2 de mayo 2014
Las economías emergentes suscitan tanto interés como dificultades de interpretación. Aglutinan a los países que no integran el bloque de los desarrollados, ni de la periferia marginada. Se han expandido, ganan espacio en el mercado mundial y aumentan su influencia geopolítica.
Pero no es fácil distinguir a los integrantes de este segmento. Como suele ocurrir con las denominaciones que difunde el periodismo, el término se ha popularizado antes de alcanzar un significado nítido. Retrata indiscriminadamente a varias economías, sin distinguir a China del pelotón de ascendentes.
Esta generalización impide notar una de las principales transformaciones cualitativas del período actual: la conversión del gigante asiático en una potencia. Ya está ingresando en el club de los países centrales y se ubica muy por delante de cualquier otro ascendente. Se ha convertido en el taller del mundo, con un tipo de inserción global muy diferente a los proveedores de materia primas o a los subcontratistas de servicios.
La transformación de China
El cambio de posicionamiento de China en la jerarquía mundial corona el afianzamiento de su estructura industrial. Esta mutación es el resultado de un vertiginoso crecimiento que multiplicó en 22 veces el PBI per cápita entre 1980 y 2011(de 220 a 4930 dólares). Este mismo incremento se amplía a 33 veces en términos de poder de compra.
El volumen comercial del país se duplica cada cuatro años. Representaba el 20% de las transacciones estadounidenses en el 2001, saltó al 40% en el 2005 y actualmente ha emparejado a su rival. El peso del comercio exterior pasó de 9,8% del PBI (1978) al 65% actual. Estas transformaciones trastocaron por completo la estructura interna de la economía. El peso del sector agrícola cayó abruptamente, los servicios se expandieron y la industria se convirtió en el motor de todas las actividades[1].
La nueva potencia oriental mantuvo altísimas tasas de crecimiento durante tres momentos complejos de la etapa en curso: las “décadas pérdidas” de la periferia (1980-90), el desplome del bloque soviético y la crisis global reciente. En estos escenarios protagonizó un cambio histórico comparable a la revolución del vapor en Inglaterra, a la industrialización de Estados Unidos o el desarrollo de la Unión Soviética.
Esta nueva gravitación de China se ha verificado en el último sexenio. Su auxilio al dólar y al euro durante el pico de la crisis impidió la conversión de la recesión del 2009 en una depresión global. Los aportes financieros de Beijing fueron decisivos para el rescate inicial de las instituciones hipotecarias estadounidenses, para sostenimiento posterior de los Bonos del Tesoro y para el apuntalamiento reciente de la moneda europea. La magnitud de las acreencias acumuladas por China retrata la dimensión de este salvamento.
El auxilio no fue acto de filantropía. Sirvió para asegurar la continuidad de las exportaciones y evitar la desvalorización de los enormes activos atesorados en moneda extranjera. Pero lo novedoso es la gravitación del país. En los años 70 era impensable que el sistema financiero internacional fuera socorrido por China.
La mutación de esa economía comenzó en 1978 y hasta el 2007 estuvo centrada en la emigración rural y el aumento de la productividad por encima de los salarios. Esta combinación abrió las compuertas para el giro exportador y la creciente captura de porciones del mercado mundial. Pero esa expansión no fue gratuita. Se consumó reduciendo la participación de los salarios y el consumo en el ingreso total. El boom exportador floreció junto a las ganancias y el debut de una brecha social interna.
Este ascenso ilustró los enormes márgenes para desenvolver la acumulación que poseía una economía atrasada de dimensiones continentales. Pero China no partió de cero. El valor agregado de su industria en 1980 ya superaba ampliamente a Brasil y mantenía una distancia abismal con India[2].
La crisis en curso tiende a reforzar un giro hacia el mayor consumo. Se intenta reducir la dependencia de las exportaciones de manufacturas básicas para expandir el mercado interno. Con ese objetivo se introdujeron varios planes keynesianos de estímulo de la demanda.
Pero los resultados del sexenio han sido modestos. Aumentó levemente el consumo, se incrementó en algunos puntos la participación del salario en el ingreso y se registró alguna caída porcentual de las exportaciones. Estos cambios se ubican muy lejos del viraje ambicionado.
El gran problema radica en que una economía estructurada en torno a elevadísimos rendimientos del comercio exterior, no puede girar hacia un esquema inverso sin perder competitividad.
El pasaje al capitalismo
China empieza a registrar las consecuencias de su tránsito al capitalismo. Desde 1978 hasta 1992 ese pasaje estuvo limitado por la preeminencia de un modelo de reformas mercantiles subordinado a la planificación central. Bajo ese esquema las comunas rurales se convirtieron en unidades agro-industriales guiadas por principios de rentabilidad, pero sin privatizaciones de envergadura. Aparecieron los managers con atribuciones para reorganizar las plantas industriales, pero sin facultades para despedir en masa o vender empresas.
También se formaron las zonas francas en la costa, arribó el capital extranjero y comenzó la exportación, pero estas actividades no ejercían un dominio estratégico sobre el resto de la economía. En ese período la industrialización retroalimentó la demanda y las mejoras en el consumo preservaron la distribución precedente del ingreso. El modelo ensayó una versión actualizada de la Nueva Política Económica (NEP), que se introdujo a mitad de los 20 en la URSS para remontar el estancamiento[3].
El viraje hacia el capitalismo se consumó a principios de los 90, a partir de las privatizaciones realizadas por los viejos directores de las empresas con la intención de forjar una clase capitalista. Los miembros de ese grupo se transformaron en los principales inversores de las nuevas compañías. Se aceleró también la acumulación primitiva mediante la expoliación de los productores agrarios. Con el ingreso del país a la OMC se afianzó, además, el entrelazamiento de la elite dominante con las empresas transnacionales.
La triplicación del ingreso per cápita y la cuadruplicación de la tasas de crecimiento han presentado desde ese momento otro significado social. Convalidan los enormes niveles de desigualdad social y la regresión de las conquistas populares.
Los grandes avances de la revolución han quedado interrumpidos. La duplicación de la esperanza de vida (de 32 a 65 años) y la alfabetización masiva (de 15 al 80-90% de la población) han sido reemplazados por la expansión del coeficiente de desigualdad (un Gini de 0,27 en 1984 a otro de 0,47 en 2009). Para una familia obrera se ha tornado muy difícil afrontar los gastos corrientes de salud y educación[4].
