Eric Toussaint:Anular la deuda o gravar al capital: ¿Por qué elegir?



 31 de octubre  por Eric Toussaint , Patrick Saurin , Thomas Coutrot 

Con ocasión de la publicación de dos libros importantes, Dette, 5000 ans d’ histoire y Le Capital au XXième siècle, Mediapart tuvo la feliz idea de convocar a sus respectivos autores, David Graeber y Thomas Piketty, para un encuentro de debate. Éste se puede consultar en la web del diario digital |1|.

Cómo salir de la deuda es una cuestión crucial, puesta como preámbulo a este diálogo, se encuentra también en el núcleo de nuestras reflexiones y de nuestras actividades militantes respectivas. Y esa es la razón por la que quisimos darle una prolongación constructiva a ese debate, proponiendo el texto siguiente. Texto que es fruto de una reflexión colectiva que explicita, comenta, cuestiona y critica los puntos de vista y los argumentos de los dos autores.

¿Anular la deuda o gravar al capital?

El debate entre Thomas Piketty y David Graeber gira esencialmente alrededor de la consideración de los respectivos méritos del impuesto sobre el capital y del repudio de la deuda pública. Graeber, apoyándose en una hermosa erudición histórica y antropológica, subraya que la anulación total o de una parte de la deuda, tanto privada como pública, es una idea reiterada de la lucha de clases desde hace 5.000 años. Considerando que la deuda es un mecanismo central de la dominación capitalista en la actualidad, Graeber no ve ninguna razón de que cambie este enfoque en el futuro.

Thomas Piketty por su parte cree que se puede obtener un alivio considerable del peso de las deudas mediante un mecanismo fiscal de imposición a las grandes fortunas que sería más justo socialmente, ya que evitaría perjudicar a los pequeños y medianos inversores, tenedores (por medio de los fondos comunes de inversiones gestionados por los bancos y las aseguradoras) de una gran parte de la deuda pública.

Sin que lo expliciten los dos interlocutores, se puede atribuir sus diferencias a dos presupuestos filosóficos y políticos opuestos. Para Graeber, de tradición anarquista, la anulación de la deuda es preferible porque no supone necesariamente remitirse al Estado nacional, y todavía menos a un Estado o a una institución supranacional: puede resultar de una acción directa de los deudores (cf. El proyecto de «strike debt» propuesto por Occupy Wall Street en Estados Unidos), o bien debido a una presión popular que impone esta decisión a un gobierno. Para Piketty, de tradición social-demócrata, una fiscalidad mundial sobre el capital es necesaria, y en el plano nacional, las medidas fiscales propuestas por los gobiernos permitirían avanzar en el buen camino.

A la vista de los argumentos de los dos autores, pensamos que no es necesario optar entre imposición al capital o anulación de la deuda, sino que lo juicioso sería poner en marcha ambas medidas simultáneamente.

Anular la deuda, ¿es una medida socialmente injusta?

Thomas Piketty rechaza las anulaciones de deuda debido a que los acreedores serían en su mayoría pequeños ahorradores, siendo injusto de que recayera sobre ellos esa anulación, mientras que los muy ricos sólo habrían invertido una pequeña parte de su patrimonio en títulos de la deuda pública. Pero le objetamos que la auditoría de la deuda que preconizamos no sólo tiene la vocación de identificar la deuda legítima (es decir la deuda al servicio del interés general) de la que no lo es, sino también identificar precisamente a los tenedores de esas deudas para poderlos tratar en forma diferenciada según su calidad y la suma de deuda que poseen. En la práctica, la suspensión de pago es la mejor manera de saber exactamente quién posee y qué posee puesto que los tenedores de los títulos se verán forzados a salir del anonimato.

Según el Banco de Francia, en abril de 2013, la deuda negociable del Estado francés estaba en un 61,9 % en manos de no residentes, esencialmente inversores institucionales (bancos, compañías de seguros, fondos de pensión, fondos mutuales…). El 38,1 % restante, estaba en manos de residentes, aunque la mayor parte corresponde a los bancos, que poseen el 14 % de la deuda pública francesa, a las aseguradoras y a otros gestores de activos |2|. Los pequeños tenedores de deuda (que gestionan directamente su cartera de títulos) sólo representan una ínfima parte de los tenedores de deuda pública. Con ocasión de la anulación de deudas públicas, sería conveniente proteger a los pequeños ahorradores que colocaron sus economías en títulos de deuda pública así como a los asalariados y a los pensionistas que vieron cómo las instituciones o los organismos gestores colocaron una parte de sus cotizaciones sociales (jubilación, desempleo, enfermedad, familia) en títulos de deuda.

