El Estado Islámico golpea en París: la barbarie sin fronteras exige fraternidad sin fronteras

Antoni Domènech 

G. Buster 

Daniel Raventós 

Carlos Abel Suárez 

15/11/2015 Sin Permiso


129 muertos hasta el momento y 352 heridos en París es el balance del ataque combinado de tres comandos yihadistas  que el Estado islámico ha reclamado como suyos. De los 8 atacantes, 6 han hecho explotar sus chalecos-bomba, y otro ha muerto en un intercambio de disparos.
Ni el shock traumático del brutal ataque, ni el abrumador ruido de fondo de los habituales llamamientos a la “unidad antiterroristas” han sido obstáculo para que sectores de la derecha populista busquen reorientar la situación con una campaña xenófoba indiscriminadamente antimusulmana y hostil a los inmigrantes. De prosperar esa campaña, facilitaría precisamente uno de los objetivos evidentes del Estado islámico: abrir un frente social, provocar en Europa un conflicto étnico-religioso que presione a los gobiernos que participan en la coalición anti-EI en Siria e Irak.
Poner los dolorosos sucesos de París en el contexto de la guerra que el Estado Islámico está librando, principalmente en Siria e Irak, acaso ayude a comprender mejor la situación. Al margen de la utilización de coches bomba y suicidas en la guerra de frentes que se libra en Siria e Irak, se han producido los siguientes ataques terroristas suicidas masivos reivindicados por el Estado Islámico en los últimos seis meses:
-13 de mayo, Karachi, Pakistán, contra fieles ismailíes: 43 muertos, docenas de heridos
-22 de mayo, Qatif, Arabia Saudí, contra una mezquita shiíta: 21 muertos, docenas de heridos
-26 de junio, Kuwait, contra una mezquita shiíta: 27 muertos, docenas de heridos
-26 de junio, Sousse, Túnez, ataque contra turistas: 38 muertos
-11 de julio, El Cairo, Egipto, ataque contra el consulado italiano. Sin victimas mortales.
-20 de julio, Suruç, Turquía, ataque contra un mitin del partido de izquierda pro-kurdo HDP: 32 muertos, 104 heridos
-13 de agosto, Bagdad, Irak, ataque contra un barrio shiíta: docenas de muertos.
-10 de octubre, Ankara, Turquía, atentado contra un mitin del HDP: 86 muertos, 126 heridos
-30 de octubre, Sinaí, atentado contra el avión ruso KGH-9268: 224 muertos
-12 de noviembre, Beirut, Líbano, atentado en un barrio shiíta: 50 muertos, 250 heridos.
-13 de noviembre, Paris, Francia: 129 muertos, 352 heridos.
La sola lectura de esta abrumadora lista da ya una idea aproximada de los objetivos de esos ataques:
1) Polarizar y alentar un enfrentamiento sunnita-shiíta en todo el mundo musulmán. Un conflicto que reavive el choque geopolítico interpuesto entre el eje Irán/Gobiernos irakí y sirio/Hezbollah- Huthis yemenís, de un lado, y el eje de Arabia Saudí/monarquías del Golfo (con el apoyo del gobierno Netanhayu en Israel), del otro. Un choque de poderes regionales que la firma del acuerdo nuclear entre Irán y EE UU –junto el resto de los miembros permanentes del Consejo de Seguridad y Alemania— ha buscado subordinar al propósito de la administración Obama de recuperar su papel hegemónico y de árbitro en la región. Lo que hasta ahora se traducido concretamente en las conversaciones sobre Siria para un cese el fuego y una estabilización de los frentes que permita el ataque de las distintas milicias a las fuerzas del Estado Islámico, con una perspectiva de salida político-diplomática a medio plazo.
2) Castigar en la retaguardia a las potencias occidentales –y a la izquierda turca y kurda— por su participación en la ofensiva terrestre y aérea contra el Estado Islámico en los últimos meses. Alentar un conflicto étnico-religioso contra las minorías musulmanas en Europa que radicalice a distintos sectores en favor de la guerra santa proclamada por el Estado Islámico, lo que viene a favorecer su reclutamiento bélico para los frentes internos y externos. Simbólicamente, sirve también para hacerse con el lugar de Al-Qaeda como dirección político-moral global de la Yihad.
