Atilio Borón ¿Son las izquierdas responsables por la involución democrática global?


26.12.2016

Días pasados publiqué una nota, que salió en muchos periódicos digitales aparte de en mi blog y en FB, sobre el significado geopolítico del asesinato del embajador ruso en Turquía. Esto motivó una fuerte crítica que salió en Rebelión.La nota que sigue es mi respuesta a esa intervención.



"Las izquierdas en la crisis del imperio"

Rebelión, 26 Diciembre 2016



Una nota reciente de Santiago Alba Rico examina lo que, a su juicio, constituye un grosero error de interpretación de “conocidos militantes anti-imperialistas latinoamericanos” que, como el que suscribe esta nota, piensan que el asesinato del embajador de Rusia en Ankara es, en términos objetivos, una “respuesta” al creciente protagonismo de ese país en el sistema internacional. [1] En su escrito Alba Rico incurre en una serie de equivocaciones que no pueden ser pasadas por alto y que es preciso señalar y corregir. Dado que para ilustrar ese diagnóstico equivocado, según nuestro autor, se toman textualmente algunos pasajes o expresiones de un artículo de mi autoría publicado poco antes en este mismo medio siento, a los efectos de evitar confusiones entre los lectores, la necesidad de formular algunas precisiones. [2] Seré breve, pese a la amplitud de la temática, para poner en cuestión algunas líneas esenciales de la argumentación de nuestro autor.
1. Jamás he dicho, ni conozco alguien que lo hubiera hecho, que la sola puesta en aprietos a la dominación norteamericana en el tablero de la geopolítica mundial se corresponda automáticamente con un ataque al capitalismo y el avance de la revolución, la democracia y los derechos humanos en todo el mundo. No hay automatismos ni determinismos en la dialéctica de la historia, de modo que aquella ecuación debe ser descartada de antemano. Pero, por otro lado, no se puede ignorar el papel crucial, indispensable, insustituible, de Estados Unidos en la reproducción y mantenimiento global del capitalismo. Derrotas o retrocesos de Washington en el tablero de la política internacional no necesariamente abren las puertas a la democracia y los derechos humanos, pero cuando el sostén fundamental –o el “sheriff solitario”, para usar la expresión de Samuel P. Huntington- del capitalismo mundial y de los despotismos que asolaron al mundo desde finales de la Segunda Guerra Mundial experimenta un traspié eso, en principio, es una buena noticia porque se abre una pequeña fisura en un muro herméticamente sellado. ¿O acaso la derrota de EEUU en Vietnam no significó un avance democrático y en materia de derechos humanos en ese país devastado por once años de bombardeos norteamericanos? Y el reflujo de la influencia norteamericana experimentado por Washington en América Latina desde la elección de Hugo Chávez Frías a la presidencia de Venezuela, en Diciembre de 1998, ¿no inauguró acaso un ciclo que, con todos sus defectos e insuficiencias, podríamos caracterizar como virtuoso y positivo para nuestros pueblos? Y las revoluciones en el mundo árabe, que derrocaron a las tiranías de Ben Ali y Hosni Mubarak en Túnez y Egipto, fieles sirvientes de la hegemonía norteamericana en la región, ¿no nutrieron la esperanza –lamentablemente frustrada después- de un nuevo comienzo? 
2. En su nota nuestro autor incurre en un grave error desgraciadamente muy extendido en el campo de las izquierdas: habla de “los imperialismos”, así, en plural. Pero el imperialismo es uno sólo; no hay dos o tres o cuatro. Es un sistema mundial que, desafortunadamente, cubre todo el planeta. Y ese sistema tiene un centro, una potencia integradora única e irreemplazable: Estados Unidos. Tiene el mayor arsenal de armas de destrucción masiva; controla desde Wall Street la hipertrofiada circulación financiera internacional; decreta la extraterritorialidad de las leyes que sanciona su Congreso e impone sanciones a terceros países que incumplen las leyes estadounidenses; controla a su antojo los flujos de comunicaciones que se procesan a través de la Internet y la telefonía a escala mundial; dispone de un fenomenal aparato de propaganda –sin rivales en el mundo- con epicentro en Hollywood; casi la mitad del presupuesto militar mundial y según sus propios expertos, cuenta con algo más de un millar de bases militares instaladas en los cinco continentes. ¿Cuáles son los “otros imperialismos” que compiten con este? Como latinoamericano preguntaría a los cultores de la teoría de la “pluralidad de imperialismos” que por favor me digan cuantas bases militares tienen rusos y chinos en América Latina y el Caribe. La respuesta es cero, contra ochenta de Estados Unidos y sus compinches de la OTAN. Que me digan cuántos golpes de estado o procesos de desestabilización pusieron en marcha Moscú y Beijing en esta parte del mundo, contra los más de cien que tuvieron su origen en Washington. O que me digan quién arrebató la mitad de su territorio a México: ¿habrán sido los rusos, los chinos, Irán quizás? ¿Cuántos presidentes o prominentes líderes políticos y sociales de la izquierda fueron asesinados por órdenes de Rusia y China? Respuesta: ninguno. ¿Y Estados Unidos? La lista sería interminable. Mencionemos apenas algunos de los más conocidos: Augusto Cesar Sandino, Farabundo Martí, los jesuitas en El Salvador y también en ese país Monseñor Oscar Arnulfo Romero, Salvador Allende, Orlando Letelier, los generales constitucionalistas chilenos René Schneider y Carlos Prats González, el ex presidente boliviano Juan José Torres, Omar Torrijos, Jaime Roldós y los miles detenidos, desaparecidos y asesinados en el marco de la “Operación Cóndor.” Confieso que a medida que escribo y rememoro estos datos siento una creciente indignación ante los crímenes del imperialismo y, también, ante la incomprensión de algunos camaradas de la izquierda de las elocuentes lecciones de nuestra historia que los deberían inducir a ser mucho más rigurosos a la hora de hablar sobre el imperialismo. Con estos antecedentes a la mano la sola idea de una pluralidad de imperialismos no es otra cosa que un disparate, una frase hueca, un auténtico nonsense que ofusca la visión de lo que ocurre en el mundo real.
3. No entiendo la extraordinaria centralidad que Alba Rico le atribuye a Siria en los asuntos mundiales. Menos todavía que este sufrido país sea “la vía muerta de la revolución democrática que comenzó en 2011”, o que haya sido Damasco quien le devolvió “protagonismo a las dictaduras”, o la “fuente contaminante” de la desdemocratización. Francamente, no lo comprendo. Menos aún que se diga que Rusia e Irán, al igual que hiciera EEUU en América Latina o Vietnam, utilizaron “todos los medios a su alcance para sostener hasta el límite a un tirano asesino” como Bashar –al Assad. Rusia, y en mucho menor medida Irán, intervienen cuando la destrucción del país parecía inexorable ocasionada, precisamente, por Washington y sus aliados. Lo hacen cuando la tragedia humanitaria desencadenada por …. ¿la pasión norteamericana por la democracia y los derechos humanos o por sus imperativos geopolíticos? se ensañó contra ese pueblo para inventar una “guerra civil”, como hicieron en Libia, derrocar a Assad, aislar a Irán privándolo de su único aliado significativo y facilitar el asalto final contra la República Islámica. Para ello la Casa Blanca reclutó –con la inestimable ayuda del Reino Unido, Arabia Saudita e Israel- un ejército de mercenarios a los cuales la prensa occidental, alentada desde Washington por la por entonces Secretaria de Estado Hillary Clinton, exaltó hasta convertirlos (como antes a la siniestra “contra” nicaragüense y después a los bandidos apostados en Bengasi, que culminarían su cruzada democratizadora linchando a Gadaffi y desmembrando a ese desdichado país) en virtuosos “combatientes por la libertad”. Fue la propia Clinton quien luego reconoció que “nos equivocamos al elegir a nuestros amigos”. ¿Cuándo lo dijo? Cuando Estados Unidos ya no pudo proseguir –por completamente infundada- con su campaña de acusaciones sobre el programa nuclear iraní y la Casa Blanca tuvo que cambiar de táctica. Ellos sabían, como todo el mundo, que el único país que tiene armas nucleares en Oriente Medio es Israel, pero eso no es problema para Washington y sus peones europeos. Al cambiar de táctica, al caerse aquel pretexto para la ofensiva norteamericana, los delincuentes plantados en territorio sirio se autonomizaron de sus antiguos jefes y protectores y una parte de ellos dio nacimiento al Califato y a diversas variantes del yihadismo, se dedicaron a degollar y decapitar infieles, robar petróleo y, con el beneplácito de Washington, comenzar a venderlos a treinta dólares el barril, para debilitar -¡de pura casualidad nomás, no hay que ser mal pensados!