La anulación de las deudas ilegítimas debe ser soportada por las grandes instituciones financieras privadas o las familias más ricas. El resto de la deuda debe ser reestructurado de manera que se reduzca drásticamente tanto el stock como la carga de la deuda. Esta reducción/reestructuración puede apoyarse en particular sobre el impuesto al patrimonio de los más ricos, como postula Thomas Piketty |3|. La anulación de deudas ilegítimas y la reducción/reestructuración del resto de las deudas deben ir a la par. Mediante un amplio debate democrático se debe decidir sobre la frontera entre los pequeños y medianos ahorradores, a los que se debe indemnizar, y los grandes, a los que se puede expropiar. Entonces se podrá instaurara un impuesto progresivo sobre el capital, que afecte con dureza a las grandes fortunas, aquellas del 1 % más rico, que Piketty mostró que poseen actualmente más de un cuarto de la riqueza total en Europa y en Estados Unidos |4|. Esta tasa, cobrada en una sola vez, permitiría terminar de esponjar el conjunto de deudas públicas. Además, una fiscalidad fuertemente progresiva sobre los ingresos y el capital bloquearía la reconstitución de las desigualdades patrimoniales, de las que Piketty cree, con justicia, que son antagonistas de la democracia.

Anulación de la deuda: ¿en provecho de quién?

Si bien no podemos estar de acuerdo con Piketty cuando afirma que la anulación de la deuda «no es de ninguna manera una solución progresista», en cambio tiene razón en cuestionar el tipo de anulación parcial de deudas concebido por la Troika (Comisión Europea, Banco Central Europeo, Fondo Monetario Internacional) para Grecia en mayo de 2012. Esta anulación ha sido condicionada por medidas que constituyeron violaciones a los derechos económicos, sociales, políticos y civiles del pueblo griego y que hundieron aún más a Grecia en una espiral descendente. Se trataba de un timo que tenía como fin permitir que los bancos privados extranjeros (principalmente franceses y alemanes) se liberaran con unas pérdidas limitadas, que los bancos griegos se recapitalizaran a cargo del Tesoro Público, y permitía a la Troika reforzar su influencia sobre Grecia. Mientras que la deuda pública griega representaba el 130 % del PIB en 2009, y el 157 % en 2012 después de la anulación parcial de la deuda, alcanzó un nuevo pico en 2013: ¡el 175 %! La tasa de desempleo que era del 12,6 % en 2010 se eleva al 27 % en 2013 (y llega al 50 % entre los menores de 25 años). De acuerdo con Thomas Piketty nosotros también rechazamos ese recorte propugnado por el FMI, que sólo tiene un objetivo: mantener a las víctimas con vida para poder seguir chupando su sangre, y cada vez más. La anulación o suspensión de pagos de la deuda la debe decidir el país deudor, con sus propias condiciones, para recibir un verdadero balón de oxígeno (como lo hizo Argentina en 2001 y 2005 y Ecuador en 2008-2009).

La deuda y la desigualdad de la riqueza no son los únicos problemas

Graeber y Piketty tienen posiciones opuestas al determinar cuál es el blanco político prioritario: la deuda o la desigualdad de los patrimonios. Pero para nosotros, los problemas de nuestras sociedades no se limitan al de la deuda pública o a la desigualdad engendrada por las fortunas privadas. En principio, es bueno recordar —y Graeber lo hace sistemáticamente— que existe una deuda privada mucho más importante que la deuda pública |5|, y que el brutal aumento de esta última desde hace cinco años se debe en buena parte a la transformación de deudas privadas, principalmente la de los bancos, en deudas públicas. Por lo tanto, y sobre todo, hay que recolocar la cuestión de la deuda en el contexto global del sistema económico que la genera y de la que sólo es uno de sus aspectos.

Para nosotros, la imposición al capital y la anulación de las deudas ilegítimas deben formar parte de un programa mucho más amplio de medidas complementarias que permitan lanzar una transición hacia un modelo poscapitalista y posproductivista. Tal programa, que debería tener una dimensión europea y podría comenzar por ponerse en práctica en uno o varios países del continente, comprendería, en especial, el abandono de las políticas de austeridad, la reducción generalizada del tiempo de trabajo con contratos compensatorios y mantenimiento del salario, la socialización del sector bancario, una reforma fiscal total, medidas para garantizar la igualdad hombre-mujer y la puesta en marcha de una política determinada de transición ecológica.

