Gran Bretaña Jeremy Corbyn, la reconquista del Partido Laborista por la izquierda y sus perspectivas gubernamentales

 François Chesnais

A finales de 2017 aparecieron dos libros en el Reino Unido, en ediciones ampliadas, sobre el claro desplazamiento hacia la izquierda del Partido Laborista, que ha pasado ya la página del New Labour de Blair, así como sobre el recorrido político y la personalidad de su nuevo dirigente Jeremy Corbyn. Tratándose del más importante partido socialista/socialdemócrata del mundo, que tiene hoy 570.000 adherentes, su éxito electoral en junio de 2017 con un programa claramente antiausteritario merecería ya un interés por esta evolución.

La posibilidad de una victoria del Labour en nuevas elecciones, a las que la crisis interna del gobierno conservador puede conducir en un futuro bastante próximo, incita aún más a proponer su lectura. Nos ayuda a comprender cómo un diputado veterano que se ha dado a conocer por su apoyo a un conjunto de causas progresistas -antinuclear, antiguerra, antiapartheid, defensa de los derechos de homosexuales, acogida de personas migrantes- y un constante rechazo a votar las leyes austeritarias de los gobiernos Blair [mayo 1997-junio 2007] y Gordon Brown [junio 2007-mayo 2010], ha logrado hacer converger tres procesos: 1º el interno del Labour, de resistencia creciente de la militancia de base al programa thatcherista-blairista, jamás acabado, de destrucción de los servicios públicos; 2º la decisión de los sindicatos, entre ellos los dos más grandes, de implicarse de nuevo en la orientación del partido del que son una componente; 3º el hecho, en fin, de que miles de estudiantes y militantes asociativos se han vuelto hacia el Partido Laborista para hacer de él un instrumento político en su lucha contra el Partido Conservador y la City.

El libro de Richard Seymour, Corbyn, The Strange Rebirth of Radical Politics, se interesa además de forma particular por los ataques sin tregua que los medios han realizado contra Corbyn desde su elección a la cabeza del Labour en 2015 y a la detestación tenaz que le dedica la mayoría de las y los diputados laboristas, muchos de los cuales son aún de tendencia blairista. El de Alex Nunns The Candidate, Jeremy Corbyn’s Improbable Path to Power está basado en una larga investigación entre militantes y simpatizantes del Partido Laborista, de la que había adelantado un esbozo en un artículo publicado en 2015 en Le Monde Diplomatique. Sigue las evoluciones micropolíticas internas del Labour, ellas mismas consecuencia de los profundos cambios sociales que pocos observadores británicos habían visto, y aún menos los editorialistas extranjeros. Es precioso por la masa de información que aporta sobre Momentum, especie de "movimiento de movimientos" que ha dado a Corbyn el apoyo masivo, "en la calle, en el puerta a puerta y en las urnas", de decenas de miles de jóvenes politizados.

La experiencia británica tiene fuertes rasgos sui generis. Tiene que ver a la vez con la historia muy particular del Partido Laborista y con la amplitud así como la intensidad de la movilización de la juventud, igual que el camino político que ha elegido. Al final de su libro Nunns se pierde un poco en los detalles de la campaña de 2017 por muy importantes que fueran. En cambio Seymour concluye recordando la potencia de las fuerzas sociales y de los cerrojos instituciones a los que un gobierno Corbyn se enfrentará una vez elegido. Se pregunta qué medidas podrá Corbyn verdaderamente poner en marcha.

Esta preocupación guía igualmente un tercer libro, bastante más corto y de un carácter diferente. Está publicado por militantes del ala izquierda a la que pertenecen John McDonnell, brazo derecho de Corbyn y canciller de economía en el gabinete fantasma del New Labour. Titulado For the Many: Preparing Labour for Power, examina el programa del Partido Laborista en las elecciones de junio de 2017 y la forma en que podría ser mejorado en las próximas citas electorales.

Las elecciones generales de junio de 2017, preparadas por las de 2015 y de 2016 en el seno del Labour
El 8 de junio de 2017, las elecciones legislativas anticipadas, convocadas por la Primera Ministra Theresa May, vieron como el Partido Laborista dirigido por Jeremy Corbyn, cabeza visible histórica del ala antiblairista del New Labour, ganaba más de 3,5 millones de votos en relación a las elecciones precedentes y saltaba 9,6 puntos en el porcentaje nacional, es decir, su más importante progresión desde las elecciones de 1945. En abril, cuando Theresa May tomó la decisión de celebrar esas elecciones, las encuestas le daban al Partido conservador el doble de votos que al laborista. El resultado de junio de 2017 del Labour fue tanto más espectacular en la medida que su programa claramente marcado a izquierda rompía con más de dos decenios de blairismo y que Corbyn fue presentado por los medios como un agitador irresponsable, sostenido por un aparato político que había caído en manos de la extrema izquierda. Es así, en efecto, como los medios caracterizan a la corriente Labour Representation Committee, situada a la izquierda, a la que pertenece McDonnell. Durante la campaña electoral una parte de la derecha blairista hizo abiertamente campaña contra los candidatos corbynistas.

