España: Las luchas mineras de hoy y de ayer   por Luis Zhu y Luke Stobart 

 13 de Octubre de 2012 08:10 
Kaos en la Red

 En este artículo se analizan las huelgas del carbón en el Estado español, enmarcadas dentro de la larga y orgullosa historia de este colectivo en Asturies y otros territorios. También se comparan tres huelgas mineras históricas en Gran Bretaña (la derrotada en el 84 y las victoriosas en los 70). 

La historia de la minería mundial ha sido una historia de combatividad y represión, de tragedias y victorias, cuyos últimos capítulos han sido la gran movilización de los últimos meses en Asturias, León y Aragón, y la muerte de 30 mineros sudafricanos –muchos ejecutados a sangre fría por la policía. Quisiéramos honrar a este colectivo dedicándole toda una sección propia, pero aprendiendo de sus aciertos y debilidades, no actuando sólo de animadores ni idealizándolo.

En primer lugar Luis Zhu analiza las recientes huelgas por el carbón, celebrando que hayan revitalizado (de nuevo) las luchas de la clase trabajadora en el Estado español, examinando los retos y las dificultades a las que se enfrentan. Sitúa esta increíble lucha dentro de la larga y orgullosa historia de este colectivo en Asturias y otros territorios. Su última lucha ya ha tenido eco más allá de la península, en especial en Gran Bretaña. Allí se han producido tres huelgas mineras históricas en las últimas décadas. Luke Stobart describe las claves de la última huelga estatal en el 84 –la que duró casi todo un año y acabó en una derrota para toda la clase trabajadora del país- y las compara con las huelgas del 72 y el 74, que no sólo ganaron sino que derrocaron al gobierno de entonces.
Siguen iluminando el final del túnel tras un siglo de combates

Para el historiador Ramón García Piñeiro los mineros del carbón han sido durante el s.XX “la vanguardia de la clase obrera, iluminando la trayectoria de los sectores más concienciados y combativos, aquellos que creyeron posible la construcción de una sociedad de los trabajadores”. Las luchas de los mineros durante los últimos meses nos hacen pensar que continúan ejerciendo este papel en el s.XXI, o como mínimo que son el colectivo que ha presentado mayor resistencia a los recortes del gobierno. La intensidad de las movilizaciones de mayo, junio y julio no se pueden entender sólo como la última batalla por la supervivencia de un sector, sino que se entroncan en una historia de luchas, de victorias y derrotas que trascendieron de lo laboral hasta llegar a tener repercusiones políticas profundas.
Las luchas que nos abrieron el camino

La primera huelga importante se remonta a 1890, cuando unos 20.000 mineros de Asturias y Bizkaia pararon durante dos semanas y consiguieron la reducción de la jornada laboral (de 12 a 10 horas) y un aumento de los salarios. Los obreros del carbón asturianos también participaron en la Huelga General Revolucionaria de 1917 y consiguieron mantenerla durante tres semanas más que en el resto del Estado. En 1934, la dinamita de los mineros jugó un papel fundamental para convertir una huelga general en una Comuna de Asturias durante casi tres semanas.

Bajo el franquismo, los mineros asturianos fueron también uno de los primeros colectivos de trabajadores en golpear los cimientos de la dictadura. La más conocida es la huelga de 1962, conocida como la Huelgona, pero los años anteriores fueron también cruciales para extender la conciencia obrera a base de huelgas.

A principios de 1957, los mineros asturianos protagonizaron una huelga de más de una semana. La huelga comenzó en el pozo Maria Luisa de la Cuenca del Nalón en protesta por la eliminación de los guajes (ayudantes de los picadores), y rápidamente se extendió por otros pozos de la cuenca hasta alcanzar los 5.000 huelguistas. Finalmente, la empresa cedió y aumentó los salarios para compensar la retirada de los guajes. En este mismo año, una nueva huelga en La Camocha, Asturias, vería nacer la primera comisión obrera, forma de representación que se extendería en los siguientes años. Los trabajadores de esta mina eligieron a cinco compañeros para negociar directamente con la empresa y las autoridades, al margen del sindicato vertical. Al año siguiente, en el pozo Maria Luisa, son despedidos varios mineros y, rápidamente, una huelga se escampa por toda Asturias. Ante el desafío que supone tener 15.000 obreros amotinados, que además de la readmisión de sus compañeros piden también reducción de la jornada laboral y aumentos salariales, el régimen responde declarando el Estado de Excepción durante cuatro meses y desencadena una oleada represiva con multas, detenciones, palizas, torturas y cierres de pozos.

