Michael Lowy: Las aventuras de Karl Marx contra el barón Münchhausen 

x Michael Löwy , La Haine
30 Septiembre 2012  
Traducción: Viento sur / www.rosa-blindada.info

[Publicamos a continuación el prólogo y la introducción del libro “Les aventures de Karl Marx contre le baron de Münchhausen. Introduction à une sociologie critique de la connaissance”, editado por Syllepse, París. 2012.]

Prólogo

Este libro lo publicó por primera vez en Francia la editorial Anthropos, en 1985, con el título de “Paysages de la vérité. Introduction à une sociologie critique de la connaissance”. Al no haber suscitado mucho interés, ya no hubo ninguna reedición posterior. Después se publicó en Brasil en la década de 1990 con el título de “As aventuras de Karl Marx contra o Barão de Münchhausen. Introdução à uma sociología critica do conhecimento”, donde fue, en cambio, un gran éxito y ha sido objeto de una decena de reediciones. ¿A qué se debió la diferencia? ¿Al toque de humor del título brasileño? ¿O tal vez a la mayor vitalidad de la cultura marxista en Brasil? Sea como fuere, quiero dar las gracias a la editorial Syllepse por aceptar publicarlo de nuevo en francés.

Una breve explicación sobre el título, que hace referencia a una de las aventuras más famosas del barón Münchhausen. Después de caer con su caballo en un pantano peligroso, se hunde rápidamente y solo se salva de una muerte cierta gracias a una maniobra inaudita: tirando de sus propios cabellos, se saca, junto con su caballo, de las arenas movedizas… Como veremos más adelante, esta anécdota servirá de alegoría para caracterizar el enfoque positivista que consiste en extraerse del cenagal de los prejuicios, de las ideologías y de las nociones preconcebidas mediante un esfuerzo de “objetividad”.

Este libro se reedita ahora sin ninguna modificación, lo que no quiere decir que en los últimos 25 años no hayan aparecido elementos nuevos. Sin embargo, para dar cuenta de ellos haría falta tal vez escribir otro libro. Por ejemplo, los análisis de la corriente de estudios poscoloniales, inaugurada por los brillantes trabajos de Edward Saïd, Anibal Quijano, Enrique Dussel, Dipresh Chajarabaty (entre otros): se trata de una verdadera revolución epistemológica que pretende romper con cinco siglos de dominación del eurocentrismo en la cultura del conocimiento. Profundamente políticos, estos trabajos poscoloniales denuncian la colonialidad del poder y la manera en que determina en gran medida el proceso de conocimiento, no solo en las metrópolis imperialistas, sino también en las élites de los países colonizados o dependientes.

El libro pionero de Saïd, Orientalismo (1978), inspirado en Gramsci y Foucault, es un análisis crítico del discurso occidental, eurocéntrico, sobre “Oriente”, presentado como un mundo inferior, atrasado, irracional y salvaje, en contraste con el mundo civilizado (Occidente). El poder, la dominación colonial, los discursos literarios y los discursos cognitivos de las ciencias sociales se asocian para crear una imagen deformada de las sociedades orientales, presentadas como un conjunto homogéneo. Las intuiciones de Saïd fueron desarrolladas más tarde en contextos diferentes, para criticar los trabajos occidentales sobre la India, África o América Latina, o sobre la percepción de los “indígenas del interior”, tanto en los países ricos como en los países que habían sido colonizados, cuyas élites dominantes adoptan la visión colonial.

Una de las contribuciones más significativas es la del teólogo y filósofo de la liberación latinoamericano Enrique Dussel, que somete a una crítica radical la visión de la historia de la modernidad como proceso puramente interior de Europa y Occidente, una visión que va de Hegel –para quien Europa era “el fin y el centro de la historia universal”– a Jürgen Habermas, pasando por Max Weber y Norbert Elias. El punto de vista poscolonial permite “descubrir” el lado oculto de la modernidad: el mundo colonial periférico, los pueblos indígenas sacrificados, los negros esclavizados, las mujeres oprimidas, en suma, las víctimas de la violencia de la modernidad occidental.

Es evidente que el propio movimiento obrero, en particular en los países capitalistas avanzados, está contaminado de la actitud colonial; lo mismo ocurre en ciertos textos de Marx y Engels, sobre todo en la década de 1850, que aun criticando los métodos brutales del colonialismo inglés en la India, parecen justificarlo como vector del progreso económico. No obstante, también es cierto que ha habido marxistas capaces, en gran medida, de integrar el anticolonialismo en su teoría y en su práctica, y por consiguiente en su planteamiento cognitivo. Una figura como C.L.R. James, historiador marxista negro, autor del gran clásico sobre la revolución haitiana Los jacobinos negros, es un ejemplo importante de un pensamiento “proletario/anticolonial/ antirracista”. Mencionemos asimismo los trabajos pioneros del geógrafo marxista heterodoxo James Blaut, quien en la década de 1990 denunciaba el modelo colonial y eurocéntrico del mundo, basado en el mito de un “centro” occidental que difunde los conocimientos y la “civilización” hacia la periferia “bárbara”.

Otra cuestión no menos importante es el conflicto político en torno a la ecología. La distinción que intenta trazar mi libro entre las ciencias naturales devenidas “ideológicamente neutras” –a partir del declive del poder terrenal de la Iglesia– y las ciencias humanas inevitablemente inmersas en el conflicto de clases no explica lo que ocurre en el ámbito de la climatología: hemos podido ver a un Gobierno –el de George Bush– prohibir a sus científicos –en particular a James Hansen, el climatólogo de la Nasa– la publicación de los resultados de sus trabajos sobre el cambio climático… ¿Hemos vuelto a los tiempos de Galileo y Copérnico? Por otro lado, en la medida en que el calentamiento global es una amenaza que afecta al conjunto de la humanidad, ¿qué relación puede existir entre el punto de vista ecológico y el punto de vista del proletariado? ¿Es posible integrar el primero en el segundo o se trata de dos puntos de vista diferentes, que hallan una base común en la oposición al capitalismo? Confieso que no tengo las respuestas a todas estas preguntas, que requieren una reflexión sistemática que todavía está por elaborar.

Lo mismo cabe decir de la rica problemática suscitada por la feminist standpoint theory (teoría del punto de vista feminista), que tal vez sea la innovación más importante en el terreno de la epistemología y de la sociología del conocimiento del último cuarto del siglo xx. Tratemos de resumir brevemente este enfoque y de situarlo en relación con la temática de nuestro libro.

Dicha teoría se desarrolló sobre todo en Estados Unidos, pero la labor pionera en este terreno fue obra de una feminista francesa, Christine Delphy. En 1975, mucho antes de los primeros trabajos estadounidenses, Delphy publicó un libro titulado Por un feminismo materialista, que partía de la constatación marxista de que no hay conocimiento neutro: todo conocimiento es producto de una situación histórica y social. Esto se aplica también, desde luego, al conocimiento de la situación social de las mujeres: únicamente desde el punto de vista de las mujeres se puede percibir su condición como una opresión. El conocimiento de la opresión, su formulación conceptual, solo puede provenir de un único punto de vista, es decir, de un lugar social concreto: la del oprimido. Un conocimiento que tomara como punto de partida la opresión de las mujeres –inseparable de su lucha contra la misma– constituiría, por consiguiente, una verdadera revolución epistemológica; no introduciría un nuevo “objeto” de investigación, sino una nueva mirada sobre la realidad social. El planteamiento de Christine Delphy se ha mantenido cercano al marxismo como método materialista, al tiempo que ha rechazado los intentos de un Louis Althusser de convertirlo en una “ciencia” objetiva, una “verdad absoluta” y no la expresión de un punto de vista de clase.

En EE UU fue sobre todo a partir del ensayo de Nancy Hartsock The Feminist Standpoint: Developing the Ground for a Specifically Feminist Historial Materialism (El punto de vista feminista: sentar las bases de un materialismo histórico específicamente feminista, 1987) que se desarrollaría toda una corriente en la teoría feminista que abarcaría a sociólogas, filósofas e historiadoras de la ciencia como Patricia Hill Collins, Dorothy Smith, Donna Haraway, Sandra Harding y Kimberlé Crenshaw. El punto de partida de la feminist standpoint theory es el marxismo, en particular la obra de György Lukács, Historia y conciencia de clase (1923), que trata de fundamentar filosóficamente la superioridad epistemológica del punto de vista del proletariado. El planteamiento de Nancy Hartsock consistía en transferir este argumento al punto de vista de otra categoría oprimida, las mujeres. Su mirada, como grupo social oprimido y marginado, es más favorable al conocimiento de la realidad social que la del género dominante.

Es curioso que estas teóricas feministas estadounidenses no se hayan remitido a los trabajos de Karl Mannheim o a los de su discípula feminista Viola Klein (The Feminine Character, 1946), la primera que utilizó el término “punto de vista femenino”. La hipótesis de que todo conocimiento está situado socialmente tiene en la obra de Mannheim la formulación sociológica más contundente, y su “relativismo” no está tan alejado del de las feministas.

Otro punto de convergencia con el marxismo es la afirmación, por parte de la teoría del punto de vista feminista, que este último no se deriva automáticamente de la condición social de las mujeres y de su experiencia: se trata de una conciencia colectiva que requiere una acción política, una lucha colectiva; gracias a este compromiso sociopolítico, el punto de vista feminista puede convertirse en un vantage point, un lugar epistemológico aventajado, capaz de alcanzar un conocimiento más completo y objetivo –por ser crítico con los prejuicios patriarcales– de la realidad social.

Claro que las mujeres no constituyen un conjunto social homogéneo, sino que se encuentran divididas según criterios de raza, clase social, orientación sexual, etc. De ahí la aparición de movimientos como el Black Feminism –Patricia Collins, bell hooks–, que pone en duda el feminismo de las mujeres blancas de clase media y plantea su propia perspectiva: la teoría del punto de vista feminista negro. Esta diversidad no significa necesariamente el abandono de un punto de vista feminista común a todas las que sufren la opresión de género: para ello hacen falta, señala Collins, “estructuras de la multiplicidad”, que se refieren a las estructuras sociales y no a individuos aislados. Se trata de poner la imaginación sociológica de que hablaba C. Wright Mills al servicio del punto de vista feminista.