Evidentemente, la situación post-Brexit ha influido mucho en la decepción de los Tories y la de Theresa May en particular. Pero al menos otrotanto el hecho de que por primera vez desde su derrota a manos de Margaret Thatcher en 1979, el Labour se ha presentado con un programa claramente a la izquierda y con un dirigente audible por todos los estratos de la juventud. Los resultados vinieron a confirmar y reforzar el proceso que vio primero en septiembre de 2015 ser elegido a Corbyn a la cabeza del Labour, con el 59,5% de los votos en unas elecciones abiertas a los y las simpatizantes (ver más adelante), resistir en junio de 2016 a una tentativa de las y los parlamentarios de forzarle a dimitir antes de ser elegido por el 62% de las y los delegados en el congreso del Partido en septiembre de 2016. Tres factores, como he subrayado, han permitido este resultado: 1º el rechazo muy fuerte por las estructuras de base del partido de las posiciones tomadas en Westminstar por las y los diputados del grupo parlamentario que Tony Blair ha mantenido como suyos incluso después de su dimisión como Primer Ministro en 2007; 2º un desplazamiento a la izquierda de los sindicatos que son miembros constitutivos históricos del Partido Laborista; 3º, en fin, el apoyo determinado de decenas de miles de jóvenes politizados y politizadas.
Hay que añadir a ello un elemento propio de la constitución no escrita del Reino Unido, a saber, su sistema electoral de escrutinio uninominal a una vuelta (first past the post) que incita con fuerza a intentar hacer del Partido Laborista un instrumento de lucha. Debido al modo de escrutinio, pequeñas formaciones, como el Partido Verde, han quedado bloqueadas fuera del Parlamento. El partido nacionalista xenófobo, Partido por la Independencia del Reino Unido (UKIP) no ha entrado hasta 2015. La mayor organización trotskista británica ha sido la The Militant, que optó en su momento por convertirse en una corriente del Labour.
Tanto entre los conservadores como entre los laboristas el modo de escrutinio convierte a las escisiones en un suicidio. Hoy los amigos de Blair ni piensan en ellas como tampoco pensó en ellas el ala izquierda constituida en torno a Tony Benn en los años 1980. Es por tanto en el seno del Partido Laborista donde la oposición a las políticas neoliberales se ha organizado en el curso de luchas internas realizadas tanto por los sindicatos, que son una componente histórica, como por la gente afiliada en las estructuras de base de las circunscripciones de electorado popular. Antes incluso de que la juventud lanzara su fuerza a la batalla, se ha asistido así a lo largo de al menos una decena de años a cambios micropolíticos difícilmente detectables, incluso por quienes han sido sus protagonistas. Un partido del que Blair había cambiado el nombre a New Labour en 1994 -y que la mayoría de los observadores creía irreversiblemente "blairizado"- se ha desplazado hacia la izquierda sin que casi nadie se apercibiera de ello hasta que Corbyn ganó holgadamente las elecciones hechas por voto por correspondencia en septiembre de 2015.
Un partido fundado por los sindicatos en el que mantienen una fuerte influencia
En estas elecciones, el voto sindical ha sido decisivo y más precisamente el apoyo público que Corbyn ha recibido de dos poderosas federaciones, la de la función pública Unison y la de las y los trabajadores no especializados Unite que cuenta con 3 millones de afiliados y afiliadas.
Las relaciones entre sindicalismo y política en Gran Bretaña han sido desde sus orígenes muy diferentes a las que hay en Francia donde la Carta de Amiens estableció una separación entre sindicato y partido. El congreso de la CGT de 1906 declaraba "la entera libertad para el sindicado, de participar, fuera del agrupamiento corporativo, en tales formas de lucha correspondientes a su concepción filosófica o política, limitándose a demandarle, en reciprocidad, no introducir en el sindicato las opiniones que profesa fuera (...) no teniendo las organizaciones confederadas, como agrupamientos sindicales, que preocuparse de los partidos y de las sectas que, fuera y al lado, pueden proseguir en total libertad la transformación social".
Exactamente en la misma época, en Gran Bretaña, los dirigentes sindicales trabajaban en la creación del Partido Laborista, cuya fundación les parecía indispensable cuando el sufragio censitario comenzaba a ceder el paso al sufragio universal (hay que esperar a 1918 para que éste esté plenamente establecido). Se acercan primero al Partido Liberal que apoya a algunos candidatos obreros. Esta solución es poco satisfactoria: se impone una representación política independiente de los obreros. Ahora bien el mismo período ve la formación de varios pequeños grupos socialistas, entre ellos el Partido Laborista Independiente (ILP) al que Georges Orwel pertenecería en los años 1930 y la Fabian Society que reúne a intelectuales y profesionales de clase media. Algunos sindicalistas audaces buscan la vía de un acercamiento a ellos.
En 1899, Thomas Steels, del sindicato de ferroviarios propone a su sección que la organización confederal Trade-Union Congress (TUC), que reune a todos los sindicatos, convocara un congreso especial que tendría como objetivo la unificación de los sindicatos y de los grupos de izquierda en el seno de un organismo único que apoyaría a candidatos a las elecciones. La propuesta encuentra el apoyo necesario en el seno del TUC.
El congreso se celebró en 1900, representando los sindicatos alrededor de un tercio de los delegados. El congreso adoptó la moción del jefe del Partido Laborista Independiente, Keir Hardie, de formar un "grupo distinto de trabajadores en el Parlamento, con sus propias consignas de voto y que se pondrá de acuerdo sobre sus políticas, que integrarán la posibilidad de cooperar con todo partido comprometido con la promoción de leyes que defiendan los intereses de los trabajadores". Así se crea la Labour Representation Committee (LRC), primer nombre del Partido Laborista, cuya tarea al comienzo es coordinar el apoyo a los diputados afiliados a los sindicatos o que representaran los intereses de la clase obrera. El partido tomaba el nombre de Labour Party en 1906.
Es difícil resumir en pocas líneas las relaciones entre los sindicatos y el Labour durante más de un siglo. El Labour ha estado en el gobierno varias veces con mayorías muy diferentes, correlaciones de fuerzas con el capital y relaciones igualmente muy diferentes con los sindicatos según los momentos. No hubo junio de 1936 en Gran Bretaña, pero las grandes conquistas sociales de 1945 fueron preparadas por el ascenso de los sindicatos en los años 1930 cuando se sucedían gobiernos de coalición dirigidos por el Partido conservador. La patronal se vio obligada a aceptar que estuvieran en igualdad en comisiones tripartitas creadas por el gobierno a medida que la Segunda Guerra Mundial se hacía inevitable. Su fuerza era tal que en 1940, Ernest Bevin, entonces Secretario Nacional del muy poderoso sindicato de los obreros del transporte (por tanto los dockers) y de los trabajadores no especializados (luego Unite), entró en el gobierno Churchill como Ministro de Transportes.
El gobierno laborista de 1945 contó con varios ministros que habían comenzado su carrera como cuadros sindicales. Las reformas sociales de los años 1945-1948 marcan el apogeo de la influencia de la clase obrera. La continuación es la de las relaciones complicadas hechas de negativas a satisfacer las reivindicaciones obreras y de injerencias en las conquistas sociales. La alternancia entre laboristas y conservadores en Whitehall ha puesto a las direcciones sindicales en situaciones difíciles. A menudo no se han opuesto a los gobiernos y se han encontrado enfrentadas con sus bases.
La llegada del New Labour al gobierno en 1997 y la opción reiterada de Blair de no tocar la legislación Thatcher provocaron fuertes tensiones y un divorcio completo con los sindicatos en el plano social, con consecuencias en el funcionamiento interno del Partido Laborista. Así, los sindicatos de la marina y de los bomberos se desafiliaron del New Labour (opt out) mientras que Unison y Unite se quedaron. La afiliación implica fuertes obligaciones financieras para los sindicatos, pero también es una fuente de dependencia del partido. Durante mucho tiempo dió a sus dirigentes un poder considerable que resultaba de la regla del voto bloqueado en los congresos. Tras duras batallas los estatutos fueron cambiados. Desde 2013 los miembros de los sindicatos afiliados no son ya automáticamente miembros del Partido Laborista y deben afiliarse a él de forma individual (opt in). A pesar de todas estas dificultades, la pertenencia de los sindicatos al Labour ha dado a sus estructuras un grado elevado de solidez y ha creado la obligación para sus dirigentes de ir a ellas a defender su política. Blair pudo rechazar en 1999 echar atrás las leyes thatcheristas, pero le habría sido imposible hacer lo que Thatcher hizo, romper la huelga de los mineros y más tarde la de los dockers como lo hizo ella para imponer la flexibilización del trabajo y la precarización del empleo. Hoy, tras varios cambios estatutarios, la capacidad de los sindicatos de influir sobre las posiciones del Labour depende menos de los escaños que les son atribuidos de oficio en las instancias dirigentes que de la participación de sus afiliados y afiliadas en la vida y las actividades del Partido.
Una estructura de base en la que las y los afiliados tienen un peso importante