El 5 de abril de 1962 siete picadores del pozo asturiano La Nicolasa, cuenca del Caudal, deciden no bajar a las minas para reivindicar un aumento de sus sueldos. Los picadores cobraban a destajo, es decir, según la cantidad de mineral que sacaban. Estos siete trabajadores se encontraban en ese momento picando una veta de especial dureza que les proporcionaba un sueldo mísero. La sanción que les aplicaron provocó de inmediato una huelga solidaria en el pozo y en dos semanas el paro se contagió a toda Asturias y a sectores como a la siderurgia y al metal en general. La dictadura volvió a efectuar una represión feroz. Sin embargo, la huelga no se rompió: a finales de abril se extendió al País Vasco y luego a León. En total eran ya más de 135.000 trabajadores asturianos, vascos y leoneses en huelga. El régimen franquista decretó entonces el Estado de Excepción. Pero esto en lugar de ahogar el movimiento huelguístico, despertó la solidaridad de la clase trabajadora del resto del Estado. A mediados de mayo ya eran más de 300.000 huelguistas. A principios de junio, la dictadura cedió finalmente, concediendo aumentos salariales, mejoras en las pensiones y la liberación de los detenidos.
El carbón después del franquismo

Después de esta victoria, los mineros del carbón formaron parte activamente de la lucha antifranquista y contribuyeron con varias semanas de paros a la oleada de huelgas de 1976 que finalmente liquidaría la dictadura. Se podría decir que estos años son el final de un largo ciclo de luchas ofensivas, que combinaban a menudo lo laboral con lo político. A partir de los años 80, y sobre todo a partir de la integración en la CEE (Comunidad Económica Europea), el carbón del Estado español es sometido a sucesivos ajustes a causa de la nueva ofensiva neoliberal (eliminación progresiva de las ayudas estatales) y de la competencia de los mercados internacionales (mano de obra más barata en otros países). Además, la “normalización democrática” implicó una progresiva burocratización de los sindicatos mayoritarios, CC.OO y UGT, cuyas direcciones, en los momentos importantes de la lucha, apostaron más por la negociación que por la movilización.

Esto abrió un periodo de luchas defensivas que han durado hasta hoy en día, y que tienen dos elementos en común: la pérdida constante de lugares de trabajo y el fracaso en la diversificación de la economía de las cuencas mineras.

Si en 1976 existían en el Estado español más de 53.000 mineros del carbón, hoy en día sólo quedan 5.300. Por el camino los planes del carbón de 1991, 1994, 1998 y 2006 se llevaron por delante todos estos empleos, no sin resistencia. Contundentes huelgas generales del carbón se han llevado a cabo antes de cada plan, pero todas acabaron con la firma de acuerdos insuficientes, con prejubilaciones, recolocaciones y promesas no cumplidas de reconversión que han dejado unas comarcas sin futuro a la vista.
Mujeres mineras, mujeres en lucha

La presencia de las mujeres en las minas ha oscilado históricamente entre una inserción moderada pero en condiciones muy crueles –como a finales del s.XIX y principios del s.XX, con salarios más bajos y maltratos y violaciones– y una exclusión tácita pero ilegal –las mujeres tuvieron que acudir a principios de los 90 al Tribunal Constitucional para levantar el veto. Actualmente la ocupación femenina en la minería es muy baja (un 5% en el pozo asturiano de María Luisa, por ejemplo), pero la implicación de las mujeres, mineras o no, en las movilizaciones de este año ha sido muy importante.

Además de la conocida protesta en el Congreso de los Diputados, las mujeres han celebrado asambleas en las calles de sus localidades para organizar todo tipo de acciones (sentadas, entregas de cartas, manifestaciones, marchas, etc.) y, así, dar visibilidad y extender la lucha. Durante una asamblea en Mieres, Asturias, una mujer gritaba: “Hay que buscar otros sectores, para que nos apoyen y nosotros, según vayamos avanzando, apoyarles a ellos”. También han constituido varias Plataformas de Mujeres Mineras en distintas localidades que llamaban a organizarse y a luchar. No sólo eso, las mujeres también han estado en la primera línea de los cortes de carreteras y levantamiento de barricadas, como en Ciñera, León.

