Sin Permiso, 4 de febrero 2014
El debate sobre la desigualdad se ha movido. Ya no se trata de si hay mayor desigualdad –nadie lo discute a estas alturas—, o de si eso es buena cosa –ni siquiera David Brooks y Marco Rubio creen ya que lo sea—; la gran cuestión es ahora si el extraordinario incremento de la concentración de la riqueza en la décima parte del uno por ciento de la población tiene o no algo que ver con el incremento de la desigualdad entre la zona media y la baja. La respuesta, ni que decir tiene, es: por supuesto que sí. Y por vías que son, a la vez, simples y complejas. Veámoslas:
1.— Primero, los sistemas de compensación del tipo el “ganador-se-queda-con-todo” generan incentivos al cortoplacismo. Las correlaciones empíricas y los estudios en laboratorios de psicología muestran que, cuanto más dinero gana un alto ejecutivo, mayor es su predisposición a despedir trabajadores y a negarse a invertir en la formación de los trabajadores y en la retención de los mismos. No es sólo que unas acrecidas remuneraciones hagan más codiciosos a los altos ejecutivos empresariales, aunque ese parece ser también el caso vistos los experimentos de laboratorio psicológico con estudiantes de administración de empresas. Ocurre también que los incrementos de las remuneraciones y los bonos en la cúspide tienden a justificarse apelando a las ganancias a corto plazo que inciden en los precios de las acciones. La presión competitiva para incrementar las ganancias y el foco puesto en la salud a corto plazo de la empresa redoblan la presión para lidiar cortoplacistamente también con los intereses de los trabajadores. (Lynne L. Dallas, “Short-Termism, The Financial Crisis, and Corporate Governance”, Journal of Corporation Law, Vol. 37 [2012], también disponible en ssrn.)
2.— En segundo lugar, la política del ganador-se-queda-con-todo ha incentivado la guerra de clases, y como celebérrimamente dejó dicho Warren Buffet, su clase va ganando. Paul Pierson y Jacob Hacker explican en su Winner Take All Politics [La política del ganador-se-queda-con-todo] que el movimiento conservador arrancó en ya 1978, antes de la presidencia de Ronald Reagan, y empezó con la obsesión una Cámara de Comercio empeñada en organizar campañas de financiación para luchar a favor de los intereses empresariales. En la década siguiente, los conservadores ganaron un buen número de elecciones muy reñidas gracias a su capacidad para allegar recursos a los procesos electorales en curso. Esos éxitos terminaron por incrementar la influencia en ambos partidos de los donantes más ricos, al tiempo que un declinante índice de participación electoral disminuía la influencia de quienes se hallan fuera de la elite. La diferencia entre las elecciones de 2008, dominadas por los Demócratas, y las de 2010, en las que barrieron los Republicanos, fue una diferencia sobre quién acudía a las urnas, resultando el espectacularmente incrementado índice de participación electoral de los votantes más ricos en una barrida republicana. (Véase Bonica, McCarty, Poole et al., “Por qué la democracia no ha conseguido ralentizar el crecimiento de la desigualdad”, en el Journal of Economic Perspectives, Vol. 27, Nº 3, verano 2013, págs.103–124.) El politólogo Larry Bartels (“Desigualdad económica y representación política” [2005]) concluye que, a día de hoy, nadie en el Congreso vota de manera coherente para promover los intereses del tercio más bajo de la sociedad. La política se ha convertido en un juego en el que los ricos consiguen promover sus intereses, no sólo a costa de los pobres, sino a costa de cualquier pretensión de gobernanza democrática (con “d” minúscula).
3.— Tercero, los sistemas del ganador-se-queda-con-todo generan familias-que-se-quedan-con todo. Naomi Cahn y una servidora sostenemos en Marriage Markets: How Inequality is Remaking the American Family (Oxford: 2014) [Mercados matrimoniales: cómo la desigualdad está reconfigurando a la familia norteamericana] que una mayor desigualdad altera el modo en que llegan a coincidir y aparejarse hombres y mujeres. Hay más hombres de elevados ingresos que mujeres de elevados ingresos. En realidad, las mujeres licenciadas universitarias, como grupo, han perdido peso en relación con los varones licenciados, aun cuando el hiato de género se ha reducido para otras mujeres. Al propio tiempo, unas sociedades más desiguales –en EEUU y por doquiera— desvalorizan a un creciente porcentaje de varones de bajos ingresos, marcándolos como incapaces de matrimonio a causa del desempleo crónico, el encarcelamiento masivo y las altas tasas de abuso de drogas, índices todos ellos empíricamente correlacionados con una mayor desigualdad. Resultado: más matrimonios estables y más familias biparentales en la cúspide y mayor inestabilidad familiar entre los de abajo. Impactantes estudios transculturales muestran que cuando el comportamiento familiar en la cúspide se mueve en una dirección divergente del comportamiento familiar de los de abajo, las pautas divergentes reflejan de manera típica diferencias en la disponibilidad de puestos de trabajo, así como una diferente disponibilidad de hombres casaderos en las diferentes comunidades. Las diferencias familiares, a su vez, afectan a los recursos disponibles para invertir en los hijos, lo que incrementa las diferencias en el rendimiento educativo.