El Partido Laborista es bastante menos piramidal que la mayor parte de los partidos. Es incluso casi bicéfalo. Bajo la palabra Labour se encuentran dos estructuras diferentes, incluso muy diferentes, el Parliamentary Labour Party en donde se encuentran todos los diputados y el, o más exactamente los, "partidos de circunscripción", Constituency Labour Party (CLP), donde se encuentra los afiliados al partido en cada una de las 600 circunscripciones del Reino Unido. El "partido de circunscripción" corresponde poco más o menos a lo que es (o era) la sección en el Partido Socialista en Francia.
Veamos este "poco más o menos" más de cerca. La entrada Wikipedia para el PS nos dice que "La sección es el marco de militancia más directo: son las secciones las que organizan las pegadas de carteles, las distribuciones de panfletos, los puerta a puerta, etc. Son ellas también las que constituyen el enlace esencial entre lo "nacional" (dirección nacional), la "fede" (federación departamental), las y los electos y militantes y es en su seno donde se practica el debate interno, ya en el marco de un congreso o de una consulta interna".
En el caso del Labour, el CPL no es un enlace, sino una estructura que goza de una gran autonomía. La fuerte presencia de militantes sindicales tiene mucho que ver con ello. Está dividido en ramas locales más pequeñas y dirigido por un comité ejecutivo y un comité general compuestos de delegados que vienen de las ramas, de los sindicatos afiliados y de las asociaciones de izquierda en la circunscripción. En estas instancias, pero también en asamblea general, los CPL se adueñan de todas las cuestiones que afectan a los ciudadanos y ciudadanas en el plano municipal y las y los asalariados en su vida fuera de la fábrica.
Los CPL se han situado siempre más a la izquierda que el partido parlamentario y salvo en 1945-1951 más a la izquierda que los gobiernos laboristas, no solo en materia de política económica y social sino también sobre las cuestiones de política internacional. La existencia de los partidos de circunscripción ha asegurado la legitimidad de los portavoces de la izquierda laborista, en particular la de Tony Benn en los años 1980. Encarnó la oposición a Blair en la proclamación del New Labour thatcherizado y a cuyo lado Corbyn llevó a cabo sus primeros combates. La militancia de izquierdas de los "partidos de circunscripción" se ha dotado en 1980 de un boletín de enlace de aparición mensual y una tirada importante, el Labour Briefing, primero entre las secciones del gran Londres y luego nacionalmente. Este boletín se ha convertido en el órgano del Labour Representation Committee desde su refundación en 2004. Presentado como una madriguera de trotskystas, McDonnell es su figura más destacada.
El divorcio entre los partidos de circunscripción y el gobierno ha sido particularmente claro desde el gobierno Blair. Sobre su política económica por supuesto, pero también su política exterior. La decisión en 2003 de invadir Irak al lado de George W. Bush dividió al partido en dos en los Comunes, con 254 votos a favor y 153 en contra o abstención. Jeremy Corbyn estaba en primera fila de la manifestación del 15 de febrero de 2003 que reunió a tres millones de personas contra la invasión de Irak, la mayor manifestación política jamás conocida en Inglaterra.
Son los CPL quienes designan a los candidatos tanto en las elecciones municipales como en las elecciones generales. El candidato a la diputación es elegido en principio en una lista de precandidatos aprobados nacionalmente. Si es elegido fuera de esta lista, el comité ejecutivo nacional debe a continuación ratificar la elección. Para apreciar el peso de los afiliados en la elección de las y los electos, en su circunscripción Tony Blair se vió rechazar su primera designación de candidatura a una elección municipal y tuvo muchas dificultades para obtener la necesaria para su escaño en Westminster. El New Labour ha conocido profundos cambios que habrían debido impedir el surgimiento del fenómeno Corbyn. Como ha señalado Thierry Labica el New Labour no solo ha sido un corpus de medidas políticas, sino también un nuevo modo de funcionamiento del partido, de una nueva distribución de sus correlaciones de fuerzas internas.
"Allí donde prevalece una distribución federal de las fuerzas en el seno del partido, las reorganizaciones internas de los años 1980 y 1990 han consistido en poner a distancia y debilitar las componentes organizadas (sindicatos, secciones locales) capaces de intervenir en la construcción de la orientación del partido, para implantar allí un orden descendente, entre una élite profesionalizada de expertos en comunicación y estrategias electorales, y una periferia de apoyos o de afiliados neutralizados en el marco de mecanismos institucionales complejos. (...). Los congresos pierden su vocación de momentos de elaboración programática en beneficio de un "National Policy Forum", fuera del alcance de la gente no iniciada. Por no tomar mas que un ejemplo de la fuerza nueva del control político en el seno del New Labour, cuando la intervención militar en Irak al lado de Bush acababa de dar lugar a las mayores manifestaciones de masas de la historia del país, y cuando esta intervención era la causa directa de los abandonos en masa de afiliados, la organización del congreso (Labour Party Conference) logró la hazaña de no permitir ninguna moción y ningún debate sobre el tema".
En su prefacio del libro For the Many, mencionado anteriormente, Ken Loach llama a la militancia a ejercer plenamente su derecho de designación en las futuras elecciones. Corbyn y MacDonnell no podrán hacer gran cosa en el gobierno si no tienen el apoyo de una importante mayoría de diputados que se posicionan en la izquierda. Son las posiciones políticas de cada diputado las que determinarán la puesta en marcha legislativa del programa electoral y el grado de radicalidad de las leyes votadas. Pero incluso el pleno ejercicio del derecho de designación no servirá de contrapeso quizás al hecho de que la composición social de las circunscripciones ha sido modificada, a menudo muy modificada, por la desindustrialización y el retroceso del peso social y político de los obreros que ha provocado. De ahí la gran importancia de la movilización de la juventud detrás de Corbyn.
Momentum, respuesta a un "movimiento que buscaba una casa común"
Es así como Nunns titula el capítulo de su libro en el que analiza el tercer proceso que ha colocado a Corbyn a la cabeza del Labour, a saber, el apoyo que ha recibido desde hace cuatro años de decenas de miles de jóvenes. Estos y estas jóvenes se han politizado fuera del Labour en los combates sociales originales que han dado lugar a la formación de organizaciones que se puede calificar como "movimentistas". Puesto que pocos lectores de este artículo tendrán la ocasión de tener el libro de Nunns en sus manos, les remito en esta parte del artículo, más aún que en las precedentes, a entradas en la edición inglesa de Wikipedia, sabiendo que han satisfecho las exigencias de exactitud de la página web.
La autoorganización ha jugado un papel importante en los procesos que han conducido a la formación por coagulación de una especie de "movimiento de movimientos"y luego a la creación de Momentum como organización. Se sitúa su punto de partida en las grandes manifestaciones contra la subida de los precios de la matrícula universitaria de noviembre y diciembre de 2010. Estuvieron marcadas por numerosos enfrentamientos entre una policía, formada como en tantos países en la represión de calle, y los y las estudiantes. Estos enfrentamientos acabaron en muchas detenciones y penas de cárcel.
Un año más tarde, entre marzo y julio de 2011, hubo una larga fase de intensa movilización que fue más allá de los precios de las matrículas, contra los recortes presupuestarios del gobierno de David Cameron [mayo 2010-julio 2016], la destrucción del sistema de salud pública y la dimensión, poco conocida, contra la evasión fiscal. Las formas fueron variadas. Incluyeron numerosas acciones locales contra la evasión fiscal realizadas ante las sedes de los bancos (en particular el Barclays) y de grandes sociedades (como la de la telefonía Vodafone), realizadas por pequeños grupos de jóvenes reagrupados en un movimiento llamado UK Uncut, una serie de huelgas en los servicios públicos que estaban en el centro del punto de mira de los recortes del presupuesto de Cameron en la primavera de 2011 (hospitales, enseñanza) y una manifestación central en Londres convocada el 26 de marzo de 2011 por la confederación sindical Trade Unions Council (TUC), en la que participaron entre 300.000 y 500.000 personas.
En Francia, en el mismo período, el movimiento de los Indignados de la Puerta del Sol, Occupy Wall Street, o también la formación de Syriza en Grecia atrajeron mucha atención. En cambio lo que ocurría en el Reino Unido, pasó totalmente desapercibido. Sin embargo fue allí, más que muchos otros países, donde el combate contra las políticas de austeridad supo instalarse de forma duradera y tomar un carácter de masas gracias a movimientos como UK Uncut y sobre todo a la formación de la People´s Assembly. Se trata de una modalidad de Frente común social y político entre la corriente Labour Representation Committee de la que hemos hablado, los Verdes, la pequeña formación Left Unity creada por Ken Loach, diputados como Corbyn y varios grandes sindicatos. La People´s Assembly pudo convocar con su propia autoridad a manifestaciones de decenas de miles de personas (50.000) contra la austeridad en junio de 2014 y luego en junio de 2015 -en vísperas de las elecciones internas del Partido Laborista ganadas por Corbyn- hasta 150.000.