En este contexto aparece el concepto de interseccionalidad, elaborado a partir de 1989 por Kimberlé Crenshaw: en las sociedades actuales existen múltiples formas de dominación y opresión, que determinan simultáneamente, aunque no de forma idéntica, el destino de las mujeres. Collins, quien se inspira tanto en la teoría marxista de las clases sociales como en el concepto de “grupo de estatus” de Max Weber, propone un nuevo paradigma para explicar la interseccionalidad: la “matriz de dominación”, en la que se combinan diversas estructuras opresoras; clase, género y raza no se adicionan simplemente, sino que son sistemas de dominación interconectados (interlocking). Estos conceptos han servido sobre todo para analizar la situación de las mujeres, pero según Collins la experiencia específica de las mujeres negras con la intersección de los sistemas de opresión permite comprender otras situaciones sociales en que se cruzan sistemas de desigualdad y dominación. La cuestión está en superar tanto el positivismo de la ciencia “sin prejuicios” como el relativismo –que considera todas las perspectivas igualmente válidas– gracias a un diálogo entre los diversos puntos de vista condicionados de las clases y grupos oprimidos.

La problemática de la “interconexión” de las dominaciones ya la había planteado en Francia, en la década de 1970, Danièle Kergoat mediante conceptos como la consustancialidad o la coextensividad. En un reciente artículo que retoma aquellos debates, Kergoat critica el término “interseccionalidad”, que a su juicio corre el riesgo de fijar las relaciones sociales como “secciones” separadas. La consustancialidad como modo de lectura de la realidad social puede definirse como el entrecruzamiento dinámico complejo del conjunto de las relaciones sociales, de las que cada una deja su impronta en las demás, construyéndose de forma recíproca.

¿Cómo articular por medio de la interseccionalidad o la consustancialidad la teoría marxista del “punto de vista del proletariado” con la teoría del punto de vista feminista? Ambas comparten la convicción de la situatedness de todo conocimiento y de la superioridad epistemológica del punto de vista de las clases y categorías oprimidas o marginadas, pero cada una piensa que su perspectiva es la más universal, capaz de integrar y englobar a las demás. Por supuesto, aquí no vamos a zanjar este debate…

Mencionemos para terminar este breve prólogo la rica vía de reflexión que ha abierto Eleni Varikas. Desde la perspectiva superior del proletariado hasta las standpoint theories, la historia de la modernidad está atravesada por la búsqueda de un punto arquimédico desde el cual se pudiera conocer/levantar el mundo. Ahora bien, la experiencia de la opresión como tal no otorga un privilegio cognitivo. Únicamente gracias a un “universalismo estratégico” –opuesto a la proliferación de absolutismos identitarios– se puede transformar el sufrimiento y la amargura de los oprimidos y excluidos, de los subalternos y los parias, en búsqueda de una justicia generalizada reivindicada para el conjunto de la humanidad. Esto exige pensar conjuntamente, en su interdependencia, las subalternidades múltiples, las historias de dominación y las tradiciones de resistencia, a menudo discordantes.

París, junio de 2012

Introducción

¿Cuáles son las condiciones que permiten la objetividad en las ciencias sociales? ¿Sirve el modelo científico-natural de objetividad para las ciencias históricas? ¿Se puede concebir una ciencia de la sociedad libre de juicios de valor y presupuestos político-sociales? ¿Es posible eliminar las ideologías del proceso de conocimiento científico-social? ¿Acaso no está la ciencia social necesariamente “comprometida”, es decir, vinculada a un punto de vista de clase o de grupo social? Y en este caso, ¿se puede conciliar este carácter partidista con el conocimiento objetivo de la verdad?

Estas cuestiones se sitúan en el centro del debate metodológico y epistemológico en el conjunto de las ciencias sociales modernas desde su origen hasta nuestros días. Los intentos de darles una respuesta coherente se vinculan de una forma u otra con tres grandes corrientes del pensamiento: el positivismo, el historicismo y el marxismo. Este libro tiene por objeto examinar los dilemas, las contradicciones, los límites, pero también las contribuciones fecundas de cada una de estas perspectivas metodológicas a la construcción de un modelo de objetividad propio de las ciencias humanas y a una sociología crítica del conocimiento.

El complejo nudo de cuestiones implicadas en esta investigación se presenta a menudo en términos de oposición y/o articulación entre dos universos diferentes y heterogéneos: ideología y ciencia. Ahora bien, hay pocos conceptos en la historia de la ciencia social moderna que sean tan enigmáticos y polisémicos como el de ideología, que en el curso de los últimos dos siglos ha sido objeto de una acumulación increíble, incluso fabulosa, de ambigüedades, paradojas, arbitrariedades, contrasentidos y equívocos. Un breve repaso histórico bastará para demostrarlo:

1. En su origen, el término fue inventado (literalmente) por Destut de Tracy, quien publicó en 1801 un tratado, Éléments d’idéologie, en el que presentó esta nueva “ciencia de las ideas” como una parte de la zoología… Por consiguiente, se inscribe en una perspectiva metodológica de tipo empirista y científico-naturalista, es decir, positivista. Sin embargo, años más tarde, polemizando contra Destut de Tracy y sus amigos neoenciclopedistas, Napoleón los tachará de “ideólogos”, término que para él es equivalente a metafísicos abstractos apartados de la realidad. Este nuevo significado parece haber entrado en el vocabulario común de la primera mitad del siglo xix, hasta que Karl Marx pasó a utilizar el término a su manera.

2. Para Marx, la ideología es una forma de falsa conciencia que corresponde a intereses de clase; más exactamente, designa globalmente opiniones especulativas e ilusorias (determinadas socialmente) que los hombres se forman sobre la realidad, a través de la moral, la religión, la metafísica, los sistemas filosóficos, las doctrinas políticas y económicas, etc. Ahora bien, para varios marxistas del siglo xx, empezando por Lenin, la ideología designa el conjunto de concepciones del mundo asociadas a las clases sociales, incluido el marxismo. Este es el significado con el que el término pasó a formar parte del lenguaje cotidiano de los militantes marxistas (“lucha ideológica”, “ideología revolucionaria”, “formación ideológica”, etc.).

3. Con la obra de Karl Mannheim, el sentido “leninista” del término adquiere derecho de ciudadanía en la sociología universitaria a través del concepto de “ideología total”, definido como la estructura categorial, la perspectiva global, el estilo de pensamiento vinculado a una posición social (Standortverbundenheit). No obstante, en el mismo libro (Ideología y utopía, 1929), Mannheim atribuye otro significado, mucho más restringido, al mismo término: ideología designa en esta acepción los sistemas de representación que se orientan a la estabilización y la reproducción del orden establecido, por oposición al concepto de utopía, que define las representaciones, aspiraciones y deseos (Wunschbilder) que se orientan a la ruptura del orden establecido y que desempeñan una función subversiva (umwälzende Funktion). Por lo demás, Mannheim reúne ideología (con este sentido) y utopía en la categoría común de formas de falsa conciencia, es decir, de “representaciones que trascienden la realidad”, por oposición a las representaciones adecuadas y compatibles con el ser social real (seinskongruent), es decir, formas “ideológicas” en el sentido marxiano del término, que Mannheim había calificado de demasiado parcial y estrecho…

Como se ve, la confusión y la ambivalencia son casi totales, no solamente entre pensadores de corrientes distintas, sino también dentro de una misma tradición teórica y en el interior de una misma obra, considerada el gran clásico de la moderna sociología del conocimiento. A la misma palabra se atribuyen significados no solo diferentes, sino a veces directamente contradictorios, sin que se justifiquen de alguna manera estos extravíos semánticos.

No es extraño, en estas condiciones, que en este terreno impere la arbitrariedad total; así, hemos visto aparecer a sociólogos que se arrogan el derecho de dar otra definición, ad libitum, según les venga en gana o les dicte la inspiración. Por ejemplo: “Decido entender por ideología los estados de conciencia asociados a la acción política. Esta es una decisión arbitraria” (Baechler 1976). De este modo quedan separados del ámbito ideológico la mayoría de sistemas filosóficos, metafísicos, religiosos y éticos (en su dimensión no política), que constituían precisamente, para Marx, las formas más típicas de la ideología. Así que uno puede “decidir” que la ideología es una cosa o la contraria, según le plazca…

Para tratar de aclararnos en este magma semántico nos parece que hay que partir de la obra de Mannheim, que a pesar de sus contradicciones constituye (después de Marx) el intento más serio de abordar sistemáticamente los problemas implicados en el concepto de ideología. La definición de la ideología (por oposición a la utopía) como una forma de pensamiento orientada a la reproducción del orden establecido nos parece la más adecuada, pues conserva la dimensión crítica que tenía el término en su origen (Marx). Como subraya justamente Claude Lefort, en la definición vaga y amorfa “el concepto no conserva ni rastro de la primera acepción, de la que derivaba su fuerza crítica: la ideología abarca las ideas que uno ‘defiende’ para asegurar el triunfo de una clase”.

En cuanto al concepto de utopía, aquí se utiliza, como en Mannheim, en su sentido más amplio y más “neutro”, según la etimología griega de la palabra ou topos (en ninguna parte). El pensamiento utópico es el que aspira a un estado inexistente de las relaciones sociales, lo que le confiere, al menos potencialmente, un carácter crítico, subversivo e incluso explosivo. El sentido estricto y peyorativo del término (utopía: sueño imaginario irrealizable) nos parece inoperante, porque únicamente el futuro dirá qué aspiración era “irrealizable” o no.

Queda por definir un concepto que permita designar a la vez las ideologías y las utopías; utilizar, como hace Mannheim, el término “ideología total” para esta función conceptual no hace sino crear confusión, en la medida en que la misma palabra adquiere dos sentidos que en absoluto son idénticos; en cuanto al concepto de “falsa conciencia”, nos parece inadecuado, porque las ideologías y las utopías no solo contienen orientaciones cognitivas, sino también un conjunto articulado de valores culturales, éticos y estéticos que no pueden adscribirse a las categorías de verdadero o falso.

Nos parece que el mejor concepto para designar lo que Mannheim denomina la “ideología total”, es decir, la perspectiva de conjunto, la estructura categorial y el estilo de pensamiento condicionado socialmente –que puede ser ideológico o utópico– es el de visión social del mundo. Muchos pueden considerar, y están en su derecho, que el concepto de Weltanschauung es obsoleto, arcaico, “historicista”, “humanista”, impregnado de idealismo hegeliano, de filosofía del sujeto o de otras herejías mayores, pero a nuestro juicio constituye, en su formulación “clásica” por el historicismo alemán (Dilthey), el instrumento conceptual más adecuado para dar cuenta de la riqueza y la amplitud del fenómeno sociocultural en cuestión. Contrariamente al término de “ideología total”, no contiene ninguna connotación peyorativa ni ninguna ambigüedad conceptual: lo que designa no es en sí mismo “verdadero” ni “falso”, “idealista” ni “materialista” (aunque bien puede adoptar una de esas dos formas), conservador ni revolucionario; circunscribe un conjunto orgánico, articulado y estructurado de valores, representaciones, ideas y orientaciones cognitivas, internamente unificado por una perspectiva determinada, por cierto punto de vista condicionado socialmente.

