A un año de las protestas en Rusia
Boris Kagarlitsky · · · · ·
09/12/12, Sin Permiso
A la hora de resumir este año que está llegando ya a su fin, los analistas generalmente coinciden en que la crisis política que surgió el año pasado tras las elecciones de diciembre a la Duma prácticamente se ha superado. La semana pasada Alexei Mujin presentó un informe titulado, oportunamente, “¿Se acabaron las turbulencias?”, en el cual elogiaba a las autoridades por no recurrir a una violencia excesiva para terminar con las protestas.
Aunque la sensación de inestabilidad que apareció en diciembre de 2011 no ha desaparecido del todo, todavía existe un estado general de equilibrio en la sociedad. La amenaza de crisis política ha dado paso a una nueva normalidad. Puede que la oposición aún sea capaz de convocar a miles de personas en manifestaciones masivas, pero la probabilidad de que esas protestas acaben dando lugar a un cambio significativo se ha reducido prácticamente a la nada. El hostigamiento continuo de las autoridades a los activistas que participaron en la protesta del 6 de mayo es un intento tanto de quebrar la oposición como de vengarse del miedo y la confusión que causaron el diciembre pasad
En realidad, la oposición es en buena medida la culpable de socavar su propio movimiento. Ésta es una oposición hambrienta de poder y popularidad, pero no interesada en un cambio real. La única carta que le quedaba a la oposición era la llamada a luchar contra la corrupción, pero ahora que el Presidente Vladímir Putin ha iniciado su propia campaña anticorrupción, ya no les queda ni siquiera eso. A la vez, no obstante, Putin carecería de motivación alguna hasta para pretender hacer ver que combate la corrupción si no fuera por la influencia del movimiento de protesta
Mientras se suceden las opiniones de las turbulencias de Rusia como algo superado, el historiador estadounidense Robert Brenner cree que estamos viviendo tiempos de “turbulencia mundial”. Para ser justos, es difícil hablar de estabilidad en Rusia hasta que la crisis económica mundial haya pasado. Los factores económicos externos no dependen del gobierno o de la oposición, y continuarán desestabilizando la situación interna del país.
El declive de la oposición política en la capital viene acompañado de un incremento de la conflictividad social en las regiones. Estas protestas no tienen como objetivo derrocar al régimen, sino conseguir cambios concretos o concesiones de las autoridades, empresas y administraciones locales. Pero precisamente porque su potencial es mucho mayor, resultará mucho más difícil acabar con ellas. Además, las élites liberales carecen de los medios para trabajar con ese tipo de movimientos. Son incapaces de controlarlos de la manera en que controlan las manifestaciones en la capital, y no pueden ejercer ningún tipo de hegemonía ideológica sobre ellos. Los nacionalistas tampoco tienen nada que ofrecer, sobre todo porque los programas sociales no son su fuerte.
Pero esto no significa que la izquierda automáticamente sea la vencedora. Los grupos de izquierda deben, en primer lugar, superar una lista de malos hábitos si quieren trabajar con los movimientos sociales de masas. Por ahora la izquierda no está teniendo demasiado éxito en este respecto. Pero la naturaleza aborrece el vacío. Los nuevos conflictos sociales podrían impulsar el auge político de aquellas élites y burócratas locales que tengan el coraje de identificarse con los manifestantes.
En cualquier caso, podemos hablar del fin de las turbulencias sólo en el sentido de que han atravesado una fase particular de la crisis, una que, lógica e inevitablemente, será seguida por otra. Si conduce al cambio, quizá la turbulencia no sea, después de todo, una mala cosa.
Boris Kagarlitsky es autor de numerosas obras de análisis sobre la transición al capitalismo en Rusia, es director del Instituto de Estudios sobre la Globalización y los Movimientos sociales de Moscú y editor de la revista Levaya Politika (Políticas de Izquierda).
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