La victoria sin paliativos de Corbyn ha sido debida a la participación importante en la votación de nuevos miembros politizados en estas luchas. Ellos y ellas han podido sumarse gracias a la posibilidad abierta de inscribirse en el partido pagando una cotización de 3 libras (4 euros). Nunns explica que la idea vino de los blairistas persuadidos de que había un bloque de electores centristas por ganar. Por citarlo: "Ironía de la suerte, esta reforma interna había sido propuesta por la derecha del partido: los blairistas, fascinados por el modelo de las primarias en los Estados Unidos, hacían la apuesta de que la apertura del voto al gran público debilitaría la influencia de los sindicalistas y acabaría de anclar el partido en el fructuoso pantano del "centro". Cruel fue su decepción cuando se dieron cuenta de que el mecanismo que debía asegurarles su victoria servía de hecho a los intereses de la izquierda, encantada de poner a su favor la treta de sus adversarios".
Debido a factores analizados más arriba, en particular el apoyo político y financiero de Unison y de Unite, la elección de Corbyn a la cabeza del Labour se habría producido en cualquier situación, pero fue el voto de la nueva afiliación representativa de la juventud lo que le dio su carácter masivo. A fin de acercarles al Labour, un allegado a Corbyn, Jonathan Lansman, formó una organización llamada Momentum.
Momentum ofrece a los y las jóvenes una estructura que les permite militar apoyando a Corbyn teniendo en cuenta y sacando partido de sus modos de militancia específicos. El lugar estatutario concedido en el partido, desde el origen, a las asociaciones que combaten por la emancipación (los fabianos fueron los primeros) lo hacía posible. La forma de estructura exacta ha dado lugar a tanteos y algunas tensiones, pero hoy la organización cuenta con 37.000 miembros que tienen un carnet del Partido Laborista y representantes en el Comité Ejecutivo Nacional. La disponibilidad, el entusiasmo y la movilidad de los y las jóvenes militantes han sido una preciosa baza para Corbyn frente al ala derecha del Labour. Si pudo ganar las elecciones de septiembre de 2015 gracias a los sindicatos, han sido ellos y ellas quienes le han permitido resistir al ala derecha del partido. En la sesión del partido parlamentario que intentó empujarle a la dimisión a finales de junio de 2016, los y las militantes del gran Londres convocaron en 24 horas una concentración de apoyo a Corbyn que reunió a 10.000 personas y puso fin a las veleidades de golpe de Estado por parte del grupo parlamentario. Con la fuerza de esta victoria, tres meses más tarde, en el congreso de Brighton, en septiembre de 2016, Corbyn fue elegido por el 62% de los delegados y delegadas, entre quienes había un buen grupo de miembros de Momentum, mejorando así su resultado de 2015.
Un año más tarde, en las elecciones legislativas de junio de 2017, el trabajo militante de los y las jóvenes de Momentum fue verdaderamente decisivo en los resultados del Partido Laborista y la consolidación de la posición de Corbyn como potencial primer ministro. Los dos libros documentan la forma en que su apoyo permitió a Corbyn, de semana en semana, ganar confianza y afirmarse frente a Theresa May. En muchas circunscripciones la campaña laborista fue muy floja, una parte de la afiliación se mostraba poco entusiasta viendo a Corbyn salir adelante. Los equipos de Momentum lo paliaron desplazándose de una circunscripción a otra en una misma región. Se estima que el logro de 25 escaños laboristas fue gracias a ellos. En el congreso de finales de septiembre de 2017, miembros de Momentum hicieron su entrada en varias comisiones importantes y ayudaron a la izquierda a ganar diferentes votaciones sobre la orientación, provocando la inquietud de la patronal británica. Si se lee el boletín Labour Friefing se ve que es seguro que van a seguir los consejos de Ken Loach y que prepararán en las instancias locales las condiciones de la renovación de la representación parlamentaria en las próximas elecciones.
¿Y mañana?
La decepción de Theresa May que ha perdido trece escaños y por tanto su mayoría en Westminster, así como el aumento espectacular de los votos del Labour en 2017 han sido en gran parte debidos al militantismo de Momentum y al nivel elevado de la participación electoral joven. Éste no ha sido captado por los sondeos precedentes al escrutinio, aunque la acogida entusiasta hecha a Corbyn en los conciertos populares pudiera dejarlo entrever. En precedentes elecciones legislativas, la participación de los electores y electoras de entre 18 y 24 años estaba en alrededor del 40%. En 2017, ha subido al 72%, es decir bastante más que el nivel de participación general (68%), que fue el más fuerte desde las elecciones que llevaron al poder a Blair veinte años antes. En esta franja de edad, los laboristas ha superado a los conservadores en el 47%.
La prensa francesa ha visto en ello una respuesta de la juventud al Brexit en el que no se había implicado. En el capítulo que ha añadido a su libro Nunns es bastante categórico atribuyéndolo sobre todo al programa radicalmente antiausteritario de Corbyn y McDonell. Éste contenía en particular la renacionalización del ferrocarril, inversiones elevadas en el sistema de salud y el sector hospitalario, la supresión de los gastos de matrícula en la universidad, la reconstrucción de los derechos sindicales en los lugares de trabajo, la construcción de un millón de viviendas a precio o alquileres moderados en cinco años, el aumento de los salarios mínimos al nivel de salario mínimo vital (fijado en 10 libras esterlinas la hora), la supresión de contratos cero-horas, una batería de medidas para paliar la degradación de las jubilaciones.
En su artículo para Le Monde Diplomatique de 2015 Nunns subrayaba que "el hecho de que el movimiento antiausteridad en el Reino Unido se haya forjado en el marco de un gran partido de gobierno presenta grandes ventajas, pero también serios inconvenientes. El Partido Laborista no ha sido concebido para confrontarse al Estado. No es una organización que desafíe el orden establecido, como pudo hacerlo Syriza. Para triunfar, Corbyn va a tener que transformar el Labour en una fuerza militante capaz de mantener el increíble arrebato colectivo que le ha propulsado a su cabeza. Si la excitación generada estos últimos meses se propaga a otros sectores de la población y la aventura sigue su camino, Corbyn tiene todas sus posibilidades. Si el movimiento decae y el hombre de la renovación lleva su base a los viejos centros de poder, la ocasión será perdida" Se sabe lo que ocurrió con las promesas de enfrentamientos realizadas por Syriza. Pero sigamos en el Reino Unido. Las elecciones de junio de 2017 y el congreso laborista que las siguió en septiembre han mostrado que el "arrebato colectivo" no solo se había mantenido, sino que se había incluso ampliado con fuerza. En futuras elecciones no hay duda alguna de que lo será de nuevo, muy posiblemente con una fuerza suficiente para dar a Corbyn y McDonnell una mayoría en Westminster.
Pero el recuerdo por Nunns de que el Labour es un partido de gobierno, no formateado para confrontarse al Estado o para desafiar el orden establecido, vale plenamente. Las precauciones que el programa electoral de 2017 tomó con la patronal industrial y el carácter muy prudente de las medidas fiscales dan fe de ello. Interrogando a la historia del Labour en el gobierno, solo entre 1945 y 1948 durante el gobierno Atlee el consejo de ministros contó con un grupo de dirigentes plenamente defensores de los intereses de la clase obrera y con una determinación suficiente para aprovecharse de correlaciones de fuerzas favorables e imponer a la burguesía británica reformas que mermaban un poco, momentáneamente, sus posiciones. Pero fue con el mismo gobierno con el que el Reino Unido se implicó en el armamento nuclear contra las posiciones muy mayoritariamente antinucleares de las y los afiliados al Partido Laborista. El gobierno Wilson de 1967-1970 tiene en su haber la abolición de la pena de muerte, la legalización del aborto y la de la homosexualidad lo que no era poca cosa en aquella época, pero fue él quien permitió a la City emprender el proceso de liberalización financiera mundial. Corbyn y McDonnell están indiscutiblemente hechos del mismo material que Aneurin Bevan o Tony Benn, pero aunque la burguesía británica esté debilitada y desestabilizada políticamente por el Brexit y la crisis del Partido conservador, las relaciones entre trabajo y capital siguen siendo favorables al segundo. También perdura la herencia imperial. Corbyn ha tenido que sumarse a la producción del Trident (avión de combate), equivalente británico del Rafale francés.
Para concluir, en el Reino Unido no hay "futuros esplendorosos" a la vista, pero a diferencia de Francia reina allí un clima político no deletéreo e incluso entusiasta en la izquierda. La perspectiva es la de una llegada de Corbyn y McDonnell al gobierno que abriría un período marcado por una verdadera voluntad de su parte de hacer votar y de poner en marcha reformas que mejorarían la vida de las clases populares y de las clases medias y que reducirían el paro de los y las jóvenes. El grado en que el futuro programa, que será una versión un poco mejorada del de 2017, será aplicado no es algo dado por adelantado. Todo dependerá de la amplitud de la victoria del Labour y del número de diputados y diputadas laboristas dispuestos a ser una pizca radicales, debido a sus propias convicciones, pero también al grado de intensidad de la presión que la juventud ejercería sobre ellos. Una vez Corbyn y McDonnell en Whitehall, ¿continuará el arrebato colectivo que les ha llevado desde 2015? La historia nos lo dirá.
(Artículo enviado por el autor A l´Encontre y publicado en la revista Les Possibles, n 165 Primavera 2018).
Traducción: Faustino Eguberri para viento sur