Al añadir el término social –visión social del mundo– queremos insistir en dos aspectos: a) se trata de la visión del mundo social, es decir, de un conjunto relativamente coherente de ideas sobre el ser humano, la sociedad, la historia y su relación con la naturaleza (y no sobre el universo y la naturaleza como tal); b) esta visión del mundo está vinculada a determinadas posiciones sociales (Standortgebundenheit: el término es de Mannheim), es decir, a los intereses y a la condición de determinados grupos y clases sociales.

Las visiones del mundo pueden ser ideologías (un ejemplo clásico: el liberalismo burgués del siglo xix) o utopías (el quiliasmo de Thomas Müntzer). Pueden combinar tanto elementos ideológicos como utópicos, como por ejemplo la filosofía de la Ilustración. Además, una misma visión del mundo puede concebirse de forma ideológica o utópica: basta comparar el romanticismo de Adam Müller con el de Novalis. En fin, la misma visión del mundo puede tener un carácter utópico en un momento histórico dado para convertirse después, en una etapa posterior, en una ideología (es el caso del positivismo de determinadas formas del marxismo, como veremos más adelante).

La cuestión que examina este libro es por tanto la relación entre visiones sociales del mundo (ideológicas o utópicas) y conocimiento en el ámbito de las ciencias sociales a partir de un comentario crítico de los principales intentos de elaborar un modelo de objetividad científica surgidos en el seno del positivismo, el historicismo y el marxismo. Trataremos de demostrar, apoyándonos a la vez en cierta tradición historicista y en las ideas fundamentales del marxismo (más exactamente: de la interpretación historicista del marxismo) que la objetividad en las ciencias sociales no puede erigirse en molde estrecho del modelo científico-natural. Y que, contrariamente a lo que pretende el positivismo en sus múltiples variantes, todo conocimiento e interpretación de la realidad social está vinculado, de manera directa o indirecta, a una de las grandes visiones sociales del mundo y a una perspectiva global condicionada socialmente; es decir, lo que Pierre Bourdieu denomina, en una feliz expresión, “las categorías de pensamiento impensadas que delimitan lo pensable y predeterminan el pensamiento”.

Por consiguiente, la verdad objetiva sobre la sociedad no se puede concebir como una imagen refleja independiente del sujeto conocedor, sino más bien como un paisaje pintado por un artista; y, finalmente, cuanto más elevado sea el observatorio o mirador en que se sitúe el pintor, tanto más verdadero será este paisaje, pues le ofrecerá una visión más amplia y extensa del panorama irregular y accidentado de la realidad social. La perspectiva de este ensayo es por tanto la de una introducción a la sociología del conocimiento, es decir, al estudio de las relaciones entre clases o categorías sociales y el conocimiento científico de la sociedad.

Traducción: Viento sur / www.rosa-blindada.info

La locura de la austeridad europea

Paul Krugman · · · · ·  

Sin Permiso,30/09/12


Las protestas en Grecia y España demuestran que no puede haber acuerdo.Adiós a la complacencia. Hace tan solo unos días, la creencia popular era que Europa finalmente tenía la situación bajo control. El Banco Central Europeo (BCE), al comprometerse a comprar los bonos de los Gobiernos con problemas en caso necesario, había calmado los mercados. Todo lo que los países deudores tenían que hacer, se decía, era aceptar una austeridad mayor y más intensa —la condición para los préstamos de los bancos centrales— y todo iría bien.

Pero los abastecedores de creencias populares olvidaron que había personas afectadas. De repente, España y Grecia se ven sacudidas por huelgas y enormes manifestaciones. Los ciudadanos de estos países están diciendo, en realidad, que han llegado a su límite: cuando el paro es similar al de la Gran Depresión y los otrora trabajadores de clase media se ven obligados a rebuscar en la basura para encontrar comida, la austeridad ya ha ido demasiado lejos. Y esto significa que puede no haber acuerdo después de todo.

Muchos comentarios indican que los ciudadanos de España y Grecia simplemente están posponiendo lo inevitable, protestando en contra de unos sacrificios que, de hecho, deben hacer. Pero la verdad es que los manifestantes tienen razón. Imponer más austeridad no va a servir de nada; aquí, quienes están actuando de forma verdaderamente irracional son los políticos y funcionarios supuestamente serios que exigen todavía más sufrimiento.

Pensemos en los males de España. ¿Cuál es el verdadero problema económico? Esencialmente, España sufre las consecuencias de una enorme burbuja inmobiliaria que provocó un periodo de auge económico e inflación que hizo que la industria española se volviese poco competitiva respecto a la del resto de Europa. Cuando la burbuja estalló, España se encontró con el complejo problema de recuperar esa competitividad, un proceso doloroso que durará años. A menos que España abandone el euro —una medida que nadie quiere tomar—, está condenada a años de paro elevado.

Pero este sufrimiento, posiblemente inevitable, se está viendo tremendamente magnificado por los drásticos recortes del gasto, y estos recortes del gasto solo sirven para infligir dolor porque sí.

En primer lugar, España no se metió en problemas porque sus Gobiernos fuesen derrochadores. Al contrario: justo antes de la crisis, España tenía de hecho superávit presupuestario y una deuda baja. Los grandes déficits aparecieron cuando la economía se vino abajo y arrastró consigo los ingresos, pero, aun así, España no parece tener una deuda tan elevada.

Es cierto que España tiene ahora problemas para financiar sus déficits. Sin embargo, esos problemas se deben principalmente a los temores existentes ante las dificultades más generales por las que pasa el país (entre las que destaca la agitación política debida al altísimo paro). Y el hecho de reducir unos cuantos puntos el déficit presupuestario no hará desaparecer esos temores. De hecho, una investigación realizada por el Fondo Monetario Internacional (FMI) da a entender que los recortes del gasto en economías profundamente deprimidas reducen la confianza de los inversores porque aceleran el ritmo del deterioro económico.

En otras palabras, los aspectos puramente económicos de la situación indican que España no necesita más austeridad. No está para fiestas, y, de hecho, probablemente no tenga más alternativa (aparte de la salida del euro) que soportar un periodo prolongado de tiempos difíciles. Pero los recortes radicales en servicios públicos esenciales, en ayuda a los necesitados, etcétera, son en realidad perjudiciales para las perspectivas de un ajuste eficaz del país.

¿Por qué, entonces, se exige todavía más sufrimiento?

Una parte de la explicación se encuentra en el hecho de que en Europa, al igual que en Estados Unidos, hay demasiadas personas muy serias que han sido captadas por la secta de la austeridad, por la creencia de que los déficits presupuestarios, no el paro a gran escala, son el peligro claro y presente, y que la reducción del déficit resolverá de algún modo un problema provocado por los excesos del sector privado.

Aparte de eso, en el corazón de Europa —sobre todo en Alemania— una proporción considerable de la opinión pública está profundamente imbuida de una visión falsa de la situación. Hablen con las autoridades alemanas y les describirán la crisis del euro como un cuento con moraleja, la historia de unos países que vivieron por todo lo alto y ahora se enfrentan al inevitable ajuste de cuentas. Da igual que eso no sea en absoluto lo que sucedió (o el asimismo incómodo hecho de que los bancos alemanes desempeñasen una función muy importante a la hora de inflar la burbuja inmobiliaria de España). Su historia se limita al pecado y sus consecuencias, y se atienen a ella.

Y, lo que es aún peor, esto es también lo que creen los votantes alemanes, en gran parte porque es lo que los políticos les han contado. Y el miedo a la reacción negativa de unos votantes que creen, erróneamente, que les toca cargar con las consecuencias de la irresponsabilidad de los europeos del sur hace que los políticos alemanes no estén dispuestos a aprobar un préstamo de emergencia esencial para España y otros países con problemas a menos que antes se castigue a los prestatarios.

Naturalmente, no es así como se describen estas exigencias. Pero en realidad todo se reduce a eso. Y hace mucho que llegó la hora de poner fin a este cruel sinsentido. Si Alemania realmente quiere salvar el euro, debería permitir que el Banco Central Europeo haga lo que sea necesario para rescatar a los países deudores. Y debería hacerlo sin exigir más sufrimiento inútil.



Paul Krugman es profesor de Economía de Princeton y premio Nobel de 2008.

La configuración política actual de los mercados hace a los muy ricos cada vez más ricosDaniel Raventós · · · · · 


Sin Permiso, 30/09/12

Es un estúpido y viejo mantra: la política económica que se hace es la única posible. No hay otra opción, no hay alternativa. Utilizó la expresión en un sentido campanudo el darwinista social y liberal Herbert Spencer hace más de un siglo y medio, pero fue Margaret Thatcher quien la llevó a la fama. Hasta fue conocida como Thatcher "Tina" (there is no alternative). Es la absurda idea según la cual las decisiones económicas son exclusivamente técnicas. Cualquier decisión, según este sedicente razonamiento, es producto de la conclusión que la técnica nos aconseja. Fue John Kenneth Galbraith uno de los muchos que escribió ya hace algunos años contra semejante pretensión: "[L]a economía no existe aparte de la política, y es de esperar que lo mismo siga sucediendo en el futuro." [1] Pero el supuesto argumento de "no hay alternativa" tiene muchos adeptos. Es así porque se repite sin cesar desde gobiernos, algunos medios académicos y muchos medios de comunicación, y hasta parece que a veces lo lamentan. 

 La política económica, tal como indica el orden de las palabras, es primero política y después económica. No hay nada más falso que las cantinelas más repetidas por casi todos los gobernantes europeos: "son las medidas que el país necesita", "son necesarios estos sacrificios para salir pronto de la crisis", "la situación económica impone estas desagradables medidas", "todos debemos sacrificarnos para salir adelante", etc., etc. Ni una medida de política económica mínimamente importante es neutral en un sentido preciso: que perjudica o beneficia a toda la población. Toda medida de política económica perjudica a unos sectores sociales y beneficia a otros. Ejemplos, meros ejemplos: bajar los impuestos a los más ricos, congelar o bajar las pensiones, facilitar y abaratar los despidos laborales, gravar con aranceles productos extranjeros, bajar el sueldo de los trabajadores del sector público, destinar menos recursos a la educación pública, introducir el copago sanitario, idear unos presupuestos públicos de austeridad en plena recesión… ¿Es difícil descubrir quien gana y quien pierde en cada uno de estos casos? Cosa bien distinta es la (supuesta) justificación que se da en cada caso por parte de los responsables gubernamentales. Primero se decide a qué sectores sociales va a favorecerse y después se instrumentan los medios económicos que hará posible lo primero. En palabras de Joseph Stiglitz: "El gobierno tiene la potestad de trasladar el dinero de la parte superior a la inferior y a la intermedia y viceversa" [2]. 

