Península coreana: La espiral de las provocaciones
Pierre Rousset
Sábado 13 de abril de 2013
“Estado de guerra” declarado, despliegue de misiles, amenazas de ataques preventivos, puesta en alerta en las embajadas extranjeras... El régimen (dictatorial) norcoreano ha hecho subir muy alto, inhabitualmente muy alto, el tono provocador. Según numerosos expertos, para Kim Jon-Un se trataría, ante todo, de consolidar su autoridad sobre el ejército, de disciplinar aún más a la población y de mejorar su situación en las negociaciones con los Estados Unidos; en particular, en lo que se refiere al programa atómico civil. Todo eso es cierto, pero se olvidan con cierta facilidad de una provocación norteamericana muy reciente: su participación a finales de marzo en ejercicios militares en Corea del Sur simulando una operación contra el Norte con bombardeos B52 y de cazas furtivos F22 (con capacidad nuclear). Sin duda, Washington atizó el fuego de la crisis coreana.
Washington, Seúl y Tokio sacan beneficios del aumento de la tensión. Los Estados Unidos justifican la consolidación de sus bases militares (Corea del Sur, Okinawa) y el refuerzo de la VII Flota. La derecha japonesa presiona a favor de un aumento de la militarización del Japón y prepara a la opinión pública a la idea de que su país debe dotarse de armamento nuclear. Tanto Seúl como Tokio se benefician de este “estado de urgencia” para marginar (y reprimir severamente en el caso de Corea del Sur) a las resistencias sociales frente a las políticas de austeridad, a los movimientos pacifistas o a la oposición democrática a la energía atómica post-Fukushima.
El régimen chino no necesita mucho los “excesos” norcoreanos, pero no puede aceptar la perspectiva de una reunificación de la península bajo control de Seúl ni permanecer indiferente al aumento del poder de los Estados Unidos en esta parte del mundo. Ha emprendido un programa muy importante de desarrollo de su flota militar, tanto de proximidad (mar de China del Sur) como oceánica: Pekín disputa a India la influencia sobre las Maldivas, participa en operaciones internacionales para “establecer la seguridad” de las vías marítimas en el Océano Índico, envía simbólicamente una flotilla a desplegar su bandera en el Mediterráneo...
El armamento norcoreano es demasiado rudimentario para amenazar Japón o los Estados Unidos. Nadie cree que estaríamos al alba de una nueva guerra de Corea. Pero, a fuerza de provocaciones y contraprovocaciones (despliegue de B52 o de misiles...), no se pueden excluir “incidentes” militares más violentos aún que los que hemos conocido estos últimos años, con riesgos de derivas no controladas. En cualquier caso, el quiste coreano alimenta ya la militarización de toda Asia Oriental, la proliferación nuclear y el autoritarismo de buen número de regímenes políticos.
Tal como está concebida por las potencias (o los Estados autoritarios), la política de “seguridad” conduce a una espiral militarista muy inquietante, cuyas consecuencias para las poblaciones se hacen sentir cada vez más. En cambio, desde el punto de vista de los pueblos, la seguridad es defendida por los movimientos democráticos y sociales independientes de los poderes establecidos mediante la lucha a favor del desarme nuclear universal y su corolario: el final de la energía atómica, así como a través de las movilizaciones contra la guerra y la oposición a los nacionalismos de derechas.
La solidaridad internacional se construye mediante el encuentro de esos movimientos progresistas. Con el crisol del internacionalismo.
11/04/2013
http://npa2009.org/node/36596
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