Caos sistémico: de la crisis de hegemonía global al momento populista


 Juan Vázquez Rojo
Para entender la sucesión de cisnes negros que se suceden en los últimos años: desde la victoria de Trump al Brexit, pasando por la guerra comercial entre China y EEUU o por los giros en la guerra de Siria, es necesario levantar la mirada y tomar perspectiva, más allá de las explicaciones particulares que se centran en el supuesto carácter convulso de dirigentes o poblaciones. De esta forma, partiendo de un enfoque holístico es posible afirmar que en el año 2008 el sistema-mundo ha iniciado una etapa de caos sistémico, esto es, el modelo hegemónico global liderado por EEUU después de la II Guerra Mundial ha entrado en una profunda crisis que afecta de forma directa a toda la estructura económica, política, social y cultural del planeta. Para entender esto, es necesario analizar la etapa de liderazgo estadounidense (1945-2007) y las crisis que se derivan desde ese momento.
En esta línea, siguiendo el enfoque planteado por Giovanni Arrighi (1994, 2001, 2005, 2007), desde hace unos quinientos años el sistema-mundo moderno alterna ciclos sistémicos de acumulación, esto es, ciclos económicos dirigidos por una potencia hegemónica. En dichos ciclos, existen dos etapas, una inicial de expansión material y una final de expansión financiera. La primera se centra fundamentalmente en la inversión en la esfera productiva, en la que se crea la riqueza realmente existente. Esta etapa llega a sus límites en el momento en el que el capital acumulado no se pude reinvertir con una rentabilidad suficiente, esto es, cuando nos encontramos ante una crisis de sobreacumulación. En ese contexto, el capital, que se caracteriza fundamentalmente por perseguir siempre espacios de rentabilidad, se canaliza hacia los canales financieros, dando lugar a una enorme expansión de los mismos. Como se ha afirmado, la riqueza realmente existente se crea en el ámbito productivo, por lo que la esfera financiera está intrínsecamente relacionada con la productiva y cualquier deslindamiento entre ambas tiene que ser necesariamente temporal. De este modo, las etapas de expansión financiera suelen ser mucho más caóticas, inestables y con recesiones recurrentes.
Asimismo, todo ciclo sistémico de acumulación está enmarcado en una estructura hegemónica, esto es, una determinada correlación de fuerzas congelada en una amalgama de instituciones, una determinada cultura y una forma de ver el mundo que impera y dirige a la sociedad en una dirección determinada, todo ello bajo la batuta de una potencia que actúa como hegemón. Aquí, la hegemonía se entiende del mismo modo que la entendía el filósofo sardo Antonio Gramsci (1970), es decir, esta sería el poder adicional del que goza un bloque dominante para hacer pasar su propio interés particular por el interés universal de la sociedad. Aunque el filósofo sardo planteó su concepto para las relaciones intraestatales, autores neogramscianos como Stephen Gill, (2011) o Robert Cox (1983, 2004) lo han desarrollado y aplicado al análisis de las relaciones internacionales. En este sentido, siguiendo el hilo argumental del párrafo anterior, la decadencia de las hegemonías está relacionada con las etapas de expansión financiera, en la que se alcanzan los límites de poder geoeconómicos y geopolíticos, aunque también culturales e ideológicos (Vázquez, 2016a).
La hegemonía estadounidense
Durante 1945-2007 se desarrolló el ciclo sistémico de acumulación estadounidense. Después de la II Guerra Mundial, EEUU se convirtió en el motor principal de la acumulación de capital a nivel mundial, así como el director de las reglas de dicho proceso, liderando el ámbito económico, tecnológico, comercial, financiero, militar y cultural (Arrighi, 1994). La configuración del nuevo orden hegemónico, que precisa de una congelación de estructuras institucionales de la nueva correlación de fuerzas y dominio a nivel mundial, fue cimentada en los acuerdos de Bretton Woods, en la creación de las Naciones Unidas, la OTAN e instituciones como el Banco Mundial (BM) o el Fondo Monetario Internacional (FMI). Con los acuerdos de Bretton Woods se configuraba un orden financiero mundial con el dólar como moneda de reserva internacional mediante un sistema de tipos de cambio fijo y de convertibilidad en oro.
De esta forma, siguiendo a Iseri (2007, p. 6), los Estados Unidos impulsaban “un consenso cultural dentro del bloque capitalista y un papel hegemónico en el mundo occidental, basada en instituciones multilaterales internacionales”, algo que apuntalaba su legitimidad como potencia hegemónica emergente ganando así el rol de líder moral e intelectual, fundamental en cualquier orden hegemónico que genere consenso. Además, en el aspecto socioeconómico, esta etapa se caracterizó por la consagración del modelo laboral fordista, la estabilidad financiera mediante un cierto control de capitales a nivel mundial, el auge de las políticas keynesianas, estados proteccionistas, salarios relativamente elevados y la creación de estados del bienestar más o menos fuertes (Harvey, 2007). En resumen, podemos señalar que le hegemonía de EEUU se sustentó en base a los acuerdos de Bretton Woods, liderando la economía mundial con la moneda de reserva internacional, dibujando las líneas del Plan Marshall, el cual sirvió de impulso para dirigir la reconstrucción europea desde EEUU, y estableciendo las instituciones que garantizarían la estabilidad a nivel mundial.
Durante los años setenta, después de casi tres décadas de expansión económica y cierta estabilidad, la creciente competitividad de Alemania y Japón y el gasto de la guerra de Vietnam hacían mella en el valor del dólar y, por tanto, en la convertibilidad fijada en Bretton Woods. Además, las dos claves fundamentales que explican los límites de la expansión de posguerra y la consecuente crisis de la década de los setenta es la caída de la productividad del capital, es decir, la menor eficiencia de las inversiones empresariales debido a la saturación de los mercados en los países desarrollados, dando lugar a una caída de la ratio PIB/stock de capital de un 25% en Europa y más de un 30% en EEUU entre 1966 y 1980 (Álvarez, 2013). Este hecho se acelera con la crisis del petróleo en el año 1973, dando lugar a la ruptura del patrón oro-dólar (Vázquez, 2016a).
Así pues, en la década de los 70 se gestaban las bases de la expansión que se viviría durante la globalización financiera (1980-2007), que como señala Wolfgang Streeck (2017), daría lugar a que los Estados se localizaran en los mercados, y no los mercados en los Estados. Esta etapa se cimentaba en tres pilares: El primero, era la libre flotación del dólar, que proporcionaba a EEUU un poder adicional que le permitía evitar restricciones macroeconómicas tales como el déficit público o el déficit en la balanza por cuenta corriente. El segundo, las políticas neoliberales caracterizadas por los ajustes salariales, el control estricto de la inflación y del gasto público, así como por la privatización del sector público y la liberalización de los sectores comerciales y financieros. El tercer pilar es la financiarización de la economía, que venía empujada por los dos elementos anteriores y que facilitaba una vía de escape a la crisis de sobreacumulación de capital (Vázquez, 2016a).
En consecuencia, en las últimas tres décadas hemos vivido una expansión de los canales financieros de la economía a nivel global. Según los datos de la OCDE, atendiendo a la economía estadounidense, si el crédito al sector privado como porcentaje del PIB representaba un 87 % en 1970, en el año 2007 significaba el 206% del PIB; la capitalización bursátil pasó de un 41 % del PIB en 1975 a un 137 % en 2007; la participación en los beneficios totales del sector financiero pasó del 20% al 40 % entre la década de los ochenta y la de los dos mil (Vázquez, 2016a). A nivel mundial, los activos financieros (sin incluir los derivados) crecieron anualmente más del doble de la inversión no financiera o del PIB per cápita entre 1982 y el 2004 (Bustelo, 2007). En este contexto, en los países de la OCDE, el paro estructural y la deuda de las familias aumentaba mientras la participación de los salarios en el PIB caía 10 puntos entre la década de los ochenta y la de los dos mil (Vázquez, 2016a), de forma que el estancamiento de las rentas se compensaba con endeudamiento. En efecto, todos los sectores de la economía estaban directa o indirectamente afectados por la progresiva financiarización de la economía.
Este proceso de globalización financiera, iniciado por EEUU, se institucionalizó de forma radical en Europa a través del Tratado de Maastritch y el euro (Vázquez, 2016b), llevando hasta sus últimas consecuencias la desregulación financiera, el control de la inflación y del déficit, la privatización del sector público y la pérdida de soberanía estatal en favor de la integración financiera europea. Concretamente, con la creación del Banco Central Europeo, la soberanía económica y financiera quedaba supeditaba al dictamen de las instituciones de la eurozona, lideradas de facto por Alemania.
Caos sistémico
La globalización financiera alcanza sus límites en el año 2007, momento en el que da comienzo la crisis económica más grande desde la acontecida en la década de los treinta del siglo XX. Además de una crisis económica, los años posteriores al 2008 reflejan una pérdida de la capacidad estadounidense de liderar el orden global, algo que se muestra en gran medida con la aparición de nuevos actores contrahegemónicos en el tablero geopolítico, destacando por encima de todos China y Rusia. En este sentido, el surgimiento de estas potencias no es nuevo ni repentino, pues se larva fundamentalmente en la expansión financiera del ciclo (sobre todo el caso de China) y tiene que ver fundamentalmente con las contradicciones que asume la potencia hegemónica al liderar el proceso de globalización financiera, que permite y provoca el desplazamiento del centro económico mundial del Atlántico al Pacífico, teniendo como centro principal el país chino (Vázquez, 2016a).
Por consiguiente, desde el año 2008 el sistema-mundo ha entrado en un momento de crisis de hegemonía y del orden mundial que está tornando en un colapso del mismo, situación que se puede denominar de caos sistémico. Concretamente, por caos sistémico “(…) entendemos una situación de grave y aparentemente irremediable desorganización sistémica. Cuando la competencia y los conflictos desbordan la capacidad reguladora de las estructuras existentes, surgen intersticialmente nuevas estructuras que desestabilizan aún más la configuración de poder dominante. El desorden tiende a autorreforzarse, amenazando con provocar un resquebrajamiento completo de la organización sistémica” (Arrighi, 2001, p.40).