 Si existe confusión, o se quiere sembrarla más bien, con lo que realmente es una política económica, también la hay con lo que es el "mercado". Sin ninguna duda, ambos términos están muy relacionados. Para empezar no existe el mercado en singular. Existen muchos mercados y con características muy diferentes entre ellos. El mercado semanal de muchos pueblos y el mercado de los artículos de alta montaña, poco si algo tienen que ver. El mercado de libro de viejo y el mercado financiero (si aquí también está justificado hablar en singular) menos aún tienen en común, etc. La configuración de un mismo mercado varía también históricamente, claro está. La ley Glass-Steagall, vigente de 1933 a 1999 en EEUU, configuró unos mercados financieros harto diferentes a los modelados por la ley Gramm-Leach-Bliley que sucedió a la anterior. El mismo mercado tenía unas prohibiciones o no las tenía antes y después de esta ley. Tenía una configuración política distinta en uno y otro momento.

 Todos los mercados, absolutamente todos, están configurados políticamente y son producto de la intervención del Estado, mediantes legislaciones, normas, decretos y regulaciones. Cualquier mercado es el resultado de opciones políticas que se concretan en determinados diseños institucionales y reglamentaciones jurídicas.

 El economista Dean Baker plantea la misma cuestión en otros términos. Para Baker la idea tan extendida de que la derecha sería partidaria de la "desregulación" del mercado y la izquierda sería, por el contrario, partidaria de la "regulación" es completamente falsa. Este economista afirma que "[L]a derecha tiene tanto interés como los progresistas en que el sector público se implique en la economía. La diferencia radica en que los conservadores quieren que el sector público intervenga de un modo que redistribuya el ingreso en provecho de los más pudientes. La otra diferencia está en que la derecha es lo suficientemente lista como para ocultar estas intervenciones, tratando de que parezca que las estructuras que redistribuyen el ingreso hacia los de arriba no son más que el resultado del funcionamiento natural del mercado". 

 Algunos ejemplos de la configuración política de los mercados: en un mercado laboral puede haber o no salario mínimo interprofesional, posibilidad de despido libre o determinados requisitos más o menos severos para el despido. Y otros: la ley puede permitir en determinados mercados la existencia o no de monopolios y oligopolios. Y aún otro ejemplo más concreto: si Bill Gates no tuviera la cesión por parte del gobierno de Estados Unidos del monopolio sobre Windows en el mercado del software, no sería tan rico. En el escrito citado de Dean Baker: "Sin el monopolio creado por la protección de los derechos de autor, cualquiera en cualquier lugar del mundo podría bajarse instantáneamente los programas de Microsoft sin coste alguno". Sea dicho de pasada: la innovación está reñida con los monopolios. Recuérdese que Microsoft, por seguir con este monopolio, no ha sido la empresa que haya inventado el primer navegador, ni la primera hoja de cálculo, ni el primer procesador de textos, ni el primer reproductor de productos audiovisuales, ni el primer motor de búsqueda… Las oligopólicas compañías farmacéuticas, otro conocido caso, gastan más en mercadotecnia que en investigación puesto que los precios de los fármacos son tan superiores a los costos de producción que sale a cuenta dedicar recursos a convencer (o comprar) a médicos para que recomienden determinados fármacos. Las compañías oligopólicas de las tarjetas de crédito obtienen una comisión de los comercios, cuando un cliente paga por este medio, superior al dinero que obtiene el comerciante por la misma transacción. Poco tiene que ver eso con la investigación y la innovación y mucho con la llamada búsqueda de rentas [3]. Y la lista es mucho más larga.

 La actual configuración política de los mercados explica perfectamente que los ricos sean cada vez más ricos antes y durante la crisis económica, junto al hecho de que la mayor parte de la población sea cada vez más pobre. No es la primera vez que recurro a los datos de los informes World Ultra Wealth Report. Muy recientemente se ha publicado el informe correspondiente a 2012-13. Cabe recordar que este informe entiende por Ultra High Net Worth Individuals (UHNWI), es decir, individuos con altísimo valor neto, a los que tienen activos superiores a los 30 millones de dólares. En el bien entendido que no se contabilizan entre esos activos la primera residencia, los bienes consumibles, los bienes coleccionables y los bienes de consumo duradero. Es decir, se trata de evaluar en estos informes lo que estos ricos tienen como efectivo y en activos fácil y rápidamente convertibles en líquido. Se trata, como resulta evidente, de personas con una riqueza real muy superior a los 30 millones de dólares. Los 30 millones de dólares que definen a un UHNWI son pues de bienes inmediatamente convertibles en efectivo. Pues bien, en el reciente informe 2012-13 apenas ha habido cambios en el año 2012 respecto al año anterior. En total el informe contabiliza 187.380 UHNWI en todo el mundo (un 0,6% más que el año anterior) y una riqueza conjunta de 25,7 billones de dólares (un 1,8% menos que el año anterior). Algunas precisiones son interesantes. Dentro de estos 187.380 hay diferencias también muy grandes. Los sujetos que tienen unos activos, tal como se han definido un poco más arriba, superiores a mil millones de dólares suman 2.160 en todo el mundo. Estos 2.160 no son el 1% más rico, ni el 0,1%, son exactamente el 0,00003% de los 7.000 millones que formamos la humanidad. Tienen unos activos acumulados (recuérdese la restrictiva definición) de 6,2 billones de dólares (el PIB del Reino de España es aproximadamente de 1,4 billones de dólares). En el año 2012 los situados en esta franja privilegiada han aumentado un 9,4% y su riqueza conjunta lo ha hecho un 14% [4]. No puede decirse lo mismo, ni en términos remotamente proporcionales, de la mayoría de la población. Las terribles consecuencias sociales y psicológicas para muchísimas personas causadas por el empobrecimiento de porcentajes altísimos de la población ya es irreversible. De aquí que muchos prefieran hablar de la desigualdad en privado. Como Mitt Romney, por ejemplo. El candidato ultraderechista a la presidencia de EEUU dijo en un programa de televisión el pasado 11 de enero: "Creo que lo mejor es hablar de la desigualdad en lugares discretos." 

 Las grandes desigualdades no son producto de la crisis. La crisis las acentúa, pero la configuración política de los mercados que ha posibilitado las grandes desigualdades es anterior a la crisis. Un par de datos, el primero referido a EEUU y el segundo al Reino de España, que muestran la magnitud de la catástrofe. Primero, justo antes de la crisis, en el 2007, "el 0,1 por ciento más rico de EEUU recibió en un día y medio aproximadamente lo que el 90 por ciento inferior recibió en un año" [5]. Segundo, la participación de los salarios en el PIB ha sido menguante en el Reino de España desde el año 1981 (73%) al 2012 (57,3%), y la Comisión Europea calcula que para 2013 la participación será del 56,3%. Esta realidad, quiénes son sus causantes y beneficiarios, quiénes sus perdedores… resulta cada vez más evidente para las poblaciones que principalmente en Europa, "el enfermo del planeta (…) que está a la vanguardia de la idiocia organizada", protestan, luchan y expresan su malestar. Atenas, Lisboa, Bilbao, Barcelona, Roma, Madrid… no en todas partes de forma igual (ojalá las cosas fueran tan sencillas), pero las poblaciones que sufren las políticas económicas y las configuraciones políticas actuales de los mercados lo comprenden, lo ven. ¿Cómo es que la mayor parte de gobernantes (o dicen que) no lo ven? De las posibles respuestas, hay dos de muy destacadas. Una la menciona, por ejemplo, Paul Krugman cuando se refiere a la atención que recibe la "gente muy seria", un tipo de humanos muy particulares definidos por este autor como "personas que expresan opiniones que son consideradas razonables por los que mueven los hilos" [6]. Pero quizás mejor es aún la que ya hace años señaló Upton Sinclair: "Es difícil que un hombre comprenda algo, cuando su salario depende de que no lo comprenda." 



Notas: [1] John K. Galbraith, Historia de la economía, Ariel, Barcelona, 2007. [2] Joseph Stiglitz, El precio de la desigualdad, Taurus, Madrid, 2012. [3] La "búsqueda de rentas" no produce riqueza añadida y es un mecanismo por el cual la renta cambia de manos. Se puede realizar mediante leyes, facilidades concedidas por los gobiernos, etc. Los ricos han captado muchas rentas de la mayoría de la población gracias a las legislaciones que han logrado imponer mediante, aunque no de forma única, los muchísimos cabilderos que actúan cerca de los legisladores para ese fin. [4] Este enriquecimiento no tiene nada que ver en la inmensa mayoría de casos con mérito alguno. Véase, por ejemplo, George Monbiot, "Mitt Romney and the myth of self-created millionaires", The Guardian, 24-9-12, que puede leerse traducido en Sin Permiso en http://www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=5287. [5] Pueden consultarse los datos que cita Stiglitz en www.cbo.gov/sites/default/files/cbofiles/ftpdocs/115xx/doc11554/averagefederaltaxrates2007.pdf [6] Paul Krugman, ¡Acabad ya con esta crisis!, Crítica, Barcelona, 2012.



Daniel Raventós es profesor de la Facultad de Economía y Empresa de la Universidad de Barcelona, miembro del Comité de Redacción de sinpermiso y presidente de la Red Renta Básica. Es miembro del comité científico de ATTAC. Su último libro, coeditado con David Casassas, es La renta básica en la era de las grandes desigualdades (Montesinos, 2011).

EEUU: Chicago, Lecciones de la huelga en la enseñanza pública
Lee Sustar,

http://socialistworker.org/2012/09/26/what-the-ctu-accomplished


Viento Sur, 30 de septiembre de 2012
  
Ha llegado la hora de realizar el balance, extraer lecciones, de lo que ha significado la huelga de la enseñanza en Chicago que echó para atrás la reforma educativa. No sólo para los trabajadores y trabajadoras de la enseñanza o de los servicios públicos, sino para el movimiento obrero en su conjunto.