Los desequilibrios del capitalismo comienzan a emerger en una economía que reduce su promedio de crecimiento (del 9-11% al 6-7% anual), como consecuencia de la madurez industrial y el encarecimiento de los costos. En el ciclo 2013-14 el nivel de actividad registraría la menor expansión de la última década. Tal como ocurrió anteriormente con Japón y Corea, el modelo comienza a lidiar con problemas de competitividad. Mantiene salarios muy inferiores a esos países, pero en las regiones de la costa y en las actividades de mayor calificación esa diferencia se está estrechando.
También los desequilibrios financieros se multiplican. Una importante porción de los bancos opera en las sombras con créditos dudosos que solventan el consumo de la clase media. También la oscura administración de los gobiernos locales se financia con préstamos clandestinos.
En las grandes ciudades está ascendiendo, además, una visible burbuja inmobiliaria. La inflación que durante la década pasada osciló en torno al 2% anual ha trepado al 6,2%. Junto al salto registrado en el número de multimillonarios (de 3 a 197 en la última década), crecen los padecimientos del trabajo precarizado que realizan los inmigrantes a las ciudades.
Pero el principal desequilibrio actual se ubica en la altísima tasa de inversión, que se mantiene en porcentuales insostenibles (43,8% del PBI en 2007 y 48,3% en 2011), en la actual coyuntura de desaceleración económica internacional. Esos niveles generan sobre-acumulación de capitales y sobre-producción de mercancías a una escala mayúscula.
Una economía no puede crecer al 10% mientras sus compradores se expanden al 2-3%. Todos los planes keynesianos de los últimos años agravaron un problema, que no se resuelve con el simple incremento de las importaciones[5].
Las tasas de inversión chinas no guardan ninguna proporción con patrones históricos o internacionales. Son consecuencia de un modelo exportador que exige un insostenible nivel de utilización de las materias primas y una gran devastación ambiental.
Una vez sustituida la gestión planificada por la competencia del mercado, no es fácil atemperar este tipo de sobre-inversión. La concurrencia por el beneficio impide procesar en forma ordenada la reducción de ese exceso.
Disputas internas y externas
Las contradicciones económicas de China se acentúan por la disputa que opone al grupo dirigente de la Costa (asociado con el capital extranjero), con la elite del Interior (interesada en el desenvolvimiento del capitalismo de estado).
El primer sector busca reforzar la integración del país a los circuitos del capitalismo global, con mayores compromisos comerciales externos, nuevas adquisiciones de activos europeos y estadounidenses y una eventual participación en el diseño de la futura moneda mundial.
Por el contrario, el segundo sector promueve un giro más radical hacia mercado interno, cuestiona el desmedido aumento de las inversiones foráneas y objeta el gran rescate de monedas y bancos extranjeros.
El choque entre estas fracciones ha incluido importantes cambios en la cúpula del PCCH, que mejoraron las posiciones del grupo neoliberal encabezado por Wang Jiang, muy asentado en la región exportadora de Gaungdong. El sector rival sufrió el desplazamiento de ciertos líderes como Bo Xialai. El conflicto persiste, pero el último congreso partidario consagró el liderazgo de Xi Jinping y autorizó nuevas privatizaciones. Los grupos exportadores resisten un distanciamiento del mercado mundial que amenazaría sus privilegios
Estas tensiones en las fracciones dominantes no han modificado la estrategia geopolítica defensiva que caracteriza a todos los dirigentes chinos. Buscan asegurar el acceso internacional a los recursos naturales, garantizar la seguridad de las fronteras conflictivas (Tíbet) y completar la reconstrucción de la nación con la reincorporación de Taiwán.
Para alcanzar estos objetivos recurren a heterogéneas alianzas y despliegan a pleno la realpolítik. Esta orientación guía su custodia naval del Pacífico y su intermediación en la negociación de las armas nucleares que construyó Corea del Norte.
Este énfasis en la protección fronteriza explica la ausencia de correlatos político-militares externos de la expansión económica internacional del país. China inunda al planeta de capitales y mercancías, pero no de ejércitos y conspiradores. Mantiene una actitud defensiva frente a los periódicos hostigamientos de las administraciones norteamericanas, acrecentando la vigilancia y los resguardos defensivos.
Los líderes de Pekín saben que Estados Unidos ejerce la dirección del bloque imperialista y no aspiran a ocupar ese lugar. Intuyen que cualquiera sea el grado de traslado de la industria mundial a Oriente, el gendarme yanqui continuará supervisando las intervenciones imperiales. Los dirigentes chinos no se imaginan a sí mismos cumpliendo ese rol en ningún escenario previsible.
Pero el nuevo status de potencia económica mundial que alcanzó China dificulta esa estrategia de equilibrio. La necesidad de recursos naturales y nuevos mercados empuja a sus dirigentes a la adopción de conductas agresivas. La apropiación de materias primas en África y los tratados de libre comercio con América Latina constituyen dos muestras de esta compulsión. Hay mucha ingenuidad en la creencia que China rehuirá los conflictos típicos del capitalismo, renovando una tradición de pacifismo oriental opuesta al territorialismo occidental[6].
La nueva potencia está embarcada en la concurrencia global y en las consiguientes rivalidades internacionales. Su modelo exportador que no es agregativo, ni inclusivo. Exige arrollar a los competidores en el propio escenario asiático.
El ascenso de China amenaza el lugar central de Japón y la pujanza de Corea del Sur. Las tensiones se acentúan, a medida que el nuevo gigante amplía su participación en exportaciones de mayor valor agregado y localiza plantas en la periferia asiática, para explotar fuerza de trabajo barata.
Escenarios y desenlaces
El principal interrogante geopolítico gira en torno a las relaciones chino-estadounidenses. Algunas hipótesis estiman que irrumpirá un gran conflicto cuando la economía asiática externalice las tensiones de su modelo, presionando a los proveedores (para que abaraten insumos) y a los competidores (para que resignen mercados). China confrontaría con Estados Unidos, luego de conseguir el manejo de una moneda internacional convertible.
Pero otro escenario surge de recordar cómo se ha renovado la codependencia de China con Estados Unidos en las últimas cuatro décadas. El gran exportador oriental necesita el mercado norteamericano para descargar sus excedentes y la primera potencia requiere financiación china para solventar sus monumentales desbalances financiero-comerciales.
La transformación de Shangai en gran centro de empresas transnacionales ilustra cómo se reciclan los proyectos entre ambas potencias. Dos figuras centrales del pensamiento imperial apuestan a la renovación de esta asociación. Consideran que Estados Unidos aceptará un status económico preponderante de China, a cambio de su ratificación como sheriff del planeta[7].
Hasta ahora las tendencias hacia el conflicto y la asociación se desenvuelven con similar intensidad y resulta muy difícil prever cual será el desenlace. Es tan aventurado un pronóstico de choque abierto, como la previsión opuesta de una idílica amalgama entre ambas potencias. Por el momento, el gigante oriental no sustituye a su adversario occidental y el gendarme norteamericano oscila entre conciliar y hostilizar a su rival.
