La CIA, las torturas y la “guerra contra el terrorismo” denunciadas por el Senado de EE

UU. Dossier
Anthony D. Romero · Patrick Cockburn · · · ·
 
14/12/14
Sin Permiso 

Perdonar a Bush y a quienes torturaron

Antes de que el presidente George W. Bush dejase el cargo, un grupo de conservadorespresionaron a la Casa Blanca para que indultase a los funcionarios que habían planeado y autorizado el programa de tortura de Estados Unidos. Mi organización, la Unión Americana de Libertades Civiles, consideró que la propuesta era repugnante. Junto con otros ocho grupos de derechos humanos, le enviamos una carta al Sr. Bush argumentando que la concesión de tales indultos socavaría el estado de derecho y evitaría que los estadounidenses conocieran lo que se había hecho en su nombre.
Pero con la publicación del informe del Comité de Inteligencia del Senado, he llegado a pensar que el presidente Obama debería indultarlos después de todo: porque puede ser la única manera de establecer, de una vez por todas, que la tortura es ilegal .
No está en discusión que funcionarios de los más altos niveles del gobierno autorizaron y ordenaron las torturas. Bush emitió una orden secreta que autorizó a la CIA a construir prisiones secretas en el extranjero. La CIA solicitó autorización para torturar a los prisioneros en esos "lugares negros". El Consejo de Seguridad Nacional aprobó la solicitud. Y el Departamento de Justicia redactó notas que proporcionaron al brutal programa un barniz de legalidad.
Mi organización y otras han pasado 13 años defendiendo que los responsables debían rendir cuentas por estos crímenes. Hemos pedido la designación de un fiscal especial o la creación de una comisión de verdad y reconciliación, o ambos. Pero esos llamamientos no han sido atendidos. Y ahora, muchos de los responsables de las torturas no pueden ser procesados porque los delitos han prescrito.
Conste en su haber, el Sr. Obama rechazó la tortura inmediatamente después de asumir el cargo, y su Departamento de Justicia retiró los memorandos que habían proporcionado la base para el programa de torturas. En un discurso el año pasado en la Universidad de la Defensa Nacional, Obama dijo que "pusimos en peligro nuestros valores básicos: al hacer uso de la tortura para interrogar a nuestros enemigos y deteniendo a personas de una manera que va en contra de la legalidad".
Pero ni él ni el Departamento de Justicia han mostrado el menor interés a la hora de hacer responsable a nadie por ello. Cuando el departamento hizo una investigación, no pareció entrevistar a ninguno de los prisioneros que fueron torturados. Y abusó reiteradamente del privilegio de clasificación de "secreto de Estado" para desmontar los casos presentados por los presos, incluyendo los estadounidenses que fueron torturados como "combatientes enemigos".
¿Cuál es la diferencia entre esto - esencialmente la concesión de indultos tácitos para las torturas - y el indulto formal a quienes autorizaron las torturas? En ambos casos, los que torturaron escapan a la rendición de cuentas.
Pero con los indultos tácitos, el presidente deja abierta la posibilidad muy real de que los funcionarios resuciten las políticas de tortura en el futuro. De hecho, muchos ex agentes de la CIA y otros funcionarios del gobierno siguen insistiendo en que el ahogamiento simulado y otras formas de tortura eran legales. Si nuestros militares capturaran a un alto dirigente del Estado Islámico que se cree que posee información valiosa, algunos miembros del Congreso sin ninguna duda exigirían que nuestros interrogadores utilizasen precisamente los métodos bárbaros e ilegales que la administración Obama ha denunciado.
La administración Obama todavía podría tomar medidas para hacer rendir cuentas a los funcionarios que autorizaron la tortura. Algunos de los plazos de prescripción se han agotado, pero otros no. Y la publicación del informe del Senado ofrece un modelo para las investigaciones penales, incluso si eso no es lo que el comité de inteligencia se propuso.
Pero seamos sinceros: Obama no está dispuesta a presentar cargos ante los tribunales - no importa cuán grande sea la indignación, en EE UU o en el extranjero, sobre la información revelada - a causa de las consecuencias políticas. Por consiguiente, debería aceptar las consecuencias de esta decisión. Debería reconocer que funcionarios del más alto rango del país autorizaron conductas que violaron leyes fundamentales, y han puesto en peligro nuestra posición en el mundo, así como nuestra seguridad. Si la elección es entre un perdón tácito y uno formal, es mejor uno formal. Un perdón explícito establecería un listón, en el sentido de advertir a aquellos que consideren utilizar la tortura en el futuro que pueden ser procesados.
Obama podría perdonar a George J. Tenet por autorizar la tortura en las prisiones secretas de la CIA en el extranjero, a Donald H. Rumsfeld por autorizar el uso de la tortura en la prisión de la Bahía de Guantánamo, David S. AddingtonJohn C. Yoo y Jay S. Bybee por la elaboración de la cobertura legal de la tortura, y a George W. Bush y Dick Cheney por supervisarlo todo.
Aunque la idea de un indulto preventivo puede parecer una novedad, hay un precedente. Los presidentes Abraham Lincoln y Andrew Johnson indultaron a los soldados confederados como un paso hacia la unidad y la reconstrucción después de la Guerra Civil. Gerald R. Ford perdonó a Richard M. Nixon por los delitos del Watergate. Jimmy Carter perdonó  a los insumisos de la guerra de Vietnam.
El espectáculo de un presidente otorgando indultos a los torturadores me revuelve el estómago. Pero quizás sea la única manera de asegurarse de que el gobierno estadounidense nunca vuelva a torturar. Los indultos evidenciarían que los crímenes se cometieron; que las personas que autorizaron las torturas y las llevaron a cabo eran realmente criminales; y que los futuros arquitectos y autores de torturas deben tener cuidado. Sería preferible llevarles ante los tribunales, pero el indulto puede ser la única manera viable y duradera de cerrar la caja de Pandora de la tortura de una vez por todas.
Anthony D. Romero es el director ejecutivo de la Unión Americana de Libertades Civiles.
New York Times, 9 de diciembre 2014