Pero antes de entrar a valorar el impacto que pueda tener esta victoria en las luchas venideras, aprovechemos el momento para saborear una de las luchas sindicales más importantes desde hace años.

Empecemos por el primer día, cuando decenas de miles de afiliados y afiliadas del sindicato de enseñanza de Chicago (CTU), ataviados con sus camisetas rojas, y sus simpatizantes paralizaron el tráfico frente la sede de la Junta Escolar y el Ayuntamiento, en lo que un reportero de una radio local calificó acertadamente como "una versión más madura y respetuosa del Occupy Chicago".

En realidad, los lemas de las pancartas y los cánticos dirigidos contra el alcalde Rahm Emanuel que comenzó a meterse con las y los enseñantes de Chicago incluso antes de acceder al cargo, no parecían tan respetuosos.

El segundo día, hubo otra marcha masiva. Tras los piquetes matinales en las escuelas de cada barrio por toda la ciudad, la gente se dirigió al centro y en esta ocasión se dedicaron a dar vueltas alrededor de la Fuente de Buckingham y luego se concentraron a la orilla del lago para recordar las históricas luchas de los obreros de Chicago.

Al día siguiente, hubo tres grandes manifestaciones en las escuelas secundarias del Sur, del Oeste y en los populosos barrios habitados fundamentalmente por latinos y afroamericanos. El soporífero calor veraniego no quebró la determinación de los enseñantes para movilizarse, ni la de la gente para aclamarlos.

El entusiasmo no sólo se vivió en las grandes manifestaciones. Quien se acercara a los piquetes de huelga en las escuelas podía observar no sólo la impresionante solidaridad entre el personal docente, sino también el gran apoyo cosechado por la CTU entre los padres, las madres y la mayoría de la gente. En la calle, la gente paraba a los huelguistas con camisetas rojas de la CTU, o del colectivo por la Solidaridad con los maestros de Chicago, para agradecerles lo que estaban haciendo. También se oían bocinazos amistosos desde los coches.

Cuanto más aumentaba el apoyo a los maestros, más bajo caía Rahm Emanuel

Este hombre, conocido por su dureza, intentó provocar una reacción violenta de los padres contra los huelguistas mediante interminables ruedas de prensa al inicio de la huelga. Pero eso no funcionó. Los comentarios insultantes de Emanuel, sudoroso y bebiendo compulsivamente una botella de agua, sólo consiguieron ampliar el apoyo de la población a la CTU.

Cuando, al entrar la huelga en su segunda semana, el alcalde solicitó una orden judicial para poner fin a la misma, el juez no se plegó al alcalde y optó por no tomar una decisión en tanto no se reuniera los delegados de la CTU y llegaran a un acuerdo.

Hemos informado profusamente de los detalles de este acuerdo, pero merece la pena señalar que publicaciones como el Wall Street Journal tienen claro que quién ganó fue la CTU y no Emanuel.

Ya cuando era jefe del personal de la Casa Blanca, Emanuel ayudó a acelerar la reforma escolar a través del programa Race to the top impulsado por la Administración de Obama. Desde el comienzo de su campaña para la alcaldía, Emanuel dejó clara su intención de desarrollar una gestión empresarial para las escuelas de Chicago a la que los enseñantes tendrían que adaptarse; de lo contrario…

Pero la CTU se negó a someterse a Rahm y comenzó a prepararse para una confrontación larga mucho antes incluso de que se iniciaran las negociaciones.

A principios de año, cuando Emanuel y su Junta Escolar fijaron el cierre o la reconversión de 17 centros escolares, la CTU, junto a las asociaciones de padres y otros colectivos, comenzó a impulsar las movilizaciones. Esto permitió reforzar los lazos con los grupos que apoyaban críticamente la huelga. Entre tanto, los dirigentes de la CTU (que pertenecen a la oposición que desbancó a la antigua dirección del sindicato en 2010) desarrollaron una campaña para movilizar a toda la base del sindicato.

Todo esto dio sus frutos en un convenio que puso límites a la agresiva política de Emanuel. Si bien la CTU tuvo que aceptar dolorosas concesiones en lo que respecta a las indemnizaciones de los profesores despedidos, el alcalde no pudo imponer medidas que para él eran más importantes: vincular los salarios a los “méritos”, utilizar los resultados de los exámenes para evaluar al profesorado y despido-exprés para aquellos cuyos alumnos obtuvieran malos resultados.

También tuvo que aceptar que la mitad de las nuevas contrataciones fueran profesores despedidos afiliados de la CTU, a lo que se había opuesto repetidamente de forma categórica. En la letra pequeña del acuerdo, también se reconoce el poder de la CTU en áreas clave, e incluye una disposición contra el acoso escolar que permitirá a la gente defenderse de los abusos excesivos.

No ha sido sólo una gran victoria para la CTU sino también para todos los maestros y maestras que se oponen a las concesiones de sus sindicatos en estas importantes cuestiones.

Lecciones para el movimiento obrero en general

Sin lucha, no hay victoria. Durante los cinco años que llevamos de crisis económica, las concesiones de los sindicatos se han convertido en el pan nuestro de cada día. Al margen de que la patronal sea un gobierno estatal o local con escasos recursos o una multinacional rentable como Caterpillar o Verizon, las medidas son parecidas: se congelan o rebajan los salarios, se reducen las pensiones y se incrementa el precio de atención sanitaria.

Los maestros de Chicago nos muestran que hay otra alternativa. Es cierto que una huelga no garantiza automáticamente una victoria (hace poco, la Asociación Internacional de Maquinistas sufrió una severa derrota en Caterpillar tras seis semanas de huelga). Pero la renuncia a la lucha sólo garantiza nuevas concesiones.

No basta con luchar, hay que organizarse. En los últimos 20 o más años, el "modelo de movilización" sindical era una norma para las organizaciones laborales progresistas. Para muchos sindicatos la realización de grandes manifestaciones y la construcción de alianzas con la comunidad y los movimientos sociales se han convertido en una práctica habitual.

Existe una gran diferencia entre enviar autobuses llenos de gente a una manifestación y el esfuerzo sistemático por organizar a la gente dentro y fuera de la empresa. El trabajo interno de la CTU estuvo orientado a hacer del sindicato un instrumento útil, ágil y eficaz en cada centro escolar; cuando llegó el momento de organizar los piquetes, se vio la utilidad del trabajo desarrollado.

La implicación de los sindicatos en los movimientos sociales es esencial; especialmente en el sector público. Desde mediados de 1990, la marginación de los sindicatos les llevó a impulsar las luchar junto a organizaciones comunitarias y religiosas. El apoyo que otorgaron a Occupy Wall Street el otoño pasado fue un paso importante en esa dirección.

Pero la CTU fue más allá. El grupo que lidera el sindicato, el Caucus de Educadores de Base (CORE); comenzó a luchar contra el cierre de escuelas años antes de llegar a la dirección del sindicato, y cuando llegó continuó en la misma línea. Si bien la lucha para salvar las 17 escuelas a principios de año fracasó, el sindicato estrechó los vínculos con los grupos comunitarios opuestos al cierre y esos grupos le apoyaron en el momento del acuerdo.

La CTU explicó su alternativa para la educación pública en Chicago en el documento "La escuela que necesitan los estudiantes de Chicago", exigiendo su completa financiación pública, la reducción del número de alumnos por aula y la mejora de los planes de estudio.

La no aceptación de las concesiones impuestas por los dirigentes nacionales. Oponiéndose a la vinculación de los salarios a los méritos y defendiendo el derecho a la titularidad, la CTU se mantuvo firme allí donde la Federación Americana de Maestros (AFT) había claudicado.

Las negociaciones en Chicago comenzaron con los negociadores de la Junta Escolar poniendo sobre la mesa una copia del "acuerdo colectivo" de New Haven, Connecticut, conocido como el "contrato fino"; un convenio que anulaba derechos laborales del personal docente ganados en las décadas anteriores. Randi Weingarten, presidente de la AFT, se implicó personalmente en las negociaciones de New Haven, que consideraba "modélico". La CTU se opuso a ese acuerdo e impulsó la huelga para defender los derechos.

Los sindicatos del sector público no tienen por qué aceptar concesiones porque las exijan los políticos demócratas. Los gobernadores demócratas Jerry Brown, de California, y Andrew Cuomo, de Nueva York, lograron concesiones salariales importantes y beneficios por parte de los sindicatos del sector público. Los líderes sindicales las aceptaron argumentando que era mejor aceptar algunos sacrificios que tener a alguien como el gobernador republicano de Wisconsin, Scott Walker, tratando de suprimir completamente el derecho a la negociación colectiva.

La CTU se opuso a ello explicando que los demócratas están tan comprometidos como los republicanos en la ofensiva contra los sindicatos de la enseñanza en nombre de la "reforma".

Los sindicatos del sector público pueden liderar al conjunto de la clase obrera en la lucha contra la austeridad. Desde que Scott Walker justificara la reforma educativa por razones presupuestarias, tanto los Republicanos como los Demócratas afirman que hay que estrujar a los sindicatos para beneficiar a los contribuyentes.

La huelga de la CTU dio la vuelta a ese argumento al obtener el apoyo popular y afirmar que el verdadero problema está en ver donde se sitúan las prioridades para la ciudad: en el recorte de los impuestos o en la financiación de la educación. Si los sindicatos del sector público quieren poner freno a la ofensiva actual, tendrán que seguir el ejemplo de la CTU y explicar que los servicios que prestan son en beneficio del conjunto de la clase obrera.

La democracia sindical es fundamental para reconstruir un movimiento obrero combativo. Como en la mayoría de los sindicatos, el presidente de la CTU tiene un poder enorme. Sin embargo, desde el principio, el equipo que dirige actualmente el sindicato trató de ampliar al máximo la democracia sindical. Desde que el viejo equipo dio paso al nuevo, la dirección colectiva se ha revitalizado y las reuniones de las delegadas y delegados se han convertidos en verdaderos foros de debate donde se discute la política del sindicato.

Estos delegados y delegadas tomaron la decisión de prolongar la huelga una semana más para disponer de tiempo y poder debatir la posibilidad del acuerdo escuela a escuela. Durante esos días, delegados de cientos de escuelas organizaron reuniones al aire libre para debatir los pros y contras del acuerdo. Toda una lección de democracia sindical que es un ejemplo para todo el movimiento obrero.