- a tres enemigos de Washington: Rusia, Irán y Venezuela, grandes exportadores de ese precioso recurso. El más elemental análisis de la situación no puede sino concluir que Siria, por lo tanto, no es -¡jamás podría haber sido!- la causante de la “desdemocratización” del planeta sino un despedazado país destruido casi por completo por el imperialismo, y que gracias a la intervención de Rusia se puso temporario fin a una masacre promovida y consentida por la metrópolis imperialista y sus secuaces. Que la injerencia de Rusia haya estado motivada por intereses geopolíticos propios porque en Tartus, Siria, se encuentra la única base militar rusa existente fuera de su propio territorio, no quita que con su intervención militar se han salvado miles de vida mientras que las potencias occidentales –y los intelectuales sometidos a su hegemonía- se prodigaban en ejercicios meramente retóricos o en huecos discursos lamentando la tragedia pero sin ofrecer la más mínima alternativa. Una testigo presencial de esta tragedia en Alepo, la monja Guadalupe Rodrigo, lo manifestó con una rotundidad y sensatez que me encantaría hallar en los escritos de tantos analistas cuando dijo que “ lo que está sucediendo en Siria está muy lejos de ser una guerra civil. Si hubiera que ponerle una etiqueta sería más bien una invasión.” [3] 
4. Lo anterior no significa que Assad represente ni de lejos un ideal político para la izquierda. La insinuación de que quienes se oponen a la sangrienta política norteamericana en Siria son admiradores de un personaje como Assad o de un modelo político como el imperante en Siria es un insulto que carece por completo de fundamento. La afirmación de que “la democracia ha muerto. Los DDHH –apenas una buena idea– pertenecen al pasado. Assad , gran triunfador, es el modelo; y a la izquierda impotente y vencida le gusta ese modelo porque incluso en EEUU se ha impuesto, como ellos querían, un protodictador” es asombrosa, por lo injusta e injuriosa. 
Lo menos que debería hacer Alba Rico al lanzar una acusación tan tremenda es tratar de fundamentarla, diciendo cuál teórico de la izquierda, o cuáles fuerzas de esa orientación han manifestado su “gusto” por el modelo sirio o su alborozo por la elección de Donald Trump. La izquierda, en sus distintas variantes, ha sido siempre la enemiga jurada del fascismo y el baluarte de los procesos de democratización en todo el mundo. ¿O cree nuestro autor que los capitalismos democráticos lo son porque la burguesía y la derecha se propusieron alguna vez en algún país construir un orden democrático? ¿Quién si no la izquierda fue la protagonista de las grandes luchas democráticas en todo el mundo? Por eso cuando le adjudica la “ responsabilidad en este proceso de desdemocratización”, cosa que le parece innegable y reprobable, incurre en un gravísimo yerro y, además, lanza una ofensa gratuita a millones de gentes que en los cinco continentes y desde la izquierda se juegan la vida para construir un mundo mejor, un orden democrático donde imperen la libertad, la justicia y los derechos humanos. Agravio que, por otra parte, se construye a partir de un rotundo error de interpretación histórica, a saber: afirmar que “el fascismo clásico fue el resultado de y acompañó a un proceso de desdemocratización radical, exactamente igual que ahora.” La relación causal fue exactamente la inversa: el fascismo fue, según Clara Zetkin, un castigo porque el proletariado fracasó en su intento de realizar la revolución y, añadimos nosotros, una represalia por los desafíos planteados por la radicalización del impulso democrático en los años de la primera posguerra y, después, en el marco de la Gran Depresión. Su respuesta fue desdemocratizar al orden político instaurando la dictadura desembozada de la burguesía. Esta tesis fue defendida desde un principio por la Tercera Internacional y reafirmada en los escritos de -aparte de la ya mencionada Zetkin- León Trotsky, Karl Radek, Ignazio Silone, Antonio Gramsci y Palmiro Togliatti, entre otros.
5. Recapitulando: el imperialismo es un sistema que lo podemos representar con tres círculos concéntricos. En su núcleo fundamental hay un país, Estados Unidos, que es quien ejerce la función dirigente y dominante. Luego hay un segundo anillo formado por los estados vasallos del capitalismo desarrollado, con quienes Washington mantiene relaciones que en algunos temas puntuales pueden dar origen a tensiones y contradicciones pero que, ante una amenaza sistémica se agrupan rápidamente en torno a los dictados de la Casa Blanca y se convierten en dóciles peones de las más siniestras decisiones que pudieran emanar de Washington. Por ejemplo, después del 11-S, países europeos cuyos dirigentes están siempre prestos a pontificar sobre la importancia de los derechos humanos colaboraron en viabilizar los “vuelos secretos” de la CIA transportando presuntos terroristas hacia “lugares seguros” en donde torturarlos y desaparecerlos, fuera del alcance de la legislación estadounidense. [4] Para Zbigniew Brzezinski evitar “la confabulación de los vasallos”, es decir, de este segundo círculo, “y mantener su dependencia en cuestiones de seguridad” es uno de los tres principales objetivos del imperio. La OTAN es la expresión más nítida de la aplicación de este principio. El tercer círculo del sistema imperial está constituido por las naciones de la periferia o semi-periferia capitalista, es decir, ese vasto y tumultuoso “tercer mundo” formado por las naciones de Asia, África y América Latina y el Caribe, que es preciso, siempre según Brzezinski, mantener bajo control. [5] 
Por consiguiente, cualquier proceso de debilitamiento del núcleo duro del imperialismo, Estados Unidos, o de su segundo círculo, los vasallos, es en principio auspicioso que tendrá, como contrapartida, la violenta reacción de Washington. Que ello finalmente madure en una dirección correcta y en algunos países dé nacimiento a un proceso democrático y emancipador ya es otra cuestión y dependerá, como todo, de la inteligencia y voluntad con que las fuerzas sociales y políticas del campo popular encaren la lucha de clases y se aprovechen de los cambiantes equilibrios geopolíticos internacionales. La emergencia de actores cada vez más poderosos en la estructura internacional -la irrupción de China, el retorno de Rusia, el lento pero irreversible ingreso de la India, la Organización de Cooperación de Shanghái ( OCS ) y los BRICS, para señalar apenas los más importantes- está dando lugar a un naciente multipolarismo que si bien no puede ser caracterizado como intrínsecamente anti-imperialista modifican, a favor de los pueblos, las condiciones objetivas bajo las cuales se libran las luchas por la democracia, la justicia y los derechos humanos en la periferia con independencia de los rasgos definitorios de los regímenes políticos imperantes en China, Rusia, la India o cualquier otro actor involucrado. Esa es la clave para entender la violenta reacción norteamericana ante ese nuevo orden emergente, que erige barreras intolerables a su pretensión de supremacía incontestada. La historia latinoamericana y caribeña de los últimos años no habría sido posible de haber persistido el unipolarismo que siguió a la implosión de la Unión Soviética. Puede no ser de agrado para nuestro autor, pero sí lo ha sido para todos los líderes y movimientos populares de América Latina y el Caribe, desde Fidel y Chávez hasta Lula y Kirchner que ha visto ampliar sus márgenes de maniobra en la complejidad de la nueva realidad internacional. No es lo ideal, como hubiera sido un insólito florecimiento del socialismo, la democracia, la justicia y los derechos humanos en el capitalismo desarrollado. Pero lo que hemos visto ha sido exactamente lo contrario. Y en el mundo que realmente existe será preciso que avancemos en nuestras luchas sin esperar el advenimiento de aquellos cambios en el primer mundo.
 
