EE UU: Ferguson y el racismo judicial


Gary Younge · Jesse Jackson · · · ·
 
30/11/14
 


Puede que haya hablado la Ley, pero el veredicto de Ferguson no es justicia

Gary Younge

Es lo acostumbrado cuando se producen disturbios tras un veredicto como el emitido por el gran jurado de Ferguson (Misuri) que quienes se encuentran en puestos de autoridad apuntalen sus llamadas a la calma con una apelación más elevada al imperio de la Ley. Sin él, se produciría el caos, sólo gracias a él puede haber orden. Tal como dijo el presidente Barack Obama el lunes: “Somos un país que se fundamenta en el imperio de la Ley, de modo que hemos de aceptar que esta es una decisión que debía tomar el gran jurado especial”.  

El problema es que los Estados Unidos, durante mucho más tiempo del que han sido una “nación de leyes”, han sido una nación de injusticia. Y en ausencia de una justicia básica, esas leyes a poco más pueden equipararse que a una tiranía codificada. Cuando un policía  blanco, Darren Wilson, dispara y mata a un adolescente negro desarmado y no resulta imputado como resultado de ello, la contradicción es patente. Pues un mundo en el que no solo es legal que haya gente que te mate a tiros mientras vas andando por la calle sino que pueden hacerlo en nombre de la Ley, es un mundo en el que algunos sienten que no tienen nada que perder. Y, en palabras de James Baldwin: “No hay nada tan peligroso como un hombre que no tiene nada que perder. No te hacen falta diez hombres. Con uno basta”.

Por este abismo, entre la pretensión oficial de un sistema legal imparcial y la realidad de la injusticia racial endémica, es por el que se escapó Wilson, con las llamas de Ferguson en ardiente persecución. Pues a Wilson no se le exoneró. El gran jurado decidió que no existía siquiera  “causa probable” como para someterlo a juicio. Tal como señala la página FiveThirtyEight (www.fivethirtyeight.com), esto resulta muy inusual. El departamento de Justicia revela que en 2010, los fiscales norteamericanos llevaron 162.000 casos federales a juicio y los grandes jurados desestimaron la imputación sólo en once.   

El hecho de que la mayoría de la gente esperase, con todo, ese veredicto – Ferguson estuvo de hecho bajo ocupación militar toda la semana pasada en previsión de los disturbios que inevitablemente se producirían en cuanto saliera Wilson – ilustra simplemente hasta qué punto ha sido una impostura todo el proceso. Hay una flagrante excepción a estas probabilidades: los agentes de policía implicados en estos tiroteos. Una investigación del diario Houston Chronicle descubrió que desde 2004 no ha sido imputado un solo agente de policía de Houston por parte de un gran jurado en el condado de Harris, en Tejas, y que entre 2008 y 2012 los grandes jurados de Dallas no han imputado más que a un agente implicado en un tiroteo.

Así que cuando se trata del uso mortífero de la fuerza la policía no sólo constituye una categoría especial sino protegida y elevada. En esta “nación de leyes”, aquellos encargados de aplicar la Ley operan evidentemente por encima de ella, mientras que la magistratura existe no para mediar entre la policía y la opinión pública sino para defenderla de la opinión pública.

Y emplean estos privilegios con gran prejuicio. De acuerdo con el análisis de ProPublica, los chicos negros tienen 21 veces más probabilidades de ser asesinados en tiroteos policiales. Si a los jóvenes blancos los matara la policía al mismo ritmo morirían a un ritmo de uno a la semana.   

Sumado a estas estadísticas, sumado a las discrepancias acerca de la política de retener y cachear, de las sentencias, encarcelamiento y ejecución, esto sitúa el poder de la policía y la vida de los negros en extremos opuestos de un sistema de valores que no es sólo moralmente indefendible sino, en última instancia, socialmente insostenible. Contemplar una pantalla partida – con el primer presidente negro apelando a la calma en un lado, y jóvenes negros marginados entregados a saqueos e incendios en otra – pone al desnudo los límites de lo que constituye el éxito en la era posterior a los derechos civiles. Las disparidades raciales se exhiben descaradamente y se niega que el país corra riesgo de implosión bajo el peso de la historia, aunque proclame sus logros a la hora de superar ese mismo peso.
De modo que quienes malentienden el veredicto como un incidente aislado están condenados a malentender  todo lo que se deriva de ello: desde las revueltas, las justificaciones, negativas y racionalizaciones a las llamadas a la calma y las expresiones de rabia. Pues no se trata aquí solo de un adolescente, un policía o un veredicto.