No es la primera vez que el colectivo de mujeres ha tenido protagonismo. En enero de 1976, 200 mujeres ocuparon durante tres días el arzobispado de Oviedo, Asturias, en apoyo de la huelga contra el despido de 895 trabajadores de Minas de Figaredo. El ejemplo más célebre quizás sea el de las mujeres asturianas durante La Huelgona de 1962. Su papel entonces fue decisivo para mantener la huelga. El cortometraje A golpe de tacón, de Amanda Castro, recuerda cómo las mujeres, como Anita Sirgo o Anita Pérez, cortaban carreteras y echaban maíz a los pies de los esquiroles para avergonzarlos. Además, también organizaron a los pueblos, informando y recaudando dinero y víveres para las familias en huelga. Por este papel tan decisivo, la Guardia Civil detuvo a muchas mujeres, a las que encerraba durante varios días incomunicadas, las torturaba y finalmente las liberaba rapadas.
¿La vanguardia contra los recortes?

La huelga de los mineros del carbón este año duró dos meses, con centenares de cortes de carreteras, una marcha a Madrid con un recibimiento multitudinario y largos encierros en varios pozos. El impacto mediático ha sido considerable, aunque frecuentemente para desprestigiar la lucha. El 2 agosto finaliza la huelga indefinida, tras la ruptura de la unidad sindical entre SOMA-UGT y CCOO que se produjo tras la Marcha Negra a Madrid. Comisiones acusó a SOMA-UGT de romper un acuerdo según el cual se iba a iniciar una acampada en Madrid tras la marcha, al estilo de Sintel.

A la hora de explicar la intensidad de esta huelga hay una combinación de factores objetivos y subjetivos. Por una parte, el recorte del 64% de las ayudas significa el cierre de la mayoría de las minas durante el presente año. La actividad minera proporciona sustento a unas 200.000 personas de estas comarcas sin ninguna alternativa real más que la emigración. Otro factor es la gran tradición de lucha de la minería y la muy elevada tasa de afiliación sindical, lo cual se traduce en un mayor nivel de combatividad organizada –otro motivo para los ataques del PP. Además, la minería genera una subcultura que ha generado lazos muy fuertes desde hace más de un siglo. Estas peculiaridades podrían llevarnos al axioma de Clark Keer y Abraham Siegel de “masa coherente internamente y aislada externamente” que podría explicar en parte la duración de las huelgas en las cuencas mineras.

Sin embargo, a lo largo de la historia, las luchas mineras han trascendido a menudo las fronteras de las comarcas mineras para participar de los problemas y reivindicaciones de otros colectivos de la sociedad. Así ocurrió durante la Huelgona de 1962, cuando el impulso huelguístico de las y los mineros conectó con las reivindicaciones laborales de otros sectores, sobre todo, aunque no únicamente, el industrial, y con las demandas políticas de la mayoría de la sociedad. A finales de los ochenta y principios de los 90 las huelgas mineras fueron otra trinchera en la batalla contra la llamada “reconversión industrial”.

En las movilizaciones de este verano, las luchas de la minería han trascendido también de los graves problemas de las comarcas del carbón. Para mucha gente, las huelgas mineras han sido la punta de lanza contra los recortes del PP. Según Cándido González Carnero, sindicalista asturiano de la Corriente Sindical de Izquierdas (CSI), “la influencia de los mineros se está notando ya, en muchos centros de trabajo se está optando más que antes por la lucha radical en la calle”. La Marcha Negra a Madrid congregó a 150.000 personas a su llegada y a la manifestación del día siguiente. Pocos días después las calles de Madrid hervían con manifestaciones de trabajadores y trabajadoras del sector público en protesta por los recortes, con una intensidad y una continuidad mucho mayores que en otras ciudades del Estado. Otra pequeña muestra de esta influencia es que a mediados de junio, durante la segunda huelga de la acerería Celsa (Castellbisbal, Barcelona), se lanzaron algunos pequeños voladores y, una parte de la plantilla, cortó con un tronco la autovía adyacente a pesar del fuerte despliegue policial. La cercanía geográfica y temporal de estas movilizaciones nos invita a pensar que no es fruto de la casualidad, ni únicamente del contexto económico, sino debido en parte a la influencia de la combatividad de la lucha minera.