Estados Unidos fomenta la tensión militar supervisando las disputas territoriales sino-niponas. También controla las maniobras navales de Corea del Sur, refuerza la instalación de marines en Australia y redobla las presiones sobre Corea del Norte para que desactive su arsenal atómico. Pero estas acciones coexisten con la continuidad de inversiones conjuntas.
El desenlace de este conflicto permitirá esclarecer también la naturaleza del régimen chino. Algunas miradas elogiosas subrayan la autonomía política y ponderan el modelo de acumulación nacional-intervencionista, sin indagar la naturaleza social del sistema actual[8].
Este enfoque impide analizar como el ascenso económico chino se consumó mediante una asociación internacional con empresas transnacionales, que aceleró la formación de la nueva clase capitalista. La peculiaridad de este proceso ha sido el enlace directo que establecieron los grupos aburguesados del país con esas compañías. No siguieron la trayectoria clásica de acumulación nacional, barreras proteccionistas y rivalidad con otras potencias por la conquista de mercados externos. Se incorporaron sin mediaciones al nuevo contexto internacionalizado del capitalismo.
Con ese soporte introdujeron una restauración de la gran propiedad extendiendo las privatizaciones, reforzando la preeminencia del beneficio y asegurando la supremacía del mercado sobre el plan. Se puede debatir si esta mutación ha concluido y es irreversible, pero su profundidad y contenido social regresivo están a la vista. Los autores que subrayan esta involución presentan un cuadro más realista, que los intérpretes de ese proceso como una variedad del “socialismo de mercado”[9].
Confusión de emergentes
Un cierto número de países ha quedado clasificado junto a China dentro del mismo bloque de emergentes. Especialmente India, Brasil y Rusia son ubicados en ese casillero. Pero este agrupamiento olvida que la economía china es dos veces y media superior a la India y cuadruplica a Brasil o Rusia. Sus tasas de crecimiento han sido mucho mayores y acumula reservas por un monto que duplica la suma de los tres países[10].
Estas distancias han sido corroboradas por un tipo de inserción internacional muy diferente. Mientras que China incide directamente sobre la marcha del ciclo global, los otros países ejercen una influencia secundaria.
El decisivo auxilio que ofreció el Banco Central Chino a las monedas, presupuestos públicos y bancos de la Tríada durante la crisis, contrasta con la ausencia de gravitación de las otras tres naciones. Este grupo se ubicó más cerca del campo de los necesitados que del área de los socorristas. Los tres países tampoco han sido receptores del desplazamiento general de la industria que se orienta hacia el Extremo Oriente.
Las clasificaciones más recientes también incluyen dentro del bloque emergente a Turquía y Sudáfrica. Realzan su expansión durante la última década, el efecto limitado de las crisis reciente y el menor impacto del endeudamiento en comparación a las economías desarrolladas.Pero las tasas de crecimiento de estas economías han sido variables y muy inciertas. Obedecen a procesos relativamente recientes y no a movimientos acumulativos de varias décadas.
Otros países ubicados en el mismo sector ascendente han repuntado como consecuencia de la apreciación internacional de las materias primas. El carácter eventualmente estructural y no meramente financiero de esta valorización, no modifica la vulnerabilidad de economías tan dependientes del vaivén de las commoditites.
El agrupamiento de todos bajo un mismo mote de emergentes genera múltiples confusiones. La propia clasificación proviene de visiones financieras de corto plazo. La sigla BRICS, por ejemplo, fue introducida por un operador bursátil de Goldman Sachs para señalar las oportunidades de inversión.
Con este mismo parámetro otros financistas han tomado distancia de los BRICS y preparan su reemplazo por los MINT (México, Nigeria, Indonesia y Turquía), que son percibidos como candidatos a recibir capitales golondrinas. En realidad, los receptores potenciales de estos fondos son tan numerosos como efímeros.
Los más renombrados últimamente son: Vietnam, Australia, Bangladesh, Chile, Colombia, Corea del Sur, Egipto, Filipinas, Irán, Israel, Malasia, México, Nigeria, Pakistán, Perú, Polonia, República Checa, Singapur, Tailandia. Como no existen criterios para clasificar a esta variedad de países se multiplican las sopas de letras (CIVETS, EAGLES, AEM, VISTA, MAVINS).
Es evidente que estos malabarismos terminológicos no esclarecen ningún proceso económico. En función de algún parentesco financiero se mezcla en el mismo casillero a países medianos y periféricos o a economías industrializadas y rentistas.
Economías semiperiféricas
El probable incremento de las tasas de interés estadounidenses ha reducido actualmente la aureola de los BRICS. Algunos economistas consideran que los mayores riesgos de un próximo temblor financiero se han desplazado hacia las economías intermedias, con mayores déficits fiscales y tasas de crecimiento bajas[11].
Otros temen la repetición de las grandes crisis que durante los años 90 desencadenaron economías semejantes (México-1994, el Sudeste Asiático-1997, Rusia -1998 o Argentina -2001).
Pero más allá del diagnóstico coyuntural es importante registrar que se ha profundizado la división en el viejo bloque de economías no industrializadas. Un segmento amplió su estructura fabril, participa de exportaciones manufactureras, incorporó empresas al círculo de compañías transnacionales o desarrolló servicios productivos. El otro sector mantiene, en cambio, su viejo perfil primarizado.
Esta clasificación de las economías en función de su estructura e inserción en la división internacional del trabajo es utilizada por autores críticos del vago concepto de “emergentes”. Con esta mirada centrada en el proceso productivo global han precisado el contenido de la noción semiperiferia[12]
Esta categoría se aplica a países como Corea, Taiwán, Turquía, México, Brasil o Sudáfrica, que se han distanciado del grueso de la periferia asiática, africana o latinoamericana. Este posicionamiento intermedio confirma el ordenamiento tripolar que postulan los teóricos de sistema-mundo y su caracterización de las semiperiferias, como un segmento que acolchona las brechas entre los dos polos del capitalismo global[13].
Este grupo protagoniza actualmente las bifurcaciones que tradicionalmente separaron a las económicas ascendentes de sus pares retrasados. Se repite así la trayectoria seguida por países que atravesaron por contradictorios períodos de proximidad con los centros o confluencia con la periferia.
Esta caracterización cuestiona la creciente expectativa actual en un ascenso general de los países emergentes. Destaca que estas economías compiten entre sí al interior de una arquitectura estable, dónde el éxito de un concurrente conspira contra las posibilidades de los rivales situados en la misma escala de desarrollo.
