Mascaro Querido, Fabio.
Revista Herramienta
Mascaro Querido, Fabio.. Maestrando en sociología – UNESP Araraquara, Brasil. Becario del “Conselho Nacional de Desenvolvimento Científico e Tecnológico” (CNPq)
Marx dice que las revoluciones son la locomotora de la historia mundial. Pero tal vez se trata de algo por completo diferente. Tal vez las revoluciones son el manotazo hacia el freno de emergencia que da el género humano que viaja en ese tren (Benjamin, 2009: 37).
Crisis civilizatoria y alternativa ecosocialista
Realizándose a través de un continuo proceso de acumulación y reproducción ampliada –que avanza por encima de los aspectos (aún) no mercantilizados de la vida social–, el capitalismo es un sistema inequívocamente productivista e irreductible a la lógica y a la temporalidad no-mensurables de la ecología. La así llamada crisis ecológica, en ese contexto, es tan solo la expresión sintomática de una crisis múltiple – económica, social, política y cultural -, acoplada a la intensificación de la mercantilización de la vida social y de la naturaleza. Estamos delante, por lo tanto, de la emergencia vertiginosa de una crisis del paradigma productivo y civilizatorio que, exacerbado y “universalizado” en el siglo XX (condicionando incluso los “socialismos” burocráticos de los países de Europa del este[1]), apareció en todas sus potencialidades destructivas en los albores de la década de 1970. Se empieza a visualizar, entonces, un proceso de “agotamiento de un modelo de organización económica, productiva y social, con sus respectivas expresiones en el ámbito ideológico, simbólico y cultural” (Vega Cantor, 2009: 31).
Desde el crecimiento exponencial de la polución del aire, el agua potable y el medio ambiente a la destrucción vertiginosa de las selvas tropicales; desde el agotamiento y la desertificación del suelo a la drástica reducción de la biodiversidad por la extinción de millares de especies, son varios los ejemplos, en las últimas décadas, del carácter destructivo del modelo civilizatorio capitalista-moderno. Desde esta perspectiva, como dice Joel Kovel (2005: 35),
[…] la crisis ecológica es una abstracción de una serie de hechos obstinados: que los disturbios ‘ambientales’ estallan por todas partes; que ella está conectada de manera peculiar con la condición contemporánea, y que plantea con claridad una amenaza mayor para la integridad futura de la sociedad y la naturaleza.”
En la medida en que avanzan la lógica y la temporalidad mercantiles sobre todas las esferas de la sociedad, la crisis ecológica se vuelve un caso paradigmático de la propia crisis de un mundo moldeado por la “producción destructiva cada vez mayor y más irremediable” del capital (Mészáros, 2002: 267). No por azar, hoy en día, detrás de palabras tales como ‘ecología’ y ‘medio ambiente’, se esconde “nada menos que la continuidad de las condiciones de reproducción social de ciertas clases, de ciertos pueblos e incluso de ciertos países” (Chesnais / Serfati, 2003: 39).
Es en este contexto que, en las últimas décadas, estallaron los debates sobre lo que es convencionalmente llamado ecosocialismo. A pesar de la heterogeneidad que existe entre sus exponentes, el ecosocialismo se apoya en esta premisa básica esencial: “la salvaguarda de los equilibrios ecológicos del planeta, la preservación de un medio ambiente favorable a las especies vivientes – incluyendo la nuestra – son incompatibles con la lógica expansiva y destructiva del sistema capitalista”, como dice Michael Löwy (2011: 7). Desde un punto de vista eco-socialista, la lógica del fetichismo mercantil – así como aquella del autoritarismo burocrático del “socialismo real” – es incompatible con las exigencias de preservación del medio ambiente (Löwy, 2011: 32), de modo tal que, según afirma el filósofo francés Daniel Bensaïd (2011: 162), “el anti-productivismo de nuestro tiempo es anticapitalista o no es”. El eco-socialismo, por lo tanto, se apoya sobre las adquisiciones de la crítica marxista del capitalismo moderno, al tiempo que rechaza las lecturas “productivistas” de la teoría social fundada por Marx.