Así pues, la alianza entre China y Rusia ha supuesto la formación de un bloque contrahegemónico que ha comenzado a impugnar la estructura hegemónica estadounidense. En esta línea, la creación del Banco Asiático de Inversión en Infraestructura (BAII), la Nueva Ruta de la Seda o el Nuevo Banco de Desarrollo de los BRICS (NBD), son instituciones que giran en torno a China y pretenden formar una alternativa al BM o al FMI. En contraposición, las autoridades estadounidenses han comenzado una contraofensiva a sabiendas de lo que significa el peligro de China y Rusia, principalmente afianzando sus lazos con aliados clásicos. Esta ofensiva, a diferencia de lo que suele plantear, empezó con la administración Obama, pues la nueva estrategia estadounidense se materializa en tratados comerciales como los fallidos TTIP o el TTP, tratados de libre comercio que por un lado tenían como objetivo retomar las características del ciclo 1980-2007 y por otro pretendían afianzar las alianzas comerciales en América, Asia y en Europa, como freno a la expansión de la influencia china. De la misma forma, la administración Trump persigue frenar a China y a Rusia, aunque la estrategia sea distinta en lo referente a las medidas proteccionistas, algo que manifiesta la imposibilidad de revertir el ciclo finalizado en el 2007.
En medio de esta disputa, una de las claves del poder de Estados Unidos es el dólar. La divisa norteamericana continúa siendo la referencia del sistema monetario internacional, mediante la que se realizan la mayor parte de los intercambios comerciales en el mundo, por lo que todos los países están obligados a tener reservas de esta divisa para participar en los intercambios comerciales. Además, de forma paradójica, las crisis financieras en EEUU refuerzan el dólar como valor refugio, ya que en momentos de tensión los capitales huyen hacia esta divisa y hacia los valores del Tesoro de Estados Unidos dada su liquidez. El ejemplo paradigmático es el de China, el mayor tenedor de dólares y de valores del Tesoro estadounidenses, que afianza y apuntala el sistema financiero internacional (Vázquez, 2016a).
Así, a diferencia de cualquier país, Estados Unidos no tiene que preocuparse de tener reservas de divisas o de controlar el déficit público o por cuenta corriente, ya que posee la emisión de la moneda central en el sistema monetario internacional. Teniendo en cuenta la importancia del dólar para EEUU y los problemas que genera en el resto de países, cualquier potencia que quiera hacer frente al poder estadounidense debe empezar por debilitar la fuerza del dólar. En esta línea, la clave de la potencia de dicha divisa es su aceptación y su posterior circulación, por lo que para que ambos aspectos se debiliten es necesaria una alternativa. En la actualidad, China y Rusia empiezan a tejer canales que permitan comerciar entre ellos en sus propias monedas, algo que se puede acelerar en instituciones como el BAII, el NBD o los planes del país asiático de comprar petróleo en su propia moneda. Sin embargo, por el momento estas iniciativas están lejos de ser una alternativa al dólar, por lo menos en un periodo de corto plazo.
Además, en el ámbito geopolítico, no se puede entender conflictos como el de la guerra de Ucrania y, sobre todo, el de Medio Oriente sin atender a lo descrito en los párrafos anteriores. En esta batalla por cambiar la correlación de fuerzas, el control de los recursos energéticos, tanto las fuentes como las zonas de tránsito, resulta fundamental. Así, Oriente Medio es la zona con las mayores reservas de petróleo del mundo, por lo que, en la guerra fría que viven Irán y Arabia Saudí, las potencias mundiales tienen que realzar sus alianzas para afianzar sus intereses regionales. No obstante, Estados Unidos está desplazando su mirada hacia el Pacífico, intentando crear alianzas y dispositivos militares que frenen la expansión de China en la región.
Momento populista
La ruptura de las instituciones hegemónicas a nivel global y la propia salida de la crisis, que ha acelerado la tendencia de aumento de la precariedad y desigualdad del ciclo 1980-2007, ha dejado fuera a una parte importante de la población, lo que ha provocado una grave crisis social a nivel mundial a finales del 2010. Esta crisis social, comienza con las manifestaciones de las revueltas árabes, el 15M en España y posteriormente el Occupy Wall Street, entre otras. En efecto, la fractura social se transforma en una crisis política, al materializar el hecho de que una parte importante de la población ya no confía en el bloque dominante, ya que este último ha perdido su condición hegemónica: ya no gobierna con legitimidad. Dicho de otra forma, la crisis de hegemonía interestatal se manifiesta de forma particular en distintas crisis de hegemonía intraestatal.
En consecuencia, en el ámbito propiamente intraestatal ha surgido un contexto o “momento populista”. De forma sintética, la mayor parte de herederos del pensamiento de Laclau y Mouffe (1987, 2005) caracterizan este momento como un resquebrajamiento de la legitimidad de los bloques dominantes, basado en la imposibilidad de integrar demandas sociales latentes. Así, una parte importante de la población pierde su confianza en el sistema de gobierno, por lo que dejan de operar las certezas y los relatos que sostenían e integraban el consenso entre gobernantes y gobernados. Para matizar correctamente este momento populista y no fragmentar los hechos sociales, políticos y económicos, es preciso enmarcarlo en lo que Karl Polanyi denominaba fase b (Polanyi, 2016). En esta línea, la pérdida de legitimidad se relaciona fundamentalmente con la respuesta social ante los límites de lo que el propio autor polaco llamaba “utopía de libre mercado”, esto es, el proceso de globalización financiera entre 1980 y 2007.
De esta forma, el caldo de cultivo social propicia el surgimiento de movimientos que articulen las demandas insatisfechas en un sentido concreto, fundamentalmente partidos populistas en el sentido laclauniano del término. En efecto, no es casualidad que la mayor parte de respuestas políticas en occidente sean soberanistas/nacionalistas/proteccionistas, pues son la respuesta de la sociedad que decide buscar protección y seguridad ante la ofensiva de libre mercado de los últimos 40 años. Concretamente, en el surgimiento de la figura de Trump se materializa de forma clara está doble crisis de hegemonía (intra e interestatal) pues es consecuencia del momento populista interno y de la pérdida de liderazgo global de EEUU.
Este proceso se reproduce de manera más evidente en la UE y en la eurozona. La pérdida de soberanía estatal a favor de la estructura supranacional (integración financiera europea), en última instancia implica el dominio de la potencia hegemónica interna (Alemania), conformado una división europea del trabajo, con un centro y una periferia diferenciados (Vázquez, 2016b). La propia configuración de la eurozona resulta la propuesta más radical de financiarización, en la que la dinámica del libre mercado acentúa la jerarquía entre países. Además, se produce la unificación de los mercados europeos en medio de un relato de pertenencia europea entre países con un sentimiento europeísta muy limitado. Las reacciones se materializan en movimientos populistas de distinta ideología que reclaman más soberanía, nación y/o protección, como el Brexit, Syriza o M5E, pero también Alternativa por Alemania, el Procès, el Frente Nacional, Amancer Dorado, Liga Norte, etc.
Conclusión
En el momento histórico presente, las viejas estructuras hegemónicas levantadas en Bretton Woods no permiten un liderazgo firme y consensual ni una base sólida para asegurar un relanzamiento del ciclo económico. Así, las características que representaron el último ciclo (1980-2007) siguen siendo las mismas en la actualidad y los problemas de deuda privada y pública, de débil inversión, así como de reducida rentabilidad siguen acuciando en gran medida (Vázquez, 2016a). A su vez, China y Rusia se consolidan como actores de peso que reclaman una reconfiguración del orden mundial, aunque por el momento no existe una alternativa fuerte a la vieja estructura. En este contexto, no cabe duda de que el sistema-mundo ha entrado en una etapa de lo que Giovanni Arrighi llamaba caos sistémico, en el que el viejo mundo no acaba de morir y el nuevo no termina de nacer.
El ciclo de caos sistémico está lejos de resolverse, pues la pugna a nivel global sigue abierta es altamente probable un proceso de aceleración de la misma. En efecto, la tendencia hace prever que la batalla militar, comercial y financiera entre EEUU, Rusia y China se recrudezca en los próximos años. Sea como fuere, la estrategia que ha comenzado la administración Trump, lejos de reestablecer la hegemonía de EEUU, resulta un intento de frenar la decadencia como potencia mundial en ciertos aspectos, ya que su liderazgo está siendo dinamitado. De hecho, dada la configuración del ciclo 1980-2007 (sustentada en la financiarización y el dólar), cualquier retroceso en estas políticas (como son las proteccionistas) debilitan la posición estadounidense.
Además, teniendo en cuenta el escenario económico a nivel mundial, con elevados niveles de deuda, bajos niveles de rentabilidad y una latente burbuja de activos financieros, además de la retirada de los estímulos monetarios por parte de los Bancos Centrales, el regreso de otra fase de la crisis económica es altamente probable (Vázquez, 2016a). En efecto, una crisis en el sistema financiero global afectaría de forma rotunda al sistema euro, entrando en una nueva fase de crisis de deuda soberana en los países del sur de Europa. De este modo, la crisis de los sistemas políticos en occidente proseguirá su camino, barriendo del escenario a muchos de los gobiernos de centro izquierda y derecha, dando pie al crecimiento de partidos soberanistas/nacionalistas. En este marco, por el momento, los partidos que están tomando la cabeza son los de extrema derecha.
Por lo tanto, resulta complicado afirmar que se pueda cerrar la crisis económica, política, social y geopolítica en tanto no se configure un nuevo orden mundial que ponga fin al caos sistémico. Sin embargo, en los próximos años, seguramente décadas, se acelerará la pugna entre las principales potencias para ejercer una mayor influencia en la creación del edificio que represente el nuevo orden global. Históricamente, la pugna llevada a cabo en etapas de caos sistémico siempre derivaba en una guerra a escala. Este hecho resulta inquietante al poder contemplar una nueva guerra a gran escala que resuelva la pugna llevada a cabo en este caos sistémico.
18/4/2018
Bibliografía
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Ricardo Atunes The New Service Proletariat