Para ser eficaces, las huelgas deben bloquear la actividad y ejercer presión sobre el patrón. La CTU asombró a Rahm Emanuel al abandonar la vieja práctica de realizar concentraciones rotatorias de dos horas frente a edificios vacíos. En su lugar, la CTU impulsó numerosas manifestaciones que reforzaron el sentido de la solidaridad en la base del sindicato y galvanizó el apoyo comunitario.

Ahora bien, también es verdad que una huelga de enseñantes no se enfrenta al riesgo de ser reemplazados o a las amenazas de las empresas de seguridad que se dedican a romper las huelgas, como ocurre en la empresa privada. Aún así, la huelga de la CTU puede constituir un ejemplo para los sindicatos de la industria: los piquetes masivos y la solidaridad pueden ejercer presión sobre el empresario, y cuanto mayor sea la solidaridad menos posibilidades de éxito tendrán las maniobras de los esquiroles o los mandamientos judiciales.

Podíamos seguir con la lista de las enseñanzas de ésta huelga, pero para un movimiento obrero hambriento de éxitos desde hace tanto tiempo, éste es un excelente comienzo.

26/09/2012

http://socialistworker.org/2012/09/26/what-the-ctu-accomplished

Traducción: VIENTO SUR

España:; 29-S: Texto leído en la plaza de Neptuno a las 20h

Coordinadora #25S

 Viento Sur, 30 de septiembre de 2012
  
El pasado 25S nos convocamos a rodear el Congreso de los diputados para rescatarlo del secuestro de la soberanía popular llevado a cabo por la Troika y los mercados financieros. Una ocupación ejecutada con el consentimiento y la colaboración de la mayoría de los partidos políticos. A pesar de las constantes amenazas, las manipulaciones mediáticas y la intensa campaña para infundir temor en la población, decenas de miles de personas acudimos a la cita y dijimos alto y claro que no tenemos miedo, que estamos juntas en esto y que no vamos a pararnos hasta que dimitan y se inicie un proceso constituyente.

El gobierno nos respondió con golpes, infiltraciones, detenciones, violencia indiscriminada, heridos y un despliegue policial absolutamente inédito. Sin embargo… perdió. Las imágenes de la represión han dado la vuelta al mundo y la visita de Rajoy a la ONU quedó completamente ensombrecida por la capacidad organizativa y comunicativa que hemos demostrado. El debate sobre la legitimidad de la acción del 25 se ha abierto, y hoy toda la sociedad española habla de ello, debate, opina, toma posición. Hemos iniciado una gran conversación y este es el camino que queremos seguir.

Por mucho que gobierno y medios de comunicación traten de convertir nuestras reivindicaciones en un problema de orden público, salir a la calle a reivindicar derechos es hacer política, manifestarse es hacer política, tomar la palabra es hacer política.

Seguimos aprendiendo. Hoy, 29 de septiembre, las calles se han vuelto a llenar con miles de personas que dicen basta y que quieren tirar del freno a una realidad que se está volviendo cada vez más insoportable. Y además, hoy, salimos para acompañar y sentirnos acompañados por nuestros hermanos y hermanas portugueses, griegos e italianos, rodeando su propio parlamento. Los “Cerdos” son ellos, nosotros y nosotras somos el sur de Europa, y sin el sur de Europa, no hay Europa posible.

Seguimos rodeando el Congreso porque queremos dar un salto en la movilización social y poner en el centro la recuperación de la soberanía y del poder ciudadano, es decir, de la democracia. En este año y medio hemos aprendido a integrar, a pensar y actuar colectivamente, entablando alianzas imprevisibles: mareas de todos los colores tomando la ciudad; vecinos y vecinas parando desahucios, funcionarios y funcionarias cortando calles… Ahora sabemos descifrar complejos conceptos económicos y legales, cuidarnos y cuidar a las demás, comunicarnos mejor, gestionar espacios de participación y discusión en las redes, las plazas,y los centros de trabajo; reírnos de la violenta estupidez del poder, ante la que, cada vez más, resistimos en lugar de correr. Hemos logrado ampliar los métodos de las viejas formas de lucha, y hemos llevado a cabo iniciativas que queremos seguir desarrollando desde abajo, sin atajos y paso a paso. Porque creemos que el tiempo de las decisiones tomadas por unos pocos ha terminado; porque, frente a quienes quieren dejarnos sin futuro, tenemos los medios y la inteligencia colectiva para decidir y construir la sociedad que queremos; porque no necesitamos falsos intermediarios, sino recursos y herramientas colectivas que fomenten activamente la participación política de todas las personas en los asuntos comunes.

Seguimos rodeando el Congreso para decirles a quienes dicen mandarnos que no, que desobedeceremos sus imposiciones injustas, como la de pagar su deuda, y que defenderemos los derechos colectivos: la vivienda, la educación, la salud, el empleo, la participación democrática, la renta. Para iniciar un proceso que permita que los responsables de la crisis dejen de ser impunes, para que los pirómanos que han provocado nuestra crisis no sean recompensados y empiecen, en cambio, a ser juzgados.

Ni el gobierno de Zapatero, ni el de Rajoy nos han escuchado. Ambos han traicionado a sus propios votantes llevando adelante medidas que prometieron que nunca pondrían en marcha. No obedecen a los ciudadanos, no tienen la valentía ni interés para hacerlo. El gobierno Rajoy, por lo tanto, no nos sirve y exigimos su dimisión.

Hoy se han presentando los presupuestos generales del Estado para el año que viene. Esos presupuestos son el resultado de una reforma de la Constitución ejecutada a medias entre el PSOE y el PP sin que la ciudadanía pudiera decir nada al respecto. Esos presupuestos dedican mucho más dinero a pagar una deuda ilegítima que a las necesidades sociales que puede articular una salida colectiva de la crisis. Esos presupuestos son una vergüenza para la soberanía nacional, para la democracia. Y por eso tenemos que pararlos.

Queremos hacer un llamamiento a una nueva movilización cuando los presupuestos se discutan en el Parlamento. Queremos estar de nuevo aquí esos días para decirles que no, que se acabó gobernar sin preguntar.

Exigimos también el cese de la criminalización, la libertad de la persona aún detenida y que se retiren todos los cargos imputados a las otras compañeras que asimismo fueron vejadas y maltratadas en virtud de unas diligencias intolerables en un estado de derecho. Que se abra una investigación sobre la actuación policial durante el día 25.

Estos días hemos visto que podemos, si nos organizamos, si nos comunicamos, si usamos nuestras redes e infundimos confianza, calma, inteligencia colectiva. Por eso os proponemos que participéis en la Coordinadora25S, no sólo aquí en Madrid, sino en todas partes, que organicéis vuestros propios nodos de esta red, que hagáis vuestras las convocatorias… Nos están quitando lo poco que quedaba por defender. Nos queda absolutamente todo por construir.

No tenemos miedo.

Los presupuestos de la vergüenza, los vamos a rodear.

Que se vayan.

Sí se puede.

Alberto Montero Soler:  
"El euro, tal y como lo conocemos, es inviable"
"La izquierda debe prepararse para el colapso de la eurozona y asumir que la deuda es impagable"



Rebelión,30 Septiembre 2012

Intervención de Alberto Montero Soler, profesor de Economía Aplicada en la Universidad de Málaga, en el coloquio "De la crisis del euro al rescate. El debate de la izquierda ante la crisis", que tuvo lugar el 22 de septiembre, en el marco de la Fiesta del PCE. Transcripción a cargo de Rebelión



Yo soy de los que cree, frente a otros compañeros economistas críticos, que no hay alternativas y que o se aborda el problema de la Eurozona sin tratar de poner paños calientes, de una forma radical y enfrentándonos a la realidad que tenemos delante o la realidad pasará por encima de nosotros y cuando nos hayamos dado cuenta estaremos volteados y sin ningún tipo de capacidad de respuesta y reacción. 

La primera cuestión que quisiera plantear es la más básica de todas, y es que cuando hablamos del proyecto europeo, cuando hablamos de la crisis en Europa y de la crisis del euro, nos olvidamos de lo principal. Y es que el euro está contra la Europa en la que todas y todos creemos. El euro es un proyecto que ha permitido a las élites económicas, tanto industriales como financieras europeas, cooptar a la clase política tanto a nivel europeo como estatal y ponerla al servicio de un proyecto de rentabilización de los capitales en el cual la clase trabajadora no tiene nada más que cosas que perder. Si no entendemos que la Europa del euro no es nuestra Europa, no podremos enfrentarnos adecuadamente a esta crisis. Plantear que hay que rescatar a Europa y rescatar al euro, y olvidarnos de eso, es echarnos piedras sobre nuestro tejado. 

En segundo lugar, la crisis del euro no es una crisis financiera, lo que no quita para que tenga una dimensión financiera. La crisis del euro es una crisis que estaba inserta en el código genético del euro desde su aparición. El euro se diseñó desde una perspectiva neoliberal y orientada exclusivamente a ese proceso de rentabilización de los capitales a nivel europeo. Las políticas de ajuste permanente que se articularon en el proceso de convergencia hasta llegar a Maastricht como las políticas que se han mantenido desde entonces; los errores de diseño en el euro con la ausencia de una estructura fiscal de redistribución de la renta que permita repartir la renta y la riqueza desde las zonas en las que se genera y acumula hacia las zonas en las que se producen situaciones de recesión y crisis; la ausencia de cualquier mecanismo de solidaridad más allá de la Política Agraria Común para permitir que las vacas europeas vivan mejor que los niños latinoamericanos o africanos; las asimetrías estructurales que se han producido, que existían y que en ningún caso se han reducido, sino que se han agravado, y que como consecuencia de esta crisis se están intensificando. Todo ello sólo puede hacernos llegar a la conclusión de que el euro es proyecto fallido; pero que, además, no es nuestro proyecto ni algo que tengamos que defender desde ningún punto de vista. 

¿Qué opciones hay frente al futuro? Las opciones frente al futuro dependen de la comprensión de cuáles son las dimensiones y la naturaleza de la crisis, por un lado; y por otro lado, de valorar la viabilidad del proyecto europeo tal y como lo conocemos. Si mañana cambia el código genético de todos los alemanes, incluida su Canciller, me comeré todas y cada una de las palabras que voy a decir a continuación, pero como creo que esa mutación genética no va a ocurrir, la viabilidad de la pertenencia al euro para los países periféricos es prácticamente nula. Es decir, la viabilidad del euro, si no se restringe única y exclusivamente a los países centrales, estaría puesta en cuestión. Es decir, el euro, tal y como lo conocemos ahora, es una moneda que va hacia el colapso. Y por eso digo que, probablemente, si no tratamos de articular respuestas desde esa perspectiva del colapso de la Unión Europea a medio o largo plazo, lo que nos encontraremos es que éste nos pasará por encima. 