Históricamente, el ecosocialismo surgió como una “corriente de pensamiento y acción ecológica” (Löwy, 2011: 31), en las últimas cuatro décadas, a partir de las obras de numerosos autores cuyo eje común se traduce en un “original intento de articular las ideas fundamentales del socialismo marxista con los aportes de la crítica ecológica” (ibíd.:: 33). Se puede destacar, entre estos intelectuales, los nombres de Manuel Sacristán, Raymond Williams, Rudolf Bahro y André Gorz, además de los más contemporáneos James O’Connor (director de la revista Capitalism, Nature, Socialism), Barry Commoner, John Bellamy Foster, John Clark y Joel Kovel, en los Estados Unidos; Francisco Fernández Buey, Jorge Riechmann y Joan Martínez Alier, en España; Jean-Paul Deléage, Michael Löwy, Jean-Marie Harribey y Arno Münster, en Francia; e Elmar Altvater e Frieder OttoWolf, en Alemania.
Más recientemente, Michael Löwy y Joel Kovel fueron los principales responsables por la redacción de los dos manifiestos internacionales del ecosocialismo, en los cuales exponen de modo claro los principios programáticos, digamos así, del “movimiento”. Ambos ocupan, en el escenario intelectual contemporáneo, junto a otros autores, un lugar destacado en la caracterización teórica y en la divulgación política del ecosocialismo. Retomando/recuperando las aportaciones de varios autores, Michael Löwy define genéricamente el ecosocialismo como una corriente de pensamiento que abarca “las teorías y los movimientos que aspiran a subordinar el valor de cambio al valor de uso, organizando la producción en función de las necesidades sociales y de las exigencias de protección del medio ambiente” (Löwy, 2005: 49). Joel Kovel, en la misma perspectiva, anuncia el ecosocialismo “como una lucha por el valor de uso y, a través del valor de uso realizado, por el valor intrínseco. Esto significa que es una lucha por el lado cualitativo de las cosas” (Kovel, 2005: 204).
Eso porque, tal como alerta el primer manifiesto eco-socialista internacional, “las crisis ecológicas y el colapso social están profundamente relacionados y deberían ser vistos como manifestaciones diferentes de las mismas fuerzas estructurales” (Löwy, 2005: 85). Las primeras derivan “de la industrialización masiva, que ultrapasó la capacidad de la Tierra de absorber y contener la inestabilidad ecológica” (ibíd.: 85); ya el colapso social es consecuencia “de la forma de imperialismo conocida como globalización, con sus efectos desintegradores sobre las sociedades que se colocan en su camino” (ibíd.: 85). En el límite, “esas fuerzas subyacentes son esencialmente aspectos diferentes del mismo movimiento, debiendo ser identificadas como la dinámica central que mueve al conjunto: la expansión del sistema capitalista mundial” (ibíd.: 85).
De ahí la necesidad de una alianza entre un marxismo renovado y purgado de todo productivismo y los movimientos ecológicos radicales, dispuestos a cuestionar la raíz común de la crisis que se profundiza: el capitalismo. Pero, a pesar de compartir algunos puntos en común[2], lo cierto es que la articulación y la convergencia entre socialistas y ecologistas todavía dependen de un difícil trabajo de construcción, lo que implicaría un aprendizaje mutuo. Entre otras cosas, porque la convergencia entre lo ecológico y lo social no puede restringirse sólo a la cooperación en la práctica política: ella exige de ambas partes un dispendioso esfuerzo de renovación teórica (Rousset, 2000). Por un lado, los ecologistas sociales deben aclarar su análisis del funcionamiento de las sociedades y de las formas de transformarla, reconociendo el productivismo como un producto inevitable de un sistema, el capitalismo, basado en la temporalidad inmediatista de la búsqueda por el lucro/ganancia (ibíd.: 212). Por otro, el marxismo, o los socialistas de modo general, necesitan integrar el componente ecosocial, “que requiere una nueva forma de entender y asumir las relaciones no solo entre los seres humanos sino entre éstos y la naturaleza” (Vega Cantor, 1998/1999: 33).