Por otra parte, no se ha hablado mucho de un elemento de las huelgas mineras no tan visible pero igual de importante. Si bien las importantísimas decisiones sobre el inicio, la continuidad y la finalización de la huelga, es decir, la estrategia, han sido controladas por las direcciones de los sindicatos, el día a día de las luchas ha estado en manos de las asambleas de base de los trabajadores de cada pozo. Es decir, las imágenes de la determinación y la combatividad de los mineros enfrentándose a la Guardia Civil que han radicalizado una parte de la sociedad fueron una iniciativa surgida desde la base, que a menudo ha desbordado los planes de las cúpulas sindicales.

Los sindicatos mayoritarios convocaron en junio la huelga indefinida. Para Cándido González, un gobierno del PP con mayoría absoluta presentaría una batalla larga, por lo cual considera que la estrategia de CCOO y UGT fue errónea: “Se debería haber planteado una huelga de resistencia, con paros en días alternativos y manifestaciones constantes para desgastar al gobierno para en septiembre acelerar con la huelga indefinida”. Aunque González aclara que está a favor de las huelgas indefinidas, teme que terminar la huelga sin ningún resultado pueda afectar al nivel de luchas cuando se vuelvan a reemprender en septiembre. Sin embargo, unos 550 mineros de Asturias y León han vuelto a hacer huelgas a principios de agosto contra los primeros recortes salariales y los despidos, que en otoño se acelerarán si no se desbloquean las ayudas. Más que especular si con otro tipo de huelga se estaría en estos momentos en una posición mejor, el problema radica más en la falta de influencia de la izquerda sindical o de las asambleas de base en las estrategias de lucha que dictan las direcciones de los sindicatos mayoritarios.
Organizar el espíritu de lucha

En gran parte de la izquierda se ha percibido la huelga indefinida de los mineros como el mayor pulso que se ha echado a los recortes. Los recortes brutales del PP no habían despertado hasta ahora una reacción tan contundente como la que habrá durante este otoño. Esto en parte es debido al espíritu combativo que han insuflado los mineros en gran parte de la clase trabajadora afectada por la crisis y los recortes.

A pesar de la ofensiva mediática de la derecha, hay una mayoría social que está contra los recortes, aunque a menudo está resignada porque no saben cómo luchar contra ellos, en parte por los muchos años de paz social. En este sentido Boni Ortíz, ex minero y miembro de Izquierda Anticapitalista en Asturias, nos remarca que “lo que ha despertado la admiración de la izquierda han sido los métodos de lucha, no los objetivos”. Las movilizaciones mineras han conseguido aglutinar a una parte importante de la sociedad sin que su filiación sindical a CCOO y UGT supusiera un gran problema, porque han percibido que la unidad y radicalidad de los mineros son la forma de parar los recortes.

Por ello será importante generalizar lo máximo posible la unidad desde abajo hacia arriba. La unidad sindical de las centrales mayoritarias y el no sectarismo hacia éstas será fundamental para impulsar las luchas, porque la mayor parte de la clase trabajadora organizada está afiliada a ellas. Sin embargo, es clave organizar asambleas de base en los centros de trabajo en las que puedan participar todos y todas las trabajadoras independientemente de su filiación sindical. Esto es particularmente relevante para impulsar tácticas y estrategias de continuidad, radicalidad y amplitud de la lucha desde bases democráticas e independientes de las direcciones sindicales. En momentos determinantes de la lucha, disponer de estas bases asamblearias será un factor clave para evitar que las cúpulas de los sindicatos mayoritarios cedan ante el gobierno.