Sobre la naturaleza de la crisis, muy rápidamente, porque yo creo que todos y todas, más o menos, estamos al tanto. La crisis europea no es una crisis financiera. Es una crisis derivada de las diferencias acumuladas de competitividad entre el núcleo y la periferia; entre un núcleo que ha aumentado sus niveles de productividad, que ha mantenido unas tasas bajas de inflación y que ha emprendido unos procesos de ajuste y de moderación salarial; y una periferia que ha mantenido unos diferenciales de inflación positivos con respecto al núcleo -es decir, ha visto cómo sus precios han crecido más-; también ha visto cómo los salarios de la clase trabajadora han crecido más, entre otras cosas, porque partían de unos niveles inferiores; y, por lo tanto, esto ha dado lugar a unos déficit en la balanza por cuenta corriente que explican, junto a la crisis bancaria, la dimensión financiera posterior de la crisis. 

Esas diferencias en las productividades han beneficiado esencialmente a Alemania. Alemania ha sido la principal beneficiaria de que exista una moneda única. ¿Por qué? Porque cuando existían esas diferencias de competitividad entre las economías, pero cada una tenía su propia moneda, los Estados podían devaluar sus monedas para reducir los déficit de competitividad. Desde el momento en que se crea una moneda única, con un tipo de cambio fijo e inalterable entre las distintas economías, los países no pueden recurrir a la devaluación para reducir los déficit de competitividad entre sus economías. Y vemos cómo eso se traduce en dos situaciones enfrentadas: por una parte, acumulación de superávit por cuenta corriente en los países centrales; y, por otra, déficit por cuenta corriente en los países de la periferia. 

Para mantener esa situación de desequilibrio en las balanzas por cuenta corriente a su favor, ¿qué hizo Alemania? Básicamente, sustituir superávit comercial por deuda externa. Es decir, vendía a los países de la periferia y, al mismo tiempo, financiaba el endeudamiento de los países de la periferia para que le compraran el excedente comercial. ¿Por qué? Porque Alemania ha sido tradicionalmente, por motivos demográficos, sociológicos y de distinta naturaleza, un país con una insuficiente demanda interna. Y lo que ha hecho a lo largo de todo el proceso del euro es sustituir esencialmente demanda externa de los países periféricos y del resto del mundo por demanda interna. 

Su política ha sido la de mantener niveles de demanda al interior muy bajos, incrementando la presión salarial sobre los trabajadores, y sustituirla por la demanda que realizaba el resto del mundo, especialmente los países periféricos. Como esos países periféricos necesitaban de inyecciones de recursos financieros para poder financiar la falta de ahorro de sus economías, lo que ha hecho Alemania es, básicamente, fomentar el endeudamiento de los países periféricos. De manera que la crisis, tal y como la encontramos en estos momentos, tiene dos dimensiones difícilmente reconciliables: una es el problema de la deuda. Pero especialmente para el caso español y de la mayor parte de los países periféricos, es un problema de deuda privada. Que, parcialmente, ha sido socializada, porque se ha socializado la deuda de los bancos, pero la deuda de los particulares sigue viva e intacta. Y que no se puede solucionar si no se reestructura. Es decir, si no hay una quita, una moratoria y una reestructuración de los plazos de pago de la deuda. Esa sería la expresión financiera del problema. 

La otra dimensión de la crisis son las diferencias en la competitividad. Diferencias en la competitividad entre las economías centrales y las economías periféricas que no están disminuyendo sino que se están ampliando. Lo que nos encontramos es que el proceso de ajuste para salvar al capital financiero e industrial, tanto a nivel europeo como estatal, se está haciendo a costa del ajuste salarial y de la presión sobre los trabajadores, con repercusiones sobre los niveles de productividad de los mismos. 

Frente a ello, ¿qué se está haciendo? Políticas de ajuste y austeridad que no pueden funcionar bajo ningún concepto por razones evidentes. 

Primero, porque inducen a sustituir demanda interna por demanda externa a todos los países. Es decir, deprimen el consumo, la inversión y el gasto público a nivel interno y lo tratan de sustituir por exportaciones hacia el resto del mundo de nuestros productos. Y eso se hace, esencialmente, por la vía de la deflación salarial. Es decir, reduciendo el coste del trabajo. Pero se hace promoviendo esa política para todos los países simultáneamente -y ahora veremos a qué niveles- y, al mismo tiempo, en un contexto de economía global en recesión. Es decir, es una política pro-cíclica: induce a las economías hacia la crisis en un contexto de crisis económica global. Por lo tanto, es una política que no tiene ningún sentido. Además, impone el ajuste sobre cada vez más economías. 

El ajuste duro sobre los "cerditos" (Portugal, Italia, Irlanda, Grecia y España) supone en estos momentos el 37% del PIB comunitario. Si a eso se le une el ajuste moderado que se está llevando a cabo en Francia, con la reciente rebaja de los 30 mil millones de euros, el ajuste afecta ya al 57% del PIB de la eurozona. Y si a eso se le suma los ajustes moderados sobre Bélgica y sobre los Países Bajos, el ajuste llega al 66% del PIB comunitario. Es decir, se está imponiendo políticas de recesión, de contracción, de profundización en la crisis, a casi dos tercios de la eurozona. Con lo cual, la posibilidad de que esos dos tercios salgan a flote como consecuencia de la demanda externa que haga el otro tercio, es prácticamente nula. 

Y además las políticas de ajuste tienen repercusiones sobre los diferenciales de productividad. Las políticas de ajuste lo que hacen es frenar el crecimiento. Al frenar el crecimiento, afectan a los rendimientos del sector industrial, fundamentalmente. Eso, debido a las rigideces técnicas que impiden que haya un ajuste paralelo entre el empleo y la producción -es decir, la producción suele caer más rápidamente de lo que lo hace el empleo- provoca el deterioro de la productividad, el deterioro de los beneficios, la caída en la inversión e incentiva la caída en la producción. Con lo cual, volvemos a deteriorar lo que debería servir para sanar la causa última de la crisis en Europa: los diferenciales de competitividad entre las distintas economías. 

Pero además, hay otra cuestión de fondo mucho más grave. Y es que, utilizando sólo las relaciones macroeconómicas básicas sobre las que todo el mundo coincide nos encontramos con que el proyecto europeo es inviable con Alemania dentro. Sin Alemania, la cosa pudiera cambiar. 

Tenemos que partir de la premisa, como hemos señalado, de que la eurozona es un diseño fallido, un diseño que estaba mal desde su propio origen. Y, en estos momentos, estamos asistiendo al conflicto entre las élites europeas, que ven cómo su proyecto se está desmoronando y no terminan de entender cómo y por qué y cómo y a través de qué vías podrían solucionarlo de forma que las soluciones le permitieran mantener su posición de poder a lo largo del tiempo. Y, por otro lado, la lógica económica elemental. Se trata de un conflicto difícilmente resoluble y que ha ilustrado muy bien Luis Alonso. 

Hemos pasado de una situación que parecía que era un juego de suma cero al interior de la Unión Europea, donde lo que unos ganaban era a costa de lo que otros perdían y era, hasta cierto punto, asimilable por todos, a una situación que se llama juego de suma negativa, es decir, donde cada una de las partes cree que está peor de lo que estaría si no estuviera en el euro. Los del núcleo, porque creen que han financiado la orgía inmobiliaria y el bienestar de los países periféricos, que, al parecer, no nos correspondía; y los periféricos, porque creemos que los países centrales nos están imponiendo políticas de austeridad que están acabando con el empleo, con los derechos sociales y con las perspectivas de futuro de nuestra generación y de las generaciones futuras. 

El problema es básicamente Alemania. No porque le tenga especial aversión a los alemanes, sino por su estructura productiva. Una estructura productiva que está basada esencialmente en la debilidad crónica de la demanda interna: una economía que ahorra mucho más de lo que consume; y que ha orientado sus aparatos productivos hacia la exportación, a sustituir demanda interna por demanda externa. Para eso, Alemania, después de la reunificación alemana, necesitaba un contexto de tipos de cambio fijos inamovibles, y la expresión más cerrada y perfecto de ello era construir una moneda única. 

Eso ha dado lugar a que los países centrales, con Alemania a la cabeza, hayan conseguido una situación de superávit en la balanza por cuenta corriente que se ha canalizado en forma de flujos financieros hacia los países periféricos. Revertir esa situación significaría que Alemania aceptara que los países periféricos empezaran a exportar más hacia los países centrales, cosa que es altamente improbable. Si todo su esfuerzo productivo desde la Agenda 2010 de Schröder de principios del siglo XXI ha estado orientada a reestructurar su economía en ese sentido, parece muy poco probable que a estas alturas sea políticamente aceptable a nivel interno que puedan revertir esa situación para aceptar déficit en la balanza por cuenta corriente. Entre otras cosas, porque se enfrentarían a la debilidad de la demanda interna y a debilidad de la demanda externa; es decir, aceptar eso significaría que Alemania aceptaría incrementar sus niveles de desempleo e incrementar sus niveles de inflación. De hecho, Alemania, durante estos doce, quince años ha hecho todo lo posible por llegar a esta situación. Por llegar a reforzar su superávit en la balanza por cuenta corriente. Difícilmente va a permitir que eso se revierta, entre otras cosas porque para ello sería necesario, por ejemplo, que su inflación fuera mayor que la de los países periféricos. Algo que, por otra parte, no es fácil de conseguir en unas sociedades que tienen mayor aversión a la inflación que las sociedades periféricas y en unas economías periféricas donde la inflación es estructuralmente más alta que la inflación del centro. Por otro lado, debería aceptar pérdidas de competitividad por la vía de mantener mayores incrementos de los costes laborales, de los salarios de los trabajadores. Cuando lo que se está promoviendo con las políticas de ajuste es, precisamente, lo contrario: deflación salarial en los países periféricos manteniendo, más o menos constantes, los niveles salariales en sus países. Además, hay que considerar que no se puede cambiar una estructura productiva que está orientada a la exportación por una estructura productiva orientada a la economía interna de la noche a la mañana. 