Walter Benjamin y la interrupción ecosocialista de la catástrofe en América Latina
El (eco)socialismo, en ese contexto, más que un nuevo modo de producción, es comprendido ante todo como un “nuevo paradigma de civilización”, que requiere una nueva forma de relación de los seres humanos entre sí y con la naturaleza. En las palabras de Michael Löwy (2003: 22), “el ecosocialismo implica una radicalización de la ruptura con la civilización material capitalista”, o sea, implica una subversión total del aparato productivo establecido, así como de las modalidades dominantes de consumo. Al contrario de la vulgata marxista, que ve el cambio social como mera supresión - reformista o revolucionario – de las relaciones sociales de producción, capaz de destruir los obstáculos para el libre desarrollo de las fuerzas productivas, un eco-socialismo del siglo XXI desafía "la estructura misma del proceso de producción" (Löwy, 2005: 76). Como ha señalado Löwy (citado en Querido, 2009: 182),
[…] es necesario aplicar a las fuerzas productivas, de un punto de vista ecosocialista, el argumento que Marx utilizaba a propósito de la Comuna de París: los trabajadores no pueden apropiarse del aparato de Estado existente (burgués), y colocarlo a su servicio; más allá, tiene que quebrarlo y reemplazarlo por otra forma de poder político. Lo mismo se aplica, mutatis mutandis, para el aparato productivo capitalista: no puede ser simplemente apropiado por los trabajadores, sino que debe sufrir una radical transformación, en su tecnología, en sus fuentes de energía, en su estructura.
El ecosocialismo sostiene, por lo tanto, la necesidad de una reestructuración radical de todo el sistema industrial (dependiente de combustibles fósiles), así como de “una reestructuración de las necesidades de los hombres y mujeres y una transformación de la relación con los bienes de consumo capaz de hacer que el valor de uso material coloque fin al régimen de cambio – en fin, una transformación social llamada ecosocialismo (Kovel, 2003: 153)[3]. Por eso mismo, “el ecosocialismo es más que el socialismo tal cual se lo conoce tradicionalmente. Pero es también, definitivamente, socialista” (Kovel, 2005: 205).
En el ámbito del marxismo, Walter Benjamin fue uno de los primeros teóricos a reflexionar sobre esas cuestiones, acentuando el impulso destructor y potencialmente bárbaro del progreso capitalista[4]. El filósofo alemán anticipó muchos aspectos que hoy son decisivos para la constitución de una perspectiva socialista y ecológica, capaz de ofrecer una alternativa concreta al modelo civilizatorio capitalista-moderno (Querido, 2010: 49, 50). Esos aspectos pueden ser visualizados, principalmente, en la aguda crítica de Benjamin a las ideologías del progreso y la temporalidad lineal y abstracta que acompaña a este; crítica constituida sobre todo (pero no solamente) en sus textos de los años 1936-1940. Contra la ilusión nefasta de “nadar en el sentido de la corriente”, Benjamin contrapone su alegoría del progreso como tempestad y como catástrofe permanente.
Para él, no casualmente, la revolución social no se presenta como el resultado inevitable del progreso técnico y económico, sino como interrupción de una continuidad histórica cosificada que conduce a la catástrofe. En sus palabras: “Marx dice que las revoluciones son la locomotora de la historia mundial. Pero tal vez se trata de algo por completo diferente. Tal vez las revoluciones son el manotazo hacia el freno de emergencia que da el género humano que viaja en ese tren” (Benjamin, 2009: 37)[5]. Al interrumpir el continuum de la historia, la acción revolucionaria del presente introduce el pasado en el tiempo-ahora. Así, desde el presente, el pasado es “reabierto”, por así decirlo, siendo convocado para la rememoración en el presente, de forma que la emancipación de ahora manifiesta une doble liberación: de los vencidos del pasado y del presente.
En América Latina, especialmente, la crítica benjaminiana de las doctrinas del progreso y de la modernización posibilita el rescate y la rememoración de una fértil tradición de los oprimidos, cuyas luchas y sueños de emancipación asumen ahora una dimensión aún más urgente. Resistiendo a la destructividad del progreso imperialista en la región, las luchas sociales en América Latina manifiestan el imperativo benjaminiano de “reapertura de la historia”, visualizando en el pasado, no la necesidad irreductible de aquello que realmente ocurrió, sino sobre todo las múltiples posibilidades diversas que, aún hoy, aguardan alguna resolución. La ruptura del tiempo cosificado de las ideologías del progreso permite vislumbrar las luchas de los oprimidos del pasado como interrupciones de la continuidad histórica, es decir, como momentos de resistencia y de insubordinación que pueden servir de combustible utópico concreto para las luchas sociales y ecológicas de hoy, tal como se puede ver en muchos movimientos sociales de la región.