6. Nuestro autor pone término a su nota extremando el pesimismo que impregna toda su argumentación. Declara, resignadamente, que “ya no hay alternativa sistémica, ni siquiera imaginaria.” No creo que en una amable conversación personal (como la que sostuve con él más de una vez en el pasado) pudiera decir algo semejante. Creo que tal vez la sorpresa al comprobar como muchos de sus amigos latinoamericanos interpretaban lo ocurrido en Ankara y la premura de la crítica lo llevó a escribir algo que podría ser visto como una reformulación, en términos filosóficamente aún más radicales, de la absurda tesis de Francis Fukuyama sobre el fin de la historia. Estoy seguro que Alba Rico no adhiere a esa tesis. Sin embargo es indudable que las dificultades con que tropieza la creación de una alternativa sistémica al capitalismo global son inmensas. Estados Unidos construyó el imperio más poderoso que jamás haya existido en la historia de la humanidad. Sus dispositivos de hegemonía y dominación son formidables; su capacidad de control y sometimiento también. Pero el inicio de su decadencia ya es inocultable. Lo reconocen los propios mandarines del imperio así como los estrategas del Pentágono y la CIA. Y, también es cierto, que hoy no se avizoran las formas concretas que podría asumir una alternativa sistémica. Pero sí sabemos, a ciencia cierta, que el capitalismo está llegando a su límite porque tal como lo asegurara el Comandante Fidel Castro Ruz en la Cumbre de la Tierra en Río, en 1992, su reproducción está destruyendo las condiciones medioambientales que hicieron posible la aparición de la vida humana en el planeta Tierra. El ecosocialismo ha aportado agudas reflexiones y muchos datos concretos sobre esta insoluble contradicción entre capitalismo y naturaleza. Y los pueblos están a la búsqueda de alternativas, tanto reales como imaginarias, sin esperar a que los intelectuales las inventemos. Las aportaciones de las etnias originarias de América Latina y el Caribe sobre el “buen vivir” son una prueba de ello. La idea de que “otro mundo es posible” ha ganado millones de adeptos en todo el mundo. La gravedad de la irresuelta crisis general del capitalismo, estallada hace ya más de ocho años, hizo posible que en Estados Unidos, en Europa, en el Sudeste asiático y en Canadá grandes manifestaciones populares adopten como consigna unificadora la crítica al capitalismo, algo inimaginable hasta hace unos pocos años cuando al capitalismo ni siquiera se lo nombraba. Bertolt Brecht dijo una vez que el capitalismo era un caballero que no deseaba ser llamado por su nombre. Su anonimato lo invisibilizaba y de ese modo ocultaba su carácter de régimen social de explotación. Ahora se lo nombra y se lo escribe y, en un desarrollo tan inesperado como promisorio, se lo leía en las pancartas de los jóvenes norteamericanos del Occupy Wall Street, y en las de los españoles del 15-M que no sólo denunciaban al capitalismo sino que hacían lo propio con la farsa democrática que éste había montado y que había perdido toda legitimidad. 
En un mundo en el que, según las conocidas cifras divulgadas por Oxfam, el 1 por ciento más rico del planeta posee más riquezas que el 99 por ciento restante es inviable, no ya en el largo sino en el mediano plazo. La apelación que la derecha mundial hace al neofascismo global es un síntoma de su impotencia y demuestra la gravedad de la amenaza difusa, por ahora inorgánica, que plantea la protesta de los oprimidos y, por ende, de la izquierda. Es cierto que lo que se vislumbra no es lo que quisiéramos. En mi caso, me gustaría una reedición de la triunfal entrada del Movimiento 26 de Julio a La Habana en cada rincón del planeta. Eso no está en el horizonte, pero el lento pero progresivo desmoronamiento del orden imperial ofrece la oportunidad de intentar construir ese mundo mejor que todos anhelamos. Los formatos clásicos de la revolución son productos históricos. Esperar ahora el cañonazo del Aurora para dar la señal para el comienzo de la revolución bolchevique es un anacronismo, un canto a la melancolía. Pero aunque no se lo vea el viejo topo de la revolución sigue trabajando, con ahínco paralelo al desenvolvimiento de las insolubles contradicciones del sistema capitalista. Y la morfología de esa futura revolución es impredecible. Como lo fue la Comuna para Marx y Engels en 1871; como lo fueron los Soviets en 1917; como lo fue la guerrilla en Cuba en la segunda mitad de los cincuentas; o el vietcong en Vietnam en los años sesentas y setentas. Las revoluciones nunca copian, son siempre creaturas originales. El hecho de no poder divisar los perfiles precisos de la rebelión en ciernes no significa que esta no exista. Parafraseando a Gramsci concluimos diciendo que en coyunturas como las actuales el pesimismo de la inteligencia no debería ser el recurso que sofoque el optimismo de la voluntad sino un estímulo para perfeccionar nuestros métodos de análisis social, de tal suerte que nos permitan vislumbrar en los entresijos del viejo orden en crisis los
actores emergentes y las semillas de la nueva sociedad.
 