Graeber pone el acento en la anulación de la deuda ya que cree, como nosotros, que se trata de un objetivo político movilizador, pero no pretende que esta medida sea suficiente y el mismo se sitúa en una perspectiva radicalmente igualitaria y anticapitalista. La crítica fundamental que se le puede hacer a Thomas Piketty es que piensa que su solución puede funcionar aunque se mantenga el sistema actual. Propone un impuesto progresivo sobre el capital para redistribuir las riquezas y salvaguardar la democracia, pero no se cuestiona las condiciones en las que estas riquezas se originaron ni las consecuencias que resultan de ese proceso. Su respuesta sólo remedia uno de los efectos del funcionamiento del sistema económico actual, sin atacar la verdadera causa del problema. En primer lugar, admitamos que logramos, mediante un combate colectivo, una imposición al capital, sin embargo la recaudación generada por este impuesto corre el riesgo de ser succionada por el reembolso de deudas ilegítimas, si no actuamos para que se anulen. Pero sobre todo no nos puede satisfacer un reparto más equitativo de las riquezas, si éstas son producidas por un sistema depredador que no respeta ni las personas ni los bienes comunes, y acelera la destrucción de los ecosistemas. El capital no es un simple «factor de producción» que «juega un papel útil» y merece, por lo tanto, «naturalmente» un rendimiento del 5 %, como lo dice Piketty, es también, y principalmente, una relación social que se caracteriza por la influencia de los que poseen sobre el destino de las sociedades. El sistema capitalista en tanto que modo de producción está en el origen no sólo de las desigualdades sociales, cada vez más insostenibles, sino también del peligro que corre nuestro ecosistema, del saqueo de los bienes comunes, de las relaciones de dominación y de explotación, de la alienación en los mercados, la lógica de acumulación que reduce a nuestra humanidad a mujeres y hombres incapaces de transformar sus pulsiones, obsesionados por la posesión de bienes materiales y despreocupados por lo inmaterial, que sin embargo es la base de nuestra vida.

La gran cuestión que Piketty no se plantea pero que salta a la vista de quien observa las relaciones de poder en nuestras sociedades y la influencia de la oligarquía financiera sobre los Estados, es la siguiente: ¿Qué gobierno, qué G20 decidirá gravar al capital con un impuesto progresivo sin que unos potentes movimientos sociales hayan previamente impuesto el desmantelamiento del mercado financiero mundial y la anulación de las deudas públicas, que son los principales instrumentos del poder actual de la oligarquía?

Al igual que David Graeber, pensamos que será necesario imponer la anulación de las deudas bajo «el impulso de los movimientos sociales». Esta es la razón por la que actuamos en el marco del Colectivo de auditoría ciudadana (CAC) con el fin de que la anulación de la deuda ilegítima resulte de una auditoría, en la que la ciudadanía participe como actora. De todas maneras tenemos nuestras dudas frente a la idea de que «el modo de producción actual está fundado sobre principios morales que no son solamente económicos», puesto que «el neoliberalismo privilegió la política y la ideología sobre lo económico». Para nosotros, no hay oposición entre estos tres campos sino que hay un sistema, el neoliberalismo, que los articula a su manera. El capitalismo neoliberal no ha privilegiado la política o la ideología sobre lo económico, las ha utilizado y puesto al servicio de la búsqueda del máximo beneficio, con un cierto éxito hasta ahora, si tomamos en cuenta los datos proporcionados por el libro de Piketty. Por supuesto que este sistema ha engendrado monstruosos desequilibrios —por ejemplo las deudas privadas y públicas— y es incompatible con una futura sociedad emancipada, pero en lo inmediato su dominación se perpetúa.

Más allá de las divergencias —secundarias con Graeber, más profundas con Piketty— que acabamos de explicar, estamos listos, por supuesto, a emprender juntos el camino de la anulación de las deudas ilegítimas y del impuesto progresivo sobre el capital. Cuando lleguemos a un cruce, en que una de las vías nos indique la salida del capitalismo, tendremos, todos y todas juntos, que retomar el debate considerando las lecciones sacadas de la experiencia del camino recorrido.

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