En la actualidad, estos movimientos prolongan la lucha de los "antepasadosesclavizados" en defensa del bien común, contra la continuidad de la mercantilización de la naturaleza (mediante la acumulación por desposesión) por los modelos "neo-extractivistas", patrocinados tanto por los gobiernos neoliberales cuanto por los gobiernos dichos “progresistas”, “neo-desarrollistas”, que acaban por contribuir para la reanudación de la vieja función histórica de América Latina como locus de extracción de materias primas para la exportación a las metrópolis (coloniales y, hoy, imperialistas). De ahí la explosión de conflictos socioambientales, incluso en países como la Argentina y Uruguay, como se pudo ver en los recientes movimientos de resistencia a los proyectos de instalación de megaminerías transnacionales. Sin mencionar otros países de la región, como Bolivia, Perú, México, Brasil, entre muchos otros.
En toda la región, se puede verificar la emergencia de un “proceso de ambientalización de las luchas” (Leff, 2006), en las cuales la actual crisis ecológica se presenta como aquello que realmente es: una crisis de la civilización capitalista moderna, que impone a los movimientos sociales y políticos no sólo la necesidad de resistir, sino también de buscar alternativas al paradigma de sociedad imperante. Cuestionando el legado epistemológico eurocéntrico-colonial, que legitima la violencia y la destructividad de la modernización en la periferia del sistema como un subproducto inevitable y “necesario” del desarrollo histórico, “los movimientos sociales del Sur global no solo resisten a la arremetida en curso de acumulación por desposesión, sino que expresan la urgencia de buscar alternativas fundamentales al sistema mundo actual” (Lang, 2011: 8), estableciendo una nueva relación con la naturaleza.
América Latina es quizás, por lo tanto, una especie de laboratorio de la elaboración de una alternativa ecosocialista, ya que, como lo demuestran muy bien los movimientos sociales de la región, no hay desarrollo capitalista sostenible. En su propia práctica de resistencia al impulso necesariamente destructivo y violento del “progreso” capitalista, muchos de estos movimientos ponen en el centro del debate (aunque no explícitamente) aspectos fundamentales de la perspectiva ecosocialista, constituyendo gérmenes de una vida social cualitativamente distinta del paradigma hegemónico de civilización. Ellos estimulan, de ese modo, la construcción de un horizonte de sociedad capaz de afirmarse cómo alternativa radical a la realidad social establecida, activando el “freno de emergencia” contra un “progreso” que camina hacia la catástrofe ecológico-social.
Bibliografía
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Foladori, Guillermo, “Degradação ambiental no capitalismo e no socialismo”. Outubro. Revista do Instituto de Estudos Socialistas 13 (2005).
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Artículo enviado por el autor para su publicación en este número de Herramienta.
[1] A propósito de esto, ver el gran estudio de Guillermo Foladori (2005).
[2] “El socialismo y la ecología – o por lo menos algunas de sus corrientes – tienen objetivos comunes, que implican cuestionar la autonomización de la economía, del reino de la cuantificación, de la producción como un objetivo en sí mismo, de la dictadura del dinero, de la reducción del mundo social al cálculo de los márgenes de la rentabilidad y a las necesidades de la acumulación del capital. Ambos reclaman valores cualitativos: el valor de uso, la satisfacción de las necesidades, la igualdad social para unos, la preservación de la naturaleza y el equilibrio ecológico para otros. Ambos conciben la economía como inserta en el medio ambiente: social para unos, natural para otros” (Löwy, 2005: 42).
[3] “En un mundo liberado y ecológicamente sano, los valores de uso tendrán un carácter independiente del valor de cambio, no para dominar sino para servir a las necesidades de la naturaleza humana y a la naturaleza en general” (Kovel, 2005: 204).
[4] Antes que Benjamin, Rosa Luxemburg ya había señalado, en La acumulación del capital y en Introducción a la economía política, la dimensión eminentemente destructiva del capitalismo, cuya reproducción ampliada impone la necesidad de la anexión y destrucción violenta de las comunidades pre-capitalistas. Sobre las afinidades entre Benjamin y Rosa, desde ese punto de vista, ver Querido (2012).
[5] Como afirma el historiador E. P. Thompson (2001: 171), “la historia no puede ser comparada con un túnel donde un tren expreso corre hasta llevar su carga de pasajeros hacia las llanuras soleadas”.
Revista Herramienta N° 53 América Latina Ecología y medio ambiente
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