las dificultades inocultables de la política revolucionaria y las tareas pendientes en el desarrollo de la teoría crítica, imaginaron una realidad dislocada, múltiple y contingente. Me parece que los déficits del marxismo tradicional jugaron en eso un rol importante, que la trayectoria del joven Laclau revela con nitidez.
Bibliografía
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