Notas:
[1] “ Alepo, Ankara, Berlín: geopolítica del desastre” , en Rebelión , 22 Diciembre 2016. http://www.rebelion.org/noticia.php?id=220751 
[2] “De Sarajevo a Ankara”, en Rebelión, 20 Diciembre 2016. http://www.rebelion.org/noticia.php?id=220659
[4] Hemos examinado ese tema en Atilio A. Boron y Andrea Vlahusic, El lado oscuro del imperio. La violación de los derechos humanos por Estados Unidos (Buenos Aires: Ediciones Luxemburg, 2009), pp. 57-61.
[5] Cf. su El gran tablero mundial. La supremacía estadounidense y sus imperativos geoestratégicos (Buenos Aires: Paidós, 1998)

Rolf Zunneman Estados y regulación a las empresas transnacionales



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Gráfico: reddhregional.com
La forma en que operan actualmente las redes y estructuras complejas de las corporaciones transnacionales requieren que se imponga un nuevo tipo de obligaciones a los Estados, para que estos –individual o conjuntamente– regulen a dichas empresas de una manera más efectiva.

Los Estados tienen obligaciones más allá de sus fronteras –llamadas obligaciones extraterritoriales – de carácter bilateral, multilateral y global. Los Principios de Maastricht sobre las Obligaciones Extraterritoriales de los Estados en el Área de los Derechos Económicos, Sociales y Culturales presentan una visión sistemática de esas obligaciones, derivada del derecho internacional.[1]

Las obligaciones extraterritoriales incluyen obligaciones de los Estados de proteger –individual y conjuntamente– a la gente de los daños causados por las empresas transnacionales y de proveer recursos efectivos para los crímenes cometidos por las corporaciones.  Es urgente que las obligaciones extraterritoriales se aclaren, se tornen operacionales y se hagan efectivas.  El tratado de derechos humanos sobre empresas transnacionales y otras empresas que está siendo preparado por el Consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas, además de especificar los crímenes contra los derechos humanos que deben ser regulados, deberá estipular obligaciones claras para que todos los Estados involucrados cooperen en la regulación, protección, reparación y sanción de crímenes contra los derechos humanos cometidos por las empresas transnacionales.

El futuro instrumento debería ir más allá del entendimiento estricto de los “Estados de origen” de las empresas transnacionales.  En línea con los Principios de Maastricht, debería definir el estado de origen de una empresa transnacional como aquel en el cual “la empresa, la compañía matriz o la sociedad que ejerce el control, tiene su centro de actividad, está registrada o domiciliada, o tiene su sede principal de negocios o desarrolla actividades comerciales sustanciales.”[2] Bajo este entendimiento, las empresas transnacionales pueden tener varios Estados de origen, todos ellos bajo la obligación de regular y cooperar en la regulación de las empresas transnacionales.

Los Estados deben respetar el disfrute de los derechos humanos extraterritorialmente.[3] Esta obligación requiere, por ejemplo, que los Estados se abstengan de adoptar leyes y políticas favorables a inversiones por parte de empresas bajo su jurisdicción o en el extranjero, que menoscaben los derechos humanos, actuando de esa manera en complicidad con las empresas transnacionales involucradas.[4]

La conducta de los Estados en el seno de las organizaciones internacionales debe ser coherente con sus obligaciones extraterritoriales.  Además, los Estados deben elaborar, interpretar y aplicar los acuerdos internacionales coherentemente con sus obligaciones de derechos humanos, por ejemplo en las áreas del comercio, inversión, finanzas, impuestos, desarrollo, seguridad y el respecto a la Madre Tierra.