El colapso es inevitable, por cuestiones de relaciones económicas básicas. A lo que nos vamos enfrentando es a que el nivel de la deuda pública es actualmente insostenible para los países periféricos. España (ya no hablo de Grecia y Portugal) es un país insolvente, en quiebra: no puede conseguir ni un superávit comercial ni un superávit fiscal que permita hacer frente al crecimiento del pago de la deuda en los próximos años. Es decir, frente a lo que se nos viene, en algún momento, y eso lo sabe todo el mundo, se va a tener que plantear que la deuda española es impagable, que no hay forma de pagarla. Cuánto tiempo tardemos en aceptar esa situación o cuánto tiempo tardemos en entender que lo que se está produciendo a través de los procesos de ajuste es una extracción de los excedentes desde la periferia hacia el centro para llegar a un momento en el que, cuando no haya más de dónde extraer, reconocer que la deuda es impagable, cuando ya lo es ahora, en estos momentos, es a lo que se tiene que enfrentar actualmente la izquierda. 

La izquierda no sólo se tiene que enfrentar a eso, a cuándo vamos a reestructurar la deuda, sino también a cómo conseguimos, y aquí viene la parte más delicada, que no se produzcan, por catastróficas, o que se produzcan en beneficio de la clase trabajadora alguna de las posibles soluciones que hay en el horizonte. 

¿Cuáles son las posibles soluciones que hay en el horizonte? 

Una, la mejor solución: la mutación genética de todos los alemanes, que hiciera que, de repente, no tuvieran aversión a la inflación, sino que les pareciera bien que los precios crecieran y/o que aceptaran unos niveles de desempleo más altos de los que tienen en estos momentos. 

Dos, el colapso de la eurozona. Es decir, la posibilidad de que, en algún momento, más allá de Grecia, que representa un porcentaje muy pequeño del PIB, España declare que la deuda no se puede pagar. En ese momento, si hay que proceder a la reestructuración de la deuda, los inversores internacionales en cuyas manos estamos, dirán: si no se puede pagar la deuda de España, probablemente tampoco se puede pagar la deuda de Italia, probablemente tampoco se puede pagar la deuda de Portugal, probablemente tampoco se puede pagar la deuda de Francia. Es decir, el euro colapsará como consecuencia de que los inversores dejarán de financiar las deudas de los distintos estados. Ese es el horizonte más probable. 

La tercera posibilidad es también algo altamente improbable: la monetización de la deuda por parte del Banco Central Europeo, sin ninguna condición. No lo que pretenden hacer ahora: te compro deuda en el mercado secundario, siempre y cuando te sometas a un ajuste para provocar una deflación interna, que te permita, improbablemente, llegar a sustituir demanda interna por demanda externa. El que el Banco Central Europeo, los alemanes o los países centrales acepten financiar mediante la monetización de la deuda, vía Banco Central Europeo, sin ningún tipo de condiciones, los niveles de deuda acumulados en los países periféricos, es también, como digo, altamente improbable. 

Por eso, el euro, desde mi humilde perspectiva, y desde el pesimismo intelectual, está condenado a colapsar. ¿En cuánto tiempo? Eso es lo que yo no me atrevo a anticipar. De manera que, o nos salimos del euro, preparando anticipadamente la salida, sin pasar del euro a las futuras pesetas de la noche a la mañana. Sino pensando en mecanismos posibles para ir preparando una salida no traumática del euro: básicamente, anticipo uno, introduciendo una moneda paralela exclusivamente de circulación nacional. O lo que puede ocurrir es que el colapso nos pille como siempre, mirando para otro lado. 

Muchas gracias. 


Alberto Montero Soler (alberto.montero@uma.es, @amonterosoler) es profesor de Economía Aplicada de la Universidad de Málaga y presidente de la Fundación CEPS. Acaba de publicar junto a Juan Pablo Mateo el libro "Las finanzas y la crisis del euro: colapso de la Eurozona", en Editorial Popular. Puedes leer otros textos suyos en su blog La Otra Economía.

¿Sirve de algo manifestarse?
Marcos Roitman Rosenmann

La Jornada, 30 de septiembre 2012

El presidente de gobierno del reino de los súbditos borbónicos, Mariano Rajoy, antes ministro del Interior de Jose María Aznar, se despachó a gusto en Estados Unidos. En un acto de soberbia mandó el siguiente mensaje: agradecía a los millones de españoles, que no se manifiestan, ser leales a la marca España”, mostrando con su actitud el apoyo a los recortes. Semejante afirmación, digna de entrar en los anales de la manipulación, por no decir de la estupidez, no merece respuesta. Aunque, por su importancia, debe ser analizada. Igualmente el humorista político Gran Wyoming le contestó con el siguiente símil: “La visita del papa Benedicto XVI para celebrar las Jornadas Mundiales de la Juventud Católica contó con la presencia de un millón de personas provenientes de todo el mundo; 5 mil 999 millones se muestran contrarios y no asisten, quedándose en sus casas”.

El argumento maniqueo de Rajoy muestra la incomprensión de la convocatoria del 25-S, “toma el Congreso”. Tienen miedo a un desborde popular. En Portugal, una manifestación contra los recortes hizo retroceder al gobierno conservador, hasta ahora alumno aventajado de la troika. Las manifestaciones son la punta del iceberg. No son simplemente reivindicativas, expresan un estado de ánimo, una llamada de atención o un intento de hacer visible un problema. Las hay de derechas e izquierdas. Sólo que las derechas, guste o no, cuando convocan movilizan toda su gente, se deja la piel. Invierte en anuncios en televisión, radio, prensa escrita. En España son famosas las patrocinadas por la Iglesia católica y el Partido Popular en contra del aborto, la defensa de la familia tradicional, la educación privada y el terrorismo de ETA. Han llenado plazas y han sido cientos de miles sus participantes. Intentan tomar la calle y lo hacen. Pero tampoco, si hubiese sido un fracaso de asistencia sería un hecho relevante. Las manifestaciones no se miden por el número de asistentes, aunque tiene su importancia. Descalificar una asamblea, un plantón o una convocatoria por el escaso número de asistentes, es no comprender el significado de las convocatorias en tanto constituyen parte de la libertad de reunión y expresión de la ciudadanía. Señalar que los problemas no existen cuando la participación es minoritaria, es insultar la inteligencia. Son muchas las movilizaciones contra el rescate de los bancos, los desahucios, la corrupción política, la privatización de la salud, la educación o los recortes sociales que no han sido un éxito de convocatoria. ¿Y qué? 

En las actuales democracias representativas, hoy despolitizadas, conseguir que la gente salga a la calle y exprese su parecer, constituye un éxito. Son décadas de trabajo, empleadas por el neoliberalismo y sus instituciones para desarticular las redes sociales, los movimientos ciudadanos, los sindicatos de clase. Promueven la pasividad, la desmovilización, el conformismo social, el sálvese quien pueda y yo el primero. A pesar de ello, la gente sigue movilizándose. Los efectos sociales de la crisis ha despertado conciencias adormecidas. Ahora se vive un proceso inverso. El edificio neoliberal tiene grietas, no es granítico, sus fisuras minan sus estructuras. Hay que apuntalarlo. Una sociedad donde prima el egoísmo, la competitividad y la pérdida de centralidad de la política, cierra espacios de representación democrática, criminaliza las protestas y es su respuesta aumentar los niveles de represión y violencia.

La frase “toma el Congreso” simboliza el rechazo a la degradación política, la perdida de dignidad y ética de los partidos mayoritarios, en especial subraya la ilegitimidad del partido que gobierna. El Partido Popular incumple su programa, hace lo contrario y se ufana de ello. Necesita tapar las vergüenzas, haciendo de la protesta popular ciudadana un acto reprochable, concebido para desestabilizar, provocar desórdenes, promover desobediencia, destrozar el mobiliario urbano y generar caos, en definitiva alterar la paz social. Esta manera de concebir la libertad de reunión no es nueva, Rajoy la practicó en los ocho años de gobierno de Aznar. No le dolieron prendas, como ministro del Interior, criminalizó a los manifestantes e hizo oídos sordos a las denuncias de torturas o trato degradante de los detenidos. Protegió a los policías imputados, rechazó los cargos y se negó a instalar cámaras en los interrogatorios de comisarías, desafiando la normativa europea, bajo la excusa de falta de presupuesto y tecnología. Pero no fue el único, su homólogo socialista, Pérez Rubalcaba, fue reincidente. Por eso sintonizan en materia de seguridad interior, conocen las cloacas y respiran en ellas. Por suerte, los informes de la comisión contra la Tortura y la Asociación de Derechos Humanos han demostrado la veracidad de las acusaciones de los detenidos.

La acción policial del 25 de septiembre, cuyas imágenes han dado la vuelta al mundo, mostrando la brutal actuación de los antidisturbios, debe contextualizarse. Responde a una manera de presentar los hechos, criminalizar las protestas y proteger las fuerzas de seguridad del Estado. El concepto de enemigo interno se rescata. La policía tiene orden de proteger las instituciones patrias, el Parlamento en este caso, que será sitiado y tomado con el fin de provocar un golpe de Estado. El Partido Popular, sus dirigentes, ministros, diputados y senadores consideran a los convocantes provocadores profesionales de la subversión, golpistas en ciernes. Pueden secuestrar las instituciones democráticas, crear un clima de violencia, asaltar el Parlamento. ¡Vamos! Reditar en el siglo XXI, la toma del Palacio de Invierno. Así se desplazaron a mas de mil agentes antidisturbios y se infiltraron en la manifestación. Su estrategia respondía a la razón de Estado.

Las organizaciones y los convocantes se transformaron en el otro, el extranjero, el enemigo de la patria y la nación. Así, se puso en entredicho la protesta, a quienes la secundaban y los asistentes, además abrió la puerta a tipificar a los posibles detenidos como autores de atentar contra las instituciones del Estado. En comparecencia ante el Congreso, el director general de policía, Ignacio Cosido, tipificó de “muy graves los atentados” , y argumentó que los “detenidos cometieron delitos contra altos organismos de la nación”. La juez que instruye la causa, en el auto de procesamiento de los 35 detenidos, dice que hay elementos para suponer que se atentó contra las instituciones del Estado. Todo conduce a un mismo fin. Se trata de dar una lección a quienes protestan y convencerlos de lo estéril de manifestarse. Sobre todo si trae como consecuencia ser acusados de delitos contra la nación. Mejor quedarse en casa en silencio y protestando ante la televisión o jugando a la PlayStation. La idiotez política no tiene límite. La pena es que gobierna y además cree que todos son de su condición. Si no hay gente protestando, todos aceptan los recortes. Por eso es necesario perseverar y copar la calle, aunque sólo sea para dar testimonio del desacuerdo. No pueden gobernar impunemente. Ese es el valor de las manifestaciones.