Las economías intermedias repiten la trayectoria de las semi-periferias precedentes, que ambicionaron subir al escalón del centro. Pero la segmentación mundial siempre impidió un éxito colectivo. Si la expansión actual de China se consolida, confirmará la excepcionalidad de ese salto. El arribo al status de país desarrollado no está al alcance de otros BRICS, MINTS o EAGLES.
Sub-potencias dispersas
El protagonismo geopolítico regional de cada economía semiperiférica es determinante de su éxito o fracaso, en ocupar los espacios vacantes del orden global. Algunos países de ese segmento cuentan con dimensiones continentales y estados de gran porte, pero arrastran también trayectorias imperiales frustradas. Fueron potencias que devinieron en semicolonias y volvieron a renacer con proyectos de dominación zonal.
Actualmente se desenvuelven en grandes territorios con importantes recursos demográficos o naturales y negocian directamente con la Tríada. Su acción geopolítica incide directamente sobre su ubicación finalen el ranking semiperiférico. Especialmente Rusia, India y Turquía comparten estas peculiaridades.
Muchos analistas estiman que estos países tienden a converger en bloques comunes, para disputar poder con las potencias centrales. Pero los indicios efectivos de este empalme son escasos, frente al trato dispar que les dispensa el imperialismo. Estados Unidos hostiliza a Rusia, está asociado con Turquía y se reacomoda con la India.
En lugar de conformar un bloque, cada sub-potencia busca su propio nicho dentro del orden neoliberal. Aceptan el libre comercio, la primacía de las empresas transnacionales y la continuidad de flujos financieros transfronterizos. A diferencia de lo ocurrido durante 1930-40 no apuestan a forjar redes proteccionistas, ni a construir coaliciones belicistas.
Todos trabajan dentro de los organismos internacionales para reforzar su influencia. Promueven reformas del sistema de votación dentro del FMI y propugnan la constitución de fondos de reservas globales, para reemplazar paulatinamente al dólar. Como no les interesa sustituir abruptamente a la divisa que nomina el grueso de sus reservas, apuestan a una larga negociación.
En las Naciones Unidos propician un reajuste del actual Consejo de Seguridad, conformado por cinco miembros permanentes con derecho a veto. Esa negociación es muy conflictiva porque el nuevo asiento en discusión tiene muchos candidatos, entre las viejas potencias (Alemania, Japón) y las que ascienden (India, Brasil). China y Rusia no están seguras de la conveniencia de este cambio.
Varias sub-potencias han mostrado disposición para aportar tropas a las misiones de la ONU convalidando la hipocresía del humanitarismo imperialista. Esta conducta no sólo ilustra la afinidad de las clases dominantes de estos países con el status quo global. También indica las dificultades que enfrentan para encarar acciones alternativas. Algunos integrantes de esta franja compiten entre en sí en varios terrenos económicos y otros mantienen viejas disputas fronterizas. Frecuentemente sus prioridades estratégicas no confluyen.
Los BRICS realizaron, por ejemplo, varias cumbres para acordar cierto incremento del intercambio, la constitución de un fondo de reserva y la eventual conformación de un Banco de Desarrollo. Pero han buscado confluencias frente a contingencias de corto plazo, sin avanzar en compromisos significativos.
Esa actitud obedece a la estrecha asociación que están gestando las clases dominantes de este grupo con las empresas transnacionales. Son burguesías que descartan los viejos coqueteos con los proyectos antiimperialistas de los años 60-70. Un bloque de “No Alineados” o un encuentro como Bandung están fuera de sus horizontes. Participan de la etapa neoliberal junto a elites de multimillonarios muy integradas al club mundial de los poderosos. Estas tendencias se verifican en cuatro casos.
Rusia e India
La recuperación de Rusia es muy visible. La era Putin ha contrarrestado la desintegración social, el derrumbe económico y la pérdida de posiciones internacionales que sucedieron a la implosión de la URSS. Pero se suelen resaltar los contrastes entre ambos períodos omitiendo las continuidades. El presidente ruso consolidó las nuevas clases capitalistas, que la vieja burocracia forjó saqueando los bienes del estado. Ese descarado vaciamiento desembocó durante el período de Yeltsin en la bancarrota del rublo[14].
Putin limitó esos excesos restaurando el orden que se requiere para el funcionamiento del capitalismo. Reconstruyó el poder del estado mediante un régimen autoritario, asentado en la fatiga con la caótica situación precedente. Introdujo reglas para la acumulación y consolidó la concentración del negocio energético y financiero en manos de un reducido de acaudalados. También afianzó cierto control estatal sobre los rentistas para recomponer el consumo y la inversión. Esta acción incluyó la detención de varios millonarios.
El nuevo poder político vertical se basa en el fraude y la persecución de opositores, pero logró varios triunfos electorales. Este caudal de votos es utilizado para reforzar el sometimiento político de una clase obrera huérfana de tradiciones y prácticas de auto-organización.
El legado de varias décadas de totalitarismo burocrático continúa obstruyendo la conformación de sindicatos y agrupaciones de izquierda, a pesar de la enorme desigualdad social y la creciente pérdida de ilusiones en el capitalismo[15].
Sobre este trasfondo de pasividad y desmoralización popular, Putin recrea una ideología nacionalista que enaltece los liderazgos providenciales y las antiguas tradiciones de supremacía eslava. Intenta reconstruir el papel sub-imperial de Rusia en el entorno geográfico del viejo zarismo.
Las masacres contra los chechenos fueron el punto de partida de esta acción. Contaron con la implícita colaboración de Occidente, que perpetra crímenes semejantes en la lucha contra “el enemigo terrorista”.
Pero esa complicidad no atenuó la creciente tensión de Rusia con el imperialismo norteamericano, que intentó aprovechar el colapso de la URSS para exterminar a su viejo rival. Estados Unidos rodeó el país con misiles de la OTAN para forzar la liquidación del gran arsenal soviético.
Putin comprendió que ese desarme imposibilitaría forjar un sistema capitalista medianamente sólido e inició una reacción defensiva de reconstrucción del poder bélico. Intervino en Georgia, desplegó efectivos en Asia Central, participa en las negociaciones de Siria y anexó Crimea frente al golpe de Ucrania.
Con estas acciones consolida la autonomía estatal que los grandes capitalistas necesitan para afianzar sus inversiones. Estos sectores dividen sus simpatías entre Estados Unidos y Europa, mientras derrochan fortunas en Berlín, Londres o Nueva York. Una fuerte tradición soviética de intervención en los problemas globales es utilizada por la elite actual. Aprovechan la diplomacia para apuntalar los negocios.