Cuando sea posible, los Estados deben adoptar medidas por separado y conjuntamente, en cooperación entre sí, para regular a las empresas transnacionales, asegurándose de que no impidan el disfrute de los derechos humanos.  Aún en situaciones donde los Estados no estén en condiciones de regular a una empresa transnacional, deben ejercer influencia sobre su conducta, por ejemplo a través de su sistema de contratación pública o de la diplomacia internacional.[5]

La regulación requiere la adopción y la ejecución de medidas legales. Se considera a un Estado bajo la obligación de regular si:

a) el daño o la amenaza de daño se origina u ocurre en su territorio;

b) el actor no estatal tiene la nacionalidad del Estado en cuestión;

c) en lo referente a empresas comerciales, cuando la empresa, la compañía matriz o la sociedad que ejerce el control, tiene su centro de actividad, está registrada o domiciliada, o tiene su sede principal de negocios o desarrolla actividades comerciales sustanciales en el Estado en cuestión;

d) cuando hay un vínculo razonable entre el Estado en cuestión y la conducta que pretende regular, incluyendo cuando aspectos relevantes de las actividades del actor no estatal son llevadas a cabo en el territorio de ese Estado. Ejemplos de un vínculo razonable pueden ser cuando:

  • La empresa tiene a sus activos en ese país que pueden ser incautados para ejecutar una sentencia judicial.
  • Hay prueba o testigos en el país.
  • Los funcionarios de la empresa acusados se encuentran en el país.
  • La empresa llevó a cabo parte de las operaciones incriminadas en ese país.

e) cuando cualquier conducta que menoscabe los derechos económicos, sociales y culturales constituya una violación de una norma imperativa del derecho internacional. Cuando tal violación también constituya un crimen en el derecho internacional, los Estados deben ejercer jurisdicción universal sobre los responsables o transferirlos legalmente a una jurisdicción adecuada.

Es importante aclarar y especificar aún más estas obligaciones extraterritoriales. Es inminente introducir estándares y mecanismos adecuados de implementación y monitorear su implementación.

Nos encontramos en un momento clave, en el cual es necesario pasar de principios generales a regulaciones jurídicas más específicas que pueden ser ejecutadas en contra de las empresas transnacionales que menoscaben el goce de los derechos humanos en donde quiera que estas operen y desarrollen sus operaciones.

Un futuro tratado de derechos humanos sobre empresas transnacionales y otras empresas es un instrumento urgente para finalmente llenar los vacíos regulatorios más allá de las fronteras, que permiten que se perpetúe la impunidad  de aquellas corporaciones transnacionales que obtienen el lucro con actividades que menoscaban el disfrute de los derechos humanos y afectan la dignidad humana.

Rolf Zünnemann es integrante de FIAN Internacional.
 

[1] Los Principios de Maastricht están disponibles en varios idiomas.http://www.etoconsortium.org/nc/en/main-navigation/library/maastricht-pr...
[2] Principios de Maastricht sobre las Obligaciones Extraterritoriales de los Estados en el Área de los Derechos Económicos, Sociales y Culturales, Principio 25 (c)
[3] Principios de Maastricht 19 – 21. 
[4] Principio de Maastricht 21
[5] Principio de Maastricht 26

Alberto Cruz Los movimientos de China y Rusia acotan, aún más, a Occidente


Cubadebate
rusia-china
China y Rusia, Rusia y China llevan caminos paralelos, pero con una tendencia cada vez mayor hacia la confluencia. No son caminos que avanzan mirándose de reojo el uno al otro si no que cada año, cada día que pasa se van acercando más y más puesto que ambos persiguen la misma meta: el fin de la hegemonía occidental. Mientras ese momento llega, los pasos que van dando ambos países van acotando el espacio por el que tradicionalmente ha viajado Occidente, que ve cómo aunque el mundo es ancho los límites en los que siempre se había sentido cómodo –por ejercer su hegemonía- se van reduciendo una y otra vez.
Es conocido que Donald Trump ganó las elecciones presidenciales en EE.UU. y que uno de sus primeros movimientos ha sido acentuar las relaciones con Taiwán y afirmar que no se siente implicado en eso de “una sola China”, la tesis que maneja Beijing para reunificar a la China continental y la insular. Eso ocurrió el día 10 de diciembre. De inmediato ha sido interpretado como “un paso justo en una nueva estrategia para Asia” de EE.UU., una vez que se ha constatado que el Tratado Transpacífico –que con tanto empeño promovió Obama- está muerto (Trump ya ha dicho que EE.UU. se retirará del mismo) y que el giro hacia Asia que había impulsado Obama para contener a China se ha disuelto como un azucarcillo en una taza de café. Y todo el mundo, los neo-conservadores y los supuestamente progresistas demócratas en EE.UU., que han abandonado temporalmente sus diferencias gracias a esto, se ha puesto a aplaudir la decisión de Trump.
Sin embargo, esta gente mantiene los viejos parámetros, como cuando Occidente hacía y deshacía y todo el mundo tenía que agachar la cabeza. Ya no es así, ni mucho menos. Porque la respuesta de China al gesto de Trump ha sido fulminante: anunciar (el 12 de diciembre) que sustituye el dólar en sus transacciones financieras con siete países: Dinamarca, Hungría, México, Noruega, Polonia, Suecia y Turquía.
Como es lógico, una medida de estas características ya se había hablado y decidido desde mucho tiempo antes, pero el momento elegido para hacerla pública no es casual. China devuelve el golpe, con creces. Porque esta medida supone que ya no es necesario utilizar el dólar en las transacciones comerciales entre China y esos países, que también podrán comerciar con China en yuanes, lo que ayudará a reducir los costes comerciales entre ellos.
Además, China ahonda en la herida europea con un acuerdo en el que se incluyen países europeos muy vasallos de EE.UU. (como es el caso de Polonia) y muy díscolos (como es el caso de Hungría). Pero el común denominador de todos los países europeos con los que China da este paso es que mantienen su moneda por lo que en la práctica también se debilita la moneda única europea, el euro. Un aviso a navegantes para la moribunda UE si mantiene su vasallaje respecto a EE.UU.
Pero, además, hay que detenerse en Turquía, un país cada vez más alejado de EE.UU. tras el fracaso del golpe militar de julio, y que si bien no ha dado aún el paso de comerciar con Rusia en sus respectivas monedas, como ha prometido Erdogan, sí lo acaba de hacer con China. Y lo hace justo cuando Erdogan ha lanzado una nueva amenaza a la UE y a EE.UU. afirmando que está estudiando la posibilidad de incorporarse “de pleno” a la Organización para la Cooperación de Shangai. Es de suponer que no hará falta recordar que Turquía es miembro de la OTAN y que mantiene negociaciones para ingresar en la UE desde hace más de una década, por lo que tras el paso de comerciar en liras turcas y yuanes chinos es algo más que una amenaza.
Y hay que detenerse, también, en México, el segundo gran país latinoamericano tras Brasil que comercia con los chinos en su propia moneda.
Si se tiene en cuenta que China ya comercia con los otros países del eje BRICS (Rusia, India, Brasil y África del Sur) en sus propias monedas, y que además hace lo propio con Corea del Sur, Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos, mientras que mantiene conversaciones sobre la misma cuestión con Canadá, Nueva Zelanda y Singapur, se ve con claridad cómo se va a acotando el terreno sobre el que Occidente, más en concreto EE.UU., ha dominado históricamente. Un dominio que se sustenta en el predominio del dólar, precisamente.
A ello hay que sumar el giro dado por la práctica totalidad de países asiáticos hacia China despreciando, como se ha dicho más arriba, el TTP impulsado por Obama. Es lo que están haciendo a pasos agigantados dos países, Filipinas y Malasia, con quienes China ha firmado suculentos acuerdos de colaboración política y económica.
Con ser importante esto lo es aún más el giro de Indonesia, país en el que la inversión China supone ya el 30% del total de la inversión extranjera, convirtiéndose así en el tercer país inversor en el archipiélago tras Singapur y Japón y desplazando claramente de esa posición a EE.UU.. Lo mismo se podría decir de Tailandia, donde el nuevo rey ya ha anunciado su disposición a “mejorar y ampliar” la relación con China e incrementar el comercio entre ambos países.
Hay que recordar que desde el mes de octubre el yuan o renminbi forma parte oficialmente de la canasta de divisas del FMI, por lo que además de estos países cualquier otro puede utilizar esta moneda en sus transacciones económicas y financieras. Y que desde enero de este año, el Banco Asiático de Inversión en Infraestructuras está concediendo créditos a los países asiáticos en yuanes, no en dólares.
Por si fuese poco todo lo anterior, el Consejo Mundial del Oro acaba de certificar que este año 2016 China y Rusia se han vuelto a convertir, por sexto año consecutivo, en los principales compradores de oro de todo el mundo incrementando de forma sustancial sus reservas de este metal. A este ritmo, muy probablemente en cinco o seis años estos dos países superarán a Francia a Italia en reservas de oro y se situarán casi en paridad con las que mantiene el Fondo Monetario Internacional. Por encima de ellos sólo estarán en este aspecto EE.UU. y Alemania.