4.— En cuarto lugar, los sistemas del ganador-se-queda-con-todo socavan las comunidades. Las investigaciones muestran que cuando en una comunidad cierra una fábrica, eso afecta al rendimiento educativo tanto de los hijos de los despedidos como de los hijos de quienes no perdieron su puesto de trabajo. El libro American Apartheid mostró en los ochenta que la pérdida de puestos de trabajo en comunidades urbanas afectaba desproporcionadamente a los barrios afroamericanos, incrementando las tasas de delincuencia, los embarazos de adolescentes e impactando, en general, en la salud de la comunidad. Hoy, nuevos estudios muestran idénticas consecuencias para todas las comunidades. En cambio, una mayor igualdad social crea comunidades más resistentes.
5.— Y por último: esos efectos son sinérgicos. Un mayor éxito conservador en las urnas generó guerra de clases. Los impuestos cayeron para los de la cúspide, mientras que una fiscalidad crecientemente regresiva se abatió desproporcionadamente sobre los pobres. Los conservadores han eliminado el sostén a la educación pública, a la mejora de las infraestructuras, a los subsidios para alimentos y al desempleo, al tiempo que luchaban con uñas y dientes para proteger los subsidios agrarios en beneficio de la gran agroindustria, para mantener un sistema de salud que concede los mayores beneficios fiscales a quienes se hallan en la cúspide y para promover toda una serie de medidas, apenas visibles la mayoría, en beneficio de los fondos de riesgo, de las compañías petroleras, de los bancos demasiado grandes para caer y de otros intereses granempresariales. Esas medidas, al tiempo que protegen intereses creados, hacen harto más difícil la movilidad social. Los cabilderos de las grandes empresas han saboteado y socavado las medidas que otrora proporcionaron al conjunto de este país una estabilidad económica. Como subraya Paul Krugman, eso incluye el gasto público contracíclico, que generaba los estímulos necesarios para promover el pleno empleo. El sabotaje se extiende a medidas estructurales: se ha rechazado el requisito de que los bancos de inversión funcionaran como sociedades de reciclaje del riesgo de la actividad financiera. Y acaso más críticamente aún: una mayor desigualdad socava cualquier noción de que todos andamos junto en el mismo barco. Mitt Romney puso espectacularmente énfasis en eso cuando se despachó al 47% del país tildándolo de “banda de aprovechados”.
El 1% es responsable del destino del país y de la decadencia de la clase media. Su fracaso en punto a aceptar responsabilidades por las consecuencias de las políticas hechas a su favor hace imposible subvenir a las necesidades del país. Es hora de contraatacar. La “guerra de clases”, es decir, la resuelta oposición a un curso de acontecimientos que socava nuestras instituciones, que destruye a nuestras familias y deshace a nuestras comunidades, está necesariamente en el orden del día.
June Carbone es catedrática de Derecho Constitucional y Sociedad en la Universidad de Missouri en la ciudad de Kansas (UMKC). Es una reconocida experta en derecho familiar, reproducción asistida, propiedad, medicina legal y bioética. Tiene un amplio curriculum docente en áreas tan diversas como contratos, recursos jurídicos, instituciones financieras, procedimiento civil y jurisprudencia feminista. En coautoría con Naomi Cahn, acaba de publicar Marriage Markets: How Inequality is Remaking the American Family (Oxford: 2014).
Traducción para www.sinpermiso.info: María Julia Bertomeu
sinpermiso electrónico se ofrece semanalmente de forma gratuita. No recibe ningún tipo de subvención pública ni privada, y su existencia sólo es posible gracias al trabajo voluntario de sus colaboradores y a las donaciones altruistas de sus lectores.
No hay comentarios:
Publicar un comentario