Rusia recupera espacio porque mantiene una enorme estructura bélica, que no supervisa el imperialismo colectivo. Esta gravitación militar y no el florecimiento económico explican su resurgimiento internacional. La crisis global afectó al país más que a otros emergentes. No ha reconstruido la estructura industrial del pasado y se afianza una enorme dependencia de las exportaciones de gas y petróleo.
También India participa del ascenso de los emergentes por el lugar geopolítico que ocupa en un convulsivo sub-continente asiático. Es la gran potencia de una región conmocionada por diferendos fronterizos, demandas separatistas y ambiciones localistas. La omnipresencia de su ejército contrapesa la convulsión de Sri Lanka, las tensiones de Bangla Desh, los conflictos con Nepal y la ola de terror talibán. Condiciona el irresuelto status de Cachemira, al cabo de cuatro guerras con Pakistán y las disputas fronterizas con China luego del choque militar de 1962. El status de Tíbet se mantiene irresuelto.
Las clases dominantes gestionan un conglomerado de más de 1000 millones de personas, en 28 estados, 7 territorios, 18 idiomas oficiales, varias religiones y comunidades que cohabitan en una estructura de castas. Las estructuras estatales formalmente seculares están corroídas por la multiplicidad de choques sectarios y por sangrientas explosiones de nacionalismo. Este tembladeral queda habitualmente encubierto por el discurso celebratorio que presenta a la India como una democracia estable y multicultural[16].
Pero el gran cambio geopolítico ha sido el giro pro-norteamericano de clases dirigentes que adoptaron el credo neoliberal. El desplome de la URSS y la posterior complicidad del ejército pakistaní con los talibanes favorecieron esa confluencia con Estados Unidos.
Las inversiones yanquis saltaron en menos de veinte años de 76 a 4000 millones de dólares. India ya formaba parte del selecto club atómico mundial, pero ahora cuenta con un aval del Pentágono, que anteriormente estaba focalizado en su rival pakistaní.[17].
En la última década la economía india registró elevadas tasas de crecimiento y alumbró varias multinacionales de peso global. También logró cierta expansión en la informática, especialmente en los servicios de software. Pero sus actividades de sub-contratación se mantienen muy distantes de los epicentros de la revolución digital. Cualquier comparación de patentes o niveles de rendimiento con Estados Unidos confirma esa brecha[18].
Al igual que China, el resurgimiento de India está acompañado de un sentimiento de renacer milenario de civilizaciones, que ocupaban lugares preponderantes hasta el siglo XVIII. Pero el crecimiento actual del país no es comparable al desarrollo de su vecino. La industria continúa operando en eslabones intermedios no integrados, con alta dependencia de insumos externos y pagos de royalties. La productividad es baja y la infraestructura es muy obsoleta.
Las diferencias con China son más categóricas en el plano social. El país cuenta con el mayor número de multimillonarios recientes y una numerosa clase media. Mantiene al 77 % de la población en estado de pobreza y el 40% de niños con insuficiencia de peso. La lucha contra el hambre ha fracasado y 100.00 campesinos se suicidaron en 1996-2003 por angustias de subsistencia. La histórica exclusión social persiste a una escala gigantesca. Cuatro de cada diez persona no son saben leer, ni escribir y en el índice de desarrollo humano el país está ubicado en el lugar 126[19].
El proceso actual de acumulación enfrenta dos límites ausentes en las centurias precedentes. India no puede descargar su población sobrante en corrientes de emigración (como hizo Europa hacia América) y sufre un desempleo agravado por la innovación tecnológica.
Estos obstáculos tienden a acentuarse por la actual presión neoliberal para flexibilizar el mercado laboral y privatizar empresas públicas. Pero esta agresión comienza a afrontar una resistencia que puede modificar todos los datos del país.
Sudáfrica y Turquía.
Sudáfrica es otro caso de gravitación geopolítica creciente, luego de la heroica lucha popular que permitió sepultar el sistema político racista. Pero esa gesta -simbolizada en la figura de Mandela- dio lugar a una transición pactada que consolidó la supremacía de las minorías enriquecidas.
La cooptación de una elite negra al poder aportó a las clases dominantes una nueva proyección regional que facilitó cierto crecimiento económico. La desaparición del aislado régimen del Apartheid permitió consolidar un área de libre-comercio y afianzar una economía industrializada, que absorbe el 70% de toda la electricidad del África Subsahariana.
Esta reubicación estratégica explica la incorporación de Sudáfrica al núcleo de los BRICS. Rusia o India tienen un PBI cuatro veces superior y la diferencia se extiende a 16 veces con China. En este terreno el país es incluso superado por Corea, Turquía o Indonesia. Su extensión geográfica y población son inferiores a Argentina o Irán y tiene competidores de peso como Nigeria dentro del continente. Pero sólo el régimen post-Apartheid ofrece las estructuras requeridas para un liderazgo regional.
Durante el siglo XX las empresas sudafricanas combinaron la expansión regional con el belicismo y el racismo.Los colonos blancos convertidos en clase dominante afrikaneer se asociaron con las empresas mineras para asumir ese rol de gendarme. Utilizaron intensamente el poder militar gestado durante la sustitución de importaciones[20].
Con el fin de esa dominación se extinguieron las ambiciones de expansión externa, pero no la gravitación de la principal economía de la región. La nueva elite negra promueve el capitalismo neoliberal bajo el emblema de un “renacimiento africano”.
Un líder histórico de los trabajadores mineros (Cyril Ramaphosa) se ha convertido en director de grandes empresas, en un país que ya no es repudiado por sus vecinos. Sudáfrica es el niño mimado del FMI y del Banco Mundial.Sus dirigentes despliegan retóricas progresistas en la ONU, mientras actúan como socios confiables de Estados Unidos[21].
Pero este giro neoliberal ha desgarrado a Sudáfrica. Desde 1996 la combinación de privatizaciones y apertura comercial con la eliminación de las restricciones al desplazamiento de personas, generó una caótica urbanización que ha ensanchado la polarización social[22].
El desempleo se duplicó y afecta al 36% de la población. La desigualdad se ubica al tope de los índices mundiales (Gini 0,73). Los desastres en la provisión de agua, la precariedad de la vivienda y la degradación de la educación son mayúsculos. El salario se ha estancado con la generalización de agencias que intermedian en la contratación laboral. En el 87% de las tierras que monopolizan los granjeros blancos subsisten formas encubiertas de servidumbre.