La franqueza inusual del FMI

Todo lo anterior refuerza que el camino hacia la desdolarización de la economía mundial y el fin de la hegemonía de Occidente son imparables y en el mismo China juega un importantísimo papel junto a Rusia.
En una muestra inusual de franqueza, el Fondo Monetario Internacional ha publicado un informe en el que reconoce que Rusia ha resistido mucho mejor de lo que se esperaba las sanciones impuestas por Occidente, EE.UU. y sus vasallos europeos, como consecuencia de la crisis de Ucrania .
En síntesis, el FMI dice que “la economía de Rusia ha absorbido los choques del petróleo y las sanciones”, que “hay señales de una recuperación incipiente” y que para el año que viene “se prevé una expansión del 1’1%” porque la inflación se está desacelerando.
Quedan ya muy lejos los sesudos análisis de más de uno y más de dos en los que se vaticinaba –era el año 2014- que Rusia no podría sobrevivir a las sanciones, que su sistema bancario se iba a desmoronar en seis meses. Pues no, no sólo se ha mantenido sino que se ha reforzado.
Rusia puso en marcha de inmediato un sistema alternativo al occidental (SWIFT) que se denomina MIR (mir, en ruso, es paz) para las transacciones financieras internas (sueldos, pensiones, cuentas de débito y crédito) e internacionales dado que el SWIFT es la soga con que Occidente suele ahorcar a los pueblos y gobiernos que se resisten a sus presiones. El sistema MIR es hoy casi el único que se puede ver en las tiendas rusas de todo tipo, desde el pequeño al gran comercio, habiendo desaparecido en la práctica las tarjetas de pago occidentales tipo VISA o Mastercard. Es decir, cada vez circulan menos el dólar y el euro en la economía rusa. Resulta curioso ver cómo quienes más empeño están poniendo en que esas sanciones sean levantadas son este tipo de empresas, que no los gobiernos occidentales.
Esto, aunque parezca pequeño, tiene un gran valor en sí mismo puesto que supone que el rublo se fortalece frente al dólar y el euro. Además, si se tiene en cuenta lo dicho anteriormente sobre la compra de oro por parte de Rusia, se entiende aún mejor puesto que la pretensión del gobierno ruso es vincular el rublo al oro y desvincularlo progresivamente del dólar.
Junto a ello hay que poner el acuerdo al que ha llegado la OPEP con Rusia para congelar la producción de petróleo y estabilizar así el precio del barril alrededor de los 50 dólares como mínimo. Esto ha ocurrido este mes de diciembre y va precedido del anuncio ruso (abril de 2016) de establecer un precio propio de referencia del petróleo para ir desconectando sin problemas del mecanismo de formación de precios más usado a nivel mundial, el petróleo Brent, que se origina en Londres. Aunque la OPEP no participa de esta decisión, no la puede evitar puesto que Rusia no forma parte de este organismo y puede vender el petróleo no sólo al precio que quiera sino en las cantidades que quiera, aunque siempre ha respetado los precios decididos por la OPEP y lo mismo va a hacer ahora con el acuerdo suscrito.
China y Rusia, Rusia y China están dando cada vez más pasos hacia la desdolarización de la economía mundial y van minando, con firmeza y sin pausa, el poder de Occidente. Si bien hay diferencias entre ambos países en cuestiones regionales –como Vietnam, por ejemplo- sus relaciones económicas y energéticas les van acercando más y más hacia su gran objetivo, como lo demuestra el cada vez mayor desarrollo de su asociación estratégica y el gran entendimiento que muestran y comparten en aspectos clave de la política global. Los dos países ahora están inmersos en unas frenéticas conversaciones para hacer confluir sus dos grandes proyectos, la Nueva Ruta de la Seda y la Unión Económica Euroasiática, respectivamente.
El acercamiento entre los dos países tiene un mismo origen: la prepotencia occidental y, en particular, la estadounidense. La Administración Obama no calculó bien su estrategia, imbuida de su usual prepotencia. Todo lo que se diga o se intente hacer, como un acercamiento mayor de la moribunda Unión Europea hacia Rusia (tal y como han propuesto países de dentro de la UE y de fuera, el último Finlandia el pasado día 1 de diciembre) ya no tiene nada que ver con lo que podía haber sido hace un par de años. La cooperación entre Rusia y China, China y Rusia es ya inamovible.
Estos dos países van a establecer acuerdos tanto con EE.UU. como con la UE, sin duda, pero ya no será desde una posición subordinada sino que se basarán, en gran medida, en sus propias premisas e intereses. Las últimas maniobras rusófobas de EE.UU. y de la UE no son otra cosa que el canto del cisne por intentar evitar lo inevitable.
China y Rusia, Rusia y China están asumiendo de forma clara, constante y decidida su posición geopolítica y no la van a dejar en mucho tiempo. Para ellos Occidente ya no es más que una cuestión geográfica con cada vez menos relevancia internacional. El siglo XXI es, claramente, el siglo de Eurasia.