El domingo, un niño negro de doce años, Tamir Rice, resultó muerto por disparos de la policía en un parque de juegos de Cleveland cuando cogió su pistola de juguete. Tres días antes, a Akai Gurlev, de 28 años de edad, lo mataron a tiros en el hueco de su escalera de Brooklyn. Un vecino llamó a la policía, sin darse cuenta de que era un policía quien lo había matado. El Departamento de Polícía de Nueva York se disculpó y reconocíó que el tiroteo fue “accidental”. Sólo en San Luis dos jóvenes han sido víctimas de disparos de la policía desde el tiroteo de Brown.

Tampoco es esto un auto sacramental en el que un decoroso niño negro cae muerto a manos de un maligno poli blanco. La naturaleza inherente de la injusticia no era sistemática (Wilson nunca había descargado su arma) sino sistémica. Opera en una organización en la que pocos policías  son sancionados por matar a jóvenes negros; y en una cultura en la que los hombres blancos armados pueden invocar en su  defensa su temor a hombres negros desarmados. Un temor tan intenso que tienen que pegarles un tiro. Tienen que pegárselo. Puesto que, aparentemente, no había otro resultado posible. Lllevaba “una fortísima cara de agresividad”, declaró Wilson ante el gran jurado. “Era como un demonio, así de rabioso parecía”.

“Un sistema no le puede fallar a aquellos a los que nunca previó proteger”, escribió el intelectual negro W.E.B. Dubois. El veredicto se condice con las bajas expectativas de muchos afroamericanos. La ley ha hablado, la justicia todavía tiene que hacerse oír. 

The Guardian, 25 de noviembre de 2014


Justicia para Michael Brown: acabemos con la temeraria política de “gueto” del gobierno federal

Jesse Jackson

Ha sido bastante evidente desde este verano que la creencia que predominaba en Ferguson y San Luis era que Darren Wilson, el asesino de Michael Brown, no iba a ser imputado por el gran jurado de Misuri. En una declaración inconexa sobre el proceso y conclusión del gran jurado – que hacía poco por informar y mucho por encolerizar – el fiscal Bob McCullough actuó al modo de un abogado que abusara del proceso del gran jurado como “juicio” sin interrogatorio legal.

Ha sido bastante evidente ya durante algún tiempo que las autoridades políticas y legales no se habían ido preparando en absoluto para un juicio. Se habían estado preparando para posibles disturbios. Y del mismo modo que las autoridades legales y la policía reaccionaron inicialmente “mal” al tiroteo, su “sobre”rreación a la protesta inicial de la comunidad por la muerte de Michael Brown contribuyó a los primeros desórdenes, frente a manifestaciones en su mayor parte pacíficas.

El jurado ya se ha decidido. La policía puede seguir disparando a jóvenes negros desarmados sin ser procesada, y Darren Wilson dice tener “la conciencia limpia”. Es una tragedia nacional  – una desgracia moral – pero esto no es el final.
Yo había apremiado y esperado que la reacción a la decisión del gran jurado fuera pacífica, pero las autoridades políticas y legales han dicho y hecho prácticamente todas las cosas erróneas, y los que protestan no están locos. La comunidad reflejan su desesperanza, pero aun sigue habiendo esperanza en la búsqueda de justicia para Michael Brown.

Sea lo que fuere que vaya a pasar a continuación en Ferguson y luego despuéstendrá que ver con la muerte de Michael Brown. Pero no sólo tiene que ver con la muerte de  Michael Brown. Tiene que ver con una política urbana fallida: entran drogas y armas y se van empleos y servicios, contenidos todos a base de ocupación militar, no sin semejanzas con África del Sur. Esta política federal de “gueto” es cierta lo mismo si estás en Ferguson o en San Luis, en Los Angeles o Seattle, Atlanta o Birmingham, Milwaukee o los centros urbanos de todo el país, e incluso del mundo.