Las modalidades extremas del desarrollo desigual y combinado que generó el Apartheid no han desaparecido. Ese sistema articulaba capitalismo y pre-capitalismo, mediante una excepcional subsistencia de formas de coerción extra-económica. El trabajo temporario y migrante que conectaba a los sectores modernos y atrasados de la economía se ha remodelado y recrea las viejas fracturas[23].
Sudáfrica también padece la erosión de su base energético-minera tradicional. Ese complejo se ha internacionalizado manteniendo su primacía (23% del PBI y 60% de las exportaciones). Pero el extractivismo está agotando los recursos del subsuelo al cabo de varios intentos fallidos de diversificación.
Por estas razones la crisis global ha impactado más en Sudáfrica que en otras economías equivalentes. Hay cierta fuga de capitales en un marco de tensiones sociales y masacres mineras que recuerdan las terribles represiones del pasado.
También el caso de Turquía ilustra como despunta una sub-potencia regional por su gravitación geopolítico-militar. Las clases dominantes han desarrollado en las últimas décadas una estrategia de expansión en el mundo árabe y el mediterráneo.
Esta política se asienta en un despliegue militar que desborda las fronteras (ocupación de Chipre) y se refuerza con la opresión interna de la minoría kurda. Los derechos nacionales de este sector son rechazados a punta de fusil, ignorando la opinión mayoritaria de la propia población turca. Al cabo de treinta años de resistencia el gobierno debió aceptar el inicio de negociaciones, ante el establecimiento de regiones autónomas kurdas en Irak y Siria[24].
En Turquía la coerción interna y las ambiciones expansivas son políticas de estado, actualmente retomadas por una administración islámica conservadora. Sus dirigentes asumieron hace once años con promesas que no cumplieron de renovar el nacionalismo autoritario del Kemalismo.
Recrean especialmente el proyecto sub-imperial de lograr la supremacía regional frente a Irán, Egipto y Arabia Saudita. Por eso preservan la tradición despótica de una gran burocracia sometida a la tutela militar. El fin de la dictadura no erradicó los vestigios del totalitarismo y los poderes efectivos del Parlamento son muy débiles[25].
El neo-otomanismo persiste como ideología histórica de sectores dominantes que atravesaron por toda la variedad de estadios imperiales y semicoloniales. Actualmente adaptan esa tradición a un proyecto de inserción en la mundialización neoliberal, asentado la supremacía regional.
Con esa estrategia Turquía forma parte de la OTAN, tolera en su territorio las actividades del Pentágono y participa en las incursiones de Afganistán, Somalia e Irak. Pretende actuar como socio y no como un vasallo de Estados Unidos. Con la misma intención brindó sostén a los islamistas que participaron en la guerra de Siria.
La burguesía turca abraza el neoliberalismo con ese horizonte geopolítico. Se ha beneficiado con un crecimientodel 8% anual del PBI que ubicó al país en un status mediano, con varias corporaciones de peso. Pero los nubarrones que actualmente afectan a todas las economías intermedias amenazan este ascenso.
Los nuevos sectores del islamismo librecambista han desplazado a las viejas fracciones proteccionistas laicas, pero todos dejaron atrás la etapa desarrollista para propiciar la apertura comercial. Buscan ingresar en la Unión Europea con el activo apoyo de los medios de comunicación y la Bolsa.
Estados Unidos avala esta incorporación por las mismas razones que alentó el ingreso de los países del Este europeo a esa comunidad. Pero resulta muy difícil lograr un consenso dentro del Viejo Continente para incluir a una potencia autónoma tan opresiva y poco secular[26].
El gobierno islámico esperaba usufructuar de las revueltas árabes para exportar su modelo de conservadurismo neoliberal. Pero la conmoción que vive la zona terminó contagiando al país y la Plaza Taksim de Estambul se convirtió en un espejo de la Plaza Tahir de El Cairo. Una marea de manifestantes ocupó ese lugar durante semanas para rechazar las restricciones religiosas y la brutalidad policial[27].
Esta reacción puso de relieve el descontento con la cirugía neoliberal, que existe en un país agobiado por las agresiones sociales y los retrocesos democráticos. Este desafío erosionó la capacidad del gobierno para proyectar su modelo de islamismo conservador y apuntalar la supremacía regional frente a los rivales de Irán, Egipto y Arabia Saudita. Turquía quedó incorporada a las revueltas que pretende desactivar.
La regresión de la periferia
La crisis global ha impactado en la periferia clásica. Afecta duramente a las economías que exportan bienes básicos, adquieren productos elaborados y sufren el saqueo de sus recursos naturales.
Estos países no cuentan con los amortiguadores que utilizan las economías intermedias para atemperar un contexto internacional desfavorable. Quedaron muy golpeados por las condiciones políticas adversas que impuso el neoliberalismo, al eliminar los contrapesos que limitaban la polarización mundial. El desmoronamiento del bloque socialista y la pérdida de conquistas obreras en el Primer Mundo facilitaron la ampliación de esa brecha.
La periferia está conformada por las economías que sufren un empobrecimiento mayúsculo. En los polos extremos del ingreso persisten diferencias abismales. El PBI per cápita de Congo (231 dólares) o Burundi (271 dólares) se ubica a años-luz de su equivalente en Mónaco (114.232 dólares) o Estados Unidos (48.112 dólares). Estas fracturas se ampliaron significativamente durante las últimas décadas, puesto que la brecha que separa el ingreso per cápita de las regiones más ricas y más pobres aumentó entre 1973 y 1998 de 13.1 a 19,1. Existen numerosos cálculos de esta expansión geométrica de la fractura de ingresos que separa a los primeros y últimos 40 países del ranking global[28].
La acumulación del capital a escala global siempre se desenvolvió en una división internacional del trabajo, que genera transferencias de recursos de la periferia hacia el centro. En la etapa neoliberal esta dinámica polarizadora se mantuvo modificando las localizaciones de este proceso. El despegue de ciertas zonas se consumó en desmedro de otras, a través de intercambios desiguales y procesos de recreación del subdesarrollo[29].
Esta polarización se verifica en forma dramática en el agravamiento del hambre. Esta tragedia social se acentuó desde el 2003 por el ciclo ascendente que registran los precios de los alimentos. Hasta el 2008 esa carestía se concentraba en los cereales y ciertas oleaginosas, pero en la actualidad abarca a todos los productos. En diciembre del 2010 el índice de precios de la FAO superó su máximo histórico.
Las expectativas en un descenso de esas cotizaciones por la desaceleración económica global no se han verificado. La cifra total de hambrientos ronda los 1200 millones de personas, pero la amenaza se extiende a 2.500 millones que subsisten en condiciones de pobreza.Basta recordar como esa carestía influyó en el debut de los levantamientos árabes (“una intifada del pan”), para notar el impacto social del problema.