Atilio Boron De Sarajevo a Ankara



El creciente protagonismo de Rusia es motivo de enorme preocupación para lasmal llamadas “democracias” occidentales, en realidad un conjunto de sórdidas e inmorales plutocracias dispuestas a sacrificar a sus pueblos en el altar del mercado. Preocupación porque luego de la desintegración de la Unión Soviética Rusia fue dada por muerta por muchos sesudos analistas y expertos de Estados Unidos y Europa. Sumidos en su ignorancia y cegados por el prejuicio olvidaron que Rusia había sido, desde comienzos del siglo dieciocho bajo el cetro de Pedro el Grande y, sobre todo, durante el reinado de Catalina la Grande al promediar ese mismo siglo, una de las principales potencias europeas cuya intervención solía inclinar la balanza en los permanentes conflictos entre sus vecinos occidentales, especialmente el Reino Unido, Francia y el Imperio Austro-Húngaro. Olvidarse de la historia invariablemente termina produciendo groseros errores de análisis como los que hoy atribulan a los estrategos occidentales.La Revolución Rusa y el derrumbe del zarismo provocaron un transitorio eclipse del protagonismo ruso que muchos pensaron sería definitivo. Sin embargo, la victoria aliada en la Segunda Guerra Mundial y el papel crucial en ella desempeñado por la Unión Soviética, amén de su formidable recuperación económica de posguerra, hicieron que Moscú volviera a ocupar su tradicional rol arbitral en el concierto internacional. Durante casi medio siglo el sistema internacional tuvo la marca del bipolarismo, con Occidente y el (otra vez) mal llamado “mundo libre” de un lado y la Unión Soviética y sus aliados en el otro. Con la fulminante implosión de la URSS hizo que muchos creyeran que, ahora sí, Rusia desaparecería para siempre y que lo que se venía era “un nuevo siglo americano” signado por el incontestable unipolarismo de Estados Unidos, liberado de su tradicional adversario soviético y con China aún lejos de ser lo que llegaría a ser pocos años más tarde. La réplica de la historia fue demoledora. 

Tal como lo asegura Eduardo Febbro en su nota del pasado domingo en Página/12, “ no hay terreno donde el Rey Putin no haya vencido a sus adversarios: aplastó la revuelta en Chechenia, ganó en Siria, anexó Crimea, impidió militarmente que los independentistas ucranianos pasaran bajo la influencia europea, impuso su orden en Georgia y en Osetia, y, encima, logró desestabilizar desde el interior a las mismas democracias europeas con una acertada política de financiación de partidos y movimientos de diverso orden ideológico. Diecisiete años después de haber llegado a la cima del poder este tímido ex teniente coronel de los servicios secretos, el KGB, es la figura mayor del Siglo XXI.” 1 

La alianza de Rusia con China y la posterior incorporación de Irán y la India, más el astuto acercamiento con Turquía representa el “peor escenario posible” para la declinante hegemonía global de Estados Unidos, según Zbigniew Brzezinski, el principal estratego de Washington. El asesinato de Andrei Karlov en Ankara tiene dos propósitos inocultables: uno, dificultar que Turquía -sede de la impresionante base aérea norteamericana de Incirlik, con una dotación permanente de unos cinco mil hombres de la Fuerza Aérea de Estados Unidos- sea atraída hacia Moscú privando a la OTAN de una locación clave para cerrar, desde el Mediterráneo Oriental, el cerco contra Rusia que comienza en el Norte con los países bálticos. Dos, hacerle saber a Rusia que Occidente no se quedará de brazos cruzados mientras Putin se fortalece y prestigia poniendo fin al caos que Estados Unidos y sus aliados produjeron en Siria y que no pudieron o no quisieron solucionar. 


Lo de Karlov bien puede ser una provocación que, como el asesinato del Archiduque Francisco de Austria en Sarajevo, en 1914, podría precipitar una guerra si es que la parte afectada –Rusia- reaccionara impulsivamente. Pero si algo ha demostrado un personaje tan controvertido como Putin es que puede ser acusado de cualquier cosa, menos de ser un atolondrado. Más bien se trata de un actor muy cerebral y reflexivo, un hombre que juega con asombrosa frialdad en el caliente tablero de la política mundial. El crimen perpetrado en Ankara fue un claro mensaje mafioso dirigido a Moscú. Por eso el jihadista que perpetró el asesinato fue ultimado, sellando su boca para siempre. Los servicios occidentales son expertos en eso de reclutar supuestos radicales para perpetrar crímenes que sostienen la continuidad del imperio. 

Jorge Beinstein La crisis sistémica global y Trump

A partir de la victoria de Trump los medios de comunicación hegemónicos han lanzado una avalancha de referencias al “proteccionismo económico” del futuro gobierno imperial y en consecuencia al posible inicio de una era de desglobalización.

En realidad la instalación de Trump no será la causa de esa desglobalización anunciada sino más bien el resultado de un proceso que dio su primer paso con la crisis financiera de 2008 y que se aceleró desde 2014 cuando el Imperio ingresó en un recorrido descendente irresistible.