La cuestión ahora – la cuestión a continuación – no son las infortunadas e imprudentes protestas violentas que han seguido a la decisión del gran jurado. La cuestión es la falta de estímulo federal a la comunidad. La cuestión es la falta de ejecución federal de las leyes de derechos civiles. La cuestión es que los departamentos de policía y de bomberos en lugares como Ferguson no representan a la gente, son predominantemente blancos, mientras que operan en comunidades primordialmente negras. Sin embargo, esos departamentos de policía todavía pendientes de integración racial siguen recibiendo fondos federales.  

Los contratos de los departamentos de policía y de bomberos de Ferguson los subvenciona el gobierno federal, incluyendo el equipamiento militar utilizado para sofocar las protestas. Se tiene que acabar esta política federal sobre guetos basada en la ocupación militar y una conducta policial temerarias e irresponsables. Es una política de contención de la comunidad, cuando lo que debería sentar es una nueva norma de desarrollo comunitario para reconstruir los barrios del centro, el extrarradio en apuros y las ciudades pobres del campo.

A Ferguson no le hace falta movilizar una implicación federal consistente en ocupación militar y ley marcial; debería movilizarse en pro de empleos y desarrollo económico, debería movilizarse en pro de la atención sanitaria y los servicios comunitarios. Ferguson y otras comunidades semejantes deberían movilizarse para acabar con la discriminación racial en el departamento de policía, en el de bomberos y dondequiera que exista, en cualquier parte.  

Los tiroteos policiales de jóvenes negros están alcanzando proporciones de crisis. Sólo en esta semana la policía tiroteó a Tamir Rice, un niño de 12 años, por llevar una pistola de juguete en Cleveland. Desde que George Zimmerman fue exonerado de toda responsabilidad criminal en el asesinato Trayvon Martin, un joven de 17 años, en julio de 2103, han muerto demasiados jóvenes negros desarmados a manos de fuerzas de policía y de seguridad en los Estados Unidos. .

Los jóvenes negros tienen 21 veces más posibilidades de que los maten a tiros en Norteamérica que sus pares blancos, de acuerdo con un análisis de ProPublica. Los negros son detenidos diez veces más que los blancos en este país, informaba la semana pasada USA Today, pero los negros no cometen diez veces más delitos. A su vez, ampliar el complejo penitenciario industrial – nuevas cárceles con ánimo de lucro, nuevos juzgados, nuevas comisarías de policía, aumento de la presencia policial y nuevo equipo militar – se ha convertido en el centro del “desarrollo” en comunidades urbanas. Y habría que concentrarse en nuevos empleos y formación para el empleo, nuevos colegios y más profesores, desarrollo de empresas, lo que conduciría a una estabilidad económica permanente para nuestras comunidades.    

Que la policía mate a tiros a jóvenes negros desarmados por todo el país es algo que se tiene que acabar, y debemos seguir buscando justicia para Michael Brown por cualquier vía que siga todavía abierta, incluida una imputación federal. En lugar de unjuicio público para Darren Wilson, con presunción de inocencia mientras no se demuestre su culpabilidad, las autoridades legales de Ferguson y San Luis sometieron a juicio público el carácter de Michael Brown y dejaron que decidiera un gran jurado secreto dirigido por un fiscal.

Que un jurado examine todas estas cuestiones que importan y justifique otra muerte supone un trago amargo. Puede parecer que las cosas no ofrecen esperanza. Pero mientras que la injusticia calculada puede llevar a la anarquía, la justicia conduce a la paz. La protesta popular en Ferguson – y en las ciudades de toda Norteamérica – demuestra que la lucha por la justicia continúa.


El Reverendo Jesse Jackson Sr., fundador y presidente de la Rainbow PUSH Coalition, es un conocido dirigente político afroamericano que compitió varias veces en los 80 para su nominación como candidato demócrata a la presidencia de los EEUU.

The Guardian, 26 de noviembre  

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