Existen tres explicaciones de la continuada inflación de los alimentos. La primera atribuye el comportamiento alcista a la formación de burbujas, gestadas con la especulación de los precios a futuro de los cereales. Esta operación ha canalizado los excedentes de liquidez que genera la falta de oportunidades de inversión en los países desarrollados.
Las obscenas apuestas con bienes primordiales para la vida humana es un juego cotidiano en Estados Unidos. Antes del 2000 el mercado de futuro de estos productos estaba regulado y se desenvolvía con estrictas exigencias de información de las posiciones de los traders. Estas regulaciones fueron abolidas y la actividad fue abierta al ingreso de los fondos que operan en el corto plazo.
Las inversiones llegaron en masa y en el 2007 el monto de esas transacciones promedió 9 billones de dólares. Los financistas perfeccionaron posteriormente su acción y ya no suscriben contratos a futuro. Compran y venden siguiendo el vaivén diario de las commoditties, sin comprometerse nunca con la posesión física del producto. Simplemente manejan los contratos mediante derivados financieros, que multiplicaron seis veces su presencia en el sector entre el 2002 y el 2008[30].
Los grandes bancos (BNP Paribas, Deutsche Bank, JP Morgan, Morgan Stanley, Goldman Sachs) se especializaron en esta actividad para recuperar beneficios luego del crack del 2008 y estuvieron directamente involucrados en brusco aumento del precio de los tres alimentos que cubren el 75% del consumo básico mundial (maíz, arroz y trigo) [31].
Un segundo enfoque estima que la valorización de los alimentos es consecuencia de las actividades que aprecian indirectamente los productos básicos (como los biocombustibles). Estos desarrollos incrementan los costos de los insumos y acentúan el agotamiento del suelo. Los precios de los alimentos trepan, además, al compás del encarecimiento del petrolero, el transporte o la irrigación. El mismo impacto genera la expansión de los supermercados que inflan la demanda con nuevos hábitos de consumo.
Finalmente otra explicación estima que la apreciación de los alimentos es un problema estructural, derivado de la demanda ejercida por los nuevos compradores asiáticos. Aunque la oferta se ha expandido junto al incremento de la productividad agrícola, consideran que la nueva dieta de millones de consumidores impacta sobre los precios.
Es probable que estas tres visiones expliquen aspectos complementarios del mismo fenómeno. En los próximos años quedará esclarecido cual ha sido el principal determinante de la carestía alimenticia. Sean maniobras financieras, actividades competitivas o brechas estructurales entre producción y consumo el resultado es el mismo: agravamiento de la tragedia del hambre.
El trasfondo de este flagelo ha sido la mundialización neoliberal, que impuso una reconversión agrícola tan favorable a la exportación como nociva para los cultivos tradicionales. Esa transformación benefició al agro-bussines, socavó la seguridad alimentaria, destruyó al campesinado y acentuó el éxodo rural.
Las normas de libre-comercio que impuso la OMC forzaron la especialización exportadora de muchas economías periféricas, que se convirtieron en compradoras netas de productos básicos. Perdieron sus reservas nacionales de alimentos y quedaron desguarnecidas frente al ciclo actual de encarecimiento.Esta desprotección favoreció a varias economías desarrolladas que descargaron sus excedentes sobre comunidades arruinadas por la destrucción del auto-consumo.
La desnutrición constituye la manifestación más aguda de la regresión padecida por el Tercer Mundo. Estas economías soportan la depredación de los recursos codiciados por las grandes empresas transnacionales. El petróleo, los minerales, el agua y los bosques son blancos principales del atraco.
¿Despunta África?
África Sub-sahariana ha sido el mayor escenario de tragedias sociales. Allí se localizaron los terribles dramas de refugiados, migraciones masivas y masacres étnicas.
El desangre generado por las guerras locales se cobró tres millones de muertos. En los años 80 y 90 la región sufrió un declive de la esperanza de vida (58 años en 1950 a 51 años en el 2000). Este cuadro dantesco fue consecuencia de incontables disputas por la apropiación de los recursos naturales.
Las batallas entre caciques para controlar los recursos exportables provocaron el colapso total de varias sociedades (Ruanda, Somalia, Liberia, Sierra Leona). Otras se desangraron por el coltán (República del Congo) o por la apetencia de diamantes, cobre y petrolero (Costa de Marfil, Sudán y Angola). La batalla por esos botines reavivó antiguas rivalidades étnicas, regionales y confesionales, promovidas por elites que frustraron el proceso de descolonización de los años 60-70[32].
No es cierto que África sufrió estas desgracias por su “marginación del mundo”. Es la región más integrada y subordinada a la división internacional del trabajo. La tasa de comercio extra-regional en proporción al PBI (45,6%) es muy elevada en comparación a Europa (13,8%) o Estados Unidos (13,2%). El problema radica en la forma que históricamente adoptó esa integración.
Durante la esclavitud África sufrió una hecatombe demográfica que redujo dramáticamente su población. En el periodo colonial (1880-1960) se generalizó el pillaje y los pequeños campesinos fueron sometidos al cultivo de exportaciones tropicales. La breve experiencia de descolonización nacionalista (1960-75) quedó rápidamente sepultada por el neoliberalismo, que renovó el ciclo de inserción primarizada. Pero la etapa actual incluye varias novedades.
En primer lugar se está consolidando la formación de un capitalismo negro, integrado por socios locales de las empresas extranjeras que capturan una porción del recurso depredado. En muchos países se han reformado los códigos de minería y petróleo para acrecentar esa tajada, que nutre también un proceso de acumulación primitiva. Por eso ha ganado importancia la participación de las burguesías locales de ciertos países. Sudáfrica lidera este grupo, pero también Nigeria amplia su gravitación.
En segundo lugar la llegada de China ha modificado los equilibrios de las elites dominantes con Estados Unidos y las viejas potencias coloniales. Un nuevo jugador ha ingresado en el continente para comprar enormes volúmenes de materias primas y ofrecer créditos de infraestructura sin las condicionalidades del Banco Mundial. La nueva burguesía africana más vinculada a Occidente disputa con los partidarios de estrechar la asociación con un gigante asiático, que no carga con la rémora de ex potencia colonial.
En tercer lugar se ha producido un significativo cambio en la coyuntura económica de la última década. La tasa de crecimiento comenzó a repuntar y en el 2000-09 alcanzó un promedio del 5,1% anual, que supera la media mundial (3%) y se ubica muy lejos de la regresión de 1980-90. Este aumento acompaña el fuerte incremento en las inversiones extractivas, que saltaron de 7 a 62 billones, en un marco de generalizada transformación agrícola. Las importaciones aumentan 16% anual y los términos de intercambio mejoraron un 38% en comparación al 2000-12[33].