El verdadero fracaso detrás de las torturas

La controversia sobre el uso de la tortura por la CIA oscurece dos aspectos importantes de la "guerra contra el terror", que la agencia pretende estar librando. La primera es que esta guerra ha fracasado demostrablemente ya que Isis, que son terroristas según cualquier definición del término, hoy gobierna una gran parte de Oriente Medio en el norte de Irak y el este de Siria.
Ha logrado este éxito a pesar de los enormes presupuestos de las agencias de seguridad estadounidenses y europeas después de 9/11. No sólo no han logrado evitar que ocurra: ni siquiera se han dado cuenta que estaba ocurriendo hasta que era demasiado tarde. Eran mucho más felices concentrándose en el núcleo al-Qaeda y Osama bin Laden, que no era muy grande, incluso antes de que perdiese sus bases en Afganistán en 2001.
La continua amenaza de al-Qaeda fue exagerada y la organización fue descrita después de 2001 como una especie de mini-Pentágono con altos funcionarios que podrían ser eliminados o capturados periódicamente, proporcionando a Washington éxitos políticamente útiles. Pero en los últimos trece años las operaciones atribuidas a al-Qaeda eran en su mayoría mezquinas. El resultado final de las operaciones de la CIA ha sido el triunfo de un grupo, que defiende la misma ideología y los objetivos de Bin Laden, y el establecimiento de su propio estado, que se extiende desde la frontera con Irán a las afueras de Alepo.
Un segundo aspecto de la guerra contra el terrorismo es que desde el principio obvió dos países, sin cuya complicidad el 9/11 no podría haber sucedido: Arabia Saudita y Pakistán. Era evidente pocos días después del 9/11 que ciudadanos de Arabia Saudita estaban muy implicados, siendo 15 de los 19 secuestradores sauditas. Bin Laden era parte de la elite saudí y la investigación estadounidense sobre el ataque descubrió que la financiación de al-Qaeda tenía su origen principalmente en donantes privados en el reino saudí. Pero el presidente George W Bush y su administración no solo evitaron cuidadosamente señalar con el dedo a Arabia Saudita, sino que censuraron 28 páginas del informe oficial sobre su papel a pesar de las súplicas de las víctimas del 9/11. El presidente Obama prometió como candidato permitir la publicación de esas páginas, pero nunca lo ha hecho.
Al-Qaeda utilizó Afganistán como su santuario y los EE.UU. derrocaron por ello a los Talibanes en 2001, pero era un secreto a voces que los Talibanes habían sido patrocinados e incluso creados por el ISI, la agencia de inteligencia militar de Pakistán. Una vez que el furor por el 9/11 se extinguió, Pakistán volvió a hacer exactamente lo mismo, y gracias a ello los Talibanes fueron capaces de librar una larga guerra de guerrillas hasta recuperar el poder. Pero, a pesar de que los EE.UU. decían estar luchando contra al-Qaeda, pero nunca se enfrentó a Pakistán, que era el socio silencioso de los talibanes. Cuando Bin Laden fue rastreado hasta Abbottabad, cerca de la academia militar más importante de Pakistán, era muy probable que su presencia fuese conocida por los servicios de seguridad de Pakistán.
Al-Qaeda era un objetivo útil para la CIA porque era el villano del 09/11 y una fuerza demoníaca a los ojos de la opinión pública estadounidense. La destrucción de las Torres Gemelas había agotado su capacidad y podría ser combatido sin gran dificultad. Cuando grupos muy similares a Al Qaeda crecieron y florecieron en Irak, Siria y Libia después de 2011, no fueron identificados como parte del grupo original.
Ahora se anuncian éxitos en la lucha contra al-Qaeda en Yemen, pero sin prestar atención al hecho de que yihadistas que han jurado lealtad a Isis se han apoderado de la ciudad libia de Derna y son una fuerza creciente en todo el país. Es posible que la CIA sea culpable de haber torturado sospechosos, pero solo se trata de un aspecto de un fracaso mucho mayor del que nunca ha tenido que rendir cuentas.
Patrick Cockburn es un periodista irlandés, corresponsal en Oriente Próximo del Financial Times y actualmente deThe Independent. Es autor de varias obras sobre Oriente Próximo, las más recientes The Occupation: War, resistance and daily life in Iraq y Muqtada! Muqtada al-Sadr, the Shia revival and the struggle for Iraq.

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