Protest against worker precariousness
Precarious workers protest in Portugal, 2017. Photo by Manuel de Almeida.
Ricardo Antunes is a professor of sociology at the University of Campinas, Brazil, and the author of The Meanings of Work (Haymarket, 2013).
In recent decades, the spread of information technology, industrial automation, and other innovations has inspired visions of a coming “postindustrial society of services,” in which the proletariat as it existed in earlier eras would effectively disappear. However, even a cursory survey of the reality of contemporary global labor markets belies this myth. The emergence of a new class of educated, salaried workers in high-tech fields is predicated on the increasing invisibility of workers employed in sectors and settings ranging from call centers and telemarketing to hotels and cleaning companies to retail, fast food, and care services. The great majority of these jobs are precarious in one way or another: seasonal, part-time, temporary, informal, or freelance, with little or no security or benefits.
An emblematic example is the zero-hour contract, a perverse form of employment that thrives in the United Kingdom and elsewhere. Instead of working a fixed number of hours or shifts, zero-hour employees must remain perpetually at their bosses’ disposal, waiting for a call. Once they receive this call, they are paid only for the time they actually work, and not for the time—days, weeks, even months—spent waiting. Information technology firms in particular have embraced this method of complete flexibilization of labor, which serves at once to make workers continually available for exploitation and to further normalize the regime of precariousness, leaving workers with ever fewer protections.
Uber is another example. The company’s drivers, who are treated as independent contractors rather than formal employees, must provide their own cars and pay for all expenses, including vehicle repairs, maintenance, insurance, and fuel. The Uber “app” is in fact a global private enterprise that uses wage labor masked as “independent” and “entrepreneurial” work to appropriate a larger share of the surplus value generated by the services of its drivers.
Still another example of these disguised forms of labor exploitation can be found in Italy, where a novel form of occasional and intermittent work was recently introduced: voucher-based work. Workers were paid with vouchers whose value corresponded to the exact number of hours they worked. But precariousness was not the only problem with this form of labor, which relied on an even more underhanded trick: the vouchers had to be paid at the legal minimum hourly wage, but contractors also offered to pay overtime hours at a rate below the legal minimum. The system enabled a degree of precariousness and exploitation greater even than that of occasional and intermittent work. For this reason, Italian trade unions denounced the practice, and the government was compelled to suspend it.
The spread of these new forms of informal, part-time, temporary, independent, occasional, and intermittent work has given rise to a new category of labor, the “precariat.” A movement of self-identified members of the precariat is quickly expanding in Europe, especially Italy, Spain, England, France, and Portugal. As this movement has struggled to find space in the structures of traditional trade unions, it is developing independently alongside them. Pioneering examples can be found in Italy, with the cases of San Precario in Milan, a movement fighting in defense of the precarious workers (including immigrants), and the Clash City Workers movement, a group with a strong presence in Naples made up of precarious and rebel youths.1
Thus, what might be called the “uberization” of labor—a ruthless entrepreneurial modus operandi aimed at generating more profit and increasing the value of capital through the forms of precarious labor outlined above—has expanded to a global scale. In addition, the fact that more and more work is done online has made it almost impossible to separate labor from leisure, and employees are increasingly expected to be available for work at any and all times.
The future of work for the world’s laboring masses appears to be one of flexible employment, with no pre-established working days, no clearly defined working spaces, no fixed wages, no pre-determined activities, no rights, and no protection or representation by trade unions. The system of “goals” itself is flexible: tomorrow’s goals are always changing, and must always be superior to those of the previous day.
The most important social and political consequence is the growth of what Ursula Huws has called the “cybertariat” and which Ruy Braga and I call the “infoproletariat.”2However it is named, the rise of this new labor regime poses difficult questions: should workers in the service sector be considered an emerging middle class? Or should they be considered part of a new proletariat of services? Or should they be treated as part of a new class altogether, the precariat?