Nada de eso es radical novedad.  Lo sorprendente es, empero, la falta de información sistemática en Occidente sobre las causas, la situación y las consecuencias del conflicto en Oriente Medio. Figurémonos: el derrumbe del orden geopolítico establecido tras la Primera Guerra Mundial y el desmembramiento del Imperio Otomano; la división imperialista de la región petrolera más importante mediante los acuerdos Sykes- Picot; el auge y fracaso del nacionalismo árabe en sus distintas versiones; la consolidación de las monarquías absolutistas Saudí y del Golfo con apoyo de EE UU y el Reino Unido; el derrumbe de la monarquía persa; la revolución y contra-revolución iraní y la guerra Irak-Irán, seguida de las dos Guerras del Golfo; la ocupación de Irak y la guerra civil en Siria, sin olvidarnos el conflicto árabe-israelí… Todo ese continuo torbellino de tensiones regionales y conflictos bélicos han tenido, sobre la región y sus poblaciones, el efecto combinado de la I y la II Guerra Mundiales en Europa. Economías destruidas, decenas y decenas de millones de muertos y heridos por cuatro generaciones. Y docenas de millones de desplazados internos y externos, una parte de los cuales buscan ahora mismo desesperadamente refugio y son rechazados por los Estados miembros de la Unión Europea.
En medio de la generalizada e interesada simplificación que busca limitarse a demonizar al enemigo terrorista del Estado Islámico puede resultar hasta pedante este llamamiento racional a comprender y estudiar las causas del conflicto. Pero sin esa comprensión es imposible, no ya fijar, sino hasta concebir una estrategia capaz de superar las manipulaciones tácticas del equilibrio de poderes de las potencias imperialistas globales y regionales. Hace más de cien años que todo Oriente Próximo anda sumido en este caos mortífero que ahora salpica vesánicamente a las ciudades de Occidente desde el 11-S de 2001. Digámoslo sin reparos: se trata del mayor fracaso político, social y económico del desarrollo del capitalismo como marco institucional civilizatorio. Que desde el comienzo de este siglo XXI el sistema que sus peritos en legitimación presentan sin desmayo como la culminación de la historia de la humanidad se vea amenazado por fuerzas políticas y sociales que, como Al Qaeda y el Estado Islámico, pretende el restablecimiento distópico de un régimen civilizatorio del siglo IX, debería hacer cuanto menos reflexionar a quienes creían haber llegado ya al “fin de la Historia”.
La solidaridad auténtica con toda esta larga cadena de victimas inocentes de la indecente vesania del Estado Islámico pasa necesariamente por extender la fraternidad republicana a todas las victimas del conflicto imperialista en Oriente Próximo. A todas. Pasa por buscar salidas políticas y diplomáticas que paren esta sangría y ofrezcan seriamente una reconstrucción de las condiciones políticas, económicas y sociales que permitan desmilitarizar la vida cotidiana y evitar que hasta la autodefensa de las distintas comunidades termine criminalmente manipulada por la ayuda militar de las potencias regionales.
La condición previa de todo ello es la derrota militar de un Estado Islámico pletórico de recursos, también de recursos financieros de orígenes no por inconfesables, menos sabidos. Una derrota militar de la ofensiva que el EI inició en febrero de este año, los frentes abierto de la cual sólo han logrado estabilizarse más o menos precariamente gracias a la movilización de las milicias iraquíes, sirias, libanesas y kurdas de distinto signo y al apoyo aéreo de la coalición dirigida por EE UU. Pero hay que saber que no se logrará descomponer el bloque social de alianzas en que se apoya el Estado Islámico, si no se ofrece un proyecto serio y bien concebido –y bien financiado— de reconstrucción nacional. Un proyecto capaz de responder a las necesidades y a las reivindicaciones mínimas de las distintas comunidades de Oriente Próximo, incluidas las sunníes de Siria e Irak. (No otra es la razón del éxito de las milicias del YPG kurdas en el norte de Siria.) Sin la reconstrucción de proyectos políticos que pongan en primer plano los intereses y necesidades de las distintas comunidades de la región, todas ellas seguirán dependiendo para su supervivencia de la subordinación a las distintas potencias regionales de uno u otro signo. Y el ciclo de inestabilidad y violencia volverá a reproducirse una y otra vez.
Siria ofrece ahora la primera oportunidad de una salida política del conflicto. El objetivo de las negociaciones no debe ser tanto el de imponer a las distintas comunidades de Siria un sistema político, cuanto el de lograr un cese el fuego en todos los frentes salvo en los que se combate al Estado Islámico. El seguimiento del alto el fuego debe hacerse mediante una operación de mantenimiento de la paz de Naciones Unidas. Un resuelto aumento de la presión militar sobre el Estado islámico en Siria, tanto en el norte kurdo como en la región de Aleppo, permitiría avances en Irak sobre Mosul y Al-Bhagdadi, en donde están los frentes estacionados desde hace semanas y se han observado ya los primeros indicios de desmoralización entre las milicias yihadistas

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