Guatemala: Rigoberta Menchú Tum:Verdad y dignificación
Siglo XXI 17 de Octubre 2012

Con mucha tristeza e indignación he sido testigo, al igual que muchísima gente sensata de este país, de cómo se ha tratado, por parte del Gobierno, de sectores interesados y buena parte de la población urbana capitalina, esta última a través de las redes sociales, de restar importancia a la masacre de 8 personas, hermanos k’iches, y endilgar la responsabilidad  a las víctimas. Esta forma de actuar y de pensar no se ha alejado de los ideólogos del uso de la fuerza bruta contra los liderazgos y los movimientos sociales. 

En las conclusiones del informe de la Comisión para el Esclarecimiento Histórico se reconoce la manera  cómo, mediante campañas bien orquestadas, los responsables, cómplices o simplemente gentes orgánicas al sistema represivo, presentaban como subversivos o delincuentes terroristas, delante de la opinión pública, a los masacrados, torturados, ejecutados o desaparecidos. Se pretendía con ello desacreditar a los líderes y a las organizaciones sociales para justificar la represión. Esa forma de actuar nuevamente sale a relucir con la masacre de Totonicapán. 

Si bien es cierto, no se calificó con los mismos términos a los dirigentes y manifestantes, miembros de los 48 Cantones, se usaron otros a los cuales les dan la misma connotación: “campesinos manipulados”, “detractores de la autoridad”, “violentadores de la ley” “títeres de la izquierda”, “provocadores”, “turbas armadas” . El propio Ministro de Gobernación llegó al extremo de decir que pelotones del Ejército habían sufrido una emboscada, con lo cual estaba aduciendo que la reacción de la patrulla del Ejército respondió a una operación militar de parte de las comunidades. Que no se diga, pues, que no existe un discurso clásico que pervive en Guatemala, que devela furia, odio o quizá miedo cuando se cuestiona, desde la perspectiva reivindicativa, el estado de cosas en el país.  

Hay que recordar que las miles y miles de víctimas de los crímenes de lesa humanidad fueron estigmatizadas al denominárseles  “delincuentes terroristas”. Cierto es que eso era en gran medida el soporte ideológico de la contrainsurgencia. En ese sentido no solo fueron víctimas de la eliminación, de la tortura y del terrorismo de Estado, sino que sobre la tierra que cubrió sus cuerpos masacrados en fosas comunes clandestinas se puso un sello, que pretendía por siempre ensuciar sus nombres.

Conocer la  verdad y la dignificación de las víctimas, ante esa realidad, no solo es válido para los sucesos del pasado, sino también para estos que tristemente acaban de pasar. La lucha por limpiar el nombre y devolver la dignidad a todos y a todas es una tarea necesaria, y en ese sentido no dejaremos que se pretenda manchar el nombre de los ejecutados en Totonicapán, y menos aún de las autoridades indígenas de los 48 Cantones. Lo que más indigna en todo esto es cómo una buena parte de un mundo urbano capitalino manifiesta su desprecio hacia el accionar de la resistencia indígena y asume un  discurso afincado en  el racismo. Que no me digan entonces que escribir sobre esto es estimular la confrontación.

No hay comentarios:

Publicar un comentario