Para la izquierda radical, llevar a cabo esta tarea estará muy condicionado a algún tipo de coordinación y unidad estable de las diferentes organizaciones y activistas anticapitalistas.
Las huelgas mineras que cambiaron Gran Bretaña

La devastación social causada en las cuencas mineras por la derrota de la gran huelga minera de 1984-5 ha sido retratada en las películas Billy Elliot y Tocando el Viento. El resultado de la huelga, que duró todo un año y fue muy impresionante, también ayudó a que el gobierno derechista de Margaret Thatcher transformara radicalmente el país en pro del capital y en contra del trabajo. Mucha gente sacó la conclusión de que “Thatcher ha ganado”, que ya no servía luchar, y el gobierno pudo aprobar fácilmente privatizaciones y legislaciones antisindicales.

El desenlace de la huelga también sirvió de pretexto para que el Partido Laborista, de centroizquierda y muy ligado a los sindicatos, girara más a la derecha, manteniendo e incluso profundizando las políticas neoliberales de Thatcher bajo la dirección de Blair y Brown. Por tanto, 1984-5 representó un antes y un después para la política británica. Aquí analizo la trayectoria de la derrota y la contrasto con otra huelga minera más exitosa.
La gran huelga de 1984-5

El gobierno de Thatcher, que se estrenó en 1979, estaba preparado para el conflicto del 84. Una década antes otra administración conservadora fue derrotada mediante huelgas. Poco después un líder del partido redactó un plan para reducir al movimiento obrero atacando a un sindicato tras otro1, en lo que denominó “la táctica salami ” (cortado en lonchas.) La idea era derrotar primero a los colectivos más débiles y luego atacar a los más fuertes –entre ellos la federación estatal minera (NUM).2

El plan fue aplicado tal cual por Thatcher. Una motivación adicional consistía en superar la recesión, que según el periódico The Economist hacía necesario reducir los salarios un 20%.3

Durante sus primeros años, el gobierno consiguió prohibir el derecho a la afiliación sindical en varios centros de trabajo. Ganó conflictos laborales en la siderurgia (cuyo sindicato era poco activo) y la educación y la sanidad. Su camino lo había allanado el crecimiento del desempleo –al aumentar el miedo a luchar entre los y las trabajadoras– y la cultura de colaboración sindical fomentada durante los años de gobierno laborista (1974-79).4

En 1983 Thatcher anunció al ejecutivo que “tendremos huelga minera”. Para prepararse para el combate contra los potentes mineros y mineras, el gobierno almacenó grandes reservas de carbón para que la huelga no afectara a la producción energética e industrial. Se quiso también introducir leyes para controlar la financiación de los sindicatos.5

Anunciaron que iban a cerrar todas las minas “no económicas”. Esta política ahondó en las divisiones existentes en una organización sindical relativamente descentralizada, pues la plantilla de las minas modernas no se sintió tan amenazada. Cuando se anunció la desaparición de una mina en Yorkshire, los mineros organizaron piquetes para ir a las demás minas de la zona. Pronto la huelga se extendió por Inglaterra, Gales y Escocia.6

No obstante, la cúpula sindical en Nottinghamshire (Notts), donde se ubicaban minas supuestamente protegidas, no quiso secundar la huelga e insistió en celebrar un proceso de votación secreta. Como ocurriría varias veces durante la huelga, hubo un pulso entre la dirección regional y la estatal –dirigida por el combativo Arthur Scargill–, que sin embargo no movilizó para ir allí a sumarse a los piquetes. Progresivamente los mineros de Notts se dejaron influir por el pesimismo de sus dirigentes y cuando llegó la votación, sólo el 26% apoyó la huelga.7

Con la unidad sindical rota, el NUM sí desplazó a miles a Notts. El Estado respondió movilizando a 8.000 policías desde varios condados ingleses. Ocuparon pequeños pueblos mineros y aplicaron, en palabras de un comisario, “un toque de queda contra toda la comunidad”. Inventaron nuevas normativas para prohibir la entrada de mineros en el condado.8

Poco después, 5.000 sindicalistas intentaron bloquear los accesos al almacén de carbón más grande del país: Orgreave en Yorkshire. Allí 5.000 policías les acorralaron y cargaron a porrazos montados a caballo.9 Los mineros reaccionaron lanzándole ladrillos a la policía, acción que manipuló la BBC editando las imágenes para mostrar que los mineros atacaron primero10.