Estas modificaciones han alterado el clima ideológico de “afro-pesimismo” que presentaba el desgarro del continente como un destino inexorable. Ahora prevalece una variante opuesta de “afro-optimismo” que difunden las elites neoliberales, para augurar un futuro venturoso. Si la primera teoría justificaba el saqueo recurriendo a la auto-flagelación y las reflexiones cínicas, la segunda lo aprueba como un precio de salida del subdesarrollo[34].
Esta última visión se difunde junto a todo tipo de fantasías sobre la inminente masificación de las clases medias. Olvidan recordar los abismos sociales vigentes en los países de mayor crecimiento. El 60 % de la población es pobre en Angola o Nigeria. Este mismo porcentual de habitantes vive en villas de emergencias en todo el continente, que en un 80% carecen de agua potable. Además, el desempleo entre los jóvenes promedia el 60%.
En el campo la situación es más dramática por la gran presión demografía sobre tierras cultivables, con reducidas reservas de agua renovables en un marco de gran deforestación[35].
Desempleo árabe, explotación en Oriente
Otro ejemplo de las desventuras de la periferia se localiza en el mundo árabe. El incendio político que conmocionó a esta región en los últimos tres años obedece a múltiples causas. Pero varias décadas de neoliberalismo furioso han sido determinantes de la pobreza, el estancamiento y la desigualdad que desencadenaron ese estallido.
La región ha padecido un récord de desempleo, disimulado con el asistencialismo que distribuyen los regímenes rentistas. Las privatizaciones y la flexibilidad laboral generaron fracturas sociales mayúsculas[36].
Las presiones para reducir el gasto social y eliminar subsidios a los alimentos empujaron en Medio Oriente a millones de jóvenes al desamparo. No pueden subsistir en sus países y tienen vedada la emigración a Europa. Estos desposeídos encendieron las revueltas, cuando un vendedor tunecino se inmoló para protestar contra las prohibiciones a la venta callejera[37].
Al igual que África esa región tuvo un corto período de florecimiento nacionalista en los años 60. Esa experiencia se agotó por la incapacidad que demostraron esos procesos para erradicar la dominación parasitaria de los grandes capitalistas. El neoliberalismo agravó posteriormente la explosiva combinación de subdesarrollo y rentismo[38].
Un tercer caso de regresión periférica se sitúa en los países de Asia, que no participan de la onda expansiva generada por China y las economías intermedias. Esas zonas sufren los terribles índices de pobreza multi-dimensional que mide el PNUD. El último reporte de ese organismo destaca que el 51% de la población mundial afectada por la miseria extrema, se encuentra en el Sur de Asia y el 15% en el Este de ese continente.
Pero semejante grado de pobreza se está convirtiendo en un imán para las empresas transnacionales, que buscan nuevos proveedores de fuerza trabajo barata. Un sector mano de obra intensiva como la industria textil es el gran barómetro de esta tendencia[39].
La primera oleada de deslocalización en la fabricación de confecciones se afincó en los años 70 en Corea, Taiwán, Singapur y Hong Kong. El segundo movimiento se ubicó en los 80 en Indonesia, Siri Lanka, Filipinas, Bangladesh y Tailandia. En las últimas décadas se verifica una tercera secuencia de inversiones en Camboya, Laos, Birmania y Bangla Desh.
El nivel de superexplotación obrera que imponen las grandes marcas y sus contratistas es aterrador. Una gran campaña de protesta bajo la sigla “Ropa Limpia Internacional” denuncia las atrocidades que predominan en esos talleres.
Un ejemplo de este drama se vive en Bangladesh. El PBI creció sostenidamente desde los años 90 hasta convertir al país en el tercer exportador mundial de ropa. Ya hay 4000 fábricas que contratan a 3 millones de obreros. Se trabaja entre 12 y 14 horas respirando polvo, en pequeñas habitaciones, mal iluminadas y sin ventilación. Los empresarios locales operan con márgenes estrechos y trasladan esa presión sobre los trabajadores, que sufren la represión y el asesinato de sindicalistas.
Esta situación se transformó en noticia internacional cuando 250 personas murieron por el derrumbe de una fábrica carente de protecciones laborales. Las crónicas periodísticas trazaron numerosas analogías con las condiciones de trabajo infrahumanas vigentes en Inglaterra, durante el debut de la revolución industrial[40].
Con pobreza, desempleo, salarios ínfimos y superexplotación, la periferia carga con las consecuencias más duras del período neoliberal. ¿Pero qué tipo transformaciones predominaron en esta etapa? ¿Y cuáles son las interpretaciones teóricas de esos cambios?
30-04-2014
Mutaciones del capitalismo en la etapa neoliberal II. Ascendentes, intermedios y periferia
Claudio Katz
RESUMEN:
China asciende al status de economía central. El salto histórico en su industrialización le otorgó un impensable rol internacional en el rescate del sistema financiero. Pero no logra concretar el giro hacia el consumo interno. La sustitución de las reformas mercantiles por el capitalismo ha generado sobre-inversión, especulación bancaria y polarización social.
La expansión económica global comienza a obstruir la estrategia geopolítica defensiva de China, acentuando las disputas entre las elites de la Costa y del Interior. La restauración capitalista está muy avanzada pero no ha concluido, mientras persisten tendencias equivalentes a la asociación y al choque con Estados Unidos.
Las economías intermedias que ascienden se ubican en un escalón inferior. Varias sub-potencias regionales con ambiciones sub-imperiales recobran incidencia sin forjar bloques comunes. Actúan dentro del orden neoliberal y es erróneo caracterizarlas utilizando criterios financieros de corto plazo.
Rusia recompone el estado frente al despojo de los oligarcas para estabilizar la acumulación, forjando un dique de contención a la OTAN. El crecimiento de India no se aproxima al desarrollo chino en una zona desgarrada y saturada de conflictos bélicos. En un marco de gran desempleo y desigualdad, la cooptación de una elite negra al pos-Apartheid ha potenciado la proyección de Sudáfrica. El expansionismo neo-otomano es el soporte del crecimiento neoliberal de Turquía.
La brecha global de ingresos se ensancha empobreciendo a la periferia. La desnutrición se acentúa por el encarecimiento de los alimentos que generó la reconversión capitalista del agro.
Un capitalismo negro despunta en África luego de sangrientas guerras por el botín de los recursos naturales. Arriban nuevas potencias y se enriquecen las elites locales. El mundo árabe continúa sufriendo una gran expoliación que en Asia es sinónimo de superexplotación.
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