Desde el punto de vista del comercio internacional la desglobalización viene avanzando desde hace aproximadamente un lustro. Según datos del Banco Mundial en la década de los 1960 las exportaciones representaron  en promedio el 12,2 % del Producto Bruto Global, en la década siguiente pasaron al 15,8 %, en los años 1980 llegaron al 18,7 % pero hacia fines de esa década el proceso se aceleró y en 2008 alcanzó su máximo nivel cuando llegó el 30,8 %, la crisis de ese año marcó el techo del fenómeno a partir del cual se produjo un descenso suave que se acentuó desde 2014-2015 (1). La propaganda acerca de que las economías se internacionalizaban cada vez más, condenadas a exportar porciones crecientes de su producción fue desmentida por la realidad desde 2008 y ahora la globalización comercial comienza a revertirse.

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Pero las dos décadas de globalización acelerada fueron principalmente un movimiento de financierización, de hegemonía total del parasitismo financiero sobre el conjunto de la economía mundial, su centro motor se encontraba en los Estados Unidos, extendiendo sus fortalezas hacia el conjunto de Occidente y el socio oriental Japón. Los llamados “productos financieros derivados”, negocios especulativos altamente volátiles, verdadero corazón del sistema, llegaban en el año 1999 a unos 80 billones (millones de millones) de dólares, aproximadamente dos veces y media el Producto Bruto Mundial, luego esa masa se expandió vertiginosamente y en 2008, un poco antes del desastre financiero tocaba los 683 billones de dólares, casi 12 veces el Producto Bruto Mundial de ese año. Allí alcanzó su techo histórico, creció luego muy poco en términos nominales de tal manera que hacia fines de 2013 llegaba a los 710 billones de dólares (9,3 veces el Producto Bruto Global de ese año), fue el comienzo del desinfle ya que en diciembre de 2015 había caído a 490 billones (6,6 veces el Producto Bruto Global de 2015). La oligarquía financiera había entrado en declinación lo que acentuó su canibalismo interno y sus tendencias depredadoras no solo en la periferia sino también en el centro del sistema.

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A esos procesos económicos se agregó una profunda crisis geopolítica, el expansionismo político-militar del Imperio fue frenado en su principal territorio de operaciones: Asia. Los dos rivales estratégicos de Occidente: China y Rusia, estrecharon su alianza y fueron arrastrando hacia su espacio a grandes, medianos y pequeños estados de la región: desde India, hasta Irán, pasando por las naciones de Asia Central. Los recientes giros de Turquía y Filipinas alejándose de la influencia norteamericana y acercándose al espacio chino-ruso marcan desde el Mar Mediterráneo y desde el Océano Pacífico, en los dos extremos geográficos de Eurasia, el declive de la dominación periférica del imperialismo occidental. El fracaso estadounidense en Siria señala el principio del fin de su omnipotencia militar.


Sin embargo la decadencia de Occidente no implica el seguro ascenso de los capitalismos de estado ruso y chino como nuevos amos del mundo, la crisis está llegando a China, su crecimiento se va desacelerando, Rusia se encuentra en recesión, ambas potencias son afectadas por la declinación de los mercados occidentales y de Japón, sus principales clientes. Tratan entonces de compensar esas pérdidas extendiendo sus negocios y acuerdos políticos hacia la periferia, especialmente hacia el espacio asiático. Tal vez el más ambicioso proyecto chino sea el de la “Nueva Ruta de la Seda”, gigantesca masa de inversiones en infraestructura y sistemas de transporte terrestre y acuático distribuidas en Asia apuntando hacia la integración comercial del espacio eurasiático,  llegaría a unos 890 mil millones de dólares según Financial Times (2). Esa cifra podría ser comparada con la del Plan Marshall que a valores actuales representaría cerca de 130 mil millones de dólares, China estaría empujando hacia esa zona inversiones equivalentes a más de seis planes Marshall.

El problema es que todas esas economías que China busca integrar están siendo golpeadas por la crisis, la caída de los precios de las materias primas deprime al conjunto de la periferia, acorralan a Rusia, a Irán, a las repúblicas centroasiáticas... mientras Europa declina.       

La crisis es global, obedece a la dinámica del capitalismo como sistema planetario, a su degeneración parasitaria que degrada tanto a los países centrales como a los periféricos, emergentes o no.    

América Latina es ahora víctima de esos cambios.

En su repliegue hacia el patio trasero histórico imperial los Estados Unidos vienen allí ejecutando una estrategia flexible y arrolladora de reconquista y saqueo que en unos pocos años ha conseguido desplazar a los gobiernos de Honduras, Paraguay, Brasil y Argentina, acorralar a Venezuela y  poner de rodillas a la cúpula de la insurgencia colombiana. Sin embargo esa reconquista se produce en el marco de la crisis económica, social-institucional, cultural y geopolítica de Occidente que lleva hacia el pantano a los regímenes lacayos del continente. Las victorias derechistas en Paraguay, Argentina o Brasil anuncian profundas crisis de gobernabilidad, donde sus “gobiernos”, en realidad bandas de saqueadores, generan con sus acciones grandes destrucciones del tejido económico e inevitablemente el ascenso de protestas sociales masivas y crecientes. Dicho de otra manera, la actual arremetida derechista no es el comienzo de la reconversión colonial de la región, de la instauración de un nuevo orden elitista sino de una etapa de desorden, de rebeliones populares amenazando a las élites dominantes.

Mientras tanto la desglobalización sigue su curso, las élites dominantes del planeta buscan desesperadamente preservar sus posiciones, acentúan sus disputas internas, empiezan a producir salvadores pragmáticos de todo tipo. Así es como ha irrumpido un personaje grotesco como Donald Trump buscando combinar xenofobia, concentración de ingresos, reindustrialización y recomposición del esquema geopolítico global. O los neofascismos europeos emergentes y los ya instalados en América Latina. Se trata de tentativas ilusorias de recomposición de sistemas decadentes profundizando al mismo tiempo el saqueo, dinámica parasitaria ya vista a lo largo de la historia humana acompañando, acelerando las declinaciones imperiales. 

Notas

(1) World Bank, “World development Indicators”, 17-11-2016

(2) James Kynge, “How the Silk Road plans will be financed”, Financial Times, Mai 9, 2016.

Jorge Beinstein es economista argentino, docente de la Universidad de Buenos Aires.