Middle Class, Precariat, or Proletariat?

In call centers, hotels, supermarkets, fast-food chains, large-scale retailers, and elsewhere, workers in the service sector have grown increasingly separated from the forms of intellectual work typical of the middle class, and are coming more and more to resemble what can be called a new “proletariat of services.” If the more traditional segments of the middle class are defined by the modes of their participation in production (doctors, lawyers and the other liberal professions), today, the salaried middle class is undergoing a steadily more evident process of proletarianization, whose scope by now exceeds that of Harry Braverman’s pioneering formulation in his 1974 book Labor and Monopoly Capital.3
Because of their typical structural fluctuations, the middle classes are also defined by their ideology, cultural and symbolical values, and consumption choices.4 Thus, the higher segments of the middle classes distinguish themselves from the lower segments by means of the values they express, implicitly aligning themselves with the owning classes. By the same token, the lower segments of the middle classes tend to identify more with the working classes, given their similar levels of material life.
It is for this reason that the consciousness of the middle classes appears often to be the that of a non-class. In some cases they are nearer to the owning classes, as with middle and upper-level managers, administrators, engineers, doctors, and lawyers; but others, particularly the poorer segments of the middle class, live and work in conditions quite similar to those of the working class. Consequently, these more proletarianized contingents of the middle class, especially those employed in the service sector, are increasingly involved, directly or indirectly, in the process of valorization of capital. Salaried workers in marketing, retail, food service, and so on find themselves rapidly approaching the condition of a new proletariat that is expanding globally.
These observations cannot support either the arguments of analysts who categorize these workers as part of the middle class, or those who identify them with an alleged “new class,” the precariat.5 The new service proletariat works longer hours, with intensified rhythms, high turnover, and reduced wages, in conditions of growing insecurity, poor health, and minimal regulatory protections. Today members of the new service proletariat are the protagonists of many social struggles, rallies, and strikes around the world.
Previous studies have clearly shown that since the emergence of the present structural crisis of capital, the precarization of labor has accelerated significantly.6 The increase in labor exploitation, which is by now a super-exploitation, has driven an enormous rise in informality, outsourcing, and uncertainty across the international labor force, not only in the global South but also extending to the advanced capitalist countries of the North.7
In addition to upending existing labor structures, this process has torn at the social fabric of countries and communities. An emblematic case can be found in Portugal, where in March 2011, the discontent of the geração à rasca (struggling generation) exploded into public protest. Thousands of demonstrators, among them youths and immigrants, precarious workers and the unemployed, women and men, took to the streets as part of the Precários Inflexíveis movement. According to its manifesto:
We are precarious in work and in life. We work without contracts or with short-term contracts…. We are call-center workers, interns, unemployed, …immigrants, casual workers, student-workers…. We are not represented in statistics…. We can’t take leave, we can’t have children or be unwell. Not to mention the right to strike. Flexicurity? The “flexi” is for us. The “security” is for the bosses…. We are in the shadows but we are not silent…. And using the same force with which the bosses attack us, we respond and reinvent the struggle. In the end, there are many more of us than them. Precarious, yes, but inflexible.8
In Spain, the movement of indignados broke out in 2011, when youths started protesting high levels of unemployment and the complete lack of life prospects. Whether they earned a university degree was irrelevant: the younger generation understood that they were doomed to be unemployed or, in the best scenario, to toil in precarious jobs.
In England that same year, riots exploded after Mark Duggan, a black man, was killed by the police. Poor, black, immigrant, and unemployed youths in London began a revolt, which in a few days spread to many towns across the country. This was the first significant social uprising in England (and in parts of the United Kingdom) since the Poll Tax protests that hastened the end of the government of Margaret Thatcher.
Also in 2011, in the United States, Occupy Wall Street protestors rose to denounce the hegemonic interests of financial capital and its nefarious consequences: soaring inequality, unemployment, and the epidemic of precarious labor, all of which hit women, immigrants, and black and Latino workers hardest.
In Italy, the 2001 May Day outbreak in Milan gave birth to San Precario, a movement that represents the heterogeneous mass of workers, youths, and immigrants that otherwise would be deprived of a voice.9 Other Italian groups of precarious workers include the Clash City Workers collective mentioned above.10 Apart from these, new trade union organizations have been founded to represent the weaker and more precarious segment of proletariat, including the Confederazione Unitaria di Base and, more recently, the NIdiL (an acronym for New Working Identity), which is part of Confederazione Generale Italiana del Lavoro (Italian Confederation of Labor), one of the country’s main trade union organizations.
These and other developments spurred a debate about the rise of this new contingent of the working class, led by the British economist Guy Standing. Standing maintains that the precariat should be considered a separate class, distinct from the proletariat that formed during the Industrial Revolution and solidified in the Taylorist-Fordist Era. The precariat, according to Standing, is a new, disorganized class, ideologically dispersed and easily lured by “populist” policies, including those of neofascist movements. This description captures some salient features of the new proletariat of services, but nonetheless classifies this new segment of the proletariat as a “dangerous class,” distinct in essence from the working class.11
My formulation goes in the opposite direction. Contrary to the “new class” thesis, I believe that the new morphology of the “class-that-lives-on-its-labor” should include distinct segments, even if these at first appear incongruous. In fact, the working class has always been divided by internal differentiations of gender, generation, ethnicity, nationality, migration, skills, and more.
The service proletariat is thus a distinct segment of the working class, in all its heterogeneity, differentiation, and fragmentation. In the advanced capitalist countries, the more precarious members of society—including youths, immigrants, people of color, and others—recognize their place in this new segment of the proletariat, and that they are thus born under a kind of ill omen of diminished rights. Consequently, they must fight in every way to win those rights back. At the same time, the more traditional sectors of the working class, who have inherited the vestiges of trade unions and the welfare state, know they must fight to preserve their own rights, and to protect their labor conditions from the kind of degradation common among precarious workers. The fates of these two poles of the “class-that-lives-on-its-labor” are inextricably linked.12
The logic of capital manifests itself in many ways, but it retains a basic unity. For this reason, the two vital poles of the world of labor must form a mutually supportive and organic connection to each other, or else suffer an even bigger defeat.
As Marx showed in Capital, precarization arose with the very creation of wage labor in capitalism. As the working class sells its labor power and is paid for only a part of its productive value, the resulting surplus appropriated by capital tends to expand through various mechanisms intrinsic to capitalism, including the intensification of labor, extension of the workday, restriction of workers’ rights, and more. Thus, the precariousness of the proletariat results from the struggle between the classes, which can in turn be expanded or reduced, depending on the relative strength of capitalist exploitation and of the working-class capacity for struggle and revolt.
As Marx and Engels demonstrated, the forms of exploitation of labor change constantly, accentuated by the expansion of the relative surplus population, which allows capital to use surplus labor to intensify and increase the levels of exploitation and consequent precariousness of the working class. In contemporary capitalism, the relative surplus population, which Marx in Capital designated as floating, latent, or stagnant, acquires new dimensions.13 This occurs through the enormous expansion and circulation of immigrant labor power on a global scale, multiplying the mechanisms of exploitation, intensification, and precariousness of labor.
All this serves to further fragment the working class itself, which is already differentiated by branches, sectors, and the international division of labor, especially between the global North and South. The kind of internal divisions that Engels discerned in the British proletariat of the mid-nineteenth century are further amplified when one perceives the differential rate of exploitation between center and periphery.14
The ultimate outcome of this process depends on the ability of the working class to resist, organize, and fight back. If the two polar segments of the working class manage to establish links of solidarity and a shared class consciousness, and if they are united in their everyday fights, they will be able to form a stronger and better-organized opposition to the logic of capital.15 In this respect, the role of the new proletariat of services is emblematic. Its integration into an enlarged working class—of which it forms the fastest-growing part—and participation in labor struggles will be decisive for the fate of the working class as a whole in the twenty-first century.

On the Peripheries of Capitalism

Given the irregular and composite nature of the international division of labor, it is necessary to conclude by noting some mediations in defining the service proletariat. One important point of mediation concerns the cleavage between the global North and the South. On the peripheries of the capitalist system, the proletariat has been burdened with precariousness from the beginning. Because of their colonial past, in Brazil and in many other countries of Latin America, the modern proletariat emerged fully only after the abolition of slavery. Consequently, precariousness has always been the rule, not the exception.
In addition, the countries of the global South never developed an “aristocracy of labor”—a segment of relatively skilled, highly paid, and largely unionized workers—and the proletariat has always been associated with a pervasive condition of precariousness, with the result that internal differences among the working classes were never as evident as in the North. There, on the contrary, such an aristocracy did develop, and today its descendants are the inheritors of the welfare state. Hence, the recent development of a precariat has generated a differentiation in the proletariat of the North that has no parallel in the South. For this reason, the debate about the emergence of a “new class” has caused some confusion when applied to the global South.
It is thus credible, in the case of the core capitalist countries, to empirically identify the service proletariat as one pole of the working class as a whole; but in the peripheral countries, it is something different, because precariousness has been a defining feature of the proletariat since its origins, even it may be finding new articulations. Whether described as a precariat or part of the new proletariat of services, it involves workers of diverse identities (gender, ethnicity, nationality), but united in their condition of precariousness and lack of rights.
The intensification of work; the erosion of rights; the superexploitation of labor; the expansion of informal employment; the pressure of ever-increasing productivity goals; the despotism of bosses, coordinators, and supervisors; the degraded salaries; the inconsistent working hours; the prevalence of harassment, illness, and death—all point to the presence of a violent process of proletarization and to the rise of a new proletariat of services, one that is expanding globally and diversifying and enlarging the working class. And if all this suggests a new morphology of labor, we should at the same time acknowledge the emergence of a new morphology of working-class organization, representation, and struggle.

Notes

  1.  Clash City Workers, Dove Sono i Nostri: Lavoro, classe e movimenti nell’Itália della crisi (Lucca: La Casa Usher, 2014).
  2.  Ursula Huws, The Making of a Cybertariat: Virtual Work in a Real World (New York: Monthly Review Press, 2003); Ruy Braga and Ricardo Antunes, Infoproletários: Degradação Real do Trabalho Virtual (São Paulo: Boitempo, 2009).
  3. Harry Braverman, Labor and Monopoly Capital (New York: Monthly Review Press, 1974).
  4. See Pierre Bourdieu, Distinction: A Social Critique of the Judgment of Taste (Cambridge, MA: Harvard University Press, 1987).
  5. Guy Standing, The Precariat: The New Dangerous Class (London: Bloomsbury, 2011).
  6. István Mészáros, Beyond Capital (New York: Monthly Review Press, 1995).
  7. Ricardo Antunes, The Meanings of Work (Chicago: Haymarket, 2013); “The New Morphology of the Working Class in Contemporary Brazil,” in Leo Panitch and Greg Albo, eds., Socialist Register 2015: Transforming Classes (New York: Monthly Review Press, 2014).
  8. Quoted in Antunes, The Meanings of Work, xviii.
  9. San Precario, http://precaria.org.
  10. Clash City Workers is a collective of female and male unemployed workers, who define themselves as “precarious youths.” In the words of the organisers of the movement: “our name means ‘fighting workers of the metropolis’. Our movement was founded in mid-2009. We are particularly active in Naples, Florence, Milan and Bergamo, but we try to support all ongoing social fights throughout Italy”. (http://clashcityworkers.org/chi-siamo.html). See also the study about this collective group in Clash City Workers, 2014.
  11. Standing, The Precariat, 1–25.
  12. See Ricardo Antunes, O Privilégio da Servidão: O novo proletariado de serviços da era digital(São Paulo: Boitempo Editorial, that will be published in May 2018.
  13. Karl Marx, Capital, vol. 1 (London: Penguin, 1990), chapter 23.
  14. Frederick Engels, The Condition of the Working Class in England (Oxford: Oxford University Press, 1993).
  15. See Alain Bihr, Du “Grand Soir” a “l’alternative”: Le mouvement ouvrier européen en crise (Paris: Editions Ouvrieres, 1991).