La batalla fue muy reñida. Los piquetes, encabezados por Scargill, casi lograron romper los cordones y cerrar la planta, pero la presencia policial fue mayor.11
Extendiendo la revuelta

Parar el envío de carbón y obstaculizar a las industrias dependientes del mismo (principalmente la eléctrica y la metalúrgica) fue clave. Varios colectivos obreros apoyaron un boicot al carbón, entre ellos ferroviarios galeses y transportistas escoceses. Pero no se consiguió paralizar totalmente su traslado y uso, en parte porque las cúpulas regionales mineras acordaron con los demás trade unions unos “topes mínimos”12 de los que se abusaba fácilmente.

Hubo ejemplos locales de sindicalistas que fueron más lejos. Una estación en Leicestershire boicoteó el transporte de carbón durante casi un año, a pesar de recibir la amenaza de que iban a cerrar la estación para siempre. Pero cuando pidieron apoyo en la sede del sindicato ferroviario, les dijeron que preferían “no agravar” el conflicto.13

Los impresores del periódico The Sun impidieron la publicación de dos portadas –una con una foto de Scargill supuestamente haciendo un saludo nazi.14

También los sindicatos de estibadores, siderúrgicos y encargados de mina estuvieron a punto de ir a la huelga. Un ministro con fama de “duro” le pidió a Thatcher por carta que firmara con el NUM “antes de que sobrepasaran nuestra capacidad de aguante”.15 Pero para estos colectivos la patronal acordó subidas sustanciales de salarios para evitar la huelga –práctica promovida por el gobierno para evitar que surgieran otros frentes de conflicto.16

Tras la desconvocatoria de la huelga de estibadores (otro colectivo sindical en el punto de mira del gobierno), estaba claro que los mineros iban a luchar solos. El Estado apretó la tuerca. Un juez decretó el secuestro de todos los fondos del sindicato del Sur de Gales.17 Y más adelante, en un acto inédito, se confiscaron todos los fondos del NUM y el propio nombre del sindicato.
Mujeres y hombres en las cuencas

En otoño, sin la perspectiva de una lucha generalizada, la huelga entró en una fase más defensiva. La idea era aguantar hasta el invierno, a la espera de que la huelga impactara sobre el suministro eléctrico cuando el consumo fuera máximo. Fue difícil seguir porque muchas familias ya estaban en apuros.

Las mujeres, que tradicionalmente habían tenido un rol subordinado en las cuencas, fueron fundamentales para superar este periodo. Ellas organizaron las cocinas comunales gratuitas, esenciales para aglutinar y organizar a la comunidad, incluidos los mineros más pasivos. También las redes de mujeres organizaron muchísimas actividades de ocio, protesta y solidaridad. Las mujeres se ganaron fama de ser las mejores ponentes en las charlas que se hacían en universidades, barrios y centros de trabajo a lo largo del Estado.18

En el proceso, estas mujeres cambiaron, al igual que sus maridos, como resumió una de ellas:

“De ninguna manera volveré ahora a la cocina. Tanto yo como mi marido estábamos poco politizados antes de la huelga pero ahora hemos cambiado los dos.”19

Se celebraron todo tipo de actividades de solidaridad para recoger fondos. Agrupaciones sindicales y centros de trabajo de todo tipo se hermanaron con comunidades mineras. En total se recogieron aproximadamente 60 millones de libras20, esencial para que las comunidades tuvieran de comer.

Sin embargo, para triunfar, el NUM necesitaba paralizar el país. Además de que seguía llegando “carbón esquirol” a las térmicas, tras el verano el gobierno se gastó 2 mil millones de libras en comprar petróleo y en adaptar las centrales térmicas para su uso.21 El resultado final fue que el gobierno podría pasar el invierno sin cortes sustanciales.
Fin de la huelga

El 5 de marzo de 1985 los mineros dejaron la huelga. Marcharon juntos a las puertas de las minas tras sus pancartas, derrotados pero con la cabeza bien alta. Contra ellos se había movilizado todo el poder económico, jurídico y político del país. Los mineros habían sufrido 10.000 detenciones –muchas veces arbitrarias–, 718 despidos22 y varias muertes. Para vencerles, Thatcher gastó más dinero que en toda la Guerra de las Malvinas.23 Una auténtica guerra de clases.

Aún así el desenlace no era inevitable. Una década después, “la Dama de Hierro” reconoció que la huelga “podría haber derrocado al gobierno”24. Al final del conflicto el gobierno también sufría serios problemas: por ejemplo, el 60% de la población rechazaba su actuación25.

La derrota no se debió principalmente al poder del enemigo, sino a los problemas internos del movimiento obrero. La federación estatal de sindicatos (TUC) anunció un boicot solidario total al carbón, pero no hizo nada para ponerlo en práctica. Ni siquiera actuó contra el secuestro del NUM. Scargill denunció a la TUC por “dejar aislado al sindicato […] para su eterna vergüenza”26. Por su parte, los dirigentes regionales del NUM frenaron y dispersaron la acción piquetera necesaria para cerrar todas las minas y aplacar el creciente desánimo de quienes se quedaban en casa viendo noticias negativas sobre la huelga.

A los burócratas se les llama correctamente “liberados” porque están liberados de las dificultades diarias del centro de trabajo (y del sentimiento de compañerismo que surge en momentos de lucha). Como consecuencia de sus generosos salarios, suelen defender menos a la afiliación que al aparato sindical que les sustenta. Por tanto, en 1984 se vieron coartados ante la amenaza de secuestrar los fondos sindicales (incluso los de la TUC).

Scargill, un dirigente sindical poco común, sí lideró a su afiliación en la lucha, ganándose por ello un enorme respeto entre las bases, pero no ayudó a crear las redes de sindicalistas de base necesarias para actuar de contrapeso al resto de la burocracia. La izquierda combativa no tenía mucha implantación en el NUM, lo que limitó su capacidad para promover estas redes.
La huelga que sí venció a los Tories

Que la huelga pudo haber tenido otro desenlace queda claro si miramos otro conflicto minero una década atrás. En 1972 se paró la minería contra una ofensiva de contención salarial general impulsada por el gobierno de Heath (conservador del ala más moderada). Como ocurría frecuentemente en esa época, la huelga no fue oficial y se organizó por las bases sindicales. Los mineros intentaron bloquear Saltley Gate, el gran depósito de carbón en Birmingham, pero fueron asaltados por la policía. Entonces fueron a las grandes fábricas de la ciudad para exigir que los y las demás trabajadoras les apoyaran. Poco después, Scargill estaba con 3.000 mineros ante la puerta de Saltley y describe así lo que ocurrió:

“Desde detrás de la colina venía una [manifestación] y nunca en la vida he visto a tantas personas llevando una pancarta. […] Se desató un rugir enorme. […V]enían desde todas partes […] y nuestros chicos estaban saltando de la emoción”.27

15.000 trabajadores del automóvil se unieron a los mineros. La policía, con 20 veces menos efectivos, decidió cerrar las puertas y no las volvieron abrir. Empezaron a sucederse grandes cortes de luz y el gobierno decidió concederles a los mineros la mayoría de sus exigencias. Otros colectivos obreros fueron a la huelga, y en el 74 otra huelga minera consiguió la aplicación de la jornada semanal de tres días (!).

Heath, exasperado, anunció la convocatoria de nuevas elecciones generales preguntando “¿quién dirige el país? ¿Los sindicatos o el gobierno electo?” Por lo visto no era el gobierno: la jugada le salió mal ¡y ganó la oposición! Esta experiencia, que los Tories nunca perdonaron, explica por qué el conservadurismo apostó después por la radical Thatcher.

Los resultados opuestos de las huelgas de los 70 y de los 80 nos ofrecen una lección sencilla e importante. Cuando un gobierno ataca a toda la clase trabajadora, sea simultáneamente o de manera escalonada, la única respuesta posible es la lucha conjunta. En 1972-74, en un contexto de gran movilización, los mineros se autoorganizaron exigiendo y consiguiendo la solidaridad de clase. En 1984-85, en un contexto de menor movilización social, derechización de la sociedad y de mayor burocratización en los sindicatos, esa misma solidaridad no se activó.

Aun así, la Gran Huelga del 84-85 no se olvidará. Tarde o temprano vengaremos su memoria.



Luis Zhu y Luke Stobart son militantes de En lluita / En lucha ;Artículo publicado en la revista anticapitalista La hiedra

http://enlucha.wordpress.com/2012/10/10/las-luchas-mineras-de-hoy-y-de-ayer/

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